Déjame seguirte.
Kuroko despertó con la cabeza a punto de estallar, con su cerebro apretando en su cráneo con fervor.
Todo estaba dolorosamente brillante y su cuerpo no parecía asimilar que ya estaba despierto. No se atrevió a separar los labios por miedo a lloriquear sin remedio, lo cual era muy probable.
Sus caderas estaban rígidas y el solo tratar de moverse ligeramente era un puto martirio, hacia algo culposo en ello. Descubrió que hasta el suave roce de las sábanas en su piel sensible era igualmente doloroso.
–Puedo llamar a Kagami si te sigues sintiendo mal.
Ah, Leiv.
El chico lo miraba con grandes ojos azulinos desde su lado del cuarto con preocupación. Se estiró un poco de donde estaba sentado para cerrar las persianas.
–¿De qué me serviría? No vale la pena molestarle, ¿qué hora es?
Odió lo rota que sonó su voz.
–Son las cuatro y media, deberíamos estar alistándonos pero...no te ves muy bien–sonaba ligeramente angustiado por lo que Kuroko se esforzó para abrir los ojos e incorporarse con movimientos amortajados. No quería que ninguno de sus gestos delatara nada de su propia necesidad.
–Estoy bien. Eso creo.
–Aomine me dió algo. Dijo que era para emergencias.
Leiv se veía tan sinceramente avergonzado que Kuroko tuvo que tragarse su indignación con el Alfa y agradecer la preocupación de su compañero de cuarto con una ligera sonrisa.
–¿Qué es?.
–Es una camisa. Me dijo que si te veías muy mal te la diese y que te ayudaría.
La comprensión lo atropelló de pronto. Era una prenda, una camisa, impregnada con su aroma por si le daba un ataque de ansiedad. Era algo muy de Omegas. Y es que según el proceso natural indicado, en el momento en que encontras a tu pareja debes marcarla porque si no la necesidad terminará por consumirte. No de inmediato pero si de manera paulatina.
No tenía caso tratar de justificarse por nada, Leiv no parecía querer enterarse y él no estaba de humor para discutir sobre lazos y compañeros estúpidos.
–Dámela, por favor.
Leiv reguló su expresión meticulosamente y le tendió la prenda con una floritura. Ambos mantuvieron el gesto monótono.
–Me bañaré primero ¿si? No tardaré.
Asintió agradecido por la privacidad que el otro le estaba ofreciendo. Leiv salió a trompizcones de la habitación, mas sonrojado que nada.
Se tuvo que reír de él. Tan ridiculamente inocente. Pero fue un error puesto que su dolor de cabeza aumentó de golpe y gimió de dolor.
En eso, sumándose a su dolor, sonó el timbre de su teléfono con estridencia desde la mesita de noche, miró con fastidio la pantalla que mostraba un numero desconocido.
Dejó la camisa de olor tentador a un lado y contestó.
–¿Omega?
El cuerpo se le erizó por completo al escuchar la voz jadeante del Alfa. El dolor en su cabeza se hizo intenso y se tuvo que encoger en la cama de nuevo.
No pudo evitarlo, resoplidos sospechosamente congestionados salieron de él. Se cubrió los labios y respiró asperamente.
–Oh Omega ¿estás bien?
Se las arregló para contestar con entereza. Molesto de la aparente tranquilidad de él. Era tan injusto que él no pasara por lo mismo.
–T-tengo nombre, gracias.
Una risilla de parte del Alfa.
–Lo sé, pero no me siento lo suficientemente cerca de ti para permitirme ese honor. Además me gusta imaginar que te sonrojas cada vez que te digo así, es algo así como mi fantasía y antes de que te molestes y lo arruines, dime, ¿cómo estás?
Kuroko no iba a reprocharle nada porque descubrió que mientras más lo escuchaba hablar, más tranquilo se sentía.
–Estoy bien. ¿Por qué suenas agitado?
–Era morder las sabanas por la ansiedad o salir a trotar, escogí la segunda. ¿Cómo lo llevas tu?
Pensó en mentirle pero era demasiado estúpido hacerlo.
–Leiv me dio la camisa.
Y él sabe, por mera conjetura, que está sonriendo de oreja a oreja como el Alfa idiota que es.
–¿Te ayudó?
Kuroko tomó un respiro hondo en la camisa con aroma a leña recien cortada y su vientre se asentó. Casi se le escapó un ronroneo.
–Si
–¿Si? Eso es bueno, Omega. –había complacencia en su voz.
–Tengo nombre, otra vez.
Hubo una pausa silenciosa donde Aomine detuvo la marcha de su trote y sostuvo mejor el teléfono.
–Vas a estar bien, te pasaré a dejar algo con mi aroma por la noche. Hasta entonces tendrás que soportar.–prometió.
–No es necesario. Estoy bien
–Lo es, créeme, no solo por ti. Quiero verte.
–No, Alfa. Arregla tus asuntos. No quiero que se me culpe de algo, Danáe ya parece detestarme lo suficiente.
–Tu eres mi asunto.
–Para con eso de "el Alfa de mis sueños". No te queda y no me gusta.
Aomine bufó ofendido, indignado.
–Te gusta, lo he visto. Cuando hablo con esa mierda cursi te sonrojas y te haces un ovillo sobre tu vientre.
Y no, el Omega definitivamente no estaba sonrojado y hecho un ovillo sobre su estomago. Claro que no.
Bueno sí.
–Estaba en celo, podrías haberme insultado y habrías obtenido la misma reacción
–No es cierto, te derretías en mis brazos cada vez que usaba un apodo cursi y ni hablar de como goteab...
–Cuidado con lo que dices.–interrumpió–Tengo que prepararme, sigue trotando.
–Está bien, te hablaré más tarde.
No protestó porque eso significaba tiempo perdido así que lo dejó estar.
Leiv entró a la habitación unos minutos después, radiante y fresco como una maldita fruta. Se detuvo en el humbral apreciando la escena de él recostado sobre la prenda impregnada a aroma ajeno, casi dubitativo, era evidente que quería preguntarle algo.
–Si vas a preguntarme algo, solo hazlo.
Leiv se sonrojó profundamente y ladeó su cabeza.
–No nos conocemos, no voy a juzgarte ni nada. Pero ese día, si yo no te hubiese llevado a...
Kuroko entendió rapidamente esa culpa que el confundió con vergüenza. No pudo evitar pensar que su compañero era tan inocente como cualquier mocoso de cinco años
–No es posible que fuera culpa tuya que Aomine-kun resultase ser mi Alfa o que el fuera un idiota cavernícola en primera instancia. –dijó tranquilamente, sin inmutarse cuando a Leiv se le cayó la mandíbula al escuchar "mi Alfa"
–A-Así que es eso...
–Lo es, extraño ¿no es así?
Leiv le dedicó una sonrisa comprensiva y suspiró.
–No tanto.
Kuroko se incorporó con suavidad y aceptó la toalla limpia y seca que el otro le tendió. Había podido levantarse y ya estaba camino a el baño cuando recordó algo que podría igualar las cosas.
Alguien había dejado pistas.
–Por cierto, ¿hay algo que deba saber de Danáe?.
La frase era completamente inocente pero Leiv lo entendió a la perfección.
Y en vez de un sonrojo sofocante, lo que vió fue algo así como condescendencia y resignación.
–No, no lo hay.
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