Capítulo 1 🐰 Odioso + arrogante + un completo idiota = Chase Frederick

A todos los jamoncitos
que me acompañaron desde el primer capítulo y avanzan conmigo en esta nueva aventura.



—Michelle Wallas.

Ya no me quedan uñas. Se los juro, ya no me quedan. Me las he devorado todas esperando el resultado de la última prueba de Lenguaje, y ahora, por fin después de tantos apellidos por encima del mío... porque ¿quién me manda a nacer en una familia en la que su apellido comienza con una «W»? ¡Nadie! Pero eso es otro tema. El punto es que la espera ha sido una tortura y todo para saber si ha conseguido la mejor nota.

¿Por qué? Bueno, te explico: desde que tengo memoria mi única motivación en el colegio han sido los estudios. Mi meta desde el primer año ha sido ser la primera en la lista de notas de Jackson. Sin embargo, ese codiciado lugar siempre es usurpado —sí, leíste bien: «usurpado»— por un odioso arrogante y completo idiota con el ego más elevado que la torre Eiffel.

Espero que eso cambie este último año.

Por eso me levanto llena de convicción de mi asiento y me dirijo al escritorio del profesor Marshall. Apenas nos encontramos de frente me da esa miradita que dice: «más suerte para la próxima».

—Maldición —digo entre dientes—. Profesor, dígame en qué...

—No hay tiempo —me frena—. Toma asiento, Wallas.

—¿Qué hay después de clases?

—Ya veremos. Ve a tu asiento.

—¿Lo promete?

—Wallas —saca su lado autoritario y de viejo amargado—, te bajaré un punto si sigues así.

Marshall es la clase de profesor despreocupado que solo quiere que pasen las horas volando para llegar a casa a sentarse frente a un sofá a ver la televisión. Y yo soy la clase de alumna que se queda después de clases preguntando todos los errores en mis pruebas. No somos compatibles y, para ser sincera, él está harto de mí.

Me regreso a mi asiento y miro una vez más mi calificación.

A mi lado, Anne me observa.

—Oh... —exclama con compasión fingida—. De nuevo estás en el segundo lugar. ¡Qué deprimente! —dice, posando su mano en mi hombro. La aparto molesta y ella ríe, enseñándome sus blancos dientes y entrecerrando sus ojos verdes que contrastan de golpe con su cabello rojizo.

—Gracias por tu maravilloso apoyo, Anne. Eres una amiga ejemplar.

Le encanta fastidiarme.

Anne se agarra el estómago riendo aún más fuerte que antes. Y por Dios que su risa es de esas que llaman la atención. Claro, todo el mundo la mira a ella, porque para los demás yo soy una invisible. Aquí soy una muralla más, un pasillo, más una silla sin respaldo, un fantasma o algo así.

—Ah... maldición, Michi —da un largo y profundo suspiro—. ¿Qué sería mi mundo sin ti? Me alegras la maldita existencia —confiesa mi amiga, secando una lágrima del rabillo de su ojo derecho.

—Tú solo te ríes de mis desgracias.

—Mejor reírme de las tuyas que de las mías. Tu vida es toda una aventura, Michi Fus.

—Anne —la silencio al instante—. No me llames por ese horrible apodo aquí.

—Tranquila, ¿quién podría enterarse de él?

Basta que diga eso para que mis pensamientos manifiesten a Jax Wilson como si se tratara de un demonio. Es el último en la lista, por eso viene de vuelta con la nota de su examen. A juzgar por su expresión, le ha ido fatal, como siempre. Aun así, se las arregla para esbozar una sonrisa ladina —de esas que sacan suspiros— dirigida a mi amiga. Y ella, que está toda tonta, le regala una sonrisa de vuelta.

Dale un pisotón, a ver si así recuerda que tiene novio la descarada.

Es lo justo y necesario, pero la violencia no me va. Además, ella me lo devolvería, y usa tacón. No quiero terminar con mi pie clavado en el piso.

Opto darle una miradita que dice «Jax está prohibido». Y es que no es un secreto que Jax Wilson es un mujeriego que vive en fiestas y pasa la mitad de las clases coqueteando con todo lo que se mueva. Puaj.

Anne me jala del brazo para susurrarme y yo me preparo para escuchar sus excusas hasta que nuestra atención se va hacia los asientos de atrás. Esos asientos reservados para ellos. Los idiotas. Los populares. Los arrogantes que se creen amos de Jackson.

