Lincoln torero

Lincoln torero

Era un día tranquilo como cualquier otro en la apestosa urbanización de Great Lake City. El cielo aparecía viciado de smog, las calles se hallaban repletas de basura, las palomas defecaban aleatoriamente sobre todo aquel que tuviese el infortunio de estar en el lugar y momento menos indicado y, en la residencia Casagrande, cierta pareja de jóvenes enamorados aprovechaban el tiempo que tenían para pasar el uno en compañía del otro.

Por supuesto no podían ser otros más que Lori y Bobby, quienes a esa hora miraban una película tomados de la mano en la comodidad del sofá grande de la sala.

Al joven hispano le contentaba mucho que su novia lo hubiese venido a visitar, así como también le contentó que el hermano menor de esta misma hubiese venido a pasar la tarde con su hermanita Ronnie Anne.

En lo que iba del día asumió que ambos niños la estarían pasando bien; hasta que, en dado momento, vio regresar solo al pequeño Loud, quien inmediatamente se dirigió al cuarto de la joven Santiago. Después, completamente enfurruñado, volvió a irse sin decir nada. Al cabo de unos veinte minutos, su hermana menor fue la siguiente en llegar.

Con una mezcla de angustia y creciente culpabilidad, Ronnie Anne se aproximó a hablar con los mayores.

–¿Han visto a Lincoln?

–Hace rato estuvo aquí –respondió Lori primeramente–. Pero ya se fue.

–¿Qué sucede, nini? –le preguntó Bobby a continuación.

–Hice algo tonto –confesó la niña apenada.

–Oh, vamos –le sonrió Lori con indulgencia–. Estoy segura que no es nada que no se pueda arreglar. Anda, cuéntamelo todo.

–Pues... Lincoln y yo discutimos y él... Se molestó cuando le dije que era aburrido.

–¡¿HICISTE QUÉ?!

Al oír eso ultimo, Lori soltó la mano de Bobby y se puso en pie de un salto.

–¡Hay, por Dios! ¡Hay, por Dios, hay, por Dios! ¡Hay, por Dios! ¡Hay, por Dios, hay, por Dios! –balbuceó repetidas veces de lo más escandalizada–. ¡Tonta, tonta, tonta, grandísima, tonta! ¡¿Pero qué hiciste?! ¡BRUTA! ¡¿Como se te ocurrió decirle eso a mi hermano?! ¡Hay, por Dios, hay, por Dios...!

–¿Qué pasa, bebé? –preguntó su novio preocupado, y al mismo tiempo confundido ante semejante reacción.

A su vez, el resto de los Casagrande fueron llegando de diferentes lados a reunirse con ellos en la sala, y a verla comportarse de esa manera tan errática al ponerse al tanto de todo.

–¡Pasa que no puedes decirle a Lincoln que es aburrido! –explicó Lori alzando ambas manos–. ¡Nunca de los nunca! ¡Si lo haces ese tonto hará lo que sea para demostrar lo contrario! ¡LITERALMENTE, lo que sea! ¡Ahora mismo, mientras estamos hablando, literalmente él podría estar haciendo alguna estupidez que ponga en riesgo su vida!

–¿Cómo qué? –preguntó el primo Carl enarcando una ceja.

–Como ofrecerse como conejillo de indias para probar algún champú experimental, por ejemplo.

–Hay, por favor–replicó la prima Carlota–. ¿No crees que estás exagerando?

–¡Claro que no! –aseguró Lori entre histéricos chillidos–. ¡¿Ustedes porque rayos creen que tiene el cabello blanco, porque nació así?! ¡Para nada!

Ante tal afirmación, los hermanos Santiago y el resto de los Casagrande quedaron muy desconcertados.

–Hay, por Dios... –siguió gimiendo Lori, quien desesperadamente se empezó a pasear por la sala de un lado a otro–. Ojalá que no sea tarde...

Justo, en medio de toda esta conmoción, Sid Chang entró al apartamento, aprovechando que Ronnie Anne se había dejado la puerta abierta.

–Eh, disculpa que te interrumpa, Ronnie –se aproximó a hablarle a su mejor amiga–, pero te quería avisar que el traje de torero que hice y la forma de inscripción para la corrida de esta tarde no están.

–¿Qué?

–Si. Al parecer, alguien subió por la escalera de incendios, entró por la ventana de mi habitación mientras yo estaba en el baño y se llevó el traje y la forma que dejé sobre mi escritorio. ¿De casualidad no habrás sido tú?

–No –contestó Ronnie Anne–. Claro que no.

En eso, la señora María Santiago se aproximó a reprender a su hija y a la mejor amiga de esta, en tanto Lori se quedaba helada tras haber deducido lo que realmente había pasado.

