Romeo y Julieta.

—Me gustas. —Confesó una chica, sonriente, mientras el muchacho junto a ella la miraba de ito en ito. —¡Escapemos juntos! Antes de lo inevitable, he preparado un barco con todo lo necesario y tanto él como yo seremos libres.

Ella lo dijo con todo el entusiasmo del mundo, mientras sujetaba la mano pálida de su pareja y meneaba los pies, actuando como una adolescente enamorada.

— ¿Estás loca? ¡No podemos! Además tu...tu le perteneces a alguien más ¡Estás siendo una cobarde!—La chica bajó la mirada con vergüenza, mientras él la empujaba con violencia. —Y, ya no me interesas, no eres lo suficiente para mi.

—¡Eso no es cierto!—Sollozó, mientras lágrimas cristalinas resbalaban hasta llegar a la barbilla —¡Yo te gusto! Lo decías, lo dijiste ¡Pensé que contaba con tu palabra! ¡¡No soy cobarde, soy la mujer más valiente que existe!!— Rugió, apretando los puños rasgando y secando las lágrimas con violencia. Ella nunca demostraba sus emociones, mucho menos sentimientos y ahora que lo hacía resultaba toda una mentira ¿En qué mundo vivía? Estaba harta de que todos tomaran decisiones en su vida sin consultarla, le había entregado su cuerpo, alma y espíritu ¡No podía hacer eso!

— Pues has pensado mal, yo no he venido aquí por ti — Espetó, como si fuera un acto digno de reconocer. — Yo planeé todo, querida.

—¡Estúpido! — Le abofeteó, cachetada tras cachetada, marcando cada mano con lujo de detalles en las pálidas mejillas del muchacho de ojos verdosos — ¡Mal nacido, bastardo, vil sirviente idiota! ¿¡No soy lo suficientemente buena!? ¡Soy una princesa que estaba dispuesta a abandonar el reino por ti!

El joven sólo recibía los golpes, sin decir palabra, disfrutando del odio que la chica le lanzaba como flechas directo al corazón. El dolor siempre le había gustado, la mala vida era su buena forma de pasar el rato y el hecho de jugar con aquella mujer le parecía la cosa más increíble del mundo, a pesar de tener rostro de inocente joven inmaduro, su alma estaba tan sucia como la suela de un limpia establos. El era bazofia a comparación del tan detestado príncipe Hans y nadie se daba cuenta de eso por el simple hecho de ser un sirviente. Amaba el sufrimiento y la mala racha. La vida lo había tratado mal desde pequeño y se acostumbró a eso. Su cara bonita e inocente le ayudaba, a cumplir sus metas tan malvadas.

Más extraño no se podía ser.

—¡Quítate! — La empujó, saliendo ya del trance del dolor — No te quiero volver a ver ¿Lo entiendes?

—¡No, no lo entiendo! — Le dió una patada en la rodilla, haciendo que su equilibrio se rompiera y el chico cayera al suelo. — No quiero que te quedes, debes de irte de este lugar ¡Si vuelves a poner un pie en MInación serás enviado a la horca! — Amenazó, mientras el nudo dentro de su garganta le impedía continuar.

—¿Tu nación? Según recuerdo tu ni siquiera quieres heredar el trono, cobarde — Respondió con sinismo, riendo sonoramente y volviendo el ambiente tétrico — No puedo irme, mi barco esta aquí.

—Pues muerete — Bufó, enterrando las uñas tan fuertemente en la palma de las manos que comenzaron a sangrar, dejando pequeñas marcas. Estaba destrozada. Su primer beso, su primer novio, su primer romance y su primera vez, la cosa más apreciada por cualquier mujer...se las había dado a él, al único que la había hecho sentir algo por el género masculino, antes de él los hombres no le interesaban, siempre había pensado en resignarse a la soledad. Ella no era un premio de consolación. Merecía el mayor de los crímenes.

— Con gusto lo haría, sin embargo, mi nueva presa está aquí y si quiero obtenerla.... —Sus ojos brillaron con lujuria, mientras la pobre chica retrocedía, la niebla y oscuridad cubrió los azules ojos, estaba sola y a merced de aquel loco.

