Capítulo 30



Cuando Ava abrió los ojos su tigresa ronroneaba en el fondo de su mente, por el nivel de luz natural que entraba por los ventanales, chocando con el resplandor dorado de la lámpara grande que había olvidado apagar antes de caer dormida, dedujo que faltaban un par de horas para el amanecer.

Debía ponerse en marcha, pero pronto se dio cuenta de que estaba atrapada. Expandió sus sentidos, olía a león, a hombre, a Marshall Lawrence. Una gota de pánico se derramó en su interior, pero se evaporó contra el firme calor de su cuerpo. Había una mano grande y pesada que sostenía su muslo con ávida posesión, pero no alcanzaba a tocar la piel expuesta, el hábil depredador se aseguró de cubrir solamente la parte superior que estaba cubierta por el corto pantaloncillo de dormir negro.

Sin embargo, la barrera de la tela no la protegía frente al calor que desprendía. Ava cerró con fuerza su mandíbula, obligándose a pensar, a preguntarse por qué había accedido a esto ¿sería que el cansancio había provocado que bajara la guardia y Marshall se había aprovechado de eso? El animal le gruñó una protesta, y esta vez, ella estuvo de acuerdo. Marshall no era la clase de hombre que sacaba ventaja de la vulnerabilidad de otra persona.

Girando apenas un poco, de reojo vio que él había dormido con la ropa puesta, y de seguro incómoda. Ava recordaba que la había levantado en brazos para sentarse en el medio de la cama y acomodarla en su regazo. En algún momento de la noche se habrían posicionado mejor. Él estaba ahí para obligarla a descansar porque sabía que después de lo que sucedió el día anterior no querría pegar un ojo.

Ava no estaba lista para enfrentar a su hermano en otro sueño, o pesadilla.

Pero, esta noche no hubo pesadilla. Solo un plácido descanso que convirtió sus huesos y músculos en gelatina. Apenas podía hacer que respondieran sus órdenes.

-No -Marshall murmuró, todavía dormido a medias, cuando ella quiso girar la cadera para rodar el cuerpo y alejarse-. Duerme.

Y acto seguido, su mano sujetó su cadera con tal firmeza que su corazón olvidó que podía latir de forma normal.

«Al diablo con no despertarlo»

Ava intentó zafarse de nuevo, entonces Marshall puso una nueva táctica al abandonar el contacto y subir su mano para dejarla a unos cuantos centímetros de su rostro y extenderla al borde de la almohada. Ava quedó más acorralada que antes, podía gruñir, podía arañar su brazo o empujarlo al suelo, pero no encontró la voluntad suficiente para hacerle daño y ese descubrimiento encendió una alarma en su mente.

-Por si lo has olvidado, tengo que trabajar y tú también.

Marshall se amoldó a su espalda y ella luchó por no llevar su cuerpo hacia atrás y profundizar el contacto. Puede que haya decidido tirar la toalla respecto a su venganza, pero la culpa que sentía no era fácil de eliminar.

Sentía como si Nolan le estuviese mirando con los ojos entrecerrados, juzgandole.

-¿A las siete de la mañana? -Él insistió, deslizó su muslo entre sus piernas. Ava observó, sintió este inesperado nivel de intimidad con cada fibra de su cuerpo-. Duerme.

Ava siseó, los últimos retazos de sueño abandonaron su cuerpo y pudo sentirse llena de energía otra vez. La suficiente para plantearle cara a un león que pretendía meterse en sus escudos por la fuerza.

-No me obligues a morderte.

Marshall ronroneó. Movió su mano para asir su barbilla con los dedos y girar su rostro, lento, suave, seductor. El brillo dorado de sus ojos le recibió cuando le vio el rostro, junto con una sonrisa perezosa que destruyó los pocos escudos que aún quedaban en pie.

-Te ofrezco mi cuello si quieres.

Su tigresa abrió la boca en una sonrisa felina que era todo dientes y placer.

«Traidora» bufó. Pero se levantó sin alejarse de él, el león estaba conforme con eso pues su brazo volvió a rodearle la cintura mientras ella se estiraba, despejando su mente con un largo bostezo.