–Jovencitas –dijo la señora Santiago para reprender a ambas niñas–, la madre de Sid y yo les prohibimos terminantemente participar en la corrida de toros esa. Ya les dijimos que es algo muy peligroso, además de que es un deporte muy cruel con los animales y es inhumano.

–Lo sabemos –concordó Ronnie Anne.

–Por eso mismo fue que decidimos ya no participar –añadió Sid.

–¡Oigan! –interrumpió Lori queriendo alertar a todos–. ¡¿No ven lo que sucede?! Si Lincoln se enojó porque Ronnie Anne le dijo que era aburrido, y el traje de torero y la forma de inscripción para la corrida no están, eso sólo puede significar una cosa.

Sin perder tiempo, con cada mano, la muchacha agarró de las muñecas a su novio y a la hermana menor de este mismo y salió con ellos a toda prisa del apartamento.

–Debemos apurarnos –exclamó mientras los arrastraba escaleras abajo–. Tenemos que salvar a ese tonto de si mismo.

***

Al cabo de unos quince minutos, Vanzilla derrapó violentamente sobre el asfalto al aparcar afuera del estadio de Great Lake City. Posteriormente Lori fue la primera en bajarse y correr apresuradamente hacia la entrada, con Bobby y Ronnie Anne tratando de seguirle el paso.

En breve, los tres ingresaron al estadio y salieron a las tribunas que bullían en aplausos y vitoreos ante la función que se llevaba a cabo sobre el ruedo.

Que tarde de toros hemos visto. Ha sido la mejor corrida en Great Lake City en los últimos veinticinco años. ¡Que manera de torear! Cargando la suerte, llevando embebido al toro en la muleta. Muletazos más largos y más templados no se habían visto jamás en esta plaza...

En el acto, el comentarista le cedió su micrófono a Vito Filiponio quien se puso a cantar una alegre canción con la que pretendía dar ambiente al espectáculo taurino.

Se ha escapado un toro bravo del encierro

–se lo oyó cantar a través de los altoparlantes del estadio–,

y lo espera Lincoln Loud allá en el cerro.
Lleva puesto su gorrito desteñido...

–¡Hay, por Dios, Lincoln! –gritó horrorizada Lori en cuanto corrió a asomarse a los barandales, y confirmó con creciente espanto que aquello que tanto temió terminó haciéndose realidad.

Por delante y por detrás descolorido

–siguió cantando Vito–.

Con arrojo de aprendiz en el negocio,
muy valiente se arrodilla frente al socio...

–¡Socorro! –gritaba el aterrado peliblanco en traje de torero, que ya en esos instantes estaba siendo correteado por un imponente y embravecido toro de trescientos kilos, el cual estaba dotado con un par de largos y afilados cuernos con los que fácilmente podría ensartar a un adulto.

Y cruzando su gorrito cual muleta...
Sólo espera que el astado lo acometa.

–¡Que alguien me ayude!

Mucha suerte matador

–corearon al tiempo las personas del publico–,

las orejas y los rabos,
que matando toros bravos,
Lincoln Loud es el mejor...

–¡No puede ser! –exclamó Ronnie Anne, una vez ella y Bobby alcanzaron a Lori en los barandales y, de igual forma, avistaron al pobre chico en peligro.

El pleito daba primoroso trincherazo

–prosiguió Vito con su canción–,

su enemigo le acomoda tal porrazo...

–¡Resiste, Lincoln! –gritó Bobby.

Que si no dejó los dientes en el suelo,
se debió a que Lincoln Loud era chimuelo.
La experiencia que ha tenido en el ambiente,
solo deja un comentario entre la gente:
Si se escapa otro torito del encierro...

–¡Ronnie Anne, tienes que hacer algo –le exigió Lori a gritos.

–¿Yo? –repuso la niña morena–. ¿Pero que esperas que haga yo?

Lincoln Loud ya no se escapa del entierro.

Mucha suerte matador

–volvió a corear la gente del publico–,

las orejas y los rabos,
que matando toros bravos,
Lincoln Loud es el mejor...

El desdichado y amedrentado Loud siguió corriendo por su vida en la arena, en tanto Vito siguió cantando para amenizar el espectáculo.

Pero el bravo Lincoln Loud es un valiente,
y asegura que el porrazo ni lo siente.
Vuelve pues a demostrar lo que es su arte...

–¡Lo que haga falta! –contestó Lori cada vez más angustiada–. ¡Tú eras la niña más ruda de la escuela allá en Royal Woods!

–¡Pero mis días de bravucona ya terminaron desde que me mudé aquí a protagonizar mi propio show! –se excusó Ronnie Anne.

Y el torito nuevamente se la parte...

–¡WAAAHHY... MAMÁ...!

