Una charla a media noche.

—¿Se le ha perdió algo?—Ella dio una fuerte patada al suelo de madera, frustrada por ser descubierta tan fácilmente.

— ¡Oh,  para nada!—Respondió,  sonriendo forzadamente, mientras su mirada chocaba contra la de un muchacho,  con prendas humildes y rostro trabajador, se veía joven,  unos 20 años como mucho y llevaba en brazos un cajón de fruta, se le hizo la boca agua.

—¿Tiene hambre? — Le preguntó avergonzado,  quizá poco acostumbrado a tratar con las chicas, entonces ella asintió fuertemente,  deseando no saber como lucia su hambriento semblante. —Si usted gusta, majestad, le puedo guiar a las cocinas...

— No quiero que te metas en problemas —Se apresuró a decir, muriendo con cada rugido que su estómago soltaba, el negó con la cabeza,  sonriente y relajado.

— No se preocupe,  solo asegúrese de ir detrás mío,  que este barco es enorme — El muchacho caminó por entre barriles,  llendo de un lugar a otro, bajando más y más,  como si el barco fuera tan profundo como el mar mismo,  al final llegaron a un pasillo y, volteando a ambos lados, abrió una trampilla,  donde unas escaleras descendían (de nuevo) y realizó una reverencia —Pase, majestad,  pase—Elsa asintió agradecida y caminó, con un poco de emoción,  por hacer algo que no debía.

Cómo estaban a oscuras el joven se encargó de encender algunas velas, que no cubrían con luz todos los rincones,  pero bastaba, después dejo el cajón en la mesa y encendió una estufa sencilla, después comenzó a sacar cosas de una alacena y a realizar mezclas, cada vez más apetitosas que la anterior, Elsa contemplaba todo con asombro, sintiéndose inútil por no saber hacer nada que no fuera ser un imán de problemas.

—¿Cómo te llamas?—Preguntó con cuidado,  observando el fuego consumirse.

— Me llamo Douglas—Respondió el  chico, de cabellos cobrizos, mientras levantaba la sartén y el omelet daba vueltas en al aire. —Usted debe ser la reina Elsa, me imagino.—Añadió,  más para si mismo que para la rubia.

— Si, lo soy —Contestó ella, jugando con la fruta.—Cuéntame,  Douglas ¿Cómo fue que terminaste en la flota de las islas sureñas?

—Mi padre siempre ha servido  a la familia real y yo debía seguir con esto—Douglas comenzó a poner la comida en un plato, con agilidad y sencillez,  adornando el omelet con un poco de granada, ella mecía los pies por debajo de la mesa, impaciente, mientras el olor la seducía. Del techo,  ollas y cacerolas colgaban en silencio,  mientras tiras de salchicha y tocino se hacían pasar por serpentinas.

—¿Y te gusta tu empleo?—Sus tripas rugieron, mientras cortaba el platillo con un cuchillo,  Douglas se sentó frente a ella, mientras sus labios se curvaban en una respuesta afirmativa, tenía rasgos dulces e infantiles, esas pecas no le ayudaban mucho a verse más maduro, incluso sus ojos verdosos eran similares a los de su hermana...Era como una versión masculina de Anna.

—Si, señorita, en especial porque tengo la oportunidad de viajar a lugares que como un simple aldeano no podría costear, además, no tengo otra opción —El joven suspiro, pensativo, mientras la rubia deboraba el aperitivo,  en silencio —¿Le gustó?—La cuestionó,  ansioso, mientras ella afirmaba con satisfacción, el plato estaba completamente vacío.

— Te lo agradezco —Dijo Elsa, el se encogió de hombros.

— Es mi trabajo —Concluyó, mientras sus pecas se camuflajeaban entre el rubor.

— Dime, Douglas ¿Hay alguien especial esperandote en casa, eh? —La soberana levantó las cejas, con picardía, divertida por las reacciones faciales del chico, idénticas a las de su compañera de sangre.