Ava observó su habitación, las cortinas de los ventanales estaba descorridas, su anotador digital en modo de suspensión. Normal..., si no fuera por las esencias en el aire, finamente entrelazadas, que sugerían algo más que una simple visita.

Ella olía a él, su marca sensorial tardaría más tiempo en desvanecerse. La negativa de su animal interior la puso en una encrucijada.

-Arriba -ordenó, palmeando su brazo-. Tenemos que hablar.

Marshall lo retiró, acariciando sus muslos con las yemas de sus dedos. Fue adrede, pensó, pero saberlo no impidió que en su vientre se extendiera un revoloteo inquieto.

Arrastrándose hasta el final de la cama, Ava se puso de pie y fue hacia el escritorio para tomar una de las ligas negras con las que se ataba el cabello.

Un gruñido a su espalda.

-Déjalo suelto.

Ella no le hizo caso, se ató las rebeldes ondas naranjas en una coleta improvisada que seguía viéndose como un desorden. El silencio era incómodo, Ava se atrevió a girar, Marshall se había sentado, apoyándose con una mano en la cama, tenía una pierna flexionada hacia el pecho, el antebrazo descansando sobre la rodilla, los ojos entornados en una mirada afilada, dorada y salvaje, la melena tan revuelta como las emociones de Ava.

-Déjalo suelto -insistió, con una voz contenida que hablaba del depredador interno.

-¿Por qué? Es un lío.

Ella debía arreglarse pronto.

Marshall se encogió de hombros.

-Me gusta suelto.

El calor se extendió hacia sus mejillas. «Tiempo» se dijo «Necesito tiempo» necesitaba pensar. Por lo que, ignorando los intentos de Marshall por sacarle alguna palabra de lo que había planeado hablar, Ava fue hacia el armario y buscó algo de ropa en su interior. Sosteniendo unos vaqueros ceñidos, una camiseta de tirantes negra y otra camisa de manga larga roja, Ava cerró las puertas y fue hacia la cama para coger sus botas debajo.

No fue capaz de mirarlo otra vez cuando quiso entrar al baño.

-Realmente me sorprende este repentino acto de timidez.

Sintiendo despertar su propio temperamento, Ava lo encaró, sus ojos volvieron a ser ese matiz de azul verdoso con pinceladas de ámbar alrededor de las pupilas, hermosos, desafiantes y confiados, tan confiados. Pero ella sabía algo más al verlo, el hombre había refrenado los instintos del león, los empujó tan profundo que bien podría hacerse pasar por un simple humano.

-Lo contuviste -murmuró sorprendida.

Marshall asintió.

-A veces puede ser un poco inoportuno.

-¿Solo un poco?

Marshall rió.

-Puede que más que eso -su risa se apago de forma brusca, sus ojos se volvieron duros sobre ella-. Pero, ver que no confías en mi para cambiarte de ropa en mi presencia; teniendo en cuenta que la desnudez nos es natural, es un golpe que no esperaba sentir con tanta fuerza.

La rigidez de sus músculos decía mucho sobre sus emociones, pero su voz seguía siendo dócil, suave, ocultando lejos de ella cualquier cosa que estuviera sintiendo.

Ella lo entendía más que nadie, pero...

-¿Puedes culparme?

Lo último que Marshall perdió fue su sonrisa.

-Honestamente, no. Pero admitir y entenderlo no hace que duela menos.

Tras decir eso, Marshall se arrastró hacia el otro lado de la cama, poniendo distancia.

-Iré a tomar un poco de aire fresco -dijo, yendo hacia el ventanal abierto-. Golpea con una garra cuando quieras hablar.

Ava lo vio alejarse entre los arbustos. Soltando las botas que cayeron con un ruido sofocado por la alfombra, Ava llevó un puño al pecho, su garganta se anudó, era como si su cuerpo quisiera sentir las emociones pero no entendía como liberarlas.

Ella reconoció la más familiar de todas: culpa. La necesidad de abrazar esa emoción clavó sus garras en ella.

