Capítulo 26 🦊 No se puede retrasar lo inevitable


Capítulo dedicado a Fer_hdzp por su reciente cumpleaños y su apoyo en Instagram <3

Parece que han pasado décadas desde la última vez que vi a Nathan, pero no ha cambiado en absoluto. Bueno, solo un poco. Ya no lleva su uniforme escolar con el que solía verlo, sino que viste ropa casual; su pelo negro, heredado de su padre y el que llevaba siempre bien peinado, ahora es corto en las puntas y un revoltijo con flequillos en la parte superior, el cual le sienta más que bien. Pero su mirada sigue siendo la misma: indagadora y misteriosa.

Su presencia aquí es tan familiar que me siento de vuelta en Hazentown.

—¿Quieres que me vaya? Puedo buscar otro asiento.

—No, no, no —lo detengo. Tal gesto lleva a que baje la cabeza y mire dónde lo estoy agarrando. Aparto mis manos al instante y guardo la compostura. Verlo a mi lado me ha dejado perpleja—. Es que creí que eras... ¿Qué haces aquí?

Se vuelve a acomodar en el asiento y deja su bolso sobre la mesa.

—Colarme en la universidad.

Sospecho que es una broma de su parte, pero el tono en que lo ha dicho no me lo deja del todo claro.

—Según mis cálculos, ¿no deberías estar cursando tu último año en el colegio?

—Desde que inicié el colegio avancé un año más por mis notas y capacidades avanzadas.

Y lo dice como si me restregara en la cara sus excelentes notas. Algo que viene de familia, al parecer. Pero, mientras más lo pienso, más tiene sentido; Nathan vivía bajo la presión de su padre, quería ser un buen estudiante y lo más seguro es que posea la inteligencia de su hermano mayor. Solo hay una cosa que no me cuadra...

—Creí que estudiarías Arte —digo sin vacilar y mi voz tiene un peso de decepción—. Fue admirable cómo te enfrentaste a tu padre en el almuerzo.

—Entré a estudiar Economía y tengo clases particulares de Arte tres veces a la semana. Todo está fríamente equilibrado —concluye con una sonrisa torcida inesperada.

—¿No crees que es demasiada presión? —pregunto con auténtica preocupación. No deseo cuestionarlo, pero pienso en toda la presión que tenía yo hace unos meses y me da comezón.

—Vivir bajo la sombra de un hermano perfecto y un padre controlador tiene sus ventajas, como podrás deducir.

Entiendo lo de tener un padre controlador, pero ¿lo otro? Creía que era lo contrario. No quiero pensar que su padre tomaba ventaja de cada hermano y les metía ideas erradas en la cabeza para exigirles seguir sus pasos, pero algo me dice que esta suposición no es tan descabellada.

Pensar en ello me lleva a buscar al chico que en algún momento me hizo la chica más feliz en toda la tierra y, para mi sorpresa, lo encuentro mirando en nuestra dirección. Y no tiene una expresión muy agradable. Y sé que no debería, pero mi lado más malvado se complace con la idea de verlo molesto.

La clase inicia con la llegada del profesor, por lo que todos guardamos silencio para prestarle atención. Después de dos horas quedamos libres.

—Es bueno tener una cara conocida en la universidad —comenta mientras nos arreglamos para salir.

—Me ha sorprendido mucho verte, ni siquiera te vi en la reunión de nuevos estudiantes.

—No quise ir; no me sentía cómodo rodeado de tantos desconocidos —suena sincero. Y lo entiendo, está solo en una ciudad muy diferente a Hazentown y lejos de sus padres. Si Houston no estuviera aquí, yo estaría con mi ansiedad a tope.

—Debiste decirme que entraste a estudiar en la universidad, hubiéramos ido juntos. Eso me recuerda... Me pediste mi número de móvil, pero nunca me escribiste.

—Estaba ocupado estudiando y supuse que tú también lo estarías.