— Me das asco, me das repulsión, te detesto, te odio ¡No permitiré que te le acerques a esa chica! Quien quiera que sea... — Su voz se quebró. No lo aguantaba. Tenía miedo de que el intentará algo, pero para su propio asombro, el muchacho retrocedió y guardó las manos en los bolsillos del pantalón de manta, borrando la sonrisa fanfarrona y regresando a la adorable expresión de quien no rompe un plato. Esa misma expresión que alguna vez le había enamorado.

— Es quien menos te imaginas, princesa. Quien menos te imaginas.

...                                                                                                                                                                       

Día 6.

24 días para la boda.

—¡Buenos días!— Saludó la albina, apenas ver entrar a la pelirroja al comedor. Tenía las manos vendadas y los ojos rojos. Asustada, preguntó: — ¿Estás bien?

— Si, Elsa, no te preocupes, es sólo que ayer salí a dar un paseo por la noche en Angus y agarré hiedra venenosa — Le explicó, con una sonrisa y tono aburrido — He llorado por el ardor de la belladona, algo normal.

— Ay, Mery, me habías asustado — Suspiró aliviada, la pelirroja comenzó a desayunar, mientras una expresión de dolor se formaba en su cara al agarrar los cubiertos.

— No te preocupes, es algo común al ir por el bosque, quizá algún día te toque a ti.

— Esperemos que no.

Comieron en silencio, mientras la chimenea frente a ellas las calentaba con su calor. Estaban inmersas en sus pensamientos, principalmente por sus respectivos sueños.

En uno, un hombre de potentes ojos verdes le robaba el corazón. En el de la otra, el mismo hombre la obligaba a mantenerse encerrada de por vida. Ambas sabían que él ya no era capaz de eso.

—Hoy es el primer evento del carnaval ¿Vas a asistir?— La princesa escocesa miró de reojo a la rubia, que estaba tan seria que daba miedo.

— No creo que sea conveniente, Mérida — Susurró, mientras su pulso se aceleraba de nervios, al imaginarse al príncipe sureño en el mismo lugar.

— Es tu obra favorita, no puedes dejarme sola ¡Te la sabes al derecho y al revés!

— Gracias por tu invitación, pero al declino — Elsa suspiró, viendo con un poco de miedo el rostro del sureño en el rostro de su amiga. Ultimamente lo veía en todas partes, como si se hubiese colado en el cerebro.

— Es Romeo y Julieta, no puedo aguantar ni un solo acto sin ti, anda, vamos. — Realizó un puchero, como cuando tenía 10 años y su madre no quería que tuviera un caballo.

— De acuerdo, vamos. — Era débil al aceptar tan rápido, pero aquella obra le encantaba, era trágica y tan prohibida e indebida. Montesco y Capuleto, dos grandes enemigos que logran pasar del odio al amor sobre cualquier escrúpulo que tuviera la sociedad. En definitiva, se sentía identificada. ¿Quién era su Romeo?

Subieron las escaleras y se encerraron en la habitación de Mérida, buscando que ponerse.

— Mis mejillas van a doler de tanto fingir sonreir — Comentó la menor, poniendo un vestido simple y una capa sobre sus hombros. Tenía que recibir a los nobles que llegarían (Que para su suerte no eran muchos) al primer evento, permaneciendo en la puerta todo el tiempo y, por supuesto, sonriendo.

— Me lo imagino — Contestó la rubia vagamente, sentada en la cama, acariciando el patron a cuadros escoceses. — Me pondré uno de mis diseños.

— ¡Eso si que no! — Mérida no era tonta y sabía varias cosas sobre lo que pasaba entre ciertas personas. Y en definitiva pasaba algo entre su amiga y prometido. Si aquella relación florecía ella sería libre. Un plan perfecto.

Así que de la caja de utileria sacó el brillante vestido blanco con adornos de perlas que sería usado para el papel de Julieta. Si la actriz llegaba tarde, como tenía planeado, su querida amiga haría el papel.

—Dime, ¿Te sabes los diálogos de la obra? — Preguntó como si tal cosa.

