Capítulo 2 🦊 La invocadora de la Santa Mala Suerte

Dedicado a lizethr19 por sus comentarios en el capítulo anterior~



Hola otra vez.

Quiero informarte que seguimos atrapados en el ascensor. En realidad, han pasado unos dos minutos que me han sentado como veinte años. Aquí, en silencio, sin nada qué hacer, los segundos se vuelven una eternidad.

Saco mi libro para matar el tiempo leyendo.

Esta saga es la que me ha llevado a trabajar, pero vale totalmente la pena.

En lo que busco la página en la que quedé, escucho una risa nasal.

—¿Vas a leer? ¿En serio?

Esa es la voz de Chase. No lo miro, porque tengo la mirada hincada en las páginas, porque me recuerdo que la regla número 2 es «no mirarlo» y porque la regla número 3 es «no hablarle». Pero mi orgullo necesita responder. Es una necesidad. Es la misma sensación que se siente al querer vomitar.

—No me queda de otra —opto por decirle sin apartar la vista de mi libro, aunque en realidad no esté leyendo nada.

Otra vez ríe. Esta vez levanto la mirada para observarlo entre mi flequillo y el libro, casi escondida de enfrentarlo. Odio darme cuenta de que él también me mira; determinado, arrogante, lleno de esa confianza que quiero destruir. Odio que luzca como si tuviera el control de la situación.

—¿De qué va? —curiosea.

No puedo creer que me esté hablando. A mí. A una chica que supuestamente había conocido ayer. Y a quien no le dio una mirada amistosa, precisamente. Supongo que, al igual que yo, busca distraerse.

—Pues... —busco en mi mente una forma de resumir la saga— sobre dos amigos que viajan por el universo entre planetas y tienen diferencias vivencias de las que sacan alguna enseñanza.

—Es un libro para niños —dice con un dejo de mofa.

—Eso, problemas políticos, problemas de relaciones, entre otras cosas. También enseña sobre el espacio.

Alza las cejas.

—No suena muy interesante.

Atrevido, ¡cómo osa insultar mi saga favorita!

—Eso es lo que dicen todos antes de leerlo, pero cuando les dan una oportunidad terminan enganchados —presumo—. Es una saga famosa. Podría prestarte el primer libro para que pases el rato.

—¿Esa es una excusa para volver a hablarme?

Enrojezco y titubeo.

—No. Pasa que odio a las personas que juzgan sin conocer.

—Es un buen punto. —Se acomoda hacia atrás y estira una pierna que mis zapatillas—. El problema es que, si la premisa no atrae, no esperaré leer el «continuará» para empezar a juzgar. Ese tiempo podría ocuparlo en leer un libro que sí me enganche.

Arrugo el ceño.

—Haz lo que quieras —gruño, malhumorada.

Ríe. Su risa es como una de esas canciones que odias y jamás quieres volver a escuchar.

—¿Sabes? —se incorpora, inclinándose hacia mí— Me pareces familiar.

Me cubro la mitad del rostro y coloco la espalda perpendicular a la pared. Nos separan algunos metros, pero sus ojos marrones son tan intimidantes que mi cuerpo reacciona por reflejo.

—Soy la chica de ayer, la de tu departamento.

—Eso lo sé. Pero tengo el presentimiento de que te he visto antes.

—Lo dudo —esquivo al instante.

Alza las cejas con sorpresa. He sonado como una completa antipática. Pero eso no parece molestarle en absoluto, sino que le divierte. Puedo imaginar que en su cabeza planea un montón de travesuras para sopesar mi insolencia. Es fácil entrever sus intenciones cuando esboza una sonrisa que enseña casi todos sus dientes. Sabe que miento.

—Tengo muy buena memoria —dice—, pocas veces me falla.

—Pues felicidades —disparo.

—El punto es que estás mintiendo. ¿De dónde te conozco?

—De casa.

—Seguro. —Apoya su espalda y se cruza de brazos—. ¿De qué otro sitio?

Empiezo a exasperarme. No quiero responderle mal, estoy segura de que hacerlo me costará caro. Lo más seguro es que salgamos de aquí y luego nos volvamos a ver en el colegio, y ya no podré mentirle. Por otro lado, el chico es un grano en el trasero.

—Si tienes tan buena memoria, deberías saberlo.

—Exacto, eso es lo que más me intriga.

Las mejillas se me encienden y me escondo de nuevo tras el libro para que no lo note. Me repito una y otra vez que está jugando conmigo, que debo tomarme sus palabras como una maliciosa estrategia para hacerme perder la cabeza. Y le está funcionando; entre estar atrapada en un ascensor y con mi peor enemigo, no puedo estar en un estado peor. Me coloco de pie para probar golpeando las puertas del ascensor a ver si estas abren. Luego aprieto los botones. Y, luego, vuelve a golpear las puertas. Finalmente, opto por gritar con tanta fuerza que la garganta me pica.

Nada.

De nada me sirve.

La frustración por poco me hace llorar, entonces escucho:

—¿Sabes quién de aquí tiene un gato?

Me giro, tiesa, temerosa, recordando la broma de J.J. sobre hacer brochetas con Pato. Mi pobre Pato.

—¿Gato? —repito, tratando de que mi voz no sea temblorosa.

