POV Chase #1

#ViernesDeRTR

Hola bbs 7u7 

Para no hacer tan larga la espera de la siguiente parte del libro, les dejaré este especial narrado por Chase~

Hice una encuesta en ig y la opción que ganó es "cuando Chase ve por primera vez a Michi".

Apenas tenga la ilustración de la portada, se los haré saber subiéndola a mi ig, así que estén atentos. Mientras tanto, les cuento que estoy avanzando la historia y llevo varios capítulos ;) Así que, no desesperen, que hay RTR para rato.

Dejen sus votos, comentarios y comenten qué otra escena les gustaría que Chase narrara :D

Los jamoneoooo

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A pesar de que llevaba más de cuatro meses viviendo en casa de tío Todd, todavía no lograba acostumbrarme a despertar en aquella habitación. Pero ahí estaba yo, metido entre las sábanas que aún no sentía como mía, porque sabía que nuestra estadía ahí era pasajera. O tal vez porque tenía la pequeña esperanza de que las cosas entre mis padres se arreglaran.

Junto a la cama, sobre la mesa de noche, mi móvil sonaba. Esa era la razón por la que me había despertado.

Estiré la mano en su dirección y lo cogí. Apenas pude ver quién llamaba, pero me bastó con escuchar el chasquido con la lengua para saber que se trataba de Heather.

«¿Y ahora qué?», me pregunté, confundido por el sueño.

—¿Sí? —dije con la voz ronca.

—¿Te has quedado dormido en el primer día de clases, amor?

«Mierda».

—Eh... No.

Escuché dos resoplidos y una risa burlona. Me fue fácil diferenciar a quien pertenecía cada uno.

—Tienes que aprender a mentir mejor —habló Jax. Heather seguro que tenía el altavoz puesto—. Puedo darte un par de clases.

—Como profesor te morirías de hambre —le bajó los humos Mika, como siempre hace.

—¿Por qué siempre echas abajo mis propuestas laborales? ¿Eh? ¿Acaso no puedo ser un emprendedor?

—Lo eres: emprendiste un curso y lo repetiste.

—Fue una vez. ¡Una! Y gracias a eso me conocieron a mí: el alma de este maldito grupo.

Heather gruñó, impaciente. Las discusiones que armaban Jax y Mika siempre le habían parecido infantiles. Para ella nosotros estábamos demasiado grandes para aventurarnos en discusiones sin sentido, por eso cada vez que iniciaba una, se alejaba.

—Estamos llegando a tu casa —prefirió decirme—. No te tardes, ¿sí?

Eso había sonado como un «no me dejes sola con estos idiotas». Tenía que rescatarla, o al menos ser la parte serena del par.

Luego de finalizar la llamada, me di una ducha y me arreglé para el primer día de clases. Se sentía extraño saber que empezaríamos un nuevo año los cuatro juntos y me pregunté por cuánto tiempo sería así. Lejos de los escándalos que armaban mis padres y el descubrimiento de que tengo un medio hermano, la vida se me hacía demasiado tranquila.

A lo lejos pude escuchar la bocina del deportivo de Mika, el cual estrenaba desde hace poco. Un regalo de su padre que compensaba todos esos cumpleaños en los que no había estado para él. O su hermana.

Salí de la casa y saludé a los chicos con una seña. Jax, impaciente como siempre, me hizo señas para que apresurara el paso a través del jardín. Para su lamento, el terreno donde tío Todd construyó su casa era lo bastante grande para tardarme unos minutos. A veces me gustaba ver los arbustos con formas de animales o deleitar la vista con sus lustrosos autos cuando estaban fuera del garaje. En ese lugar se respiraba dinero, aún así, mamá nunca permitió que la ayudara con el «problema» en el que papá la había metido; decía que las deudas debían dejarse apartadas de la familia.

—Mueve esas nalgas —ordenó Jax al verme salir—. Anda, más rápido.

Bufé y obedecí para que no siguiera con sus insistencias. Saludé a Mika con un además al que no respondió —siempre cargaba un humor de mierda por las mañanas— y besé a Heather en los labios. Jax chistó y le dijo a Mika que echara a andar el auto.

