Capítulo 24
Marshall seguía teniendo una punzada en el estómago después de la cena ligera que Alexander preparó especialmente para él, el menú de su familia era sin duda mucho más generoso y Eve se dio cuenta de eso regañando al cocinero como si fuera uno de los cachorros de su enclave.
La fiereza de Eve no era fácil de contener. Y cuando ella le recriminó que no sabía alimentar a su hijo, Alexander, por primera vez, le desnudó los colmillos a un huésped. Pero Marshall le dio una mirada, deteniendo lo que sea que estaba por salir de su boca.
Pocas cosas podían enfadar al león rubio, pero que alguien se metiera con los cuidados alimenticios que ofrecía a sus compañeros de coalición era algo inaudito para él. Suerte que también fuera comprensivo, y no solo arrogante. Aunque ahora que estaba pasando por su período fértil tal vez estaba entendiendo algunas cosas.
Como el instinto materno de Eve.
El mismo que durante toda la cena lo sintió mordiendo sutilmente, como una advertencia de que había algo peligroso cerniendose sobre él. Maeve tenía una fuerte coraza de acero que protegía un corazón dulce, una voluntad feroz y un instinto letal para cualquiera que se atreviera a enfrentarla. Cualidades que la ubicaban en la misma categoría que Patrick, Gala y Evan.
Maeve era una leona alfa.
Y había venido específicamente para reclamar a su hijo. El león de Marshall no había hecho más que gruñir y quejarse toda la noche, tan inquieto que quería rasgar cualquier cosa que tuviera al alcance.
Pero ni Maeve ni sus hermanas tocaron el tema del historial médico que fue abierto sin permiso directo. Y eso, para Marshall fue tortura adrede.
Ahora, sin embargo, él quería un momento de paz. Sabía que no lo tendría desde el momento en que no encontró a Chelsea en el salón comedor. Y terminó por confirmar la teoría apenas abrió la puerta unos centímetros.
-¿Qué demonios haces aquí? -Gruñó cerrando la puerta de su habitación con cuidado detrás de él.
Sus compañeros podrían oírlo a distancia, pero un golpe fuerte los haría ponerse curiosos y eso no era algo con lo que le gustaría lidiar en este momento.
Sentía una nueva clase de furia enredarse con el cansancio, arrastrándose a lo largo de su cuerpo, clavó la mirada en esos ojos verdes que lo observaban con resuelta curiosidad y ánimo.
Chelsea estaba sentada en el sillón, las piernas abiertas, los talones uniéndose mientras los apoyaba cerca del borde, la espalda hacia atrás y los brazos cruzados al pecho. Su figura oscurecida por las sombras de la noche, pero podía verla de otra manera, con otros sentidos, él la percibía. El animal en su interior, la cazadora dentro de ella lo esperaba.
-Oh vamos, cariño, deja ese ceño fruncido y dame una de esas sonrisas patentadas tuyas.
Marshall gruñó, fuerte.
-¿Cómo entraste?
Él espero ese movimiento, ese giro en sus ojos cuando se encontraba con algo obvio.
-Te conozco desde que eras un crio de trece años, si no hay una puerta abierta, hay una ventana.
Chelsea inclinó la cabeza al ventanal de doble hoja.
-No estoy de humor para tus juegos. Vete.
Chelsea hizo un pequeño gruñido agudo que en otro momento habría sido adorable.
-No. No quiero, estoy demasiado emocionada. -Un chillido breve-. Estaba esperando encontrarme contigo desde que lo supe.
Eso lo tuvo deteniéndose junto a la cama y volteando hacia ella otra vez. Ojos brillantes que se volvieron un par de discos dorados en medio de la noche.
-¿Saber qué?
Chelsea inclinó el cuerpo hacia adelante.
-Encontraste a una. Birdie lo intuyó pero uní las piezas en su lugar y cuando te encontré supe de inmediato que había alguien. Dios, nunca había sentido tantas ganas de saltar lejos de tu león, literalmente quería lanzarme un par de arañazos.
Sosteniéndose el puente de la nariz, Marshall trató de darle sentido al torbellino de palabras.
-¿Es ella?
-¿Quién?
-La pequeña pelirroja de mirada dura y mal genio, es ella ¿cierto? ¿Es ella?
