Capítulo 23



La tigresa de Ava gruñia con tanta fuerza que sentía un leve pero molesto zumbido en los oídos, su piel tensa, su cuerpo caliente, el pelaje moviéndose de bajo como un susurro apremiante. Las turbulentas aguas de violencia habían reaccionado cuando esa leona había saltado a los brazos de Marshall, tirando con fuerza para quitarlo de ahí, gritaron al escuchar ese beso.

Cerrando los ojos con fuerza, Ava intentó bloquear eso. No era adecuado, Dios, ella había intentado asesinarlo, había querido vengarse ¿por qué ahora no podía eliminar estas sensaciones? Ella quiso sepultar los dulces recuerdos de Marshall debajo de los recuerdos de Nolan, el más pesado de ellos era el último, su última mirada, su expresión dolorosamente resignada.

Sin embargo, otros fragmentos volvían a subir como si se burlaran de ella, incluso con crueldad, porque sabía que a pesar de todo lo que había hecho, lo que le había dicho, Marshall no cambió. Seguía igual. Viéndola con esos ojos de avellana atormentados por una emoción que parecía alcanzarla, privandose a sí mismo del toque que parecía necesitar tanto como respirar.

Y aún así, esos pequeños roces, eran tan cautelosos...

Ava observó su muñeca, sintiendo las huellas de su mano ahí. Gruñó, diablos, no se suponía que debía reaccionar de esta manera, ¿quién era ella para sentir celos cuando claramente había decidido dejarlo fuera de su vida? La tigresa en su interior bufó, un conocimiento inalcanzable para su consciencia humana le dijo que había algo más alrededor del molesto león.

Pero ella no quería averiguarlo.

-Oye, Ava..., ¡Ava! -Una fuerte voz masculina le hizo levantar la cabeza.

El felino en su interior se tensó instintivamente, pero ella le recordó que estaban a salvo, nadie podía hacerles daño y si había algún idiota que pensaba que era una buena idea emboscarla aquí, bueno..., ella tenía permiso para usar un poco de fuerza.

Pero no había necesidad de recurrir a su fuerza con alguien como Milo, Ava se sintió extraña y fuera de lugar, de alguna forma había perdido el rumbo inicial, demasiado distraída con sus pensamientos. Terminó en una planicie pequeña cerca de uno de los arroyos principales, alejados de ella por varios metros, la pareja le sonreía abiertamente.

«¡Maldición

-¿A dónde vas tan distraída? -Carol preguntó.

La pequeña leona rubia estaba de rodillas sobre un mantel a cuadros rosado y blanco, su compañero estaba junto a ella devorando una generosa porción de tarta de frutos silvestres. La pareja estaba teniendo una agradable cita al aire libre..., hasta que Ava los interrumpió. No había razón para quedarse, pensó, no tenía motivos para convertirse en el mal tercio.

-Yo..., quise dar un paseo.

En realidad, quería poner distancia entre él y la supuesta familia de Marshall, había algo alrededor de ellos que no encajaba. Su madre, principalmente, con esos ojos tan oscuros, tan profundos, llenos de ecos lejanos y dolorosos que veían a través de ella como si supiera algo más. Luego estaban sus dispares hermanas quienes le dieron miradas curiosas y emocionadas.

Finalmente, esa leona..., esa mujer que hacía a su tigresa mostrar los dientes, arañar la tierra.

-Pues si sigues por ese camino terminarás en la frontera del norte.

Milo apuntó a la dirección donde fluian las aguas, el arroyo desembocaría en el río en cuestión de kilómetros y el río era una barrera natural que separaba no sólo los Estados sino también los territorios.

-Ya lo sabía.

Pero el león estrechó la miradas sobre ella, inclinó su hombro para apoyarse en el de Carol. Probablemente conversando con ella a través de esa conexión entre compañeros, cosas que Ava no entendía y no aspiraba a tener.

Un gruñido, el animal contradiciendo sus pensamientos.

Estuvo a punto de fruncir el ceño pero capturó la amable sonrisa de Carol y se detuvo, tratando de actuar normal. Pero Ava tenía razón en eliminar los vínculos de su lista de quehaceres, era mentalmente inestable y nadie quería ser acribillado por emociones violentas las veinticuatro horas del día.