— Al derecho y al revés, fue el primer relato de Shakespeare que leí — Dijo Elsa con entusiasmo. — Mi padre me dio mi primer libro a los 5 años y no podría olvidar eso.

— Perfecto. — Le enseñó el vestido — ¿Por qué no te pones esto? Te quedará muy bien.

Subieron al carruaje que las llevó a la ciudadela, dejandoles ver la gran actividad del pueblo. Había banderines y pancartas de brillantes tonos verdes, desde el verde manzana hasta el verde botella, con el símbolo del clan Dunbroch en el centro. Por las avenidas la gente caminaba entusiasmada, con los rostros pintados de verde esperanza y grandes banderas como túnicas. Los puestos ambulantes estaban repletos de maravillas. Los olores se mezclaban en un extraño perfune, tan apetecible y exquisito que causaba apetito. Comida de todo tipo se extendía por largos pasillos, adornados por telas de colores y lentejuelas brillantes que del otro lado tenían enormes y pequeños objetos de diversas culturas antiguas. Había música, barriles y gente caminando con bolsas de aquí para allá, hablando con los vendedores como si se conocieran de toda la vida, cargaban la fruta y la lanzaban de un lado para otro como si fueran malabares.

—¿Qué es eso? — Preguntó la rubia, asombrada por tanta variedad y encanto en algo tan simple. En Arendelle no había nada parecido, había puestos pero no tan...vivos.

— Es la vida de Dunbroch — Explicó la pelirroja, con una gran sonrisa — Esas personas mantienen vivo el espíritu. Es el centro comerciante de la antigua leyenda del lago.

—¿Leyenda?

— Un monstruo marino de grandes proporciones que se ha condenado a vivir en nuestra laguna...Casi nadie le ha visto, pero los creyentes son muchos. — Explicó la chica, mientras reía divertida al ver a su amiga tan emocionada.

— Esto es tan lindo... — Se detuvo, viendo con asombro a una docena de pelirrojos avanzar por la calle. — ¿Tienes tantos familiares?

— No, no, aquí somos el reino con mayor población pelirroja. El 13% lo es y el 70% tiene los ojos azules. Soy muy común aquí, Elsa.

— No creo que seas común.

— Vaya que lo soy, pero no me molesta — Amplió la sonrisa — ¿Ves? —Señaló su rostro, cubierto de pecas y con los enormes ojos azules. — Común.

— No, yo veo a una chica única y diferente — Dijo la albina, mientras la quijada de su amiga temblaba y sus ojos de caían

— Gracias — Susurró con modestia, ocultando el rostro detrás de la melena rizada. Elsa podía jurar que estaba llorando.

— Sólo digo la verdad.

El resto del camino el silencio les hizo compañía.

Al llegar, una enorme construcción de piedras antiguas y grandes y diversas carpas les dieron la bienvenida. Era un castillo, más pequeño y básico, con una enorme explanada y una enorme carpa de colores para cubrir el patio del frío. A sus alrededores dulces y antojos eran vendidos con ahínco a las personas y un carrusel de ponys miniatura daba vueltas con la risa de los pequeños de fondo. En una marquesina, con grandes y lindas letras se leía el título del primer evento: Romeo y Julieta.

Debajo, junto a las puertas de roble, se encontraba el itinerario para los días que seguían hasta llegar a la gran boda real.

— ¡Que emocionante! — No dudo en decir, saliendo del coche y viendo lo que la rodeaba con ganas de recorrer cada rincón y divertirse en todas las atracciones de la feria. De pequeña, su madre la había llevado a la feria ambulante que se detuvo unos días en Arendelle, en ese entonces Anna era muy pequeña como para acompañarlas así que disfrutó sola de los juegos. Fueron los días más felices de su infancia.

—Sin duda, muy emocionante —Suspiró Mérida, contemplando la marquesina con expresión traviesa. — ¿Te he dicho que nuestros actores son de lo mejor?

— No, no lo habías mencionado ¿Quiénes son? ¡Oh, espera, no me lo digas! — La albina optó por unos segundos de concentración — ¿Wendy Darling? Creo que ella tiene mucho éxito ¡Y su Romeo perfecto sin duda es Peter! ¿Son ellos?