—Jamás te vi tan ansioso para ir al colegio —le dije lleno de incredulidad. El Jax que conocía detestaba las clases y hacía cualquier cosa por saltárselas, incluso me pidió un par de veces firmarles autorizaciones falsas para que pudiera faltar—. ¿Te sientes bien?

—Me siento como la mierda —admitió—, pero quiero ver a nuestras compañeras nuevas.

—Madura, Jax —se escuchó decir a Mika desde el volante. Jax que estaba a su lado, volteó ofendido. Siempre tan dramático.

—¿Celoso, McFly?

—¿Será que por fin Mika conseguirá a alguna chica en su vida? ¿O algún chico? —Heather quiso unirse a fastidiarlo.

—No lo sé, Heather. ¿Por qué no me lo dices tú?

Mika sopesó la mirada en Heather a través del espejo. Conocía muy bien ese tipo de mirada: era la misma que tuvo hacia los chicos que lo molestaban en la escuela. Estaba llena de resentimiento.

—Ya —les frené—. Es muy temprano para que ustedes dos empiecen a una discusión.

Le cogí la mano a Heather para que entendiera que en el fondo estaba de su parte y ella me devolvió el gesto con una sonrisa.

—¿Cuándo será el día en que te mudes de este lugar? —preguntó Mika girando para salir de la calle. La casa de tío Todd era una de las últimas de la calle cerrada y a Mika siempre se le había complicado dar la media vuelta. Llevaba poco tiempo manejando—. Nos queda lejos.

—Mamá está buscando casas o departamentos. Mientras no solucione lo de la separación, tenemos que quedarnos.

—Qué putada... —Jax bufó y se rascó la cabeza con incomodidad—. Por estas cosas nunca voy a casarme, trae demasiados problemas.

—Todos sabemos cuál es la razón por la que no te casas ni tienes novia —Heather profirió una carcajada burlona que crispó la boca de mi amigo—. Empieza por una S...

—No lo digas —quiso detenerla Jax, girándose sobre su asiento y alargando las manos hacia Heather para cubrirle la boca.

—Y termina con una L —intervine yo, riéndome.

Jax blandió una mirada con la que podría haberme acuchillado y volvió a sentarse como correspondía.

—Perro —pronunció por lo bajo.

Heather todavía sonreía.

—Quién iba a pensar que Jax Wilson sería rechazado por una chica —soltó casi pensativa.

—Tienes que sentar cabeza —aconsejó Mika, aunque no supe si lo decía como un consejo romántico o para toda la vida de Jax.

—Tengo dieciséis, casi diecisiete, estoy en la flor de mi juventud y no pienso desperdiciarlo atándome a ninguna jodida relación de mierda. Sin ofender a los dos tortolitos.

Heather y yo nos miramos.

—Un día vas a conocer a la chica de tus sueños, con la que querrás pasar el resto de tu vida, y te tragarás toooodas y cada una de las palabras que dices —lo fastidió ella, dándole golpecitos en el hombro para que se preparara.

—Eso déjaselo a Mika, que es el más sensible de los que estamos aquí —gruñó Jax.

Le di un golpe en la cabeza que lo despeinó.

—Deja a Mika y sus libros, anda.

Cuando llegamos a Jackson, Jax hizo sonar la bocina por todo lo alto, atrayendo la atención de casi todos los que entraban al instituto.

—¿Qué haces? —le cuestionó Mika, sin poder apartarlo del volante.

—Hay que imponer respeto desde el primer día. Te aseguro que con esto nadie se olvidará de nosotros.

A Jax siempre le había gustado la atención de sobra, y si con ese escándalo no habíamos llamado la suficiente atención, un par de provocaciones lo harían. De primeras, la impresión que dimos era de locos: los típicos amiguitos sin neuronas que piensan que el instituto es para fiestas y chicas. Por parte de Jax al menos lo era; yo tenía a mi chica, la cual me sostenía la mano al entrar a Jackson.