— Si...supongo—Fue la respuesta —Pero creo que no somos pareja.

—¿Cómo se llama?—Ella nunca se permitía sentir curiosidad por temas banales como esos, siempre interesada en la filosofía e historias,  había dejado a un lado cosas que hacían que su imaginación volará a los cuentos de hadas que su padre le contaba, sobre príncipes y doncellas, enamorados en secreto..."Mi príncipe H" Pensó, deseando que Douglas tuviera una mejor oportunidad que ella.

—Su nombre es...bueno....es.....su nombre es...—Las orejas del veinteañero se tiñeron de rojo, mientras los obres azules esperaban la respuesta —Es algo imposible así que da igual...

— Nada es imposible, Douglas —Susurro la albina, mientras el chico la observaba expectante, como si se conocieran de toda la vida. Ahí estaba ella, la chica que creí que nunca lograría controlar su magia, diciendo que nada era imposible...¿Qué seguía?  ¿Enamorarse de Hans? ¡Por favor!

—Su nombre es Mérida —su cara pecosa ahora estaba violeta — Es la princesa —Añadió en un susurro tan bajito e inaudible como el caminar de un gato negro durante la noche.

—¿Hablas de la prometida del príncipe Hans? —Le dijo ahora, con voz igual de baja, llena de interés,  Douglas suspiro con tristeza.

—De la misma —Ahora sus ojos parecían apagarse, aunque Elsa pensaba que se debía a las  velas que se convertían en cera derretida.

—Pero ¿Cómo la conoces?—El se mordió los labios.

—Un día,  en realidad no importa —Se notaba avergonzado —No debí decir eso, lo lamento.

—¡No, yo te apoyo! —Dijo la albina, en señal de aprobación, aquello le parecía una oportunidad perfecta para que Hans no se saliera con la suya y, también,  para que un buen muchacho terminará junto a una buena muchacha,  le costaba admitirlo,  pero era romántico.

—Pero ella se casará en poco tiempo, no tiene caso, alguien como yo no puede competir contra alguien como el príncipe —Douglas podía decir aquello, pero sus ojos pedían ayuda y Elsa, como la reina que era, estaba dispuesta a hacerle ver lo correcto.

—¿Por qué no? Eres muy guapo y gentil, querido Douglas, me temo que tu eres una persona con valores morales mucho más elevados que aquel señor de alta alcurnia — Afirmó la ojiazul,  entusiasmada.

— Entonces, majestad, confío en usted —Se estrecharon las manos, el chico de cabellos cobrizos le regaló una sonrisa titubeante —¿Y usted? Me refiero ¿Tiene a alguien especial? —Meditó la respuesta, mientras H, Hunter y el enmascarado de su cumpleaños paseaban por sus recuerdos.

—Tengo a Hunter, es como mi... —Pensó mejor en sus palabras —Mi novio — Era extraño decirlo en voz alta, especialmente porque no sabía lo que eran, pero ya habían compartido un par de besos y se llevaban conociendo un par de décadas,  así que eso bastaba para ella, Douglas le dio un tímido golpe en el brazo,  con una mirada de "Aquello no me lo esperaba" y la reina le regreso una con el interrogante "Yo tampoco"

—¿Se casaran?

— En un futuro,  sí —Eso era aún más extraño, los planes de casarse no estaban todavía —Toda la gente lo hace y creo que él es el indicado. Creo que...todos merecemos el intento de un final feliz. —Douglas asintió apoyando la idea.

— Lamento interrumpir, yo me retiro — De las sombras un pelirrojo se abrió paso, mientras el alma de los dos caía hasta el suelo, Douglas,  principalmente, quería ser tragado por las olas en ese momento, esperando un castigo, pero el príncipe se veía calmado,  quizá incómodo, pero nada más. Elsa frunció el ceño.

— ¿Cuánto escuchaste? — Le preguntó, mientras el rubio rojizo con pecas se escondía detras del frutero.

