• Capítulo 9 •

—En realidad no tengo problemas.

¿Ves Katsuki? Siempre hay tiempo para un té —sonrió triunfante mientras se hacía a un lado para dejarlos pasar.

     Bakugō se pasa una mano por la cara intentando calmarse y observa cómo el chico de dos colores ingresaba a su casa. No le quedaba más opción por rogar para que su madre no dijera nada penoso.

¿Te quedarás afuera? —cuestionó su madre al ver que no pasaba.

—¿Es una opción?

No te hagas el menso y entra de una vez ¿Quieres?

     Chasquea la lengua y se adentra en su hogar, se quita los zapatos y los deja ordenados a su derecha junto con los del heterocromático los cuales eran una o dos tallas más que las de él. No dijo nada, no quería ser el que comenzara el tema de conversación.

     Ya cuando estaban sentados en la sala Mitsuki va a la cocina y pone a hervir agua para las bebidas, de un gabinete saca un paquete de galletas y las sirve en un plato para ponerlos en el centro de la mesa como aperitivos. Por otro lado, en la sala no parecía haber mucha plática entre los jóvenes, después de todo Katsuki se sentía traicionado, estaba seguro de que el mayor había aceptado apropósito solo para molestarlo.

—Te pareces mucho a tu madre —por fin habló.

     El rubio ceniza se lo queda mirando, esa frase era muy utilizada por todas las visitas, no había excepciones, todos al momento que lo ven lo comparan con la mujer que le dio la vida, no es que eso lo molestara, pero ya llegaba a cansarlo.

Ah, mira, no lo sabía... —dijo con sarcasmo entrecerrando los ojos y frunciendo un poco el ceño.

¿Hice algo malo?

Entraste a mi casa, en pocas palabras descubrirás más cosas sobre mí y mi vieja no dudará en humillarme con sus tontas anécdotas de mi infancia —rodó los ojos.

¿Te molesta que sepa más de ti?

Sí, definitivamente.

—¿Por qué? —el menor iba a responder, pero escucha los pasos de su madre acercándose por lo que decide quedarse callado.

Les traje unas galletas para acompañar el té caliente —dijo la rubia ceniza con una sonrisa brillante.

Ah, gracias —responde el bicolor.

Ahora, ¿Cómo es que se conocen? —cuestionó la mayor sirviendo con cuidado el té verde—, ¿Son del mismo salón?

Mm... no, yo soy un año más avanzado que Bakugō, nos conocimos por el club de gimnasia.

Oh, vaya, Katsuki siempre habla sobre sus entrenamientos, parece que se están tomando muy enserio los próximos campeonatos.

Eh... sí, se vienen cosas complicadas.

     Oír que el gimnasta hablaba sobre el club a pesar de no ser parte de él lo hizo pensar que tal vez no odiaría tanto la idea de formar parte del grupo, a menos que sea una simple mentira para mantener a su madre tranquila, lo cual era muy posible.

—Ha pasado tiempo desde que mi hijo trajo un amigo a casa, me hace feliz saber que no es alguien solitario.

—Que no traiga a nadie a la casa no significa que no tenga amigos —gruñó cruzándose de brazos.

Pero a la única persona que trajiste fue a Izuku-kun y eso fue ya hace años, recuerdo lo tiernos que se veían jugando juntos.

Basta... —habló con un tono casi suplicante, ya no tenía ni ganas de mirar a la cara al medio albino.

No seas dramático hijo —regañó para después darle un sorbo a su té.

     Todoroki también daba largos sorbos a la cálida infusión, tomaba galletas como a cada tres minutos mientras oía hablar a la rubia ceniza, por el momento no había dicho nada fuera de lo común, opinaba sobre la preparatoria y lo difícil que había sido encontrar un centro educativo con un club de gimnasia.

Katsuki no quería entrar a ninguna otra preparatoria que no fuera esa —contó con gracia.

Yo estaba igual —admitió el bicolor.

Me imagino, ambos aman la gimnasia. Cuando Katsuki era pequeño... —comenzó a contar.

     Y devuelta a la misma historia... el rubio ceniza tenía las mejillas levemente sonrojadas por la vergüenza, solo faltaba que sacaran un álbum y podría convertirse en el peor momento de su vida entera. Lo único que lo hacía estar ahí era lo que decía su madre, no quería que se le escaparan ciertas cosas privadas.

Cuando vio la televisión sus ojitos se llenaron de ilusión y mostró su brillante sonrisa... era hermoso —contó soltando un suspiro.

