Capítulo 27 🐰 Una dosis mágica que te hará olvidar

#Presenteeeee

#ViernesDeRTR


Capítulo dedicado a RoryMiMujer por llenar de comentarios el capítulo anterior. ¡Gracias por ayudar dándole visibilidad a la historia! <3 

En mi vida he cometido muchísimos errores de los que me arrepiento, pero ninguno ha sido como el de tomar un libro de helado pasada la medianoche. A mi lado hater le encanta no meditar antes de cometer un acto inhumano contra sí mismo. Por si fuera poco, lo he combinado con dos hamburguesas con doble carne que pedí por delivery. Bonnie no escondió la mueca de asco al ver toda la grasa que derramé sobre el cartón cuando di el primer mordisco. ¿La consecuencia? Idas y venidas del baño durante la noche y dolor de estómago en clase de Modelos Fisicomatemáticos.

He tenido que arrancar al baño en tres ocasiones, y lo haría una cuarta de no ser porque la clase termina y como si cuerpo funciona en automático, ha decidido que es mejor apaciguar el dolor y ordenar mis cosas para salir.

El edificio de Matemáticas es enorme, aunque no lo suficiente para que una melena castaña atraiga mi atención al abandonar el aula. El causante de mi desorden alimenticio está a unos metros de mi posición, hablando con un chico mucho más bajo que él.

Chase.

Chase.

Chase.

Tengo que acostumbrarme a llamarlo por su nombre otra vez para que no tenga poder sobre mí. No quiero pasar un minuto más huyendo de él y guardarme su nombre en los recovecos más profundos de mi mente. Si quiero superar lo que ocurrió entre ambos, lo mejor es hacerle frente y decir su nombre, como en esa película de exorcismo donde necesitaban saber el nombre del demonio para poder expulsarlo.

Chase.

En mi boca todavía queda rastro del sabor agridulce que dejaba su nombre cada vez que lo pronunciaba.

¿Por qué tuvo que volver a hablarme?

¿Por qué tuvo que aparecer en mi vida?

Si yo estoy estudiando gracias a la beca, ¿cómo es que él también está aquí?

Anoche, mientras estaba embriagada de grasa y helado, pensaba que lo más probable era que su padre lo metiera a la fuerza o, de alguna forma, hubiera sobornado a los altos mandos de la universidad. O tal vez tuvo demasiada suerte y la beca también se la dieron. No sé, es confuso. La duda se llevó una parte de mi alma.

Otra parte se la lleva sorprenderme que he estado mirándolo en medio del pasillo sin una clase de disimulo y ahora él mira en mi dirección.

Mierda.

¿Debería dar vuelta la cara, correr o retarlo a un duelo de miradas?

Esto es incómodo. Ayer le dije que no quería nada de él y hoy estoy mirándolo a los ojos. Sus ojos marrones que se ven mucho más claros frente a la luz, que brillaban cada vez que lo hacía reír con mi estupidez. Los mismos que al final rompen la conexión volviéndole a prestar atención al chico que le habla.

De pronto soy consciente de que he aguantado la respiración y que mi dolor de estómago ha vuelto junto con mi deseo de encerrarme en mi dormitorio oculta bajo el edredón.

Primero es lo primero: el baño.

Ahí descargaré todos mis sentimientos y tiraré la cadena del retrete como si se tratara de mi pasado.

Corro en dirección al baño más cercano y me meto en el cubículo libre. Odio tener que usar baños públicos para necesidades... digamos que más apretujadas, pero no me queda de otra. Cuelgo mi mochila en la pechera y cojo el móvil de mi bolsillo antes de sentarme.

Al revisar las notificaciones me encuentro con un mensaje de Houston.

Houston: Tenemos que hablar. Es urgente.

Esto huele mal.

En todos estos años que lo conozco, las únicas veces en que me pidió hablar con urgencia fue cuando entraba en alguna crisis personal en aquella época donde no les había confesado a sus padres sobre su orientación sexual. Puedo imaginarlo con la misma expresión de angustia, mordisqueándose el cuero alrededor de las uñas y caminando de un lado a otro.

Yo: ¿Ha pasado algo malo?

No esperaba que su respuesta llegara tan pronto.

Houston: Sí. ¿Estás libre ahora? Necesito un hombro donde llorar.

Yo: :(

Yo: ¿Dónde estás?

Houston: Me vine a un bar en el centro. Te dejo mi ubicación.

Eso es mucho peor de lo que imaginaba. Si fue a un bar significa que quiere emborracharse y olvidar.

Termino con lo mío y tomo una gran cantidad de papel higiénico en caso de que lo necesitemos.

El transporte me deja en una pequeña estación en el centro de la ciudad. Apresuro el paso algo confundida; las calles todavía me son desconocidas y como mi manejo del GPS es nulo, me siento perdida. Me tardo unos minutos para entender dónde estoy parada y en qué dirección debo avanzar. Por suerte, el bar se encuentra a cinco minutos.

El bar en cuestión es muy diferente a como imaginé. Houston se ha encerrado en un sitio de mal aspecto. Su entrada es una puerta vaivén de madera que me recuerda a las películas del viejo oeste. Arriba hay un cartel verde oliva con el nombre del lugar y el dibujo de una jarra de cerveza. Debo armarme de todo el valor que me queda para entrar; dentro el espacio es lúgubre, con bombillos colgantes que apenas iluminan las mesas. Hay un par de hombres aferrándose a sus bebidas y otros a la barra; ni siquiera me miran cuando decido avanzar hacia la espalda que me resulta familiar.

A medida que me acerco, me doy cuenta que la mitad del cuerpo de Houston está sobre la mesa, tiene una jarra de cerveza que ya acaba y en una mano sostiene su celular. Es Anne quien aparece en la pantalla.

—¡Ja! Hasta que al fin te dignas a aparecer —dice con ese tonito de reproche que siempre usa para regañarme. Debe estar molesta porque anoche no quise decirle qué pasó con Chase.

La miro con el ceño fruncido diciéndole «no es el momento».

—Houston, ¿qué pasó? —pregunto apoyando mi mano en su espalda. Aquel gesto es como el de un humano a un gato salvaje que por primera vez es acariciado, basta con un pequeño toque de compasión para que se vuelva hacia mí y me mire a punto de llorar.

