Capítulo 24
Capítulo 24:
Lágrimas de dragón
22 de junio
11:20 pm
En los cuentos de hadas, siempre se habla de los sentimientos de la princesa. Con lindas palabras, se cuenta que aquella damisela en peligro siente angustia en algún momento, felicidad, o amor. Si hay lágrimas, solo importan las de ella. Se narran como gotas de rocío cayendo sobre una suave piel de algodón...
Pero, como yo no escribo cuentos de hadas, te contaré de las lágrimas de un dragón.
Adam tenía la suerte de decir que se conocía a mi mismo, una suerte que no todos tenemos. A pesar de que vivía en el momento, que sufría por la insertidumbre de un futuro sin planes y cargaba recuerdos de un pasado doloroso, sabía quien era. Un hombre bromista, al que le encantaba regalar sonrisas, más sensible de lo que le gustaba admitir, desordenado y terco. Muy terco. Sabía, además, que era extremadamente protector, incluso con personas que no debía serlo ¿Qué te puedo decir? Es que el niño que una vez creyó que perdería todo, ahora quería proteger cada pequeña parte de la vida que había construido.
Quería asegurarse de que no volvería a sentirse tan perdido como llegó a sentirse en el pasado.
Claro que las personas no siempre logramos lo que queremos, y el ver detalles que nos recuerdan a un pasado lleno de debilidad, nos devuelve a la incertidumbre del ayer. Él podía recordar los ojos de Rubí, como en ellos se pintó una tormenta y que no era la primera vez que la veía así. Ya había notado esa desesperación, ya había visto antes esa sensación de estar extraviado; llegó a verla en sus propios ojos, cuando no había cabello en su cabeza ni sonrisas en sus labios.
—¿Puedes creer lo que me dijo? —reclamó Silene, por lo que debía ser la quinta vez desde que salieron de la casa de los Carlton. Adam ya ni siquiera la escuchaba, solo conducía sumido en sus propios pensamientos —. ¡La muy descarada me reto! ¡Ella tuvo la osadía de desafiarme!
—Lo sé, Silene. Estaba ahi —respondió él, sin ánimos de prestarle atención —. Escuché lo mismo que tú.
—Entonces, también notaste como Caleb no me defendió —soltó la chica, cruzándose de brazos sobre el cinturón de seguridad —. ¿Quién se cree? Prefiere a esa niña malcriada antes que a su novia ¡Descarado!
—No puedes pedirle que escoja entre ustedes dos.
—¡Claro que puedo! A él no le conviene que esa niña malcriada cante junto a él un día tan importante. Ya verá como el no hacerme caso le costará caro.
—Lo que tu digas.
Silene era increíblemente buena ignorando los comentarios cortantes, era una maestra en el arte de obviar el desinterés. Sin embargo, escucharlo en su mejor amigo era algo tan nuevo que no se dió el lujo de pasarlo por alto. Volteó a observarlo, solo con un vistaso a su perfil notó lo tensa que estaba su mandíbula, la forma en la que estaba forzando sus músculos al apretar tanto el volante. Su mirada estaba perdida en el camino, iluminado tan solo por las luces de la calle y los edificios a su al rededor. Sin embargo, por la forma tan tensa en la que respiraba, sabía que su mente no estaba en la calle, en los autos que los rodeaban, o en los semáforos.
Adam no estaba ahí, y no era la primera vez que ella lo encontraba perdido.
Te recuerdo que esta amistad inicio por un beso robado, uno que ella recordaba mejor de lo que le gustaría. Conoció a un Adam más delgado, mucho más pálido y con una cabeza calva que cargaba un montón de horribles pensamientos. En ese entonces, él estaba tan destruido que daba miedo acercárcele. Con cada respiración cerca de él, temió porque el pobre muchacho se quebrara.
Y, ni siquiera con ese temor, pudo impedir tomar sus mejillas delgadas y robarle su primer beso.
