Capítulo 49 🐰 Dos palabras bastarán
#DomingoDeRTRTermina:(
Capítulo dedicado a Michi y Chase porque todos merecen un final feliz.
—Viajes en el tiempo. ¿A quién no se le ha ocurrido alguna vez tener el poder de viajar al pasado para cambiar un momento vergonzoso de nuestras vidas...? No, no, no. ¿Por qué me escucho como si estuviera promocionando un producto de limpieza? Mierda.
Me aclaro la garganta y vuelvo a intentarlo.
—"Viajes en el tiempo: ¿un hecho posible o pura fantasía?". Eso está mejor, pero sigue sin convencerme.
Resoplo y me siento sobre la cama, alejando mi mirada del espejo. Pato, como si oliera mi frustración, se acerca a mí y se restriega por mi brazo.
—Ojalá Allek estuviera aquí —digo recordando cómo me ayudó para el proyecto creativo.
—¿Quién es Allek? —pregunta Kash, que lleva rato jugando con la bola mágica que Vea le regaló para Navidad. Está recostada en la que era la cama de Bonnie; a su lado, Pocky ronca como si llevara la vida más agitada del mundo.
—Un chico que iba a mi instituto y al que le enseñé sobre Física —respondo, pero siento que esa descripción se queda corta—. Bueno, creo que es más que un chico, diría que un amigo; pero hablo más con su hermana que con él, así que...
—Oye, yo puedo estar meses sin hablar con un amigo, pero sé que seguirá siendo mi amigo. ¿Qué pasó con ese chico?
—Lo último que supe de él es que está haciendo un curso sobre animación digital.
Los ojos de Kash muestran el brillo de la curiosidad.
—¿Animación digital? Eso debe ser genial... —dice con ensoñación— El próximo semestre tengo un ramo que trata sobre eso y no puedo esperar a ocupar todos los recursos necesarios para hacer una animación corta.
Su entusiasmo repentino se ve opacado por el que creo que es un pensamiento triste.
—¿Qué pasa?
Baja la cabeza y mueve ligeramente la cabeza a los lados.
—Nada, solo estaba recordando que va a terminar el año más pronto de lo que quisiera.
Su voz es baja, como si le avergonzara admitir que el tiempo ha pasado demasiado rápido desde que volvimos a la universidad. Debe estar pensando en el enorme detalle de que ya no tiene dónde ir.
—¿No has sabido nada de tus padres?
Niega con la cabeza y en mi pecho siento un hueco. ¿Cómo es posible que unos padres sean tan rencorosos?
—Pero eso ya da igual, si ellos están haciendo una vida sin mí, yo también debo comenzar una vida sin ellos. Aunque debo admitir que quedarme en la universidad mientras ustedes están lejos no me hace ninguna gracia.
—Puedo preguntarles a mis padres si...
—Nope, no lo hagas —me frena—. No quiero ser una carga para nadie; me siento incómoda de solo pensarlo. Además, tengo planeado terminar mi novela gráfica.
Eso me sorprende.
—¿Superaste tu bloqueo?
—Sí, pude seguir con la historia —dice con orgullo.
—¿Y qué piensas hacer con ella?
—Lo de siempre: haré que los protagonistas sigan juntos.
Resoplo. No sé por qué esperaba que a su historia añadiera otro personaje que la reflejara a ella y el triángulo amoroso en el que se ha envuelto.
—Lo estuve pensando y dije: «Vea tiene razón, ¡esto es como un triángulo amoroso!». Luego pensé en añadir a un nuevo personaje que me representara, pero no, mi amor por su amor es más grande.
—¿O sea que todavía los shippeas?
—Nunca dejé de hacerlo, pero creo que es mejor dejar las cosas así.
Entrecierro los ojos en busca de algún punto débil en su expresión.
—¿Por qué siento que me estás escondiendo algo?
Enrojece.
—N-no te estoy escondiendo nada —se pone a la defensiva.
—Mírame a los ojos y reconócelo.
—¡Es verdad! —chilla como un hámster asustado. Lo cierto es que sus mejillas rojas la delatan— ¡Lo juro!
—¿Pasó algo con Nathan?
—N-no... nada.
Kash es un libro abierto. Me recuerda a mí, sin poder ocultar mis sentimientos pero haciendo hasta lo imposible para intentarlo.
—¿Se besaron? ¿Están saliendo? ¿Se te declaró?
—Nada de eso —refunfuña.
—¿Entonces? No digas nada de nuevo porque no me lo creeré. Eres Kash, siempre has sido sorprendentemente abierta con lo que te ocurre, que ocultes lo que pasó con Nathan solo lo hace más sospechoso.
Expulsa todo el aire de sus pulmones, rindiéndose. Debería meterme a un electivo de debate o investigación.
—No pasó nada romántico como tal —pronuncia bajito—, solo hablamos. Dijo que me admiraba, y que quería aprender de mí. También dijo que pese a no saber lo que se siente estar enamorado, que lo quería intentar... conmigo.
Me cubro la boca para acallar un grito.
Lo siento, Houston, pero esta telenovela es interesante.
—Eso es lindo. ¿Qué le dijiste?
—Que lo intentara con Houston.
—Pero... ¡Kash!
—¡Lo siento, no pude contenerme!
Ay, por todos los cielos...
—Me pregunto si eso cuenta como rechazo.
Se encoge los hombros.
—Me gusta, ¿sabes? Pero no me siento preparada para una relación. No todavía.
—Como mejor amiga de Houston y amiga tuya, te digo esto: si le has dicho esa respuesta porque te sientes mal debido a que le gustas a Houston, créeme, será mejor que no lo hagas. Estoy segura de que él entenderá.
—¿Y qué pasa si me gustan los dos?
Mi corazón se detiene.
—Kash, eso es... ¿ambicioso? ¿Te gusta Houston?
Otro encogimiento.
—Necesito con urgencia aclarar mis sentimientos, ¿cierto?
Asiento como respuesta.
