Making today a perfect day

                 ~Día 8~
      22 días para la boda.

Anna, ven —susurró Kristoff, sacudiendo a su novia en el hombro con suavidad para que despertara. — Anna...

— No quiero — respondió somnolienta, dando toda una vuelta por el colchón, a sus anchas. Kristoff había comenzado a dormir con Anna desde que las pesadillas habían dado inicio,  y el se encargaba de cuidarla y consolarla mientras esto sucedía. Pero a la pelirroja se le olvidaba que no estaba sola en la cama y él terminaba durmiendo en el suelo, una nueva costumbre que estaba adquiriendo.

— No es cuestión de preferencias,  es cuestión de que lo hagas —Anna gimió y le dio un pequeño empujón,  a manera de querer espacio. —Anna...

—Kristoff, por favor, unos minutos más — el rubio rodó los ojos. Despertar a su prometida era peor que una guerra y eso que en esos momentos estaba más tranquila de lo normal.

—Anna, tenemos que ir al puerto —susurró, en el oído de la pelirroja. Gran error.

— Espera ¿qué? —se incorporó de golpe, tan repentinamente que su cráneo golpeó la mandíbula del muchacho —¿¡Por qué no me despertaste antes!? —Dió un brinco y corrió por toda la habitación en busca del vestido que usaría ese día, ignorando el dolor que le provocó a su novio y a ella misma. —¡No podemos llegar tarde hoy!

— Lo sé — dijo el rubio, mientras se retorcía en el colchón —Por eso te llamé antes.

Anna dejó de correr como una loca y se relajó.

— Gracias.

— No es nada.

Anna le dió un beso fugaz en la mejilla y corrió al armario para elegir un vestido.
Kristoff sabía que ese día era importante, tan importante que todo lo demás perdía sentido.

Irían a Dunbroch en busca de Elsa.

Según Anna, Elsa no había naufragado y se encontraba secuestrada o algo así, ya que nunca se debía de confiar en un sureño, mucho menos en una nación donde El innombrable gobernaría en cuestión de tiempo. Para Anna, el mínimo hecho de que se encontraran en la misma nación era motivo suficiente para el peligro de la vida de Elsa (suponiendo que su hermana no hubiera naufragado).
Y Kristoff ya llevaba mucho tiempo guardando el rencor que sentía contra él. Nada mejor que una buena pelea entre hombres para solucionar todo a la vieja escuela.

—Kristoff, ¿ya estás listo? — preguntó la chica, desde la parte trasera del biombo. Asintió con la cabeza, pero recordó que ella no podía verlo.

— Si, cariño —respondió. Una sonrisa boba se dibujó en su rostro.

Seguía sin poder creer que el, Kristoff el repartidor de hielo, estaba comprometido con una chica tan sensacional como Anna.
Y también era un poco....Bastante difícil, tener que ver a Hunter todos los días. Pero de algo estaba muy seguro, ya no sentía nada por él. O no con tanta intensidad como antes.

Sin embargo, Elsa tenía razón: Anna era la mejor chica que hubiera podido conocer, llena de alegría y optimismo y otras emociones tan fuertes que solo engrandecían más sus virtudes. Enamorarse de Anna fue como esas cosas que te suceden sin esperarlas, sin siquiera pensar en ello. Si encontraban a Elsa, él se aseguraría dde encontrarle algún pretendiente, era lo menos que podía hacer, Elsa era la mejor cuñada del mundo y ayudaba en lo que fuera para que el negocio saliera a flote, a pesar de la diferencia de opiniones que tenían acontecimiento en la vida cotidiana de ambos,  se llevaban bien cual hermano y hermana. Sin la ayuda y autorización de la rubia, no estaría tan feliz como en esos momentos.

Debían encontrar a Elsa a como diera lugar. Aún cuando buscaran incluso debajo de las piedras.

                    ◇◆◇

Elinor Dunbroch miraba de manera amenazante a los tres chiquillos pelirrojos con aire inocente y expresión escueta, que estaban sentados frente a ella. Llevaban media hora y ninguno había dicho una palabra, se limitaban a mecer los pies sobre el suelo y a parpadear rápidamente.

