Capítulo 51


Una pequeña fogata ardía en el patio trasero de Byron, su brillo y el resplandor hipnótico entretuvieron a Ava durante un tiempo.

Al momento de ver a su hermano olvidó las razones por las que no deseaba venir a la cena, ahora lo único que deseaba era desconectarse de todo, ignorar el peligro que latía bajo su piel, el horrible y vicioso poder que descubrió.

Quería olvidar que estaba hecha para matar.

Y hacer que otros se maten entre sí.

El tigre había plantado algunos postes delgados para formar un círculo donde colgaban las luces que ahora brillaban con un color cálido. A ella le gustaban.

Las brasas ardían en una mezcla de color negro, rojo y gris, bajo una parrilla de hierro, los jugos de los cortes de carne y pollo las hacían chispear y burbujear. Los olores del humo, los condimentos y la comida asándose se entremezclaron con los sonidos de sus sobrinos jugando en un sitio apartado pero a la vista de todos.

Alice se había transformado para acompañar a Nick y Harding, también para cuidar de que no se adentren en el bosque. Ava no supo sino hasta ahora lo mucho que había extrañado ver el pelaje blanco y negro de su hermana.

De pronto, la imagen de otro pelaje blanco corrió libre por su mente, el recuerdo hiriente y duro. La emoción atada a él sostenía su corazón en un puño apretado. Ava lo reprimió tanto como pudo, pero nada podía hacer contra la impotencia que la inundó. Con una fuerza aplastante.

Culpó al humo por sus lágrimas que se acumularon, sus ojos se quedaron en el pequeño Nicky. Sintió un estremecimiento cuando este la miró por un momento fugaz antes de que su hermano le saltara encima para morderle una oreja. «El pelaje de Nicky lo marcará de por vida» No podía detener ese pensamiento, borrarlo de su mente.

Parecía que desde el regreso del recinto sólo podía pensar en una amenaza invisible que la rodeaba como una espesa sombra, luego de lo que había hablado con Josie sentía que algo malo podía pasar en cualquier momento, que esta libertad no era eterna, la paranoia había empeorado desde que leyó las investigaciones que Ember le dio.

Se preguntó si alguien más podía ser un durmiente -así era el nombre para los cambiantes con habilidades nuevas-, no había muchos avances sobre otros rasgos que no sean los que Ava tenía.

O quizá esos rasgos estaban siendo descubiertos ahora mismo, en los cuerpos y mentes de otros cambiantes.

Sometidos, humillados.

La tigresa gruñó en su interior.

A pesar de que era cuestión de azar y capricho, Ava no estaba convencida de que fuera la única cargando con esto. También estaba esa chica que apartaron del grupo de tigres, Reese. Ella debía tener los rasgos genéticos. Pero no estaba segura.

Se necesita al menos dos alfas en las líneas genéticas para desarrollar características nuevas, recordó, y de nuevo regresó a los cachorros que disfrutaban el juego a pesar de sus movimientos torpes. Sus sobrinos eran demasiado pequeños pero tenían la mitad de la receta genética por parte de su padre.

«¿Esta maldición podía ser heredada?»

Por la tarde había buscado información sobre la familia de Talinda, pero todo lo que encontró fueron nombres y sus ubicaciones. Todos vivían en el pueblo, leones y leonas sin una naturaleza designada en los registros debido a que ninguno de ellos se había unido a Gold Pride. Talinda era la hija mayor en una unidad familiar de cinco.

Una llamarada de pánico fue sofocada por el león que estaba metido bajo su piel. Marshall estaba con Byron junto al fuego, el resplandor sobre su piel le traía muchos recuerdos que calentaron su corazón. Marshall ladeó su cabeza, su melena castaño-dorada cayó por un costado, sus ojos dorados la observaban con una pregunta silenciosa.

Ava le sonrió, se frotó los brazos con las manos.

Tenía que sacarse de la cabeza todos estos miedos, la histeria, el demonio paranoico que había despertado desde que entendió lo que hicieron con ella. Si no lo hacía nunca tendría una vida, y ella quería vivir, quería que cada vez que la viera fuera con amor y no con preocupación como ahora.

«¿Cómo me verás cuando sepas de lo que soy capaz?»

¿Cómo sería su vida a partir de ahora? No creía que fuera seguro para sus compañeros de coalición que una bomba de tiempo viviera con ellos.

Un pensamiento intrusivo volvió a emerger desde el oscuro sitio donde lo había enterrado en la mañana.

«Debería irme»

-Se ve que tienes frío -comentó Talinda al tiempo que echaba una cobija suave y gruesa alrededor de sus hombros-. Miralos -sonrió, movió la cabeza hacia el par de hombres-. Las mujeres humanas dicen que es un ritual -agregó por lo bajo, sus labios inclinados en una sonrisa cómplice-. Cuando ellos se reúnen alrededor del fuego. Lo adoran en una forma inconsciente, está grabado en su memoria genética.

