「La rosa que une...」

Capítulo Uno.

"En este mundo, alguna vez
a un hermoso prisionero visite..."

El sol empezaba a iluminar las calles de la ciudad después de una fría y larga noche, justo en ese momento, una pequeña eriza de quince años se encontraba observando el cambio, que tanto amaba, en el cielo, que por suerte su camilla estaba cerca de la ventana, por lo que podía ver todo el patio y estacionamiento del hospital en el que se encontraba. Debido a un asma muy severa, yacía hospitalizada desde que tenía memoria, desde que su madre seguía viva, sin ningún mal en sus pulmones; como recordaba ese momento en que la vio toser sin control, en que cayó al piso junto a su camilla con la cara morada por la falta de oxígeno y terminando quieta, pálida, sin expresión. En ese tiempo no entendió porque ocurrió aquello, no entendió el como, ni si quiera el que pasó, pero ahora sí y temía tener ese mismo destino. Luna, Luna Rose era su madre, que con lindas sonrisas, gran amabilidad y pasión, con energías todo el tiempo y cien por ciento positiva, enamoró a Sonic, su padre, claro que ella vivía limitada a todo debido a aquella grave enfermedad que permanecía en sus pulmones, aunque eso no la frenaba. Amy la admiraba mucho.

Una vez que el sol ya se encontró asomado por completo, volteo a ver a su padre, quien dormía en un colchón que había traído de su ahora antigua casa que tenía años sin ver, ya que él no la dejaba sola ni porque le pagaran, solo cuando debía ir a trabajar en las mañanas, obviamente para pagar los medicamentos y materiales médicos —ya que el hospital era lo único que les cobraba—, y volver a las tres de la tarde, quedándose con ella hasta el día siguiente para repetir la rutina nuevamente. Era así todos los días y con diez años en lo mismo ya Amy se estaba cansando. Los únicos días que disfrutaba era en su salida mensual, donde el doctor permitía que recorriera lo cercano fuera del hospital, para tomar un aire diferente aunque sea una vez, decía.

—Padre —Lo llamó, acercándose un poco, ya que él al estar en el piso y ella en una camilla, era larga la distancia, podría caerse—. Papá —Lo llamó nuevamente, esta vez estirando su brazo hasta llegar a su cabeza para empezar a sacudirlo—. Papá despierta.

Entre las sacudidas y los llamados poco a poco el mayor iba abriendo los ojos, despertándose con suma pereza; bostezó.

—¿Que? —habló roncamente, levantándose de su torso para arriba, quedando sentado; empezó a rascarse sus ojos con sus puños, para luego adaptarse a la luz que el sol transmitía.

—Papá, se te va a hacer tarde —Le dijo con un tono más alto, acomodándose en su camilla como antes estaba, sin dejar de ver a su padre, quien se levantó quedando de pie, tambaleándose aún por lo soñoliento que estaba.

—Si, gracias Amy —Fue lo último que dijo antes de meterse al baño de la habitación, para hacer su pequeña rutina mañanera.

Cuando escucho el ruido de la ducha, se relajó más entre el colchón y las almohadas de su cama. Estaba ansiosa por que llegue el doctor y la saque del hospital, para ella pasearse por ahí. Sin embargo, aún era temprano —las siete de la mañana—; su padre se iba a las ocho y el doctor siempre aparecía unos minutos después, por lo que llegó a una conclusión que si su padre se iba rápido, el doctor llegaba rápido, eh allí el porque lo despertó más temprano. Del gabinete que se encontraba a su derecha sacó un cuaderno y empezó a hojear lo que había hecho ahí por varios años: sus dibujos, sus tareas, su escritura, etc. Estaba metida en su mente, que no escuchó cuando el ruido de la ducha cesó y su padre salió con su esmoquin, listo para volver a su agencia de policía. Al ver a su hija sumergida en su propia burbuja, sonrió, se acercó a ella y le dio un beso en la cabeza, sacándola de su pérdida en la realidad.

—Adiós, Amy —Se despidió, mirando tiernamente a su hija—. Cuídate.

—Lo haré —le aseguró, pero estaba confundida de que su padre no le diera aquella charla sobre lo que no y lo que sí debe hacer al salir, pero bueno, ese día de por sí ya se sentía diferente—. Adiós, padre —Sonrió alegremente, dándole ánimos al mayor, quien le devolvió el gesto, le dio otro beso en la frente y sin más se fue, se notaba lo muy cansado que estaba.