No debía recordar tan bien algo que ocurrió a sus trece años, cuando él tenía dieciséis pero se veía de doce. Aún así, lo recordaba. Recordaba el suave contacto entre sus labios, lo cálido de su tacto contra su piel, el latir de su corazón, y sus ojos al separarse. Sus ojos fueron la razón por la que ella lo besó en primer lugar.
Siempre le parecieron espectáculares, una combinación de azules que dejaban al cielo y al mar con mucho que desear. Recordaba al adolescente flacucho, con esos ojos que encerraban algo que la conmovió, que atrapó a su versión adolescente y la llevó a extinguir la distancia entre ambos. Aquello que guardaron en ese momento, era una forma de dolor tan peculiar, tan extraña. Su mirada llegó a verse extraviada, perdida, desamparada, y aún así los tonos de celeste dentro de ellos parecieron rogar por ser encontrados; por sentirse acompañados.
Adam la hipnotizó en aquel entonces con ese deseo de ser amado, de ser comprendido, de no estar solo; y ella cayó hasta sumergirse en sus sentimientos, hasta comprender su corazón magullado. Años atrás, Silene lo besó porque creyó que había encontrado a la persona que sentía con mayor intensidad en el planeta tierra.
Tiempo después, no se arrepentía de sus pensamientos. Adam sentía como nadie, sus ojos lo delataban.
No podía ver su mirada, no cuando estaba fija en la calle, pero sabía que el mismo desamparo que vio cuando lo conoció y luego se repitió tras el abandono de Vanessa debía estar escondido dentro de las capas de azul que tanto la impresionaban. La intensidad con la que sentía su mejor amigo siempre la asombraría, incluso aunque ya no tenía el efecto que tuvo en ella cuando fue tan solo una adolescente. Adam ya no podía hacerla caer porque ambos habían crecido para convertirse en una princesa y en un dragón nacido de las cenizas. En un cuento de hadas, esos personajes no se conmueven por el otro.
Pero ya te dije que yo no escribo esa clase de historias.
—Adam, para el auto —soltó ella, consciente de que la cabeza de su amigo debía ser un desastre en ese momento.
—Falta poco para llegar, princesa —dijo él, sin querer entender sus ordenes.
—Me vale una mierda cuanto falta. Tu solo para el auto.
Adam dejó escapar una larga respiración, sabía que Silene ya había descubierto que él estaba perdido en sus propios pensamientos. Amaba ser el protector de su princesa, defenderla con todo lo que tenía, pero que lo protegieran le costaba un poco más. No se trata de que le diera vergüenza, o que se sintiera superior en alguna manera. No. Solo que, tras un pasado en el que muchos intentaron protegerlo y él solo los alejó, se sentía culpable e incómodo cada vez que alguien intentaba ayudarlo. Suena extraño, lo sé, pero ninguno decide como sentir.
Adam no eligió sentir con tanta intensidad.
A pesar de sus miedos, detuvo el auto tal y como Silene le pidió. Se estacionó a un lado de la calle y, en el instante en el que el motor del auto se apagó, su respiración empezó a sonar mucho más profunda y entrecortada. Ella sentía demasiado en sus pesadillas, él sentía demasiado estando despierto. Quizá por eso se entendían tan bien, sentían con la misma intensidad en distintas realidades.
—¿Blake? —ella llevó una mano hasta su brazo, él se tensó aún más con su tacto. Se veía como un niño asustado, como el mismo pequeño y perdido al que ella le robó un beso. Adam no estaba ahí, estaba en algún otro lado.
A veces, las princesas deben rescatar a sus dragones. Esa fue una de esas veces.
—Adam, mírame —dijo ella, con tacto en su voz. Incluso aunque él no hubiera querido seguir su órden, lo habría hecho. Silene tomó su mentón y guió su mirada hasta la de ella. Un nudo se formó en su garganta tras ver que el azul intenso en los ojos de su amigo se estaba ahogando en lágrimas. Esos ojos no merecían tristesa —. ¿Qué ocurre? Dime.
