Equivocado. Otra vez.

La página oficial de HerNews habló sobre el tema dos días completos.
La relación de uno de los prefectos del área Alfa, Aomine Daiki con un Omega recién llegado con quién por cierto, se le había visto tener problemas en público, era la sensación del momento.

Y es que desde ese fatídico día en que Aomine actuó como un completo idiota, desencadenando su celo y tomándose libertades sobre el Omega quién resultó, convenientemente, ser su compañero, todos habían estado detrás de ellos para obtener la primicia.

Durante el tiempo después de el primer incidente hubo una oleada de rumores que asechaban a la joven pareja quién con ayuda de Kagami, eran muy discretos.
Lograron incluso obtener el permiso para el celo del Alfa sin que nadie hiciese alboroto.
De eso ya había pasado dos días.

Kuroko estaba en reclusión voluntaria desde el día en que su Alfa, muy adentrado en su celo, decidió que no lo necesitaba y lo despachó sin miramientos de la cabaña dónde compartirían su celo.
Aomine se había puesto muy mal.

El Omega ya se había cansado de llorar en todo su silencio. Estaba destrozado, su Omega no sabía cuál era el problema o el porque su Alfa decidió que ya no le quería.
Una parte de él, la racional, quería confrontarlo y exigir una respuesta mientras que sus instintos, esos que le nacían desde sus más profundas entrañas, le gritaban que corriese a pedir perdón por nacer de ser necesario y acurrucarse con su Alfa.
Era evidente que no iba a hacer ninguna de las dos porque no estaba siendo racional ni tampoco emocional.

Después de echarlo, Danáe lo encontró vagando sin rumbo, Kuroko no tuvo voz para contarle lo sucedido. Lo condujo al área Omega y regresó a ver a su hermano. Kuroko no sabía nada desde entonces. Ni de él ni de Daiki.

Tatsuya se convirtió en su enfermero y en un amigo muy preciado, lo chequeaba a todas horas junto con Kagami y no se cansaba de despotricar contra Aomine quién ahora sí la había cagado en grande.
Fueron dos días de pura confusión porque aunque seguía dándole vueltas al asunto no entendía su repentino arrebato.

Aomine solo lo miró intensamente con las venas marcadas del esfuerzo en su cuello y frente. Estaba terriblemente tenso y sus pupilas estaban muy dilatadas. Resoplaba y le costaba dominar su respiración la cual trastabilleaba a cada tanto.
Estaban desnudos, ambos, por completo.
No le gritó, ni siquiera habló en voz alta. Solo un suave susurro que parecía súplica pero que fue dicha con el delicado matiz de su voz Alfa.

Vete.

Lo obedeció al instante porque tenía el cuerpo lleno de su aroma y si él le hubiera pedido que saltará de las cataratas del Niágara, él lo habría hecho sin pensarlo. Así que solo se vistió y se marchó sin más, con las lágrimas sintiéndose muy ácidas en sus ojos que se fueron en ríos de agua triste.

Ahora estaba en una depresión extraña, que se aferraba a sus huesos y lo paralizaba entero. Se sentía físicamente enfermo y si no fuera por Tatsuya o Liev quienes constantemente lo insistaban a moverse, ya no sentiría sus extremidades. El extranjero había decidido darle su espacio por lo que dormía en otro lugar

Hambre no tenía. Sueño tampoco.
Se sentía flotar en un espacio nebuloso donde no había más sabor que la sal de las lágrimas y la amargura del desazón.

Dos días. 48 horas. Dos soles y dos lunas. Se sentían como una eternidad.
Se sentía como si su piel se fuese a secar y si el corazón le fallara.

Quería verlo. Y no porque lo hubiese perdonado o siquiera comprendido. Era porque así funcionaba esto de los compañeros, porque no solo necesitaba a su Alfa. Necesitaba a Daiki, a ese mismo hombre que decía cursiladas solo para hacerlo sentir bonito, el que podía recitar estupideces como una simple floritura, su amante hosco, infantil y bruto. Muy bruto.
Aomine era muchas cosas. Necesitaba cada una de ellas.

¿Qué significó ese 'vete'?

Siempre había podido leer a Aomine como a un libro abierto. Era ridículamente sencillo pero cuando pronunció esa simple palabra se veía realmente contrariado, perdido y asustado.
Se veía igual a esa vez en que dijo:

"Miedo de que te toco"

"Puto simio"

Se rindió a seguir buscando algo a lo que aferrarse, en lo que podía morir.














Aomine apareció al día siguiente con la peor cara que le había visto nunca. Al igual que él, parecía físicamente enfermo y no solo por las numerosas heridas y enormes moretones, se veía exhausto y profusamente afligido.

Se las arregló para sonreír.

—Omega.—lo llamó

Algo dió vueltas en su interior y no pudo evitar que un quejido lastimero saliera de su boca. Quiso llamarlo de vuelta pero no encontró las palabras.
Se miraron por largo rato, viendo los estragos de los últimos días en sus cuerpos.
Finalmente Daiki se sentó en la orilla de la cama que no abandonó más que unas cuantas veces para bañarse e ir al baño.
El Alfa acarició su mejilla que seguía húmeda o quizá había empezado a llorar de nuevo. Tenía unas terribles heridas en los nudillos que quiso besar con urgencia pero no lo hizo.

Aomine olía fuerte, a restos de celo. Lo mareaba ligeramente.

—Tienes unas enormes ojeras, Tetsu.

Sus enormes manos cubrían ambas mejillas. Se inclinó un poco más. Ridículo.

—¿Vas a hablarme alguna vez otra vez en tu vida?

Kuroko lo miraba fijamente. No sabía que decirle ahora que lo tenía en frente.

