Capítulo 60

Capítulo 60
Tenías razón
15 de agosto

7:36 pm

Si no hubiese sido porque sus ojos café eran inconfundibles, no la habría reconocido. 

No estaba acostumbrado a ver a Silene con el rostro manchado, o con el cabello tan despeinado. No estaba acostumbrado a verla tan desesperada, o tal pálida como la vio en ese momento. La iluminación era muy poca, pero lo que podía ver era suficiente como para notarla distinta.

Demasiado distinta.

Ella movió su boca, pero su grito no se escuchó sobre el sonido de la música. Cuando ella extendió su mano e hizo una seña para que la siguiera, Adam tuvo unos momentos de conflicto interno en los que peleó consigo mismo ¿Ir, o no ir? Tras huir de ella por semanas, tras intentar cerrar ciclos, seguirla no se veía como lo más sensato...

Y aún así, con todo el dolor de su corazón, lo hizo. 

Se abrieron paso entre la multitud. Unos gritaban, otros aplaudían y ellos dos parecían estorbar entre tanta euforia y energía. Mientras seguía a Silene, él se preguntaba qué le seguiría a todo eso ¿Más dolor, otro rechazo? No estaba preparado, pero imitaba sus pasos como si hacerlo no lo llevarían a una tragedia segura.

Comenzaba a pensar que seguiría a su princesa a donde fuera, incluso si un final infeliz estaba casi asegurado entre ellos.

A duras penas si notó el momento en el que ambos llegaron al jardín de rosas. La gran cúpula de cristal estaba vacía, los únicos testigos de cada uno de sus movimientos eran esas flores carmesí. El olor a primavera que desprendían, junto con las luces rojas que iluminaban a los rosales creaban un escenario encantador, como si hubiese sido sacado de un cuento de hadas y transladado al mundo real por acto de magia.

Pero el escenario no le importaba a Adam, mucho menos a Silene. Ellos estaban pendientes de otras cosas.

Para cuando ella se dio la vuelta y lo encaró de nuevo, él no supo exactamente qué sentir. Primero, lo invadió esa sensación de confusión al ver lo diferente que estaba Silene. Esa tierra y esa tristeza no encajaban con su hermoso rostro, mucho menos con el valioso corazón que él sabía que ella tenía. Vio a la damisela en peligro, esa que Sile abandonó tiempo atrás para convertirse en la princesa pretenciosa.

Pero también vio algo nuevo en ella, una especie de decisión inexplicable en sus ojos achicados por el llanto. No era su típica seguridad fingida, era algo más...como la necesidad de hacer algo, ¿pero qué?

Luego, sintió ese latir extra en su pecho, ese que hacía que su corazón se quedara ajustado en el espacio que le ofrecían sus costillas. Silene no se veía como en las revistas, no estando tan desarreglada y cansada. Aún así, bajo la mezcla de la luz de la noche y las luces artificiales ella se veía...ella. Era una versión triste y casi irreconocible de la chica que conocía, pero seguía teniendo esos labios carnosos, ese cabello dorado, esa piel tersa, esos increíbles ojos café que expresaban todo a partir de miradas...

Incluso esa versión de Silene lo tenía enamorado. Quizá por eso la siguió en primer lugar: porque jamás tuvo la opción de no hacerlo.

Solos en ese jardín de rosas, donde las voces de Caleb y Rubí se oían a lejos, juntaron sus miradas por primera vez en mucho tiempo. Ella suspiró, sintiendo sus fuerzas desvanecerse con rapidez. Si iba a actuar, debía hacerlo en ese momento. Quería hacerlo, pero no tenía idea de cuales eran las palabras correctas para decir.

—Silene —habló Adam. Sonaba tan serio, tan distante, tan poco como él, que dolía —. ¿Qué sucede?

Lo había extrañado tanto que solo tenía ganas de abrazarlo, de refugiarse en sus brazos por una eternidad. En lugar de eso, se paralizó. No supo qué hacer.

Adam se veía justo como siempre, no había notado lo bien que conocía cada detalle de él hasta que lo tuvo frente a ella. Su cabello rubio oscuro desordenado en ondas, su rostro marcado en la mandíbula, hombros anchos, brazos musculosos...ojos tan azules que ella reemplazaría el tono del cielo con ese si fuera posible.