—Lo ha dejado con su novio —responde Anne en vista de que Houston no puede.

—¿Qué? ¿Por qué?

En lo que busco una silla y la acomodo al extremo de la mesa, Houston se seca las lágrimas y toma el último sorbo de su cerveza.

—Dijo que me fue infiel —responde con la voz quebrada—. Infiel, Michi. No ha pasado ni un mes desde que me fui de casa y ya me ha engañado, ¿puedes creerlo?

—Es un... —contengo el insulto—. ¿Y él te lo dijo o tú lo atrapaste?

—Él lo confesó. Dijo que no podía más con el cargo de conciencia y prefirió decírmelo.

—Obviamente se lo dijo porque ha empezado una aventura con el tipo ese —concluye Anne con un dejo de desprecio—. Por eso quería terminar y te lo soltó todo sin siquiera presionarlo.

Que Anne sea tan directa —y obvia— no ayuda a Houston, que se aferra a la jarra de cerveza y busca en el fondo alguna última gota.

—Me siento fatal...

—¿Sabes? Conozco un grupo llamado «Pásame a tu ex» que se dedica al escarmiento, por medio de mensajes, hacia hombres infieles, que no pagan la pensión, que...

—Anne, no incites al acoso —la freno antes de que su macabra idea se siga desarrollando.

—No es acoso, es justicia.

—Imagino la cara del juez cuando les llegue la demanda. Pasar el número de una persona con el fin de atosigarla está mal, incluso si es por una causa justa.

—Los jueces no hacen nada y las personas malas siempre se salen con la suya, permítenos, Señorita Perfecta, que tengan algo de su propia medicina.

—No quiero que le vaya mal —interviene Houston antes de que Anne y yo iniciemos una guerra—. Todavía lo amo.

Ay, el amor... Siempre jodiendo a las personas.

—Necesito otro trago. —Con una seña, llama al cantinero para que le llene la jarra.

—Sé que te sientes defraudado, engañado y que es como el fin del mundo, y creo que tienes derecho a enfrentar la ruptura como mejor te parezca, pero ¿no crees que ya has bebido demasiado? —pregunto mirando el tamaño de la jarra.

—¿Qué sugieres? ¿Helado? ¿Chocolates?

—¿Encerrarte en el cuarto y no poner al tanto de nada a tu mejor amiga? —interviene Anne.

—Las consecuencias de eso son a largo plazo, esto no.

El cantinero llega a nuestra mesa con otra jarra.

—Los sentimientos no se ahogan con alcohol, ni comiendo todo lo que pilles de la nevera, si no con tiempo y muchas lágrimas —replico y me agarro la barriga por instinto, pues todavía me duele—. O distracciones.

—En eso te doy la razón. Puedes salir a distraerte, bailar, cantar, gritar a todo pulmón desde un puente. Están en la universidad, vayan a alguna fiesta, dicen que son las mejores. Los dos —dice y su mirada se dirige hacia mí.

—¿Yo por qué?

—Para que no cometa alguna locura, claro. Nadie quiere que Houston baile sobre una mesa desnudo. O que se meta a las drogas.

Eso le saca una risa a Houston. Sin darme cuenta, lleva la mitad de la jarra.

—Además, tú también necesitas distraerte —agrega Anne y puedo ver su dedo acusador apuntándome.

—Podríamos hacerlo... —digo, dubitativa. La idea de rodearme de gente todavía me resulta algo aterradora, pero todo sea por animar a Houston.

—En verano pasaste mucho tiempo encerrada, comiendo y omitiendo todo lo que tenía relación con Chase. Es tiempo de que empieces a salir de ese pozo. Ahora, dime qué pasó ayer entre ese imbécil y tú.

El golpe en la mesa nos interrumpe. Houston ha caído rendido al mundo del alcohol.

—Es que no lo entiendo... Llevábamos tanto tiempo juntos. Dijo que me iba a esperar y ni siquiera se aguantó. ¿Por qué existen personas así de malvadas?

Quiero decirle que no es tiempo de ponerse a filosofar y que mejor se preocupe por no caer borracho en medio de una ciudad que no conocemos. 

Música, gritos, bailes... Toda la ciudad se ha paralizado para celebrar el inicio de las clases del semestre. El festejo es un acontecimiento que se celebra por todo lo alto en el campus central de la universidad desde muy temprano. Eventos y competiciones donde los alumnos y profesores participan son una de las cartas más esperadas. Y, cómo no, las fraternidades son una parte fundamental que a más de alguno ha dejado embobado con su presencia y no ha faltado el idiota de turno que, deseoso por llamar la atención de alguno, ha hecho el ridículo. Dos chicos de primer semestre —según escuché decir a una chica de un grupo cercano— se han montado el teatro del año, disfrazándose uno de bebé gigante y otro de mamá gruñona; llevan varios minutos haciendo gracias a un grupo de la fraternidad el cual solo se ríe con burla y con los vasos llenos en las manos.

Más allá, el juego de la gincana se ha transformado en un debate entre los de Teología y Filosofía. El debate intelectual se enciende con los de Literatura vitoreando todas las contestaciones.

Por otro lado, los profesores están animando a un grupo de chicos a competir en pulso.

—No puedo creer que te haya arrastrado hasta aquí —le digo a Houston luego de ver que uno de los profesores resulta golpeado en la cara por uno de los estudiantes por error y eso ha desatado una pelea que casi llega a los puños.

Me sujeta de la mano.

—Espero que no te arrepientas y salgas corriendo a encerrarte a tu dormitorio.

—¿Y perderme las escenitas que montarás estando borracho?

—Según recuerdo, fuiste tú la que intentó llamar a su ex estando a punto de tener un coma etílico.

Golpe bajo.

—El despecho te está volviendo malvado, Houston.

Le doy un codazo en la costilla más fuerte de lo que quisiera, lo que provoca que trastabille y choque con una persona que no duda en darse la vuelta.

—Lo siento, yo...

—¡Oye! —El chillido de la chica interrumpe las disculpas de Houston— Yo te conozco.

Pronto su rostro me resulta conocido. En los recovecos de mi atolondrada cabeza encuentro las imágenes de un difuso casi-atropello que acabó en una chica magullada y sus dibujos esparcidos por el suelo.

—Soy la chica que te hizo aterrizar en los arbustos —levanto una palma en señal de confesión.