—Bua... me ha ido fatal —le escuchamos decir a Jax Wilson una vez se sienta.

—Te iría mejor si estudiaras —dice Mika McFly.

Mika, Mika, Mika. ¿Cómo describirlo? Es un misterio condenadamente atractivo y peligroso. Es alguien sin escrúpulos, escalofriante, con una sonrisa macabra y siniestra como la de Drácula. Y es adinerado, un punto que todos tenemos en cuenta porque tiene un auto deportivo que ruge como los demonios. Su padre es un inversionista bastante conocido dentro de la ciudad y su hermana es una estrella de internet que estudia en un colegio privado. ¿Por qué Mika McFly no estudia en un colegio privado? Supongo que no quiere estar lejos de sus amigos... aunque siempre es el que se ve más apartado leyendo algún libro de romance. Un chico que lee romance; eso es algo de lo que cuidarse.

—O si prestaras atención a las clases. Al menos un poco.

Y ese es el innombrable. El ladrón de mi apreciado primer lugar. La persona que compone todas las descripciones malas que mi cabeza alberga en su pútrido diccionario de palabras. El ser despreciable que tiene más ego que edad. La razón por la que practico dardos. El idiota que me supera en notas y por su causa estos cuatro años de estudio han salido peor de lo esperado. El humano más odioso, arrogante y un completo idiota: Chase Frederick. Mi odio hacia él es tanto que podría armar alguna clase de muñeco vudú y enfermarlo del estómago para cada prueba o examen, pero soy creyente para mis asuntos y no quiero irme al infierno por su causa. Lo aborrezco. Tengo una larga lista de insultos hacia su persona, pero prefiero reservármelos para otra ocasión.

No hay nada más que decir sobre él.

—¿Qué dices? Tú ni atención le prestas a la clase —se queja Jax—. Deja ver esa jodida nota tuya.

Hay ruido. Supongo que Jax le ha arrebatado el examen al innombrable de las manos.

—¿Otra vez la mejor nota? ¿¡Cómo rayos lo haces!? Jamás te he visto tomar un cuaderno.

¡No-me-jodas! ¿La mejor nota? ¿Cómo ha sido posible? ¿Cómo es que Chase Frederick ha conseguido tener la mejor nota y yo no? ¡Después de pasar horas, días estudiando! ¡Después de repasar cada maldita mañana la materia! Las ganas de arrancarme los ojos y tirarlos a la basura me son enormes, pero me contengo de hacerlo cuando escucho la risa nasal del señorito sabelotodo.

—No necesito estudiar, me basta con leer las cosas una sola vez —se jacta Chase.

¿Solo eso? Debe haber algún secreto detrás, a mí no me engaña.

—Y luego dicen que Dios no tiene a favoritos —se lamenta Jax.

Los tiene. Yo al parecer no le caigo muy bien.

El timbre para salir a recreo suena y todos salimos de la sala. Odio que los pasillos de Jackson sean tan concurridos porque esto no acompaña a mi torpeza, mucho menos cuando todos están tan pendientes del celular.

Mientras vamos a nuestros casilleros, decido exponerle a Anne una duda que me viene persiguiendo desde la clase.

—¿Crees que tú-sabes-quién extorsiona a los profesores para conseguir buenas notas?

Anne levanta una ceja.

—Es probable, pero... ¿para qué lo haría?

—Para asegurar una beca en la universidad.

—Eso es imposible —empieza a negar con la cabeza y sus rulos se disparan hacia todos lados—. Es hijo de Gastón Frederick, ¿crees que ese señor no podría costearle la universidad si quisiera?

—Puede pagarle a la universidad que quiera, sí. Pero le debe salir más rentable pagarles a los profesores... —Me detengo al ver que mi amiga me mira con ojos de pocos amigos—. Es que no encuentro otra explicación. Tú lo escuchaste: él no estudia.

—No te rayes con eso, Michi. El chico es un prodigio y nosotras simples mortales que debemos esforzarnos el doble. No hay más.

—Eso no me anima demasiado. Llevo esforzándome cuatro años y nunca he conseguido pasar... ¡No puede ser!

Agarro el brazo de mi amiga para asegurarme de que no estoy viendo mal.

—¡¿Qué?!

Elevo mi dedo para señalarle. No puedo hablar.

Anne se gira como si detrás de ella apuntara un fantasma y al ver que solo se trata de un afiche me da un golpe en el brazo.

—¡Es solo un tonto afiche!

—No es solo eso. Es un afiche de Atkins.