Lo conocía tan bien que verlo era como ver lo más cercano que tenía a un hogar. Sabía que el que llevara sus manos hasta sus bolsillos y evitara su mirada era mala señal, pues hacía eso siempre que no quería afrontar algo. Se veía incómodo, incómodo junto a ella ¿Cómo habían llegado a eso?

—Si vine hasta aquí para ver como te quedas callada, será mejor que me vaya —dijo, tras suspirar con cierta molestia —. Creí que podría aguantar verte, pero si tú no haces algo relevante...

—Tenías razón.

Adam no pudo evitar ladear su cabeza, confundido ante tal declaración. No se habían visto en semanas, ¿y eso era lo que ella tenía para decir? ¿Que tuvo razón?

Y, aún cuando esperó algo más, sintió una especie de satisfacción. Era la primera vez que Silene decía que tenía la razón.

—A ver...¿y exactamente en qué tuve la razón, Silene?

—En...tantas cosas —dijo ella, su voz sonaba quebrada —. Tantas cosas...

—Ya...

Él asintió con la cabeza y pasó una mano por su barbilla. Comenzaba a odiar estar en ese lugar, con ella y sus confusas explicaciones. Si, era un alivio verla, pero también se sentía como una tortura.

Una horrible tortura.

—¿Tienes algo más que decir? —cuestionó él.

Ella parpadeó un par de veces. Quizá todavía no se acostumbraba a verlo frente a frente, creía que solo era un sueño. Adam suspiró.

—Escucha, puedo aceptar que me rechaces —soltó él, harto —, pero si algo no puedo aceptar es que me hagas esto de nuevo. No quiero escucharte decir cosas confusas para luego aguantar tu rechazo otra vez. Ya entendí que no soy suficiente para ti, no necesitas restregarme en la cara que me falta perfección.

—Tienes razón —repitió ella.

—¡¿Y eso es todo lo que dirás?! ¡¿Solo eso?!

Ella pudo reconocer la decepción en sus palabras; sonaba como una intrusa en su voz rasposa y cálida. Le dolió escucharlo de esa forma, verlo de esa forma...

Las heridas que le había causado eran mucho más profundas de lo que pensó.

—Joder, no sé porque siempre espero más de ti —habló él, negando con la cabeza —. No quiero que me des la razón, Silene. Yo solo quiero que...hagas algo ¡Lo que sea! Me rechazas, luego me ignoras, luego dices que me extrañas y ahora me traes hasta acá a decirme que tengo la razón ¡Ya no sé que creer de ti! ¡No sé qué quieres! No sé cual es tu siguiente movimiento, ni cuanto me dolerá, pero quiero que esta mierda se termine ¡Termínala de una vez por todas!

—No quiero terminarlo, Adam —dijo finalmente, tomando el valor para dar unos pasos hacia él —. Yo quiero empezarlo.

Hacía mucho tiempo que no estaba tan segura de algo. Ni siquiera cuando creyó saber qué clase de perfección buscaba se sintió tan convencida de sus decisiones. Más allá de querer a Adam, que lo quería con una fuerza que no podía explicar, quería lo que tuvo con él.

Quería eso que no se sentía seguro, pero se sentía correcto. Quería esa chispa que surgía entre ellos, quería esa tensión tan tentadora que aparecía siempre que estaban juntos. Quería los bailes sin coordinación, las rimas sin sentido. Y, más importante, quería provocarle sonrisas de nuevo.

Porque lo más perfecto en su mundo era saber que ella podía provocar ese hermoso gesto.

O al menos pudo hacerlo.

Adam no tenía porque perdonarla, pero ella había decidido luchar por su oportunidad. Las rosas tras de él se hicieron claras para su borrosa visión, su primer instinto fue ir hacia ellas. Recordaba una rosa cuando cometió el error de rechazarlo, esas eran sus flores favoritas...Eran bellas, casi perfectas, pero con tantas espinas como ella.

Entonces, ¿dónde estaba la perfección en esa dichosa flor? ¿En el tallo? ¿En las espinas? ¿En los pétalos? ¡¿En el perfume?!

No, en ninguno de esos. La perfección en esa rosa estaba en las manos que la tomaron y la arrancaron de su rosal. De repente, esa flor de pétalos carmesí y aroma delicioso dejó de ser un simple retoño y se convirtió en algo mucho más fuerte: una declaración de amor.