Chelsea juntó las manos a medida que su voz iba haciéndose más aguda por la emoción.
-Oh por Dios -Chelsea se cubrió la boca-. ¡Si es! El pequeño Marshall está enamorado, ¡esto es emocionante!
-No hay nada entre ella y yo -él puntualizó, la furia lo mordía junto a su león al decir eso-. Ahora, quisiera dormir al menos un par de horas esta noche.
Chelsea inclinó su cabeza hacia un costado, sus ojos volviendo al penetrante color verde.
-¿De qué hablas? Claro que hay algo entre ustedes, cuando te abracé sentí algo peligroso en ella y supe de inmediato que no debía tocarte.
-Innecesario.
-Oh no, debía hacerlo. Quería confirmar la teoría, entendí esa mirada. -Una escalofriante sonrisa se formó en su rostro-. Ella quería arrancarme de tus brazos para ponerse en mi lugar.
-Ahora dices tonterías -pero había una nota de esperanza en su voz.
-Por supuesto que no, créeme conozco los celos femeninos, y esa mirada era justo eso.
Marshall guardó silencio y se dedicó a cultivar su actitud gruñona y enfurecida, aunque por dentro no sabía por qué tenía esa extraña sensación de seguridad, confianza. Como si Chelsea le hubiese confirmado lo que ya sospechaba y Ava se negaba a admitir.
-Vete -suspiró-. Por favor.
Chelsea juntó las rodillas y las rodeó con los brazos, parpadeó hacia él, las delicadas pestañas revoloteando con falsa inocencia.
-Voy a ayudarte.
-No.
-Ese tono no funciona conmigo y lo sabes. Además, debes admitir que me necesitas.
«Ni por un segundo»
-No tienes poderes mágicos, Chelsea, y nunca los has tenido.
-Eso es una maldita mentira mezquina porque no crees en ellos.
-¿No tienes otra cosa mejor que hacer? -Gruñó él.
-No desde que Johnny me prohibió el acceso a su cama -un dejo de lamento en su voz y después volvió a atacar-. Acostúmbrate, nos tendrás aquí por un largo tiempo.
Corriendo las sábanas, se sentó en el borde de la cama y la miró.
-Habla.
Chelsea tomó una respiración profunda con los ojos cerrarlos, y luego al volverlos a abrir y soltar el aire despacio, su expresión cambió. Pasó de ser la vibrante chica que amaba el chisme a la mujer determinada que estaba a cargo del sistema de seguridad en el enclave de Aberdeen.
-Ma'eve tenía intenciones de venir desde hace tiempo -dijo, su voz apenas por encima del rango de audición normal-. ¿Crees que te ha dejado por tu cuenta todos estos años? -Un chasquido con la lengua-. Ella ha observado la coalición desde que mencionaste haberla creado.
Había tenido ese pensamiento también, pero quería creer que Maeve por fin había aceptado su independencia. Al parecer, para Eve, Marshall seguía siendo aquel niño al borde de la inanición de trece años que encontró devorando un conejo en el bosque de su territorio.
-Ve al punto -insistió. Le avergonzaba ese lado de él, la parte primaria de su naturaleza que lo mantuvo con vida.
Chelsea soltó un bufido, algo parecido a un siseo felino.
-El enclave no está bien. La imagen pública está por los suelos desde que ocurrieron esos asesinatos.
La tensión se adueñó de Chelsea, no más brillo divertido en sus ojos, no más amabilidad en su voz, solo una amarga decepción y oscuridad violenta. Algo que se podía saborear en el aire, sentir. Y él sabía por qué.
Tres años atrás, antes de que la coalición fuera expulsada de su primer territorio por un clan rival, en el otro lado del país la tranquila ciudad de Aberdeen fue sacudida por una serie de asesinatos horribles. Siete mujeres, todas ellas humanas, en un período de tres meses, las pistas apuntaban a garras y colmillos y un salvajismo inhumano, una violencia aberrante, por lo que rápidamente los cambiantes estuvieron en el centro de atención. Y como aquellas pistas daban un perfil estrictamente felino, el enclave y sus doscientos veinte miembros estuvieron en la mira de la policía durante las investigaciones.
Fueron meses muy duros para Eve y Jeff.
-¿Condenaron a los culpables?
