1. Primeras impresiones
“Las primeras impresiones son muy importantes” es lo que Vegetta escuchó decir a uno de sus maestros años atrás. Escuchó también que era muy difícil que la perspectiva inicial que se tiene de una persona cambie con facilidad… mas no imposible.
La curiosidad invadía su cuerpo. Intentó acerca su mano al animal que yacía encima de aquel pobre muchacho muerto en vida, sin embargo, el felino gruñó y lo observó con cara de pocos amigos, aferrándose más al otro hombre que mostró una mueca de dolor al sentir las garras del gatito agarradas a su cabello. A Vegetta no le molestó que el animal reaccionara así, pues su ahora preocupación era la patita colorida en rojo que el animal lamía con suavidad, aunque sin dejar de observarlo.
— Discúlpame. — dijo el chico, atrayendo la atención del azabache nuevamente en él — ¿Tú tienes el número del veterinario más cercano? — su voz se sentía apresurada y ronca, seguro era también el autor de los gritos de hace rato — Se cayó de un árbol cuando yo caminaba por el parque del frente y desde entonces no quiere bajar de mí, está asustada. Necesito un veterinario antes de que algo le pase a ella o a mi cabeza. — cabe resaltar que el chico tenía sus dos manos sosteniendo al felino para evitar que este también se cayese y se lastime aún más.
— Yo… no. Pero puedo ayudar, llamaré a los encargados.
Vegetta lo dirigió a su asiento y se encaminó a la camarera de hace unos instantes, quien ya estaba buscando el número en su celular. Los ojos morados entonces notan como todos aún seguían observando la escena del muchacho y el gato, añadiéndolo ahora a él pues fue a quien el rubio pidió ayuda, ¿por qué él, si había hablado con distintas personas antes de finalizar frente suyo? Quizá el miedo y pánico no le dejaron pensar con claridad hasta que ambos se encontraron, quizá notó algo diferente, quien sabe. Ahora daba igual, por lo que Vegetta esperaba que la señorita encontrase el número del veterinario. Durante esos segundos, el universitario piensa en lo peculiar del día y su mañana relajante arruinada, aunque debía admitir que de seguro esto era más raro y vergonzoso para el rubio, dada la situación en la que se encontraba. Nota también que aquel misterioso sujeto no lucía para nada bien, no creyendo que se deba al animal. Ojeras en sus ojos, la ropa desarreglada y constantes suspiros, ¿todo eso puede ocasionar un animal en tu cabeza? No, imposible. Aquí había gato encerrado, nunca antes mejor dicho.
A pesar de ello, nota al extraño susurrándole palabras motivacionales al animal, acariciándole el pelaje mientras sonríe o intenta sonreír, quizá, con la esperanza de poder acomodarlo en un lugar que no sea su cabeza.
— Que chaval tan raro. — murmura Vegetta, con una sonrisa ante aquel último acto de parte del rubio y al mismo tiempo que la camarera le avisa que el veterinario más cercano está disponible.
Se dirige nuevamente al extraño, quien no dejaba de observarlo desde que dio marcha hacia su sitio. Un poco intimidado, Vegetta le intenta dar el papelito con el número que deseaba.
— Aquí tienes. — menciona, dándose cuenta de que no era posible para él agarrar el papel sin soltar al minino.
— ¡Gracias! — dice con una voz cantarina — Yo, eh… te daré mi celular para que tú llames y así yo pueda ir…
— Lo llamaré yo. — se decide, sorprendiéndolo — y te acompañaré, ya te están viendo con ganas de querer sacarte del establecimiento, ¿sabes? — esto último lo susurró, pues era verdad. — Además, me sentiría culpable si la pequeña se cae y huye con la pata herida.
El rubio de hermosos ojos verdes lo ve como si Vegetta fuese su héroe. Este, levemente avergonzado, solo le responde con una sonrisa.
— Me llamo Foolish. — dice, agradeciéndole por la ayuda.
— Vegetta. — responde — salgamos de aquí.
Luego de una hora entre la caminata y la consulta, ambos jóvenes salen del veterinario junto al gatito que ahora poseía unas vendas en la pata herida, medicinas, una caja de transporte y comida (para el animal, claro está). No había sido una herida tan profunda, por lo cual podía ser tratado en casa bajo la mirada atenta de su dueño… que no estaba ahí. El veterinario mencionó que el gato parecía no ser callejero, por lo que les recomendó revisar alrededor del parque por si alguien lo buscaba, poner afiches o anuncios en las redes. “¡Me haré cargo de ella!” gritó con entusiasmo el rubio, quien parecía haberse autoproclamado el dueño temporal del minino.