—Lo estuve... un poco.

Sí, estuve ocupada tratando de superar mi primera relación amorosa; metida entre las sábanas, comiendo helado hasta reventar y llorando cada vez que salía al balcón. Las únicas veces que lograba distraerme del todo era organizándome para la universidad... y ni eso, porque incluso pensando en la universidad me recordaba a él.

Vaya trauma el que cargo.

—Ah, por cierto, a mí también me alegra tener otra cara conocida.

—¿Otra? —curiosea y justo en este preciso instante su hermano aparece frente a nosotros para bajar las escaleras que nos llevan a la salida— ¿Hablas de Chase?

Que lo pronuncie con tanta naturalidad cuando llevo evitándolo desde hace rato me lleva a apretar los dientes. No quiero ponerme a la defensiva, así que inspiro hondo para calmar mi lado fiero.

—Hablo de mi mejor amigo, también quedó en la universidad.

—Ya veo... ¿Y qué hay de él? —señala con la barbilla al innombrable que ya se ha adelantado varios pasos de nosotros—. Creí que los dos estarían juntos.

—Es una larga historia —digo con el pecho comprimido y opto por cambiar de tema—: ¿Dónde te estás quedando?

—En un departamento en el centro de la ciudad.

—¿No estás en las residencias? —pregunto arrugándome cual anciana.

—Mi padre cree que es mejor que tenga un departamento para mí solo, así puedo organizar mis horarios y mis trabajos.

No esperaba esa contestación.

—Me impresiona que sea tan benévolo, en la comida no lo parecía —hablo sin pensar. Es una realidad, pero decírselo a Nathan, con quien no tengo suficiente confianza, sobraba.

—En realidad, mi madre tuvo mucho que ver en esa decisión. —Guarda silencio y frunce levemente el ceño, como si me estudiara—. Asumo, por tu pregunta, que tú te estás quedando en una residencia.

—En la Donson. Queda cerca del campus de Ciencias.

—¿Quieres que te acompañe? —pregunta en un tono mucho más cercano. Es algo que no esperaba y que me produce cierto cosquilleo, pues me ha recordado a la vez en que dijo que estaba interesado en mí.

—Tengo clases de Ciencia y Pensamiento Científico, pero tal vez podamos pasar a tomar algo dentro de la semana.

¿Eso es una invitación sutil que se puede malinterpretar?

—Estaré encantado —responde.

Tal vez.

Carajo. Me da nervios que pueda darle señales contradictorias o algo por el estilo. Sé que es tonto, pero prefiero no arriesgarme.

—De paso te presento a Houston —añado tan rápido como mis pensamientos intrusivos.

Trato de no titubear o atragantarme con la saliva, pero soy tan torpe que acabo con un ataque de tos. Nathan me da palmaditas en la espalda hasta que consigo calmarme. ¡Adiós al peinado que con tanto esfuerzo me hice! ¡Adiós a mi alisado! Estoy segura de que estoy despeinada y roja como una camelia. Y Nathan me lo confirma cuando me acomoda el cabello del rostro y lo acomoda tras mi oreja.

—Ya está —murmura.

Toco la piel que rozó con sus manos y se percata de su gesto. Las mejillas se le tiñen de rojo al darse cuenta y un paso atrás colocando las manos tras su espalda.

—Lo lamento —pronuncia con la mirada puesta a un costado. Evita que nuestros ojos se crucen. Qué tierno.

—No tienes que disculparte —le doy un manotazo en el brazo—. Has impedido que muera de la forma más absurda, gracias —digo con una sonrisa estampada en la cara— Debería irme, no quiero llegar tarde en mi primer día.

—Y yo no quiero que te retrases —dice, formal.

Le sonrío. Hay algo en Nathan que me resulta adorable, como si viera a un peluche. Me dan ganas de despeinarlo, pero me resisto agarrando las tiras de mi mochila.

—Adiós, Nathan.

