¡Manos fuera!
El río, cauteloso, dejaba pasar el agua con suavidad, delicadeza y tranquilidad. Todo lo contrario a la situación dentro del castillo. Con un ambiente tan tenso que se podía sentir de tan solo respirar.
- Príncipe Hans, bienvenido a nuestra nación, es un gran gusto que se encuentre aquí con nosotros -Una mujer, de mediana edad y semblante serio fue al encuentro de su futuro nuero, que parecía tan asustado como un cachorro al que amenazan con lanzar a las calles. Estrecharon las manos, dejando a un lado la típica reverencia. - Por un momento pensé que usted se negaría a venir... -El rostro de la princesa Mérida se iluminó, pero recordó que el príncipe sí se encontraba con ellos y no en su cómodo castillo, bien lejos de ella.
-No podía dejar a un lado un compromiso tan importante -Respondió por cortesía, sintiendo unas pequeñas gotas de sudor frío deslizarse por su nuca ante la mirada llena de odio de su prometida. Elsa se la estaba pasando a la mar de bien.
-Debiste haberlo hecho - Lo regañó la pelirroja, cruzando los brazos sobre el pecho.
-¡Mérida! - La silencio la reina Elinor, con una falsa paciencia. Hans no podía creer que esa señora fuese su futura suegra y que esa princesa fuera, nada menos que, su futura esposa.
- ¡Pero basta de formalidades, pronto seremos familia! - El robusto Rey Fergus se levantó de la silla; se veía de lejos que estaba aguantando una carcajada pues su rostro se inflaba de manera extraña, cogió por los hombros a los tres y los apretó con fuerza, una especie de abrazo. El ojiverde gimió desesperado, mientras la princesa intentaba patearlo por detrás del abrazo grupal. La albina se cubrió el rostro con las manos, muriendo a carcajadas psicológicas. Cuando el... ¿Abrazo? Hubiese terminado, los jóvenes se alejaron a una velocidad increíble del matrimonio escocés.
-¿Por qué no van a pasear por los jardines? Tienen que conocerse más a fondo - La reina Elinor los empujó en dirección a una puerta, que daba a los amplios terrenos salvajes del castillo. Los dos jóvenes se vieron detenidamente, esperando que alguien los acompañase para no desencadenar una guerra. Ha decir verdad, Hans nunca espero que su prometida le tuviera tanto rencor y asco.
-¿Qué pasa? -Preguntó la reina Elinor, tomando asiento de nuevo en el trono,estaba muy claro que sus intenciones no eran acompañar a la pareja, así que sonreía con malicia, esperando que su improvisado plan diera algún resultado.
-¿Qué no nos acompañará nadie? - Soltó Mérida, de manera directa, Elinor arrugó la nariz.
- No - Cortó, sin darles oportunidades, el rey los miraba con lástima incluso.
- Bueno... -Hans y Mérida recorrieron la habitación con la mirada, un sirviente, un animal o alguien les era muy útil como pretexto, pero no había nadie, excepto....
-¡Elsa, la Reina Elsa vendrá con nosotros! - Corearon ambos, como unos niños que parecían haber discutido y buscaban un mediador para calmar las aguas turbias. Entonces la risa de la rubia terminó.
-¿Qué...? - Se vio sujeta por ambos brazos, arrastrada a los jardines. El tacto de Mérida era firme y acelerado, mientras el de Hans era caliente, pero no en el mal sentido, también mantenía un ritmo, un poco más lento.
-¡Déjenme ir! -Forcejeo la ojiazul, liberándose con dificultades de los dos agarres. - Yo los cuido de lejos si quieren, pero no sere una chaperona, no lo fui con mi hermana y no planeo hacerlo ahora ¡Tienen que charlar! ¡Serán esposos! - Los reprendió, mientras los pelirrojos intercambiaban miradas desafiantes. No podía comprender, aquel sentimiento pinchante en su pecho, a pesar de ver a la pareja tan distante, se sentía preocupada, dolida, pues el príncipe actuaba como si aquellas noches bajo el nocturno hechizo de las velas, en las que se tomaban de las manos y narraban las historias, no hubiesen existido, tratandola como si fuera un bloque de hielo más. Pero no estaba celosa, no. Sólo era un dolor de estómago ¿Verdad?