Él cerró los ojos ante el contacto de la tersa mano de su amiga con su mejilla. Casi quiso perderse por siempre en esa caricia, no abrir los ojos nunca más y quedarse en ese instante. Se sentía seguro, protegido y sí, eso le causaba cierta culpa, pero no podía pensar en eso del todo; no cuando la piel de Silene se sentía increíblemente bien contra la de él.
Por instantes en los que no quiso mirar, su subconsciente le hizo recordar el tormento en los ojos de Rubí. Ella era su preocupación. Mejor dicho, su mirada lo era. El parecido entre sus miradas desesperadas era escalofriante y por eso temía. Temía por ella, porque nadie merece sufrir tanto.
Temía por él, porque sentía que el pasado lo estaba mirando a los ojos cada vez que hablaba con esa niña.
—Solo pienso, Sile —dijo él, con un hilo de voz —. No...no es nada grave.
—A mi no me tienes que mentir —ella no alejó su contacto, sabía que esa cercanía lo reconfortaba —. Adam, conmigo puedes llorar.
Y sabía que podía hacerlo, con ella podía. Abrió los ojos y se encontró con el asombroso color café que lo impresionó años atrás y todavía lo impresionaba. Él también sabía que estaba mal recordar tan bien un beso que ocurrió años atrás, pero en su defensa, fue su primer beso...Y fue mil veces mejor de lo que esperó.
¿Qué recordaba exactamente? Esos ojos café a milímetros de los suyos, reflejando un deseo y una diversión demasiado tentadora. Ahora, el mismo tono tenía un significado distinto. Así, tan cerca, eran seguridad, comprensión. Su mirada era lo único que Adam sabía que permanecería, a pesar de que su vida era una insertidumbre constante.
Y frente a esos ojos, podía llorar.
Ella lo abrazó en el momento en que las lágrimas comenzaron a salir, su corazón se sentia de cabeza. Olvidó a Rubí, olvidó a Caleb, olvidó que estaba molesta porque su perfección se estaba arruinando, y se enfocó en él. Las lágrimas de su dragón dolían más que cualquier fuego. Él no merecía toda esa tristeza.
—¿Qué te hace llorar? —cuestionó ella, haciendo circulos con su mano en la espalda de su amigo, en un vago intento de calmarlo.
Sabía lo mucho que Adam odiaba que lo protegieran, pero también sabía que los dos abandonaban cualquier pizca de orgullo cuando estaban juntos. Si a alguien le permitiría secar sus lágrimas, sería a ella.
—Es horrible vivir acostado en una camilla —soltó él, con voz temblorosa —. Y los momentos en los que estás en una camilla, solo piensas que lo estarás en cualquier momento. Pronto. Te imaginas lo peor antes de que suceda, tu vida se vuelve tan dolorosa como la sensación de ese líquido que corre y arde por tus venas. La quimioterapia me salvo la vida, pero, ¡mierda!, si que dolía.
Cualquier otra persona habría quedado confundida ante ese inicio, ante ese recuerdo tan repentino, pero Silene no. Su princesa respetaba sus pensamientos y, más importante, respetaba su dolor.
—Y lo más horrible de todo era ver que yo no era el que más sufría —continuó él —. Yo tenía cáncer, era mi sangre la que estaba mal, no la de los que amaba. Yo era paciente de esa clínica por leucemia, pero ese nombre le pesaba más a mi mamá, a mi papá...Los vi llorar tantas veces. Yo causé esas lágrimas.
—No, no lo hiciste —ella se alejó un poco del abrazo y volvió a tomarlo por las mejillas. Ahí estaban, esos ojos que vivían perdidos deseando ser encontrados —. Adam, una jodida enfermedad que tu no controlas causó sus lágrimas, no tú.