—Puedes llamarme Nate —ataja antes de que pueda marcharme.

—Nate —repito como si degustara la palabra en mi paladar. Pero el sabor que me deja su nombre es amargo. Aún así, decido mentir—. Me gusta este avance.

—A mí también —dice, volviendo a mirarme a los ojos.

Me despido con una seña y él con un ademán.

Se siente extraño hablar con Nathan después de lo que pasó en casa de su padre. El chico confesó sus sentimientos hacia mí y además intentó besarme. Dos detalles sutiles. Me pregunto si sigue teniendo los mismos sentimientos o si el tiempo los sepultó.

De ser lo último, me gustaría que pasara el tutorial.

Perderme es una situación que esperaba, pero ¿tomar mal el transporte PRT? Jamás. Ustedes saben que soy demasiado paranoica y mi ansiedad no permite esta clase de equivocaciones. Pero pasó: en lugar de tomar el vagón que iba al campus de Ciencias, tomé el de Arte y no me he percatado hasta que llegué a la puerta de la sala 345 y me encontré con muchos caballetes.

Si no morí ahogada con mi propia saliva, pues casi lo hago en ese preciso instante.

Así que, heme aquí, corriendo como si fuera el fin del mundo de regreso al transporte para ver si consigo llegar a mi clase a tiempo.

Corro con todas mis fuerzas por el camino de concreto, esquivando a las personas que van en mi dirección opuesta y salvándome del peligro de ser atropellada por dos ciclistas. O casi. Justo al doblar por el edificio me encuentro de cara con una chica que va en bicicleta. Ella alcanza a esquivarme emitiendo un chillido, pero acaba cayendo a unos arbustos.

—Perdón, ¡perdón! —repito una y otra vez al verla atrapada entre las ramas. Voy a socorrerla, pero el enredado es tal, que necesitamos levantarla entre tres personas.

—¡Mis dibujos! —grita con horror, pasando por completo de los rasguños que tiene en ambas piernas. Recién me fijo que el canastillo de su bicicleta se ha salido del manubrio y ahora hay un montón de hojas desperdigadas por el suelo.

—Lo siento tanto —digo mientras ayudo a recoger las hojas, en vista de que las otras dos personas que la ayudaron dieron la vista gorda y han huido de la escena—. Si pudiera hacer algo para compensarte el daño...

—¡Estos dibujos a futuro iban a valer millones! —gruñe arrugando las cejas a tal punto en que casi se vuelven una.

Doy un grito ahogado, con los nervios recorriéndome.

—No quería, yo...

De pronto, la escucho reírse.

—Estoy bromeando. Son solo bocetos, no pasa nada.

—¿En serio?

—Yep. Ni siquiera son tan buenos.

Debe estar siendo modesta, porque sus dibujos son geniales. Eso o es que no quiere verme llorar, cosa que estoy a punto de hacer, aunque no sé si de nervios o alivio. Lo único claro es que su sonrisa es tranquilizadora; sus ojos rasgados se curvan hacia arriba y las comisuras de su boca se enroscan formando una 3 horizontal. Es como la sonrisa de un gato.

¿Cómo puede sonreír con tanta afabilidad estando tan magullada y con todos sus dibujos sucios?

—No te preocupes, de verdad, no fue culpa de nadie, las dos íbamos apuradas —insiste al ver mi expresión compungida. Debo lucir como si quisiera ir al baño después de comer en un tenedor libre.

—Está bien —digo llena de inseguridad, pues estoy segura de que su «no te preocupes» es más para que no me sienta mal. Ella tiene vibras de ser esa clase de persona.

Le entrego las hojas con cuidado, procurando que ninguna resbale de mis manos y vuelvo a suspirar, agotada.

—Tus dibujos son hermosos —confieso—, aunque sean bocetos nada más.

Ella sonríe, enseñándome sus dientes alineados detrás de unos brackets que tienen elásticos de colores, los mismos que se repiten en su colorida vestimenta.