- Bien -Respondió Hans.
- Bien -Gruñó Mérida en respuesta, mientras avanzaban con tal cautela que costaba creer que estaban caminando sobre asfalto y no sobre lava caliente.
Ella los miró a la distancia, mientras su corazón se encogía y se encogía, poniendo fuerza y ardor, que subía hasta su garganta como agua miel. Eran sus dos amigos, quienes la dejarían a lado desde ese momento, ellos se casarían. Ellos,...ellos...se terminarían queriendo, tal como ella y Hans.
Entonces sus ojos se abrieron violentamente, ¿Desde cuándo ella y Hans se querían?
Unos susurros a lo lejos le advirtieron que la conversación amainaba poco a poco de sus bocas, similar a una tormenta, de gota en gota hasta fluir con sencillez. Entonces sintió una puñalada en el orgullo.
Se encontraban todavía tensos, se notaba, quizá y se lanzaban insultos, pero hablaban por su cuenta, sin una tercia que los tuviera que domar. Se sentó en un banco de madera cercano y miró al suelo, con expresión vacía y neutral. Ver a Hans discutir con Mérida le recordaba a ella en los primeros días dentro del barco, le recordaba el asco, culpa y reproche que le daba el príncipe y lo mucho que deseaba compartir estadía con cualquier otro hombre ajeno a un sureño.
Pero, si su relación había cambiado abruptamente en unas simples tres semanas ¿Qué aseguraba que la historia no se repitiera con la princesa Mérida y él?
Un escalofrío recorrió su columna, haciéndola voltear en dirección a las zanahorias andantes. Se encontraban frente a frente, junto a un arco de rosas sobre sus cabezas y una extraña luz rodeándolos, una escena bastante romántica, acompañada del trinar de algunos petirrojos de alas negras, sus expresiones eran indescifrables, pero parecían haber aclarado ciertas cosas y discutir la situación de otras. Sintió celos de las aves, que podían enterarse de la situación, mientras la incertidumbre la inundaba.Era mejor no pensar en eso, ella se estaba torturando mientras su antiguo némesis no se preocupaba por absolutamente nada.
Podían pensar, que no se podía llamar amiga a una chica a la que sólo habías visto un par de veces, pero Mérida y ella sabían mucho más de la otra de lo que mostraban. Las cartas que en un inicio habían sido para comerciar la mercancía, la llegada de los barcos y los recursos que planeaban intercambiar, llenas de elegancia y palabras poco usuales, con el tiempo se transformaron en discursos menos formales, más gentiles y con más curiosidad por las tierras externas. Curiosidad por la otra, curiosidad por saber si sus vidas eran las únicas con problemas y locuras mágicas, descargas de desahogo sobre los hermanos y palabras de ánimo, dejando como segundo plano el trato noble acostumbrado; Mérida, a pesar de ser una chica a la que sólo había visto un par de veces en persona que resultaba ser todo lo contrario a ella, se convirtió en su primera confidente, ¿Cómo se le llamaba a eso? Amiga, ella se volvió su amiga. No era un aliado más,como el reino Overland, la pelirroja era una mano que le ayudaba en épocas difíciles.
Y así, como un relámpago, ahora sus vidas se cruzaban de maneras desafortunadas.
Algo similar a lo ocurrido con el Almirante Westergaard, ¿Por qué siempre le sucedía algo así? Se cruzó de brazos, mientras observaba sus pies como si fuesen la cosa más interesante del universo. Con un poco de timidez levantó la mirada, sorprendiéndose con el espectáculo frente a ella.
Es que nada más y nada menos, el futuro matrimonio se encontraba golpeándose en los hombros con los puños cerrados. De haber sido Mérida una damisela normal, habría denunciado el maltrato marital del pelirrojo hacia ella...Pero, siendo Mérida una chica rebelde, no dudaba que fuera al revés el caso. Y al parecer no se equivocaba ,pues el sureño estaba cubriéndose la cara con ambos brazos, gritando un flojo "Lo lamento" después de cada golpe. Pensó en levantarse, pero no quería tener problemas así que escuchó atentamente a la princesa replicar.
-¡La próxima que intentes algo así te las veras conmigo ... Otra vez! - Como arma, la valiente guerrera portaba una rama, con hojas naranjas como adorno, azotandola en lugar de látigo contra la ancha espalda del almirante - Si quieres sobrevivir recuerda ¡Mantén tus sucias manos fuera!