¿Y sabes qué? Eso fue perfecto.

—Abrí nuestra cápsula del tiempo —confesó ella, mirando la flor en su mano —. Leí mi carta y fue tan...no tengo una palabra exacta para describirlo, pero la leí y sentí una mezcla de repugnancia y miedo hacia mi misma.

》Cada palabra describía a una chica obsesionada con algo, algo que ni siquiera sabía qué era con exactitud. Esa chica creció y se convirtió en alguien cuya obsesión creció a un punto enfermiso. Me volví lo que creí que me haría feliz, pero soy la persona más infeliz del planeta.

Se dio la vuelta y lo encaró. Le dedicó una leve sonrisa que él no le devolvió.

—¿Y sabes por qué no soy feliz? —preguntó ella, con un hilo de voz. Él no respondió, así que continuó hablando —. Porque creí que la perfección era algo que se veía. Me arreglé para verme bonita en un espejo, fui una novia ejemplar para que eso se viera en las revistas, fingí sonrisas y lloraba a solas por la presión usando películas románticas como excusa, pero tú siempre supiste que el cliché no fue lo que me quebró tantas veces...

—Te dejaba creer que si —alcanzó a decir Adam, demasiado bajo como para que fuera algo relevante en la conversación. 

—Mi problema fue que quise ser una princesa y, para eso, busqué coronas, vestidos y príncipes. Quería perfección, así que fui por lo más obvio. Uno ve una rosa y dice: es perfecta porque es hermosa. Así que pensé que la perfección estaba a la vista de todos, pero no. No lo está.

—Entonces, ¿dónde está?

Uno creería que los valientes son los príncipes, los caballeros, o incluso los narradores de las historias. Resultó ser que ninguno de ellos lo es, al menos no en esta en particular. 

Ningún príncipe, o caballero se atrevió a hacer la pregunta que un personaje secundario le hizo a la protagonista. Adam fue quien tuvo el valor de decir lo que yo no he podido pronunciar directamente ante una rosa que conocía muy bien sus propias espinas: ¿dónde está la perfección?

Es esa duda la que me mantiene despierto dando vueltas que me marean, me causan náuseas y me hacen sentir más enfermo de lo que en verdad estoy. Él hizo la pregunta y ella...

Ella creía saber la respuesta.

Le sonrió una vez más y volvió a dar un par de pasos hacia él. Adam quiso creer que tenía la suficiente fuerza de voluntad para alejarse, pero no la tenía. No pudo retroceder los centímetros que ella avanzó hacia él. Silene tomó una larga respiración para armarse de fuerzas. Su cansancio y su malestar quedaron en segundo plano gracias a los latidos de su corazón. Todo lo que importaba era ese momento, el instante en el que lo daba todo sabiendo que no debía esperar algo a cambio. 

—Una vez me dijiste que tu imperfecta presencia era de lo que hacía a mi vida más perfecta —habló Silene —. Tenías tanta razón, Adam. No sé como no lo vi antes. Jamás se trató de buscar príncipes, de encontrar coronas y lucir bien. Mi perfección estaba en la forma en la que me hacías sentir porque contigo yo era más que solo una princesa.

》Tú con tus bromas, con tu impredecible forma de ser, me haces sentir tan...bien. No hay sonrisa que logre fingir que se compare a las que tú me provocas, ni príncipe que me haga sentir lo que un dragón despertó sin querer. Todo este tiempo separados me llevó a entender que lo que búscaba no se comparará jamás con lo que tenía. No quiero la perfección que estaba en los espejos, quiero el desastre que me haces sentir. Quiero poder desafinar contigo, bailar contigo, despertar contigo...

Ella se acercó más, al punto en el que la punta de sus zapatos chocaba con los de Adam. Podía escuchar su respiración hacerse más y más profunda, era como si él estuviera intentando escapar pero algo más fuerte lo detenía. Silene colocó la rosa entre ambos y lo miró directo a los ojos. La sinceridad jamás se sintió tan bien.

—Quiero tus sonrisas de vuelta, quiero no volver a rechazar las rosas que me ofrezcas, quiero estar a tu lado...—continuó ella.