—¡Gracias! Lástima que en la academia LeGroix no opinaron lo mismo —forma un puchero que arruga su mentón. Puedo compartir ese sentimiento; es el mismo que sentí cuando no quedé en Atkins la primera vez—. Ni modo —se encoge de hombros, cambiando su estado de ánimo en un parpadeo—, ellos se lo pierden.

Sonrío al escucharla, pero entonces recuerdo por qué estaba corriendo.

—Tengo que irme —digo tras revisar la hora en mi celular—. Gracias por no demandarme.

La chica se ríe y se inclina en una reverencia a modo de despedida.

Y sin más, me echo a correr hasta la estación.

En veinte minutos más llego a la sala de clases, agitada, con las mejillas rojas por la maratón que me he echado, el pelo pegado a mi frente a causa del sudor y la presión de que en mi primer día de clases he llegado tarde y que toda la clase me mire. Sin embargo, corro la suerte de que el profesor me permita entrar sin justificarme.

Al finalizar la clase estoy demasiado cansada como para querer levantarme para volver a la residencia. Como agregado a este hecho, la charla del profesor Haden no ha ayudado en absoluto para subirme el ánimo. Es un hombrecillo de edad, cabello cano, gafas con el doble del tamaño de sus ojos, la barba incipiente y la voz algo rasposa, pero con un timbre que a más de alguno nos causó sueño; lo sé porque pillé a varios en medio del bostezo. Un punto a favor es que estuvo interesante y, pese al sueño, logré tomar varios apuntes.

Llego al dormitorio con el cuerpo pesado y deseando tomar una ducha. Apenas abro la puerta, Pato se acerca a mí para olisquear mis jeans y pasearse por mis piernas. Le acaricio lomo, pero no puedo resistirme a acunarlo en mis brazos. En medio de mis demostraciones de amor, Bonnie sale del baño.

—El baño huele a mierda, y no es mía —Señala la puerta con el pulgar la puerta. Tiene la clase de expresión que solo podría compararse con la que uno hace cuando pisa excremento de perro.

—Debe ser el arenero de Pato.

Entretanto limpio el arenero, Bonnie se dedica a desempacar sus cosas de un bolso con estampado de zanahorias que mantiene sobre su cómoda. Me pregunto por qué el silencio en la habitación me resulta tan incómodo. Quiero creer que se debe a que pocas veces he compartido habitación con alguien.

—¿Cómo estuvieron tus clases? —pregunto rindiéndome a la necesidad de querer llenar el silencio con algo.

A través del espejo la veo hacer una mueca de disgusto, en la que sus labios algodonosos se aplanan en una línea recta. Toma un respiro y, tras exhalar, se prepara para responder:

—Mis profesores son unos idiotas, y mis compañeros van por el mismo camino.

No era la respuesta que esperaba y no oculto lo sacada de onda que me deja la forma que se expresa. Supongo que nunca me acostumbraré.

—Pero fue entretenido. Me encontré con el chico que te conté y fuimos a comer juntos.

La rapidez con la que cambia su expresión es... aterradora.

Aunque es más aterrador pensar en las posibilidades de que «ese chico» se trate de mi viejo vecino. Mis sentimientos están chocando entre ellos; los que afirman que es tiempo de avanzar y olvidarlo, y por el otro lado están los que quieren saber qué pasó entre ellos.

—Oh... ¿y qué tal estuvo? —curioseo.

Quiero parecer una chica normal que pregunta cosas normales, pero... no puedo, gente, necesito detalles para sufrir. No me culpen, todos tenemos un lado masoquista.

—¿La comida o el chico? —Bonnie me mira por el espejo y se limpia una comisura con la lengua en un gesto coqueto. Su expresión no deja mucho para la imaginación.

—Ambos —digo para disimular el fuego interno que me empieza a consumir.

