Capítulo 37
Capítulo 37:
Pintando de rojo pétalos blancos
30 de junio
9:10 am
Una simple noticia puede llevarnos al borde de la locura, puede convertirnos en almas desquiciadas que están a punto de perder cada rastro de cordura en ellos. Podemos enloquecer, pero a veces la locura y los sentimientos que trae consigo pasan desapercibidos.
Eso ocurre cuando nos volvemos expertos en construir nuestros propios disfraces, cuando nos escondemos tras nosotros mismos.
Máscaras hechas con nuestros propios gestos. Una sonrisa falsa, unos ojos soñadores, una alegría fingida...a veces siento que esa es la máscara que usas tú para ocultar que tienes miedo, que te entristece estar tan cerca del final. Todos lo hacemos, todos construimos nuestros propios antifaces a raíz de expresiones hechas de mentiras.
En su caso, la máscara que traía lucía tan intimidante que reconocerla inclusive costaba.
Cristal dejó a un lado el brillo sutil con sabor a fresas y delineó sus boca con aquella barra labial roja y llamativa. No sabia a fruta, sabia a simple maquillaje que se adhería a las grietas de sus labios, amenazando que cubrirían esas imperfecciones por muy poco tiempo.
Su cabello naranja, generalmente esponjado y desordenado, ahora estaba lacio y arreglado. Sus ojos verdes azulados resaltaban ante el delineador negro que le quitó a su mamá y sus pecas estaban ahogadas debajo de una capa de maquillaje que les impedía ver la luz. Un vestido rojo carmesí sin escote en frente, pero de abertura en la espalda, se abrazaba a su figura que se veía ancha en ese espejo, pero demasiado delgada a los ojos de cualquiera. Mallas negras por debajo, tacones altos para fingir ser mayor...Más que una máscara, se estaba disfrazando.
Disfrazando de perfección.
La noticia del divorcio de sus padres retumbaba en su cerebro con dolor. Es tu culpa, todo es tu culpa; no podía callar a su voz interior. Quizá si fuera perfecta, si fuera la niña hermosa e ideal que deseaba ser, sus padres habrían tenido un matrimonio más feliz. Pero no lo era, tan solo era Cristal
No sabía si estaba triste, enojada, decepcionada, o las tres juntas. En realidad, sentía tantas cosas que lo más fácil era simplemente mostrarse fría y molesta hacia el mundo. Comenzaba a entender que su dulce y frágil forma de ser solo conseguía que se lastimara más, estaba harta de eso.
Estaba harta de ser de esas flores pálidas y frágiles, de esas que se támbalean en el viento y carecen de algún color impactante. Por eso tomó el color carmín y pintó sus propios pétalos, consiguió su propia máscara.
Y la usaría para moldearse al mundo, para impedir salir lastimada.
Salió de su habitación con el pulso acelerado y el estómago vacío. Te seré honesto, las comidas de Cris ya no tenían sentido. Pasaron de ser tres al día a ser una si acaso, pero escondía tan bien los platos que dejaba que ni siquiera la gente cercana a ella lo notaba. Se estaba convirtiendose en una maestra de la mentira. Tanto así que incluso sabía mentirse a sí misma:
No tienes hambre, Cris. Ese vacío es solo enojo.
Y se lo creía. Era más seguro admitir que estaba enojada a admitir que tenía mucha, pero demasiada, hambre.
Bajó las escaleras con rapidez, esperando no tener que encontrarse con sus padres en su camino a la entrada de la casa. Los había esquivado la noche anterior, cuando se encerró en su cuarto con la escusa de que se sentía mal y no queria hablar. Ellos aún no sabían que ella ya conocía sus planes de divorcio, no sabía si queria que lo supieran. En ese momento los detestaba tanto que temía por la forma en la que pudiera reaccionar al hablarle.
Y temía que ellos notaran que ella estaba haciendo cosas que no tenían sentido, como contar calorías sin control.
Lo mejor era evitarlo todo, explotar solo si era necesario. Creyó que saldría victoriosa, que podría irse de su casa sin que la detuvieran, pero su padre la vio en su plan de escape. Fue atrapada.
—Cristal, ¿a dónde vas? —cuestionó él, desde la mesa en la que solían desayunar.
—Rubí vendrá por mi y me llevará al C.A —respondió, queriendo escapar de ahí.