— Hamish, te daré tu propia espada —Hamish enarcó las cejas, Elinor apretó los puños. No era suficiente para pagar al gran Hamish. — Hubert, podrás comer todos los postres que quieras durante todo un año — el pelirrojo no respondió, ni siquiera un parpadeo (¿Cómo era su mamá capaz de creer que eso pagaría sus costosos y preciados servicios?) El jueguito que sus hijos estaban decididos a ganar comenzaba a terminar con su paciencia. Dio media vuelta en dirección al trillizo más pequeño, esperanzada: —Harris, te daré lo que quieras.

Los enormes y redondos ojos zafiro del más pequeño —por cuestión de minutos —se abrieron ilusionados.  Sus otros dos hermanos le dieron un codazo para devolverlo a la realidad. Y entonces Harris también dijo que no, moviendo la cabeza de lado a lado.

Las mejillas de la mujer se encendieron.

—¿De qué me sirve tener hijos si no están dispuestos a ayudarme? — preguntó, colérica. — Lo diré una última vez si no quieren ser castigados: Necesito información.

Pero ni siquiera eso bastó para hacerlos hablar. Elinor tomó asiento y comenzó a sobar sus sienes, de verdad que le dolía la cabeza.

— ¿Mamá? —susurró Harris, temeroso. Los otros dos sonrieron. — No podemos ayudarte esta vez.

—¿Por qué?

—El príncipe Hans nos agrada y la reina Elsa también, no vemos motivos para que quieran sabotear la boda — argumentó Hamish, con una pizca de superioridad. — Déjalo ser.

Elinor no podía creer lo que escuchaba. Su propia sangre, sus hijos, negándose a ayudarla...

—¡Que descaro! —Chilló antes de salir a zancadas de la habitación.

Entonces los trillizos se levantaron y fueron a abrir el baúl que estaba detrás del sillón donde ellos habían tomado asiento. Y entonces, una niña peliazul y un muchacho de cabello rizado, salieron con una enorme sonrisa de complicidad.

—¿Lo hemos hecho bien?—Dijo Hubert, emocionado al ver a la niña, que le dedicó una sonrisa y un guiño. Todos chocaron las palmas.

— Perfecto.

                     ◇◆◇

¿A dónde me quieres llevar?

— A un lugar hermoso, anda, guarda silencio ¡cuidado, un escalón! Si, por la derecha..., la otra derecha...Deja de moverte tanto.

— Perdón pero estoy muy emocionada... ¿Te das cuenta que cualquiera puede vernos? ¿por qué me has vendado los ojos? ¡Hey, no me empujes!

—¡Sh!

Siguieron avanzando, mientras él daba pequeños avisos como: ¡Una piedra! ¡Un cervatillo! ¡Hombre gordo! De vez en cuando.

— No hace falta tanto misterio, ya sé que vamos al carnaval —bromeó la chica, mientras él la sujetaba de los hombros.

—¡Eso no es cierto! — soltó una risita y la chica paró en seco.

— Te apuesto lo que quieras a que vamos al carnaval.

— Un beso.

— Otra cosa, chico listo.

—¿Chico? — se echó a reír —¡Soy mayor que tú!

—Eso te vuelve un anciano —él no respondió —Daría lo que fuera con tal de ver tu rostro.

—¡Un beso! —repitió, ella le dió un golpe en el hombro.

— Solo sigue caminando.

Y eso hicieron.

Ella no paraba de hacer preguntas, pese a saber que el muchacho nunca le respondería hasta que llegaran a su destino. Ese día, el carnaval tendría el evento de poesía y no llamaba mucho su atención, no tenía la obligación de participar y entre tanta gente que llegaba de diferentes naciones, ella era un cero a la izquierda.

Dentro de ella, sabía que eso estaba mal, muy mal, los días que faltaban para la boda eran menos y pasaban de manera tan rápida que no tenía la menor idea de lo que sucedería una vez faltara una semana, lo más seguro era que se pusiera a llorar y a sentirse fatal por lo que le había hecho a Merida, huyendo como una cobarde de la nación.
Traicionaba su patria, su moral y a su hermana. Nunca antes había detestado tanto la palabra "boda".