Esbozo una sonrisa cordial que no viene a cuento, pero que por alguna razón a mi inconsciente le ha parecido una maravillosa idea formar. Lo bueno es que la chica me la regresa con la misma sencillez que mostró aquel día.

—Cómo olvidarlo —dice entre risitas—. Fue de esas presentaciones que me gustan: dramáticas y orgánicas. Eso me hace creer que estamos destinadas. Me llamo Kash.

—Soy Michi y él es mi mejor amigo, Houston.

—«Houston, tenemos un problema» —pronuncia con voz ronca—. Debes estar harto de que siempre te hagan la misma broma.

—Me he acostumbrado con el tiempo. —Miro a mi amigo buscando la expresión de fastidio que siempre ponía cuando de niños se burlaban con eso y me horrorizo al darme cuenta que su expresión es mucho peor—. Veo que tú también tienes un nombre peculiar.

—Si vas a volverte alguien famoso, necesitas un seudónimo atractivo.

—Lástima que no sea tu caso.

Houston despliega una sonrisa maliciosa al mismo tiempo en que la sonrisa de Kash se fractura. Es como ver una rosa hermosa despedazarse en las manos de un ser salvaje. La tensión en el ambiente se vuelve pesada. Pese a que hay mucho ruido a nuestro alrededor, el silencio que hay entre los tres crea una burbuja que se revienta con el crujido del vaso plástico que Kash tiene entre sus manos.

—Estoy jugando —Houston intenta sonreírle de la forma más deshonesta que le he visto.

—Qué humor más... particular. —Kash vuelve a intentar sonreírle, aunque se nota a leguas que ha hecho un esfuerzo sobrehumano.

Le hago un escarmiento mental a Houston por haber sido tan cruel sin ninguna clase de motivo y él evita mirarme centrándose en el vaso plástico.

—¿Eso es alcohol? —lo señala y se inclina para ver el contenido.

—No, es un shot de energía, como una Monster, pero más concentrado. Si lo bebes estarás con los ánimos a tope durante veinticuatro horas. Muchos lo beben en época de exámenes o en fiestas como esta. ¿Quieren un poco?

—Prefiero el alcohol, gracias —la indiferencia de Houston vuelve. Alza el mentón para buscar entre las cabezas algún lugar donde infectar su sistema de etanol.

—Está prohibido. —Eso le pone los pies en la tierra y su concentración regresa con Kash, quien se acerca hacia nosotros en plan confidente— Aunque, aquí entre nos, algunos chicos de tercero, los de allá, han colado varias cervezas bajo las chaquetas.

—Eso es todo lo que quería saber. Quédense aquí, en unos minutos vuelvo con bebida de verdad.

Nos hace un saludo militar y desaparece entre las personas.

—Siento lo de Houston, la ha pasado mal y...

—Tranquila, no pasa nada —me detiene Kash antes de que busque alguna excusa que justifique (al menos un poco) el comportamiento de mi amigo—. Creo que fui yo con la frase tonta que le lancé, a veces olvido que no todas las personas tienen el mismo humor, así que lo entiendo.

—No, no. Te aseguro que no se molestó por tu broma, es porque... porque estar lejos de su familia lo pone mal.

—Oh...

—Sí, eso. Es muy cercano a su madre y las videollamadas no son lo mismo para él.

—Lo entiendo; es un poco triste y frío el contacto a través de una pantalla. Me pasa con mis amigos.

Ay, pobre e ilusa Kash. Quiero decirle que Houston no actuó así por la broma, pero revelarle a una persona que acabo de conocer el fracaso amoroso de mi mejor amigo no es una posibilidad. Mentirle se lleva una parte de mi alma porque es una persona de apariencia y vocecita adorable, como un hada colorida.

—¿Quieres un poco? —Me ofrece del vaso— Mezclé la bebida con jugo para que la inyección de energía no me pegue tan fuerte.

Tomo el vaso y lo acerco a mi nariz para olfatear. Tiene un olor dulzón que entra por mis fosas nasales y juraría que por una fracción de segundo me paraliza las neuronas.

—¿Esto es legal?

—¡Totalmente! No arriesgaría mi trasero consumiendo cosas ilícitas.

—Houston no tiene la misma opinión —digo de mala gana y miro hacia la misma dirección en que se marchó. No hay luces de su paradero.

—No creo que pase nada si nos descubren, es decir, no pueden castigar a cientos de chicos por beber alcohol, pero prefiero no jugar con fuego. He pasado por un montón de cosas para entrar a esta universidad.

—¿Eres becada?

—Síp.

—¿Y de primer año?

—Yep. ¿Tú también?

—Por poco no lo soy.

—Wow, es decir que las dos somos unos cerebritos.

—Técnicamente lo somos todos, Atkins siempre ha sido muy selectiva con sus estudiantes, sobre todo los becados.

—¿Houston también?

—Él no es becado, pero...

Chase.

Su fastidiosa cara aparece entre la multitud a pesar de la distancia que nos separa. Su figura es un imán para mis ojos, no puedo evitarlo. Como siempre, aparece en mi vida en el momento preciso: recordarme que mi beca antes le pertenecía a él. No soy tan idiota para haberme creído que no cumplió con alguno de los requisitos para ganársela porque todos aquí sabemos que fue un prodigio para todos, incluyendo el profesor Marshall. Entonces ¿cómo diablos consiguió entrar? Su padre. Definitivamente llegó a un acuerdo con su padre, algo que me extraña y a la vez me da curiosidad por la clase de trato que habrán hecho.

—¿Pero? —repite Kash. Poco a poco mi vista borrosa detalla su rostro, partiendo por el delineado amarillo decorado con pequeñas flores, las pecas falsas de color azul, siguiendo por la forma curva de sus labios rojos y terminando con toda una composición colorida— ¿Lograste atraparlo?

—¿Disculpa?

—¿Atrapaste el pensamiento o él te atrapó a ti? —se ríe al ver mi expresión arrugada—. Mi madre dice que a veces me pierdo en los pensamientos, cosa rara, y que cuando eso pase no tengo que dejar que me atrape el pensamiento, sino que yo debo atraparlo a él.

—Pues me lleva varios pensamientos de ventaja.