—¡Ok! —interrumpió el gimnasta viendo como el mánager tomaba el último sorbo de su taza— al parecer Todoroki ya terminó su té y las galletas de la mesa ya se acabaron, hora de irse —siguió tomando al heterocromático del brazo, quitarle la taza y llevárselo hacia la salida—. Gracias por quedarte un rato, pero tu familia seguro debe estar preocupada, vamos te acompaño hasta la puerta.

—¡Mocoso no seas agresivo, deja al menos que se despida bien! —alzó un poco la voz caminando detrás de los jóvenes.

     Al final solo recibió un pequeño golpe en la cabeza, los tres ya estaban en la entrada, Todoroki estaba colocándose bien las zapatillas para empezar a caminar devuelta a su casa.

Lamento el mal comportamiento de mi hijo, suele ser así todo el tiempo.

—No se preocupe, no me molesta —dijo mostrando una muy ligera sonrisa para demostrar que todo estaba bien.

Ay Todoroki kun eres un encanto, ven otro día a cenar ¿te parece?

—Claro, no tengo problemas —aceptó.

Mocoso, ve y acompáñalo hasta la esquina.

—No quiero —contestó cruzándose de brazos.

     Bastó una mirada de su madre para que supiera que no se lo estaba preguntando sino que se lo estaba ordenando. Chasqueó la lengua fastidiado y se puso sus zapatillas sin mucho esfuerzo.

     La rubia ceniza se despide y finalmente ambos chicos salen de la casa. Nadie hablaba, Bakugō estaba demasiado incómodo y avergonzado, eso se podía notar con ver sus orejas que estaban un poco rojas.

Olvida todo lo qué pasó hoy ¿Quieres?

—Creo que eso será imposible —habló rascando su nuca despreocupado.

Tch, entonces no hablemos de esto.

—De acuerdo —aceptó.

     No quería empezar una discusión absurda con el ajeno por lo que decidió que todo lo que había escuchado en la casa de este se quedaría únicamente en su memoria. Después de eso no pasó nada fuera de lo normal, Katsuki lo acompañó hasta la esquina como se lo ordenó su madre, después de unas pocas palabras se despiden y caminan en direcciones contrarios de vuelta a sus hogares.

     La fresca brisa de la noche se llevaba su cansancio y estrés, no le molestaba llegar un poco tarde a su casa, después de todo ahí solo habían leves problemas de parte de todos contra su padre, él también se incluía, el jefe de la casa siempre era muy exigente con todos y más con el bicolor que era el último de los hijos. No tenía la menor idea del porqué pero siempre fue el centro de atención en la familia.

     Su padre era un empresario conocido, ganaba grandes cantidades de dinero y los invertía en otro negocio que resultaba innovador y al instante se volvía otro ingreso para la familia. Su madre era una reconocida atleta ganadora de una medalla de oro, dos de plata y 1 de cobre en olimpiadas de hace ya varios años, pues dejó su pasión por una nueva... criar a sus hijos.

     Haber escuchado un pequeño fragmento de la niñez del rubio ceniza lo hizo recordar un poco la suya... no era la gran cosa, estaba observando una grabación de cómo su madre ganaba su primer oro, eran unas olimpiadas juveniles, Japón no era muy competitivo, pero su madre de 18 años logró demostrar que no se rendían con facilidad.

     Recuerda que su padre lo inscribía en varios talleres, escritura tradicional, karate, kendo y otro más, al estar cargado de tantas cosas un día colapsó, los médicos le recomendaron descanso y buena alimentación para recuperarse, al pasar un mes tuvieron una charla e hicieron un trato.

«—"Puedes estar solo en un taller pero debes ser siempre el mejor de todos, el número uno"»

     No sabía qué elegir, pero después de un tiempo se decidió por gimnasia, no sabía porqué, pero ese deporte siempre llamó mucho su atención, sin embargo, al momento de ir a sus primeros entrenamientos se dio cuenta de que no era tan fácil como aparentaba... se necesitaba ser flexible, saber hacer mortales, poder impulsarte, saber caer, habían muchos riesgos, pero aún así continuó porque la sensación de estar en el aire era única.

     Le costó y vaya que fue duro, su padre ya no lo molestaba, su madre se enorgullecía de él, sus hermanos lo presumían con sus amigos, todo estaba bien hasta que ocurrió el accidente del año pasado. Aquella vez que sus dedos le fallaron y cayó mal delante de cientos de personas incluyendo su familia supo que la paz se terminaría.

     Para unos no se vio grave y no le tomaron importancia, ellos no sintieron el punzante dolor que el bicolor estaba sufriendo en esos momentos, dolores tan fuertes que le impidieron volverse a parar, se había quedado quieto en la colchoneta y el grito que soltó alarmó a todos los presentes.

     Lo sabía bien, la gimnasia era peligrosa y le tocaba asumir las consecuencias...

Continuará...

NarikoHN

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