En cuanto se fue, Amy se levanto de su cama y se asomó por completo en la ventana, esperando a ver cómo su padre tomaba su auto y se iba. Era algo que siempre solía hacer, aunque no sabía el por qué, lo hacía. Cuando vio el auto alejarse y marcharse, perdiéndose de su vista, volvió a sentarse en su camilla, agarrando el control del televisor y prendiéndole para ver los diversos canales buscando algo que le interesase, pero no había nada. Suspiró fastidiada. Apagó el televisor y no le quedó nada más que esperar al Doctor, quien no tardó mucho, pues luego de unos minutos tocaron su puerta.

—¡Pase! —exclamó la eriza dulcemente, parándose recta en su cama, acomodando los cables que la rodeaban y que le daban aire.

El doctor entró tranquilamente, trayendo una bandeja de comida, ya que, debido a una renuncia de la enfermera que atendía a Amy, no encontraron a otra, por lo que él tomó la responsabilidad.

—Buenos Días, señorita Amy —saludo alegre, acercándose a la mencionada, quien le devolvió el saludo cortésmente—. Aquí tiene su comida, ya sabes la misma de siempre —dijo divertido, dejando la bandeja en la mesita que traía la camilla—. Cuando termines puedes salir si quieres, recuerda que es solo por dos horas y no puedes correr, gritar o algo que aumente tu respiración y pulsaciones, recuerda siempre estar relajada. Cuando vuelvas te traeremos otra bombona de aire, está ya se está acabando y recuerda llevártela —explicó, revisando la habitación y mirando a Amy seriamente, ya que sabía que era muy inquieta y la conocía, tantos años atendiéndola ya era para él como una sobrina.

—Si, gracias, tendré cuidado —agradeció, sonriendo dulcemente, feliz.

—Si necesitas algo, recuerda, presiona el botón —Apuntando a un botón amarillo que se posaba a un lado de la camilla, en el apoya brazos. Amy solo asintió, mirando dicho objeto—. Que tengas un lindo día.

—Igual a usted.

El doctor sonrió y sin más salió de la habitación, quedando Amy nuevamente sola. Suspiró, no le gustaba eso: el quedarse sola. Desde que su enfermera se fue, todos los días no tenía ninguna compañía, era ella y nadie más. Con tranquilidad, empezó a comer la sopa que le daban junto con una ensalada y una banana, dejando el jugo de remolacha de lado, ya que no le gustaba mucho. Al terminar, se levantó de su cama, sacó de una maleta un lindo vestido anaranjado junto con unas zapatillas blancas, de esas que no tienen ningún tipo de tacón, para ir al baño y colocárselo, ya que no podía salir en ropa que utilizaba todos los días en un hospital: la pijama.

Con cuidado, arregló el pequeño tanque que, mediante un tubo de plástico que llegaba hasta su nariz, le proporcionaba aire ayudándola a obtener lo suficiente, ya que se le dificultaba. Colocó el objeto en un carrito azul que le dieron para llevarlo sin problema, acomodó un poco el tubo en sus orejas para que no se soltaran y sin pensarlo dos veces salió de su habitación. Saludaba a cada persona que se le cruzase, ya sea conocido o no, diciendo un "Buenos Días", "¿Cómo estás?", hasta que llegó a la puerta del patio del hospital, donde emocionada no tardó en salir y caminar por el césped que había, respirando un poco del aire puro que la naturaleza le daba. Se colocó en todo el sol, sintiendo el cosquilleo que le brindaba; estaba alegre. Más tranquila, se dedicó a pasearse por el lindo bosque que estaba al lado, recolectando manzanas, cerezas y peras, que eran los frutos que más habían. Perdiéndose entre el caminar y la emoción, llegó hasta el final del arboleda, encontrando un lindo prado lleno de una abundante diversidad de flores. Estaba fascinada, sin embargo, cuando alzó la vista siendo llamada por una hermosa rosa a la lejanía, una estructura rígida, grisácea y con un aura deprimente, se posaba muy cerca: una prision.