¿Quién podía tolerar eso?

De pronto, un fragmento se le apareció, con la forma de un hombre de melena castaña dorada, humedecida y fresca, con ojos que ocultaban una súplica, un ruego y algo se diversión.

Era la imagen de un león.

-¿Sabes que hora es? -Le preguntó a Carol.

Por dentro quería gritar, necesitaba gritar. Dolía, todo esto giraba en su interior sin control, el hecho de sentir atracción por él era un dolor agudo y palpitante, como si su corazón se estrujara desde adentro, el sabor de la traición en su garganta. Había prometido vengar a Nolan, lo prometió.

-Seis y media -respondió Carol, mirándola un poco extrañada-. ¿Estás bien?

Ava no dejaría que la preocupación arruinara la cita de una de sus amigas, después de todo Carol representaba la normalidad. Ella fue concebida con amor y cariño, no fue una unión artificial de células dentro de un vientre alquilado, no fue recluida en un laboratorio apartado del mundo, no fue sometida a crueles experimentos ni fue vendida como un trofeo de exhibición o un pedazo de carne de primera. Carol tuvo la vida normal que tod cambiante debería tener, ella y su compañero estaban sanos.

Mientras que Ava seguía luchando contra las secuelas y una tigresa demasiado agresiva.

-Estoy bien -sonrió, presionando esa parte de su mente que insistía en salir y crecer y volverse un monstruo vicioso-. Creo que continuaré mi paseo en otra dirección.

-¿No quieres quedarte? -Milo sugirió, sus ojos oscuros la analizaban en detalle, dejaba en claro que sabía que había algo raro en ella-. Hay suficiente comida.

Ava sacudió la cabeza, ¿quién era ella para arruinar la cita de la pareja más hermosa de Gold Pride?

-Gracias, pero tengo una cena familiar en dos horas y es mejor llegar con el estómago vacío.

Eso suavizó el rostro del león, solo un poco. Familia significaba confianza y seguridad, estaba creyendo que en tanto Ava estuviera con su familia ella estaría bien. Ava no iba a decirle que su familia seguía sangrando y no podían ayudarle a controlar la bestia sedienta de sangre en su interior.

Milo tenía que creer que ella era buena, normal.

Despidiéndose de la pareja -y tras haberle prometido a Carol que se contactaría con Bonnie ya que la otra mujer no respondía sus mensajes-, Ava tomó otro camino. Llegaría temprano con sus hermanos, no había nada que pudiera hacer, usaría esto como una forma de distraerse aunque tuviera que ser arrastrada hacia los recuerdos bañados en dolor y angustia.

La familia Storm estaba dañada en formas que ningún otro miembro en la coalición podría entender.

Ava llegó a la casa de Byron cuando las sombras comenzaban a rodear el bosque, el atardecer aproximándose. Hizo un barrido con los sentidos mientras se acercaba, vista, oído, olfato, un proceso de rutina que se grabó a fuego en su alma después de probar la libertad. Vivir entre humanos significaba convivir con la amenaza y el peligro constante, arrojados a un mundo que desconocían, tuvieron que idear códigos, mecanismos de seguridad.

Todo debía ser analizado, cuestionado, debían dudar de cada paso, cada persona, nadie era confiable.

Era un estilo de vida estresante, el instinto de supervivencia los mantenía al filo de los nervios.

Ahora, sin embargo, no era requerido ningún mecanismo de seguridad, el territorio era vigilado constantemente, las patrullas pasaban por las casas varias veces al día y siempre buscaban algún tipo de alteración en el terreno o en los alrededores. El sistema de seguridad de la coalición por ahora era infalible, tanto Nolan como Ava se aseguraron de organizar cada detalle.

Ava tragó el nudo de amargura al pensar cuánto había invertido su hermano en Gold Pride, recordar eso chocó violentamente con sus acciones y la misma pregunta volvió a perforarle el alma ¿por qué tuvo que traicionarlos a todos?

Golpeó la puerta, repitiendo en su interior que era inútil seguir manteniendo esa clase de preguntas, Ava jamás tendría las respuestas que quería.