—Dijiste que algo entre tú y yo no podía suceder —le recordó Adam, interrumpiéndola —. Dijiste que estabas muy segura de lo que querías en la vida y ese alguien no soy yo.

—Intenté mentirme a mi misma, intenté que esa fuera mi verdad por miedo a salir lastimada de nuevo. Me dolió más perderte de lo que me duele amarte.

—¿Qué dijiste?

Ella sonrió de lado al ver el brillo de esperanza que surgió en los ojos de Adam al escuchar aquella confesión. Se estaba haciendo el fuerte, protegiéndose, y tenía mucho sentido que así fuera. Una vez te lastiman, construyes muros a tu alrededor para que no vuelvan a atravesarte con dolorosas espinas.

Pues bien, ahora sería el turno de la princesa para escalar torres. Ahora debería atravesar cada muro y demostrarle que estaba siendo honesta.

Ella quería remediar todo el daño.

—Dije muchas cosas ese día en el que me confesaste lo que sientes por mi. Cosas que no eran ciertas —le confesó, siguiendo su mirada —. Pero ahora estoy aquí, con esta rosa en la mano, muy consciente de que no merezco que me perdones, pero queriendo luchar hasta el final por una segunda oportunidad. Callé cuando debí decirte lo que ahora sé con seguridad...

—Silene...

—Yo te amo, Adam. Te amo y es lo más impredecible, fuerte y perfecto que he sentido en mi vida.

》Amo como me haces sentir, amo lo que te hago sentir...o hacía, porque no sé si aún lo sientes. No sé si perdí mi chance para ser parte de tu vida, pero aquí estoy, con mi corazón en una mano y una rosa en la otra diciéndote la mayor verdad que he dicho en mi vida: te amo y jamás volveré a negarlo.

Ella le entregó la rosa, él la tomó casi por instinto. Ya ni siquiera notaba la tierra en su cara, o su cabello despeinado, o su delgadez evidente. Él solo podía ver la sinceridad en sus ojos. Se tensó cuando ella tuvo la valentía de rodear su cuello con ambos brazos, estaban a una distancia tan imprudente que se sentía extrañamente perfecta. Él suspiró.

¿Cómo sacas espinas de tu corazón? ¿Cómo te entregas a alguien que ya te hizo daño? Escucharla decir que lo amaba se sintió como subir al cielo, pero recordó todas las exigencias de Silene y bajó en picada hasta estrellarse. Observó la rosa en su mano, se sentía mucho más importante de lo que en verdad era. Luego, devolvió su vista hasta Silene...

¿Debía, o no debía caer por ella?

—¿Cómo sé que no cambiarás de opinión? —le preguntó él, sin alejarla. Era una tentadora tortura poder sentir su aliento sobre el de él, eso le recordaba al sabor de sus labios y quería volver a intentar ese beso que se acabó muy pronto. Sin embargo, primero tenía que asegurarse de que su corazón estaría a salvo —. Hoy dices que me amas, pero podrías cambiarme por un príncipe mañana. No estoy aquí para que me reemplaces a tu gusto.

—No cambiaré de opinión porque ahora sé que la perfección no se ve, se siente. Tú haces que yo la sienta —aseguró ella —. Intenté por semanas deshacerme de lo que siento por ti, pero no se va. Esto permanece, Adam. Estás incrustado en mi como...

—¿Una espina?

—Sí, pero esta espina no deja herida. No la quitaría de ahí por nada del mundo.

—Quiero creerte...

—Hazlo.

—Pero no quiero salir lastimado de nuevo.

—No quiero hacerte más daño.

—Eso no garantiza nada, Silene...

Él suspiró de nuevo, habían tantas dudas nadando en su mente que se notaban en su mirada. Silene se armó de valentía de nuevo y se puso de puntillas para tener sus ojos a la misma altura que los de él.

La princesa decidió no solo escalar sus muros, sino darle la posibilidad a Adam de destruir cada torre en la que se resguardaba.

—Blake —susurró ella, enredando sus dedos en el cabello ondulado de Adam. Se acercó más, al punto en el que ambos corazones se estremecieron con emoción y miedo —. No pienses. Solo...déjate llevar.

Se acercó más a él, logrando que su pecho chocara con el de él y sus respiraciones se fusionaran en una sola. Por acto reflejo, Adam llevó sus manos hasta la diminuta cintura de Silene. Una especie de chispa lo recorrió al tocarla, al sentirla de nuevo luego de tanto tiempo. Su petición se repetía en su mente como una especie de eco.