—Cuando ves a alguien llorar porque puedes morir te culpas a ti, no a la muerte. Eso hice, Silene. A los diez años me diagnosticaron leucemia, a los once decidí que esas lágrimas eran mi culpa, a los doce ya ni siquiera queria ver a mis padres a los ojos, a los trece alejé a todos...A los dieciseis, cuando me conociste, estaba tan perdido como dijiste antes de besarme.
Ambos se tensaron ante el recuerdo, pero eso no les impidió quedarse a esa distancia. Para los dos, ese día estaba demasiado claro en sus mentes:
—Entonces —le dijo la Silene de trece años al Adam de dieciseis aquella vez —, ¿jamás has besado a alguien?"
—No —respondió él, ojos fijos en la oscuridad de la noche —. Y creo que moriré sin haber dado mi primer beso, princesa.
—No te pierdes de mucho. Si tu primer beso es con alguien que jamás ha besado, entonces será un desastre. Demasiada saliva y poca diversión, creeme.
Pero él no se rió, como ella esperó. Lo observó apoyado en las barandas del balcón, con su mirada perdida en alguna estrella del cielo. Había algo en ese chico, algo que le llamaba la atención a pesar de toda la tristeza que lo rodeaba. Era bromista cuando habían más personas a su alrededor, pero en la soledad resumida a su compañía dejaba salir a ese chico de esperanzas dormidas esperando despertar.
Tenía una máscara, y a Silene le encantaban esos accesorios.
—Tranquila, no tienes porque consolarme —fue la respuesta de Adam—. Ya me hice la idea de que no viviré muchas cosas, un beso es lo de menos.
—Suenas tan...Perdido.
—Quizá lo estoy.
Él se encogió de hombros y, entonces, ella lo entendió. Estaba perdido porque se empujó a perderse, porque se convenció de que su vida no tendría un futuro, porque se culpaba de lágrimas que no eran suyas. Porque tenía dolor en cada fibra de sus huesos.
Esa fue la primera de muchas veces en las que su princesa decidió salvarlo.
—Tienes suerte —le dijo ella.
—¿De qué? —preguntó él.
—De que yo ya he besado antes —todavía podía recordar su sonrisa —. Será divertido, Blake.
Y ese beso fue el inicio de una amistad, una amistad que le hizo entender a Adam que su actitud y pensamientos no eran más que un disfraz para esconder su culpa. Se sentía perdido porque creyó que esa era la única explicación lógica para causar tanto daño, pero comprendió que lo que quería en verdad era ser encontrado. Silene lo encontró esa noche, encontró a un chico detrás de todo ese miedo y dolor.
Ese chico vivió, sobrevivió para encontrarse a sí mismo. Y esa chica...se quedó a su lado por si se perdía de nuevo.
—De no ser por ti, seguiría creyendo que merezco vivir perdido en mi dolor —habló él, sacándola de ese recuerdo. Colocó una de sus manos sobre la de ella, su piel era tan suave como pétalos de flor —. Seguiría teniendo esa mirada desesperada...
—Yo solo te besé, Blake —le dijo ella, y si se sonrojó fue porque el recuerdo se sentía más fresco de lo que en realidad era —. No hice más nada.
—Me ofreciste tu amistad. Tú me hiciste entender que nadie debe estar solo, ni siquiera alguien que es dolor andante. Me salvaste, princesa.
Ella bajó la mirada, sin saber como reaccionar a eso ¿Ella lo salvó a él? Pero, si había sido al revés...
—¿Y sabes quien tiene la misma mirada que tuve yo? —preguntó él, atrayendo su atención de nuevo —. Rubí.
—Así que lloras por ella...—Silene se alejó de él al escuchar el nombre de esa niña. No sintió enojo, o algo parecido. Tan solo creía que ella no se merecía las lágrimas de su mejor amigo.
—Sile, ¿qué le pasó a Rubí? ¿Por qué está incluso más perdida que yo?