—Al menos ya lo has reconocido, el siguiente paso es... Bueno, no tengo idea de cuál será el siguiente paso, nunca he estado envuelta en un triángulo amoroso, peeeero te deseo suerte.
Mis palabras de consuelo no parecen consolarla demasiado. La entiendo, yo tampoco me sentiría bien admitiendo que me gustan dos chicos y no recibir ningún consejo práctico, pero los temas de amor y esas cosas no se me da bien, ustedes mejor que nadie lo deben saber.
Mi respiración se entrecorta por más que intente tranquilizarla. En mis manos hay un ligero temblor que trato de que pase desapercibido apretando los puños.
Es hoy. Llegó el día por el que tanto me esforcé, sufrí y me preparé: la bendita charla.
Aquí se define mi futuro..., prácticamente. Una mala nota será perjudicial para mi expediente académico, lo que significa que mi beca podría irse volando junto con todas mis ilusiones.
Cierro mis ojos pidiendo a quien me oiga que eso no llegue a pasar.
Hasta ahora me las apaño bien en la universidad y he podido hacer nuevos amigos, un hito importante teniendo en cuenta que en mi último año de instituto hablar con otros compañeros era una tarea que me ponía nerviosa incluso. Pero he cambiado... creo. Y también creo que he madurado. He pasado por tantas cosas que podría decirse que Michi de antes miraría con sorpresa a la de ahora. Es a eso a lo que quiero aferrarme, a la valentía de poder expresar mis sentimientos, de controlar mis emociones, de dejar atrás la burbuja en la que estaba.
Y quiero hacerlo para que dentro de unos años, cuando un recuerdo vago se me cruce por la cabeza, pueda sonreír con orgullo y decir: lo lograste, Michi.
—Michi, ya es hora —pronuncia uno de mis compañeros.
Abro los ojos y me encuentro con un rostro igual de nervioso que el mío.
«Estamos jodidos», digo para mis adentros y, por alguna razón, siento el peso de la responsabilidad sobre mis hombros.
Es la responsabilidad de llevar nuestro grupo a una buena nota o el almuerzo de ayer está haciendo efecto.
Reviso mis apuntes en busca de una guía que no está, pues con los nervios apenas puedo leer.
«Por favor, por favor... Todo lo que pido es hacerlo bien», pronuncio para mis adentros viendo cómo uno de los encargados coloca nuestra presentación en la laptop.
Una voz anuncia que tenemos que entrar; uno por uno, en una fila, pasamos a la tarima.
Los focos de luces en la altura me provocan una punzada en la cabeza y no puedo esconder mi mueca de dolor. La incandescencia parece dispuesta a derretirme los ojos, pero basta con que pestañee para que no ocurra. Frente a mí, los rostros de varios profesores y algunos científicos; todos ellos sentados en las primeras filas listos para hacer sus anotaciones.
Esto es más importante de lo que pensaba.
Y más terrorífico.
¿Lo peor de todo? Soy yo la primera en hablar, todo gracias a la gentil suerte y a un sorteo en el que mi nombre salió tres veces seguidas. Eso ya no es mala suerte, es querer hacerme sufrir.
Si tan solo estuviera Anne aquí, en la audiencia...
Busco entre los asientos su rostro o el de alguno de mis amigos, pero solo encuentro caras de desconocidos.
—Wallas, empieza —susurra otro de mis compañeros.
Mis nervios se disparan, el mareo me invade. Siento lo mismo que la vez que sufrí mi ataque de pánico. El nudo de nervios se atora en mi garganta; mi estómago se revuelve; las piernas me tiemblan; los latidos en mis oídos se acrecientan; mi vista se va nublando...
Pero en la oscuridad, un rayo de luz aparece. Es el brillo de una estrella fugaz aparece en la lejanía como un halo de esperanza que me dice que todavía no puedo darme por vencida.
Literalmente, es una estrella fugaz.
O bueno, el intento de una. La verdad, es un traje muy feo, pero basta para que mi atención se vaya hacia la entrada del auditorio.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro y la confianza regresa a mí. No puedo ver los detalles de su rostro, pero ¿qué importa? Sé perfectamente de quién se trata porque nadie en su sano juicio entraría a una charla académica disfrazado de estrella. Nadie, excepto Chase.
Ya tengo a quién mirar.
Tomo aire y mi cuerpo se estremece, alejando los nervios que me abrazaban.
—Disculpen la tardanza —digo.
Aunque todavía se escucha mi voz algo temblorosa, tomo confianza para empezar con la charla. A medida que las palabras fluyen a través de mí, lo hago con más seguridad y sin miedo a equivocarme; resulta fácil cuando pienso que se lo estoy contando solo a una persona.
Cuando la charla acaba y salimos del escenario, Chase ocupa mis pensamientos.
¿Hace cuánto que no nos vemos en persona? La última vez fue en la universidad, después de que recogiera las últimas cajas. Y eso fue hace mucho. O quizá sea yo quien lo siente como una eternidad. Sin él mis días transcurren mucho más lentos.
—¿Quién ha dejado entrar a la estrella?
—No sé, pero sirvió para que Wallas despertara.
Regreso a tras bambalinas.
—Lo siento, chicos, estaba nerviosa —digo con pesar—, pero tienen que admitir que luego lo hice bien. ¡Hasta ayudé con las respuestas!
Todos están de acuerdo, lo que me sube los ánimos todavía más.
—Espero recibir la nota pronto para salir de esto de una buena vez —se suma un comentario de otro compañero, que forma parte del siguiente grupo que se presentará.
Más aprobaciones.
—La nota la dirán el fin de semana —habla un chico que repitió el curso y, por ende, todo el primer año—, les gusta tenernos con la ansiedad a tope.
Eso basta para que me anime a dejar el auditorio en busca de Chase. Para mi sorpresa, él también tuvo la idea de buscarme y nos encontramos justo en el pasillo.
—¡Michi, estuviste fantástica! —dice y en su voz noto que está orgulloso de verdad.
