●Baloncesto●

El calor se sentía en el aire, una densa nube cubría toda la ciudad convirtiendo la tarde en una de las más pesadas del día. Algunas familias disfrutaban en sus piscinas o tal vez en algún parque comiendo un helado, era una de las muchas formas de sobrellevar el calor. No se esperaba que aquella ciudad fuera bañada por un tormentoso verano que dejara a todos sin aire, o tal vez sin transpiración. A causa de las elevadas temperaturas la mayoría de lo cuerpos humanos sudaban, algunos dejando que este hedor infectara el aire.

Un gran porcentaje de estas personas son adolescentes, ya que estos son los que más frecuentan los deportes o ejercicios en días calurosos. Como en este mismo instante, donde un grupo de chicos juegan tranquilamente un pequeño amistoso de baloncesto. El castaño tomó la pelota que su amigo Devon le había lanzado, al tiempo que le hacía un gran pase al rubio quien anotó canasta. Los tres chocaron los cincos al mismo tiempo que el equipo contrario soltaba un par de maldiciones, y si, jugaban tres contra tres porque no eran un grupo tan amplio de amigos.

Devon hizo una mueca para el equipo contrario, más que todo para el pequeño Bradley que lo observaba enfurecido. El rubio no dejaba de reír por lo rojo que se había tornado el rostro del rizado, quien lo corría por toda la cancha. Tristan y Scott trataron de no reírse de lo infantiles que actuaban sus amigos, teniendo 16 o 17 años. La cancha de baloncesto, ahora era una pista de atletismo para los jóvenes que aún se perseguían.

-¡Ya chicos! ¡Quiero seguir jugando! -La áspera voz de Scott los hizo frenar de golpe, el moreno era el mayor de todos. Con sus 19 años había decidido no estudiar y, en vez de eso, trabajar con su padre en su empresa. Solía ser el más maduro, pero también tenía sus momentos de niño. Como aquella vez cuando se estrenó Buscando a Doris y le rogó a sus amigos que lo acompañaran a verla. Las chicas amaban aquel lado infantil del joven, además su bronceado que lo hacía lucir moreno, sus cabellos castaños y sus ojos marrones con largas pestañas negras, atraían a cualquiera.

-Esta bien, dile al enano que no se altere y seguiremos jugando. -El comentario de Devon había hecho que recibiera una mala mirada del rizado. El rubio estaba por cumplir 18 años. En contraste a Scott, Devon había decidido estudiar pero en una universidad de otra ciudad. Se pasaba los días de semanas encerrado en el campus, estudiando y avanzando en sus materias, pero los fines de semana era el alma alocada de sus amigos. Y ahora que el verano había comenzado, no debía preocuparse por no perder su título de medicina. Disfrutaba de estar en el campus, según él su universidad estaba llena de chicas muy sexys. Obviamente el chico tenía sus ases bajo la manga, como su dentadura perfecta, sus ojos azules en contra de su cabello rubio y su maravillosa manera de siempre hacer sonreír a todos.

-No me digas enano. -El rostro de Bradley, o Brad para sus amigos, demostraba lo molesto que estaba. Brad estaba en su último año de preparatoria con 17 años, pensaba estudiar, pero aún no sabía cual era su profesión. El rizado era el más bajo del grupo y en ciertos momentos, el más enojon. Pero dejando de lado su fuerte carácter, podías encontrar una dulce voz que al cantar te llenaba los oídos de una pacífica melodía. Lo trataban como un niño pequeño debido a sus rizos y grandes ojos marrones que lo marcaban como un niño de 7 años.

-Pero tu eres bajito, Brad. -El rubio soltó una carcajada por el intento fallido de Tristan por ayudar a su amigo. Tris era él más alto del grupo, con cabellos dorados y ojos azules deslumbrantes, cursaba su último año de preparatoria junto al rizado. El rubio se había resignado a que el estudio no era para él, así que trabajaría en el hotel de su tío, ayudándolo en recepción. Tal vez el intelecto de Tris no era suficiente para hacer alguna profesión, pero nadie podía superar su agilidad con la bateria. Ese instrumento formaba parte de él.

-Ya basta chicos, dejemos de discutir y terminemos el partido, que quiero pegarme una ducha. -Las palabras salieron de forma atropellada de los labios de James, quien había sido el que tomó la pelota. Jems ya tenía sus 17 cumplidos hace mucho y también estaba en su último año de prepa. Aún no se preocupaba por una universidad, él tan solo quería pasar las tardes junto a su chico tocándole canciones con su guitarra. Y así de patético sonaba, porque aún que varias chicas morían por él, sólo tenía ojos para su novio.