— Mmm...bastante cerca de la respuesta, pero creo que no. —Elsa movió el vestido con inquietud. La princesa nunca se imaginó ver a una reina tan seria tan emocionada

—Que lástima, me encantaría conocer a Wendy ¿Sabias qué ella ganó el premio de la Segunda Estrella? Es sin duda un logro. Claro que esa Tinker noséqué quiso quitarle el mérito, todo porque ella andaba con Peter... —Mérida no pudo evitar reir. Ella, la helada reina, demostraba que no estaba en una burbuja de cristal y que el mundo de la farándula no le era del todo ignorante. — Adoro el teatro.

— Ya veo, sólo falta que me digas la fecha y hora de sus logros. — Bromeó la pelirroja, dando al chico de la puerta las entradas para el espectáculo. — Tienes una memoria impecable.

Avanzaron por las escaleras del teatro, mientras una alfombra verde guiaba el caminó al escenario y el "fru fru" de la tela de sus vestidos al arrastrar y chocar con la alfombra era el único sonido además de sus voces.

— No es cosa de memoria, es cosa de sentimientos — notó sus mejillas encenderse — y mi abuela tenía una pasión particular por el teatro y la música.

Mérida se detuvo en seco. No pensó que la reina hubiera conocido a su abuela y nunca antes la había mencionado.

—¿Tu qué?

— Mi abuela — repitió Elsa, con la voz algo aguda — A ella le debo mis poderes, o al menos eso me dijeron mis padres.

—¿Tu abuela tuvo poderes? ¿Alguna vez la viste haciendo magia?

— No, la verdad es que nunca pude verla, o al menos no con plena conciencia. — Suspiró Elsa. —Pero yo soy idéntica a ella, no la recuerdo porque ella falleció cuando tenía 3 años.

—Entonces...¿Cómo lo sabes?

— Hay un retrato suyo en la galería del castillo — Las manos pálidas se aferraron a la tela color perla — Es como ver un reflejo mío. — De pronto la reina se detuvo. — Su cabello era larguísimo, de un rubio tan platinado que resultaba impecable y su rostro, era portador de las facciones más dulces y delicadas y la piel...parecía...

— De la porcelana más fina y blanca que se hubiera creado — la ayudó Mérida, deteniéndose a su lado. — Ya veo porque la reina Freja heredó sus ojos.

—No, sus ojos no eran azules.

— Pero dijiste que eras idéntica a ella — Repuso la princesa, reanudado el paso, sin embargo, la rubia no le siguió.

— Sus ojos eran de color violeta —Mérida no supo que decir, ¿Violeta?

—¿Y no fue cosa del pintor?

— No, no. Mi abuela tenía los ojos de ese color, pregunta a cualquier aldeano y te lo dirán. — Elsa sonrió melancólicamente. — Aveces ella y mi padre me hablan en sueños ¡Lo sé! Es raro, pero...es como si ellos siguieran con vida. Mi madre nunca aparece, ellos me dicen que está descansando. Mi padre tiene un aspecto diferente, como si se la hubiera vivido trabajado en el mar...

—También te creo, aveces me pasa lo mismo. Son visiones ¿no? —Mérida sujetó la mano de su amiga e inmediatamente sintió el frío

—Las luces también hablan conmigo, las luces mágicas y algunos ancestros también. Siempre me advierten del peligro y de la consecuencia de mis acciones, porque tienen prohibido comunicarse conmigo en la vida real.

—¿Estás diciendo que mis padres y mi abuela siguen aferrados aquí?

— Algo así. —Los ruidos de una gaita llamaron a la primera llamada y la gente ya les estaba dando alcance. — Ven, debemos apurarnos.—Guió a la rubia por un pasillo alterno, que llevaba a los camerinos. — Esperemos a que llegue la actriz ¿De acuerdo? Así la conocerás.

— Eso sería fantástico. — Mérida comenzó a sacar cosas de una maleta, desde cosméticos hasta una copia del guión. Decidida, le entregó la copia a la rubia.

—¿Y esto qué es?