Me lanzo sobre él y lo abrazo con todas mis fuerzas.
—Tú eres mi estrella fugaz personal —pronuncio bajito, con un nudo de emociones obstruyendo mi garganta.
Chase suelta una risa nasal y responde a mi abrazo.
Bueno, en realidad, es un abrazo bastante incómodo debido al traje, pero eso no quita que sea un lindo reencuentro.
—Te he echado de menos, Michi. Creí que sería más fácil estar lejos de ti, hablando por videollamada, pero no es lo mismo tenerte así.
Sus palabras son dulces y me estremecen por dentro.
Quiero pedirle que permanezcamos juntos un rato más, pero no puedo hablar. No aún.
—Veo que tu mal hábito ha vuelto.
Chase se pasea por mi dormitorio como la madrastra de Cenicienta lista para regañarla. Lo cierto es que mi cuarto está hecho un desastre desde que supe que a estas alturas del año ningún otro estudiante ocuparía la cama vacía. O sea, el dormitorio es todo mío.
—Soy una universitaria ocupada.
—Oh, sí, restriégame en la cara lo de universitaria, pero de todas formas esa no es una excusa para mantener un chiquero así.
—No me culpes a mí, culpa a Pato.
El pobre felino me mira a modo de reproche.
—Claro, porque es Pato quien deja tu ropa interior desperdigada por todos lados.
—¿Qué puedo decirte? Pato es un gato muy travieso.
—Deja de calumniarlo.
—Se lo merece, los dos sabemos que sí.
—Oye, Pato fue el que nos unió. Es un buen casamentero.
—Por eso lo digo.
Un ofendido Chase se abalanza sobre mí para hacerme cosquillas. Mi cuerpo es sensible a su tacto, sobre todo en aquellas zonas donde sabe perfectamente que las cosquillas se vuelven insoportables. Trato de no chillar y así no alertar a los demás, pero es casi imposible contener los gritos desesperados. Cuando ya no puedo más, se detiene, victorioso.
—¡No es justo! Tú traes un disfraz.
—¿Tan rápido y ya quieres quitármelo?
Busco un almohadón y se lo lanzo en la cara.
—Sé cuidadosa, tengo que devolverlo mañana.
—¿Mañana? —pregunto sin pensar— ¿No vas a quedarte?
—No puedo —responde con un tono lastimero en la voz que me deja un vacío en el pecho—. Mi vuelo a New York sale mañana, he hecho una excepción.
¿Excepción?
—¿Por qué?
—Por ti, boba, ¿por qué más sería? No pensaba dejarte sola en un momento tan importante. Admito que estoy un poco decepcionado.
Deja su frase a la expectativa y el estómago me da un brinco.
—Ah, ¿sí?
—Pues sí, ¿cómo es que no saliste disfrazada de estrella?
Me llevo una mano al pecho, aliviada.
—Fue una de las sugerencias que le hice a mi grupo, pero declinaron la idea —bromeo.
Chase ríe. Su risa se siente diferente en persona, más cercana, melódica y profunda, y deja espacio a un silencio en el que nuestras miradas buscan grabar la imagen del otro para no olvidarla.
—Dado a que partes mañana... —carraspeo, nerviosa— ¿podrías quedarte un rato más conmigo?
Mi pregunta es como un susurro.
—¿Cómo? —Chase coloca una mano tras su oreja y se inclina hacia mí— No te entiendo.
Aprieto los labios con frustración. No sé si realmente está tomándome el pelo o no se me ha entendido de verdad.
—Chase —pronuncio su nombre entre dientes— ¿Te gustaría pasar...?
—¿Sí, Michi? —me interrumpe aguantando la risa.
Lanzo un gruñido en lo que estalla.
—¡Te odio!
—Sí, sí, yo también te amo.
Aquellas dos palabras bajan mi ofensiva con rapidez. Las ha soltado como si nada, como si fuera lo más fácil del mundo. Y las ha dicho muchas veces antes; pero yo sigo sin poder replicarlas por mucho que lo desee.
—¿Por qué no vamos a comer a la cafetería de siempre? —Ni siquiera se ha dado cuenta de mi cuestionamiento interno y la frustración por no poder decirle lo que siento—. Echo de menos las malteadas.
Dicho y hecho. Después de cambiarse el disfraz y guardarlo en la mochila, vamos juntos a The Moment Coffee.
Entrar juntos de la mano es un acto tan extraño como la sensación que me invade. Buscamos una mesa junto a la ventana y nos sentamos viendo qué pedir en la carta en línea. Sin embargo, la misma persona que nos atendió la primera vez que entramos juntos, llega a nuestra mesa con una malteada que tiene dos pajitas.
—Cortesía de la casa —dice con una sonrisa resplandeciente— otra vez.
Chase y yo nos miramos, confundidos.
—¿Por qué hace eso? —pregunta él.
—¿El qué? —inquiere la mujer, sonriente.
—Regalarnos una malteada, no es que lo despreciemos, pero... es extraño.
—Es lo que hace especial a nuestra cafetería. Nos gusta inmortalizar momentos de la vida; de ahí el nombre.
Chase y yo nos miramos preguntándonos si eso es parte de un slogan muy profundo o somos parte de una broma televisiva. Aun así, aceptamos la malteada. Es del mismo sabor que la primera: plátano con leche y salta de chocolate.
—Nada más —se sorprende Chase—. La próxima vez que nos volvamos a ver ya sabemos dónde pider comida gratis.
—Mi lado paranoico me dice que estamos siendo víctimas de algún experimento —le comento, acercándome a él para que nadie más pueda oírme.
—No me sorprendería si lo hicieran, juntos estamos para chuparnos los dedos —dice con arrogancia—. Yo más que tú, pero eso lo discutiremos en otro momento.
Antes de que pueda alegar, saca del cierre de su mochila el llavero de conejo que le regalé para Navidad. Sonrío al ver que lo trae.
—Lo llevo siempre conmigo. Es una mini Michi, pero menos rabiosa.