Mi corazón late tan deprisa que podría desmayarme.

—¿La universidad de la que siempre hablas pero que nadie conoce?

—La misma. —Me acerco al afiche, arrastrando a mi amiga conmigo—. Es la universidad a la que llevo aspirando desde pequeña.

Atkins es una universidad antigua y muy selectiva. Todos los años regala una beca a algún o alguna estudiante prodigio que cumpla los requisitos necesarios. O sea: buenas notas, iniciativa por aprender, actitud emprendedora, voluntad por un cambio. Escogen a colegios e instituciones muy específicas para esta beca, y este año por fin le ha tocado a Jackson.

Me voy a morirrrrr.

No, espera. Primero debes ganar esa beca. Luego de eso puedes morir atragantada por una hamburguesa, como siempre creíste que pasaría.

Tengo unos enormes deseos de llevarme el afiche a casa, pero desisto de la idea cuando Anne me da un codazo.

—¡Miau! —maúlla de pronto—. Mira quiénes vienen ahí.

Miro en la dirección que su barbilla disimuladamente ha señalado. Con aire de suficiencia, como si de dioses griegos se tratase, conscientes de que son los dueños de Jackson, Mika, Jax y Chase avanzan por el pasillo con esas sonrisas falsas que me dan una patada en el estómago, sobre todo la del cabecilla del trío.

Por cuestiones de supervivencia escolar, los estudiantes se han hecho eco de un par de consejos que sirven para que nuestros caminos no se enreden con el de ellos.

A mí me gusta llamarles Las tres reglas.

Regla número 1: evitar el contacto físico. Y como si los demás estudiantes estuvieran metidos en mi cabeza, les abren el camino para que sus majestades puedan caminar sin que les toquen un pelo. Ni las Kardashian se atrevieron a tanto.

Regla número 2: evitar el contacto visual. Las malas lenguas dicen que había un chico en el colegio llamado Patrick Fissher que se atrevió a mirar de manera «rara» a Mika... ¡Pobre chico!, ni su psicólogo pudo ayudarlo. Algunos creen que se cambió de ciudad, otros, que se marchó del país, y algunos más exagerados, que decidió acabar con su vida.

Regla número 3: no dirigirles la palabra a menos que una medida desesperada así lo requiera. ¿Hace falta explicar esta regla? Creo que no. Me gusta decir que es una regla de esas que te salvan el pellejo porque evita cualquier tipo de encuentro embarazoso con ellos.

Y ahí las tienen. Las tres reglas que componen también mis reglas de supervivencia escolar. Me han ayudado bastante dentro de Jackson.

Noto que Chase se detiene y, en consecuencia, sus dos amigos también. Se acerca al mural donde se encuentra el afiche de Atkins. Entre los espacios de mi despeinado cabello logro advertir que está junto a mí, a solo pasos de rozarnos. Yo no puedo apartar de mi cabeza esa pequeña vocecita interior que me lleva a querer hacerme bolita para salir rodando del lugar antes de desmayarme de los nervios.

—¿Qué ves?

—Nada —responde Chase al instante. Pero esa es una vil mentira, porque luego de unos segundos arranca el afiche de Atkins y retoma su camino junto a sus dos inseparables amigos.

Lo odio. Eso me pasa por no decidirme rápido.

—Michina, eres una persona que piensa, pero jamás actúa, por eso siempre te quedas atrás. —Esa es Anne dándome sus horribles sermones en lo que resta del recreo—. Necesitas atreverte a hacer las cosas y pagar las consecuencias luego.

—A veces me pregunto si eres mi amiga de verdad, porque vives dándome los peores consejos.

No lo digo en broma. Anne Collins es un desastre aconsejando o tomando decisiones.

—Solo digo que debes atreverte a hacer las cosas, como sacar ese afiche y no darle tantas vueltas. Como dirían por ahí: romper el molde.

—¿Qué molde? —digo sacada de onda.

—El de chica correcta.

—Me gusta ser la chica correcta. —Al escucharme me mira con los ojos entrecerrados, pues no he sonado nada convencida—. Y eso no tiene nada que ver con robarme un afiche —añado.

—Ese es el punto: robar es malo. Yo te digo que lo hagas sin pensar y que soportes el regaño luego.

—¿Sabes?, dejaré de escucharte a partir de aquí. Adiós.

Me dispongo a sacar el sexto libro de la saga Más allá de la Tierra para perderme en las páginas y olvidar mi resentimiento. Me gusta pasar el tiempo leyendo la saga porque es una de las pocas cosas que me ayuda a relajarme y olvidar lo que me rodea.