— Una copia del guión, puedes leerlo si gustas — la chica de cabello rizado comenzó a sacar brochas y sombras, dispuesta a arreglar a la rubia para el gran debut. — Siendo tú mi invitada especial tienes que tener un look de infarto.

— Esto va a ser divertido ¿Cuándo crees que llegue la actriz? — la pelirroja se encogió de hombros, mientras cepillaba la larga melena ondulada de la rubia y la peinaba como mejor recordaba.

— Supongo que no ha de tardar, falta todavía mucho, es una de las ventajas de llegar temprano —colocó una corona de brillantes perlas, de la utileria y adornó con flores la cascada rubia, reforzando los rizos de las puntas. — Romeo se ha de estar preparando en el camerino de al lado.

Y eso sin duda fue un error.

—¡Debemos ir a verlo! — pidió la platinada, levantándose de un golpe —Quiero conocerlo.

— ¡No! —la detuvo la princesa, interponiéndose entre la puerta y la reina — Es el actor sorpresa.

— Eso es injusto ¿por qué sí puedo conocer a Julieta pero no a Romeo? —Elsa volvió a su lugar, dejando que su amiga comenzará a maquillarla. La pelirroja tenía un retrato detrás de la rubia para ver como debía ser el maquillaje de la actriz y así no arruinar el asunto.

Elsa, aburrida, comenzó a leer el libreto, aún más emocionada al ver que, en efecto, recordaba cada diálogo.

—No me había sentido tan emocionada en mucho tiempo —dijo Elsa, observando su perfecto reflejo en el espejo —Hace años que no asisto a un teatro.

—Pues eso es muy oportuno—Mérida se detuvo, observando el reloj de la pared.—Dime ¿Tienes pánico escénico?

—No, para nada —La rubia envolvió de escarcha el vestido, dándole "el toque" que tanto le gustaba.

— Magnífico, sígueme—la princesa la arrastró fuera del pequeño cuarto, mientras los invitados ocupaban las butacas. Llegaron detrás de bambalinas y la segunda llamada advirtió que era el momento del discurso. — Elsa, ha surgido una emergencia.

—¿Cuál?

—La actriz envió un memorándum ayer diciendo que no podía asistir —Sintió culpabilidad al ver el rostro tan angustiado de su amiga. —Y tú siempre has hablado maravillas de esta obra así que pensé en que tu...

—¿Querías que yo fuera Julieta? — Ella asintió con la cabeza. Poco a poco, aquella expresión de confusión y angustia se transformó en una sonrisa. — Será todo un honor. — Mérida le dio un fuerte abrazo, mientras su corazón se aceleraba al sentir que podía confiar (y engañar, como en esta clase de cosas) a Elsa como si fueran amigas de toda la vida. Elsa correspondió, con la adrenalina recorriendo sus venas y acelerando los motores. Mérida aspiró el aroma y acarició el cabello. ¿Qué le pasaba? ¿Se sentía débil y sola? Le dieron ganas de llorar, así que enterró el rostro entre el cuello y el hombro.

—¿Estás bien, Mery?

— Si, no es nada, ven, ya dieron la tercera llamada—Deshicieron el abrazo y la pelirroja la guió detrás de bambalinas, mientras el público recibía entre aplausos a los narradores: Hamish, Harris y Hubert.

— ¡Bienvenidos a nuestro primer evento!—Gritó Harris, mientras un suspiro de ternura general inundaba el teatro.— Que no os engañen nuestras sonrisas, que no queremos que nuestra hermanita se case. — Ahora una carcajada salió de los cortesanos. — Y así, os daremos inicio a la tan esperada obra...

— ¡Romeo y Julieta! — Terminaron los tres al unísono.

— Mérida, dime ¿Quién será Romeo?

— En unos momentos te darás cuenta.

El inicio le tuvo sin cuidado, ansiosa por la charla que presentaba a Romeo y deseosa del baile de máscaras. Entonces el aburrido inicio dio final.

Un hombre, de flamante cabello rojo y espalda ancha entró con porte y elegancia, acompañado de uno bajito y de cabello oscuro. Les daban la espalda a las dos, así que el suspenso le mataba.