—¿Sin desayunar? Ni lo pienses —habló él, despertando un montón de miedos en su hija al instante —. Ven acá, gemita, desayunemos todos juntos. Mamá y yo tenemos que hablar contigo.
—Pero Rubí...
—Aún no ha llegado. Solo ven, Cristal.
Así que se lo dirían y justo en medio de un desayuno ¿Ese era su momento perfecto para lanzar una noticia como esa? Vaya ironía, desayunaban todos los días juntos y no pudieron soltar la bomba antes. A regañadientes, Cris se alejó de la puerta y caminó hacia su padre. Una mesa para tres...¿Por qué no hubo una silla más?
Por ella, por su culpa. Ella arruinó el amor de sus padres al punto en el que no desearon más bebés.
Se sentó en su puesto con la mirada baja, no quería ver a su papá. Calvin la observó actuar extraño y estuvo a punto de preguntar, pero fue entonces cuando Eve dejó el desayuno en el plato de Cris y todo en la mente de la pelirroja se volvió un lío.
—¿Panquecas con arándanos? —cuestionó en un hilo de voz, aunque bien podía ver que era eso lo que tenía frente a ella.
—Claro, son tus favoritas —su mamá le sonrío, sentándose en la silla restante —. Hace tiempo que no las hacia para ti, gemita.
Si, las panquecas con arándanos fueron sus favoritas, pero luego buscó la cantidad de calorías que poseían y dejaron de serlo. Ochenta y cuatro en una sola panqueca, eran cuatro así que terminarían por ser trescientas treinta y cuatro si las comía todas. La miel de maple tenía doscientos sesenta por su cuenta, las frutas que le agregó su madre treinta y seis, más el jugo procesado de naranja que eran cuarenta y cinco. Sacó la cuenta rápido, espantada ante el resultado de la suma.
No podía ingerir seiscientas setenta y siete calorías en tan solo la mañana, no cuando había llegado al récord de solo consumir novecientas calorías al día. Comenzaba a tenerle fobia a esos números, a lo que simbolizaban. No toleraba el saber que ingeriría esa cifra entera. Era tanta la ansiedad que le provocaba que comenzó a sentir una pequeña piquiña en el cuello, como una reacción alérgica a sus propios pensamientos.
—¿Estás bien, Cris? —preguntó su madre, notándola nerviosa.
—Mhm —ella asintió con la cabeza, intentando disimular —. ¿Mamá, le echaste azúcar a la mezcla de la panqueca?
—Claro, gemita. Igual que siempre.
—Genial.
Pero no, no estaba genial, solo que no quería que ellos supieran que de hecho le tenía terror a algo tan absurdo como el azúcar, que solo aumentaba el nivel de calorías. Respiró profundo, ordenándose a sí misma pensar. Sintió el vacío en su estómago, reclamando algo que ella no podía entender.
No es hambre, es enojo. No es hambre, es enojo.
Se mintió una y otra vez, se creyó cada mentira. Miró el plato con furia, con lo que sabía que sentía ¿Sabes lo que pasa con el enojo? Te hace explotar.
Pues bien, eso es lo que ella haría.
—Entonces, Cris...
—¿Y para cuándo el divorcio? —soltó, con una voz demasiado rencorosa para venir de ella.
Su madre se quedó con las palabras en la boca, su padre casi se ahogó con el café. Eve y Calvin intercambiaron miradas, sorprendidos. Entonces Cristal ya lo sabía, no alcanzaron a decirle. Miraron a su hija, quien los observaba con una mezcla horrorosa de decepción y enojo. Jamás vieron el tono verde azulado de su niñita reflejar tales sentimientos, mucho menos esperaron verlos dirigidos hacia ellos.
Cris los observaba de una forma que les estaba partiendo el corazón, quizá por eso tardaron tanto en reaccionar.
—¿Ya escogieron fecha? ¿Y qué hay de mi custodia? ¿Esa es otra cosa que discutieron a mis espaldas? —preguntó, ninguno de ellos habló —. ¿Qué? ¿Creyeron que la dulce e ingenua Cristal no entendería un tema de adultos?
—Cris...—Eve intentó tomar su mano, pero ella se puso de pie al instante y fue brusca al apartarse de su agarre.
—¡Por favor, tengo quince años! ¡Sé lo que es un divorcio y sé lo que implica! Entonces, ¿cuál es su excusa? ¡¿Por qué me hicieron creer que éramos felices?!