-Vamos, luego los invito a almorzar en mi casa. El perdedor paga la bebida. -La apuesta de Connor había implementado las ganas de jugar en todos con éxito. Era el menor del grupo con sus 16 años, pero por un avance académico, también estaba en su último año. Sus padres ya habían estado pensando sobre sus estudios en otra ciudad, pero no quería abandonar su hogar. Mejor dicho no quería abandonar a todos aquellos que le generaban confianza, incluído James.

Instantáneamente el partido volvió a tomar su curso, con varios momentos de empates hasta que, por una anotación de Devon, el equipo de los novios ganó. Se tomaron cinco minutos para mofarse de sus amigos antes de ir a la casa de los Ball. El moreno del grupo agarró el balón de baloncesto y anotó un punto mientras se dirigían por las calles del vecindario.

Algunos niños jugaban en las aceras, los vecinos charlaban en las veredas y las familias se reían en los pórticos. Así de alegre se sentía su vecindario, aquellas viejas calles donde vivieron y aún viven estos jóvenes, fueron escenario de como se forjó un hermoso grupo. Los chicos bromeaban unos con otros, comportándose sólo como amigos.

Sin embargo, la mano de cierto rubio tomó la del castaño. Connor aseguró el agarre con un pequeño apretón y una sonrisa luciéndose en su rostro. Amaba como su James, podía hacerlo sentir tan bien con un simple detalle. Y si, era su James, porque lo amaba tanto, eran tan fuertes sus sentimientos por el rubio, que lo consideraba suyo. El grupo de chicos caminaban despreocupados por las aceras de la ciudad, cierto par discutía mientras los demás se reían de su pelea.

Al divisar la casa del menor, comenzaron a acelerar el paso hacia el hogar. En la puerta, el hermano menor del castaño jugaba con sus amigos a la escondida. Connor paso junto a Lewie y revolvió su cabello como saludo, dando paso a sus amigos. Cuando entraron la fragancia a flores de la entrada se mezclo con el delicioso olor a salsa, la señora Ball cocinaba sus famosísimas pizzas para cuando llegaron los chicos.

-¡Cariño! -La mujer abrió los brazos apretando con fuerza a su hijo, un par de risitas se escaparon de los presentes. -Decidí cocinar pizza ya que vendrían tus amigos, pueden almorzar en el patio trasero. -Aquella sugerencia la habían escuchado miles de veces, no había razón negativa, tan solo que estaba mucho más fresco fuera de la casa.

-Esta bien, ahora saldremos. -El oji-azul tomó un trozo de tomate y lo comió antes de que su madre lo retara.

-¡Ay chicos, están tan grandes! -Kelly sonrió aún más al ver a los jóvenes, ella los amaba tanto como si fueran sus propios hijos. Kelly Ball era la mujer más dulce en el mundo. -Dios Tristan, estas enorme, debes dejar de crecer muchachito. -Apoyó la bandeja con la delicia casera en la mesada y se aproximo a abrazar al rubio.

-No puedo controlarlo. -Comentó el de gran altura con una risilla, Tris adoraba a la madre de Con ya que ella siempre los trataba como niños.

-Scott, tu padre me dijo que eres muy bueno en el trabajo. ¿Que tal todo? -El moreno aceptó el abrazo de Kelly con una sonrisa y algo de sonrojo.

-Bien, supongo que es una profesión ideal para mi carácter. -El joven se encogió de hombros, porque eran vacaciones y no deseaba tanto hablar del trabajo.

-¡Devon! ¿Cómo estas? ¿Cómo te va en la universidad? Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que te vi. -El abrazo con el rubio duro un poco más, estaba acostumbrado a los reencuentros amigables.

-Muy bien, es interesante, hay mucha gente interesante. -Al terminar de hablar, recibió un golpe de parte de Bradley debido al doble sentido de sus palabras.

-¡Brad, no golpees a Dev! -Lo regaño la mujer en un pequeño grito. -Y ahora que lo noto, tienes el cabello muy largo ¿no deberías cortártelo?

-Gracias, pero así me gusta. -El rizado solo sonrió con gentileza, evitando otra vez explicar cuanto amaba su cabello.

-Oh James, cada día estas más grande. No sigas creciendo cariño, dejarás a mi Conn muy bajo para ti. -Los risa del rubio se mezcló con el cariñoso abrazo de la madre de su novio, adoraba a aquella mujer.