— Nada —Mintió el príncipe, con una mirada extraña,  exclusiva para la joven.

— Claro que lo hiciste, de seguro lleva ahí un buen rato — Puso sus manos en las caderas,  mientras lo confrontaba.

— Oh, lo suficiente —Dio grandes zancadas hasta la puerta, abriéndola con un chirrido, después se giró y con una expresión melancólica agregó: — Espero que cuando sea su boda me inviteís —Y salió del lugar, dejándolos con tensión en el ambiente. Douglas miró a Elsa, después a la puerta.

— Eso fue extraño.

                         ...

— Hans —El príncipe caminaba de un lado al otro de la habitación,  mientras un pelinegro guardaespaldas revolvía con una cuchara el azúcar de su café. —¿Puedes detenerte? Me he mareado de tan solo verte.

— Cállate,  Jamil — Lo cortó el príncipe, arrugando el rostro, el mencionado puso los ojos en blanco.

— Si tanto te afecta su presencia no deberías haberle rescatado — Hans encogió los hombros, con la mirada perdida.

— No es eso... —Continúo con su caminata,  inquieto —Ella tiene novio.

— Claro que debe tenerlo, es atractiva y una gran persona ¿Esperabas que fuese soltera toda la vida? —El guardaespaldas dio un rápido sorbo a la humeante bebida, el ojiverde hizo una mueca de duda.

— Es sólo que me parece muy extraño —Se sentó de golpe en el sofá al lado de su acompañante —Pero creo que tienes razón, hasta los lobos solitarios se terminan uniendo a una manada.

— Claro que a mi me hubiera gustado ser el afortunado — Comentó Jamil —Es una pena.

— Lo es —Convino Hans, Jamil sonrió con burla—¿Qué me miras?

—Es solo que pareces un poco alterado por el tema, que nada tiene que ver contigo.

—¿Sabes? No te importa—Jamil soltó una carcajada.

— Mi trabajo es hacerte ver los errores,  lo que no crees saber o lo que no  crees querer —El hombre se acomodo el cabello —Y lo que tienes ahora son celos.

— Maldita sea,Jamil, no tengo celos, ella no es nada para mi ¡La odio! —Gritó,  no tan convencido —Odio que arruinará mis planes, que todo el mundo le quiera, que sea tan poderosa, inteligente y lind... —Jamil lo señalaba con el dedo acusadoramente.

— Esos son celos.

—¡No, ya déjame!— Lo empujó a la puerta, buscando ocultar sus mejillas encendidas.

— Si, claro — Le dijo el guardaespaldas desde el otro extremo.

— No me gusta — Gruñó el príncipe, tirándose con fuerza  a la cama, con la vista en el techo.

Había dejado muchas cosas en su camarote, desde libros hasta pinturas, pero lo que mas le importaba era el pedazo de su vida que permanecía encerrado,  junto a aquella mujer, cuyos ojos brillaban como el halógeno desgarbado, cuya silueta era tallada en alto detalle...Cuya vida debía haber terminado hace dos años.

No estaba emocionado, ni mucho menos, por su boda con la pelirroja tira flechas, no solo porque se odiaran mutuamente, sino porque eso sería renunciar  completamente a su libertad ¿Quién no ama la libertad? Esos años viajando por el mar, acompañado de Jamil, de su fiel tropa, pescando, nadando, descubriendo...Ahora se irían por la borda, atado a un escritorio, acompañado de una pluma y tinta, con su esposa reprochando su existencia y con hijos no deseados.

Tal vez, solo tal vez, ser Rey no era lo suyo.

"Una persona sin valores morales" eran cosas que decían de él en la corte"Un niño sin amor" susurraba la gente "Un mentiroso, con el que jamás voy a hablar" Dijo Elsa.

Suspiró cansado, eso no podía seguir así,  tenían que llevarse bien. El la haría portarse bien con él.