Pongo mala cara y él se ríe como burla. Lo siguiente que hago es colocar el llavero de zorro sobre la mesa, junto al conejo. Los dos peluches se ven tan adorables que hasta pienso que se están agarrando de la mano.
—Dada a nuestra separación, he creado un par de reglas a seguir para mantener nuestra relación sana.
—¿Reglas? —repite.
—Estoy bromeando.
—Nada de reglas —repite—. Hay que superar esa etapa.
—Ya la superé. No me quedó de otra, después de que todas ellas fueran rotas. Además, no creo que sean necesarias, nos ha ido bien hasta ahora.
Asiente y busca mi mano sobre la mesa.
—Te voy a extrañar mucho, Michi.
Mi corazón se acelera.
—¿Por qué siento que ya te estás despidiendo?
—Solo tengo la necesidad de expresar lo que siente mi corazón —aclara con una sonrisa que parece triste—. Odio tener que decirlo, pero extraño todo de ti. Tu risa, tus reclamos, la forma en que me miras cuando suelto un comentario que no es de tu agrado, la forma en que tus ojos sonríen cada vez que consigo tu aprobación, lo suave que se sienten tus manos, la manera en que tus hombros se tensan cuando te abrazo, tu aroma... Ha sido complicado para mí estar lejos, no quiero mentirte al respecto porque si hay algo que nos caracteriza, es la sinceridad. Me duele mucho tener que dejarte mientras estoy tan lejos, pero te prometo algo: todos los días pensaré en ti, solo... solo espérame, ¿sí?
Sus ojos brillan con la espera de mi respuesta. Chase siempre saca su lado más vulnerable cuando expone sus debilidades y anhelos frente a mí, deja de lado la careta con la que todos le temían, se muestra tal cual es.
—No hace falta que me lo pidas, Chase. Yo te...
«Te amo».
Así, fácil.
—Yo te esperaré. —Mi respuesta evoca una sonrisa tierna, pero siento que no es la respuesta que esperaba. Ni yo la que quería darle.
Mi cobardía no permite que exprese mis sentimientos por mucho que lo intente.
Antes de acabarnos la malteada, Chase me habla de que Margareth se cambiará de departamento. También me enseña el video que Mika le envió enseñando el departamento donde se quedará. Es un sitio con dos habitaciones, un baño y una sala amplia que consta de cocina, isla para comer y dos sofás viejos. Mika se queja de que no es un sitio cómodo, pero a Chase no parece molestarle la idea de quedarse durmiendo ahí.
Yo trato de hacer comentarios y sonreír, pero no puedo quitarme de la cabeza la imagen de su sonrisa desapareciendo.
—¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe al terminal de buses? No tengo problemas en hacerlo —le digo al salir de la cafetería.
Niega con la cabeza.
—No te preocupes —dice, colgándose la mochila en un hombro—, estaré bien.
—Es que... —me muerdo el labio inferior con frustración—, no quiero dejarte ir así sin más.
—Me voy a casa con el estómago lleno y la promesa de que me esperarás, ¿qué más puedo pedir?
Resoplo con frustración y él se lleva una mano a la barbilla.
—Me vendría bien un beso —dice, fingiendo que se lo piensa—. Y quizá algo más, pero no podemos ocupar los baños públicos para eso, ¿verdad, Michi?
Estoy al borde de darle una patada en la espinilla.
—No me provoques, Chase, o llegarás a New York de una patada.
Chase se ríe.
—Haberlo dicho antes, así no compraba el pasaje de ida. Extrañaré esto, ¿sabes? Todo esto —señala mi figura.
No quiero ponerme sentimental, pero los ojos me empiezan a picar.
—Yo también —logro decir.
Un puchero se me escapa y Chase lo nota enseguida. Me toma de la mano y me acerca a él para atraparme con sus cálidos brazos; su barbilla en mi hombro, su respiración rozando mi cabello. Me gusta cómo nuestra respiración se sincroniza cada vez que nos abrazamos. Somos uno. Solo él y yo.
—Te amo, Michi.
Su voz penetra en mi cabeza y las palabras se transforman en un consuelo. O esperanza.
Cuando nos separamos y toma en auto que lo llevará hasta el terminal de buses, no pierdo de vista el auto hasta que se está próximo a doblar la esquina.
Ha sido una despedida, sí.
No volveremos a vernos en persona dentro de muchos meses.
Y prometimos que hablaremos.
Pero no puedo evitar sentir que algo falta.
Una corriente de energía se apodera de mí. Es la corriente de valentía, de supervivencia, la misma que me hace reaccionar.
No quiero acobardarme más.
Busco un auto que pueda llevarme al terminal de buses, pero solo consigo dar con el taxi viejo de un señor que me mira con confusión cuando me subo en la parte trasera.
—¡Siga a ese auto! —le grito al conductor, señalando el auto que está enfrente. Él me mira con ojos serios desde el espejo retrovisor—. Lo siento —sonrío, incómoda—, siempre quise decir eso. Voy al terminal de buses.
Siempre me ilusioné con los romances que presentaban las películas, queriendo alguno similar. Por casualidad, todos ellos, en su mayoría, terminan en un aeropuerto o bajo la lluvia con los protagonistas empapados; y desde luego con un beso apasionado prometiéndose amor eterno. Irónicamente, es justo en lo que fantaseaba la primera vez que Chase me gustó.
Es excitante encontrarme con el chico que le dio altos y bajos a mi corazón, pero sé que vale totalmente la pena.
La posibilidad de poder viajar en el tiempo es cuestión de matemática junto con una dosis cargada de fantasía, pero nuestra charla va más allá de lo empírico. Nuestra teoría es que podemos viajar en el tiempo con fórmulas matemáticas y una máquina, pero que también lo podemos hacer gracias a nuestros recuerdos o inmortalizar los momentos en fotos y videos.