Ava frunció el ceño por un momento, tirando de los bordes de la manta para cubrirse más. El clima estaba templado por lo que no creyó necesario llevar abrigo. Se equivocó. La temperatura comenzó a bajar al anochecer.

«O tal vez son estos nervios, este miedo»

-Seguimos siendo mitad humanos -recordó.

Ava había leído sobre historia humana antigua. Le sorprendió que esos humanos existieron hace miles de años, viendo en pequeños grupos que se movían por instinto y estaban unidos con la naturaleza, cazar, comer, reproducirse. Claro que había un acalorado debate entre sí eso en verdad sucedió, o el desarrollo humano fue causa de algo más.

Leyó también la importancia del control del fuego y cómo ayudó al impulso cerebral el hecho de incorporar más proteínas a través de mejores carnes.

Miles y miles de años después, seguían aquí, pero sin esa conexión con lo natural. Hace unos cuantos siglos estaban aniquilando la vida en el planeta.

Sin embargo, los cambiantes estaban volviendo a esas raíces tan básicas.

Pensar en eso la maravilló por unos breves segundos.

-Me alivia mucho que ese trabajo especial haya terminado -Talinda recargó su cabeza sobre el hombro de Ava. Se permitió sentir la familiar esencia de su cuñada enlazada a la de Byron. La sensación de pertenencia era un latido cálido en el pecho-. Byron dormía muy poco pensando donde podría estar su hermana y haciendo qué clase de cosas -La mujer soltó una risita baja-. Es adorable cuando se preocupa.

Ava sonrió. Su pecho apretado por una emoción gigante y poderosa. Nolan se había ido, pero Byron continuaba con su tarea de ser el pegamento de la familia Storm.

-¿Erya no vendrá? -Preguntó, parpadeando rápido para contener sus lágrimas rebeldes.

Se apuntó la tarea de acercarse más a ella. Hacerla parte de la familia. No sabia si tendría el valor de preguntarle sobre las cosas que compartió con Nolan, con lo que Josie le había dicho tenía bastante para procesar.

Pero no quería que Erya estuviera sola.

-Romeo está enfermo desde ayer -dijo la leona a su lado-. No es nada grave, son los dientes. Está inquieto y molesto y Erya quiere que esté en un lugar tranquilo hasta que mejore. Pero envió saludos para todos.

Ava sonrió, el gesto débil. Inclinó su cabeza contra la de Talinda y permaneció con la mirada en el fuego que ardía lento, escuchaba los pequeños gruñidos de sus sobrinos, algún bufido eventual de Alice cuando estos mordían con demasiada fuerza su cola o sus orejas. La lejana conversación entre Byron y su cuñado.

Logró desconectarse de esas emociones que enegrecían su mente, ignoró aquellas cosas que una parte de ella le exigía que sus hermanos debían saber. Supo que la paz que los envolvía ahora era un tesoro, un regalo, que no podía arruinar.

Lejos, muy lejos, había alguien con su sangre, encerrada y sufriendo. Pero ya había enviado a un zorro a buscarla.

En la periferia, había una mujer que quería formar lazos con ellas, unirse a la familia. Todavía no sabía qué hacer al respecto, Ava nunca deseó tener cerca a sus padres, habría crecido de otra manera, tal vez Nolan seguiría vivo, no lo sabía. Pero toda la familia que Ava necesitaba estaba aquí.

Le había dejado a Josie su número y el permiso para escribirle cuando quisiera. Eso ya era un avance.

-¿Cómo es tu vínculo?

La pregunta alegre, curiosa e inesperada de Talinda la sobresaltó.

-¿Mi vínculo?

-Ujum, ¿cómo es? He querido preguntarte desde que me enteré, ¡me mordía la curiosidad! -exclamó bajito entre dientes-. Pero sabía que debía dejarte tu espacio y por mientras consolar a Byron.

-¿Byron lloró?

Ava echó una mirada furtiva a su hermano.

-Como un bebé -dijo por lo bajo-. No le digas que te dije. Nunca.

-Ya.

Byron soltó una risa ronca mientras pinchaba los trozos de carne con una larga vara de hierro con dos puntas que formaban una horquilla en el extremo.

-¿Y? -Talinda insistió.

Ava tomó aire.

-Tiene los colores de sus ojos.

Debió poner un poco más de entusiasmo en su voz. En su defensa, Ava seguía pensando en que aquellos hilos de luz eran un espejismo en su mente dañada. No creía que fuera algo posible, que ella pudiera tener algo tan puro, frágil, hermoso.