Lástima que en esta ocasión no pueda.

¿La razón? Pues el condenado Frederick.

Si Chase tomó ese afiche puede deberse a dos cosas:

Quería mostrar su «lado rebelde» y lo sacó para impresionar a los demás.

Está interesado en la beca.

El primer punto me da igual.

El segundo significa un problema muy, pero muy grande para mí. Si quiere esa beca la puede conseguir fácil si se ve su excelente promedio de notas y todas las contribuciones que hace para Jackson. Chase Frederick no solo es un estudiante con notas asombrosas, también tiene una reputación impecable a pesar de que entre los demás se rumorea que es un bravucón. De alguna forma ha conseguido ser un estudiante ejemplar: inteligente, deportista, representante de Jackson en concursos de oratoria...

No puedo dejar que se gane la beca.

El resto de las clases me quedo pensando en una forma para mejorar mis notas y replanteándome la idea de visitar al consejero estudiantil en busca de alguna propuesta para que Atkins me tenga en cuenta. Nunca he visitado al consejero, algo raro teniendo en cuenta que vivo detrás de los profesores para pedirle algún consejo sobre la materia.

Cuando el timbre de salida suena, salgo de Jackson dando una gran bocanada de aire y estirando los huesos de mi espalda. Me despido de Anne junto al auto de J.J., su novio. Es un universitario al que le encanta el rock y siempre está relajado. Me cae bien. Tengo que declinar su ofrecimiento de llevarme dos veces. Prefiero subirme al bus que me deja cerca de casa.

—¡Eh!, Michi.

De vuelta en casa, el conserje George me hace una seña con su mano. Él es una especie de recepcionista que vigila los pasillos y los enormes pisos del departamento donde mis padres y yo vivimos. Es el único lugar donde he vivido desde que me mudé aquí a los cinco años.

Le esbozo una sonrisa amable y me acerco a él.

—¿Ya te enteraste? —continúa.

Alzo una ceja sin entender.

—¿De qué, señor George? —pregunto con educación. El conserje mira hacia todos lados, inclinándose hacia mí y coloca una mano en su rostro para decirme un secreto.

—Te llegaron vecinos nuevos —dice confidente.

El departamento junto al nuestro nunca había sido ocupado desde que mi mejor amigo se mudó. Mi padre dice que tiene una maldición, pues hasta ahora todos quienes lo ocupan han sufrido alguna desgracia o se han marchado con algún problema inexplicable.

—¿Será que los vecinos nuevos se quedan más de un mes? —pregunto, aunque más para mí misma.

—Estoy dispuesto a apostar.

—Con mi suerte seguro que pierdo. No es justo.

Se echa a reír.

—¿Cuántos son? —curioseo.

El conserje levanta dos dedos.

—Una mujer y su hijo —aclara—. Los dos parecen salidos de Hollywood.

Abro mis labios asombrada. Familias así no llegan a los suburbios, mucho menos a departamentos tan indecorosos como los nuestros. No quiero decir que vivo en un basural, pero créanme cuando digo que por poco el edificio no se cae a pedazos. Ni mencionar ese feo y traicionero ascensor.

—Bueno —trago saliva—. Si es así, deberé echarles un vistazo.

El señor George entrecierra los ojos y asiente. Es justo lo que él quería oír. A los dos nos gusta cotillear sobre los vecinos. Es divertido volver de clases y que me cuente las locuras que pasan en el edificio.

—Cualquier cosa, aquí estoy. Tal vez yo también pase a echarles un vistazo con alguna excusa.

Apresuro mi paso hasta el ascensor y presiono el botón para subir. Este no tarda en llegar y abrir sus puertas. Con delicadeza entro y le doy al botón del piso 7, donde vivo con mi familia —y donde los nuevos vecinos lo harán—. Las puertas del ascensor están a punto de cerrarse, pero una pierna se interpone en medio, haciendo que estas se abran de nuevo.

En cámara lenta, como sacado de una película juvenil o bien tratándose de los efectos especiales de una película de acción, veo cómo al abrirse las puertas Chase aparece del otro lado. ¿Qué es lo que Chase Frederick hace en los suburbios? Restriego mis ojos para comprobar que es una ilusión y ruego que lo sea. Pero no, allí está él. Entra con su rostro desinteresado y presiona el mismo piso que yo.