Jamás pensé que la situación entre ambos cambiaría tanto en cuatro años. Lo cierto es que ese cambio empezó desde ese primer día.

Mejor dicho, desde el instante en que la vi.

Íbamos en el pasillo buscando nuestros casilleros en el instante que me pareció ver un rostro familiar. En realidad, fue su cabello el que atrajo mi completa atención. Había cientos de chicas rubias en la ciudad, pero los rubios con rizos siempre robaban mi atención, porque era lo último que había visto de aquella chica a la que había rechazado frente a toda la escuela. Eso me había hecho sentir fatal con el tiempo, y siempre quise volver a encontrarla para disculparme. Pero...

—¿Te sientes bien?

Pasaron cosas y nunca más la volví a ver.

—Eso se siente extraño —le confesé a Heather luego de que me arrebatara de mis pensamientos—. Es como empezar de nuevo.

—Es lo que estamos haciendo, ¿no?

—Por supuesto que sí. —La abracé por la cintura y sentí su calor—. Es una lástima que hayamos quedado en diferentes clases.

—Vas a poder respirar algo de aire sin mí.

Ahí estaba otra vez: su lado más inseguro. Desde que me había sido infiel creía que le devolvería la traición con la misma moneda.

—Heather, no empieces.

—Tú y tus amigos —siguió—. Es decir, tendrás una probada de libertinaje, ten cuidado.

—¿Yo soy el que debe tener cuidado?

—Con lo bueno que estás seguro que alguien quiere robarte.

Noté que quería desviar el tema de la conversación y arreglar la cagada. O disfrazarla. Pero ya había soltado lo que pensaba y el sabor de boca no me lo quitaría. Aun así, creí que lo mejor para iniciar el año era no darle más vueltas al asunto.

—¿Robarme? ¿A mí? Pero si tú eres la más guapa de los dos.

Detuvo el paso y se colocó frente a mí. Pasó los brazos alrededor de mi cuello y pegó su pecho al mío.

—Pero tú eres encantador en todos los sentidos. Di que eres mío.

—Soy tuyo —pronuncié.

Al escucharme, se colocó en puntillas y me besó. Allí en medio del pasillo, ignorando por completo al mundo que nos rodeaba. Y ese instante se sintió diferente, como si solo estuviéramos los dos y nadie más.

Hasta que el timbre sonó.

Nos despedimos prometiéndonos hablar por mensaje y que la iría a buscar a su aula al salir. Los chicos no tardaron en alcanzarme para ir a nuestra sala. Estaba casi vacía, a excepción de unos cuantos chicos en los que destacó la chica de cabello rubio.

Si no fuera porque Jax estaba a mis espaldas empujándome para entrar, hubiera quedado plantado en el umbral de la puerta intentando verle la cara. Ella estaba con la cabeza gacha, haciendo garabatos en la última hoja de su cuaderno recién comprado, con su cabello cayendo sobre sus hombros y su flequillo como cascada.

—Vamos al final antes de que nos ganen el lugar —dijo Jax a mi espalda y se apresuró en ir por el pasillo, pasando a llevar la esquina de la mesa de la chica.

Ella se estremeció ante el choque, pero no levantó la vista de la hoja de cuaderno, que ahora contaba con una enorme raya recta. Quise sacar ventaja de la situación.

—Siento lo de mi amigo —dije acercándome a su mesa, pero ella ni siquiera me miró.

Tampoco dijo nada.

Resignado fui junto al asiento de Jax y me senté. Mika se sentó a mi otro lado.

La clase no tardó en empezar.

Durante toda la hora en lo único que me fijé, fue en el cabello de aquella chica. Sabía que en algún momento ella tendría que voltear o que íbamos a interactuar, pero la intriga era demasiado grande para mantener la calma. A partir de ese momento, frente a cualquier movimiento que hiciera, mi atención estaba en ella... y en su rostro.

No sabía que ese simple acto sería tan complicado de conseguir. Parecía que mientras yo buscaba saber quién era, ella evitaba mostrarse. Si eso era precisamente lo que intentaba, le doy un punto, porque era buena en ello.