-Sus ojos son hermosos -murmuró con el pecho apretado por la emoción-. Su energía es áspera, fuerte, como algo inamovible.

«Algo que no me dejará ir con facilidad»

-Jamás pensé que lo tendría y menos con él -Ava hizo un esfuerzo por tragar el nudo que cerraba su garganta-. Temo acercarme.

Se atrevió a mirar a Talinda a los ojos. En ellos vio comprensión.

-¿Por qué? Deberías hacerlo. Se siente bien.

Agradeció que no siguiera profundizando más. Tras decir eso, el cuerpo de Talinda se tensó, luego se sacudió. Lo mismo sucedió con Byron.

El tigre detuvo la conversación de golpe y giró su mirada oscura hacia dónde estaban ellas.

-Oh, no querrás jugar con fuego mujer -masculló.

Las palabras salieron tensas pero tenía un brillo divertido en sus ojos.

Ava supo, entonces, que Talinda había hecho algo con su vínculo. La risa abierta y cálida de ella terminó por confirmarlo.

-¿Lo ves? -Inquirió, luego se incorporó sobre el tronco en el que estaban sentadas y miró a Ava-. Sirve para llamar su atención, y para muchas cosas más. -Su mirada fue perspicaz-. Es tuyo, no temas acercarte y tomar lo que quieres.

Con las mejillas repentinamente encendidas, Ava buscó el vínculo en su mente. Siguió y siguió, no se detuvo cuando apareció esa fuerza instintiva para frenarla como tantas veces sucedió desde que se formó, continuó incluso cuando su tigresa le advirtió con un gruñido.

Lo tocó, apenas rozando algo que se sintió como una fibra de luz azul, verde y ámbar. Suave y blando. Marshall se arqueó, como si Ava hubiese deslizado sus dedos a lo largo de su columna. La miró con una intensidad feroz que habría debilitado sus rodillas si estuviera de pie.

-A eso me refería, es instantáneo -la risa de Talinda se ganó una amenaza del tigre.

-Deja de influenciar a Ava -le acusó Byron-. La llevarás por el mal camino.

-No -Talinda tomó aire-. Y a ti te gusta este camino.

La expresión desarmada de Byron no tenía precio. El hombre sacudió la cabeza, resignado, luego volteó hacia el sitio donde Alice estaba echada, los cachorros intentaban trepar sobre su lomo con movimientos torpes.

-La comida ya casi está lista -informó-. Deberíamos llamarlos y hacer que regresen, Ava ¿podrías poner la mesa?

Ava asintió. Dejó la cobija doblada en el tronco, el aire frío mordió su piel.

Pero no por mucho tiempo. Marshall se movió y le puso su chaqueta verde bosque sobre los hombros.

-Dejatela, hace frío.

Ava obedeció solo porque sabía que Marshall llevaba otras tres piezas de ropa debajo del grueso suéter negro. Ella estiró una mano hacia su rostro, acarició con los dedos su barba recortada mientras volvía a tocar el vínculo. Marshall la tomó por las caderas. Su mirada salvaje y dorada.

-Está cambiando -Ava murmuró.

-¿Qué?

-El vínculo. Cuando lo toco, se estira y se vuelve suave, como si quisiera ser parte de mí.

Marshall sonrió, sus ojos volvieron a ser de esa mezcla de colores que le fascinaba.

-Déjalo ser parte de ti.

Confía en mí, decían sus ojos. La ternura del beso sobre su frente humedeció sus ojos.

Algo dolió dentro de ella, se sintió como una grieta.

«¿Podré dejarte libre?»

-Explora todo lo que quieras -susurró contra su piel, erizando cada parte de ella-. Lo soportaré.

-¿Seguro?

Marshall asintió. Besó sus labios con una lentitud que la sometió a su voluntad. Pero lo terminó demasiado rápido, y una sensación de vacío se perdió en medio del dulce sonido de su risa.

«¿Cómo podré renunciar a esto? Duele»

-Ve, o tu hermano me arrojará el atizador.

◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈

En el interior de la casa de Byron, Marshall cerró la puerta del refrigerador de golpe, se tensó cuando fue extrangulado por la cintura en un abrazo que le resultó familiar.

-Hola, cuñado.

El cántico de Alice le hizo sonreír.

-¿Ya no soy más el chico pizza?

Alice recargó su frente en el centro de la espalda de Marshall.

-No, oficialmente has sido ascendido a cuñado.

-¿Y esto es como un ritual de iniciación o qué?

La risa de Alice era apenas audible. Como si no estuviera acostumbrada a reír fuerte. Tenía cambios de humor bruscos, en un momento tenía una racha extrovertida y al siguiente se escondía en un caparazón.

Ahora, sin embargo, por la sonrisa que llegaba a sus ojos color miel para hacerlos brillar, Marshall supo que debía de estar bien.