—Desde que llegué un gato negro se las ha arreglado para entrar en mi habitación, casi por la madrugada, cuando estoy durmiendo. Y siempre me rasguña. Anoche traté de agarrarlo para echarlo del departamento, pero dio un zarpazo —me enseña el lomo de su mano—. Salió por la ventana de mi habitación hacia el balcón y se perdió por la noche.

No sé qué me aterroriza más de lo que ha dicho: que Pato entró de nuevo a su departamento o que los dos nos hemos quedado con la habitación con balcón, lo que significa que en cualquier momento nos veremos ahí también. Ay, no.

—No he visto a ningún gato así.

—Si llego a pillarlo, lo echaré por el balcón —dice con fuego vengativo en los ojos.

—No... —emito, y para arreglar el miedo que me ha dado su comentario, continúo—. No lo dices en serio, ¿verdad?

Chase arruga las cejas, como desafiándome.

—Hablo muy en serio.

—Pero es un animalito —trato de razonar—. No puedes hacerle eso a un gatito.

—Es como una pantera salvaje. Ese gato tiene algo en mi contra.

Creo que mi odio hacia Chase es tan grande que se ha proyectado a Pato.

—Oye, mira.

—¿Qué? —farfullo mirando hacia la misma dirección que él. Una escotilla en el techo del ascensor provoca que los dos nos quedemos mirándola por un buen rato. Chase clava sus ojos en mí; lo miro de vuelta— ¡Ni lo pienses! No subiré allí.

—Súbeme tú entonces.

Le hago un escaneo rápido. Chase me saca casi una cabeza de altura, es de contextura media y posee músculos de atleta —según me ha detallado Anne—, por lo que ya debe pesar bastante. Y a juzgar por lo largo de sus zapatos, debe calzar lo suficiente como para despedazarme las manos al apoyarse.

—Esa es una pésima idea —digo sin la intención de que me escuche. Pero lo hace, me escucha y sonríe, porque eso es precisamente lo que busca: no dejarme opciones.

—Vamos, puede ser nuestra única salida —dice levantándose de su rincón.

Trago saliva, asintiendo con inseguridad. Chase se agacha un poco y junta sus manos para que suba y me apoye en él. Dejo a un lado mi libro y me acomodo la ropa una vez estoy de pie. Al subir noto cómo me eleva por los aires y estrello mi cabeza contra la escotilla, sin tiempo para cubrirme con las manos.

—¡Auch!

—Lo lamento —dice desde abajo.

Reviso la escotilla comprobando que, para rematar nuestra mala suerte, está cerrada. Ni siquiera forzándola logro abrirla.

—Fiuuu... Vaya vista la que tengo —dice de repente.

Me es fácil deducir qué quiere decir con esto. Mi nerviosismo me hace perder el equilibrio y resbalo. Voy en caída al piso, pero logro rodear mis brazos en el cuello de Chase y él me protege rodeando sus brazos en mi cintura, atrayendo nuestros cuerpos el uno al otro. Puedo sentir la respiración tibia de Chase chocando con la mía. Nuestros rostros a solo centímetros de rozarse. Sus manos apretando mi cintura como nunca nadie ha hecho. Puedo oler su perfume y hasta el singular aroma de su champú. Los ojos de los dos observándonos sin dar paso a algún pestañear. Y nuestros labios queriendo decir algo, pero sin poder hacerlo. Nos hemos quedado impactados e inmovilizados, con el corazón latiendo a mil por segundo.

Vamos Michi, suéltalo. ¿O quieres estar pegada a él todo el día?

Soy la primera que se aparta, retrocediendo, lejos, contra la pared del ascensor, agitada, acalorada y con el corazón retorciéndose dentro de mi tórax.

Por suerte, mi (casi) caída provoca que el ascensor comience a descender otra vez.

En el primer piso las puertas del ascensor se abren. Un par de personas —en las que se incluye al señor George— están afuera esperando el ascensor. Cuando nos ven puedo hacerme una idea de lo que están pensando.

—Qué feo que ocupen el ascensor para esas cosas —dice una señora cuando salimos.

—Ya no hay decencia —le sigue otra.

Todo mi cuerpo se enciende y quiero que la tierra me trague. Avanzo sin mirar a nadie, solo la puerta, mi salvación, mi escape.

—¿Saben lo que es feo? —inquiere Chase— Que ustedes hagan suposiciones absurdas mientras nosotros estábamos atrapados, asustados, sin poder comunicarnos, dudando sobre si seríamos rescatados y con la incertidumbre de no saber si pasaríamos todo el día ahí metidos. Las invito, señoras, a sufrir la experiencia, seguro que se la pasarán genial.

Gracias, gracias, ¡gracias! Gracias por no ser un idiota y frenar esas horribles suposiciones.

—¡Michi! —escucho gritar al señor George antes de que salga.

—¡Señor George! —me acerco a la recepción.

—Michi, ¿qué pasó?

—El ascensor hizo un ruido extraño y... y luego nos quedamos atrapados. ¡Fue horrible!

—Hablaré con el dueño. Esto pudo ser mortal. ¿Cómo estás?

—Algo perdida —admito—. ¿Mis padres ya salieron?

—Todavía no.

—Por favor, no les diga lo que me ocurrió. Si llegan a saberlo son capaces de cerrar el edificio entero como protesta y no me dejarán salir sola nunca más.