«La vida es demasiado corta y valiosa como para llenarla de rencor» las palabras de Gala llegaron a la superficie, tocando su consciencia y aquel núcleo en su mente que habían torcido, dañado. Bien, admitió, ella le había hecho daño a Marshall, pero ¿Cómo podía seguir a partir de ahora? ¿Cómo podía saber si él era capaz de confiar verdaderamente en ella? Porque ese era el problema que erosionó su relación lo suficiente como para soltar chispas y alimentar un incendio. Marshall no le confió sus sospechas sobre Nolan, no le advirtió, supo de antemano lo que podría suceder, que su mundo se derrumbaría de golpe y no le dijo.

Si lo hubiera hecho, tal vez ella habría podido palear el dolor, la rabia y la decepción por lo que su hermano hizo. Pero no fue así, Marshall no soltó una sola palabra hasta que fue demasiado tarde y eso la hirió a un nivel tan profundo que todavía seguía recuperándose.

Este hombre iba a ser el que ella elegiría para vincularse, y un vínculo requería de confianza absoluta.

Pero ahora le pedía una segunda oportunidad, se lo había mostrado con acciones, con lealtad, pero ella se había habituado a la desconfianza, era algo instintivo, algo mucho más antiguo que venía desde su infancia. No aprendió a confiar en las personas ajenas a su pequeña familia, los celadores del recinto no se lo permitieron.

Mientras le daban dulces en una mano, con la otra escondían un golpe.

Pero Ava resistió, tenía suerte de poder establecer relaciones sanas en la coalición, sin embargo ¿sería capaz de tenderle la mano de nuevo a Marshall o se echaría a correr en la dirección contraria?

«Mi hermanita no es ninguna cobarde»

Una suave sonrisa, que no mostraba nada de alegría sino una sensación de amargura, tironeó de sus labios. Nolan le había dicho eso años atrás, antes de que llevara a la familia ante Patrick para pedir unirse a la coalición. Ava estaba a punto de abandonar el curso de entrenamiento para el puesto de agente en la asociación anti cazadores, pero Nolan con su sonrisa fácil y sus manías de cruzar constantemente los brazos, le empujó a seguir, a enfrentar las dificultades, a romper cada pared ya sea física o intelectual con la fuerza de lo que ella era, una tigresa.

-Por supuesto -farfulló, quitándose el pantalón corto con prisa-. Ava Storm no es ninguna cobarde.

Terminó de ponerse la camisa roja sintiendo un nudo de anticipación en su interior, su pecho temblaba, mezcla de miedo y vergüenza. Admitir sus errores era lo más difícil, se le daba fatal, tenía un orgullo después de todo.

Sacó las garras frente al ventanal corredizo, luego las escondió sintiéndose tonta.

Salió al frío exterior, dio unos cuantos pasos y lo llamó. El aliento se le atacó en la garganta cuando lo vio salir de entre los árboles, había ido más lejos de lo que esperaba, y su andar era tan ágil y resuelto como el de cualquier depredador. Ella olvidó lo que sucedía en su interior, su corazón debilitado, su cuerpo deteriorado.

La brisa jugaba con esa larga melena que le llegaba más allá de los hombros, y sus ojos destellaban con poder y necesidad. Hasta este punto, Ava no entendía cómo este hombre podía afectarle tanto, era un león como cualquier otro, apuesto a su modo, pero parte de ella sabía que no se mostraba de esta forma frente a ninguno de sus compañeros de coalición, con esa necesidad y deseos tan abiertos, tan expuestos.

Cuando por fin se detuvo a un par de pasos de distancia, la tigresa de Ava empujó hacia adelante, como recordándole que debía seguir respirando. Y lo hizo, llenando sus pulmones con ese cálido y embriagador perfume masculino. Casi no podía pensar, su mente iba a ponerse en blanco..., hasta que Marshall compuso una sonrisa arrogante y encendió su temperamento.

-Una tregua -dijo, y se sintió al borde de un precipicio, estirando un pie al vacío-. Volveremos al principio.