Pero por ahora lo único que podía hacer era dejarse ser amada y amar de regreso. Perder un poquito la razón no afectaría mucho.

— Hans ¿Cuánto falta?

— Muy poco, princesa.

Una sonrisa boba se dibujó en su rostro y agradeció que el se encontrara detrás de ella, la timidez e inexperiencia se volvían poderosos cuando estaba cerca suyo.

— Técnicamente soy una reina, querido príncipe.

— Pero no suena tan romántico. — Dijo Hans, galantemente —Al menos que dijera cosas como "Eres la reina de mi corazón"

— Eso si es romántico, ¿cuál es el destino?

—Lo descubrirás en el camino.

Elsa se detuvo al sentir la hierba fresca cosquilleando en sus tobillos desnudos y el olor dulce del agua del río, así como el suave murmullo del viento. Era un ambiente totalmente diferente al del carnaval, con su característico ruido estrenduoso y el olor del licor que circulaba por las tiendas, con sus largos pasillos empedrados y cañones chispeantes. El lugar al que la habían llevado era paz.

— Hans ¿dónde estamos?— el muchacho comenzó a desatarle la venda negra de los ojos , con delicadeza. Sus ojos tardaron unos cuantos segundos para acostumbrarse a la luz, un poco cegadora, pero al abrirlos no pudo sentir mayor satisfacción.

Frente a ella, una hermosa vista se extendía por los prados,  un río serpenteaba por sobre el verde paisaje, con un gran molino de viento y a lo lejos, las cumbres de las montañas protegían el secreto detrás de ellas, pero mas cerca, un par de árboles levantaban sus brazos al cielo  y daban sombra justo donde ellos estaban parados, y frente a ellos, una manta blanca de lino y una canasta con vino y comida, rodeada de lindas flores de colores pasteles y elegantes juegos de copas y cubiertos, así como ostentosos adornos dorados que golpeaban de las ramas de los árboles.

— Como no podemos estar en el carnaval frente a la vista de todos, creí que esto podría ser divertido — su falso tono despreocupado e indiferente solo provocó que Elsa se sintiera enternecida, él se había esforzado por ella. — ¿Te gusta? — preguntó temeroso.

— No me gusta. — Dijo ella con firmeza, Hans bajó la mirada, ruborizado.

— Yo creí que...

— Me encanta. — Brincó a sus brazos, cálidos y fornidos, y se refugió en ellos como si fueran su hogar desde siempre,  se sentía a salvo. — Gracias.

Hans se limitó a abrazarla y acariciar su cabello. Nunca, en todos esos años que llevaba de "conocer" a la reina de Arendelle, había experimentado un sentimiento tan fuerte como el que sentía al tenerla entre sus brazos.

—¿Y qué esperamos? Disfrutemos de la compañía mutua y la soledad que nos rodea, de los prados verdes y el día que tenemos por delante.

— ¿Desde cuándo te convertiste en un poeta?

— Desde aquellas noches a bordo del barco, cuando llegabas tan sutil como la nieve y escuchabas atentamente la melodía que salía del violín, mientras me contabas tus penas y lamentos, desde que comenzaste a perdonarme y a aceptar este sentimiento que, claro está, es demasiado fuerte como para negarlo. Ahora, reina de mi corazón,  hacedme el favor de acompañarme y sentarte a mi lado.

Ambos se sentaron sobre los cojines púrpureos y el pelirrojo sirvió una copa de vino para cada uno, al momento una música débil y lejana alertó a la chica, pero su príncipe la calmó con un apretón en la mano. "Tranquila" dijo moviendo los labios y aquello bastó para darle confianza y relajar el cuerpo.

Tres  siluetas masculinas subieron la colina, traían consigo un laúd y dos violines,  entonaban la música con una pasión y facilidad que sintió las notas en los dedos, en los poros de su piel. Los ojos esmeraldas de su príncipe brillaban, tentandola para bailar juntos. Era una pieza clásica, que desbordaba elegancia y dulzura. O era eso o eran simples filtros del enamoramiento que convertían todo en algo esplendoroso. Los mismos filtros que convertían todo en algo rosa y lleno de corazones flotantes que hacían sus piernas temblar.