— Son Benvolio y Romeo. — Exclamó la rubia, sonriente.

—De tu desesperación. — Dijo el muchacho que actuaba como Benvolio, dando paso a una de las frases favoritas de la albina.

—Es prenda del amor. Se agrava del peso de mis penas, sabiendo que tú también la sientes — Una lágrima se deslizó por su rostro, aquel muchacho tenía talento. —Amor es fuego aventado por al aura de un suspiro; fuego que arde en los ojos del amante.

— Déjate de pensar en ella—Le aconsejó su amigo, incrédulo.

— Enséñame a dejar de pensar.

— Hazte libre, fíjate en otras—Aconsejó Benvolio.

—Así brillará más su hermosura. Con el antifaz negro que resalta la blancura de su tez. Nunca olvida el don de la vista quien una vez la perdió. La belleza de una dama medianamente bella sólo sería un libro donde leer la perfección de mi adorada ¡Adiós! No sabes enseñarme a olvidar. —Romeo se marchó por el otro lado del escenario, moviendo la capa con una presunta arrogancia.

—Me comprometo de a destruir tu opinión—Susurró Benvolio, haciendo reír al público.

Conforme avanzaba cada vez más la obra las manos de Elsa temblaban más, la incertidumbre sobre el misterioso Romeo la estaba matando y dentro de poco ella entraría en escena. Su corazón se aceleró bruscamente cuando el muchacho aceptó la invitación al famoso baile de máscaras.

Una hermosa mujer, de cabellos oscuros y vestido elegante y voluptuoso entró pavoneándose con un abanico y contoneando las caderas por todo el escenario, todos aplaudieron su entrada, mientras una extravagante sonrisa pintada de rojo adornaba su rostro, de un color bronce. Tomó asiento en el sofá de la escenografía, mirando hacia a todos lados con expresión molesta.

—¡¡Ama!!—Gritó la señora, mientras una mujer de aspecto más humilde llegaba arrastrando los pies hasta su dirección— ¿Dónde está mi hija?— La rubia se tensó de tan solo escuchar esa palabra, Mérida la empujo un poco, era cuestión de segundos.

—Sea en mi ayuda mi probada paciencia de doce años. Ya la llamé—Respondió la mucama, con una débil sonrisa. — Cordero, mariposa, válgame Dios. ¿Dónde estará esa niña? ¡Julieta!

El público empezó a corear el nombre, así que armándose de valor dio un paso y luego otro, hasta que toda su figura se encontrará dentro de la escena. Los hombres gritaron y aplaudieron su imagen mientras que las mujeres exclamaron un "OOOH" sorprendidas. Vio su reflejo en el espejo detrás de la actriz de cabellos oscuros y realmente lucía muy bien y diferente, más segura. Hermosa.

— ¿Quién me llama?—Dijo, en un susurro nervioso. No sabía si su voz se escuchaba o no, pero sintió los colores subir por su cuello y explotar en las mejillas. Recordó que a los 9 años se subía encima de una silla a recitar el guión para sus peluches. El público no era formado por peluches. Tal vez esto era una equivocación.

—Disculpa, querida pero no te escuché, habla más fuerte— le aconsejó la señora.

—He dicho ¿Quién me llama?

—Tu madre— Dijo la mucama, invitándola a tomar asiento.

—Señora, aquí estoy. Dime que sucede— El reflector le daba directo en el rostro y tuvo la sensación de que se veía más pálida de lo normal, tuvo nauseas. Años ignorando hablar en público ¿quién diría que ahora estaría actuando?

—Sucede que...Ama, déjenos solas un rato...Pero no, quédate— La señora agarró su mano temblorosa, entendiendo los nervios que sentía y moviendo los labios sin hacer ruido le dijo: "Tranquila y sólo mírame a los ojos"

Elsa se preguntó si su madre hubiera hecho lo mismo.

—Deseo que oigas nuestra conversación. Mi hija está en una edad decisiva.

—No recuerdo que edad tenía exactamente.

—Todavía no ha cumplido los catorce—Bromeo la señora, sonriendo a los espectadores y a ella. No podía ser tan difícil.