Los estaba juzgando, gritándoles, haciéndolos sentir tan mal como se sentía ella por tener ese plato de comida en frente. No importaba que tanto sentía que necesitaba un abrazo de sus padres para calmar sus temores, no podía quitarse su máscara ¡Debía ser fuerte!
Debía fingir que tenía espinas para no salir lastimada.
—Ibamos a decirte —aseguró Eve, con la voz temblorosa —. Solo no sabiamos como.
—Oh, ¿es que acaso ninguno de los dos sabe hablar?
—¡Cristal! —le reclamó su padre ante el tono hóstil que usó —. No se trata de eso, hija. Se trata de que no fue una decisión fácil, nos costó tomarla. En consecuencia, nos costó trabajo hablarlo contigo.
—Es que ni siquiera lo hablaron, papá ¿No se supone que ustedes son los delatores valientes? ¡¿No es eso lo que cree nuestra familia?! ¡Les han mentido a todos! ¡Cobardes!
—¡Cristal, no nos hables de ese modo!
Se calló por el simple hecho de que no podía eliminar tan rápido a la chica obediente y respetuosa que siempre fue, pero eso no implicó que estuviera feliz. Se cruzó de brazos y observó a su padre con su ceño fruncido. Él también tenía su entrecejo de esa forma y, de hecho, el parentezco entre ellos se notaba aún más ahora que ambos tenían sus cejas fruncidas hacia abajo y que se observaban fijamente, casi sin parpadear, intentando lucir aunque fuera un poco rudos.
Calvin cedió ante esa mirada y suspiró. No perdió la autoridad en su voz, pero mentiría si su voluntad no flaqueó. Le dolía ver a su hija de esa manera.
—¿Silene te lo dijo? —preguntó, dejando muy claro que la respuesta la estaba demandando, no solicitando.
Pero Cristal ya era experta mintiendo, ni siquiera le temblaba la voz al hacerlo.
—¿Silene sabía? —preguntó, fingiendo incredulidad. Actuó una carcajada, una seca e irónica y volvió a juzgar a sus padres con la mirada —. Así que ella, que no es su hija, se enteró por ustedes y no tuvo la mala suerte de escucharlos hablar en la noche sobre un divorcio sorpresa ¡Vaya padres!
—Muy bien, señorita, comienza a enfadarme el tono que estás usando con nosotros —Calvin se puso de pie y la enfrentó —. Tienes todo el derecho de estar molesta porque no fuimos justos contigo. Nos equivocamos y lo sabemos, Cristal. Estamos arrepentidos y no te miento cuando te digo que me dolerá toda la vida habértelo ocultado. Lo sentimos.
》Pero, te guste o no, somos tus padres y debes tratarnos con el respeto que siempre te hemos dado. Así que cambia esa actitud y tengamos una charla civilizada; una charla como la familia que somos.
—Ya ni siquiera sé que familia somos —soltó Cris —. ¿Tú lo sabes, papá? ¿Sabes qué clase de familia es la que se oculta la verdad? Sabía quienes éramos, pero lo arruinaron ¡Arruinaron todo!
Tomó su bolso con brusquedad y se alejó de la mesa, retomando su camino a la puerta. Sus palabras le dolían en el corazón, no quería que su familia fuera una rota, tampoco lo creía. Sin embargo, esa pelea la estaba alejando del plato de panquecas con arándanos. Debía seguir, debía continuar esa gran mentira.
—¡Cristal! —Calvin la siguió, sonando molesto —. ¡Me haces el favor y te vuelves a la mesa! ¡Vamos a hablar!
—Oh, ahora quieres hablar —soltó, volteando para encararlo a él y a su madre una vez más —. Pues, adivina: ¡Yo ya no quiero hacerlo!
Antes de que pudiera arrepentirse, abrió la puerta y la arrojó tras de ella al salir. Calvin estuvo a punto de seguirla, dispuesto a enfrentarla por la forma tan descarada en la que se estaba dirigiendo a ellos, pero una mano rodeando su brazo lo detuvo. Volteó y encontró la mirada azul de Eve cristalizada. Ya no sentía la clase de amor por esos ojos que sintió hace años, pero aún me dolía verlos llenos dr lágrimas. Ella siempre sería importante para él, del mismo modo en el que lo sería Cris. Quería explicarselo a su hija, decirle que eran la clase de familia que sobrevivía a esos desastres.