Ava fue arrojada dentro del fuerte abrazo de un hombre con demasiadas cicatrices y un viejo dolor en los huesos, Byron se apretó alrededor de ella, respiró su olor. Con un gruñido bajo que vibró a través de su piel, su hermano frotó la barbilla contra el cabello de Ava, marcandola con el olor de la familia, una capa de protección, de seguridad.

Solo entonces, Ava entendió que había pasado tres semanas sin verlo.

-Hola, Byron.

Su garganta pesada dejó salir un quejido que apenas se pudo escuchar en esas palabras. Pero Byron lo escuchó, siempre lo hacía, Nolan era la inteligencia, Byron era el escudo, el tigre podía romper cualquier cosa, desgarrar lo que sea que se le pusiera en frente, pero no podía destruir las cosas con las que Ava luchaba, no podía alcanzarla a ese nivel, nadie podía.

-Te extrañé -murmuró, su voz grave contenía un gruñido rabioso pero él era suave a su alrededor.

Aunque estaba enojado, jamás haría algo para lastimarla, moriría antes de eso.

Retrocediendo después de unos segundos, Ava se echó hacia atrás, encontró los oscuros ojos de Byron estrecharse sobre ella. La marca de su vínculo estaba ahí, un destello dorado alrededor de las pupilas, apareció para burlarse de ella y para tentarla, porque Byron tenía un trozo de normalidad ahora. El destello servía también como una forma de animarla, de decirle que si él pudo, entonces, sus hermanas también.

Pero no era tan fácil para ellas, cuando Ava sentía un ardor puro y violento, necesidad enredada con dolor, todo dirigido hacia un único responsable. Y Alice..., ella vivía siempre al borde del risco, con una sonrisa en el rostro pero la más enorme y oscura agonía gritando en sus ojos.

Sí, nadie entendería jamás la magnitud del daño, de las cicatrices familiares.

Pero Byron creía en el optimismo, en la salvación.

-Adelante -Byron tomó su mano y tiró gentilmente de ella-. Ven, estamos por empezar a cocinar.

Sonriendo para tranquilizar al tigre, Ava le permitió guiarla, aunque ya conocía esta casa. Pequeña, acogedora, llena con el calor de un hogar, de cachorros y afecto de pareja. Inmediatamente después de entrar se podía ver la larga mesa de madera con ocho sillas en el lado izquierdo, más allá, contra la pared, estaba la cocina con el refrigerador, horno y encimera, alacenas de madera oscura arriba y abajo, una pequeña ventana entre ellas.

Del otro lado había otra pared con tres puertas, una de ellas, la más cercana a la puerta principal, era la habitación de Byron y su pareja, la segunda era del baño compartido, y la tercera era la habitación de los cachorros.

La sala se encontraba más allá de la cocina.

Todo bien iluminado con la luz natural que comenzaba a escasear a través de las grandes ventanas.

De pronto, la puerta de la habitación de los pequeños fue abierta y una bola de pelo de un color blanco con delgadas rayas naranjas se arrastró torpemente por el suelo alfombrado. La coloración era propia de Byron, que ya era de por sí inusual. Mientras el pequeño Nicky iba haciendo su lento camino para llegar hasta donde estaba su padre, Talinda salió de la habitación cargando a Harding en sus brazos.

-Ava, me alegra verte -saludó la leona con una suave sonrisa.

Sus ojos oscuros guardaban sombras de cansancio. Pero tenía un hermoso brillo en ese extraño color cobrizo, oscurecidos aún más por las pestañas. La mujer que Byron había elegido para vincularse era una matriarca, aguerrida, poderosa, una leona de principio a fin y a Ava le gustaba su fuerza.

Esa actitud valiente que podía pasar por encima de los gruñidos de advertencia de cierto Tigre.

Apenas unos cuantos centímetros menos que Byron, Talinda llevaba el pelo largo, una mezcla de castaño y miel oscura que de vez en cuando mostraba bordes cobrizos siguiendo la luz. Un cuerpo fuerte y a la vez compacto, un carácter firme dispuesto a observar en silencio los rasgos ocultos en cada uno de ellos, aquellas cicatrices familiares que se esforzaban por dejar atrás.

-Igual -Ava murmuró para ella en el corto abrazo-. ¿Ustedes están bien?