¡Oh, por Einstein! Dime que esto es un maldito sueño... ¡Dímelo!

Chase mete sus manos en los bolsillos y se apoya en una de las paredes del ascensor. Trato de disimular mi asombro, aunque parece en vano, pues él clava sus ojos en mí, mas no dice nada.

Regla número 2, Michi, recuerda no mirarlo.

Cierro los ojos con fuerza y cubro mi rostro con un mechón de cabello.

En menos de un minuto el ascensor se detiene y abre sus puertas. Lo que realmente fueron segundos, para mí fue una eternidad de tortura. Chase es el primero en bajar rozando su brazo con mi hombro. Eso hace que todo mi sistema nervioso colapse y me desequilibre. Lo maldigo para mis adentros para luego seguirle detrás, con paso lento y sintiéndome derrotada, como siguiera el largo camino hacia un entierro.

Afirmativo, Houston —me digo a mí misma al ver que Chase golpea la puerta del departamento de al lado—. Chase es tu nuevo vecino. Repito: Chase Frederick es tu nuevo vecino.

¡Necesito llamar a Anne ahora mismo!

Al entrar a mi casa mi gato me recibe. Apenas puedo prestarle la suficiente atención. El nuevo descubrimiento me tiene el cuerpo agarrotado y lo único que puede solucionarlo es contarle a Anne. Necesito expulsarlo como si fuera vómito verbal.

—¿Michi? —La voz de mi amiga suena como si le estuviera hablando alguien del más allá— ¿Eres tú?

—Claro, ¿es que no me tienes agregada a tus contactos? —intento sonar ofendida.

—No seas tonta. Claro que te tengo en mis contactos, con un emoji y todo. Pero me resulta extraño que estés llamando. Tú no eres de usar el celular.

En eso tiene razón. Yo, el celular y la computadora no somos muy compatibles. No son para mí, no nos caemos bien. Los uso cuando es estrictamente necesario, como para hablar con mi mejor amigo, por ejemplo.

—Ah.

—Hola, Michina —me saluda J.J. Al parecer, tiene el altavoz puesto.

—Hola de nuevo... —sonrío como toda una boba imaginándome a ese par de tortolitos andando en el auto para irse a comer a algún sitio romántico. Es una escena bella. Una que es interrumpida por la razón de mi llamada—. Ah, maldición, al tema.

—¿Qué ocurre? —escucho esta vez a mi amiga— Si me estás llamando, algo muy malo o muy bueno debió pasar.

—Chase está en mi edificio —digo sin cortarme.

—¿Qué dices?

—Que Chase está en mi edificio —lo digo como un manifiesto—. Es mi nuevo vecino.

Juraría que Anne tiene los ojos saltones y la boca entreabierta. La conozco demasiado bien como para imaginarla así. Yo estaría igual. ¡Yo estoy igual!

—Pero... pero ¿cómo? ¿Estás segura de que era él?

—Segurísima. —Miro hacia el ventanal de mi cuarto que da hacia el balcón. Pato está ahí afuera, jugueteando con una hoja seca que debió perderse volando. Tengo que ser cuidadosa, estoy segura de que la brisa podría llevar mis palabras a los oídos de Chase—. Nos subimos juntos al ascensor. Casi muero de un infarto. Luego bajó... Y bajó en el mismo piso que yo. Y cuando golpeó la puerta de al lado casi muero otra vez.

—No puedes morir dos veces —interviene J.J.

—Lo digo en sentido figurado.

—Amor, no te metas —regaña Anne y regresa al tema—. Quizás está de visita.

—George dijo que no. Que se han mudado.

—¿Él y quién más?

—Su madre.

—¿Y el padre?

—No lo mencionó.

—Chismecito —ríe con malicia—. Se han separado. Por eso Chase agarró el afiche, porque ya no tendrá su apoyo.

—Esa es una teoría muy apresurada.

Aunque no la descarto.

—Bueno, ¿y qué esperas para confirmarla?

Oh, no, no. Yo sé lo que quiere decir con eso.

—No pienso ir a verlo.

—Si no vas, yo te arrastraré.

—Me niego a comprobarlo. —Vuelvo a mirar hacia el balcón, nerviosa de que puedan oírme—. Es mejor no relacionarme con él ni con cualquiera que lo rodee. Lo escribí en mis reglas de supervivencia escolar —hablo tan rápido y raspado que me canso.

—Escolar, tú lo has dicho.

—¿Y qué puedo decirles? Hola, soy Michi, vine a copuchar. ¡Por supuesto que no!

