Espera.

Aomine estaba extrañamente tranquilo; en apariencia, había perdido la capacidad de habla puesto que no había dicho nada desde que ambos se instalaron en la cabaña.

La cabaña era una pequeña construcción de madera barnizada, con una recamara bien equipada, un baño y un pequeño refrigerador. Estaba destinada a las parejas con permisos a celos compartidos, como lo era el caso de Aomine y Kuroko. La institución se esforzaba de verdad por crear ambientes de lujo para que las relaciones Alfa-Omega funcionaran. Ciertamente eran insistentes, cosa que sacaba de quicio a Aomine pero que traía sin cuidado a Kuroko, además de siempre buscar formalizar de todas las formas posibles. Como había dicho Kagami, esa era la finalidad.

Aomine, contra toda su voluntad, había ingresado una solicitud de cortejo no mucho antes de que su celo llegase, por insistencia de Kagami y en última instancia, de Kuroko.
Desde entonces  no habían ocurrido muchos cambios en la relación, procuraban verse y acostumbrarse al hecho de que eran compañeros sin lazo, primerizos en un cortejo moderno.

Aomine era muy cauteloso con ese asunto. Como en todo.

A Kuroko se le daba con más naturalidad.

El Alfa vivía constantemente en alerta; vigilaba al Omega de tan cerca como se lo permitía, estallaba en alegría al verlo, lo llenaba de atenciones y resolvía otros asuntos en segundo plano. Era la primera vez que tenía una relación y aunque no estaba seguro de lo que hacía la gran mayoría del tiempo, confiaba en su lobo que le ordenaba cada paso a dar con paciencia.

Por otro lado a Kuroko el asunto no le preocupaba en lo más mínimo, se preocupaba por sus estudios y por mantener a su Alfa tranquilo, a veces era solo un poco más de lo que podía manejar, pero generalmente podía con ello.

Una de esas veces fue cuando recibió una carta de su madre. El asunto de la misiva rezaba: "Tu Alfa", en el mismo tono frío y distante con el que se había despedido de él; no la leyó, en su lugar envío otra carta donde pidió escuetamente que no le volviese a hablar, que no tenía nada que decirle y que no quería problemas.
De esa manera censuró el tema y el Alfa no preguntó nada. No hubiese sabido que contestar de cualquier manera.

—Uh, olvidé preguntarle a Kagami-kun sobre el lunes...—se dijo a si mismo con la mirada perdida.

El Alfa gruñó ante la mención del otro, despertando al Omega del limbo de obligaciones en el que estaba. Kuroko le lanzó una mirada desapasionada que se suavizó notablemente al verlo respirar airado.

—¿Qué hay el lunes?—croó.

—Tengo exámen de literatura pero lo aplacé. Kagami-kun me hizo ese favor.

—No me gusta que él pueda hacerte favores.

—De otra manera no hubiese podido estar contigo, Alfa.

La racionalidad dentro de él le decía que ese era un punto válido por el cual su Omega podía interactuar con otro ser viviente mientras que su Lobo gruñó molesto por esto.

—Deberías tomarte tus supresores antes de que salte sobre ti.

Kuroko ladeó su bonito rostro al escuchar el tono rasposo de su voz; no le gustaba.

—Te ves tranquilo, pero está bien.

Los ojos de Aomine lo siguieron celosamente hasta el bonito tocador donde las pertenencias de ambos estaban acomodadas, a un lado de sus maletas. Trató de controlar el sonido amenazante que nació y murió en su garganta con la misma rapidez al verlo sostener ese pequeño bote de pastillas rosadas; seguía molesto pero no iba a decir nada. Tendría que pasar un celo sin el aroma dulce a vainilla y sol de su Omega.

Espera, ¿Pastillas rosadas?

—Esas no son los supresores nuevos.

—Lo sé.

Aomine lo miró ceñudo, confuso. El Omega le dió una mirada risueña al verlo comprender lentamente.

—Pero las nuevas son más seguras, tú querías usarlas, ¿Por qué...?

Kuroko hizo un gesto de desentimiento y se tragó las pastillas seguido de un trago de agua. Se acercó a él con el paso ligero y seguro de alguien que tiene algo que decir, se sentó a su lado en la cama y suspiró.

Olía como siempre, ni un poco menos.
Se resistió al impulso de inclinarse a olerlisquearle las clavículas expuestas, deliciosas.
Kuroko le puso la mano derecha en la frente para checar su temperatura.

—Hmm, estás caliente ¿Siempre te da fiebre en tu celo?—preguntó casual.

—Sí, algunas veces peor, otras menos. Creo que esta vez será soportable.