Una punzada de culpa en su corazón, no podía evitarlo, era algo imposible. Sentía culpa y rechazo hacia sí mientras imaginaba la idea de volver a tenerlo a su lado, a tocarlo, a sentir su apoyo cuando los monstruos de sus pesadillas volvieran a arrastrarla al recinto. Culpa y miedo, porque este hombre empujó a Nolan a su muerte, y aunque sabía que había justificación, el dolor era el mismo. Sin embargo, su hermano no era un ángel, lo que hizo empañaría por siempre la imagen que Ava tenía de él.

-Esto no quiere decir que haya olvidado lo que hiciste -continuó, cerrando un puño con fuerza. Marshall tenía que entenderlo, tenía que saber cuánto dolió que la mantuviera lejos de sus sospechas, incluso para protegerla del dolor mismo-. Pero entendí que no puedo vivir con esto. -Con la voz temblorosa y desnuda, Ava lo miró a los ojos-. No si quiero sobrevivir... -Sabía que tarde o temprano terminaría derramando sangre, pero pretendía que fuera después de cumplir sus promesas-. Si quieres que vuelva a confiar en ti, no vuelvas a dejarme afuera. Dime tus dudas, tus miedos, tus sospechas, si encuentras algo compártelo conmigo incluso si eso me hace sufrir.

Sentía la garganta ardiente, los ojos humedecidos y la boca reseca, el corazón demasiado blando, demasiado agitado.

Como el animal que daba vueltas en su interior.

Él no respondió, y se hizo un tortuoso silencio a su alrededor, a pesar de la brisa que movía las copas de los árboles, los inquietos revoloteos de las aves. Marshall sostuvo su mirada con los ojos dorados del león, su rostro estaba en calma, su cuerpo extrañamente relajado. Pero Ava sabía que sólo estaba viendo la superficie.

Un asentimiento ligero y entonces, se movió. Cerrando una mano alrededor de su muñeca, Marshall tiró de ella contra su cuerpo al tiempo que con la otra mano aferraba su nuca ejerciendo una ligera presión. La tigresa de Ava dejó de dar vueltas, sorprendida y confusa por la situación, un segundo antes estaba libre, y ahora estaba bajo un agarre tan firme y posesivo que la desconcertaba.

Como el repentino dolor que inundó los ojos de Marshall con un brillo tenue.

-Acepto las condiciones -murmuró, dio un lento y muy felino parpadeo.

Un nudo de anticipación se instaló en el pecho de Ava. Pero nada pudo haberla preparado para la forma en que él reclamó sus labios, no existía una manera mejor de definirlo, era un reclamo abierto, puro y duro, un contacto cargado de pasión, fuerza y un incontrolable anhelo. Los labios de Marshall se sentían suaves, condenadamente húmedos y su calor se sentía abrasivo, como una hoguera en la que Ava no podía incinerarse, sino prevalecer.

Todo resquicio de enfado se desvaneció en medio del contacto, cualquier réplica que pudiera haberle dado por haberla acorralado de esa forma quedó sepultada bajo la turbulenta sensación. Hasta la violencia instintiva pareció apaciguarse.

Cuando Marshall decidió dejarla libre, lo hizo tirando de su labio inferior mientras deslizaba la punta de su lengua para apenas tocarlo, el roce la hizo temblar.

-Santo Dios -gruñó-. Extrañaba robarte un beso.

Porque no era el primero, Ava logró pensar luego de recomponer su cordura, su cuerpo lo recordaba. El primero fue dulce y breve, este había sido desaforado, áspero e increíblemente cautivador.

Ava empujó el puño libre contra su pecho y se encontró con su solidez. Marshall era un hombre grande.

-Marshall...

Con los ojos todavía nublados por la pasión del contacto, Marshall sonrió.

-Dijiste que volvíamos al principio. Tengo derechos sobre ti.

Lo que implicaba que podía volver a tocar, a acariciar...

-Pero yo no dije nada sobre...

-Está en la letra chica del contrato -cortó, ampliando más esa sonrisa de suficiencia-. Puedo leer entre líneas.

Ava recuperó su fuerza y le gruñó.

-Borra esa sonrisa. No es como si hubieras ganado.

Marshall entornó sus ojos sobre ella, dos delgadas rendijas que ocultaban un brillante color dorado.