El señor George suelta una risa rasposa tomándose a broma lo que digo, pero yo hablo en serio. Mis padres son muy sobreprotectores, sobre todo mamá.

—Se enterarán de alguna u otra forma —dice al terminar de reír.

—Pero si se enteran después no se lo tomarán tan mal.

Miro la hora en mi celular y me despido del señor George, no quiero llegar tarde a clases, cosa que inevitablemente pasará ahora que me quedé atrapada. Con solo salir, una fuerza superior me frena. Frente a mí el auto deportivo de Mika McFly. Él y Jax Wilson voltean en mi dirección y me quedo de piedra.

—Apresura ese trasero o llegaremos tarde —grita Jax y siento que sus ojos azules me miran.

¿Qué demonios está pasando?

—Ey —escucho a Chase, que no tarda en ponerse junto a mí. Ahora entiendo que lo veían a él y no a mí, un alivio. Lo que no es un alivio es que Chase me hable—. ¿Quieres un aventón?

Intercalo la mirada entre Chase y el auto. Mika está en su propio mundo de perdición y Jax tiene una mueca de disgusto. Es obvio que ninguno de los dos está interesado en llevarme. Eso y que no quiero que Chase sepa de mi existencia en Jackson —que hasta el momento me ha ido bien siendo invisible para los tres—, me llevan a negar.

—No, gracias.

—¿Segura? Ya es un poco tarde.

—Podrías preguntarle a Mika si quiere llevarla, ¿no crees? —increpa Jax, casi echado sobre la puerta del copiloto—. El auto no es caridad.

Mika no dice nada, pero no se ve muy feliz con la propuesta. Es sabido que él no hace ese tipo de cosas con nadie. Ese privilegio solo lo comparte con sus dos amigos.

—Segurísima —murmuro en respuesta, dándole una miradita recelosa (y disimulada) a Jax.

Ni siquiera miro a Chase cuando doy la media vuelta para dirigirme al parqueadero de bicicletas.

Tengo que admitir, muy a mi pesar, que no aceptar el aventón fue LA PEOR DECISIÓN DE MI VIDA hasta ahora.

La segunda, en realidad.

Desde que me subí a la bicicleta he perdido el equilibrio en dos ocasiones, casi me choco con un auto que quiso pasarse de listo en la luz roja, se me atravesaron dos perros que me salieron persiguiendo para morderme los pies. Chillé por toda la calle y atraje la atención de un montón de personas, lo que me puso todavía más tensa. Y, para colmo, la hora de ingreso pasó, por lo que ahora me encuentro frente a la puerta de la clase de Química.

He llegado tarde a clases.

—Wallas.

El profesor me mira con sorpresa al abrir.

—Profesor, lo siento, tuvimos... —Me muerdo la lengua para no mencionar al innombrable—. Tuve un percance en el edificio.

Lo bueno de ser una buena estudiante, es que los profesores suelen tratarme con más condescendencia que al resto de los alumnos. Saben que en estos años jamás he mentido, llegado tarde o faltado a propósito.

Puntos para la Michi esforzada y ejemplar.

—Que no se repita —dice. No me lo tomo como una advertencia, pues sus palabras no tienen ese peso, sino que tiene el tono de una obligación. Aun así, me sonrojo.

—Lo prometo —suelto con una risita nerviosa.

Lo siguiente es tener que enfrentarme a las miradas curiosas. Mis compañeros quieren saber quién es la persona que ha irrumpido en la monotonía de la clase. O sea, yo. Odio la atención. Odio estar frente a multitudes. Odio estar frente a mis compañeros. Odio tener que tragarme mis propias mentiras cuando le doy una miradita de reojo a Chase y lo veo cruzado de brazos, observándome como diciendo: «sabía que te conocía de algún lado». Odio sentarme justo delante de él. Y me odio a mí por no poder evitar ser una torpe, cohibirme frente a las personas con las que he cursado casi cuatro años, y porque son una caldera andante.

—¿Qué pasó? —me pregunta Anne tan pronto me siento a su lado— Tú nunca llegas tarde.

—Me quedé encerrada en el ascensor.

—¿Qué? —Pese a que estamos susurrando, su pregunta suena demasiado alta. Lo suficiente como para que el profesor coloque mala cara—. Lo siento —Anne se encoge de hombros. A diferencia de mí, ella no tiene problemas con ser el centro de atención.

Cuando el profesor se da vuelta para anotar un par de fórmulas en la pizarra, me acerco a Anne para susurrarle.

—Te cuento todo en el recreo.

Y eso hago. Después de salir de clases, nos afanamos un lugar en las gradas para ver correr a los chicos del club de atletismo mientras llenamos nuestros estómagos con galletas y papas fritas.

—Dios, Dios, ¡Dios! —exclama Anne tras escuchar que me he quedado encerrada con Chase—. Es que esto es... imposible. Es que... ¡Dios!

—Ya, cálmate, no es la gran cosa.

—¿Cómo que no es la gran cosa? Te quedaste encerrada con Chase Frederick.

—Sí, como lo hubiera hecho con cualquier humano...

—Tú no lo entiendes. Estas cosas solo pasan en películas o series; la vida real es muy diferente. Escucha: si no fuera porque eres la invocadora de la mala suerte, esto jamás te hubiera pasado.