—No lo sabía—murmuró incómodo por la nueva información que sentía, ya debería de saber—¿Algo más?

—No quiero lastimarte.

Se veía inquieto así que Kuroko se sintió obligado a sonreír tranquilizador.

—No me vas a lastimar, Alfa.

Aomine hizo un ruidito de exasperación/desesperación por no poder explicar la urgencia que comenzaba a sentir y que sabía, se haría insoportable con el paso destructivo de su celo. Quería decirle a su Omega que se fuera, que podría pasar su celo solo, que estaba bien, que no quería lastimarlo y a su vez quería lloriquear, rogarle que se quedase con él, que le permitiera quedarse con él.
Finalmente gimoteó contrariado.

—Mis encías duelen, dolerán más cuando te anude y no pueda morderte. Quiero anudarte ahora, quiero abrirte las piernas y penetrarte pero te puedo lastimar. Te voy a lastimar y eso me aterra. No quiero hacerte daño.

El rostro de Kuroko se incendió al instante; generalmente el Alfa era crudo y honesto con respecto a lo que sentía pero nunca era tan explícito acerca de sus necesidades. Era yo siento. Ahora es yo necesito, yo exigo, yo ruego.

—N-no pensé que fuésemos a hablar de esto ahora pero..

—¿Lo has pensado?.

Kuroko hizo un sonidito de comprensión y ladeó el rostro en evidente evasión.
Claro que había pensado en ello, se había quedado varias horas en vigilia pensando en el puto tema, sin saber que hacer, como tomarlo. El hacerse a la idea parecía imposible.

No era algo suave, sin importancia. Era una maldita marca, que pondría fin a su existencia individual. No entendía el bucle sin fin que se extendía dentro de él cada vez que pensaba en ello, la emoción, el miedo.
Una marca significaba mucho mas de lo que estaba dispuesto a entender, sopesar.

Pero de alguna manera, la esperaba.

—Lo he hecho, sí.

—¿Y?

Tomó aire para decir lo siguiente y no ahogarse en un sonrojo fulminante en el proceso.

—Yo no quiero que sea durante un celo—dijo con resolución y cuando lo vió protestar se apresuró a agregar con terquedad—Se que dolerá, pero quiero estar consciente de ello.

El Alfa cedió. Comprensivo.

—Es tu decisión, siempre lo ha sido, ¿Pero eso quiere decir que sí?

—Por supuesto.

—Bien...Sí, bien—balbuceó desenfocado.—Creo que debo dormir un poco antes de todo.

En lugar de tirarse al suave colchón con sábanas limpias, se acomodó en el regazo cálido del Omega quien lo dejó estar. Un escalofrío lo recorrió entero al enterrar su rostro entre sus muslos y deslizar sus manos sobre su cintura delgada.

Kuroko sintió el rostro caliente del Alfa en su regazo, se limitó a acariciar su cabello corto y aspirar el aroma picante a celo.
El flujo de los celos de ambos se había desbalanceado desde que estaban juntos, era el proceso normal en el que se sincronizarán hasta que él lo marcase. De mientras, tendrían un período algo irregular.

Kuroko estaba secretamente asustado por el celo de Aomine, nunca había pasado uno con ningún Alfa y no estaba seguro de que hacer, que no hacer y todo el asunto. Había perdido la virginidad durante su propio celo por lo que todo fue más fácil pero ahora era el turno del Alfa para ceder a su lobo. Se iba a esforzar aunque aún no descubría como o en qué.

Se acomodó en la cama, apenas era poco más de mediodía pero el calor y aroma de su Alfa pudo con él. Buscó acomodo, cuidando que el Alfa no se moviera mucho para que finalmente él quedará en posición fetal con Aomine aferrado a sus caderas y el rostro enterrado en su vientre inquieto.

El moreno ronroneó contento como un condenado, con su nariz acariciando la piel del lugar.

Despertó envuelto en una maraña de extremidades ansiosas, ávidas de tacto. Uno de sus pezones estaba siendo mordido con la fuerza suficiente para hacerlo retorcerse y el otro estaba siendo torcido con delicadeza entre dedos hábiles. Gimoteó y boqueó, sin aire.
Onduló su cuerpo para que siguiera con el excelente trabajo en su parte superior.

—Despertaste.

Abrió los ojos para encontrarse con el Alfa que estaba chupando ávidamente con una expresión decidida. Las pupilas dilatadas y la frente perlada en sudor.

—N-no muerdas.

—Pero te gusta. Mira.