—Se ha terminado. Tú celo—comentó con un hilo de voz que le sonó extraña.

El rostro del Alfa se iluminó entero. Kuroko notó que ahí donde sus labios se estiraban en una sonrisa, se hacia evidente cuan lastimado estaba su labio inferior.

—Sí. Fue espantoso pero ya ha terminado.—tembló un poco. Tomó una de sus manos entra las suyas y la sonó brevemente.—Lo lamento

De pronto la sonrisa abandonó su boca y una mueca sombría se instaló en ella. El Alfa parecía incómodo en su propia piel.

—¿El qué?

Aomine respiró hondo.

—El haberte hecho creer que estaba listo.

La respuesta lo dejó divagando un par de segundos hasta que la ira se ancló definitivamente en él.

—¿Listo para qué? ¿Para desecharme?

Los ojos de Aomine se inundaron en pánico.

—¿Qué-? ¡No! ¿¡Cómo iba a desecharte!? ¡Eres mi Omega, no me jodas!—respiró hondo y rápido, tratando de aclararse. Cuando pudo tranquilizarse, volvió a mirar al Omega. Fijo—Jamás lo dudes. ¿Cómo habría de dejarte si el tan solo pensarlo me deja jodido?

—Entonces, ¿Por qué me hiciste irme?

Aomine lo miró tan asustado que el corazón le dió un vuelco.

—Tenía- Tengo miedo.

Era evidente. ¿Por qué?

—¿Miedo de qué?

—De pasar un celo contigo. Mi celo.

El sinsentido de siempre.

—Ya pasaste un celo conmigo, idiota.

—Pero era tu celo.

—Tu también lo estabas. —replicó furioso.

—No. Yo no.

Le cayó como balde de agua helada. Porque el Alfa no parecía mentir.

—Pero- yo...Yo te olí, olías a celo. Estabas en celo.

El Alfa negó suavemente.

—Te dormiste un rato. Me tomé un inhibidor para no tener que lidiar con mi celo y poder atenderte.

UN INHIBIDOR.

Algo pesado le cayó en el estómago cuando la comprensión lo azotó y a su mente regresó el hecho de que Aomine había estado muy enfermo la semana siguiente a lo sucedido. Eran los efectos del inhibidor que cortaron su celo pero transtocaron su ciclo.

—No sabes cómo es un Alfa en celo. No te imaginas lo que duele. Pero eso no es nada comparado con el terror.

Tuvo que tocarlo porque le iba a dar algo si no lo hacía. Sentía cosquillas en las palmas al tocar su rostro. Estaba muriéndose por pasear sus manos por toda la extensión de piel que podía ver.

—Tenías miedo.

—Estaba aterrado—afirmó mirándolo de entre sus manos apretando sus mejillas. Tomó una y besó su palma—¿Qué habrías sentido si yo no me hubiera podido controlar y te anudaba? O peor, te mordía. No ibas a poder negarte, mi aroma te habría sometido y lo que menos quería es obligarte a algo.

—E-eres mi Alfa.

Se sintió estúpido al decirlo pero no había más verdad que esa. Aomine lo recogió finalmente de donde yacía y lo acunó con facilidad contra su pecho. El calor entre ambos era lo más bonito que habían sentido en días. Así que se mantuvieron así un rato hasta que el alma les regresó al cuerpo.

—Creí que podía. Pero a medida que me adentraba al celo me di cuenta que no. Que apenas y estuviera dentro de él, te marcaría.

—Eres mi Alfa.

Lo repitió porque era la manera más sutil de decir que no le importaba si lo marcase, que lo esperaba. Que ahora que comprobó que evidentemente no podía estar sin el, lo necesitaba.

—Y tú mi Omega. Pero no mereces algo algo sí. Además, tú me pediste que fuera sin celo de por medio. Y como que estoy de acuerdo contigo.

—Así que me echaste por mi propio bien. Pero te lastimaste tanto.—observó con disgusto. Finalmente logró juntar el valor para besarle los nudillos y todas las pequeñas heridas en su rostro. El Alfa se dejó, a gusto con Tetsuya en sus brazos.—No lo hagas otra vez. No creo resistir otros días así

—Jamás. Fue error mío.

—Y mío. No supe ver.

—Olvídalo, solo quédate.

—Sí

No había más respuesta que esa. Jamás la hubo.

—Gracias—murmuró después de que el Omega besara brevemente sus labios. Los siguió instintivamente intentando alargar el beso pero no lo consiguió.

Por alguna razón, impulsado por algo más fuerte que él, comenzó a limpiarle, tal y como Aomine lo hacía con él. Su pequeña lengua recorrió el camino de su garganta hasta su barbilla y después por sus clavículas.
El Alfa estaba realmente sorprendido por su actitud aunque nunca paso por su cabeza el detenerle. Era una sensación extraña que le adormecía la punta de los dedos y le daba chispazos eléctricos al final de la espina dorsal. Quería ladear la cabeza y mostrarle el cuello aún más, quería que lo chupase.
Dejó que el Omega lo limpiarse todo lo que quisiera y que  lo marcase con su aroma.

Quiso limpiarlo también pero el Omega no se lo permitió hasta que ambos estuvieron recostados en la estrecha cama. Cuando finalmente estuvo a su lado, lo limpió un poco antes de caer dormido con Kuroko enterrado en el centro de su pecho, muy cerca de su corazón.

Antes de que se rindiera al cansancio de tantos altibajos y heridas. Kuroko dijo con la voz más decidida que alguna vez le haya escuchado.  O que jamás le escucharía.

Sonaba a sentencia. A declaración. A verdad absoluta. A veredicto.

—Márcame.

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