—¿Me concede este baile, mi lady? — Realizó una reverencia pronunciada y Elsa no pudo evitar reírse.

— Por supuesto, mi lord.

Su cuerpo encontró lugar junto al del pelirrojo, con sus manos sobre sus hombros y las manos de Hans sobre su cintura.

— Me hubiera gustado más venir aquí en caballo, pero temía que cayeras por culpa de la venda —  Confesó, con aire travieso.

— Me habrías ahorrado un gran dolor de pies, querido. — Recriminó la rubia, mientras eran envueltos por la magia de la música. No tenían público, nadie podía contemplar ese momento tan íntimo y especial, nadie estaba ahí para decirles la intensidad de las miradas que lanzaban el uno al otro, ni las chispas que saltaban cada vez que uno decía una palabra.
Un amor sin testigos, pero repleto de riesgos.

— Elsa, sé que es inmensamente pronto pero yo... — parecía como si sus palabras costaran mucho trabajo, volteó de un lado a otro, temeroso de que un momento a otro saliera la familia Dunbroch de detrás de  arbustos para castigarlos, pero no había nadie. Sólo un cielo que se oscurecía cada vez más. — Te quiero, te quiero tanto.

— Yo también te quiero mucho, Hans — recargó la cabeza en su pecho, como si todo lo demás hubiera desaparecido. — Me parece tan irreal todo esto.

— A mi también. — Agregó antes de colocarle una corona de flores azules y rosas en la melena platinada.

Siguieron bailando, dando vueltas y riendo. De pronto, comenzó a nevar alrededor de ellos, justo cuando el sol se ocultaba detrás de unas colinas.

— Lo...lo siento, me pasa cuando estoy nerviosa, pero no te preocupes no congelaré el reino entero— bromeó la rubia, con las mejillas ruborizadas.

— Me parece algo adorable, no tienes porque apenarte, además—una gran sonrisa cómplice cruzó su rostro— yo también tengo un pequeño defecto— chasqueó los dedos y unas chispas amarillentas con destellos rojizos repiquetearon en el aire, los ojos de la soberana se volvieron amarillentos bajo la luz del fuego y regresaron al azul cuando las chispas terminaron.

— Tienes razón, los opuestos suelen atraerse.

Y así, hielo y fuego siguieron con la espléndida velada. La noche había llegado tan pronto, como si hubieran bailado durante horas y horas, lo cual, probablemente, era lo que había sucedido.

La comida estaba deliciosa y la música provenía de un gran repertorio, las luciérnagas se alzaron en el cielo ensimismadas en su propia danza, justo encima de sus cabezas,  una serie de farolas de colores se iluminaron, creando una especie de arcoiris y una aureola rosada. Bebieron vino y comieron aperitivos de queso, carne y todo tipo de manjares a su disposición, uvas y trozos de piña dulce, una comida exquisita; charlaron un rato entre ellos y después compartieron anécdotas con los tres músicos que los felicitaron por ser tan afortunados al tenerse el uno al otro.

Cuando ya no podía esperar más, Hans la tomó de las manos y la guió hasta un par de bicicletas celestes de ruedas blancas y adornos plateados, que estaban recargadas en un gran árbol de hojas verde manzana.

— Creo que nos divertiremos dando un paseo por el prado antes de regresar —  predijo, con seguridad.

— No sé andar muy bien— se disculpó Elsa, abochornada, mientras el la sostenía de la cintura mientras pedaleaba lentamente.

— No importa, mi deber de hoy es hacer este un día perfecto y no hay nada más perfecto que ayudarte.  — Dicho esto, Elsa se sintió tan llena de gozo que siguió adelante sin su ayuda. El cabello rubio ondeaba en el viento mientras ella seguía avanzando en la bicicleta, con el lindo vestido azul que Hans le había comprado para la ocasión. No tardó en alcanzarla.

Ahí, con el viento dandole en la cara y el príncipe sureño a su lado,no había Anna, ni Hunter, ni prejuicios,  sólo ella y la palpable felicidad.
Sin dudas pediría una bicicleta en cuanto estuviera en casa, Anna estaría contenta de que pasearan juntas.