No sé descifrar si eso es un halago o un insulto. ¿La invocadora de la mala suerte? Eso tiene mucho sentido.

—Y eso no es lo mejor de todo. Él sabe de tu existencia. ¿Sabes lo que significa eso?

—Que sabe de mi existencia —repito de manera autómata.

—Que ha puesto los ojos en ti antes. Te ha mirado. Le has causado curiosidad. Eso, querida mía, no pasa con cualquiera. Tienes algo que llama la atención de Chase Frederick.

Pienso en lo que dijo en el ascensor, sobre que le causaba intriga.

—¿Y eso es algo bueno? Porque hasta el momento solo le veo cosas negativas.

—Las tiene.

—A ver, dime alguna cosa buena.

—Pues... —Mi amiga hace una larga pausa. Debe ser porque tiene la cabeza en blanco—. Por ahora no se me ocurre ninguna.

—Lo suponía —digo victoriosa—. A decir verdad, me aterra que Chase sepa de mi existencia.

Mi estómago se retuerce, y no precisamente por las papas fritas.

—Ya tengo una —dice Anne—. Imagina esto: tú y Chase, las dos personas más inteligentes de Jackson, enamorados. Serían una pareja poderosa y que nadie nunca esperó. Serían dos polos opuestos que consiguieron atraerse, como los imanes. Serían la prueba viva de que el cliché de la chica buena y el chico malo puede suceder. ¿No es grandioso?

—Primero, eso de los polos solo funciona con los campos magnéticos, no funciona dentro del campo de las relaciones románticas, al contrario, la mayoría de las relaciones acaban mal.

—Le quitas lo bonito a la vida —se queja.

—Segundo, estás olvidando un pequeño pero muuuy importante detalle: él tiene novia.

—Nimiedades.

—Anne...

—Es sabido que entre él y Heather las cosas son como una montaña rusa. Salen, terminan, vuelven. No es una relación seria.

—Es una relación seria de tres años —le corrijo.

—Casi nada.

—Hay personas se casan por menos años —me encojo de hombros.

No puedo creer que tenga que debatir con ella sobre esto. No puedo creer que Anne crea que entre Chase y yo pueda pasar algo.

—Tú y Chase podrían dominar Jackson si se lo propusieran —concluye mi amiga, satisfecha. Tiene suerte de que nadie esté cerca como para escucharla hablar tales barbaridades—. Mientras más los imagino, más linda pareja se me hacen. Ya hasta les tengo nombre...

—Calla, no lo digas.

Chami —canturrea y yo me cubro los oídos para que no me sangren.

—No. Nunca. Jamás. Me niego a que eso ocurra. Me niego a tener una relación estrecha con Chase, incluso de amigos. Y me niego a tener una relación amorosa. Ya sabes qué pasó la última vez que le confesé mis sentimientos a alguien...

Bajo la cabeza, arrepentida de tener que recobrar ese horrible momento de mi vida otra vez.

—Es cierto—dice Anne, en voz baja. Se ve que está arrepentida—. Lo lamento.

—No importa. Cada vez duele menos.

Lo digo como un consuelo para que no se sienta mal. Anne me mira con gesto compasivo, como si mi falso optimismo no se lo tragara ni un poco. Eso me pone nerviosa, que vea a través de mí puede darle a entender que en sí me afecta, que el dolor no se irá, que todavía no he sanado.

Por suerte mi celular suena.

Es un mensaje del gerente de Tonino Pizza, el restaurante donde trabajo.

Don Gruñón: ¿Puedes hacer tiempo después de clases y venir al trabajo? Necesito a alguien que sepa del trabajo para que le enseñe al nuevo recluta.

Aunque debería sentirme halagada por dar a entender que soy la persona que más conoce lo que es trabajar en la pizzería, no lo estoy en absoluto. Hoy no me toca trabajar, y lo más probable es que estas horas extras no sean remuneradas. Aunque tampoco es que pueda quejarme demasiado, estoy en deuda con él.

Le respondo justo antes de que el timbre suene.

—¿Ves? —me dice Anne— Los celulares son importantes.

—Cierra la boca —la empujo a un lado.

Entramos a clases de matemáticas juntas y nos sentamos donde siempre. Los tres Mosqueteros, como nos gusta decirles —aunque no se les parece en nada— no tardan en entrar. Yo entierro mi perfil en mi libro para evitar mirarlos y preguntándome por qué tenemos que sentarnos justo delante de ellos y no en un rincón, lejos de sus temibles presencias.

En la última clase el profesor Marshall nos llama a Chase y a mí. Me siento ansiosa por saber la razón, sobre todo cuando al avanzar choco con el brazo de Chase y todo se me revuelve. Trato de disimular el nerviosismo adelantando los pasos hasta dar con el escritorio del profesor. Mi nuevo vecino, que es más relajado, se apoya en una de las mesas y se cruza de brazos.

—¿Qué pasa?

Marshall responde cuando todos salen de la sala.

—Supongo que están al tanto sobre Atkins.

Atkins: mi universidad soñada.

Ambos asentimos.

—Jackson ha sido seleccionada para que uno de sus estudiantes pueda ganarse la beca, y es un hecho obvio que alguno de ustedes deberá conseguirla. Son los mejores estudiantes de esta generación, sin dudas.