-Sí, se pudrirán en la cárcel, desafortunadamente.
Chelsea sacudió la cabeza, su mirada de repente sombría. Ningún cambiante querría dejar vivir a quienes arrebataban vidas sin motivo, y cuando había semejante brutalidad en los hechos quedarse al margen de la ley humana se volvía casi imposible. No los culpaba, él tampoco querría eso de estar en la ciudad, habría cazado a los cuatro linces, hacerles conocer el terror, convertirlos en presas de la misma forma en que convirtieron a esas mujeres inocentes.
-Maeve está reconsiderando alejarse de Aberdeen, los humanos están alterados.
Incrédulo, Marshall frunció el ceño hacia la leona.
-No puede hacer eso, ella creció ahí, conoció a Jeff ahí.
Abandonar las cosas, darle la espalda a los problemas, ese no era el estilo de Eve.
-Ya no hay opciones, cariño, es eso o ser aplastados por el enclave de Hoquiam. -Un destello de poder y colmillos.
Ese grupo había crecido exponencialmente en agresividad y números, buscaban expandirse hacia Aberdeen, Eve lo permitiría de no ser porque exigían exclusividad para ellos y que los cambiantes residentes en el territorio les pagasen a ellos por su protección y no a al enclave de Eve. En palabras más comunes, se trataba abiertamente de un reclamo territorial que podría conducir a ambos enclaves a un enfrentamiento.
Al león de Marshall no le gustó la idea. Quería saltar en frente para comerse a cualquiera que se atreviera a tocar a su madre.
Un movimiento que sin duda ella no permitiría.
Marshall entendía la situación, quería hacer algo para ayudar, pero el enclave de Maeve estaba contra las cuerdas y sin salida. Le recordaba mucho a una situación que ya había vivido.
«No..., no puede ser posible» pensó pero inevitablemente la pregunta le pinchó la cabeza exigiendo atención, la rabia volvió a apretarlo desde adentro. No podía ser posible que una organización cambiante tan limpia como el enclave fuera empujada a tomar medidas extremas, como Gold Pride hace unos años atrás.
Demasiadas coincidencias.
¿Y si todo se debía a un modus operandis? Era lo mismo que Nolan hizo aquí, manipular las piezas en favor de desconocidos ¿y si el enclave de Hoquiam había enviado a los asesinos para que la opinión pública acorralara a la gente de Maeve?
-De todas formas, no puede. -Sacudió la cabeza-. Es como darles la razón, es inaudito.
Por primera vez desde que la había vuelto a ver, Chelsea lo miró con seriedad.
-El enclave no se trata del territorio, sino de los lazos y vínculos, lo sabes. Sucede lo mismo en tu coalición.
-Sí pero...
-Es momento de cambiar de aires -un ligero encogimiento de hombros-. Maeve y los demás necesitan un lugar seguro.
-¿El resto está de acuerdo?
Un breve asentimiento. La situación era seria, la decisión estaba tomada.
Si el resto de los alfas del enclave estaban de acuerdo, entonces no había nada que hacer. Maeve era demasiado valiosa dentro de la estructura como para oponerse a ella.
Esa era la diferencia con los enclaves, mientras que en los clanes y coaliciones el liderazgo estaba a cargo de un par de personas, en los enclaves sucedía lo contrario, había un grupo de alfas que atraía personas hacia ellos y se apoyaban unos a otros, sin rivalidades.
Maeve y Jeff estaban en el centro, como los fundadores, alrededor había otros cinco alfas acoplados y un sexto sin pareja, en el exterior se encontraban el resto de sus miembros.
-Tendré que hablar con Patrick al respecto -dijo, pasando una mano por la melena que Maeve había arreglado cuidadosamente, casi como una ofrenda de paz después de la cena, algo falso dado que ella no lo dejaría libre hasta saber la verdad-. Pero me seguiré negando a esa decisión.
Chelsea movió un hombro.
-Como sea. Hay tierras que se liberarán en cuestión de meses, Maeve y los demás las comprarán y estaremos cerca de Gold Pride para el próximo año. Por supuesto, ella no hablará con tu alfa de inmediato, solo está aquí para asegurarse de que estás bien.