Regresaron al lugar del picnic,  los músicos habían tomado asiento unos metros más allá y reían de manera animada, eso la alivió de cierta manera, porque no se encontraba totalmente a solas con el pelirrojo y aquello la ponía nerviosa.
—¿Qué te parece todo esto? — susurró Hans, recostado sobre la hierba y mirando el cielo salpicado de estrellas.

— Encantador — contestó, acostándose junto a él y viendo la luna, plateada y brillante como en Arendelle. Si la luna no cambiaba nunca,  sin importar el lugar en el que se le mirase, ¿podía su relación llegar a eso?

— Me alegro de que te haya gustado — Elsa sonrió, mientras él agarraba sus heladas manos — quería que este día fuera perfecto, aprovechar cada minuto que nos queda juntos.

El rostro de la rubia se ensombreció.

—Y eso lo dices por tu compromiso ¿no es así?

— Elsa...

—¡Nada de Elsa!

Hans maldijo internamente: ¡Mujeres! " Pensó.

— ¿Sabes cuánto me duele esto? ¿Lo sabes? ¡El tan solo hecho de pensar que mi familia se pueda enterar de esto me aterra! — Explotó de pronto,  como si los minutos anteriores en la bicicleta se hubieran esfumado. Adiós falta de conciencia y hola culpabilidad. Era prohibido y, si eso seguía así aún cuando el se casara, sería pecaminoso. Nunca permitiría que eso llegara tan lejos y ahora ya no había marcha atrás ¿Qué se puede hacer cuando se está enamorado? Nada, solo orar y pedir que todo salga bien y que el sentimiento sea correspondido, después..., después...

Era el turno de Hans para enojarse.

—¿Acaso soy un adefesio? ¿Acaso te doy tanta vergüenza? — El rostro de la albina enrojeció de enojo.

—¡No es eso! ¡Es el simple hecho de que eres Hans Westergaard, descendiente de las Islas del Sur! ¿Tengo que recordarte qué fue lo que hiciste? — Replicó, abriendo demasiado los ojos — ¡Espada, muerte,  corona! —simplificó.

—¡Ya lo sé! — Gritó Hans, levantándose de golpe, con aire desafiante — ¿Crees que no lo sé? Mis doce hermanos mayores me lo recuerdan día y noche, por cartas, por sueños, en el subconsciente ¡Créeme que no hablo con mayor franqueza que cuando estoy contigo! — Sus ojos se cristalizaron. — Elsa, aprendí a redimirme y a quererte ¿No es suficiente?

—¡No! — Chilló la rubia, con lágrimas de frustración en los ojos turquesas — ¡Si yo te importara tanto como dices ya hubieras roto tu compromiso!

—¿Es por eso? ¿Por tu celos?  Creí que era por tu familia.

—¡No cambies de tema, Hansel! — Exclamó Elsa, secando sus lágrimas con efusividad y fuerza, dejando manchas rojas en su cara— ¡Merida es mi amiga! — Dijo — ¡Y tú no puedes jugar con ambas!

—¿Qué debo hacer para que me creas? ¡Dímelo!

— Cancela la boda, hazlo.
— No puedo — murmuró, con la cabeza gacha.

—¿Por qué? — exigió saber la reina, resignada.

—Porque si al final de este lapso de tiempo que falta tú decides dejarme—  su voz se apagó —  no quiero quedarme solo.

—¿Tú crees que jugaría contigo? — preguntó, escandalizada. — No soy esa clase de mujer.

— ¡Tengo miedo!  ¿De acuerdo? Tengo miedo de que te arrepientas de estar conmigo y vuelvas a verme como me veías antes,  tengo miedo de que ya no quieras verme y creas que no soy suficientemente hombre para una mujer de tu clase, tengo miedo de que esto no funcione.

El rostro de la rubia se relajó. Ella compartía esos temores desde que comenzaron en el barco, hace ya varios días.

— Yo también tengo miedo,  Hans, es la primera vez que me siento de este modo y temo por nosotros, que me abandones o me uses, no quiero sufrir por esto...

