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Rose estaba obsesionada con una saga, podía entenderla un poco, también era una de mis favoritas, porque la magia existía, los personajes eran fuertes y no había vacíos, permití que ella se llevara sus letras, sus canciones y sus pasiones, porque era importante, porque los magos vivirían por siempre, sino los olvidábamos.
La saga de Harry Potter no parecían libros para niños en mi opinión, pero a ella la hacían feliz y eso era suficiente para mí, aunque su obsesión por Hermione era un poco intensa y temía que saliera lastimada cuando se enterara que ella solo podría amar a Ron. Quizás un día ella podría crecer más o leer, lo que fuera y era muy probablemente que conocería a alguien.
Aunque mi favorita siempre sería Luna.
Rose a veces hablaba en voz alta, casi que quería tapar mis oídos cada vez que lo hacía, quería leer en silencio, en la paz de las cuatro paredes, pero trataba de no quejarme, porque ella seguía aquí y yo la necesitaba un poquito más.
A veces se volvía a sentar en el piso frente a mí, pero ya no se acercaba, quizás había sido mi culpa, por soltarla esa vez que salimos, por gritar, por quejarme hasta sangrar, pero yo solo necesitaba hacerlo, Rose lo entendería después.
Permití que tocara los estantes, que ordenara los libros a su manera y le sonreí mientras lo hacía, porque quería que estuviera bien, solo que yo temía un poco por los libros, eran mi mayor tesoro, parte de mí. Rose no me entendía porque tenía miedo, miedo de mí o quizás de nosotras.
Nunca lo sabré, pero si supe algo después de un tiempo.
Rose me quería, incluso cuando mis manos temblaban, cuando me quejaba hasta sangrar y incluso cuando me perdía.
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