—Inventa algo o...

—¡Pato! —chillo al ver que mi gato da un salto justo hacia el balcón vecino, el cual solo nos divide un medio muro de concreto. Salto lo más pronto que puedo hacia el balcón, y me doy cuenta de que Pato está en el balcón de al lado, meciendo su cola como decidiendo si debería entrar al departamento o no.

—¿Michi? ¿Michi estás ahí? —escucho a Anne en la distancia.

—Eso es muy malo... —Las manos me tiemblan—. Pato saltó al balcón de al lado.

—Ve a buscarlo antes de que el tal Chase lo haga brocheta —dice J. J.

Sé que lo dice en broma, pero es Chase Frederick, lo veo capaz de agarrar a mi gato y cocinarlo solo para tener el placer de hacerme sufrir.

Corto la llamada para poder pensar con claridad.

Lo primero que hago es llamar a Pato en susurros. No quiero alzar demasiado la voz para no llamar la atención de Chase. Además, dudo de que Pato regrese. ¡Es un gato! Los gatos hacen lo que quieren y cuando quieren. Así que pienso en la posibilidad de esperarlo. Luego, llamarlo con una lata de comida. Pero no viene. No quiere venir. Veo la hora en mi reloj de pared por si mis padres están por llegar a casa. Sin embargo, la suerte, como siempre, no está a mi favor.

Al final me armo de valor y decido ir a golpear la puerta de mi —desgraciadamente— nuevo vecino. Frente a la puerta las manos me sudan y las piernas me tiemblan. Tengo la sensación de estar flotando en alguna nube que en cualquier momento se disolverá y me hará caer contra el suelo de concreto. Mi mente también juega conmigo, me lleva a los posibles acontecimientos y en todos ellos no tengo escapatoria alguna. La boca se me seca y mi pecho se inflama en una aglomeración de nervios.

—Calma —me digo entre dientes—. Esto debes hacerlo por el bien de Pato.

«Por mi gato», me repito y golpeo.

Una mujer de ojos azules, cabello rizado y rubio, y los labios pintados de rojo me abre. Es hermosa. Llamativa y muy bella, como sacada de un cuento de hadas. Tiene un vestido largo, con corte en V y un estampado floreado que le da un toque marrón que va a juego con su aspecto relajado, pero muy sofisticado.

—¿Sí?

Su pregunta me saca de la ensoñación y los nervios vuelven.

—H-hola... Bienvenida... —titubeo al mismo tiempo en que me acaricio las manos y la cara me arde—. Soy su nueva vecina —digo con inseguridad. ¿Ella es mi nueva vecina o yo soy la suya? Ay, por todos los astros...

—Pero qué grata sorpresa —dice y su sonrisa se ensancha todavía más—. Gracias por venir. ¿Quieres pasar?

Ahora es cuando le digo que mi gato —que es un revoltoso y entrometido— se metió a su casa sin permiso.

—Claro. Gracias.

Odio no poder decir que no.

La mujer se aparta un poco de la puerta, permitiendo que entre. El departamento tiene la misma estructura que el mío, solo que con las paredes de un monótono color beige. Hay cajas por donde mire, cada una de ellas más grande que la otra. Me impresiona ver que también hay algunas decoraciones ya puestas y algunos muebles en lugares que los hacen lucir perfectos.

—Lamento el desorden, estoy recién acomodando todo.

Quiero soltarle el típico «mi casa es un desorden», pero me contengo. Necesito mirar cada rincón en busca de Pato.

—Soy Margareth Thompson —se presenta y coloca una mano en su pecho, enseñando sus uñas largas y con un diseño a juego con su vestido. Dios, amo a esta mujer—. Puedes llamarme Margareth, bella.

Recién caigo en cuenta de que se apellida diferente a Chase. Eso quiere decir que Anne tiene razón: se ha separado de su marido.

—Yo soy...

La aparición fantasmal de Chase me perturba lo suficiente para callar. Es tan obvio que mi atención se centra en él que incluso Margareth se voltea.

—Él es mi hijo, Chase.

No hace falta que lo presente, lo conozco muuuy bien... para mi mala suerte.

Trato de regalarle mi mejor sonrisa cordial. Lo intento de verdad. Lo intento con todas mis fuerzas. Lo intento y pienso en lo mucho que lo odio. Entonces todo se queda en una escuálida sonrisa de disgusto.

—Con que eres tú —dice Chase.