En ese momento, el toro alcanzó y embistió al indefenso muchachito con un cabezazo, tan tenaz que lo mandó a estrellarse contra el borde de la valla y acabó cayendo despatarrado, justo por detrás de uno de los burladeros.

Esta vez el cuerno fue...
Puñal trapero...
Se desangra, Lincoln Loud, por el bujero...

Acto seguido, el furioso animal posó su vista en su objetivo y empezó a raspar la tierra con una de sus poderosas pezuñas, para así tomar impulso y salir a galopar en su dirección.

Y exclamando con voz tenue y quejumbrosa:

–¡¿Cómo no se me ocurrió hacer otra cosa?!

–aulló el apaleado chico al asomarse por detrás del burladero y avistar al embravecido toro que salió a embestirlo una vez más.

Mala suerte matador

–corearon los del publico por ultima vez–,

ni hubo orejas, ni los rabos,
que matando toros bravos,
Lincoln Loud fue de lo peor
(¡Olé!).

–¡Lori tiene razón! –secundó Bobby luego de presenciar el violento espectáculo–. ¡Si no haces algo ahora esa enorme bestia lo hará pedazos!

Con otro violento cabezazo, el toro embistió el burladero en el que se ocultaba Lincoln, está vez empleando la fuerza suficiente para hacer que el entablado se empezara a cuartear. Tras lo cual retrocedió y volvió a raspar la tierra con sus pezuñas para tomar impulso. Todo esto ante los masivos aplausos y vitoreos de la muchedumbre y las espantadas caras de Lori, Bobby y Ronnie Anne.

Ouh, ¡¿Qué debo hacer?! ¡¿Qué debo hacer?! –se exasperó esta ultima–. ¡¿Qué debo hacer?!...

Tamales...

Por suerte para ellos, la solución a su dilema les llegó con un suave y melodioso canturreo.

Aquí hay tamales...

Por lo que los tres se voltearon a mirar, siguiendo el tono de esa melodiosa voz, que dada la situación fue como una respuesta a sus plegarias.

Tamales...

–canturreaba la vendedora ambulante a la que vieron bajar por los escalones de las tribunas con una cesta en mano–.

Aquí hay, aquí hay,
tamales,
aquí hay, aquí hay...
Llévelos ya, para almorzar,
calentitos están,
los tamales...
Lleve ahora, tamales de Monte Rey,
como los que hacía yo para el virrey.
Si usted se los lleva ya verá que buenos son,
más que deliciosos y le cuestan menos.
Tamales, tamales,
aquí hay, aquí hay,
tamales, tamales,
aquí hay, aquí hay...
Llévelos ya, para almorzar,
calentitos están,
los tamales...
Tamales...
Aquí hay, aquí hay,
tamales...

Y no era una vendedora cualquiera, era la dueña del carrito de tamales que regularmente se hallaba afuera del parque central, y también esposa del dueño de la ferretería. Es decir: la mujer a quien la abuela Rosa le cedió sus recetas a cambio de descuento en las herramientas que usaba para las reparaciones en el edificio.

–¡Rápido, aquí! –la llamó Bobby sacudiendo sus brazos para hacerse notar–. ¡Un tamal de espinaca con extra de salsa picante!

–¡Va volando! –respondió la mujer acatando su pedido.

El muchacho hispano atrapó el tamal que le fue lanzado y lo apretujó en su mano, con la fuerza suficiente para hacer que el contenido saliera volando hacia la boca abierta de su hermana.

Así, después de tragar y pasárselo de un solo bocado, los brazos de Ronnie Anne incrementaron su tono muscular drásticamente, sus orejas echaron humo por el picor de la salsa y, más importante aun, su confianza como la muchacha ruda que solía ser antes volvió a ella.

¡Ja!, los deliciosos tamales de la abuela nunca fallan –canturreó tras limpiarse la boca con la palma, lista para entrar en acción–. Ahora si salvaré a mi Lincoln. Que comience el espectáculo.

Mientras tanto, el toro seguía arremetiendo violentamente contra el entablado del burladero, que a ese paso acabaría partiéndose. Aterrado, Lincoln se asomó por la parte de arriba a gritar por ayuda.

–¡AUXILIO!

–¡Oye tú, déjalo!

Afortunadamente, cuando todo parecía perdido para el desafortunado albino, Ronnie Anne entró al ruedo cabalgando sobre Lalo, más que decidida a acudir en su rescate.

¡Una niña en un perro! –anunció el comentarista–. ¡Jamás en mis seis semanas en este trabajo había visto algo así!

No obstante, el mastín redujo su velocidad, se detuvo a medio camino y jadeó cansado.