Ella había puesto distancia últimamente, podía admitirlo, pero la familia ahora traía demasiados recuerdos de Nolan, hermosos momentos que ella no volvería a tener. Y eso era un dolor agudo en el pecho, una presión insoportable en la garganta, asfixiante. Ella prefería no lidiar con eso, no era capaz de hacerlo sin abandonarse a un arrebato de fieras emociones.

-Sí, todo está bien en casa.

Byron le sonrió, siempre optimista, brillante, a pesar de llevar el peso de las heridas en su cuerpo, los golpes que tuvo que soportar por ellos.

Habían ocasiones en que Ava podía ver ecos de dolor en sus ojos, pero Byron lo contenía adentro, ella jamás podría imaginar lo que sentía pero agradecía que tuviera alguien para apoyarse.

Ava solo tenía resentimiento, dolor y rabia en el cuerpo, agujeros en el corazón.

-Empezaremos a cocinar ¿vigilas a los cachorros?

Ava asintió hacia Talinda, Byron recogió a Nicky del suelo, ambos llevaron a los pequeños a un corralito ubicado en un espacio de la sala. Ella los siguió, los vio dejar con cuidado sus preciados tesoros en el interior, se arrodilló junto al corralito y los observó, apretando los dedos, cavando en las palmas.

Porque, tan pequeños como eran estos gemelos, tenían un gran sentido del peligro, de cautela. Ava era familia, su sangre, pero estos bebés ya sabían lo que había en su interior, lo percibían, el gruñido de violencia que ella prefería ignorar.

Estaba bien, ellos no entendían, actuaban por instinto, eran inocentes, nacieron siendo libres. Esa oportunidad fue negada para su padre y sus tías, estos niños eran la generación limpia y sana que Ava necesitaba proteger.

Sin embargo, un escalofrío rompió la calma en su interior mientras cuidaba a sus sobrinos, Ava las escuchó detrás pero prefirió no girar, no respirar, cuando el más leve aroma llegó a ella para darle una patada en el corazón. No había duda alguna, que los genes de Nolan estaban en ese niño.

Alice llegó junto a Erya, en sus brazos cargaba al que se decía era el hijo de Nolan. Tenía poco más de seis meses, le faltaban otros seis para su primera transformación, pero Patrick estaba seguro de que Romeo era un tigre. La genética familiar tenía una inclinación hacia la fuerza.

A la madre parecía no importarle, amaba a su hijo con la misma intensidad con la que había amado a su padre. Ava lo sabía por la forma en que brillaban sus ojos cuando lo recordaba. Sin embargo a pesar de saber que lo que su hermano tuvo con ella fue más que algunos encuentros casuales, nunca intentó acercarse, buscar las respuestas en ella. Su corazón temblaba demasiado, temiendo las respuestas, temiendo no encontrar nada, lastimar a Erya.

Ella no tenía la culpa de lo que pasó, no sabía nada.

A Nolan le encantaba guardar cosas, y eso incluía las ideas de su mente.

Ava apretó los dientes con fuerza, su tigresa empujando contra ella con un siseo. Quería los motivos, quería juzgarlo, quería saber si el hermano que sacrificó tanto para liberarlas del recinto tenía una vena malvada en su interior.

Porque sólo había esa explicación para las acciones de Nolan. Maldad. Algo que ella se negaba a aceptar. Demasiado duro, el dolor era un pulso de agonía cavando su viaje en el interior.

-Hola Ava -saludó tímidamente la mujer de largo y ondulado cabello casto oscuro, sus ojos marrones la miraban a tientas, como buscando su permiso-. Es bueno verte -sonrió.

Ava hizo cuanto pudo para refrenar la violencia en su interior, calmar los gruñidos de su tigresa. Ella quería respuestas, de alguna forma estaba convencida de que Erya las tenía.

-Erya -Ava extendió los brazos, la mujer se acercó a ella dudando.

Era extremadamente nerviosa, Ava se preguntaba qué había pasado para tener ese carácter, cuando una leona podía ser todo menos tímida. No importa cuántos golpes les den, ellas siguen luchando, rugiendo, una fuerza indomable que no se detiene hasta liberarse o aplacar a su enemigo.