—Fue perfecto —responde con ensoñación y firmeza—. Él es perfecto. Es más lindo de lo que pensé y tiene algo que me gusta demasiado.

—¿Eres de esa clase de persona que se encapricha rápido?

Resiste, Michi, no hagas preguntas tan directas o revelarás tus intenciones... aunque no tengas idea de cuales sean.

Bonnie blanquea los ojos y se gira a verme, indignadísima por mi pregunta.

—Por supuesto que no. No es un simple capricho, de eso estoy segura. Me hace sentir cosas diferentes. Y te aseguro que ya me lo habría follado en esa maldita fiesta si yo lo hubiera querido. ¿Pasó? No, porque...

—Quieres algo especial —atajo con voz átona, casi pesimista. Que hable de la fiesta y de tener relaciones me hace concluir que entre los dos hubo un acercamiento o un poco más que eso.

—Como lo que tenemos.

—¿Quién es?

Lo siento, no pude resistirme.

—¿De verdad crees que te lo diré? No, linda. Su nombre será secreto hasta que lo consiga.

—No pensaba robártelo.

—Lo sé, no te veo con las agallas. —Me hace un repaso rápido; luego emite una risa nasal y tuerce la sonrisa—. En fin, tengo que asegurarlo antes de que alguien más le ponga sus garras. Voy a invitarlo a la fiesta de bienvenida. Luego, si la pasamos bien, puede que pase algo entre los dos y...

—¡No!

Mi grito es tan alto que incluso Pato se espanta. Bonnie voltea a verme, entre incrédula y ofendida. Quiero que la tierra me trague o escaparme por la ventana, pero no tengo escapatoria. El ambiente se torna denso, casi palpable, y para más remate me enciendo como en una hoguera.

—¿No? —inquiere con lentitud.

—Pato me rasguñó —suelto lo primero que se me ocurre, titubeante. Mira a mi pobre gato que está en una posición defensiva a la espera de cualquier posible amenaza, y a juzgar por cómo baja los hombros, se ha tragado mi mentira—. Creo que está un poco alterado, iré a darle un paseo.

—Okey...

Otra vez la miradita de bicho raro. Esta vez yo me lo gané.

Le coloco a Pato su arnés y lo tomo en mis brazos para llevarlo fuera. De camino a la salida le envío un mensaje de voz a Houston pidiéndole encontrarnos; necesito hablar con alguien sobre el posible amor de Bonnie para aclarar mis sentimientos.

Afuera el sol se está marchando y unos humildes rayos de luz atraviesan los árboles del terreno. El cielo se ha teñido de colores rosáceos y si no fuera porque Pato se vuelve loco al tocar césped, le estaría tomando un sinfín de fotos. Pese a ser el primer día de clases el lugar se ve tranquilo; casi no hay personas caminando y si las hay, están muy lejos de donde me encuentro. Esto ayuda a que mi consciencia repase lo sucedido en el dormitorio.

—Ay, Pato, debes odiarme por utilizarte tantas veces como excusa. Lamento tanto haberte asustado... Prometo que no lo volveré a hacer.

Ya, sé que Pato no debe tener idea alguna de lo que estoy hablando, pero necesito decírselo para sentirme mejor conmigo misma. Y como si mi gato hubiera sido dotado milagrosamente de la habilidad para entender mi idioma, me mira y estornuda.

—Sí, sí, ya sé que hago demasiadas promesas, pero esta vez intentaré cumplirla —me tomo el estornudo como un reproche— ...si es que no me vuelvo loca de una vez por todas.

Decido seguir el camino cementado para formar un recorrido que Pato pueda reconocer a futuro, sin contar que no importa la ocasión, todavía es un gato traicionero y yo una simple humana que tiene bajo su mando, a la que ni siquiera le da la oportunidad de procesar que en la dirección opuesta viene la persona que por tanto tiempo ha intentado evitar.