Chelsea se puso de pie, Marshall entró en alerta, esta leona que desconocía la palabra vergüenza podía hacer cualquier cosa para llevarlo hasta el borde y usar su frustración y enojo para divertirse. Pero Chelsea no saltó a su cama esta vez, sólo estuvo de pie observando la vista de la noche por el ventanal.
-Huh..., tienes muchas cosas que resolver -dijo en voz baja-. Prioriza tu relación con esa tigresa, voy a ayudarte.
-No es necesario -dijo él entre dientes.
Chelsea dejó salir un gruñido frustrado.
-Entonces me quedaré a observar -ella se movió hacia los ventanales-. Tal vez encuentre a un león menos nervioso que Johnny.
Luego de comprobar que Chelsea realmente se había ido, Marshall dejó salir el aire de una sola vez y golpeó la pared, cuestionando lo que estaba sucediendo. Primero la enfermedad de los lobos, luego organizaciones pequeñas estaban siendo atacadas, expulsadas, eliminadas... ¿Por qué? No estaba seguro.
Marshall se fue a dormir pensando en que había una conexión entre el intento de expulsión de Gold Pride y lo que ocurría en Aberdeen, sería demasiado si lo que pasó con la familia Dawn también estaba vinculado.
◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈ ◈
A la mañana siguiente Marshall bajó de la camioneta al frío exterior, de reojo vio como el malhumorado leopardo de las nieves se estiraba y tomaba una larga bocanada de aire fresco. El frío le erizaba la piel a pesar de estar bien abrigado con una gruesa chaqueta de cuero marrón, pero Dima no temblaba.
«Suertudo»
Un súbito sonido de tripas, contuvo un gruñido que aumentó a medida en que Dimael acababa con la última galleta de chocolate y pasas, la última de una docena que no quiso compartir con él durante el viaje al pueblo. Marshall tuvo que conformarse con las de avena, miel y manzana que Dima le dio, cortesía de Alexander.
-Sigo pensando que estamos perdiendo el tiempo -dijo Dimael, las palabras sofocadas con los trozos de galletas en su boca.
Marshall suspiró junto a él, guardó las manos dentro de los bolsillos.
-Mientras haya una posibilidad, hay que explotarla.
Dimael le echó una mirada escéptica.
-Viejo, ¿te has escuchado a ti mismo? Hablas de encontrar una dirección de correo en una maldita zona de construcción, eso no tiene sentido.
-Te conviertes en un ser odioso cuando no duermes bien.
-Habló el que hace berrinches cuando alguien no comparte su comida con él.
Marshall estrechó la mirada sobre Dima.
-No me obligues a cerrarte la boca.
-Huh..., inténtalo si puedes.
Un chasquido de dientes.
-¿Tienes el dispositivo configurado?
Dimael rodó los ojos.
-Por última vez, sí. Joey hizo quince pruebas antes de entregármelo.
-Bien.
Marshall estaba nervioso. Su león ansioso. Su boca salivaba en exceso y necesitaba algo para mantenerla ocupada, fuera comida, o un par de labios que estaban fuera de su alcance.
En este momento él no tenía ninguna opción.
«Maldita sea»
-Vamos, déjame hablar a mí y todo irá bien.
La boca de Dimael se abrió en un largo bostezo.
-Quiero dormir -se quejó.
-Después.
Marshall le quitó el gorro de lana azul exponiendo la fina capa de cabello que brillaba en tonos dorados con la luz del sol, ahora sin embargo, el sol todavía no salía y el cabello de Dimael permanecía oscurecido.
-Dame eso -demandó con un ceño fruncido.
Marshall lo esquivó un par de veces aprovechando la diferencia de altura, pero Dimael dio un salto y se lo arrebató con un siseo.
-A ti te gusta el frío.
-Para nosotros, diez grados es un problema molesto.
-Entonces, ¿por qué llevas esa cosa?
Dimael movió un hombro y comenzó a caminar hacia el sitio de construcciones.
-Apariencias...
Del bolsillo sacó el teléfono programado con una extensión wifi y lo encendió. La idea de eso era enlazar la mayor cantidad de dispositivos posibles. En pocas palabras, Dimael en una antena de Internet gratuita.