Sus dientes se cerraron sobre el botón en el pecho del Omega quien sufrió un espasmo que lo delató. Instintivamente llevó una mano hacia la cabeza del Alfa para acercarlo más.

—¿No podías esperar a que despertara?—gimió sofocado—Tenías q-que atacarme mientras dormía.

—Eres más honesto mientras duermes, estaban haciendo sonidos; me gustan. Si estuvieras despierto te morderías el labio, cómo estás haciéndolo ahora—observó categórico. Kuroko liberó su labio al instante, rojo de indignación.

El Omega lo apartó de su pecho con molestia. Aomine se acurrucó en su cuello sin hacer caso de las protestas de Kuroko.

—Aún no estás en celo. Controlate.

—Estoy en celo, quiero tocarte. Quítate la ropa.—ordenó con la voz ronca.

—No, te vas a dar un baño de agua fría para que te baje la fiebre. Yo me prepararé.

El Alfa se puso gruñón al instante, buscando acomodo entre las piernas del Omega quien negó rotundamente a sus avances. Insistió hasta que Kuroko lo miró feo y no tuvo más remedio que ir al baño y meterse bajo la lluvia helada de la regadera.

Kuroko aprovechó cada segundo que tomó el Alfa para bañarse. Fue rápido y el resultado terminó por gustarle. Gracias a Dios que la cama era enorme.
Para cuando el Alfa salió del baño, empapado y con la fiebre sin disminuir, Kuroko estaba sentado como una deidad desnuda en su trono.

—¿Qué hiciste?

Kuroko hizo un gesto de obviedad.

—Ven, tengo frío.

Saltó a su lado inmediatamente, sosteniéndolo por completo y alzando su cuerpo entero. Se deshizo de la toalla que colgaba floja de sus caderas y la tiró hacia algún lado.
De pronto feliz por el aroma del Omega impregnándose en su propia piel, por el contacto de sus cuerpos desnudos y por  el hecho de que Kuroko parecía sentir lo mismo

—Es un nido.

—Sí, la verdad es que me gustan los nidos. Son cómodos y aunque es un problema limpiarlos, me gustaría tener uno fijo.

—Te haré úno cuando mi celo termine.

—Gracias, Alfa.

Aomine sonrió enormemente. Se sentó de piernas cruzadas entre las suaves mantas de su nido y sentó al Omega en su regazo amplio.

—Estás desnudo—señaló apreciativo.

El Omega enrojeció violentamente.

—Sí, bastante. Gracias por notarlo.—dijo ácidamente. Intentó cubrirse con sus brazos.

—No hay una parte de ti que no haya visto y que no ame, Tetsuya, así que no te escondas. Déjame verte.

—Es fácil sentirse bonito bajo tu mirada.

—Gracias.

—No era un cumplido, Daiki.

—¿Esto lo es?—murmuró sugerente mientras acerca su hombría despierta a la de Kuroko, aún dormida. El Omega se sonrojó débilmente pero soltó una risa sin fuerza.

—Te ves muy tranquilo.—dijo con ironía.

Encogió los hombros con indiferencia.

—Estoy muy tranquilo, te tengo en mis brazos, en un nido, estás desnudo, te marcaré y tendrás a mis cachorros. Sip, estoy muy tranquilo.

Se veía tan complacido que era molesto. Nadie podía tener tanta complacencia en su rostro y ser legal. El Alfa sonrió con todos sus dientes.

—¿Cachorros? Te fuiste muy lejos.

—Estaba soñando con cachorros, creo. Soñé que estaba dormido en tu vientre hinchado y tú te quejabas, decías algo de helado de vainilla y nueces.

Kuroko se tuvo que reír.

—Me gusta el helado de vainilla y nueces—confirmó con una estúpida sonrisa. Decidió seguirle la corriente.

—Bueno, apenas y estés embarazado, tendré que comprar botes de helado y ponerlos en reserva.—respondió con la mirada perdida, distraído por la curva ligerísima de su vientre.—Cuando desperté no tenías tu vientre hinchado, tampoco olías a leche tibia pero yo quería beber. Por alguna razon pensé que...

No entendió a que se refería y de verás intentó decifrar que estaba por decir, que lo tenía tan azorado tan de pronto. Lo alentó a completar la frase.

—¿Qué?

—Pensé que tenías leche.

No tuvo ninguna reacción al instante pero cuando el peso de lo que había dicho terminó por azotarlo, su rostro se tornó completamente bermellón oscuro, incluso su cuello y pecho se sonrojó un poco.
Ahora sí que tuvo que rodear su cuerpo protectoramente con sus brazos, furiosamente sonrojado.

—Eres un idiota. Uno muy grande.

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