Marshall debe sentirse afiebrado, pues nunca ha sido tan adulador como lo está siendo ahora.

—Vaya al grano —apremia Chase, todo desubicado.

—El punto es que queremos que uno de ustedes consiga esa beca. Sería una verdadera tragedia que la perdieran. Solo faltan unos meses para su graduación, les quiero pedir concentración.

El estómago se me retuerce.

—Nos está pidiendo que seamos los abanderados de Jackson —dice Chase. No lo hace desde su tono juguetón y arrogante, más bien parece molesto—. Quiere que compitamos entre nosotros.

—Quiero que, al salir del colegio, estudien en la universidad que merecen —le corrige Marshall, sin molestarse por lo imprudente que ha sido Chase—. Esta es una oportunidad que ninguno de los dos debe dejar pasar. —Su mirada sopesa en mí—. Wallas, sé que es la universidad a la que vienes aspirando desde hace mucho.

—S-sí —pronuncio bajo, pues me ha pillado por sorpresa.

—Entonces esfuérzate como nunca lo has hecho hasta ahora.

Vaya, qué alentador...

—Frederick, no te obligaré a que postules a esa beca, pero...

—Yo también busco estudiar ahí —le interrumpe, dándole la razón a mis suposiciones—. Y lo haré.

Eso último parece dirigido a mí.

Es como una declaración de guerra.

—Bien; eso es todo, pueden irse.

Salgo de la sala con un nudo en el estómago y con cerebro pensando en todas las formas posibles para ganarme la dichosa beca. Chase sale detrás de mí y, antes de marcharse por el pasillo, se sitúa a mi lado.

—Me temo que las cosas no pintan nada bien para ti —habla con la suficiencia que lo caracteriza—. Pero, si lo vas a intentar, te deseo suerte.

Me da una sonrisita arrogante que me hierve la sangre. Sin esperar a que yo responda, se marcha, dejándome sola en el pasillo.

Supongo que tengo razón: esa es una declaración de guerra. Lo que Chase Frederick no sabe, es que esta es una guerra de la que me vengo preparando desde hace mucho y no permitiré que me arrebate la victoria. 

Corro la suerte de llegar más rápido al trabajo de lo que llegué al colegio. El camino desde Jackson al restaurante es mucho más simple y cercano; se encuentra en el núcleo del centro, donde todas las tiendas de la ciudad tuvieron la maldita idea y la competencia está en todo su apogeo. Lo bueno es que a Tonino Pizza no le va nada mal.

Llevo casi tres años trabajando aquí y jamás he tenido un día tranquilo... Bueno, eso en parte se debe a que mi función es bastante esencial.

—Michelle, llegaste —me dice el gerente. Parece que le alegra verme, pero no es así; su expresión está llena de pesimismo y no dudo que entre todos sus empleados, yo era la última que quería tener frente a su aguileña nariz. Lo más seguro es que haya hecho un copia y pega del mensaje a todos mis demás compañeros de trabajo.

—¿Dónde está el nuevo?

Abre la boca como para decir algo, luego suspira y dice:

—Todavía no llega.

¿Ah? ¿Nuevo en el trabajo y no es puntual? Si yo fuera él estaría desde antes que abran.

—Bien... ¿Y qué debo hacer?

—Enséñale todo lo que sepas. Reposición, cocina, atención al cliente...

Ese último encargo chirría conmigo. Es cierto que trabajo en una pizzería, pero me dedico a todo excepto la atención al cliente. Me pongo demasiado nerviosa y torpe, sudo como atleta en una maratón, olvido los pedidos y mi carisma es nulo. Pero eso no sucede cuando me disfrazo de Tonino, la mascota del restaurante, la botarga que usamos para entregar afiches en la calle. Solo dentro de ese disfraz me siento bien relacionándome con personas desconocidas.

—¿Michelle? ¿Estás ahí?

La voz del gerente me trae de vuelta a la pizzería.

—Sí, sí.

La campanilla de la puerta tintinea anunciando la llegada de un nuevo cliente. Para mi sorpresa, se trata de Heather Williams. Se acerca hacia nosotros con expresión dudosa y nos saluda.

—Lo siento por llegar tarde, el profesor no me quería dejar ir.

—No te preocupes, lo bueno es que estás aquí. Da la vuelta, te veo en la puerta trasera. Vamos, Michelle.

Y eso basta para darme a entender que Heather Williams está aquí por el trabajo.

Sigo al gerente con pasos robóticos, con mi cabeza maquinando un montón de razones por las que el destino me quiere tan poquito. Heather nos aguarda justo donde el gerente le pidió. Luce ansiosa, muy diferente a la apariencia que lleva siempre en los recreos. Su cabello negro está alborotado y sus ojos azules están atentos a cualquier movimiento.

—Heather, ella es Michelle. Se ocupará de enseñarte cómo es todo por aquí. Cualquier duda, se la haces a ella. Y si ella no puede responderla, yo estaré en mi oficina.

Me pregunto por qué el gerente está siendo tan... ¿amable? No sé si esa sea la palabra adecuada. Lo que está claro es que tiene un trato especial hacia Heather.

Su mirada se cierne sobre mí.

—Hola —saluda con una sonrisa radiante.

