La recámara del Patriarca [Parte 2/Lemon]

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La Sala del Patriarca estaba vacía, sobre el asiento solamente se podía observar aquel casco de oro que pertenecía al gran patriarca y al lado la armadura del pez dorado.

La recámara que había pertenecido a los anteriores patriarcas ahora se encontraba ocupada por Shion y Albáfica, quienes continuaban su candente sesión de besos sobre la cama de blancas mantas. La suave luz de la luna se filtraba por las ventanas iluminando a los amantes, quienes habían dejado sus ropajes tirados en el suelo, sintiéndose piel con piel, como tanto habían ansiado.

— Shion. — Susurró el pisciano sobre los labios de su amante. — Shion... ¿Por qué haces esto?

— Por la misma razón que tú. Te deseo, Albáfica. Te amo.— Confesó el de hebras verdes. — Quiero que seas mío y de nadie más.

El santo miró aquellos ojos granate tan serenos del patriarca. Cerró sus ojos azules para seguir recibiendo los besos de su amado, abrazándolo más cerca de sí.

Las manos de Shion amasaron las piernas y glúteos de Albáfica, trataron sus costados hasta detenerse una de estas en su pecho, para acariciar suavemente uno de sus pezones. Albáfica suspiró entre el beso, separando sus labios y echando la cabeza hacia atrás. Shion aprovechó esto para besar su cuello, hasta que su lengua comenzó a jugar con su pezón libre. Los gemidos del Santo de Piscis no se hicieron esperar, especialmente cuando los dedos de la mano izquierda del lemuriano comenzaron a frotar su entrada hasta ingresar uno de sus dedos, preparándolo de a poco para lo que vendría después.

Los labios del patriarca volvieron a los contrarios para volverlos a reclamar como suyos, ingresando un segundo dedo dentro de él. Era estrecho, virginal. Shion sería su primero, y el único, que tomaría el cuerpo de Albáfica. Sería enteramente suyo, nadie más que él tendría derecho sobre el Piscis.

Albáfica nada más podría gemir ante lo que su amado estaba haciendo. Dolía un poco al no estar acostumbrado, pero por aquel hombre soportaría lo que fuese. Quería ser suyo, que Shion lo tomara todo de él; así mismo, quería reclamar a Shion y que nunca viese a nadie más que no fuera a él, a Albáfica de Piscis.

Una vez le sintió listo, el Aries se acomodó entre las piernas del joven de cabellos azules. Piscis rodeó la cadera de su superior con las piernas, cerrando los ojos y esperando la invasión del contrario. En seguida sintió gran dolor al ser desvirgado, apretando con fuerza sus ojos, intentando no mostrar el desgarrador dolor que sentía.

Shion besó la frente de Albáfica, dando a entender que no quería lastimarlo. Le abrazó de una manera reconfortante y protectora, dejando besos suaves por la piel expuesta y los suaves labios del Piscis. Con estas acciones Albáfica se sentía más tranquilo y seguro, porque Shion deseaba que fuera especial, una muestra de amor y no una sesión de lujuria.

Poco a poco las caderas del lemuriano se movieron, soltando algunos gemidos bajos, manteniendo el abrazo con su amante. Albáfica se aferraba a su hombre manteniendo sus ojos cerrados, ya no dolía, pero aquella sensación provocaba esas acciones. Lo que Shion le hacía sentir era seguro que ninguna otra persona lo haría.

Los gemidos de ambos inundaron la recámara del patriarca, las pieles calientes y sudorosas se rozaban tiernamente, los chasquidos de sus labios eran audibles cada vez que se basaban y el sonido de la tela ante la fricción tampoco era silenciosa. Las blancas pieles sudorosas brillaron bajo la tenue luz de la luna. El ardiente amor por fin se consumaba y estaba a punto de llegar a su clímax.

Albáfica jadeó apretando más cerca de sí el cuerpo de Shion, mientras que él ariano soltó un gemido gutural. Ambos habían llegado.

El patriarca se recostó en la cama, justo al lado de su amado Piscis. Lo abrazó, manteniendo su calor cerca de su cuerpo. Shion estaba agradecido que Albáfica no pusiera las excusas sobre su sangre, pues a final de cuentas el veneno no estaba más que en el líquido carmesí y no en el resto de su cuerpo. Ambos cayeron rendidos, en un agradable sueño.

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