Mi pensamiento no me ha atrapado, quien me atrapó es Chase y la interrogante alrededor de mi beca.

Lo que me hierve la sangre es que junto a él no solo haya un grupo de chicos que parecen estar pasándola bomba; también está Bonnie. Es evidente el interés que ella demuestra hacia él, en las miradas furtivas que le lanza, la sonrisa perfecta, el movimiento que hace con su cabello cuando le habla.

Oh, no. No, no. Me niego a sentir celos. No voy a sentirlos, no se los merece.

—Oh, ahí viene Houston.

La distracción que necesitaba llega dentro de un vaso de la mano de Houston.

—Una para ti y una para mí —En cuanto me pasa el vaso compruebo que su contenido es oscuro—. Supuse que tú no querrías ya que estás tomando eso —se dirige a Kash.

—Supusiste bien. Mezclar ambas bebidas es un delito que se paga con cárcel. Estoy exagerando, pero ya me entienden.

—Hago el intento.

Esta vez quiero darle un golpe a Houston o lanzarle mi vaso por la cabeza para que deje de ser tan borde con la pobre de Kash. Por ahora solo le lanzo una miradita de advertencia que responde rodando los ojos mientras bebe del vaso. Yo hago lo mismo.

—¿Cómo conseguiste esto tan rápido? —pregunto saboreando la mezcla de gaseosa y alcohol.

—Tengo mis métodos —responde él todo orgulloso.

—¿A quién sobornaste?

Kash ríe ante mi pregunta y Houston decide pasar olímpicamente de ella.

—Esto no es lo único que conseguí, también me invitaron a una fiesta de verdad y tú me acompañaras. —Sus ojos son desafiantes. No es como si pudiera decirle que no, ya estamos en una fiesta y yo fui quien lo arrastró.

—¿Puedo unirme? No tengo amigos.

Kash forma un puchero. Quiero abrazarla ante su honestidad y decirle que yo quiero ser su amiga, pero por obvias razones lo del contacto físico no me gusta, temo que me rechace y, más importante, creo que las amistades se van forjando con el tiempo.

—Claro, Michi necesitará a alguien que la ayude cuando tenga que sacarme de esa fiesta.

Antes de pasar a la fiesta a la que Houston fue invitado —sigo sin saber cómo— nos quedamos unos minutos más disfrutando del ambiente universitario. De la nada un DJ de música electrónica se ha instalado en un escenario improvisado y todos se han puesto a bailar, incluyendo Houston y Kash. Esta última resulta ser una vil mentirosa. Al parecer, a Kash se le da de maravilla relacionarse y hacer amigos, tan así que por momentos desaparece de nuestra vista para unirse a grupos para charlar. Houston y yo preferimos seguir mirando los alrededores hasta unirnos a la multitud que baila.

Al principio me cohíbe sacar los pasos prohibidos alrededor de tantos desconocidos, pero en Houston encuentro seguridad y también el deseo de que él la pase bien para olvidar la infidelidad. Poco a poco la Michi encerrada por el despecho encuentra su libertad bajo el calor de un sol embriagador.

¿O es que la bebida empieza a hacerme efecto?

Tal vez sea la bebida y el calor.

Mala combinación.

No sé cómo Houston me lleva con la marea hacia el grupito de universitarios que se han vuelto sus nuevos amigos y les consigue más alcohol al que no me niego porque estoy sedienta. Uno de ellos me lo presenta como Rich, su compañero de Arquitectura y el que nos ha invitado a la «verdadera» fiesta de bienvenida.

—¡Hey, chicos!

Kash llega justo a tiempo para acompañarnos, pero en cuanto llegamos a la casa de la fiesta, se encuentra con otro grupo conocido y se queda a hablar con ellos.

Admiro la facilidad con la que se desenvuelve, yo sigo sin poder atreverme a salir de mi burbujita social y me limito a acompañar a Houston hasta que noto que el tal Rich le hace ojitos desde el otro lado de la sala.

Ay, no. Soy una antisocial, pero sé interpretar esa clase de miradas y también las que Houston le devuelve.

—¿Qué te detiene? —decido cuestionarle a Houston al dirigirnos a una de las neveras portátiles para sacar más cervezas.

—¿Mhm?

—¿Por qué no te has lanzado todavía?

—¿De qué hablas? —El payaso tiene las agallas de actuar desinteresadamente sin quitarle la vista al sujeto.

—No te hagas el desentendido, tú y él llevan un rato devorándose con la mirada.

—Es que no quiero dejarte sola. Es nuestra primera fiesta y estamos en un sitio lleno de desconocidos.

Que lo ponga de esa forma es entendible, pero no puedo evitar sentirme como una carga para él.

—¿Recuerdas por qué quise arrastrarte a la fiesta de bienvenida? ¡Para que te distraigas y lo pases bien, tonto! Ahora —le sirvo cerveza en su ya maltratado vaso plástico y luego me sirvo a mí—, ponte guapo y ve a buscar tu distracción.

—¿Segura? Es que no quiero que te pase algo y sé que esta clase de sitios te incomodan.

—Estaré bien, mami —lo freno—. Iré con Kash.

Mencionarla parece recordarle que venimos con ella. O tal vez su existencia.

—Me había olvidado de esa chica —dice frunciendo los labios, pero mirando a nuestro alrededor en su búsqueda.

Pese a que el alcohol empieza a hacer más efecto después de no haber comido nada antes, estoy lo suficiente lúcida para llegar a la misma conclusión que antes.

—¿Por qué te cae tan mal? Ni siquiera la conoces.

—La conozco. Va a mi residencia. Y no me cae «mal», me parece una chica falsa.

—¿Falsa?

—Tiene una personalidad impostada. La vez muy animada y feliz, como un payaso, pero por dentro debe estarse pudriendo.

Abro los ojos con sorpresa.

—¿No crees que estás siendo muy prejuicioso? La chica ha demostrado ser encantadora.

Aplana sus labios en una línea recta.

—Sus ojos son tristes. Se esfuerza demasiado en ocultar lo que siente.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo también lo hacía.

Sé a qué se refiere, basta con escuchar el pesimismo tras sus palabras para captarlo.

—Te estás poniendo introspectivo y no queremos eso. V con ese chico ya —Tiro de él para que se marche de una buena vez y lo empujo por la espalda.