Ella es hermosa desde lejos y de cerca. Somos de clases diferentes, por ello jamás nos hemos hablado. He escuchado muchas cosas sobre ella y su relación con Chase Frederick, pero jamás he escuchado sobre su persona. Al igual que a mí me conocen como «La amiga de Anne Collins», a Heather la conocen como «La novia de Chase Frederick».

Asiento y le sonrío de vuelta, aunque con las mejillas sonrojadas.

—Las dejo para que se pongan al tanto.

—Gracias —le dice Heather. En cuanto el gerente se va a su oficina, me vuelve a mirar—. Por cierto, soy Heather.

—Michelle, pero puedes llamarme Michi —le respondo y la hago pasar.

—¿Como a un gatito? —se rie.

—Algo así —respondo—. Ven, vamos a buscar una camisa que sea de tu talla y te enseñaré todo lo demás.

—Genial. Desde ahora te llamaré maestra.

Me muero. A diferencia de su horrible novio, Heather parece simpática y nada egocéntrica. Pero tengo en mente que ella es parte de su círculo cercano, conoce a sus dos amigos, y me pregunto si está siendo amable solo porque debo enseñarle. Y eso me pone todavía más nerviosa y torpe de lo que ya soy sin presiones como esta.

—¿Estás bien?

—Sí, sí.

Temo haber sido demasiado pesada, pero no se me ocurre decir nada más. La acompaño a la sala donde guardamos las camisetas con el logo de Tonito Pizza y encontramos una que le queda perfecta. Se la coloca encima de su peto y malla negra, y me resulta extraño verla con un rojo tan vibrante. Heather tiene un estilo grunge y muy pocas veces se viste con colores que no sean oscuros.

En el transcurso de la jornada le enseño todo lo que sé. Heather es una alumna ejemplar: aprende rápido y luce motivada para comenzar por sí sola.

—No es complicado —dice tras armar su primera pizza. La mira con orgullo. Sus ojos son cambiantes; dentro de la cocina poseen un color oscuro cautivador, igual a los de una serpiente.

—¿Tienes algo de experiencia en esto? —pregunto con timidez. No quiero ser demasiado atrevida.

—Sí, he estado en algunos restaurantes antes. ¿Cuánto llevas aquí?

—Dos años y ocho meses.

—Eso es mucho tiempo. Yo en casi todos mis trabajos he durado dos meses. —Tuerce la mueca como si recordara algo que no le gustara. Mi voz interna me pide preguntarle la razón, pero me resisto—. Espero no dar tantos problemas aquí, el gerente es mi tío.

Eso explica todo.

—Vaya... —me quedo sin habla.

—Me ha hecho este favor, así que no quiero decepcionarlo.

—No creo que lo hagas. Sabes desenvolverte bien, mejor que yo, incluso.

Lo último lo digo más para mí, pero ella no tiene problemas en escucharlo. Alza las cejas con sorpresa.

—Pero si eres una profesora genial —me dice como cumplido y yo me sonrojo—. Tengo una pregunta. ¿Por qué no me has enseñado lo que hay delante?

—La atención al cliente y yo no somos compatibles —admito para mi pesar.

Heather Williams lanza una carcajada corta y seca.

—Tenemos eso en común. Mi principal razón para irme de los trabajos era no tener la paciencia suficiente para atender a los clientes. Me exasperan un pelín, pero intento cambiar eso.

Suena a que tiene un temperamento duro. Uy.

Tal vez Heather está siendo amistosa conmigo porque seremos compañeras de trabajo. Tal vez ella es igual de siniestra que su novio, que enseña una faceta tranquila, pero que por dentro demuestra que está maquinando, como me hizo ver Chase hoy después de clases. «Me temo que las cosas no pintan bien para ti», dijo. Y luego me deseó suerte. El chico es todo un pasivo-agresivo.

Espero que Heather Williams no lo sea.

Y, hablando del rey de Roma, desde el interior del restaurante puedo divisarlo afuera, cargando una bolsa y con la misma ropa que llevaba en el colegio. Me meto enseguida a la puerta del personal para que no consiga verme y me topo con Heather que ya se ha cambiado de ropa.

—Me marcho —dice a modo de despedida—. Gracias por todas las enseñanzas.

Me sonríe y, sin previo aviso y con toda la confianza del mundo, me besa la mejilla. Yo le hago una seña, pues es todo lo que su gesto me permite hacer.

Ella es tan dulce, ¿cómo puede salir con alguien como Chase?

Los gritos de mamá desde el otro lado de la puerta me indican que ya es hora de levantarme. La chatarra que tengo de celular con suerte sirve para recibir llamadas y no ha funcionado la alarma. Al levantarme, mi cabello enredado está en sincronía con mis pensamientos, porque apenas me levanto tropiezo con la ropa tirada en el suelo y mis zapatillas regadas por la alfombra. Soy un desastre andante.

Mamá golpea una vez más la puerta de mi cuarto.

—¡Ya desperté! ¡Por un demonio, ya desperté! —le grito a todo pulmón, revolviéndome entre las sábanas.

—¡No vuelvas a decir eso o tendrás que reencontrarte con Betty, Michelle!

Me paralizo ante la mención de ese nombre. La querida y entrañable Betty es la pantufla con la que mamá me amenazaba de pequeña si no me comía la comida. A mamá no le gustan las malas palabras, así que desde el día que conocí a Betty procuro no decir ninguna... al menos no cuando ella está cerca.