Verlo trotando hacia mí, enciende mi interruptor de «persona torpe». El estómago se me revuelve y siento un mareo que me debilita por completo. Busco una solución rápida antes de que nos encontremos frente a frente, pero lo único que atino a hacer es agarrar a Pato y ocultarme detrás de un árbol.

Pésima idea. Mi gato salta por encima de mi hombro y encaja las garras en el tronco subiendo cuesta arriba hacia las ramas.

—Pato, no —farfullo entre dientes y lo intento sacar del árbol agarrándolo por las axilas. A mi lado, los pasos se escuchan más y más cerca—. Pato, por favor...

Es inútil. Está tan aferrado al árbol como yo a la idea de seguir unas estúpidas reglas.

¿Lo peor de todo? Es la silueta que se asoma por el rabillo de mi ojo.

Me da miedo voltear. ¡No quiero hacerlo!

—Déjame ayudarte —dice aquella voz familiar que me eriza los vellos de la piel.

Con delicadeza, toma ambas patas de Pato y las quita. Puedo oler el sutil aroma de su perfume mezclarse con el sudor; sus manos, grandes y de venas marcadas por el ejercicio; la cercanía de su cuerpo. Es como si entre ambos existiera una atracción física que me obliga a permanecer cerca. Estaba tan acostumbrada a él que necesito obligarme a tomar resistencia.

Tomo a Pato entre mis brazos de tal forma que ya no podrá escaparse.

—Veo que sigue dándote problemas —le escucho decir entre risas y le acaricia la cabeza. Pato no pierde la oportunidad de darle zarpazos para agarrarle la mano y mordisquearlo.

Doy un paso al costado, dispuesta a dar media vuelta y largarme; pero las garras de Pato se atoran en la manga de su sudadera. Parece como si estuviéramos atados el uno al otro. O es esta maldita vida que quiere juntarme con él a la fuerza.

Pues bien. Si eso es lo que quiere, será mejor dejar las cosas claras de una maldita vez.

Haré caso a mis nuevas reglas y las pondré en funcionamiento en este mismo momento.

Regla 2: Establecer límites.

Tomo la determinación de darle la cara y mirarlo a los ojos. Es un gesto simple que me lleva una eternidad, sin mencionar lo que provoca en mi sistema nervioso. Tiene la frente sudada, el cabello echado hacia atrás con dos mechones cortos a cada costado. Tiene las mejillas rojas por el calor o el ejercicio, ¿cuánto rato lleva corriendo? Tal vez demasiado. Su quijada está más marcada desde la última vez que lo vi con detalle, y algunas gotas escurren hacia su mentón. La unión de todos sus rasgos físicos sigue volviéndolo irresistible. Es la misma imagen que se me viene a la cabeza la segunda vez que estuvimos juntos, en su cuarto, a hurtadillas de mis padres, cubiertos por las sábanas de su cama...

Mierda.

La garganta se me cierra y necesito tragar saliva para poder hablar.

—Creí haber dejado muy claro que no quiero verte.

Corro la suerte de que mi voz sea firme y esconda bien lo nerviosa que estoy en el fondo. Me siento igual a la vez en que nos quedamos atrapados en el ascensor. Odio con todo mi ser que él tenga la misma actitud y yo a su lado luzca tan pequeña y frágil.

—Y lo respeto —dice con seriedad.

Alza las cejas cuando ve que consigue sacarme una sonrisa, pero una irónica. ¿Es que no se ha dado cuenta que precisamente está haciendo lo contrario? Pudo pasar de mí y de Pato, pero no, se detuvo a hablarme.

—No, no lo haces —señalo con la cabeza al gato traicionero entre mis brazos.

—Estoy siendo amable —se defiende llevando un dedo, mientras lo mueve como un gusano, hacia Pato ahora que su atención regresó a él—. Estabas en problemas y te ayudé.

—Oh, claro, y actuar como si nada hubiera pasado ¿a qué viene?