Así que con eso en mente se quedo dormido.

                      ...

Al despertar, varias notas estaban en su cama, probablemente recados de las cocineras o algo similar,  ya que siempre era acosado por ellas, pero no, eran notas de John, su hermano mayor, que los acompañaba en el viaje.

"HEY, cabeza de fosforito, la reina Elsa ha cerrado el camarote con hielo y se niega a salir sin antes hablar contigo, al parecer desearía haber muerto antes de permanecer en un mismo lugar junto a ti.

Buena suerte.

-John"

Molesto, arrugó la carta hasta volverla una bola y, abriendo la ventana, la dejo caer al mar.

Se vistió lo más rápido que pudo con la ropa que encontró por ahí, ya que sus cosas estaban en la habitación de la reina del hielo. Se acomodó el cabello y limpio su rostro, viendo con desagrado sus pecas, odiaba las pecas.

— Buenos días, excelencia — Era un Jamil burlón,  esperando en la puerta —¿Gusta un poco de maquillaje para desaparecer las imperfecciones?

— Déjate de juegos, que tengo que ir a negociar.

— Mmmm...negociar, ese siempre ha sido tu pasatiempo favorito ¿No? Pequeño maestro de la manipulación.

— Si, si, como digas —Salió del cuarto, impaciente por salir y recibir el olor salado y fresco del mar, al instante el guardaespaldas apareció tras suyo.

— Lindo día para morir congelado — Dijo Jamil, señalando el cielo, despejado.

— Eres un mal amigo—Susurró el pelirrojo,  dándole la espalda y caminado hacia su antiguo camarote. No sabia que decir, pero lo mas seguro era que fuese atacado con palabras nada mas entrar, así que sin contratiempos abrió la puerta, empujando la pared de hielo que estaba al otro lado.

OH-oh.

¡PERVERTIDO! —Una bola de nieve le tapo el rostro, no lo suficientemente rápido como para que no viese nada, porque lo había hecho y, una pequeña parte de él, quería seguir viendo.

Una reina albina estaba en prendas menores, con su delicada piel al aire y la melena suelta, el se mordió la boca por detras de la nieve, indefenso ante ella, ante su encanto.

—¡Váyase! —Le gritó,  cubriéndose con la sabana, su vestido,  sucio y arañado,  del día del naufragio,  estaba en el suelo; de sus manos salía nieve, así que el supuso se estaba creando un nuevo vestuario.

— No fue mi intención—Dijo, divertido y acalorado, ella lo fulminó con la mirada.

— Váyase si quiere continuar con descendencia — Lo amenazó, ruborizada,  haciendo una seña que indicaba tijeras, un asustado Hans se fue, tragando el miedo que le provocaba la mujer.

"Pero sus curvas...." Movió la cabeza de lado a lado, tan incómodo como el día que se enteró que la cigüeña no lo había llevado y que sus padres....Habían tenido noches locas.

— Parece que nunca antes habías visto a una mujer en sujetador,  Hansel —Le dijo John, mientras Jamil señalaba su rostro, en el suelo, muriendo de risa.

— Ojalá se mueran los dos —Sugirió, mojandose la cara con agua fría —¡Pude haber muerto!

—No lo hiciste, así que por mi esta bien. —Su hermano mayor sonrió con inocencia.

Hans lo torturó con la mirada, humillado.

¿Por qué,  de todos los seres humanos del mundo,  él tenía que caer siempre en la broma? ¿Por qué?

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¡Buenas, buenas!

Estoy escribiendo a escondidas esto, ya que (por alguna circunstancia...) me castigaron el celular :c Asi que me veran por aca hasta la proxima semana, si es que consigo que me lo regresen antes, actulizare al instante.

Ya saben, votos, comentarios, lo que sea, es bienvenido.

Los comentarios del capitulo anterior los respondere en cuanto pueda...Junto con los de este.

Hasta luego!

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