— La despedida es la pena más dulce.

—¿Eso qué tiene que ver?

— Que es falso. El amor es la pena más dulce de todas. — Acarició su mejilla, como si la furia se hubiera evaporado. — Yo jamás jugaría contigo.

—¿Me lo prometes?

Hans asintió.

— Y para que me creas, — comenzó a buscar en sus bolsillos, mientras Elsa miraba con curiosidad —te doy esto como promesa de nuestro amor.

Abrió la pequeña caja de satín azul, esperando encontrar una joya, pero estaba vacía.

—Es un chiste ¿no?

— Mi madre me dejó su anillo de bodas antes de fallecer —explicó —y lo perdí hace muchos años, cuando yo era niño y no entendía lo que hacía. Ella quería que se lo diera a la mujer que yo amaría en un futuro... Voy a encontrar el anillo de mi madre y entonces, esa caja vacía que tienes en tus manos tendrá un anillo para ti, cumpliendo así la promesa que le hice de dárselo a la mujer que más amo en el mundo además de ella y cumpliendo la promesa que te hago yo a ti.

Elsa se quedó sin palabras.

—Te esperaré,  Hans — prometió,  mientras los latidos de su corazón se aceleraban.

— Te esperaré siempre — susurró el pelirrojo mientras la rodeaba con sus brazos.

Y entonces, algo pareció reactivarse en la memoria de la rubia.

                    ◇◆◇

—Si me lo permite, ¿para qué quiere esto?

El hombre encapuchado sonrió con malicia y en sus ojos, un reflejo vengativo que nada tenía que ver con la escasa luz, asustó al mercader. Se encontraban escondidos detrás de unos matorrales y los sonidos del bosque no paraban de aparentar ser humanos en la oscuridad.

— No es nada importante, solo es para dormir a las vacas y a los cerdos, ya sabe, para que no sufran cuando se les dé el corte de gracia. A la realeza no le gusta escuchar los chillidos de los animales en el matadero— movió los dedos a manera de tijeras, como si cortara una hoja de papel en lugar de un ser vivo y soltó una carcajada seca. El mercader se sintió aún más asustado el comprobar que la mitad de la cara del hombre estaba llena de extraños símbolos.

—¿Eso es pintura? — preguntó el mercader. El muchacho levantó la mirada y se encogió de hombros con actitud fría, unos mechones de cabello cubrían su frente y la luz daba extrañas sombras a su rostro.

— Si eso le tranquiliza y hace que deje de temblar,  entonces lo es —de nuevo volvió a sonreír, mostrando ligeramente los dientes y un hoyuelo.

— Claro... —Susurró el mercader, sudando gotas frías — Le recuerdo que es muy potente y el simple hecho de probarlo u olerlo levemente deja desmayado a quien lo haya probado u olido durante más de 12 horas.

—¡Perfecto! — celebró el hombre, buscando entre sus bolsillos el dinero para pagar al señor frente a él. —Tenga,  como lo prometí, diez monedas de oro.

El mercader las agarró con alegría, olvidando por un momento el temor que sentía. Al levantar la vista,  el encapuchado había desaparecido.

— Que muchacho tan raro. —Pensó en voz alta, antes de regresar en su caballo al pueblo, detrás del molino de viento.

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¡Buenas, buenas!

Hace años que no actualizo, primero mi computadora se descompuso del teclado, después ya no tenía inspiración y al fin. Creo que es un buen regreso. 

Siempre quise escribir su primera cita, creo que fue algo cursi, pero linda.

Como referencia, en el siguiente capitulo (que ya tengo más de la mitad) el hombre (o mujer) encapuchado se podrá detectar porque se hará mención de sus ojos. Ya sea: Y sus ojos centellearon, ó: sus ojos (insertar color) voltearon a verla/o  Y a partir de esa mención, podrán empezar con las teorías.  

Foto en multimedia de Elsa y Hans <3 

Muchas gracias por su paciencia y gracias a todas esas personitas que me leen desde el principio. Ellas saben muy bien quienes son <3 Gracias.

Estrellitas y comentarios son bienvenidos.

Un enorme abrazo. 

Y gracias por leerme. 

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