Juntos en la eternidad.
Saga era mucho más joven y fuerte que él, por aquel motivo es que necesitaba pronto un sucesor, pero no había pensado que nombrar a Aioros el nuevo patriarca despertaría a aquella presencia malvada que sentía en el bondadoso Saga. El Géminis tenía gran potencial como patriarca, pero por su lado malvado es que había elegido al Sagitario.
Con el fuerte ataque infalible de Saga, Shion cayó en el suelo, mientras el casco dorado del patriarca salía volando dejando libre su larga melena de tono verde. Dejando ver el rostro del que alguna vez fue el benevolente y sabio patriarca en los últimos 230 años.
Al caer al suelo no sintió aquel fuerte golpe antes de su último respiro. No. Se sintió como algo cálido y suave, percibiendo un familiar y dulce aroma. Al abrir sus ojos vio un hermoso rostro y unos vibrantes ojos azules, aquellos ojos azules que tanto ansiaba ver desde hace tantas décadas.
Shion volvió a tener su joven apariencia, descansando sobre el regazo de la persona que amaba, Albáfica. El Piscis sonrió con dulzura y el antiguo patriarca sonrió de la misma manera.
Shion estaba muerto y estaba siendo recibido en el más allá por la única persona a la que había llegado a amar en toda su existencia. Los cálidos brazos y el aroma dulce a las rosas le hacían sentir en paz. Dirigió su mano hacia aquellos mechones azules, tan suaves como la seda, comprobando que era Albáfica.
— Te he estado esperando, Shion. — Dijo el santo de Piscis del siglo XVIII mientras acariciaba suavemente aquellas pálidas mejillas que ahora volvían a ser joviales.
— Te extrañé, Albáfica.— Susurró el patriarca mientras las lágrimas se asomaban por sus ojos.
— Vamos, Shion. Tenemos una eternidad por delante y podremos estar juntos.— El pisciano se levantó para ofrecer su mano al de cabellos verde claro.
Shion no dudó en tomarla y acompañar a su amado Albáfica hacía el más allá, en donde la eternidad los esperaba y en el cual podrían estar juntos, amándose.
Era una lástima que aquello era sólo el dulce sueño de la muerte, dado a que en el Inframundo las cosas no serían tan gratas para los santos de Atenea. Incluso en 13 años iba a volver a resucitar, sin haberse reencontrado nunca con su ser amado.
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