Abro el ventanal que da al balcón para ventilar un poco la habitación. Hace un calor impresionante. Pato, el cual dormía junto a mí, ahora da saltitos juguetones, pestañea un par de veces y salta hasta la baranda del balcón de al lado, es decir, el de Chase.

¡El de Chase!

Observo como Pato baja y entra por el ventanal hacia su pieza.

Mi estómago se revuelve ante una nueva sensación. ¿Qué fue lo que dijo en el ascensor? ¿Qué lo lanzaría del balcón?

Mierda... Digo, ¡cielos!

Él iba en serio. MUY en serio.

Miro hacia todos lados antes de saltar al balcón vecino. Los balcones están unidos, separados por media muralla de concreto; si no estuviesen pegados, ni en sueños saltaría. Estoy lo suficientemente cuerda como para saber qué riesgos tomar, aún no pierdo la cordura del todo.

Sin embargo, creo que estoy a punto de perderla.

Compruebo que Chase no está matando a Pato dentro de su habitación, de esta manera, en un parpadeo, me encuentro fuera de la habitación de mi peor enemigo, con el corazón golpeando mi pecho y la respiración agitada.

Antes de entrar a su habitación respiro hondo.

—Pato... Patito ven aquí. Ven con tu querida Michi... —susurro, asomándome por la habitación donde, para mi fortuna, no hay rastro de Chase. Mi gato rasguña la puerta cerrada de la habitación, buscando una salida.

Tomo a Pato entre mis brazos, cuando, de repente, escucho un ruido a mis espaldas y, sin pensarlo dos veces, corro las puertas del clóset junto a mí. Me encuentro rodeada de ropa de Chase. El aroma del jabón mezclado con champú me indica una cosa: recién ha salido de la ducha. Un calor incómodo me sumerge en la desesperación. ¿Qué había dicho de la cordura?

No tengo idea de cuánto tiempo llevo metida dentro, pero creo que moriré.

Pato se aferra a mí con sus garras y suelto un grito ahogado. Antes de poder hacerme bolita o transformarme por arte de magia en ropa, Chase corre las puertas del clóset. Sus ojos se han clavado en mí. Está confundido y también algo sorprendido. Baja un poco su cabeza y mira a mi gato para luego volver conmigo.

—Hola —saludo sonriendo— ¿Cómo estás?

—Mejor que tú... lo dudo —dice y alza una ceja mirando mis mejillas rojas.

Bajo la vista y me aterro ante lo que veo: solo trae una toalla blanca que rodea su pelvis con un frágil nudo que puede desarmarse en un parpadeo. La temperatura aumenta y el calor del día no está del todo a mi favor, menos cuando estoy rodeada de ropa en un clóset. Trago saliva y aparto mi vista de su cuerpo; debo reconocer que tiene una figura como de modelo, para colmo de mi mala suerte. Y sí, gente, soy una adolescente, al fin y al cabo, con hormonas y todo, la tentación es fuerte.

—¿Qué es lo que haces, exactamente?

Trato de recomponerme y hacer como que nada ha sucedido; no obstante, el sonido cada vez más cercano de unos pasos hace que mis palabras mueran antes de pronunciarlas. Margareth, ha de ser ella. Chase pone una cara de horror y me hace un gesto para que no diga nada. Las puertas del clóset vuelven a cerrarse dejándome junto a Pato en completa oscuridad.

Deseo que me trague la tierra.

Siento una gota de sudor recorrer mi frente. Pato comienza a desesperarse y trato de calmarlo acariciando su espalda. Entonces, desde el otro lado, escucho el rechinido de la puerta de la habitación. Como si Pato y yo pensáramos igual, nos quedamos inmóviles con la intención de oír quién es.

—¿Con quién hablas? —logro escuchar. Es Heather Williams.

—Conmigo. ¿Nunca has intentado hablar contigo misma? Te hace falta —responde con desdén. Ese tono y esas palabras las ha dicho para ofenderla. Pato vuelve a inquietarse y creo que estoy a segundos de ser descubierta—. Si no te importa, me gustaría vestirme.

Aquí pasa algo. Anoche él la fue a buscar al trabajo y ahora ella ha venido a verlo. ¿Por qué están molestos...? Anne dijo que su relación era como una montaña rusa —bueno, no con estas palabras—, pero no creí que fuera en serio. O quizá Chase está tratando de ser cruel con ella para que no me descubra.

No olvides tus reglas, Michi: mantenerse al margen de sus asuntos (tanto fuera como dentro de Jackson).

—Bien, genial —le escucho decir a Heather, y su voz se quiebra—. Ya capté la indirecta.

Se escucha como si fuera a echarse a llorar en cualquier momento.

—Hea...

Chase es interrumpido por un portazo. Maldice entre dientes y resopla. Cuando escucho unos golpecitos desde el otro lado de la puerta del clóset, sé que es mi momento de salir lo más rápido posible y ocultarme en mi habitación.

Casi no logro distinguir el rostro de Chase cuando salí de su habitación, pero lo hice, y de alguna forma, me habría gustado no haberlo hecho.

Vaya comienzo de día.

En un espacio de mi memoria ya me he guardado dos imágenes: la de Chase en toalla y con las gotas de agua sobre sus prematuros abdominales, y su expresión de enojo viéndome marchar.