Compadeciendose un poco por la mala suerte del príncipe se acercó de nuevo y los detuvo en el acto.
- ¿Pero qué copos está pasando? - Los dos se rascaron la cabeza, avergonzados - Diganlo.
- Él quiso tocarme. - Dijo la pelirroja, con una mirada turbia y amenazadora lo señaló cual niña - Es un sucio.
- ¡Elsa! Dime ¿Tú le crees? Tú sabes que yo no soy capaz de... - Titubeó, las dos estaban mirándolo tan acusadoramente que no tuvo más opción que callar. - Sólo quise apartar un mechón de su rostro, para llevarnos mejor - Admitió con una inocencia pura -¡Pero no quería hacer nada malo!
- Eso no me parece mal - Ahora la albina se concentró en la chica, apartando la nueva necesidad de abrazar al pelirrojo por la adorable confesión dada. -¿Qué te molesto?
- El hecho de que quisiera tocarme - Puso los ojos en blanco - Detesto el contacto físico, siento como si fuera a dañar a los demás - Su alma se fue a los pies, ella también detestaba el contacto físico, pero tenía un motivo: sus poderes ¿Cuál era el motivo de Mérida? Se notaba también triste.
- Entiendo - Aceptó, mientras se tranquilizaban -Hans, debes darle más tiempo, no tienes mala fe en tus acciones pero debes comprender.
- De acuerdo - Extendió la mano hacia la princesa, ante la mirada incrédula de la reina. -¿Amigos?
Las dos presentes abrieron la boca hasta que la mandíbula les dolió. La pelirroja estaba sorprendida; le había hecho de todo para que él también la odiara y, de la nada, le pide disculpas sin objetar. Quizá lo había pre-juzgado mal. Extendió la mano y la estrechó con una sonrisa fugaz. Un mal paso no debía arruinar una presentación, además...su madre no estaba enterada de su pequeña tregua, cosa que le beneficiaba.
La otra, en cambio, estaba molesta. ¿Pedir disculpas? ¿Desde cuándo es educado y muestra compasión o entendimiento? A ella nunca le había pedido una disculpa así antes del accidente en el barco, siempre había recibido cartas de disculpa por parte del rey sureño, pero nunca directamente de él. Bufó irritada (y cada vez más lejana al gran cúmulo de celos dentro suyo) y los tres regresaron al castillo.
La pareja avanzaba por delante de ella y esta vez sí estaban hablando con decencia. Tarde o temprano ella sería borrada del mapa de sus recuerdos.
Sólo una palabra describía bien sus emociones y no era "frío". Era acidez y un sabor agrio.
¿Así se siente Hunter? Debía recompensarlo algún día.
...
La princesa Mérida era, tal vez, la persona más valiente y divertida sobre la faz de los siete reinos.
Pasaban tanto tiempo juntas que le era imposible odiarla. Por mucho que le llamará la atención hacerlo por su increíblemente extraña relación con el Almirante sureño. Odiarla estaba fuera del plan.
Era joven, pero madura y comprensiva, entusiasta pero se contenía. Siempre pensaba antes de actuar. Ella se ganaba el corazón del pueblo a su estilo, con sus reglas.
En pocas palabras, Mérida era todo lo que alguna vez quiso ser Elsa: Libre. Sin más.
Elsa pensó, que al llegar a Dunbroch, simplemente se moriría de aburrimiento y desesperación. Pero no.
La acidez no disminuía, pero tampoco incrementaba.
Realmente se sentía bien tener una amiga fiel.
-¡Y entonces Angus me aventó por un barranco! - Las dos estallaron en risas, mientras la pelirroja le pasaba una manzana para que la comiera -Debiste verme, estaba colgando de cabeza y Angus estaba tan angustiado....
-¿Y que hiciste? - La princesa se encogió de hombros.
- Caer al agua, por supuesto - Contestó como si no fuera la cosa, con la boca llena de manzana y las mejillas infladas - Nadar con los salmones se esta convirtiendo en una costumbre, tanto como mandar a Hans a hacer cualquier estupidez.