—Bien, iré —detiene el paso. Está todo fuerte ahora que es un adulto, antes me era mucho más fácil arrastrarlo—. Que sepas que lo hago por ti.

—Sí, sí, busca una excusa mejor para ir con el tal Rich.

Se ríe y me da un abrazo acompañado de un beso en la mejilla.

—Tendré mi celular a la mano en caso de que me necesites.

Las ganas que tengo de recriminarle que lo más seguro es que se olvide de mi existencia cuando la conversación con el tal Rich escale al otro nivel son estratosféricas, pero prefiero no dilatar el asunto y buscar a Kash o a alguno de mis compañeros. Sin embargo, alguien más roba toda mi atención: Nathan.

Encontrarlo en una fiesta era una de las posibilidades que jamás se me ocurriría, pero allí está, al otro lado de la sala, quieto como si quisiera hacerse pasar por una estatua. Tiene las manos en los bolsillos mirando al resto con el deseo de no estar entre ellos. Está claro que tanto él como yo estamos fuera de órbita, por eso no dudo en armarme de valor y acercarme por su costado.

—¡Nathan! —lo espanto, apretando su brazo y él me mira horrorizado. Tarda un instante en reconocerme; su expresión de desconcierto y alivio son adorables por alguna razón y empiezo a reír más de lo que acostumbro—. Creo que es la primera vez que veo tu cara deformarse a tal grado.

—Casi me matas del susto.

Traga saliva, recomponiéndose, aunque con una mano en su pecho. Es grande, blanca, sus venas están marcadas y su dedo anular tiene una vendita adhesiva. Supongo que no pierde la costumbre de morderse los padrastros.

—Lo siento, lo siento. Es que te vi quieto, tan serio como siempre y no pude evitarlo. ¿Qué haces aquí?

—¿Crees que soy serio?

Impresionante, casi lo mato del susto y a él le preocupa eso.

—Un poco. Sacarte una sonrisa es todo un reto.

Vuelvo a reír más de la cuenta y le doy unos golpecitos en el brazo. Él hace una seguidilla de mis movimientos, luego baja la mirada a mi vaso y sube al rostro.

—¿Estás borracha?

¿Estoy borracha? Pues no lo sé. Me siento un poco ligera, que camino por la arena, que mis mejillas están rojas, hinchadas y que mi alrededor está más movido que antes.

—Un poco... tal vez —me encojo de hombros—. ¿Quieres?

—No me gusta el alcohol.

—A mí tampoco, de hecho, tengo muuuy poca resistencia a él.

De pronto, Nathan me quita el vaso y se lo echa hacia atrás. Su expresión seria se concentra en las arrugas de su nariz al percibir el sabor amargo de la cerveza. Entonces, tras unos segundos de sufrimiento, me tiende el vaso.

—¿Qué tal sabe? —pregunto recibiéndolo.

—Horrible.

—Concuerdo plenamente en eso, pero le agarras el gustito al final... ¡Mierda! —Un frío me recorre la médula al caer en cuenta de una verdad que podría llevarme a la cárcel— ¡Le estoy dando alcohol a un menor de edad!

Mi histeria lo conmociona, pero al caer en cuenta de mis palabras esboza una sonrisa que intenta ocultar cubriéndose la boca con un puño y volteando a un lado. Nathan emite una risa extraña que me resulta encantadora por alguna razón aparente y eso me pone feliz.

—Okey, me retracto.

—¿Sobre qué? —pregunta, trayendo de vuelta al Nathan que conozco, aunque este tiene las comisuras de sus labios elevadas.

—La sonrisa. No es tan complicado sacarla a la luz. —Toco una de las hendiduras sin ninguna razón—. Te queda bien, deberías hacerlo más seguido. A menos que evites hacerlo para que las arrugas no se te marquen. A mí se me está marcando.

—Debe ser por la edad.

Acaba de lanzar un proyectil directo a mi pecho.

—Dejaré pasar tu comentario porque he sido una mala influencia y te ofrecí alcohol.

Forma la que creo que será otra sonrisa, sin embargo, sus ojos se desvían hacia mi espalda. Volteo para saber qué es lo que ha llamado su atención y enseguida los vellos de la piel se me erizan. Chase está de pie justo detrás de mí, con un vaso de cerveza en la mano y luciendo fatal.

Le doy la espalda rehusándome a escuchar o saber cuál es el motivo por el que está ahí, recordándome que me propuse establecer límites y evitar encuentros de este tipo en las malditas reglas nuevas que en algún sitio del dormitorio deben estar.

Agarro a Nathan de la manga de su camisa para llamar su atención y me acerco para susurrarle:

—Mejor vamos a otro sitio, ¿sí?

Él tiene que inclinarse un poco para poder escucharme sin apartarle la mirada a Chase. Es una mirada acompañada de una arruga en el entrecejo. ¿Por qué siento que entre los dos hay una batalla de quién desvía primero los ojos? Si yo también participaba, me temo que ya perdí.

Lo bueno es que asiente y lo guio hasta la cocina, donde me percato que todavía lo tengo agarrado de la manga.

—¿Estás bien?

—Tal perfecta como puede estar una persona sana y cuerda.

Lo cierto es que mirar a Chase me ha movido el suelo tanto que deseo atragantarme con una hamburguesa y Sprite. Como no tengo ninguna de las dos cosas cerca, abro cada uno de los muebles de la cocina en busca de algo que pueda comer encontrando unos muffins de mal aspecto. El estómago me cruje.

—No creo que sea buena idea comer... eso.

Demasiado tarde. Le doy el primer mordisco.

—Está algo quemado, pero no sabe mal —me sorprendo— ¿Quieres?

Niega con la cabeza.

—Más para mí —doy otro mordisco—. Por cierto, no me has respondido. ¿Qué haces en una fiesta así?

—Me invitó un chico que fue a enrollarse con otro.

Oh.

—¿Rich?

—¿Lo conoces?

—Algo así. Mi mejor amigo es el «otro» —enfatizo en lo que saco otra lata de cerveza de la nevera y la abro—. ¿De dónde conoces a Rich? Creí que estudiaba Arquitectura.

—Vamos al taller de fotografía. Le gusta sacar fotos a los edificios.

—¿Sabes si es un buen chico?

No hay tiempo de que responda porque Houston aparece chillando mi nombre y con la cara cubierta en lágrimas.