A sabiendas de que se había quedado sin fuerzas, la niña hispana que tenía sobre su lomo sacó otro tamal, el cual aderezó con una buena porción de salsa picante.

Jo, creo que necesito combustible para mi mula y gasolina para mi trasero... Jua jua jua jua jua...

Ni bien Lalo terminó de engullir el tamal que le dio de comer su dueña, su tono muscular incrementó drásticamente y sus orejas también echaron humo.

En primera instancia parecía que había recobrado fuerzas para así ir a enfrentarse al toro. Mas, inmediatamente después, su cara se puso toda roja y empezó a chillar exhalando fuego de su hocico. Tras lo cual se quitó a Ronnie Anne de encima de una violenta sacudida y salió corriendo del estadio en busca de la fuente de agua más cercana donde sumergir sus enchiladas fauces.

Y por eso, niños –comentó Ronnie Anne tras ponerse en pie otra vez–, es que no deben darle comida condimentada a los perros. Ahora, a salvar a mi Oliv-Lincoln... Jua jua jua...

–¡Ayuda! –gritaba el aterrado albino, al tiempo que sacudía sus brazos como si fueran fideos–. ¡Ayuda!...

Antes de que el toro embistiera el burladero que le servía de protección una vez más, Ronnie Anne se le adelantó velozmente hasta rebasarlo y arremetió en su contra brindándole un contundente puñetazo en la nariz que lo mandó a volar hasta el otro lado del ruedo.

En respuesta, el violento y enfurecido animal se reincorporó y salió a embestirla a ella, pero el resultado fue el mismo.

De todas formas, el toro insistió en correr a tratar de ensartarla con sus cuernos por tercera vez, pero Ronnie Anne actuó con mayor rapidez en deslizarse por debajo de sus patas, para allí mismo salir a agarrarlo por la cola y tomar impulso antes de arrojarlo hasta el otro lado de la arena.

Cuando vio que el animal venía a embestirla de nueva cuenta, la hispana resolvió reducirlo definitivamente.

–Ahora si te enseñaré a respetar...

¡POW!

Y con un ultimo puñetazo, que esta vez conectó directamente en la quijada, el toro salió volando a dar dos vueltas en el aire y cayó en la arena completamente derrotado.

–¿Ahora si vas a estar tranquilo? –se acercó Ronnie Anne a amenazarlo con el puño.

En eso, alguien del publico arrojó una espada a sus pies para que se ocupara de rematar al toro.

No obstante, en lugar de usarla para tirarse a matar, Ronnie Anne la agarró y la partió de un rodillazo delante de todos para dejar en claro que no se iba a prestar a tal acto barbárico, ganándose así una masiva oleada de abucheos y reclamos por parte de la muchedumbre.

–¡Ya dije que no iba a lastimar a este pobre e indefenso toro! He dicho y me voy.

Después se aproximó a tenderle la mano al chico de blancos cabellos y lo ayudó a salir del maltrecho burladero.

–¡Lo salvó! –exclamó Lori muy contenta y aliviada.

–¡Esa es mi hermanita! –la vitoreó Bobby.

–Lo hiciste, Ronnie –le agradeció Lincoln con un afectuoso abrazo–, venciste al toro, salvaste mi vida.

–No hay de que, Linc –respondió la otra–. Lamento haberte dicho que eras aburrido. Hoy demostraste todo lo contrario, y en que forma.

–Olvida eso –jadeó, cansado por la paliza que recibió–. Yo estoy contento de que hayas vuelto a ser la Ronnie Anne de antes.

–Pero creí que te gustaba la nueva yo, la que se parece más a ti como protagonista de su propio show en la gran ciudad.

–Nha, no es cierto, tu spin off apesta y los fans nos están pidiendo a gritos que lo cancelemos.

–¡Chicos, cuidado! –gritó Lori de pronto, al ver que el toro volvió a levantarse y salió a embestirlos una vez más.

Ronnie Anne se puso por delante de Lincoln y se preparó para enfrentarlo. Sin embargo, lo que el animal hizo fue incorporarse sobre sus patas traseras y le tendió una pezuña en señal de agradecimiento.

–Venga esa mano, matadora.

–Vaya –rió estrechándole amistosamente la pezuña al toro–, veo que no eres tan mal muchacho.

Después de esto, el animal subió a ambos niños a su lomo y los empezó a pasear por el ruedo.

Esa es la Ronnie Anne que todos queremos –canturreó Lincoln, en tanto la insatisfecha muchedumbre los seguía abucheando y arrojándoles fruta podrida, con excepción de Lori y Bobby quienes les aplaudían con euforia–, la que: Da golpes letales...

Pues como tamales –le siguió la otra, cuyas orejas silbaron echando humo–. Ronnie Anne, la más ruda soy... Fiu fiu...

FIN

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top