Detiene el movimiento con su dedo y voltea a verme. Antes de que pueda decir alguna de sus respuestas ingeniosas que me desesperaban a la par de sacarme sonrisas, lo interrumpo:

—No, no me respondas. La única razón por la que te estoy hablando es para dejar claro algunos puntos importantes que aportarán a mi convivencia en la universidad.

Ha sonado como algo que llevo memorizando hace décadas para decir en alguna disertación. Parece que haber ensayado tanto para la presentación de mi proyecto creativo tuvo buenos resultados.

—Te escucho —habla en una nota más ronca, como el ronroneo de Pato, cruzándose de brazos y levantando un poco el mentón. Todavía conserva ese lado arrogante que tanto me exasperaba.

—En primer lugar, tú y yo ya no somos nada, ni siquiera amigos, así que no es necesario que entablemos alguna clase de relación, ni siquiera de cordialidad. Yo no quiero eso ni por asomo. En vista de que vivimos en la misma residencia y tenemos una clase en común, sería bueno que tuvieras eso en cuenta.

Se toma un momento para procesar mis palabras.

—¿Ni siquiera un saludo?

—Nada —soy firme—. Lo que pasó...

—Nuestra relación, querrás decir.

—Es una cosa del pasado que no acabó bien —omito su corrección porque precisamente estaba evitando decir «lo nuestro» y él, adelantado a mis pasos, lo supo con facilidad—. Por eso no hay nada que arreglar.

—Eso es lo que dices tú, yo todavía tengo un par de cosas que necesito aclararte.

—Pues es demasiado tarde. En estos momentos quiero enfocarme en mí, por ello estoy estableciendo estos límites y evitando encontrarme contigo.

—Oh... con que has escrito nuevas reglas.

Abro la boca para replicarle. Lo cierto es que me he quedado sin habla porque me ha pillado más fácil de lo que esperaba. Y, por si fuera poco, no puedo salvarme el trasero: mi cara caliente delata mi realidad. Basta verlo sonreír con malicia para saber que esta batalla la estoy perdiendo.

—Veo que he dado en el clavo —dice con un dejo de burla.

—Ya no es de tu incumbencia.

—Creo que lo es si las creaste por mí.

—¿Por ti? ¿Es que no has cambiado ni un poco? —Mi defensa es patética y estoy dando pataletas de ahogado; pero poderme a la defensiva es todo lo que puedo hacer ahora—. Sigues siendo el mismo idiota arrogante...

—Del que te enamoraste.

Y lo dice con tanta normalidad.

—Un error que no cometeré otra vez.

—Pero si ya lo hiciste dos veces.

Mi yo interno está rugiendo de la ira. No solo se burla de mí por crear nuevas reglas que me ayudarán a organizar mi vida, sino que también se mofa de haberme enamorado de él. ¡Todo el jodido mundo sabe cómo acabó eso! Y tiene el descaro de recalcarlo como si no fuera responsable de ello.

—No vuelvas a hablarme. No vuelvas a mirarme. No te relaciones conmigo. No quiero nada que tenga que ver contigo. A partir de ahora, volvemos a ser dos desconocidos. Yo haré mi vida, haz lo que desees con la tuya, pero no vuelvas a cruzarte en mi camino, mucho menos en plan «amistoso».

Pese a no quedar del todo conforme, decido que es hora de marcharme o me echaré a llorar delante de él, y eso es lo último que deseo.

—Michi, espera...

Me detiene por el brazo. Lo aparto con rudeza y volteo a mirarlo con los ojos ardiendo de odio. Su expresión socarrona se ha vuelto en una de aflicción. Esto me trae malos recuerdos; es como una escena que ya viví.

—Michi, lo último que quiero hacer es espantarte.

—¿Espantarme? —repito con sarcasmo— Eras el más listo de la clase y sigues sin darte cuenta que me estás fastidiando.