No quería ocultarle cosas a Adam, pero tampoco quería revelar secretos que no eran suyos. Odiaba a Rubí, lo hacía con todo su ser. Aún así, respetaba el valor de su silencio. Solo ella podría decir la verdad. Así es, la princesa aún tenía algo de respeto por la malcriada hermana de su novio. Sorprendente, ¿no lo crees?
—Lo siento, Adam —dijo ella, cabizbaja —. No puedo decirte lo que le pasó. Solo ella sabrá si revelarlo o no.
—¿Así de grave es?
Silene suspiró, recordando todas las veces que visitó a su novio y a su familia mientras Rubí se encontraba en rehabilitación ¿Grave? Esa palabra se quedaba corta ante lo que ocurrió en realidad. La decaida de Rubí hundió a todos los Carlton en una tristeza desesperada, y a Sanne y a Aviv los convirtió en dos victimas más de sus malas decisiones. Esa niña era culpable de todo lo que le había ocurrido a ella y a su familia...pero, a su pesar, no pudo evitar pensar que la situación era ligeramente similar a la de Adam.
Rubí estaba perdida porque se alejó de los que amaba, un intento de no hacerlos sufrir más. Necesitaba encontrarse, igual que él, solo así entendería que nadie merece estar solo.
—Fue tan grave que huyó de casa —le confesó ella, liberando parte de la verdad porque no podía dejar a su amigo con el silencio —. Vivió en las calles poco más de cuatro meses. Estuvo sola, incluso en invierno.
》Cuando Caleb la encontró, estaba cantando en una parada de autobús. La describió descalza, delgada, sucia, desamparada...
Y drogada. Pero esa parte del cuento no le correspondía a ella.
—Yo odio a esa niña —admitió ella, mirando a su mejor amigo, quien estaba afectado por esa nueva información —. Pero debo admitir que lo que vivió ella, no se lo merece nadie. Ni siquiera imagino lo perdida que se debió sentir.
—Todavía se siente perdida, lo veo en sus ojos —aseguró él, desviando su vista a la calle —. Ahora todo tiene más sentido...
No conocía la raíz del escape de Rubí, pero si imaginaba como se debió sentir. Tanta soledad, tanta culpa, tanta lástima por sí misma, ahora no dudaba de que esa niña debía sentirse extraviada en un mundo que rara vez la ayudó. Tuvo que apoyar su frente en el volante, no podía con lo pesados que eran sus pensamientos. A veces, deseaba no ser tan sensible. Otras veces, como esa noche, lo agradecía.
Porque cada lágrima que soltó ese dragón, estaba dedicada a las que no se atrevía a derramar esa chica asustada.
—Ella me recuerda tanto a mi, Silene —confesó él —. Somos tan parecidos que asusta.
—No, no es así.
—Lo dices porque la odias.
—No, lo digo porque la conozco y te conozco a ti —soltó ella, él seguía sin levantarse del volante —. Rubí se encontrará a sí misma. Es terca, solo tiene que aplicar esa terquedad a superar sus miedos. Lo hará, la muy desgraciada sabrá encontrarse porque la culpa que siente hoy en día no es nada comparada con la fuerza que tiene acumulada. Ella estará bien.
》Tú fuiste diferente. Tú sabias que querías que alguien más te entendiera, que te ayudara a salir del hoyo en el que estabas. Adam, nunca te perdiste a ti mismo, nunca necesitaste encontrarte, solo necesitabas que alguien te asegurara que estabas ahí, vivo y seguro. Necesitabas a alguien que ye asegurara que, a pesar de tu actitud de mierda y tus miedos, eres alguien excepcional. Por eso no me apartaste cuando te besé, por eso somos amigos hoy. Yo soy la que te asegura que no estás perdido, pero tú solo encontraste el camino a tu felicidad.