Es una conclusión básica —y práctica— a la que quiero aferrarme para no olvidar el instante de alivio que sentí al ver a Chase. Por él, cualquier viaje en el tiempo vale la pena. Y no quiero dejarlo ir sin que lo sepa.
—Llegamos —me informa el conductor, buscando un sitio en el parqueadero para que pueda bajarme; cosa difícil teniendo en cuenta lo lleno que está.
Miro el contador digital que enseña el costo del viaje y meto las manos en los bolsillos.
—Ay, no...
No tengo mi monedero o algún mísero billete. Mis ojos se agrandan del puro susto y el conductor se vuelve para mirarme por encima del asiento.
—Creo que... perdí mi monedero —explico, palpando cada bolsillo de mi ropa. Busco de paso mi celular, pero tampoco está—. También mi celular.
—Vamos, niña, no estoy para juegos.
Doy un grito ahogado al notar que mi bolso tiene un orificio del tamaño de Neptuno, cortesía de Pato, por supuesto.
—Ay, no... No ahora, por favor —reviso los asientos sin encontrar ninguna de mis pertenencias. Trago saliva solo pensando en la forma en la que tendría que volver a mi casa, sin dinero y sin alguien a quien llamar—. Puede... ¿no cobrarme?
Un rastro penoso de culpa y vergüenza se asoma en mi voz.
—No me moveré de acá hasta que me pagues —sentencia—. Más vale que consigas dinero y me lo traigas o no responderé sobre mis futuras acciones.
—Conseguiré el dinero y vendré a dejárselo, pero antes necesito encontrar a alguien. Si fuese tan amable de ayudarme con mi búsqueda sería fantástico.
El hombre lanza una carcajada seca que rebotó por todo el taxi.
—Niña, no estoy para juegos de adolescentes, soy un hombre ocupado.
—Solo es una pequeña ayuda... por favor —suplico, poniendo mi mejor cara—. ¿Es que nunca ha escuchado ese dicho que dice: «uno no sabe lo que quiere hasta que lo pierde»? Porque es precisamente lo que me está sucediendo.
El conductor baja la cabeza y guarda silencio. Luego, con un movimiento rápido saca las llaves del taxi y se baja, haciendo una seña para que salga también.
—¿Cómo es el chico que buscas? —pregunta, mirando hacia todos lados.
—Es alto, tiene el cabello castaño oscuro, pero no oscuro-oscuro, sino con pequeños reflejos claros. Y lo suele llevar desordenado, como si se hubiese recién despertado, ah, y siempre esboza una sonrisa de comercial dental. Tiene la manía de rascarse la mejilla cuando está confundido y sonreír con arrogancia cuando nota que lo están mirando. Le gusta la música alternativa, las películas de suspenso y correr para despejarse la cabeza. Su nombre es Chase Frederick ¡y lo amo!
El conductor me mira con el ceño fruncido, a punto de agotar lo que le queda de paciencia.
—¿Algún dato relevante?
—Ah, claro, claro. Viste una chaqueta de color vino tinto y lleva una camiseta blanca debajo. ¡Y tiene en su mochila un llavero de conejo!
La búsqueda comienza. El terminal de buses de la ciudad es grande y está concurrido, pero mis sentidos están en alerta. La adrenalina que fluye por mi cuerpo es lo que necesito para dar con Chase. Lo busco en cada paso, cada sitio, cada bus. Busco su rostro detrás de alguna ventana o su espalda subiendo a algún bus. Busco su cabello liso que cae por su frente con tanta rebeldía y su mochila donde guardó que representa...
—¿Michi?
De pronto el escenario del colegio, la primera vez que me declaré ocupa mi mente. Es una situación similar: personas, declaración de amor, Chase... Sin embargo, todo ha cambiado.
Escucho mi respiración acelerada en mis oídos y puedo notar cómo el bullicio del terminal se vuelve nada cuando volteo y me encuentro a Chase con expresión de sorpresa. Mi corazón se desboca en mi pecho y en mi garganta se alojan las palabras que tanto he deseado decirle.
—Te amo.
Me cubro la boca con sorpresa.
—Por todos los astros, lo he dicho. ¡Por fin lo he dicho!
—¿Qué?
Chase está confundido. Y pálido. Es como si fuera un espejismo y en realidad no estuviera frente a él, proclamándole mi amor en público.
Ya no importa. ¡Nada de eso importa!
Acorto la distancia que nos separa y me preparo para decírselo otra vez.
—Te amo, Chase. Quería decírtelo en la cafetería, pero soy una cobarde. Una estúpida cobarde que tuvo que esperar demasiado, pero no quería que te fueras sin que lo supieras. Yo también te amo. Y mucho. Y sí, quiero pasar mi vida contigo, a tu lado, no importa si debo esperar cinco o cien años para hacerlo. Te amo.
En tanto mis ojos se llenan de lágrimas porque por fin he podido expresar mis sentimientos y dejar atrás el miedo del rechazo, en la cara de Chase se dibuja una sonrisa. Me toma con delicadeza por las mejillas y me besa. No es cualquier beso, es uno significativo, de despedida, pero que deja una huella.
—El sentimiento es correspondido, Michi —susurra dentro de la intimidad que hemos creado—. Pero yo te amo más.
Chasqueo la lengua.
—¿Quieres apostar?
—Vas a salir perdiendo, es una advertencia.
—Ja, parece que no conoces lo competitiva que puedo llegar a ser.
Mi advertencia le saca una sonrisa. Una auténtica y llena de satisfacción. Y yo le sonrío de vuelta, sintiendo cómo después de tanto esfuerzo, penas y alegría, la Michi de antes ha quedado libre.
Aunque la nueva Michi parece que se quedará detrás de las rejas...
—¿Quién de los dos va a pagar lo que me debe?
El conductor del taxi apoya ambos brazos en sus rodillas en busca de equilibrio. El sudor escurre por su frente. La respiración desenfrenada. Se nota a leguas que el pobre lleva un rato buscando a Chase. O a mí.
—¿Pagar lo que debe? —repite Chase, buscando mi respuesta.