-Mamá, estaremos en el patio si nos necesitas. Adiós. -Y sin dejar que ninguno se despida, el castaño los obligó a todos a salir de su casa. Las risas de sus amigos llegaron antes de que salieran.

La mesa del patio era de madera, de roble siendo más específicos, al igual que los bancos de los costados. A la izquierda se encontraba la parrilla del señor Ball y a la derecha unos juegos de plaza del hermano menor de Connor, más al fondo se elevaba un gran árbol. Las grandes ramas se elevaban sobre muchos metros del suelo, siendo visible desde muy lejos; James amaba aquel árbol de la familia de su novio, solía pasar las tardes de primavera ahí junto a Connor.

Los platos ya estaban puestos, habían algunas gaseosas y sólo una cerveza. Todos rieron al ver que estaban puestos los vasos con sus nombres, esos vasos que habían escrito con una fibra indeleble a los cinco años. Aún recordaban la cara de sorpresa que había puesto Kelly al encontrar sus preciados vasos de porcelana dibujados.

Cada uno tomó asiento frente a su vaso, recordaban todas las travesuras que habían hecho en la casa del castaño. Todas las casas guardaban los recuerdos de la amistad de esos jóvenes que en este momento se encontraban devorando la deliciosa pizza casera.

-Cielos, extrañaba tanto las pizzas de tu madre. -Dev sonreía hacia el castaño mientras tomaba otra porción, la cual sería como la novena suya, de la bandeja.

-Yo extraño la cerveza. -El moreno acariciaba la botella vacía de alcohol sobre la mesa, sabían que la señora no les daría otro envase. -¿Por qué no le pides otra Connor? Es tú madre, seguro que te la da.

El castaño negó y mordió un pedazo de la comida, tampoco se la daría a él. Kelly los amaba pero odiaba que tomaran alcohol, aunque ya fueran lo suficientemente grandes como para hacerlo.

Los ojos de Scott cayeron en James quien hablaba tranquilo con el otro rubio del grupo, ambos se callaron al notar la pesada mirada del mayor.

-¿Qué? -Mcvey miró al moreno sin entender que quería, pero al distinguir la botella vacía negó rotundamente. -No, no, vayan ustedes si quieren.

-¡Oh vamos James! La madre de Connor te adora, ¡obviamente te dirá que si! -El mayor movía sus manos con emoción, como si eso alentara al rubio. -Por favor, haz nos este favor.

El chico lo pensó unos segundos antes de pararse y caminar hacia el interior de la casa con la bebida en la mano, los gritos de aliento de sus amigos no faltaron.

Llegó a la cocina con tranquilidad, pero todo su cuerpo se tensó al entrar a ella. La señora Ball no estaba en la cocina, sino que Simon probaba una copa de vino sobre la isla. Se suponía que el señor no llegaría hasta las cinco o seis de la tarde.

Las manos le temblaron un poco y el aliento se le congeló un instante, pero dejó de lado todo ese temor para formular una simple frase.

-Buenos días señor Ball, ¿podría decirme donde está Kelly? -El hombre sólo lo miró de reojo antes de tomar un largo trago de su bebida, fueron segundos donde el nerviosismo de James aumentaba en cantidad.

-Mi esposa fue a hacer algunas compras ¿qué necesitas? -Los ojos fríos del adulto lo miraron de pie a cabeza hasta frenarse en la botella en sus manos. -¿Cerveza? ¿quieres una cerveza? -El joven asintió con lentitud, esperaba una risa sarcástica o un no, pero Simon sacó dos botellas de la heladera y las dejó cerca del rubio.

El asombro del menor se notó en su expresión, no sólo le había dado una sino dos. Los chicos estarían felices.

-Gracias señor Ball. -Tomó las bebidas al mismo tiempo que el hombre asentía y volvía a sentarse. -¿Puedo preguntarle algo más?

-No, no dejaré que te cases con Connor si eso es lo que vas a preguntar. -El corazón del rubio se quebró internamente, la forma en que le contestó lo hizo sentir mal. Asintió sin decir nada y se dio la vuelta, listo para irse con su dignidad por los suelos. -McVey. -El llamado del castaño lo frenó, pero aún así no volteo, sólo se quedó firme en su lugar. -Estaré toda la tarde aquí, no quiero verte cariñoso con mi hijo ¿entendido?

Las cosas no podrían haberle salido peor.

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