—Michi, no puedo. No puedo olvidarlo, no puedo estar con nadie porque pienso en él. Lo amo tanto, ¿qué puedo hacer?

Se lanza sobre mis brazos rodeándome al punto en que dudo que quiera solo abrazarme, sino que asfixiarme.

—¿Qué pasó?

—Salí huyendo. No tuve el coraje, no fui yo y hui. No estoy listo para dejarlo ir todavía. Necesito un trago.

Se seca las lágrimas y abre la nevera para sacar una cerveza que traga hasta la mitad de la lata. Quiero ser razonable con él porque a este paso los dos nos convertiremos en malditos alcohólicos despechados que acabarán cantando canciones de desamor en cantinas.

—Houston... —No responde— ¡Houston! Deja de beber, te dará un coma etílico.

—Mejor, estoy muriendo de vergüenza.

—No sé cómo diablos consolarte.

—No lo hagas, déjame ser —replica dispuesto a tomar otro trago.

—Soy responsable de ti y tú de mí, se lo prometimos a nuestras madres, así que deja de beber.

Mis palabras parecen calarle hondo lo suficiente para que se detenga. Al final, resignado, deja la cerveza sobre una de las encimeras y se sienta con la espalda encorvada.

—No, definitivamente no puedo hacerlo.

Agarra la cerveza otra vez y yo me abalanzo sobre él para impedir que siga tomando. Forcejeamos igual que dos niños pequeños que luchan por un juguete, solo que estamos agitando una lata de cerveza que de la nada estalla, lo que resulta en un baño de cerveza que nos mancha la ropa y la cara.

—¿Ves lo que provocas? —le recrimino.

—Lo que tú provocas —me corrige—. Si me dejaras beber en paz esto no pasaría.

Blanqueo los ojos y estos recaen en la figura alta de Nathan. No sé en qué momento se ha acercado con toallas de papel para que me seque. Las arrugadas cejas de Houston se arquean al verlo.

—¿Tú eres...?

—Es Nathan —me apresuro en decirle—. Él es...

¿Cómo debería presentar mi relación con Nathan? ¿Conocidos? ¿Amigos? ¿El hermano de ni ex? Uff... A estas alturas ni siquiera recuerdo si le hablé a Houston de él.

—Soy su compañero —concluye al ver que me salía humo de la cabeza de tanto pensar.

—Sí, eso —me entusiasmo más de lo que debería—. Y mi salvador. Ya van tres ocasiones en el día en que me salva el pellejo. Nathan, este borracho de aquí se llama Houston. Es mi mejor amigo.

Mierda.

Mierda, mierda.

Basta con ver la cara de Houston para saber que ya se imaginó una novela romántica entre Nathan y yo. Falta que salte y empiece a gritar «¡vivan los novios!». A estas alturas, lo veo capaz, por eso me sonrojo y le hago una mueca para que guarde silencio.

—He vuelto, perdón por la tardanza. —Kash se une a nuestro encuentro como si hubiera terminado de correr una maratón, aun así, su maquillaje sigue perfecto—. ¿Ha pasado algo interesante? Oh, a ti no te conozco —dice a Nathan—. Soy Kash, futura autora bestseller de novelas gráficas.

—Me llamo Nathan, soy de Economía.

—¡Genial! —Kash abre los ojos con asombro como si nunca en la vida hubiera conocido a alguien de esa carrera— Necesitaré a alguien que me lleve las cuentas.

Houston emite un «ja» y se baja de la encimera.

—Me largo, no quiero apestar a alcohol toda la noche. ¿Te vienes o vas a quedarte durante más tiempo?

Miro mi atuendo pegado a mi piel y los mechones ondulados que aparecen por la humedad.

—Necesito tomar una ducha. Estoy cansada. ¿Ustedes chicos se van a quedar?

Kash se apresura en negar, pero Nathan opta por mirar a su alrededor antes de imitarla. Supongo que para ninguno de los dos hay algo interesante por lo que quedarse.

Los cuatro salimos de la casa notando que ya es de noche y el calor infernal de la tarde todavía se siente en el ambiente. Kash es la más feliz de ver el manto nocturno lleno de estrellas.

—Amo la noche —nos dice y decide irse en medio de la calle.

Houston va dos pasos más adelante, cruzado de brazos, fastidiado. Nathan camina a la par conmigo. A veces su brazo roza con el mío y me da la impresión de que en algún momento nuestras manos se pueden tocar, así que prefiero meterlas dentro de mis jeans.

—¿Cómo nos iremos a nuestras residencias? El transporte no funciona pasado las doce —pregunta Kash mirando la hora en su celular.

—¿Cómo pensabas irte de la fiesta de bienvenida? —cuestiona Houston.

—No pensaba quedarme hasta tan tarde y, de hacerlo, iba a pedir un aventón.

—Yo vine en auto —habla Nathan. Todos volteamos a verlo—. Lo dejé estacionado en el campus central.

Creo que todos nos alegramos de no tener que pagarle a un auto para que nos vaya a dejar a nuestra residencia, pero en cuanto guardamos silencio prefieren meterse en sus celulares. Nathan y yo somos los únicos que preferimos ver por dónde caminamos.

—¿Desde cuándo conduces? —le pregunto.

—Desde que mi padre creyó que dejar que su hijo tomara el transporte público en la universidad sería un caos. Aprendí en verano.

—Debe ser genial tener un auto para ti solo. Si tuviera uno iría con Pato a todos sitios.

—¿Pato?

—Mi gato. Lo traje conmigo a la universidad.

—¿Tienes un gatito? —pregunta Kash y en cuanto yo asiento, sus ánimos suben de golpe— Yo también. Bueno, gata. Se llama Pocky. Deberíamos hacer que se conozcan.

—Es una buena idea.

En lo que llegamos al auto, Kash y yo nos dedicamos a enseñar fotos de nuestros gatos y a hablar sobre sus manías. Nathan nos dice que jamás ha tenido algún compañero animal, pues su padre nunca se lo permitió y Houston propone visitar la famosa cafetería que nos habló Larry, el sujeto guía. La charla continúa en el auto, pero yo no puedo ponerle demasiada atención, pues los párpados empiezan a pesarme.

—¡Frena, frena!