Que se dejara llevar...¿Desde cuando Silene pedía algo como eso?

Entonces, entendió que sus palabras eran más que palabras, y la rosa más que una rosa. Silene le estaba ofreciendo una promesa, una en la que las reglas y exigencias se iban para quedar solo ellos y lo que sentían. Sus ojos estaban increíblemente cerca, tanto que podía ver que cada sentimiento confesado era real. No se lo estaba imaginando, ella de verdad estaba entregando su corazón de una forma en la que jamás lo había hecho.

Se estaba dejando llevar por una corriente muy fuerte, pero parecía no tener miedo. Sintió la suavidad de sus labios de repente rosarce con los suyos. No fue un beso, ella solo quedó con su boca entreabierta junto a la suya. No se movió. Su corazón estaba al borde de escapar de su pecho, pero se mantuvo quieto para esperar el siguiente movimiento de Silene.

Y, luego, sintió miles de cosas al mismo tiempo cuando su cálido aliento chocó contra sus labios en una confesión que no se cansaría de escuchar:

—Te amo, Adam. Te amo.

Entonces, no tuvo que pensar. Él solo cayó por ella una vez más...

Bastó un simple movimiento para que sus labios se juntaran en más que un simple roce y que el tiempo se consumiera en un "te amo" dicho en palabras y corroborado en hechos. El mundo entero se resumió a ese contacto, esa caricia que empezó como un suave tanteo de su boca contra la suya y terminó por convertirse en algo tan fuerte e intenso como lo que sentían.

Jamás pensó que la perfección tendría esa forma, ni que se sentiría como un cálido fuego consumiendo su pecho de una forma tan agradable. Silene no imaginó que lo que tanto buscó lo encontraría en los brazos de quien siempre estuvo a su lado, o que la haría sentir tan desastrosa como feliz al mismo tiempo. Percibió el agarre de Adam hacerse más firme en su espalda baja y, al ladear la cabeza para aumentar la profundidad de ese beso, solo pudo suspirar sobre sus labios.

Se sentía demasiado bien para ser real.

La perfección jamás debió basarse en exigencias, o en estándares. Debió basarse en esa sensación en su pecho, ese latir que no parecía caber en su caja torácica. Las luces a su alrededor, las rosas... quizá era un escenario de cuento de hadas, pero ese beso era tan real que le hizo entender a Adam que la perfección no era un mito, sino un momento que nos encuentra desprevenidos. 

No quiso dejarla ir, así que volvió a mover su boca contra sus labios suaves y sintió bajo sus manos como Silene arqueaba su espalda para acercarse más a él y alcanzar mejor sus labios. Ella tenía una mano en su cuello y la otra enredada en su cabello, mientras que él sentía la necesidad de llevar sus manos a todos lados para comprobar que tenerla a esa distancia era real y no solo un sueño que se esfumaría en cualquier momento. 

Cuando el aire hizo falta en ambos pares de pulmones, él dejó suaves besos sobre su labio inferior antes de que sus bocas se separaran. Adhirió su frente a la de ella, su respiración sonaba igual de caótica que la que salía por su boca. Aquel momento, que fue tan dulce como intenso, marcaría un antes y después en su relación y ambos lo sabían. 

Ella abrió sus ojos para encontrarlo muy cerca de su rostro. El azul en su mirada estaba oscurecido, sus mejillas ligeramente sonrojadas y sus labios un poco hinchados. Acunó su rostro entre sus manos, sintiéndose demasiado plena como para ponerlo en palabras. Esbozó una sonrisa ladeada mientras recuperaba el aliento, él imitó ese gesto.

Todavía era capaz de provocar esa clase de sonrisas en él.

—¿Me perdonas? —preguntó ella, su voz se escuchaba realmente afectada, pero en ese momento no le importó. Adam extendió su sonrisa antes de llevar su mano hasta la mejilla de Silene y acariciarla con dulzura. 

—¿Qué es un dragón sin su princesa? —cuestionó él, su mirada estaba fija en sus ojos café —. Empecemos de cero, Silene. Volvamos al inicio de la historia y reescribamos el cuento a nuestra manera, ¿está bien?