¿Yo? ¿Por qué lo ha dicho como si me conociera?

No, no. Yo soy una invisible. Me he ocupado de estar siempre al margen de todo en Jackson, de evitar mis encuentros con él, de no toparme en su camino. De estar apartada de sus fechorías. ¡No puede reconocerme!

—¿Sabes quién soy? —digo con la voz entrecortada y temerosa. No quiero mirarlo. No debo mirarlo. Pero... rayos, lo hago, porque es magnético y porque necesito saber si se está burlando de mí.

Chase me hace un repaso con la mirada y ese aire arrogante retorna a su ser. Lo odio. Odio su actitud pedante. Y odio que me mire como si fuera inferior a él.

—Eres la chica con la que me topé en el ascensor —responde con indiferencia, aplastando por completo mi creencia de que me había reconocido por ir durante cuatro años en el mismo maldito curso.

Es un alivio, en parte.

—¿Qué hace aquí? —le cuestiona a su madre.

—Es nuestra vecina. Vino a darnos la bienvenida.

—Sí, eso... —A rescatar a mi pobre gato—. Vine a...

Un momento. Si Chase viene saliendo de la habitación que da hacia el balcón, eso quiere decir que no ha encontrado a Pato. No lo ha visto. A menos que sí lo haya visto y lo sacara a patadas del departamento... o por el balcón. No... Mi pobre Pato.

—Vineasaludarlosperoyamevoy.Queseacomodenbien.

Hablo tan rápido que ni yo misma me entiendo.

Pero eso no es lo importante. Lo importante es que vuelvo a mi departamento con el corazón en la mano reclamándome los mini paros cardiacos que le provoco por hacer estupideces. ¿Lo peor de todo? Pato se asoma por la puerta de mi habitación. Campante. Luciendo su pelaje negro. Meneando la cola. Burlándose de mí.

¿Una relación de amor-odio? Pues ahí la tienes: la mía y la de mi gato.

Hago la rutina de siempre con la única diferencia de exigirme —además de estudiar y ser la mejor— no toparme con Chase de nuevo. Jamás en la vida. En el edificio, al menos, porque es imposible no encontrarlo en Jackson. Han pasado dos días desde que Chase Frederick se mudó al lado y en esos dos días ha faltado a clases. Hoy espero no verlo. Quiero ser para él la chica invisible, no quiero que me reconozca. De verdad, no lo deseo.

Me miro por última vez al espejo comprobando que mi falda no se vea mal y no esté muy corta. Arreglo los tirantes de mi mochila antes de salir de casa. Mis padres también tienen que irse a trabajar, por lo que el departamento se les hace pequeño. Yo que soy precavida, me levanto más temprano para tener el baño todito para mí.

—¿Ya te vas, Michi? —ataja papá, justo antes de comprobar por segunda vez que todo dentro de mi mochila esté en orden. Él ordena su lonchera para el trabajo.

Le respondo con un movimiento distraído con la cabeza. Me he dado cuenta de que no llevo mi libro de Más allá de la Tierra.

—¿Tan temprano? —me pregunta esta vez mamá, que está lustrando sus zapatos.

Ambos trabajan en el mismo call center y en el mismo puesto. Allí se conocieron. A veces les gusta interrogarme igual que lo harían con algún cliente, lo que es un poco agobiante para mí.

—Sí, es que...

«No me quiero cruzar con el nuevo vecino», completo.

—Tengo que hacer algo en el colegio —opto por decir. Por supuesto sonar casual no es muy lo mío. Ambos saben que estoy mintiendo. Me conocen desde hace diecisiete años, saben perfectamente cuando estoy mintiéndoles.

Papá decide no preguntar más. Es mamá la que nunca quiere guardar la distancia y hacer preguntas de más. Por suerte hoy está apurada.

—¿Irás en tu bicicleta? —dice, retomando lo que hacía.

Asiento.

—Ten cuidado allá afuera —advierte.

Después de comprobar que nadie esté por el pasillo, salgo lo más veloz hacia el ascensor. Corro la suerte de que no tarde demasiado en llegar, así que me meto sin pensarlo dos veces y presiono el botón para cerrar las puertas. El instante en que veo cerrarlas expulso el aire de mis pulmones para liberar tensiones. Pero —sí, un méndigo «pero»— he cantado victoria demasiado pronto.

Las puertas se vuelven a abrir y Chase entra.