Quería a su hijita sonriente, no a aquella que lo juzgó de una forma que jamás podría olvidar. Podría estar molesto por el descaro que ella usó al hablar, pero ese enojo no se comparaba al dolor que sentía ahora que sabía como se veía la decepción en los ojos verde-azulados de su hija. Esa mirada le quedaría tatuada para siempre en su memoria, le dolería toda la vida.
Deseaba arreglarlo todo, por eso no entendía porque Eve lo había detenido.
—Hay que darle su espacio —ella respondió a una pregunta que él ni siquiera pronunció —. Se enteró de la peor forma posible, Cal. Era lógico que se enfadaría.
—¿Pero que reaccionara así? —preguntó él y luego negó con la cabeza —. Esperaba todo, menos eso. Esa chica no se vió como nuestra Cris.
—La forma en la que nos miró...—ella soltó a Calvin y llevó una mano hasta su pecho. Cerró sus ojos tan pronto como una lágrima se escapó de ellos —. Le rompimos el corazón, Cal. La decepcionamos.
Él suspiró y atrajo a su mejor amiga hasta sus brazos, rodeándola con ellos mientras ella comenzaba a soltar pequeños sollozos. Ambos se sentían horrible, fue una de las pocas veces en las que creyeron que ser padres era un trabajo demasiado complicado. Cal acarició la espalda de Eve intentando calmarla, pero él también estaba alterado. Habían visto una faceta de su hija que no conocían.
Una máscara.
—Tranquila, Eve —susurró —. Esto lo solucionaremos. Somos y siempre seremos una familia, las familias no pelean por siempre.
Ella asintió con la cabeza, aún pegada a su pecho. Lo solucionarían...¿pero cómo? No sabía si Cal solo estaba diciendo eso para calmarla, o porque en realidad lo creía. Después de ver a su hija como la vio, no sabía que creer. Le dolía el corazón, así que se aferró más a Calvin.
Cristal era lo mejor que tenían, no quería creer que podían destruirla.
Mientras tanto, ya fuera de la casa, Cris recuperó el aliento de esa pelea tan intensa. Le dolío cada palabra, pero al menos huyó del desayuno y eso la tenía más tranquila. Estaba alterada por la forma en la que le respondió a sus padres, pero se convenció a sí misma de que ellos lo merecían.
Dolía saber que se lo merecían.
Se acercó a la calle y poco después pudo ver el auto negro que le pertenecía a los Carlton entrar a su vecindario. La camioneta tardó unos minutos en llegar hasta ella y se subió con rapidez en el asiento de atrás, aún con su corazón latiendo a un ritmo acelerado. Jamás se había peleado con sus padres de esa forma, jamás le había dicho a su papá tales palabras, jamás había mentido tanto en sus caras...pero entonces pensó que tampoco había experimentado un divorcio antes.
Así debía reaccionar, ¿no? El enojo le permitiría no sentirse lastimada. Se moldeaba bien a la situación y era mejor mostrar todo eso antes que la tristeza y confusión que en realidad sentía. Inhaló y exhaló con fuerza, ordenándose pensar en que había hecho bien.
No se mostró frágil, no se mostró ingenua...Mostró su máscara, sus pétalos pintados, y se ahorró unas horrorosas seiscientas setenta y siete calorías.
—Hola a tí —la saludó Rubí, al ver que ella no hablaba. Giró la mirada para observarla y su amiga le dedicó una sonrisa divertida —. Pareces un tomate de lo sonrojada que estás ¿Le estás haciendo competencia a mi cabello?
—No estoy de humor —soltó, sin muchos ánimos de ser comunicativa ese día.
Rubí arrugó su nariz y la observó con confusión ¿Desde cuándo Cristal Milestone no tenía ánimos para hablar? Por lo general, el problema era callarla y bajarla de las nubes en las que solía soñar. Le pareció extraño, pero sabía que si la presionaba ella solo se negaría a hablar.
—Está bien —se encogió de hombros y fingió no darle importancia —. Por cierto, él es Logan —dijo, señalándo al conductor —. Es uno de los cuatro guardaespaldas que contrató mi tío porque parece que mi hermano le arruinó el anonimato a mi apellido con su jodido encanto —esperó a que ella dijera algún cumplido, algo positivo. Nada, solo hubo silencio.
Era tan extraño no escuchar la voz de Cris casi aturdirla...
—En fin, Logan hoy está siendo un sol y no puso quejas cuando le pedí ser nuestro chofer porque me rehuso a sacar la licencia en este país. Aquí conducen en el carril equivocado —rodó sus ojos. Esperó otro comentario, un chiste malo, pero nada —. Bueno, aunque no esperes que Logan hable mucho. No es muy comunicativo que se diga.