Veía imponente a la flor y luego a aquella gran estructura, notando como varios delincuentes caminaban, hacian pesas o se golpeaban en el patio. Admitía que no sabía qué hacer, pero bajo la tentación de la blanquecina flor, camino derecho y con cuidado hacia ella, sin quitarle la vista de encima, ignorando el hecho de que podían verla o hablarle. Con delicadeza, rodeó el tallo verdoso con sus dedos y cuando la iba a cortar, una voz ronca se escuchó, helandola por completo.

—Esa flor es mía —Miró a el proveniente de aquellas palabras, notando como aquel hombre de pelaje azabache y mirada carmesí la veía fijamente—. No la toques.

Tragó en seco, nerviosa, pero sin apartar la vista de aquellos orbes tan preciosos que de pronto no quizo dejar de verlos; de aquella cara tan linda y buen formada que lo hacía tan guapo. Un sentimiento se apoderó de su pecho en ese instante, su corazón comenzó a palpitar descontroladamente que oía los latidos y sus manos comenzaron a sudar como si las hubiera metido en agua.

—L-Lo siento —dijo tartamudeante, apartando su mirada de la del tipo, apenada—. N-No sabía que e-era t-tuya.

«Es muy lindo» pensó, ruborizándose por su propio pensar, mirando temerosa al chico que serio la seguía viendo, como si calculará todos sus movimientos.

—Pues ya sabes y será mejor que te vayas —ordenó frío, dándose la vuelta para irse y dejar a esa niña, sabiendo muy bien que ella no debería estar ahí.

Un vuelco en su corazón la hizo sobresaltar, reaccionando de golpe a lo dicho y soltando sin pensar palabras que sorprendió tanto a él como a ella.

—¡Espera!

Se quedó callada, regañándose mentalmente por lo que exclamó, preguntándose el por qué y buscando la respuesta. Tenía la mirada gacha observando el césped y quedándose anonadada, en shock. Su corazón y cabeza estaban en un revoltijo, sintiendo como sus mejillas se calentaban de sobremanera.

—¿Qué?

Dio un brinco en su lugar al escuchar de nuevo esa voz, sintiendo un escalofrío recorrer por su espina dorsal. En esos momentos, no pensaba en nada útil para decirle, tenía la mente en blanco pero llena de emociones extrañas que no comprendía. Ese erizo le llamaba la atención, de alguna manera le atraía.

—¿Quién eres? —preguntó, gritándose mentalmente lo estupida que fue esa pregunta, insultándose, empezando a temblar por el nerviosismo que le daba el tan solo pensar que lo ofendió.

—Soy Shadow y es lo único que diré —respondió tranquilo, pero de una manera tan fría que la hizo sentir mal. ¿Se enojó? Un poco, ¿Le disgustó? Tal vez, pero no tenía de otra que relajarse, ella era una niña y al parecer enferma por lo que llevaba, no podía enojarse o gritarle.

—Yo soy Amy —Se presentó tímida pero levantando la mirada para regalarle una tierna y pequeña sonrisa, hipnotizando al azabache por un momento.

Shadow tembló levemente al sentir ese cosquilleo en sus huesos, «Que linda» pensó, pero de inmediato un miedo apareció en su ser y preocupado, a pesar que no lo demostrará, le dijo:

—Será mejor que te vayas.

—Mm... —Se tambaleó, sintiendo como su garganta empezaba a enredarse—...Yo... —se detuvo, sintiendo inseguridad, pero aun así, no se quedaría callada, aunque le era un poco difícil—... Q-Quiero c-conocerte.

El mayor solo agrando los ojos, confundido y sorprendido, para luego fruncir el ceño.

—¿Por qué? Si solo soy un delincuente.

Esas palabras le llegaron a ella. En su ser, en su nuevo sentir, sabía que no era así, su pecho se lo gritaba y su corazón le seguía, él era bueno ¿No? Sus ojos se lo decían, se lo gritaban.

—Yo no lo creo —soltó de una, mirando fijamente al chico a los ojos, notando la sorpresa que le apareció; ahí empezó a tener confianza—. Hay algo en ti que me llama la atención.

Shadow solo chasqueo la lengua disgustado, cambiando su sería expresión a una más enojada.

—Niña, solo vete.