Con una sonrisa que esconde mi agobio le enseño el agujero en mi bolso.
—He perdido mi monedero y celular.
Mi risa nerviosa descoloca a Chase.
—Cómo no —dice con cierta ironía—. Era perder tus pertenencias o no encontrarme en el terminal.
—Qué bueno que fue lo primero y no lo segundo, ¿eh?
Me mira con cara de pocos amigos, pero se mete una mano en el bolsillo trasero para sacar su billetera.
Todo un sugar daddy, eh.
—¿Cuánto es?
El taxista le dice la cifra a Chase, pero yo tengo que hacer una acotación o mi conciencia no me dejará en paz.
Carraspeo, nerviosa y levanto el índice para llamar la atención.
—Es el doble. Le prometí que le pagaría el doble.
Chase me mira como diciendo «¿por qué tenías que recordárselo?», aun así, saca un par de billetes. Sin embargo, y muy a mi pesar, tengo que hacer otra acotación.
—Y no olvides que necesito dinero para el pasaje de regreso a la universidad. —Otra miradita—. Prometo que en cuanto recupere mis cosas te haré una transferencia bancaria.
No dice nada; sé que en el fondo mirarlo con ojitos de borrego lo ha dejado sin palabras.
—Los dejaré a solas para que se despidan —dice el conductor.
Los dos agradecemos su gesto y suspiramos al quedarnos a solas.
—Entonces... ¿en qué estábamos? —pregunta Chase y una de sus seductoras sonrisas captura mi atención. La cercanía se hace presente y los deseos de volver a probar sus labios me tientan.
—En un beso de despedida —pronuncio.
Mi labio inferior toca el suyo y puedo sentir cómo la electricidad recorre mi cuerpo. Es una sensación tan agradable que añoraré sin dudas. Con mis ojos cerrados espero su respuesta. Su toque es suave, delicado, y va cogiendo fuerza ante los segundos. Es un beso que no pienso olvidar jamás. Lo prometo.
Pero no todo puede salir bien.
No cuando se trata de nosotros.
Alguien lo llama, apagando la llama que el beso empezaba a aumentar.
Con pesadumbre, Chase saca su celular y alza una ceja.
—Qué raro. Es Anne.
Me acerco para ver la pantalla y, en efecto, es su número.
Al responder, lo primero que escuchamos es ruido y gritos. Luego, la respiración de Anne y más gritos.
—¡Chase! ¿Chase, sabes dónde está Michi? La estoy llamando desde hace quince minutos y... —Un grito gutural se le escapa— Necesito decirle que la bebé viene en camino.
Bueno, lo que faltaba...
Se va una estrella, pero ha nacido otra.
—¡Achís!
Mi estornudo exageradamente sonoro llama la atención de la pareja que está una mesa más allá de la mía.
—Perdón... —mascullo, sintiendo mis mejillas arder al notar la desaprobación en sus rostros.
¡Lo odio, lo odio, lo odio!
¿Cómo ha podido hacerme esto? Ya va media hora desde que llegué al lugar donde acordamos juntarnos para charlar y pasar el frío bajo el calor de alguna taza con chocolate caliente. Llevaba tanto tiempo planeando este reencuentro que la ansiedad acaba de irse con el estornudo que he dado.
¡Idiota! Dejé el calor ameno de mi departamento para verlo y no se ha dignado a aparecer aún... Estúpido arruina citas románticas.
Como sea... Comienzo a sentirme como una verdadera tonta, desechada por el único chico con el que he estado. Porque sí, a pesar de los años y la distancia, Michelle Wallas solo ha tenido ojos para un hombre.
Pues bien, creo que aún estoy a tiempo de conservar la poca dignidad que me queda y largarme lo antes posible de este espantoso restaurante para parejas enamoradas.
O tal vez debería esperarlo unos minutos más...
Nah.
Dejo el dinero de la cuenta sobre la mesa y me quedo observando unos segundos el centro de esta. Es un macetero decorado con corazones y con una pequeña flor sintética de color rosa con el centro amarillo. Méndigo día de San Valentín. ¿Debía ser este día, además? No podía dejarme plantada cualquier otro.
Lo peor de todo es que es tan obvio el plantón que me estoy muriendo de vergüenza.
Les daré un consejo para cuando su cita los deje plantados. La solución a ese problema es fingir que algo inesperado ocurrió y que por ese motivo debes largarte. Para ello, tu celular se volverá el mejor aliado que podrás tener porque, no solo sirve como distracción, sino también como medio para que tu mentira tenga sentido.
Primer paso: sacar el celular.
Mi nuevo celular es mucho más complicado de lo que pensé, eso debe ser porque quien me lo recomendó es un aficionado a las cosas electrónicas.
Por esas casualidades de la vida me he encontrado con Allek en la tienda de electrónica del centro comercial y me ha sugerido un celular más moderno con la malvada intención (creo) de hacerme pagar lo mucho que sufrió con mi computadora. Me sorprendió sobremanera verlo otra vez, pues su hermana me había dicho que estaba viviendo en Oregón. Está igual a pesar de los años. Claro, con un poco más de barba, el cabello un poco más largo y la quijada más marcada, pero con esa cara inexpresiva de siempre. Aunque se le ve más feliz, pero no dijo por qué.
Volviendo a los pasos... El segundo paso es llamar a alguien, o fingir que lo haces para no quedar como una loca.
Busco en mi lista de contactos recientes y encuentro el número de Houston. Marco y acerco el celular cerca de mi oreja.
—¿Michi? ¿No era que tenías una cita? —interroga.
Paso tres: la actuación.
—¿¡Qué dices!? —pregunto, levantándome de la silla. Llevo una mano a mi boca, colocando una expresión de horror—. ¡Dime el hospital...!
Noto que las parejas de las mesas adyacentes me miran con confusión y otras algo preocupadas. He desarrollado lo suficiente mi personalidad haciendo recorridos en el museo de astronomía de la ciudad como para sentirme avergonzada al respecto. Ese miedo indescriptible por hablar ante los demás tuvo que ser superado o no obtendría el trabajo. Ni hubiera pasado mi tesis.