El grito proveniente de Houston me despierta. Nathan obedece y Houston abre la puerta del auto con rapidez. Desde mi ventana lo veo retorcerse y vomitar junto a una farola. Intento bajarme, pero siento mi cuerpo raro; mi sentido auditivo es más agudo y mi tacto mucho más sensible. Es como si no estuviera sentada en un auto, sino que estuviera sentada en el aire, levitando, sintiendo los componentes del aire desglosados para mí.

—Houston, ¿estás bien? —pregunto en lo que Kash se baja para ayudarle. Entonces me doy cuenta de que mi voz es mucho más pesada, que mis palabras son arrastradas por mi lengua, que ni siquiera sé si hablé en voz alta o fue un simple pensamiento— Me siento rara...

Nathan se inclina sobre su asiento para observarme.

—¿Qué pasa?

—¿Sigo despierta o esto es un sueño extraño?

La puerta trasera se cierra y su sonido rebota en mis tímpanos hasta callar.

—¿Rara en qué sentido? —pregunta Kash.

—Como que todo está más... aumentado, como si fuera otra dimensión. —Miro mis manos, las muevo, y observo la estela que dejan alrededor.

—Ay, no... ¿Fumaste o comiste algo en la fiesta?

—Comió unos panecillos —responde Nathan.

Kash emite un grito ahogado al mismo tiempo en que Houston se queja.

—¿Qué pasa? —cuestiono.

—Eran muffins mágicos ­—responde—, de esos que tienen un ingrediente especial.

—¿Dices que está drogada? —pregunta Nathan, serio.

—El efecto de los muffins es diferente al del cigarro, para que se le pase el efecto puede esperar o dormir. Yo recomiendo lo segundo...

Su voz es más y más lejana. El sueño empieza a derrotarme y, por un segundo, lo último que veo es el cielo nocturno distorsionándose.  

Recupero la consciencia lentamente. Los parpados todavía me pesan, mi tacto sigue sensible y sigo levitando. O no. Cuando abro los ojos, descubro que tengo la cabeza apoyada en el hombro de Nathan. Luego caigo en cuenta de sus manos bajo mis muslos que me aprietan a su espalda.

—¿Nathan?

—Ya casi llegamos —le escucho decir.

Atravesamos la puerta principal de la residencia y se detiene en la recepción. Solo puedo ver la mala cara del encargado cuando posa sus ojos en mí y le dice algo a Nathan.

—Nathan —vuelvo a llamarlo.

—¿Te sientes mal?

—Tengo mucho sueño, pero apesto a cerveza —murmuro, abrazándome a su cuello—. Y ahora tú también lo harás.

Lo escucho reír y yo también rio hasta que miro el pasillo desierto y recuerdo que después de tanto tiempo, Chase y yo nos vimos por primera vez a tan solo unos metros de mi dormitorio.

—Lo extraño tanto —confieso con un nudo formándose en mi garganta—. Quiero olvidarlo, pero él aparece en todos los sitios a los que voy.

—¿Quién?

La puerta se abre y Nathan enciende la luz, despertando a Pato que empieza a maullar.

—Chase.

Nathan permite que baje y yo me tiro sobre la cama.

—¿Qué pasó con él? —pregunta mientras me quita las zapatillas— ¿Por qué estás molesta? ¿Qué te hizo?

—Me rompió el corazón —pronuncio intentando no ahogarme con el sollozo que mi garganta retiene—. Eso pasó.

—No importa. —Se agacha junto a la cama y me quita un mechón mojado de cerveza del rostro—. Yo puedo repararlo.

Cierro mis ojos y lo último que escucho es su voz deseándome las buenas noches.



Pol me hablaba sobre trigonometría. No era un tema que me desagradara ni tampoco que me apeteciera hablar en medio de aquella fiesta, fingía prestarle atención porque me había pedido ayuda.

Mi atención estaba en Michi.

La había visto pasar de casualidad junto con su amigo y me fue imposible no mirarla. Estaba tan distraída como siempre, con una playera vieja de un programa de televisión antiguo, su cabello ondulado y unos jeans ceñidos. Se veía bien, muy casual. Me gustaba que con prendas tan simples luciera bien. Su amigo la instó a bailar y ella hizo un mohín.

—Eh, no te burles de mi ignorancia —reclamó Pol, distrayéndome.

—No me rio de ti, estaba viendo a...

Pero cuando la busqué, ella ya no estaba.

—No importa.

—¿A quién?

Pol me miró sin vacilar. Para llegarme apenas a los hombros y tener una calva de la que Jax se hubiera burlado todos los días, intimidaba bastante. Con todo eso me gustaba tenerlo de compañero, era centrado en sus estudios y respetaba mi espacio... las veces en que Bonnie no se nos unía.

—A una chica que conozco.

Quisiera haberle respondido que ella no era cualquier chica, pero era una historia demasiado larga para contar en una fiesta.

—Eso no fue demasiado específico —inquirió alzando una ceja—. Anda, hermano, dime qué chica era. A juzgar por tu cara esa chica y tú tuvieron algo.

—No te lo negaré —admití y le di un sorbo a mi vaso—. Ella y yo fuimos novios, pero la cagué.

Pol frunció el ceño.

—No tienes pinta de ser infiel.

—Supones bien. Lo que hice fue mentirle y hacerla sentir mal, algo que todavía no puede perdonar y ahora no quiere verme.

—Debe ser complicado tener que verla todos los días si todavía la quieres.

Reí de mala gana.

—La quiero, y mucho, de eso no te queden dudas. El problema es que ella me odia. Mi tortura es anhelarla todos los días y solo poder verla desde lejos.

—Eso suena dramático y deprimente. ¿Por qué no intentas arreglarlo otra vez?

—Hice el intento, pero no resultó bien. Ahora me quiere a varios metros de ella. Un poco más y la orden de restricción estará en la puerta de nuestro dormitorio.

Ambos reímos, aunque yo lo hice para liberar tensiones. Era imposible no bajar los ánimos hasta el suelo cada vez que recordaba su cara o la forma en que me rogó no tomarnos el tiempo que le pedía. Cada vez que lo hacía, luego resoplaba.

—No quiero presionarla, pero tampoco quiero dejarla ir sin dar explicaciones. Quiero que sepa que estoy arrepentido y por qué le mentí.