—Nada me haría más feliz que eso —suspiró ella, aliviada —. Te amo, Adam.

—¡Joder! ¡Suena absurdamente bien! Nunca te canses de repetirlo.

Ella soltó una carcajada ente su entusiasmo, ese sí era el Adam que conocía. Al escucharla feliz, él le robó un beso rápido en los labios y extendió su sonrisa.

—Yo también te amo, princesa. Te amo muchísimo. 

—¿Con todo y los problemas que aún cargo conmigo?

—Sobre todo con tus problemas, ellos te hacen alguien real y fuerte. Además, como estoy dispuesto a superarlos junto a ti, me da una excusa perfecta para pasar más tiempo contigo.

—Eres tan peculiar, Adam Blake.

—Por eso me amas.

—Exacto. Por eso te di una rosa.

Él volvió a sonreír y llevó sus labios a los de ella una vez más, sumergiendo el tiempo en otro de esos besos llenos de sentimientos en los que todo se sentía ideal. La  acercó más a su pecho y ella se dejó sujetar. Todo comenzaba a cobrar sentido de nuevo, solo debía curar las heridas que había dejado en cierta pelirroja para poder empezar de cero.

Y así comenzar a buscar un tipo de perfección más seguro que el que buscó tiempo atrás.

Pero, ¿te digo qué cosa no puede curar el amor? La debilidad de un cuerpo que poco a poco se consume. Silene era una bomba de tiempo preparada para estallar y no lo sabía. Estar enamorada no la iba a salvar de lo que ella misma se había hecho. Tomó el camino equivocado y, para salir de él, ahora debía atravesar rosales...

Rosales llenos de espinas.

...

7:58 pm

Llegar al C.A y ver esa multitud conglomerada en los jardines fue desalentador ¿Cómo encontrarían a Silene y a Adam entre tanta gente? 

—¡A este paso, jamás encontraremos a Silene! —soltó Cloe, intentando ponerse de puntillas para ver sobre las cabezas de la gente. Tenía que gritar porque el sonido de la música opacaba su voz —. ¡Podrían estar en cualquier lado!

—¡Adam no contesta el teléfono! —exclamó Gabe, intentando con otra llamada —. ¡Creo que lo tiene apagado!

—¡Quizá estén por las primeras filas! —sugirió Lilian, cargando a Lavanda para evitar que se perdiera.

—¡¿Y cómo carajo vamos a llegar hasta allá?! —preguntó Derek.

—¡Apartando gente de ser necesario! —gritó Cloe, para luego mirar a sus sobrinos —. ¡Niños, no se separen!

—¡No es como si tuviéramos opción! —exclamó de vuelta Lid. 

Así, intentaron abrirse paso entre la multitud de gente escuchando a Caleb cantar. Ya había compartido el escenario junto a Rubí y la gente quedó tan fascinada ante la presencia de la chica que pidieron más, así que ambos seguían cantando juntos las canciones que Leb originalmente iba a cantar solo. Sonaban bien, más que bien. Incluso entre el pánico y la búsqueda, ellos sintieron cierto orgullo de escuchar a sus familiares tener tanto éxito. 

Lástima que no podían escucharlos con calma, no cuando la vida de Silene podía estar en peligro.

Ni siquiera al llegar a las primeras filas los vieron, cosa que fue realmente preocupante. Estaban a punto de retomar su camino, hasta que Malory los reconoció y gritó sus nombres para llamar su atención. Fueron hacia ella y Brandon, quienes los miraron extrañados ante la preocupación en sus miradas.

—¡¿Señores Osbone, señores Bacher?! ¡¿Qué sucede?! —les preguntó Brandon, alzando la voz para ser escuchado.

—¡Necesitamos encontrar a Silene o a Adam! —exclamó Lilian —. ¡¿Los han visto?!

—¡Creo que los vi ir hacia la cúpula de rosas hace un tiempo! —exclamó Malory —. ¡¿Qué está pasando?!

—¡Larga historia, poco tiempo! —la cortó Cloe —. ¡A la cúpula de rosas! ¡Ahora!

Y, aunque Malory y Brandon no tenían que seguirlos, la curiosidad les ganó y terminaron por abrirse paso entre la gente para llegar a la cúpula de rosas junto a ellos.  Tal y como dijeron, Adam y Silene estaban ahí. La gran sorpresa fue encontrarlos tan cerca, con sus ojos cerrados y bocas unidas. 