—Sé que estás viviendo tu sueño; yo también lo hago, aunque me hubiera gustado vivirlo contigo.

—Demasiado tarde —recalco—. Fuiste tú el que nos llevó a esto.

—Lo sé y no sabes cuánto me arrepiento, pero necesito soltar lo que tengo dentro.

—Ahora sí quieres sacar lo que llevas dentro, antes, cuando te pedí que lo hicieras, no quisiste.

—No podía, yo...

—Tú me rompiste el corazón en muchos pedacitos, no una, sino dos veces. Lo rompiste y tuve que recolectar esos pedazos poco a poco. —Tengo unas inmensas ganas de llorar, pero tomo resistencia—. Necesité mucho tiempo para entender que no fue mi culpa, por eso no esperes que te reciba con los brazos abiertos o dispuesta a tener una plática como la que solíamos hacer. Tú, Chase Frederick, eres la única persona que me ha lastimado en este mundo. Tú que podías hacerme la persona más feliz, me dañaste más que nadie.

La vista se me nubla. Las lágrimas se acumulan. No quiero llorar; no debo llorar. Tengo que aguantarme las ganas para no demostrarle fragilidad.

—Perdóname —dice bajito, con arrepentimiento. Ya no veo su rostro, las lágrimas me lo impiden, pero tampoco quiero hacerlo—. Si hay algo que pueda hacer para enmendar lo que hice...

—No —doy un paso atrás huyendo de su toque—. No lo hay. El daño ya está hecho. Lo mejor que puedes hacer ahora es alejarte de mí.

No pensé que al pronunciar estas palabras me dolería más que pensarlas. En el fondo quisiera que existiera algo para que pudiera verlo como antes y perdonarlo. Lo extraño. Lo quiero. Eso no puedo negarlo porque es inherente a mí; lo único que me queda es sopesar la realidad y dejar que el tiempo se lleve todos mis sentimientos.

—Bien —murmura tras unos segundos de silencio—. Si eso es lo que deseas, lo haré. No tengo intenciones de presionarte. No te hablaré a menos que seas tú quien tome la iniciativa.

No le digo nada, solo lo observo mientras las lágrimas me hacen cosquillas en las mejillas. Enfrentando mi silencio, se coloca los audífonos de botón que colgaban en el cuello de su sudadera y retoma su camino.


___________________________

Chase debería responsabilizarse de todos los corazones que hirió :(

bueno, gente, capítulo cortito. pero les prometo que el próximo será más largo y, además, tendrá pov del cheis <3

  por ig me escribieron varias personas sobre nathan, bonnie y sus papeles en la historia. Tranquilidad, que tengo planes malvados para él y para ella muajajajja a algunos les gustará a otros no, pero... cada uno tiene su función en esta historia.

hablando de bonnie, ya tiene hater sjakdja y ps qué bueno porque sí es bien pesadita xD Yo si fuera Michi huiría de ahí

Y Nathan... ay, en el capítulo que voy escribiendo (el 4to) es lo más adorable que hay (/w\)

¿Creen que a Houston se le activará el radar de persona non grata cuando conozca a Nathan? 

Porque, si no recuerdan, Anne siempre pensó que había algo en él que no le gustaba :O 

Por cierto, Kash, nuevo personaje. 

Quiero decirles que Kash es la representación de todo lo que me gusta en esta laif~ ya les contaré más sobre ella *-* ¿cuál es su primera impresión?

¿alguna vez usaron frenillos?

yo sí, pero mis elásticos eran de un solo color y nunca se me ocurrió perdirlos de varios colores, no sé por qué asdfghjhg supongo porque era más darks en esa época

Como pregunta random, que no es tan random, me gustaría que se sinceren y abramos un espacio para desahogarnos ¿cómo están? ¿qué tal fue su semana? ¿hay algo que los hizo felix o tristex? 

Nos leemos el próximo viernes y no olviden bañarse~

un muak bien jamoneaoh porque se viene el 18



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