Pero había un propósito, según Joey los servidores de correo más avanzados tenían un sistema de seguridad que vinculaba las cuentas con el dispositivo en el que eran creadas, surgió como una forma de combatir el exceso de cuenta, sin embargo, ahora era un poderoso método de rastreo. Por la noche Joey había logrado encontrar el código de quince dígitos de la cuenta de Hedwing, el mismo estaba unido a la dirección IP.
Así que si esa misma dirección IP se conectaba a la extensión de Dimael, tendrían una base sólida con la que Joey podría trabajar. El león podría incluso encontrar datos sobre el comprador del dispositivo, y con eso, la identidad de Bobby Hedwing.
-Hay algo raro -Dimael murmuró, echando una mirada discreta.
Había hecho una exploración con sus sentidos, y parecía tentado a usar la habilidad de sigilo para ir a husmear en los alrededores. A medida que caminaban por las improvisadas calles de tierra que serían las vías de la zona comercial del pueblo, Marshall abrió su sentidos. Los olores que percibió eran extraños, todos cambiantes.
Por ley, términos de trabajo pesado, las constructoras no podían tener mano de obra exclusivamente cambiante. No sólo porque era injusto con los humanos que necesitaban trabajo, sino porque se buscaba disminuir la explotación.
La fuerza de un oso o un león era un recurso barato y útil para obras de construcción, mejor que diez humanos.
-Hay al menos ciento ochenta cambiantes y cincuenta humanos -dijo Dimael, sorprendiendo a Marshall por la rapidez de sus cálculos, luego hizo chocar los dientes-. Adivina quienes ocupan los puestos de supervisión.
Marshall compartió una mirada discreta con el leopardo de las nieves, entendiendo lo que dijo entre líneas. Encontrar irregularidades no era un buen comienzo si intentaba formar conexiones.
No podían ignorar la ley, se preguntaba si el alcalde había investigado al equipo constructor antes de contratar.
-Mano de obra cambiante y barata, ¿podemos denunciar esto? Quiero preguntar cuanto le pagan a cada uno de ellos por romperse la espalda cargando material pesado.
-No somos inspectores -Marshall lo empujó de forma sutil-. Debemos tener buenos términos.
-Sugieres pasar por alto la ley.
-Seguir nuestras prioridades.
Marshall bajó la voz cuando de reojo vio a un joven acercándose a ellos. Era humano, delgado y más bajo, vestía una sencilla camisa celeste, el color desgastado, pantalones grises color beige y zapatos oscuros. No parecía estar afectado por el ambiente frío, cuando se detuvo a un par de pasos y le extendió la mano, su altura apenas le llegaba a la barbilla.
-Grayson Hedwing -se presentó-. Para servirle.
Marshall estrechó su mano.
-Marshall Lawrence, lugarteniente de Gold Pride.
-Es un placer conocerlo -Grayson sonrió, un brillo juvenil en sus ojos oscuros cuando se dirigió a Dima-. Y ustede debe ser...
-Dimael Lancaster -dijo, moviendo un hombro-. Teníamos entendido que nos recibiría el señor Hedwing.
Marshall le envió una rápida mirada de advertencia que él ignoró.
«¿Todos los leopardos de las nieves son así de insolentes?»
-Tiene razón -Grayson se inclinó con respeto, luego al incorporarse se arregló el cabello negro con una mano-. En nombre del director de la compañía les ofrezco disculpas, ha surgido un inconveniente que requería su presencia de manera urgente, así que me ha dejado a cargo de su recorrido. Por favor, no duden en hacer las preguntas que necesiten.
Dimael formó una sonrisa afilada, casi burlona y triunfal cuando miró a Marshall, un letrero de "te lo dije" brillando en sus ojos grises.
-¿Dustin no estará disponible el día de hoy? -Marshall preguntó.
El joven humano frente a él sacudió la cabeza en una negativa que frustraba al león de Marshall. Podía ser una coincidencia que Dustin no estuviera presente en su visita, o tal vez era un movimiento premeditado teniendo en cuenta que los rumores de la presencia de cazadores ya habían alcanzado al pueblo.
Sospechoso, sí. Pero seguía sin tener pruebas concretas.
«A Ava no le gustará esto» se lamentó, ambos siguieron a Grayson hacia una de las construcciones. Había perdido todo interés en el lugar. En lo que duró la visita y el viaje de regreso, Marshall pensó cómo usaría este inconveniente a su favor para acercarse a la tigresa.
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