Y era verdad, el príncipe, en su afán por caerle bien y no morir a los pocos días de casarse, hacía casi todo lo que le mandaba, ahorrándose trabajo y divirtiéndose con los problemas. En el fondo las dos sabían que se le tenía bien merecido.
- Te admiro, en serio - La rubia dio una tímida mordida a la verde fruta - ¡Esto es delicioso!
- Te lo agradezco, las cosecho yo misma -Hizó una pausa -No me mireís así, ya estoy enterada de que no es normal para una "princesa" nada de lo que hago....
- No es eso - La rubia cogió su mano, a manera de comprender - Me gustaría ser como tú.
-¡Estás helada! - Sus mejillas pecosas se llenaron de color - ¿Hablas de verdad? Doy pena, en cambio tú eres un símbolo de perfección o algo así ¡Además tienes esos magníficos poderes y una familia que te ama!
- Pero no tengo el apoyo de mis padres - Mérida se detuvo en seco, mirando boquiabierta a la reina frente a ella. Tenía un buen argumento - En cambio tú si, Mérida, tienes a unos padres que te aman y se preocupan por ti.
- Sé porque lo mencionas, Elsa, -Aclaró, recordando la tragedia del naufragio de hace ya varios años - los quiero también pero son tan....
-¿Irritantes?
-¡Exacto! - Rieron juntas, pero después la mayor optó por un semblante serio.
- Debes valorarlos - Le aconsejó, con dulzura. La pelirroja se jaló los rizos desordenados.
- ¡Lo hago! Pero aveces es tan difícil que me dan ganas de ir a comprar más pastelillos con magia - Hizó un puchero - Todavía estoy pequeña para madurar como tú.
- Eso es triste ¿Sabes? Saber que una muchachita de 20 es capaz de tantas cosas y comprenderlas, hacerlas y sentirlas, es increíble. Fuiste más valiente que yo.
- El valor no se mide en la valentía, aunque suene extraño - Contempló el atardecer, en silencio, mientras la rubia intentaba aprender esos colores. - Depende de tus miedos.
- ¿Cómo puede el valor depender del miedo? - Preguntó la rubia, interesada. La pelirroja se encogió de hombros.
- Tu debes de descubrirlo, ven, ya empieza a hacer frío - Se detuvo y soltó una carcajada, sintiéndose tonta por su comentario - Sé que eso no te molesta a ti, debido a ya sabes... - Señaló su cuerpo, cubierto por una capa de hielo tan ligera como una pluma; mientras ella usaba una gruesa capa de terciopelo y un vestido de franela oscura- pero comienza a caer la noche y estas zonas son peligrosas.
- Si la experta lo dice entonces debe ser cierto - Le dedicó una sonrisa y montaron a Angus de regreso al castillo.
Se estaba acostumbrando a eso: Al peligro de estar en los bosques solitarios bajo la compañía de una- ya no tan- desconocida amiga.
Cada día, de esa semana, fue bastante similar. Salir a montar en caballo y practicar tiro con arco en movimiento. Era la última semana de paz. Milagrosamente no se había sacado un ojo, ni cortado las mejillas, no es que diera en el blanco, pero no le iba nada mal. Era divertido e indebido, lo que siempre había deseado desde que la encerraron en su no muy alta torre, que en realidad ni siquiera era torre, pues para ella se trató de una prisión. Al llegar cada tarde al castillo debían tolerar la mirada de reprensión por parte de la madre de su amiga y una indirecta bastante directa sobre su decepción a con ella, ya que la Reina Elinor esperaba que la llegada de chicas refinadas y elegantes ayudarán a moldear el "rebelde" comportamiento de su niña consentida. No faltaba decir que la reina estaba encantada con Hans, para ella era el "prometido perfecto" Para las otras, un chico que debía cambiar aún más.
- Me alegro de no haber hecho lo que tu madre pide, de haberlo cumplido, no habría aprendido las razones de vivir al límite - Le había dicho la albina, mientras su compañera intentaba rescatar un cepillo de entre su melena enredada.
- Gracias, gracias - Dijo, tirando con fuerza del mango marrón del cepillo - Esto es una causa perdida.
-¿El qué?
- El cepillo, ven y mira por ti misma - De entre otra parte del cabello rojizo, unas cerdas marrones asomaban - Estas son del cepillo del mes pasado.
