Propuesta.
*Narrador*
— Vamos, solo un rato, que al cabalgar poco tardaremos en llegar — Insistía, el pelirrojo príncipe, tomandola del brazo, a lo que ella resistía. Era su décimo día de estadía, su relación se fortalecía y cada vez parecían estar más conectados.
— Solo me quedare un par de días más ¿Seguro que el tiempo en ello quieres despreciar? — Sus cabellos plateados se tomaron la libertad de en el viento poder surcar, mientras del rogar se hacía a desear, Hans rodo sus ojos, vagamente entretenido.
— ¡Por eso mismo!-replicaba Hans, frustrado — Estar aquí sentados tampoco es divertido.
— Esta bien, ya deja de molestar, lo haré porque aburrida ya me he de encontrar — Acepto la albina, echando a correr — ¿Cual es el destino?
— Lo averiguaras en el camino.
Una de las actividades favoritas de los niños era cabalgar y los muchos campos de las Islas surcar. Su relación maduraba, se convertía y día a día crecía.
Cuanto dolor sentirían cuando llegara la hora de la partida.
— No sé donde estamos, Hans — Se confesó la albina, después de un largo rato de cabalgar sin parar — Estoy cansada y no hemos traído provisiones.
— ¿Y quién dijo que yo no tendría? Ven — Le indicó, ayudandola a bajar. Habían arribado en una plaza adoquinada, donde las personas les miraban y soltaban suspiros que indicaban ternura. En el centro, rodeado de enormes arreglos florales se encontraba un mesa con dos sillas, con velas y adornos muy elegantes, al lado derecho un pequeño trío de músicos adornaban el ambiente con una pieza de sonata para violín.
Los ojos azulados de la niña se humedecieron, conmovida ante tal gesto, llevándose las manos a la boca. Los meseros estaban a los lados, sirviendo los delicados platillos.
— ¿Te...te gusta? — Preguntó su acompañante nervioso, ella asintió entre sollozos y lo abrazo con inmensa fuerza, el correspondió al instante.
Con delicadeza, el ojiverde la guió hasta a su respectiva silla, ella tomo su lugar y sonrió de oreja a oreja, con profunda alegría.
— Es tan....detallista de tu parte, creo que lloraré — Dijo Elsa, con su adorable y confortable voz dulce e infantil.
— ¿Todavía más lágrimas? Yo quería verte feliz — Bromeó el chico, con su voz en crecimiento — También quería decirte algunas cosas — Su cara pecosa un tono rojo se torno, mientras los aldeanos espiaban la conversa soltando suspiros.
— Bueno, soy toda oídos
— Se que es inmensamente pronto pero yo te... — Al parecer aquellas palabras le contaban gran trabajo pronunciar puesto la respiración comenzó a aguantar, con timidez su mano se deslizó por la mesa hasta tomar la de la princesa, él ni siquiera de inmutó por el frío que de ellas salían — Te quiero, te quiero, te...quiero — Dijo tan rápido como un suspiro, pero no tenía que repetirlo , pues Elsa ya lo había entendido todo. La comida se enfriaba, pero eso ya no importaba.
— Yo igual te adoro, Hans— Fue la respuesta de la patinada, cuyas mejillas se tornaron del mismo color que el cabello de su prometido. Hans pareció aliviado.
— Se que somos pequeños —Comenzó a decir — Esta bien, muy pequeños — Aclaró, riendo con nerviosismo — Pero este sentimiento crecerá, y viviremos juntos toda la vida — Gritos de alegría provenientes de la multitud los sobresalto — Yo te esperare siempre. Pero quiero una promesa de tu parte — Elsa parecía que volvería a llorar, Hans continuo su apasionado discurso — Y para ello te he de entregar esto — De su bolsillo saco una cajita azul, por un momento su sangre empezó una carrera que consistía en avanzar velozmente hacia su corazón — Era de mi madre — Abrió la cajita y un precioso anillo con una turquesa incrustada les otorgó un giño resplandeciente.
Elsa se hecho a llorar sin control.
Hans se arrodilló ante ella.
— Elsa Arendelle ¿Prometes casarte conmigo en un futuro? — Y un susurro menor aclaró — Tenía que pedirtelo de la forma indicada.
Era oficial, la multitud se volvió loca.
— Lo prometo, lo hago, te esperare. Me esperarás, siempre
— Siempre — Y el pelirrojo le robo un beso en la mejilla.
Cuando llegó la hora de regresar a casa, una ya perdidamente ilusionada Elsa se despidió de toda la familia real. Su alegría era tal que el barco parecía demasiado pequeño para ella, y cuidaba con mucho recelo su mano derecha, en la cual el anillo habitaba.
— Gracias por el compromiso papá — Dijo la albina, el Rey le dio vuelta en el aire, acompañado de las risas de su hija y esposa.
— Te cuento algo — Susurro, mirando sospechoso a su mujer, su hija asintió con energía. — Ahora su compromiso, ya no es arreglado.
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¡Hola, gente!
Bueno, quiero agradecer a las lectoras (que aunque pocas) han tomado el tiempo de mirar mi fic.
Por favor ayuden a crecer esta historia, dejen sus opiniones y comentarios, lo que les gusta o disgusta. Dejen votos si les gusto \^^/
Gracias por leerme.
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