— Gracias por acompañarme. — dice Foolish, luego de estar unas cuadras caminando en silencio. Vegetta lo acompañaba pues el estado del animalito aún le preocupaba (sin contar que iban por la misma ruta hacia su universidad). Al final esto fue buena idea, pues le estaba ayudando cargando las bolsas de comida que el rubio no podía llevar — En el café las personas me veían como si estuviese loco.
— Tenías un gato en la cabeza, no los puedes culpar. — respondió Vegetta, riendo un poco al recordar ese momento — Pero fue por una buena causa, no todos se tomarían el tiempo de ayudar a un animal callejero.
— ¡Ya no es callejero! Es parte de mi familia. — menciona, orgulloso.
— Recuerda que debes encontrar a su dueño, Foolish.
— No eres divertido. — el rubio miró la caja donde el animal se encontraba — Pero tienes razón.
Vegetta rueda los ojos, notando como el chico de ojos verdes le susurra a la gata que “el amable pero gruñón salvador” no quiere que se queden juntos, sonriendo con ternura ante aquel acto. Foolish percibe la mirada morada y, por un instante, choca sus ojos con las de él, evadiéndola a los segundos.
— ¿Dónde dices que queda tu universidad? — pregunta de repente, cambiando de tema. Vegetta observa su reloj y entiende el por qué: llegará tarde si sigue con ese ritmo al caminar.
— Dos calles más y llegamos, ¿sigues por la misma ruta?
— Nah, mi casa queda doblando esta esquina y luego otras calles extra — escuchan el maullido del gato dentro de la caja y Foolish lo alza para observarlo — ¡Descuida, pequeña! Voy a pedir un taxi. — saca su celular y comienza a abrir la aplicación — Qué mañana tan extraña, aunque con final feliz.
— Ahora eres papá. — responde Vegetta, intentando sonar gracioso. Foolish lo observa por unos instantes y, luego de comprender sus palabras, se ríe ¡misión cumplida! — ¿Cuál será el nombre provisional que le darás?
Foolish se queda pensativo y pone una de sus manos en su mentón. Incluso aunque se vea muy agotado, como si hubiese estado días sin dormir, Vegetta debía admitir que Foolish era muy agraciado. El gato maúlla, como si también esperase la respuesta, y Vegetta solo puede pensar ahora en que el chico, así de concentrado, luce tan diferente a la primera impresión que le dio. Luego de un rato, aún sin la respuesta a su pregunta, el carro que el rubio pidió por el aplicativo llega, dejando la conversación del nombre para otra oportunidad.
— Te ayudo a poner todo en el carro. — dice Vegetta, mientras abre la puerta de este. El otro chico solo lo observa agradecido, manteniendo la puerta abierta para facilitarle el trabajo al de ojos morados.
Minutos después, con todo ya dentro, Foolish entra al vehículo mientras le confirma al chófer su dirección. Vegetta está por despedirse de aquel extraño ya no tan extraño, sin embargo, Foolish le vuelve a hablar.
— ¡Te escribo para que decidamos el nombre! — vuelve a sacar su celular y se lo da — ¡Pon tu número y definitivamente te escribiré, Vegetta!
El pelinegro queda sorprendido por un instante al escuchar su nombre de los labios de Foolish, pues era la primera vez que lo decía desde que se presentaron. No le disgustó para nada. Mientras el rubio lo mira expectante, el chico de ojos amatista comienza a tocar las teclas del dispositivo para agregarse a la lista de contactos. El de ojos verdes, luego de recibir su celular, parece feliz.
— ¡Te veo cuando te…!
— ¡Espera! Antes de que te vayas.
Vegetta se acerca a él y toca delicadamente su cabeza. Por un instante, Foolish se queda sin habla, con las palabras de su despedida ahogadas en su garganta. El azabache no parece notar aquello, pues estaba concentrado en botar los rastros del pelaje de gato que aún prevalecían en el cabello del otro muchacho.
— Mira bien no tener heridas en tu cabeza debido a las garras, podrían infectarse. — concluye, separándose nuevamente y dedicándole una sonrisa.
— Yo… ¡sí, por supuesto! Entendido, ¡gracias! — la puerta se cerró — ¡Adiós!
— ¡Adiós!
Vegetta lo ve marcharse hasta que el automóvil desaparece de su campo de visión. Aún si apenas lo conocía, el tal Foolish le causó una muy buena primera impresión, mirando ahora su celular y esperando que el chico le escribiese ya.
— Ah… Foolish. — suspira, mientras comienza a caminar en dirección a su universidad — Aún le quedaba más pelo de gato en el cabello.
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