Me obligo a dar un grito dramático para mis adentros, sin que él note que estoy disgustada. Ambos actuamos como completos desconocidos. Es él quien presiona el botón para bajar. El ascensor cierra sus puertas con velocidad asombrosa por primera vez en mucho tiempo, pero al bajar emite un ruido metálico que despierta mis alarmas. Es un ascensor viejo, los ascensores viejos emiten ruidos espeluznantes, por eso prefiero no darle demasiada importancia. Haciendo una enorme fuerza, el ascensor desciende al piso 5. De pronto se escucha un ruido extraño. Un ruido de que todo anda horrible. Mi corazón da un vuelco por el estruendo. El ascensor baja al cuarto piso con sus cables rechinando. El miedo me invade y lo primero que hago es aferrarme a lo más cercano a mí. Después de un ruido parecido al que emiten las ruedas de un auto al frenar, todo queda en silencio. Siento que el corazón me late a mil por segundo, mi respiración agitada y los espasmos de mis deseos retenidos por llorar.

—¿Qué ha sido eso? —le pregunto a Chase, pero la respuesta es obvia. Cuando las luces del ascensor se apagan un momento, doy un grito ahogado—. ¡Dime que no es cierto! ¡Dime que no es cierto, Houston!

—¿Houston? ¿Quién es Houston? —acusa Chase. Su voz es mágica. La luz provisoria del ascensor se enciende. Chase carraspea y baja su cabeza para mirarme—. No te aproveches de la situación, ¿quieres?

Frunzo el ceño y él mueve su brazo, el cual tengo aferrando a mí. Aparto mi cuerpo de él como si estuviera cubierto de espinas, sintiendo mis mejillas arder. Acaricio mi brazo, algo avergonzada; no obstante, me recupero cuando caigo en cuenta sobre nuestra situación.

No hay tiempo para vergüenzas, Michi.

—Quizás está trabado, hay que... —suspiro, apretando los botones del ascensor. Ninguno responde— conservar la calma.

—Llamaré a emergencias —informa. Giro a verle cuando maldice—. Maldición, no hay cobertura. Ni de móvil ni de internet.

—¡No juegues! —grito. Nerviosa, saco mi celular del bolso, siento un bochorno cuando compruebo que Chase no miente.

Los dos nos miramos con preocupación en nuestros rostros. Es Chase quien rompe la conexión y se sienta en un rincón del ascensor.

—Hay que esperar, tarde o temprano, alguien se percatará de que el ascensor no funciona. —Asiento pensativa e imito su accionar, sentándome en el otro rincón del ascensor, quedando frente a él.

No puedo evitar sentirme intimidada por su mirada que recae sobre mí. Me mira a través de sus pestañas, con el mentón ligeramente elevado. Un brazo apoyado en su pierna flexionada. Se ve tan relajado que siento envidia y mi odio por él crece mucho más.

Mi vocecita interna —o sea, yo— me recuerda que tengo una lista de reglas que acatar. Una lista que no misma escribí para sobrevivir a mi último año sin percances. Es tan absurdo que mis propósitos se ven rotos por un viejo ascensor. 


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Y así concluye el primer capítulo de esta nueva versión. Como ven, no hay muchos cambios, pero ya se muestra que hay cierta rivalidad que tiene más peso en la vida de Chase y Michi. La escena del ascensor de demasiado ✨icónica✨ para dejarla en el olvido.

¿Se dieron cuenta que ahora los capítulos son más largos?

En la versión antigua el primero duraba creo que 1.7k y este 5.5k~ 

¿Y vieron que las descripciones de los chicos cambió? Tenía que poner que Mika tiene corazón rompantico en el fondo xD

¿Les gustaría que salga Astrid? 😏

Michi usa el autobus, puede que se topen alguna vez.

Una F para la vespa de Michi que pasó a mejor vida xD No la quise poner en ella porque meh, esta Michi prefiere pedalear~

Y eso me hace preguntar, ¿saben andar en bici? :O

Yo sí, pero creo que ya perdí la práctica.

Les dejo un pequeño adelanto del próximo capítulo :D

—Y eso no es lo mejor de todo. Él sabe de tu existencia. ¿Sabes lo que significa eso?

—Que sabe de mi existencia —repito de manera autómata.

—Que ha puesto los ojos en ti antes. Te ha mirado. Le has causado curiosidad. Eso, querida mía, no pasa con cualquiera. Tienes algo que llama la atención de Chase Frederick.

Nos vemos la próxima semana con el segundo capítulo~

Un jamoneo bien intenso y báñenseee 💜

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