Adam volteó a observarla. Los ojos de su princesa estaban hinchados porque ella siempre lloraba cuando él lo hacía. La vio respirar profundo y soltar su moño, quedando más libre de esa presión en su cabeza y completamente despeinada. Cualquiera creería lo contrario, pero lo cierto es que a él le gustaba más la versión de Silene en la que sus hebras doradas caían sin control hasta su espalda baja. Así, se veía más hermosa.
No pudo evitar pensar que quizá tenía razón, que quizá el no estuvo tan perdido como pensaba. Siempre supo quien era, solo que lo ocultaba en una actitud terrible y evasiva para no lastimar a los que amaba. El cáncer lo alejó de sí mismo, pero nunca se perdió. Él solo necesitó a alguien que le hiciera recordar que podía encontrarse, y ese alguien fue Silene.
—No temas por Rubí —habló ella, con más tacto en su voz del que solía usar al hablar de ella. Le sonrió de lado a su amigo —. Ella sabrá superarlo y, cuando lo haga, no habrá nada ni nadie que la detenga. Es una chica determinada, conseguirá lo que desea y más.
—Me pregunto que pensaría si te escuchara hablar así de ella —cuestionó él, con diversión —. Casi parece que la respetas.
—Oh, yo la respeto. Tan solo no está en mis planes que ella se entere —admitió —. En cuanto a ti, nunca dudes de quien eres. No estás perdido, no más. Y, aunque la vida te ha dado muchos golpes, sigues aquí. Has vivido lo que creíste que no vivirías y todavía te falta mucho más.
—¿Y vivirás lo que me falta junto a mi, princesa?
—¿Qué es una princesa sin su dragón? A mi no me perderás, Blake.
Él extendió su mano y ella la tomó sin pensarlo. Quizá había algo incorrecto en tener tan fresco el recuerdo de un beso inocente que ocurrió hace años, pero eso los había unido. Se sonrieron, y juntaron esas miradas que los sumergieron en un beso tiempo atrás; un beso que no podría repetirse.
Y aquí viene la parte que ningún cuento de hadas cuenta, la parte que incluye los sentimientos de un dragón. Si había alguien más perdida que Rubí, o que él, era su princesa. Lo notaba en sus ojos, en la forma en la que ese color café se había vuelto impenetrable para los demás, y lo notaba en sus labios rojos, hechos un arma que no temía atacar. La Silene que conoció estaba perdida, pero parte de ella seguía ahí, lo sentía en el calor de sus manos.
En lo que sentía al verla despeinada...
Y lloró, lloró sus lágrimas de dragón porque sabía que Silene jamás querría encontrarse por sí sola, y él ya no podría rescatarla con un beso.
Capítulo dedicado a javicastillou. Gracias por tanto apoyo, solo eso hace que escriba cada capítulo de esta historia con una sonrisa. Este capítulo en particular me sacó lágrimas porque amo a Adam y amo a Silene (aunque ustedes la odian) y me encanta poder compartir un poco de ellos con ustedes. Espero que les gustara ❤❤
Recuerda que si quieres que te dedique algún cap, debes dejar algún comentario diciéndolo...
Ah y...admito que amo confundirlas con esto de si Adam quedará con Rubí, o con Silene ¿Eso me hace una mala persona? Jajajajaja (perdón, saben que las amo❤) ¿Cuál pareja prefieren?
Chaíto, los quiero❤
Pd: Momento de mini historia de la vida de Rina...¿Recuerdan a los hijos de Cloe y Gabe fingiendo ser perros? Pues, hoy estaba cuidando a una prima que casualmente tiene cuatro años y de la nada...¡Empezó a ladrar! Gateaba y hasta me gruñó la descarada. Todo lo que pude pensar era "Oh Por Dios, diganme que no voy a tener que usar una cebolla para esto. Alguien ayúdeme" JAJAJAJA. Por suerte el ataque perruno solo duró una hora. Y ya decidí que no vuelvo a ser niñera de esa niña, no a solas jajajaja. Ni idea de porque se los cuento, pero ya que 😂
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