-Hazlo tú -le desafió. Y al ver que era demasiado orgullosa como para dar el siguiente paso y acariciarlo sin culpa, Marshall deslizó su mejilla por el contorno de su cabeza-. Lo suponía -murmuró.

Luego de inhalar su aroma y besar su sien, un corto timbre los interrumpió. Gruñendo una maldición, Marshall soltó su muñeca y sacó su teléfono desde el bolsillo trasero de sus vaqueros.

Luego de apartarse un poco para ver la pantalla, frunció el ceño.

-Un mensaje de voz -murmuró-. Patrick nunca envía mensajes de voz.

Ava se tensó, pero en ese instante Marshall comenzó a trazar círculos con el pulgar en el inicio de su mandíbula, aquello la estabilizó cuando reprodujo el archivo de voz.

-Lamento interrumpir su tiempo de acicalado mutuo -la voz de Patrick escondía algo oscuro debajo de ese matiz divertido-. Pero los quiero en mi oficina lo mas pronto posible.

Ava sacudió la cabeza.

-Acicalado..., mutuo... ¿Cómo es que...?

Frenética, empezó a escudriñar los alrededores. Marshall soltó una risa profunda.

-Los vínculos de sangre, querida, a veces dicen más que sólo el estado de salud.

Ava sentía el calor en sus mejillas. Un calor que se convirtió en algo líquido y espeso en su sangre cuando Marshall le ofreció una sonrisa ladeada, muy felina y se apartó definitivamente.

Pero tiró de ella otra vez, con gentileza.

-Terminaron los juegos, es hora de trabajar.

Ava logró zafarse, se excusó un momento para ir al baño, se echó agua fría en la cara para mitigar el rubor, luego hizo lo que pudo para ordenar su cabello y rehizo la coleta. Se veía más presentable, como si tuviera todo bajo control. Lo cual era una gran mentira, pero nadie podría saberlo.

Luego de salir del baño, Marshall abrió la puerta hacia el pasillo. Ella hizo cuanto pudo para no gruñirle, el gesto había sido premeditado, una exhibición de dominio y poder que declaraba sus intenciones sobre ella, que iba dirigida a cualquiera que estuviera cerca.

Pero desgraciadamente para el león, el pasillo estaba casi vacío.

Kenny, el líder de las patrullas, venía en el sentido contrario.

Cuando Ava alcanzó a Marshall, este pasó un brazo alrededor de su espalda apretando su cuerpo contra él y dejando la mano en su cintura. Otro alarde de poder, de posesión, una descarada exhibición que fue acompañada por una dura mirada cuando Kenny puso sus ojos en Marshall, y luego en Ava. El otro león se encogió de hombros, extrañado por el inesperado comportamiento del lugarteniente.

Luego, se dio cuenta. Y abrió los ojos.

El tiempo de reacción de Kenny era muy lento.

-Buenos días -los saludó Kenny al pasar, tenía una sonrisa arrogante en el rostro-. Procuren contenerse un poco, por los niños y los jóvenes.

-Pierdete Kenny -Ava gruñó.

No estaba de humor para que sus compañeros de coalición comenzaran a bombardearla con un incesante Te Lo Dije.

Una vez que dejaron atrás a Kenny, Ava empujó a Marshall y reclamó algo de espacio para sí.

-¿Podrías controlar a tu león?

Él le dio una mirada de reojo.

-Pídeme que afeite mi melena y comience a ladrar -un encogimiento de hombros-. Tampoco funcionará.

-¡Haces que me arrepienta!

Marshall alargó el brazo y Ava sintió un tirón, su cabello se expandió en la caída hacia sus hombros. El condenado león había cortado su liga con una garra.

-¿Estás escuchandome?

La mirada de absoluta satisfacción derritió cosas en ella.

-Me gusta suelto.

-Concéntrate, tenemos una reunión.

Un segundo después, antes de ingresar a la sala común, el cuerpo de Marshall se tensó por completo. Ava lo hizo poco después, cuando descifró lo desconocido. Los olores eran débiles, pero estaban ahí.

-Micah, y dos extraños -Marshall murmuró.

Todo rastro del hombre que jugó con ella desapareció, su semblante era el de un cazador.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top