—Dios te favorezca porque eres la niña más hermosa que he criado nunca ¡Que grande sería mi placer en verla casada!— Comentó el Ama, acariciando y enrollando un mechón platinado de la larga cabellera. —Mira esos ojos, tan azules como el mar y esos labios, rojos como la sangre ¡Afortunado el hombre que te tenga en brazos!

—Aún no he pensado en tanta honra—Agradeció con una amplia sonrisa. El Ama y la Señora estaban siendo muy comprensivas con el tema de la actuación.

—Ya puedes pensar en casarte. Hay en Verona mujeres de familia menores que tú, y yo misma lo era cuando apenas tenía tu edad. En dos palabras, aspira tu mano el gallardo Paris.

— ¡Niña mía! Un pretendiente ¡Si parece de porcelana!—El tono de voz de la Ama la hizo reír en voz baja, sintiendo como transportaba un poco más su mundo a la antigua historia.

—No tiene flor más linda la primavera en Verona.

— ¡Si, una flor! Sí que es una flor ciertamente. — El ama se levantó con dramatismo y agarró una rosa del florero, danzando por toda la sala.

—Quiero saber si le amarás. Esta noche ha de venir. Verás escrito en su cara todo el amor que te profesa. Fíjate en su rostro y en la armonía de sus facciones. Sus ojos servirán de comentario a lo que haya de confuso en el libro de su persona. Este libro de amor, desencuadernado todavía, merece una espléndida cubierta. La mar se ha hecho para el pez. La belleza gana en contener otra belleza.— La señora se levantó y la hizo levantarse, mientras tomaba sus dos manos en señal de apoyarla. La rubia recibió las palabras como un consejo personal, viendo a su madre en aquella mujer de ojos verdes y carácter extrovertido—Los áureos del libro esmaltan la áurea narración. Todo lo que tenga él, será tuyo. Nada perderás en ser su mujer.

Sus ojos parpadearon, indicando que continuara con la pregunta personal.

—Dime si podrás llegar a amar a Paris— En algún proceso de captura su cerebro colapso. Paris pasó a ser Hunter, la señora paso a ser su madre, la criada pasó a ser Gerda y Romeo...Romeo era...

—Lo pensaré— Fue toda su respuesta. Si Julieta y Paris tenían una relación como la suyo y Hunter, no estaba del todo segura de que su mejor amigo pudiera llegar a ser su esposo. Le costaba admitirlo, pero no amaba a Hunter de aquel modo, y Julieta no quería a Paris. Las dos se engañaban la una a la otra con descaro.

Las tres mujeres salieron de escena.

— ¡Lo haces muy bien, parece natural!— la felicitó su amiga pelirroja, a la vez que los de utilería cambiaban en un dos por tres la escenografía por la del baile.

—No podía haberlo hecho sin ayuda de ellas dos ¿Cómo se llaman?

—Ella es Esmeralda, es una actriz gitana de gran porte y la mucama es Ella (se pronuncia Ela), desde pequeña ha trabajado en servicio.

—Esmeralda es muy comprensiva, pero no parezco haber sido procreada por ella ni de broma— Mérida levantó las cejas divertida.

— ¿Lo dices por la piel?

—Lo digo por todo, me refiero...Ella tiene tanta seguridad y yo soy...Tan yo.

—Guarda silencio y ponte atenta, que ya vas a conocer a Romeo. —La princesa le entregó un lindo antifaz de color blanco— Póntelo.

Una carroza hizo aparición por el teatro, mientras el cochero anunciaba con ánimo que ya habían llegado a la residencia de la casa enemiga. El pelirrojo no le dio la espalda, pero el antifaz negro le dificultaba la tarea de averiguar quién era.

— ¿Daremos el discurso que teníamos planeado?— Preguntó Romeo. Su corazón se detuvo al ver aquellos ojos verdes detrás de la tela oscura, sólo habían unos ojos así en el mundo.

—Nada de rodeos. Para nada nos hace falta un Amorcillo de latón con venda por pañuelo, y con arco, espanta pájaros de doncellas. Para nada. — Dijo Benvolio con ironía, acomodando su antifaz azul media noche. — Entremos, camarada.