—Digo lo justo, jefa —habló el conductor.
—Oh, joder, si hablas —soltó ella, fingiendo impresión —. Empezaba a creer que tendría que comunicarme contigo por notas.
—No sería mala idea.
—¿Por qué? Ya sé que hablas.
—Pero también sabe que hablo lo justo, no me gusta gastar palabras. También me gusta escuchar solo lo justo, así me ahorro oír detalles que no me interesan.
—Un hombre de pocas palabras, ¿eh?
—Exacto, jefa.
—Suenas un poco engreído, Logan.
Él no respondió, pero ella notó su media sonrisa por el espejo retrovisor. Logan Anderson, su guardaespaldas asignado, era un hombre castaño de ojos verdes en sus veinte. Alto, músculoso y con ese aire de chico aislado con el que no te deberías meter. Ella entrecerró sus ojos hacia el reflejo en el espejo, sintiéndo que indirectamente le habían dicho que no querían hablar con ella. Sonrío un poco ante esa actitud, al menos su guardaespaldas no era un idiota sumiso, que fue lo que esperó. Tuvo los cojones de retar a su "jefa" en el primer día, fue algo que ella...¿admiró?
La verdad no le prestó mucha atención porque, mientras Logan ponía el auto en marcha, ella enfocó su concentración en Cris.
Ella tenía su ceño fruncido y sus brazos cruzados al nivel de su estómago. Se la veía perdida en sus pensamientos y, aunque Cris tenía una cabeza llena de ideas, solía decirlas en voz alta, no perderse en ellas ¿Qué le estaba pasando a la niña inocente con la que había forjado una excelente amistad? Notó la forma en la que iba vestida, como iba más maquillada de lo usual y, en el instante en el que sacó el labial de su bolso y se lo aplicó, afirmó que algo estaba molestando a su pelirroja amiga.
Cristal pintaba sus labios varias veces cuando estaba nerviosa, o ansiosa.
Lo cierto es que Rubí había perdido la práctica en ser una buena amiga. Es más, creía que jamás lo había sido. Si estaba aprendiendo, era por Cristal ¿Qué haría para animarla, o para averigüar lo que tenía? Mordió su labio, recordando que ahora había quitado sus piercings y que de hecho había reducido la manera en la que maquillaba su rostro. Cuando llegó a L.A, estaba desesperada por lucir mayor, pero ya no más. Ahora le importaban cosas más importantes.
Como entender lo que le sucedía a su amiga.
—Hey —ella llamó su atención, logrando que los ojos de Cristal se fijaran en los de ella. Le sonrío —. ¿Sabes que puedes decirme lo que sea, verdad?
—A tí no te gusta escuchar, Rubí. Nunca lo haces.
Rubí suspiró, consciente de que esa era la imagen que dió muchas veces. Envolvió uno de los mechones de su cabello rojo en su dedo, pensando en que estuvo tan perdida durante años que no se dio cuenta de lo que causó. Se convirtió en una chica que no sabía ser una buena hermana, una buena hija, una buena sobrina y mucho menos una buena amiga.
Miró los ojos verdes que una vez la aceptaron a pesar de todos sus errores, los que la observaron cuando se desahogó, los que la invitaron a tomar refrescos de uva hasta obsesionarse con ellos. Cristal le había construido un espacio en su vida y, sin pensarlo realmente, ella también lo había hecho.
Y ya no creía que no valía lo suficiente como para no tener amistades así, ni veía su vida como un gran error. Ahora, quería conservar lo que tenía a toda costa.
—Eso era antes —habló Rubí.
—¿Antes de qué? —cuestionó Cris, sin comprender.
—Antes de que una pelirroja me dijera que no me puedo esconder ante el mundo. Tenías razón, y cada vez estoy más preparada para que el mundo me escuche...pero para eso debo escuchar primero a los que amo.
Colocó una mano sobre la de ella y le dedicó una sonrisa comprensiva.
—Así que puedes estar segura de que te escucharé como tú me escuchas a mi —aseguró ella —. ¿Qué ocurre, Cris?
Ocurre que mis pensamientos me asfixian, que mi cuerpo me odia, que nunca soy suficiente...pero esas son las cosas que Cristal se guardaba. Miró los ojos azules de Rubí, inclusive sintió ganas de llorar al darse cuenta de la amiga que había ganado ¿Qué le dolía? Que ni siquiera con su mejor amiga podía ser del todo honesta. No podía decirle todo lo que pasaba en verdad.