No fue hasta la siguiente clase que pude verla. Era clase de Biología y, para nuestra mala suerte, la profesora nos conocía de otro colegio. Con solo vernos a Jax, Mika y a mí sentados juntos al final del aula, pensó que lo mejor sería separarnos para la tarea que nos dejaría. Tuvo la brillante idea de separarnos y me terminó uniendo a ella.

Michelle Wallas.

Cuando pronunció su nombre, ni siquiera recordé de quién se trataba. Pero era mi oportunidad para salir de la duda, así que arrastré la silla y me senté a su lado.

—Hola —saludé.

Ella se hizo a un lado, como si me despreciara, como si fuera el ser más repugnante de toda la tierra.

Fue un poco desconcertante. Yo era del tipo que se acercaba a las personas; no las alejaba.

Me quedé mirándola en silencio mientras ella me pasaba por alto. Mi existencia era tan insignificante que ni siquiera había volteado a saludarme. Incluso buscando su rostro, su forma de huir era una puñalada a mi orgullo.

Entonces el trabajo inició y la profesora pasó las instrucciones. El trabajo consistía en la observación de cromoplastos del tomate y rellenar las preguntas. Ella se adelantó y tomó posesión del microscopio, por lo que no me quedó de otra que ser el que escribía.

Cogí la hoja, un lápiz y me preparé para escribir.

—¿Nombre del objeto estudiado? —leí y escribí—. Un tomate. ¿Familia a la que pertenece? Las verduras.

—Fruta —corrigió sin apartar la mirada de la muestra.

—Qué sorpresa, con que sí puedes hablar —quise bromear—. El tomate es una verdura, todo el mundo lo sabe.

Mi contradicción provocó que apartar la mirada del microscopio y se volteara a verme como un juez que pretende dar una sentencia. Tenía las cejas fruncidas, la mirada cargada de fastidio y la boca ligeramente apretada.

Desde un inicio supe que su rostro lo había visto antes. Sí, de eso no me cabían dudas: la había visto. Solo que antes su cara era mucho más redonda y sus ojos un poco más grandes. La recordaba con su cabello trenzado, con mechones de cabello suelto o enredados; los labios pomposos ocultando los dientes acorazados por frenillos; los ojos tras unas gafas redondas con el marco más grueso que vi en la vida.

Había crecido y estaba algo cambiada, pero en el fondo su rostro seguía siendo el mismo que quedó grabado en mis pupilas aquella vez en clases, cuando vi su rostro transformarse al de espanto puro una vez fue consciente de que todo el mundo se burlaba de ella.

Sí, todavía recordaba la expresión de sufrimiento que formó al rechazarla y lo rápido en que sus ojos se aguaron.

—El tomate es una fruta —se mantuvo firme—. Científicamente lo es.

Su justificación quedó poco clara para mi confundido silencio porque mientras la observaba, más recordaba el momento en que rechacé su carta. Eso me había marcado y sabía que a ella también; los rumores decían que la presión sobre sus hombros había sido tal, que tuvo que cambiarse de colegio.

Eso lo había causado yo.

Y yo estaba sin habla porque, por fin, después de tanto tiempo, me había vuelto a encontrar a aquella chica que rondó por tanto tiempo en mi cabeza preguntándome qué había pasado con ella.

Cuando acabó su justificación, solo hubo una cosa que pude pronunciar:

—Perdón.

Ella tensó los músculos de su cara y enrojeció. La oposición en su rostro me resultó adorable, como si el enojo y la vergüenza intentaran competir entre ellos. Era linda. Había algo en ella que en el fondo me atrajo.

—No pasa nada —dijo y se giró hacia el microscopio.

No me había entendido. Pero ¿cómo podría?

Tal vez no me recordaba.

Tal vez ni siquiera era la chica que buscaba.

Tal vez disculparme a estas alturas sería absurdo.

Había demasiados «tal vez» y no tenía ninguna respuesta clara para ello. Lo único claro era que, a partir de ese día, todos los días me sorprendería mirándola.  

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