Los dos enemigos entraron en el territorio Capuleto, viendo con disgusto el gran éxito dentro de la fiesta. Romeo caminó entusiasmado entre las masas, todas vestidas con grandes y costosos trajes y vestidos, buscando a aquella mujer cuya belleza asemejaba la perfección.
El mayordomo sacó un largo pergamino y aclaró la voz, llamando la atención de todos los falsos invitados.

— Tengo el placer de presentar a la bella señorita Julieta Capuleto — Elsa salió de trasbambalinas y, agitando la mano como en su cumpleaños veintitrés, realizó una reverencia. Es como si se hubiese transportado a aquel día.

Sólo que Anna,Kristoff y Hunter no estarían con ella.

La orquesta comenzó a tocar, mientras los cortesanos realizaban un baile elaborado. Nerviosa, se acercó a la fuente de chocolate decorativa y esperó ahí, viendo a la señorita Esmeralda discutir con Teobaldo. Eso significaba que Romeo se acercaría a ella.

— Hermosa fiesta señorita — Dijo una voz masculina detrás suyo. El cabello de la nuca se erizo y sus oídos se agudizaron, era esa misma voz de su cumpleaños. — Me imaginaba que sería tan bella como usted. — Tomó su mano con delicadeza, depositando un beso suave que le dio una corriente de energía. Era un hombre alto, fornido, de traje negro y antifaz a juego. Con aquellos ojos que la volvían loca.

"Vas a pagar por esto, Mérida" Pensó mientras su mirada conectaba con la del pelirrojo. Ahora estaban los dos, en el salón de Arendelle, coqueteando bajo el candelabro de cristal. Sabía lo que vendría después. Deseaba que pasará lo que vendría después.

—Me imaginaba que estaría con su novio, París — Argumentó el muchacho, ronroneando las palabras. Le dió gracias al antifaz por cubrir por segunda vez su sonrojo. — Si mi comentario ofende me disculpo.

— Es que en realidad no tengo—La enorme y perfecta sonrisa del pelirrojo derritió su sentido común. — No ha llegado el indicado.

— Para mi tampoco ¿Usted cree en el destino? — Jaló su cintura, acercandola a él, sintiendo su latido. Lo vio a los ojos, él lo decía en serio ¿Él la quería en serio? Su corazón salió del pecho, desbocado, derretido, sometido a él. Se odiaba, no podía creer eso de ella.

—Estoy empezando a creer— Fue su respuesta, mientras Romeo acariciaba su rostro.

— Concedeme una pieza, hermosa Julieta — Pidió, arrodillándose frente a ella.

—A ti, te concedo las piezas que quieras —La misma canción de su cumpleaños le dio la entrada al centro de la pista. Sintió ganas de llorar, aquello era un detalle hermoso y sabía que él lo hacía en serio, tal vez era tiempo de empezar a abrir las puertas al amor. El resto de la gente se volvió borrosa, lejana y distorsionada, sólo podía verlo a él. La música cubría sus palabras, así que sintió libertad de hablar.

— No entiendo ¿Cuál es tu objetivo? — El se encogió de hombros.

— Sólo quiero amarte, Elsa. No sé si lo entiendes porque se supone que me odias.

—No te odio — afirmó, enterrando el rostro en su pecho — Tan sólo mírate, estamos aquí por ti, por tu boda.

— Te pido una oportunidad, Elsa. — Levantó la mirada, viendo los ojos vidriosos del pelirrojo. — Tú, en estos pocos días me has hecho creer que tengo corazón. — Acarició su cabello, dejando su alma dudar. —Deja el pasado en el olvido, por favor.

— Yo...no lo sé, tendría que cambiar todo por ti. Mi familia, mi reino... es tan imposible. — La música disminuyó el ritmo. — Hans.

—Entonces déjame demostrártelo. — Como si su mano fuera viento, como si su rostro fuera cristal, como si sus labios fueran un fruto, como si los de él murieran de sed....

La besó.

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Creo que el capítulo habla por sí solo.

Estrellitas y comentarios son bienvenidos. 
Gracias por leerme

Pd: Si, el video de multimedia es un mal intento de book trailer xD

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