Así que solo dijo lo principal.
—Mis padres se divorciarán —anunció. Rubí guardó silencio por unos segundos y luego suspiró.
—Como lo siento, Cris —le dijo, sonando comprensiva —. Sabes que me tienes aquí para lo que sea. Si sientes que este proceso es demasiado a veces, me tienes a tu lado para acompañarte. También tienes a Brandon y a Malory. Tus amigos no vamos a abandonarte.
—Gracias, Rubí.
—No hay nada que agradecer, Cris.
Ella le dio un suave apretón en la mano y, entonces, Cristal temió por la seguridad de su máscara. No quería sentirse débil, ni siquiera frente a Rubí. Soltó su mano y se enderezó en su asiento. Luego, desvió su mirada hasta el exterior. Pintar sus pétalos pálidos de rojo implicaba verse tan inalcanzable como una rosa...así que no podía ser la Cris de siempre.
Debía ser más perfecta.
Su estómago se sintió vacío una vez más, culpó al enojo de nuevo. Cuando Logan detuvo el auto en el estacionamiento del C.A, se bajó con rapidez sin ánimos de explotar cerca de Rubí. Iba a irse a sus clases de modelaje, queria llegar ahí lo más pronto posible para poder posar frente a una cámara y comprobar que se veía más delgada, pero un grito la detuvo.
—¡Cristal! —Rubí la llamó a sus espaldas y tuvo que voltear. La vio correr hasta llegar junto a ella —. Olvidaste tu labial.
Ella le entregó la pintura roja y, entonces, Cris se permitió observar mejor a su amiga. No había notado lo esbeltas que eran sus piernas, no hasta que las vio envueltas en ese jean ajustado que llegaba hasta su muy pequeña cintura. La camisa de mangas largas sueltas y escote bajo permitían ver lo delgada que era...lo bonita que era.
Inclusive Rubí era una rosa y ella solo era alguien que fingía serlo.
—¿Te parece si vamos a almorzar juntas? —le preguntó Rubí, mientras ataba su abundante cabello rojo en un moño. Eso solo logró que su cara se viera más hermosa —. Capaz salga tarde porque mi hermano se volvió loco y ahora quiere hacer nuevos arreglos a todas las canciones. Es locura de la buena, pero me da mucho trabajo. En fin, te parece a las...
—Tengo que practicar para quedar en el desfile —la interrumpió. La sola idea de comida la disgustó —. No tengo tiempo para almorzar.
—Mhm, bueno. Aunque sea come algo ligero, ¿bien?
—Ya veré...Nos vemos, Rubí.
—Adiós, Cris.
La vio retirarse, caminando con esos tacones que no le había visto antes. Creyó que la noticia del divorcio de sus padres era lo que la tenía así de rara, pero incluso así era extraño escucharla tan evasiba y callada. Suspiró al pensar que así se vio ella una vez, cuando intentó escapar del mundo a toda costa ¿Cómo le decía a Cris que esa no era la solución, cuando parecía no querer escuchar?
Alguien carraspeó a su lado, se dio cuenta de que era Logan esperando a que se moviera hacia algún lugar. Le costaría acostumbrarse a tener un escolta. Es más, la irritaba un poco y no lo iba a ocultar. Camino un poco, pensando en Cristal y en como resulta natural para los humanos mentir porque no estamos satisfechos con nuestras verdades. Entonces volteó y miró a su guardaespaldas.
—Dime algo, Logan —dijo, observando a su serio escolta —. ¿De verdad eres un chico de pocas palabras?
Porque podía ser una mentira. Al final, todos usamos máscaras, todos nos mentimos a nosotros mismos en algún momento. Esperó a una respuesta, pero él solo se mantuvo serio. Eso la hizo resoplar.
—¿Qué? ¿Te lo tendré que preguntar por una nota? —él se encogió de hombros, lo que la exhasperó —. Mierda, esta cosa de tener guardaespaldas me costará.
Él no dijo palabra alguna, así que Rubí se rindió y empezó su camino hacia el departamento de música. Solo podía rogar en silencio que Cristal no se perdiera tanto como se perdió ella, porque el camino para reencontrarse era demasiado complicado.
La gente se pierde entre máscaras y pétalos pintados...¿Acaso Cris también se perdería?
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