Alejándose hacía la alacena superior, Alice comenzó a sacar los vasos.

-¿Ya planean la luna de miel?

Marshall rió por lo bajo. Todavía sostenía en sus manos el bowl con la ensalada mixta de verduras y huevos que Talinda le pidió llevar a la mesa.

-¿De qué hablas?

Alice volteó hacia él. Sus grandes ojos abiertos, su boca a medio cerrar formaba un diminuto círculo.

-Ups ¿sorpresa? -Rió, pero el sonido salió algo nervioso-. Tal vez no debería... -sacudió la cabeza, su ceño fruncido. Alice sacó el último vaso y lo dejó sobre la encimera de granito, luego giró completamente para apoyar la espalda contra el borde-. Da igual, ya metí la pata. Hoy fui a buscarla para decirle sobre la cena, la encontré en su habitación, estaba llenando una mochila con ropa. No pregunté porque pensé que era inadecuado ¡pero ya lo arruiné! -Su rostro enrojeció, Alice lo escondió entre sus manos.

Marshall no sabía qué pensar, qué decir. Estaba pasmado. Ava no le había dicho nada sobre un viaje, ¿tal vez quería mudarse? Sonrió ante eso, pero le temblaba el labio superior.

Dejó el bowl sobre la encimera y se acercó a la tigresa, limpió los restos de tierra y hierba en los hombros de la sudadera roja demasiado grande para su pequeña forma.

-Tranquila, no le diré que me dijiste.

Sus ojos asomaron entre sus dedos, brillantes, inocentes.

-¿En serio?

Marshall asintió. En su interior los viejos demonios se aplastaban unos a otros en su intento por tomar protagonismo.

-Ve, llevaré las ensaladas.

Alice dio un pequeño brinco y le dio un roce de labios en su mejilla. Luego acomodó los vasos en una fuente rectangular y salió al patio.

Ahora que estaba solo, Marshall dejó salir el aire que estuvo conteniendo. Pero la presión seguía ahí.

«¿Ava quiere irse? ¿Quiere dejarme? ¿Qué fue lo que hice? ¿Qué hice mal? ¿Por qué?»

Jadeó, estiró el cuello de su suéter a pesar de que no era lo que le oprimía la garganta. La saliva comenzó a acumularse en su boca, tragar era difícil, aún más lo era las pesadas emociones que se avivaban como las brasas viejas que no terminaban de morir. Quería entender, quería saber..., tal vez todo se trataba de un malentendido, tal vez ella iba a decirle esta noche que planeaba algo juntos.

Tal vez Ava no iba a dejarlo solo.

Suspiró. Su león gruñía ansioso. Necesitaba algo dulce. Fue al refrigerador y tomó un pastelillo de chocolate y crema, nadie se daría cuenta al menos que los tuviera contados.

Lo terminó en un bocado. El sabor no llegó a sus sentidos, se sentía plano, horriblemente vacío. Quería más.

La risa lejana de Byron lo alcanzó cuando acababa con el tercero, Marshall volvió en sí, cerró el refrigerador con ganas de golpearse en el estómago. «Patético ¿qué estamos haciendo?»

Llegó al sitio donde estaba la mesa de madera cubierta con un mantel floreado, dejó las ensaladas en el centro y se alejó hasta el borde del bosque con el pretexto de revisar mensajes en su celular.

Sintió un poco de calor abrigándolo. Marshall tragó un gruñido. «¡No quiero que me aplaques!» un segundo después ella estaba detrás de él.

-Marshall ¿estás bien?

«No»

-Sí, sólo estoy viendo unos mensajes de Patrick -mintió.

-¿Pasó algo? -Ava lo rodeó hasta ponerse frente a él.

Marshall no podía mirarla a la cara sin sentir el derrumbe de su corazón, así que continuó mirando la pantalla, los mensajes viejos.

-Vamos a comer -anunció Byron.

Se giró hacia el tigre, quien le sonrió desde la mesa, así también lo hizo el niño que cargaba con un brazo. El cachorro lo señaló con su dedo diminuto.

El nudo se disolvió. Pudo respirar con normalidad, un poco.

-Vamos.

«No sé si pueda controlarme. No sé si quiera controlarme»

La comida se enfriaba sobre la mesa.

Ava se sentó junto a él pero se sentía una distancia enorme entre los dos, como el gran espacio del cañón, algo frío y doloroso que alimentaba la incertidumbre que pesaba sobre sus hombros. Byron ocupó el sitio frente a él, Talinda estaba frente a Ava, Alice en un extremo, Harding y Nicky junto a Byron.

Dos sillas estaban vacías.

-Recemos -Byron tomó la mano de su pareja.

La familia se tomó de las manos.

Marshall apenas podía sentir la de Ava.

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