-¿Y eso es normal?
- Si, señorita, es muy normal.
-¿Y tu relación con el príncipe Hans?
- A la mar de bien...si el trato fuera ser amigos, porque la parte de la pareja jamás se cumplirá - Eso le sacó un suspiro a la rubia, que un poco egoísta, deseaba que así fuera por siempre.
~...~
5 Noches y 5 días en aquel castillo.
Martirio del karma, que lo castigaba por los placeres impuros que había cometido antes y después de que una mancha sin remedio quedará guardada en su carpeta real de por vida. Intentar matar a una preciosa mujer de inocente mirar y dulce corazón. Espada, filo y brillo, enigmática arma, lo había cegado su egocentrismo y su corazón ennegrecido, alzando esta contra la frágil criatura que apenas descubría el mundo. No la culpaba por haberle guardado tanto odio durante dos años.
He aquí el castigo de tan alto crimen; no sólo el hecho de no poder ser aceptado en ninguna corte digna, también la tortura de tenerla tan cerca y tan lejos, alborotando y adueñándose de todos sus sentidos. Todos.
Y ya no podía negarlo, todos aquellos ratos al lado del fuego, con las manos entrelazadas y las llamas como testigos de sus íntimas charlas lo confirmaban, habia logrado entender la compleja mente de la mujer más deseada e inteligente de los siete reinos ¡Pero..! Más importante aún, había descubierto el oscuro pasado y las heridas dentro del corazón que debían ser curadas ¡Oh, que culpable se sentía de ser el causante de desvelos y pesadillas por su acto de egoísmo! Como pago, él mismo estaba dispuesto, dispuestísimo, a ser el médico que la atendiera permanentemente. Esos pensamientos lo ponían sonrojado, apenado, se estaba volviendo un blando y cursi, que cada día enfermaba más (¿O se curaba más?) Del alma. Solo ella lo hacía pensar así, de forma inapropiada para un cortesano.
De manera contraria, frente a la rubia actuaba con tal indiferencia
Los opuestos se atraen ¿no es así? Ellos no eran sólo la viva representación de la típica y rutinaria pelea del 'gato y el ratón' eran también una gota de vida en "hielo y fuego" ¿Qué hay más opuesto que eso?
Pensar que tenía la mínima esperanza de salir de aquel transe era el consuelo para ver cada día a la princesa Mérida por la mañana, aquella jovencita tan similar a él que podría pasar por su hermana.
"Ella no tiene la culpa" se decía, mientras realizaban el silencioso paseo obligatorio por el castillo, un viejo ritual escocés para los futuros matrimonios. También había entablado amistad con su futura esposa, convenciendole de que su pasado estaba sepultado bajo capas y capas de tierra...y hielo ¡Pero vamos! Incluso un corazón helado podía llegar a derretirse. Y aunque no llegaban a ser tan cercanos, la pelirroja rebelde ya no le pegaba, ni deseaba haber advertido a su madre de la futura peste dentro de su vientre, ahora sólo quería que los dos tuvieran el derecho de forjar su propio destino.
- Hansel, ¿no lo ves? Seremos unos cautivos dentro de nuestra propia casa - Comentaba la chica, con tristeza. - Lamento que ahora, si de verdad has cambiado, no puedas demostrarlo a alguien que te quiera de la manera que yo nunca podré hacerlo.
- Lo mismo digo, Mery, lo mismo digo.
Ni siquiera podía pensar en la parte de continuar la dinastía. Tener un hijo, con la princesa escocesa, le era tan imposible y lejano que no entendía como consumarian el matrimonio. Hablar con la ella le costaba trabajo, no se imaginaba tocarla, ni siquiera la mano.
Sin duda, su padre pudo haber negado el trato, sin duda...y si tan sólo no le odiara por ser el más parecido a su difunta madre. Desventajas de ser aspirante a rey. Desventajas de ser Hans.
La reina Elinor le adoraba, estaba seguro que nunca le dejaría escapar del reino, así que huir no era una opción. Mucho menos en esos dos días que seguían, pues la ceremonia matrimonial daría un pre- comienzo con carnavales y festivales para todos los invitados que llegarán antes. La noche del sábado él se encontraría sentado en el trono mientras la reina lo presentaba al pueblo. Sería una enorme fiesta que duraría semanas, todo por una pareja que no se tenía el más mínimo aprecio romántico.