Vamos, que el sistema me ha arrinconado a dejar atrás mi miedo. Aunque bien sabemos que obtuve muchas ayudas en el proceso.
—Estaré allí en unos minutos... ¡No te preocupes!
Corto, guardo el celular en mi cartera, tomo mis cosas y salgo del restaurante a toda prisa.
Conclusión sobre los pasos: verte como una demente, pero librarte del penoso plantón.
Al salir a la calle, el panorama no es diferente al del restaurante: flores y rosas por todos lados, parejas demostrando su infinito amor, el frío a causa de la nevada de anoche, besos y abrazos por dónde se mire.
Y yo aquí, abandonada y enamorada.
Podría ser peor...
Ja, sí claro.
El tono de llamada de mi celular me arrebata los pensamientos.
Es Anne, mi encantadora amiga y quien está esperando su segunda hija.
No diré nada sobre lo que es ser la madrina de una niña regordeta con mejillas apretables, tampoco sobre mis traumas por cambiar pañal. Los bebés y yo no somos compatibles.
—¿Qué pasa? —contesto, pero no recibo más que alaridos y quejidos— ¿Anne?
—La bolsa... la bolsa se rompió... la bebé ya viene...
Contengo la respiración mientras escucho entre los gritos de mi amiga una voz masculina consolarla desde el otro lado.
—¿Con quién estás? ¿A qué hospital vas? ¿Le ves la cabeza al bebé? ¡Ay, Dios! —camino de un lado a otro sin saber qué hacer. El estómago se me revuelve de solo pensar en Anne.
—¡CÁLLATE, ESTÚPIDA! —grita— ¡ESTOY TENIENDO UNAS MALDITAS CONTRACCIONES! —Escucho el micrófono de su celular saturarse cuando respira hondo y bota el aire para calmarse—. Escucha, es-estoy en el parque Freig Russell.
—Ah, bueno. ¡Voy corriendo hacia allá!
—¿Corriendo? Tienes un maldito auto, Michi... ¡Agh!
—¡Es un decir!
No lo pienso dos veces y me subo al auto estacionado a unos pasos del restaurante.
No puedo creer que Anne vaya a dar a luz a la pequeña Emma. Anteayer estábamos guardando su ropa en el closet blanco junto a su cuna y ahora está exigiéndole a mi amiga ver la luz. No me lo creo, este día ha dado un giro inesperado.
Detengo el auto en el estacionamiento para embarazadas. Saco la llave, salgo del auto y le pongo seguro a las puertas. Corro por las escaleras buscando alguna señal, grito o personas socorriendo a alguna mujer embarazada, pero no encuentro a nadie. Apresuro mi paso para adentrarme más en el parque, hacia la zona donde se divide por sectores el lugar. Cada sitio está ocupado por alguna pareja, como era de esperarse, muy acaramelados.
La ansiedad me ataca y comienzo a morderme las uñas, observando a mi alrededor y deseando tener alguna clase de superpoder que me haga volar para tener una perspectiva del parque.
—¡Anne! —grito en su búsqueda, consiguiendo las miradas curiosas de los demás—. ¡Anne! —Nada, no hay rastro—. Esto debe ser una puta broma...
De pronto, todo lo veo negro...
Pero no, no me he desmayado o sufrido algún ataque a causa de lo angustiante que resulta la situación. Me ha tapado los ojos.
—Cuide esa lengua, señorita Wallas, que su estupendo novio no le oiga decir esas palabras o podría salir huyendo.
Logro percibir aquel perfume que le envié como regalo de Navidad. Su voz no ha cambiado nada desde que nos juntamos la última vez.
—Soy yo la que saldrá huyendo por culpa de un novio que deja abandonada a su chica el día de San Valentín —refunfuño, tomando las dos manos y bajándolas para ver mejor.
Pestañeo un par de veces hasta normalizar mi visión y giro sobre mis talones hasta quedar frente a Chase. No ha cambiado en nada desde la última vez que lo vi, aunque se ha dejado la barba y ha cambiado su peinado desordenado por uno más normal. Mantiene esa amplia sonrisa que podría derretir al mismísimo Polo Norte, con ese dejo de arrogancia tan característico en él.
—¿Dónde está Anne? —interrogo y, en cuanto lo hago, sus labios tocan los míos con delicadeza, provocando que sienta la misma sensación del primer beso.
Ese primer beso que nos dimos en la fiesta de cumpleaños siendo solo unos niños.
—Sigues siendo la misma ingenua, Michi —dice, besando mis labios después de cada palabra—. Le pedí a Anne que te llamara y fingiera que estaba a punto de dar a luz.
—¡Chase! —exclamo dándole una bofetada en el hombro—. Lo siento, fue el impulso, ya estamos a mano...
—Sé lo que dirás: «hice la reservación en un restaurante y tú me traes a un parque» —Chase agudiza su voz para imitarme—, pero llegué al restaurante que me dijiste y no estabas, esperé una hora y decidí venir aquí.
Medito unos instantes sus palabras, con el fin de procesar lo que dice.
—Te dije que era el restaurant Liberty —me cruzo de brazos conteniendo las ganas de abrazarlo ante su explicación.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que no lo he visto? ¡Casi medio año a causa de los imprevistos! Pero soy una mala persona y me gusta verlo excusarse.
—Dijiste restaurant Libertity —me contradice apretando mis mejillas.
Muerdo mi labio inferior y lo apretujo contra mí, sintiendo el calor de su cuerpo mezclarse con el mío. Su aroma único me es tan familiar que trae a mi mente millones de recuerdos sobre Jackson, la universidad y los periodos donde logramos reunirnos estando cada uno en diferentes universidades. Sus brazos me rodean infundiendo seguridad y el deseo contenido de encontrarse con mi cuerpo.
—Extrañaba hacer esto —murmuro cerca de su oído, cerrando mis ojos para percibir su aroma con más intensidad.