Ninguno de ellos dos parecían haber notado su presencia, estaban demasiado sumergidos en ese beso como para prestarle atención a sus nuevos testigos. Mientras Brandon y Malory se preguntaban que carajo estaba pasando, entre Cloe, Derek y Gabe se preguntaban como interrumpir ese instante. Mientras tanto, Lilian cubrió los ojos a Lavanda, pues la muestra de afecto entre Silene y Adam comenzaba a ser un poco...censurada.  

Claro que, al ocuparse de su hija menor, no pudo evitar que la mayor hablara:

—Creo que ya le dijo que lo ama —soltó sin la necesidad de gritar. 

—¿En serio? —preguntó su hermano, con un sarcasmo sorprendente para alguien de su edad —. ¿Y por qué lo crees, Lid? ¿Por lo cerca que están, o porque parece que se la está tragando?

—¿Podrías no ser un imbécil por una vez en tu vida, D?

—Podría, pero sería aburrido.

Fueron esas voces las que trajeron a Adam de vuelta a la realidad. Abrió sus ojos y quedó un tanto sorprendido al ver a tantas personas en la entrada de la cúpula de rosas. Se separó de los labios de Silene y, sin soltarla, observó a todos con confusión. 

—Eh...¿qué hacen ustedes aquí? —preguntó él.

—Hay que llevar a Silene a un hospital —soltó Cloe, con rapidez —. Te explicaremos en el camino.

—¿Qué? ¿A un hospital? ¿Qué sucede?

—¿Qué parte de "te explicaremos en el camino" no entiendes, galán? No hay tiempo para explicaciones. 

—No...—soltó Silene, dándose la vuelta para observarlos. Su vista seguía demasiado borrosa —. Yo estoy bien...necesito...necesito encontrar a Cristal y disculparme...

—¿Princesa? —Adam se preocupó al notar como su voz comenzaba a fallar de una forma muy distinta que minutos atrás. Sus ojos parecían estarse achicando y se veía más pálida ahora que su rubor se había desvanecido —. ¿Sile, qué ocurre?

Te diré lo que le sucede a un enfermo cuando su cuerpo se queda sin adrenalina que aguante toda su debilidad: cae incluso más profundo de lo esperado.

Las piernas de Silene comenzaron a dolerle, por lo que temblaron hasta dejarla inestable. La sensación de caer la invadió, de no ser por Adam y Derek que la sujetaron habría terminado en el suelo. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, su vista empeoró al punto en el que solo veía luces rojas y siluetas sin sentido. De repente, se sintió demasiado cansada y sedienta como para mantenerse estable. Su cabeza iba de lado a lado, como si no pudiera mantenerla firme.

No entendía qué sucedía, pero aún en medio de su debilidad y miedo solo podía pensar en una cosa:

—Cris...—dijo con poco aliento —. Necesito...ir...

—No, no, no, tú necesitas ir a un hospital —repitió Cloe —. Mierda, se está poniendo amarilla. Mala señal. 

—¿Sile? Escúchame, no cierres los ojos. Mírame a mi, ¿okey? No te duermas —le pidió Adam, intentando mantener la calma en vano. Levantó la mirada hacia el resto —. ¡¿Alguien quiere decirme que coño está sucediendo?! 

—Me...duele...

—Tranquila, hermanita. Ya te llevaremos a un doctor —le habló Derek, intentando proporcionarle aire —. Solo resiste. 

—Adam, cárgala y salgamos de aquí —habló Cloe, agachándose para tomar la muñeca de Silene. Su pulso estaba demasiado lento —. Mierda, mierda. Hay que ser rápidos ¡Muévete! ¡Ya, ya!

Mordiéndose la lengua para evitar preguntar de nuevo lo que sucedía, cargó a Silene con cuidado. De repente, su piel se sintió preocupantemente fría y sus ojos estaban en un constante ir y venir, en un estado de consciencia e inconsciencia extraño. Adam jamás sintió tanto miedo como hasta ese momento en el que finalmente se desmayó en sus brazos. Hacía solo unos segundos habían decidido reescribir su historia...

No imaginó que el principio se vería tan similar a un final. 


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