—Si ella fue la que te pidió estar lejos, creo que lo mejor es hacerle caso. Ella hará su vida en la universidad, incluso tendrá alguna pareja ya, tal vez debas guardarte lo que quieres decir y saber que si terminaste con ella fue por una buena razón.

—Es tan fácil decirlo cuando no estás en mis zapatos.

—Piénsalo de esta forma: ¿Por qué quieres contarle tu verdad? ¿Lo haces porque heriste sus sentimientos, porque temes perderla y quieres volver o porque sabes que ella lo tomó de una mala forma y eso daña tu orgullo?

Antes de que pudiera responderle, Pol continuó:

—En los tres casos estarías siendo la persona más soberbia del mundo; no estarías pensando en lo mejor para ella, sino en lo que tú crees que es mejor para los dos.

Aquello me dejó pensando y en parte le di la razón. Al final, por mucho que quisiera explicar lo que pasó, solo estaría justificando un error que cometí. Michi era la única que sabía qué era lo mejor para ella, y si lo mejor era que estuviéramos lejos, lo tenía que respetar.

Pero... ¿Realmente pensaba dejarla ir sin más?

En el fondo algo me pedía a gritos seguir luchando por nuestra reconciliación, decirle que estar lejos de ella me estaba matando lentamente. Con ella tocaba el cielo; sin ella caminaba por el fango y me hundía. Cómo dolía saber que pudimos ser perfectos.

Intenté ahogar mi voz interna bebiendo y, tal vez, tratando de conocer a alguien nuevo. Estábamos en una jodida fiesta, en una nueva etapa de nuestras vidas, y si ya no íbamos a ser nada, mis posibilidades de conocer a alguien eran del cien por ciento. Decidí platicar con una chica de mi carrera, Darla, y quise armarme de valor para sacarla a bailar. Después de tantos años de noviazgo había perdido la práctica.

Me sentí patético cuando, en medio de mi oración, Michi volvió a llamar mi atención.

Ya no estaba sola, estaba charlando con Nathan.

Ella se le había acercado a él.

Algo estremeció mi pecho. Fue como un mal presentimiento y un impulso arrebató mi cordura.

El camino hasta ellos fue lleno de personas, tropiezos y disculpas de mi parte. Me coloqué a una distancia prudente donde pudiera escuchar de qué hablaban y me quedé asombrado al ver cómo ella tocaba la comisura del labio de Nathan.

—Te queda bien, deberías hacerlo más seguido. A menos que evites hacerlo para que las arrugas no se te marquen. A mí se me está marcando.

—Debe ser por la edad.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Nathan. La conocía perfectamente; la había visto antes y porque sabía que una sonrisa así solo podía causarla alguien como Michi. Esa era una de sus habilidades más fuertes.

No sé si por la música alta o por el simple hecho de que se habían vuelto cercanos, pero ella se acercó más a él y le dijo algo que no pude escuchar. Eso me mareó todavía más. Creí que con esa cercanía se besaron. En ese momento olvidé las palabras de Pol y mi propósito de dejarla ir; lo único que me detuvo fue la promesa que le hice de no hablarle hasta que ella me lo pidiera.

Fue Nathan quien me miró y me sentí desorientado, mareado y cabreado. Me lanzó una mirada afilada y llena de segundas intenciones que sirvió para que ella volteara.

El desprecio que mostró hacia mí fue similar al que siente cualquier persona hacia un montón de basura. Se giró tan rápido que su cabello, ahora ondulado, casi me abofetea la cara.

Lo siguiente fue ella acercándose a Nathan. Le susurró algo y se lo llevó agarrado de la mano en una dirección opuesta, dejándome solo.

Algo dentro de mí se rompió.

Frustrado, sintiéndome estúpido, decidí que había tenido suficiente por el día. Busqué a Pol para decirle que me largaba, pero el maldito se había encerrado en un cuarto a fumar porros. Tuve que ser paciente para que pudiera prestarme atención y que le entrara en la cabeza lo que estaba diciendo sin que se riera de mí en la cara.

Al final le pedí a un compañero de la carrera que me diera un aventón hacia la residencia. Estaba alcoholizado y fumando, por lo que prefería ir lento así no ocasionaba un accidente. Fue un milagro llegar a salvo.

—¿Mala noche? —me preguntó Flavio, el encargado de la recepción. Un sujeto de unos treinta de aspecto relajado que la mayor parte del tiempo jugaba al Solitario en la computadora.

Me limité a asentir y seguí mi camino por el pasillo.

Desde la distancia visualicé la puerta 15, que pertenecía a Michi, y me pregunté si todavía estaba en la fiesta o había tenido suficiente de ella. Jamás esperé que esta se abriera justo antes de que pasara por fuera, mucho menos que Nathan saliera del dormitorio.

A juzgar por su expresión, él tampoco esperaba encontrarme. Sin embargo, se recompuso de su sorpresa y esbozó una sonrisa ladina que hablaba por sí sola.

—Buenas noches, hermano —pronunció con malicia y cerró la puerta.

No dije nada.

No pude.

Me quedé de pie frente a la puerta preguntándome si debía golpear o no. 



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Primer pov de Chase, mas no el último. El próximo capítulo también tiene un pov de su parte y es uno de mis favs 7w7

Capítulo de encuentros, nuevas amistades y celosss.

Yo sé que a uds les gusta el chisme y el drama, pero SE ME CALMAN que vamos recién por el 3er capítulo de la 2da parte asdfgh

Desde ya les digo que en el próximo capítulo a alguien le romperán el corazón~ Adivinen a quién :P

El que responda primero correctamente se llevará una dedicatoria.

Les voy a ser sincera: extraño tanto las interacciones entre Chase y Michi T-T que estén distanciados me rompe el corazón más que a ellos, necesito de mi dosis de amor-odio :'(

Yo sé que muchxs están odiando al cheiz, y con razón, pero paaaabreee.

Y Nathan... Uhmm, ya se los dije a varias personitas en ig, pero sí, tengo planes para él y en el siguiente capítulo me da mucha ternura.

¿Ustedes confían o no en Nathan?

¿Será que a él le romperán el corazón?

Y más importante:

¿Cuáles son sus pelis favoritas? 7u7 pasen recomendaciones

los jamoneo mucho y no olviden bañarseeeeee



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