Sus abrazos siguen siendo reconfortantes y entrañables.
Desde que se fue a New York —el mismo día en que Emily nació— no hemos podido vernos con regularidad; él estuvo ocupado formando la editorial que planeaba crear junto a Mika y yo estudiando en Atkins. Las cosas fueron poco a poco tomando su curso, fuimos a California, lo visité un par de veces y nos reencontramos en Hazentown. No obstante, todos esos encuentros fueron pasajeros; nuestras vidas no estaban solucionadas, sino que en desarrollo. Fue complicado. A veces estábamos tan agotados que pasábamos un día sin hablar, pero logramos seguir juntos.
Este año planeamos cosas diferentes: él ya tiene un trabajo relativamente estable y yo también, pero no cabe dudas que hacer nuestras vidas por separado se siente... extraño. Somos dos fuerzas demasiado opuestas; no podemos estar separados durante mucho tiempo, por eso planeamos juntarnos hoy.
Mientras avanzamos hacia nuestro lugar especial, le cuento sobre Houston, Kash y Nathan, sobre los viajes que están realizando mis padres, sobre las locuras de Emily y Anne, sobre Pato, que ya tiene canas. Es como si volviéramos a tener dieciocho años y visitáramos este lugar por primera vez.
La nostalgia me golpea de lleno y me dan ganas de llorar, pero no lo hago porque Chase se burla del rojo de mi nariz.
Aun así, entre risas, me toma la mano para ayudarme en el terreno difícil.
Arriba, la vista sigue siendo alucinante.
Trago saliva de golpe cuando me percato de que Chase ha improvisado un picnic, como en los viejos tiempos, con snacks, bebidas en lata y una escuálida cobija que parece tiesa a causa del helado día.
Frunzo el ceño y busco alguna explicación.
—Creí que lo de venir aquí había sido improvisado y pobremente orquestado con Anne —inquiero.
—Lo compré todo de una carrera, con algo tenemos que pasar el frío, ¿no?
—Se me vienen a la cabeza otras formas de abrigarnos —bromeo, pero consigo sacarle una sonrisa pícara.
—Atrevida. —Su sonrisa poco a poco se desvanece—. Michi, yo...
Lo noto algo nervioso, demasiado para ser él.
Y, por todos los cielos, también me pone nerviosa a mí. Solo una explicación se me viene a la cabeza.
Una sonrisa tierna se dibuja en su rostro.
—Michi —Chase se agacha, poniendo una de sus rodillas en el suelo como apoyo y la otra flexionada para el equilibrio. Mete la mano a su bolsillo y comienza a sacar una caja roja—, me harías el...
Escucho el tono de llamada. Ambos blanqueamos los ojos fastidiados por arruinar la atmósfera. Se vuelve a poner en pie y yo busco en mi cartera el celular; lo saco comprobando que es una nueva llamada de Anne.
¿Por qué será que siempre nos interrumpen en los momentos más importantes?
—¡Ahora sí! ¡Es verdad! —chilla. Chase alza una ceja sin comprender mi reacción—. ¡La bebé! ¡Creo que viene!
—¿Qué? ¿Es otra actuación o de verdad tú...?
Sus gritos de dolor nos lo dicen todo. Esta vez sí es verdad, Anne va a tener a Emma. ¡Ay, Dios!
Chase y yo nos miramos, guardo mi celular, sin quitarle la vista a Chase.
—Bueno, será para otra ocasión, ¿no crees? —sonríe con incomodidad.
—¡Ni lo sueñes! —espeto agarrando el cuello de su linda camisa celeste, amenazándolo. Él me mira confundido, alzando una ceja. Lo suelto y le extiendo mi mano con los dedos bien estirados—. Solo ponme el anillo y larguémonos de aquí... No vaya a ser que te arrepientas luego.
Chase abre la caja y saca el anillo, pero sus resbalosos dedos hacen que el anillo caiga al suelo y ruede directo a la quebrada, perdiéndose entre los matorrales y la tierra.
—Ahí va un año de trabajo —comenta mirando por donde rodó el anillo—. Juro que no hice eso a propósito...
Sonrío y tomo su mano.
—Lo sé. La intención es lo que cuenta.
De eso nada, porque tras unos minutos de sopesar la situación, decidimos hacer el intento de recoger el anillo.
Lamentablemente, nuestra búsqueda es un peligro debido a lo resbaloso del suelo.
Nuestra suerte es un desastre, eso lo deben saber ustedes mejor que nosotros, pero pareja hemos sabido apañarnos bien.
Ahí, en medio de un picnic improvisado, Chase y yo nos sentamos a disfrutar de nuestros últimos minutos de paz. Juntos, como siempre tuvo que ser. Y felices, admirando cómo en el cielo se hacen visibles las primeras estrellas y la ciudad enciende las luces; con mi cabeza apoyada en su hombro y él tarareando la canción más reciente que se le pegó de la radio mientras recuerdo cómo empezó todo.
Una carta, un rechazo, unas reglas... Y Pato.
Todo se lo debemos a él.
Sonrío al pensarlo y parece que Chase también lo pilla. Basta que sonría para entendernos.
Él, por supuesto, está orgulloso.
¿Qué puedo decirles?, siempre se le dio bien romper las reglas.
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RTR ha llegado a su fin :( Pero no se desesperen, porque todavía falta un epílogo. Será cortito y narrado desde la perspectiva de alguien muy especial...
Así es, el epílogo será narrado por PATO.
es bromis, pero sería interesante ver su perspectiva, el pobre debe estar traumadísimo.
en el epílogo me explayaré como se debe, pero de momento espero que les haya gustado el capítulo final (no tan final). Quería darle un cierre al pánico de Michi y cómo cerró sus sentimientos después de ya saben qué :3 y qué mejor hacerlo junto a cheese.
y obvius, tenía que dejar alguna de las escenas de la versión anterior porque me encantan <3
este es un nos vemos pronto~
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