"Al menos que cierta mujer congele el fiordo y pueda salir corriendo con ella hacia la libertad para poder ser..." La idea nunca se terminaba, porque el mismo sabía, que si llegaba a completar la fantasía, la volvería realidad. Y todas estas emociones, dentro de una persona que niega, precisamente, de ellas, lo estaban volviendo loco.
Los trillizos: Harris, Hamish y Hubert, eran muy traviesos y se divertían jugandole bromas pesadas. A pesar de ver hormigas en su cama y hiedra venenosa en el jabón para bañarse, sabía que no era porque le tuvieran odio. Era su extraña forma de demostrar su cariño, pues, se llevaba muy bien con los niños. Además, los tres habían quedado fascinados con su sobrina, la peliazul de ojos mieles.
Su hermano John, no le ayudaba mucho, le molestaba con la típica burla del fósforo que derrite el hielo, haciendo parodia a lo sucedido con la reina noruega. Así que John no era una opción.
Coraline y Wybie, en cambio, demostraban su vívido apoyo, creando alocados planes para un escape en fuga; tristemente, salir de la nación sin ser vistos era imposible.
Resignado salió a caminar por el patio poco decorado, semi-vacío a comparación del que había en su castillo, pues la difunta reina Anelisse adoraba las plantas. Como el.
Le gustaba esa hora del día, pues era la hora en la que ella regresaba, le aliviaba verla bien, alegre, viva...
- ¡Eso fue muy divertido! - La escuchó decir, entre risas melodiosas.
- Es una pena que mañana comience el teatro - Gruñó su acompañante, mientras le sacaba una sonrisa. Dudoso, no sabía si marcharse o continuar allí, así que se quedó completamente quieto, con la esperanza de que pasarán de largo, es una lástima que no fuese así.
- Príncipe Hans - dijeron ambas, con cortesía. La noche ya había caído y su pequeño encuentro era alumbrado por el brillo de las estrellas encima de ellos.
-Buenas noches - Las saludó, agitando la mano con nerviosismo.
-¿Qué hace aquí? - Cuestionó la rubia, mirándole con curiosidad, él se encogió de hombros con simpleza.
- Caminar.
- Si caminar es todo lo que haces, compermiso -La pelirroja se adelantó y siguió su camino, dejándolos solos.
- Elsa - Susurró incómodo, mientras las fantasías de escape junto a su antigua enemiga se volvían cada vez más palpables.
- Hans - Murmuró ella, con dulzura - Estoy cansada, si deseas hablar deberá ser mañana.
- Pero es importante... - Intentó decir, alegre de que no le tirará calabazas a la cabeza.
-¿Qué tanto?
- Es sobre nosotros.
-¿Nosotros? - Recalcó la palabra, el pelirrojo había picado en su curiosidad - Según tengo entendido no hay un 'nosotros' .
- Es precisamente por eso- Enrogeció, mientras los labios rojos de la soberana se curveaban un poco hacia arriba.
- Prosigue. - Le alentó.
- Bueno yo...Quería decir que este matrimonio va en contra de mi voluntad, no quiero ni querré a la princesa Mérida - La sonrisa de Elsa se incremento. - Yo quiero que usted y yo tengamos una relación como la del barco...
- Estimado Hans - La reina suspiró - Eso no es de me incumbencia, esos días pasaron, no veo que tiene que ver una cosa con la otra, así que con su permiso me retiro. Que tenga una linda noche.
Y, entre las sombras traviesas de la noche, vio su delgada silueta ser deborada por ellas.
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¡Hola! ¿Hay alguien ahí?
Perdóname la vida por la larga espera, ¿Un mes? Lo siento, de verdad, pero las tareas y enfermedades (pues soy una enfermiza en épocas de frío...) me atacaron. Falte una semana importante al colegio y la semana que viene son exámenes, además que este capítulo me ha costado un montón porque me he desanimado al escribir :c siento que me abandonarán así que...por favor no lo hagan.
¡Pregunta! ¿Creen que ambos vencerán su orgullo ante los (evidentes) celos?
Un enorme saludo, unas disculpas y gracias por leerme. ♡
P.D: ¿Les gusta la nueva portada? ;)
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