No sé cuál de las dos me deja más intrigada.

Intento no pensar en ello al llegar a clases. Intento mantener la cabeza tranquila y pensar en lo conveniente que es para mi cuerpo subir y bajar en el día las escaleras del edificio, porque ni de chiste me vuelvo a meter en el ascensor. Pienso en lo genial que será preparar mi físico para las clases de Educación Física que restan del año. Pienso en lo despampanante que luce mi amiga hoy.

—¡Hola! —saluda animada. Al verme la sonrisa que trae siempre por las mañanas se le desaparece— Te ves peor que ayer —me dice, preocupada—. ¿Estás bien?

Pienso en contarle lo que ocurrió con Chase.

—Tengo algo que decirte —le digo en voz baja. Corro la suerte de que el trío todavía no llegue—. Es sobre Heather.

Sus ojos verdes se agrandan.

—Dime todo con lujos y detalles.

La dureza en las palabras de Chase hacia Heather vienen a mí seguido de la sonrisa de Heather cuando se marchó anoche, después del trabajo. Luego recuerdo su voz quebrada ante las palabras de su novio.

—Es la chica nueva en mi trabajo —digo finalmente.

Anne se decepciona.

—Oh, qué interesante... —exclama con sarcasmo—. ¿Eso tenías por decirme?

Evito morderme los labios para delatarme.

—Sí. Y que es muy linda, en realidad. Creí que al ser novia de quien-tú-sabes sería como él, pero no.

—Todas las personas que tratan con ella dicen que es una chica aterrizada y normal, como tú o como yo. Pero yo no me fiaría demasiado de ella.

—¿Por qué?

—Siento que tiene algo que no me convence. No es alguien transparente.

—¿Qué quieres decir?

—Pues... no es como tú —alude, y no sé si tomarlo como halago o una ofensa—. Tú eres sincera, no vives detrás de las apariencias. Eres alguien que a simple vista se puede saber en qué piensas porque tu cuerpo lo demuestra. Se ven cuáles son tus aspiraciones, lo que te gusta y disgusta. Eres fácil de leer, por eso eres alguien en quién se puede confiar algo, incluso si no se te conoce. Pero ella no es así. Ella es alguien que guarda secretos, y lo hace muy bien. Es popular, pero nadie la conoce en realidad.

Ante los murmullos que indican la llegada de Los tres mosqueteros, guardo silencio. Hoy quiero evitar a Chase como nunca, por eso bajo la cabeza y finjo prestarle atención a una mancha en mi mesa. Mientras avanzan, Anne me da toquecitos por debajo que sin dudas se deben a que Jax la ha vuelto a mirar. Las sillas se arrastran, las mesas crujen. Los tres chicos se han sentado.

—Les cuento algo gracioso —comenta Chase.

—¿Al fin terminaste con Heather? —pregunta Jax en un tono de broma y anhelo. Es bien sabido que a Mika McFly y Jax Wilson no les cae nada bien.

—No —dice Chase, marcando la voz en su respuesta—. Tengo a una acosadora.

Mi cuerpo se electrocuta.

Chase continúa:

—Se ocultó en mi armario con un gato en brazos. La descubrí de pura suerte.

A mi amiga no se le hace difícil deducir de quién se trata y voltea hacia mí.

—¿Eres tú? —susurra.

Basta con ver mi rostro para saberlo.

Mientras Chase se jacta de lo que ocurrió esta mañana, yo me propongo que, a partir de ahora, buscaré su punto débil.

Él no me va a ganar.


_________________________

Imaginen ver a Chase en toalla, ¿castigo o recompensa? Ustedes digan xD

Ya empiezan a verse lo cambios de la nueva versión. Y síp, el graaan cambio es que Chase tiene novia y vivita. No se sabe mucho de Heather, tampoco se sabía demasiado en la versión anterior, pero aquí dará mucho de qué hablar jiji

quería agradecerles el apoyo que ha tenido la nueva versión <3 estaba muy nerviosa porque siempre me gusta leer sus comentarios, pero todos fueron muy lindos! Los jamoneo <3 solo por eso seré buena ^.^

Bueno, de vuelta a la toalla... digo, al tema

¿Creen que Anne tiene algo de razón al decir que Heather oculta algo?

¿A mira impresión, les cae bien o les cae mal?

Yo no diré nada, solo me reiré un poco MUAJAJ

Bueh, no, no lxs asustaré :D

Otro cambio es que Michi ahora trabaja en una pizzería :3 Lo siento pero mi amor por las pizzas es muy fuerte~ Y pues, ese lugar es muy importante *ejem la portada ejem*

El capítulo 3 es uno de mis favs hasta el momento, ya quiero que lo lean <5-2

Me causa curiosidad. Las personitas que están releyendo y tienen el libro en físico, ¿se dan cuenta de las escenas recicladas y modificadas? 

¿Las que leyeron desde Wattpad todavía se imaginas a Chase como Panchito? JAJAJSJ

¿Hay personitas nuevas? :o

Yo si fuera lectora, sería de las que no se acuerda ni quien es Chase xD

¿Les está gustando?

Que Chase tenga novia da para mucho drama 7u7 

La pregunta random de la semana es:

¿alguna vez les ha pasado algo "muy Wattpad"? 

Sin más que decirles, me despido y no olviden bañarseeee~

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