Muchas de sus cazadoras tenían increíbles historias para contar, relatos escalofriantes sobre cómo habían logrado evadir a los cazadores humanos o como habían sobrevivido al ataque de otros cambiantes. Había una que tenía una enorme cicatriz en el estómago producto de una pelea con un oso borracho en un bar de ruta, muy lejos del territorio, ella era tan pequeña como Ava y con una herida prominente, usó su estatura y rabia para liquidar al cambiante y escapar.

Por fortuna, la leona encontró a un par de humanos que la llevaron a un hospital.

Había sobrevivido con valentía, como una leona.

Pero Erya..., ella era silenciosa, no te dabas cuenta de su presencia hasta que hablaba. No salía lejos de la Casa Matriz y no viajaba al pueblo.

-Cosas malas pasan si estás sola -le había escuchado decirle a una joven leona que quería viajar a Willow County-. Siempre debes ir acompañada.

Ava había querido intervenir, pero no pudo porque se trataba de un consejo. El miedo era bueno para mantenerlos en alerta, pero no podía ser usado para acobardar a los jóvenes, los convertiría en presas, nerviosos, huidizos. Ava quería que los cachorros se hicieran fuerza para sobreponerse a los peligros que existían en todas partes.

Como aquella leona sobreviviente.

-¿Estás bien? -Ava le preguntó.

Echándose hacía atrás, clavó la vista en los ojos de Erya, ella asintió, como siempre.

Siempre estaba bien para todo el mundo. Pero nadie sabía mucho sobre ella.

Luego volteó hacia Alice y encontró su mirada de miel iluminada por el niño en sus brazos, aún brillaban cuando las sombras aparecían de manera fugaz, su hermana parecía feliz cuando estaba rodeada de niños. Ava entendía que sólo era parte de la verdad.

-Romeo está creciendo tan rápido -mencionó Alice besando al niño de piel dorada y cabello castaño, ojos oscuros-. Ya quiero ver su pelaje, será tan adorable.

Sonriendo Erya reclamó a su hijo de regreso, una nota de pena en los ojos de Alice cuando lo entregó. Esa pena vieja y pesada, ecos de recuerdos en donde sus hijos eran alejados de sus brazos para jamás volver...

Ava se sacudió ese pensamiento, ¿por qué no podía estar en el presente? ¿Por qué cada vez que estaba con su familia solo podía pensar en lo que vivieron en el recinto?

«Porque Nolan ya no está» pensó amargamente mientras veía a Alice y Erya ir hacia la cocina y saludar a Byron y Talinda «Ya no está»

Nolan tenía cierta intuición para saber cuando los recuerdos amenazaban el equilibrio de cada uno, como un extraño sexto sentido diseñado especialmente para tranquilizarlos. En el caso de Ava, ella lo había necesitado más que el resto de sus hermanos. Porque los recuerdos y las emociones que acumuló en el recinto alimentaban la violencia en su interior, gota a gota, día tras día, hasta formar una marea.

Ahora que Nolan no estaba aquí para abrazarla y hacerle sentir segura, para acariciar su cabello y besar su frente con afecto fraterno, ¿Cómo haría Ava para hacerle frente a los recuerdos sin desatar la cruel violencia en su interior?

Marshall no tenía idea de lo que le había quitado. Como el seguro de una granada, en algún momento ella solo explotaría.

Si no lo había hecho ya, era porque e control de Ava era más refinado de lo que pensaba. O tal vez, se debía a que sólo pensar en el león le hacía distraerse de los susurros, las imágenes sangrientas del depredador que se ocultaba bajo la piel.

Un depredador que se enfocó en Marshall con la necesidad de morderlo, jugar con él, y después, mucho después, tal vez matarlo.

Era un felino después de todo...

El conocimiento golpeó dentro de ella con la fuerza de un martillazo.

«Oh Dios, no» pensó, agitándose, Alice llegó a ella pero Ava sacudió la cabeza y relajó sus facciones para evitar preocuparla. Por dentro tembló, su tigresa mostró los dientes, un gruñido de satisfacción animal crecía insistente mientras trataba de pensar en otra cosa.

Había dado el primer paso, y se veía decidida a arrastrar a Ava con ella.

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