—Yo soy Amy, no niña, y no me iré —dijo dominante y decidida, probándolo con sentarse en el césped, terminando de aplastar algunas flores, pero a pesar de notarlo, solo se dedicó a mirar al erizo azabache, disculpándose mentalmente con las plantas. Shadow solo suspiro, de verdad que no quería hacerlo.

—Esta bien, me voy —dijo, dándose nuevamente la vuelta, sin embargo, la voz enojada de Amy lo hizo detenerse.

—No, tú te quedarás.

—¿Para que? —Fastidio, era lo único que expresaba y esperaba que con ello, ella se hartara.

—Para hablar.

Shadow agachó la cabeza, cerrando los ojos y meditando por un momento, llegando a pensar que tal vez le agradaría esa minúscula compañía, para luego ella irse y quedar al fin solo, imaginándose de que tal vez no vuelva otra vez. Aceptó, sentándose al frente de ella, con la separación de aquella reja que no les permitía salir.

— Okey ¿de qué quieres hablar?

Amy pasó un rato pensando en que decir, notando de momento que el contrario empezaba a irritarse, por lo que dijo lo primero que se le vino a la mente. No quería que se fuera.

—¿Como es que esa rosa es tuya? —preguntó mirando a la planta que se posaba delicadamente en frente suya, sonriendo instintivamente.

Él volvió a suspirar, sabía que a lo mejor y eso preguntaría, pero era una posibilidad de diez de cien, aunque se equivocó. No quería desenterrar el pasado, pero ahora veía y sentía que no había solución.

—Mi madre me dio la semilla. Al principio la quería enterrar en otro lado, pero me trajeron para acá y la sembré ahí, desde ese entonces la eh cuidado —explicó mirando igualmente la flor, perdido en ella, recordando detalladamente a su familia y a sus últimos momentos juntos, sin expresión alguna.

—Jeje. Es muy hermosa —Sonrío tiernamente, sonrojada, sin quitar la vista de la rosa. Le parecía muy tierno saber que él la cuido mucho que ahora ya estaba tan hermosa como la misma luna y cielo, eso que las rosa son muy difíciles de conservar.

—Si, lo es —aseguró sonriendo levemente, casi sin notarse, mientras no apartaba su vista de la planta.

En cambio, Amy lo miró otra vez, notando como aquellos dulces orbes profundos mostraban cierto brillo y alegría, esperanzandose de algún modo, por alguna razón. Sonrío enseñando los dientes más emocionada, le alegraba como Shadow lucia más animado, era un sentimiento que golpeaba su corazón varías veces, le daba sondas eléctricas a los músculos de su cara y causaba esa expresión. Le era raro aquello, no lo conocía, apenas sabía su nombre, pero era como si lo hubiera visto antes, como si tuvieran una conexión tan profunda y gruesa, una relación indestructible que ha permanecido por millones de años, por muchos siglos, o así lo sentía ella.

Tururiru Tururiru~

Aquel sonido empezó a inundar el silencio que ambos tenían, repitiéndose de una manera fastidiosa, despertando a Amy de su mente y apagando rápido el reloj que daba esa alarma, indicándole que las dos horas ya pasaron. Se entristeció completamente, sintiéndose deprimida, como si un balde de agua fría le haya caído encima y aparte del agua le golpeó el balde también.

—¿Que es eso? —pregunto curioso el erizo, que al haber estado sumergido en su mente, no se dio cuenta que inclinó un poco su cabeza, doblando una oreja, viéndose tan tierno que Amy no tardó en reírse un poco y sonrojarse mucho.

—Es que me tengo que ir, nos vemos mañana, Shadow —Se despidió, levantándose del suelo, imitada por el mayor, quien triste se sentía pero serio la veía.

—Adiós, Amy —Agitaba su mano mientras veía como la mencionada se empezaba a alejar.

—Adiós —canturreó, alegre por escuchar su nombre de los labios de Shadow.

Con un dolor en el pecho no dijo nada para detenerla, no se movió y, cuando no la vio otra vez, solo le quedo regresarse a su celda, para estar solo, como siempre.

Amy caminaba con tranquilidad, intentando recordar el camino de regreso, pasando por arbustos y árboles que recordaba vagamente, recolectando más frutas, hasta que la canasta que se llevó no podía con más. Al llegar al hospital solo entró nuevamente a su habitación, saludando a las personas que se le cruzaran, otra vez, hasta que al fin se acostó en su cama, suspirando con pesadez he intentado relajar su corazón, que latía como loco al recordar cierto erizo. «¿Qué es esto?» se preguntó curiosa y preocupada, sospechando un poco el extraño sentir que aparecía en su ser, sin embargo, sacudió un poco su cabeza, como si eso hiciera que olvidará todo lo que paso, y se fue al baño para tomarse una ducha caliente y relajante, porque eso necesitaba.

Con sus ropas de pijama: un short, una camisa manga larga y sus medias, salió del baño mientras se ataba sus cabellos en una coleta de caballo, para volver a acostarse en su camilla, no sin antes arreglar algunos cables de medicamentos y los de aire, así esperar a su padre o al doctor, distrayéndose con la vista que le brindaba su ventana, recordando por unos segundos a Shadow. Unas inmensas ganas de dibujar aparecieron en su cabeza, agarrando su cuaderno y trazando o borrando líneas con el lápiz, hasta quedar un Shadow perfecto, con las mismas ropas anaranjadas, su expresión seria y su mirada carmesí que tanto llega a hipnotizar. Estaba encantada. Fue sino hasta que su padre llegó, abriendo la puerta con calma y dejando su maletín con algunos papeles en el closet que había.

—Hola Amy, ¿disfrutaste la mañana? —preguntó, sentándose en una esquina de la cama, dándole un delicado beso en la frente a su hija.

—Si, mira agarre una manzanas, peras y cerezas, al igual que algunas fresas que encontré —informó emocionada, mostrándole la cesta llena de todo lo mencionado, que parecía como si en cualquier momento llegara a romperse.

—¡Wow, Qué bueno! Prepararé unas manzanas cortadas más tarde —dijo, agarrando la cesta y dejándola a aun lado, mirando más animado a su hija—. ¿Y te sientes bien?

Amy solo asintió ante eso, no iba a contarle a su padre lo de Shadow, él no lo permitiría y mucho menos ella en tales condiciones. Sonrío, haciendo que su padre también lo haga, pues sabía lo exhausto que puede ser el trabajo de un policía y su padre aún no puede retirarse, pues el dinero de verdad que lo necesitaban.

—Si quieres duerme un rato —sugirió al ver como su hija bostezaba, cansada.

—Si, y tú también —dijo tierna en un susurro, acomodándose en la camilla, siendo arropada por el mayor.

—Duerme bien.

Desde ahí, ella no volvió a escuchar nada, a sentir nada y ver nada, cayó en los brazos de Morfeo tan rápido, haciendo notar lo mucho que su cuerpo se agitó. Sonic miraba feliz a la contraria, acariciando su cabeza dulcemente, hasta que notó como un libro se asomaba por el otro lado del colchón.

—¿Qué es esto? —murmura, agarrando el libro y observándolo, para luego abrirlo y ver todo lo que tenía Amy—. Dibuja igual de hermoso que su madre —Maravillado y nostálgico admiraba los dibujo que había, notando cada detalle de la hoja, estando a punto de soltar una que otra lágrima, pero cuando llegó al recién dibujo, una curiosidad lo invadió—. Que raro, este chico me parece conocido ¿o no? —Extrañado se quedo un rato viendo la cara del chico, sintiendo que algo estaba olvidando, pero debido al cansancio solo decidió dejarlo pasar—. Cuando despierte le preguntare. Aunque de seguro lo conoció esta mañana, creo.

—¿Señor Sonic?

El mencionado se sobresaltó, encontrándose con el doctor recién entrando por la puerta, preocupado.

—¿Que pasa doctor? —pregunto acercándose a él y, al notar la cara que colocaba, asustándose.

—Quiero hablar con usted...



•♢•



Oh, dios del cielo...

Si has de existir o solo eres un sueño...

Te pido de rodillas,
Te rezo en las noches,
Y deseo todos los días...

Que ha este corazón pobre
No lo separes de ese corazón noble

Que ha esta alma rota
No la alejes de esa alma hermosa

Qué esa rosa blanca
No ha de marchitarse
Ni aunque el tiempo pase.

Te pido de rodillas,
Te rezo en las noches,
Y deseo todos los días...

Que aquel destino no se repita.



Continuará.



Editado ✔️

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