Lamento en alta mar. Parte 2

Cuando la última ola se avecinaba miles de recuerdos bloqueados por interminables años bombardearon la mente del Rey, que lloro desconsolado acurrucándose contra su esposa. Tantos errores, tantos secretos. Era deplorable, humillante, en definitiva era culpable. Secretos perdidos ¿Seguro?

Por suerte esos secretos estaban en Arendelle, ocultos en el enorme castillo, escritos por puño y letra, por el Rey mismo.

En aquellos años la culpa le carcomía internamente y entonces decidió contar su historia, lo hizo. Ebrio de dolor.

Y, hoy serán contados, aquí y ahora.

. . .

"Hace muchos años, más de los que quisiera admitir, la noticia de que una joven reina esperaba a su primer bebé se propagó más rápido que la pólvora. Un chisme tan bien recibido como esperado.

Muchos duques y princesas acudieron para darles a la joven pareja sus felicitaciones.

Todos les tenían un gran cariño pues, los soberanos, no sólo eran una pareja justa y considerada, también eran los más jóvenes.

Duques, condes y algunos plebeyos apostaban a que él heredero al trono sería un varón. Princesas, príncipes y marineros daban el visto bueno a que el heredero resultaría ser heredera.

El gran salón se convirtió en una sala de debates, una muy agitada y alegre sala.

Durante 7 meses todo fue perfecto.

Al octavo mes, la Reina, comenzó a sentir arcadas y fuertes patadas. El doctor le informo que era un varón. Un inquieto y muy riesgoso varón.

La apuesta ya tenía un ganador.

Al término del octavo mes y a inicios del noveno el embarazo se complico. Prematuro y sin aviso alguno, el próximo monarca de Arendelle decidió salir.

Aceptaron la difícil cuestión y, antes de iniciar el trabajo de parto, el doctor les aviso que uno de los dos moriría y si de suerte sobrevivían, seria con capacidad limitada. Su esperanza de vida no sobre pasaría los 3 años.

Los reyes se arriesgaron.

Fueron 12 insoportables horas. En las que la pareja no podía estar junta, separados por una puerta un sentimiento los unía: Preocupación.

Tras un largo esfuerzo, el bebé salió y el llanto del comienzo de la vida resonó por los pasillos.

Era el día más caluroso del año, pero no se le podía echar toda la culpa a ello, el castillo parecía un horno. Solo que en lugar de pan, recién salido del horno, nacía un niño.

El se encontraba bien, su madre se encontraba bien.

Era un precioso varón de ojos verdes y cabello avellana. El Rey entró y sonrió, una sonrisa tan grande de alivio y amor que ni el castillo ni el Reino entero era capaz de aguantar. Entre lágrimas de alegría lo tomo en brazos, y el indescriptible lazo que se forma entre padres e hijos los rodeo a los tres, los rodeo y prometió nunca soltarlos.

— Nuestro precioso niño, precioso— susurro el Rey, acariciando suavemente las mejillas cálidas de su bebé, un bebé que lo miraba con intensidad y verde bosque y aceituna se encontraron, la Reina sonreía cansada— Mira, bebé, tu mami— Dijo tiernamente, el niño soltó una risilla, una risa que los cautivo. — Te llamarás como mi padre: Fabricio. — Fabricio asintió con su pequeño cabeza, cubierta de una pelusilla que pronto crecería,

Llamaron a un pintor, les retrataron y la pintura fue entregada a la Reina. Tras tan arduo trabajo la dejaron dormir, con su bebé a un lado, tranquilo y soñando. Su marido, a regañadientes, regreso a sus labores pues la correspondencia se había acumulado a tal grado que su despacho parecía hecho de papel. Todos volvieron a sus tareas. Y en silencio, se produjo la tragedia. El pequeño niño, con aquellos ojos de bosque cerrados se perdió en ellos. Para siempre.

— ¡¡¡STELLAN!!!— El grito de la reina nada más despertar advirtió a todos que algo no iba bien. El rey llegó corriendo y, cargando el inerte cuerpo de su hijo. La reina deseo poder arrancarse el corazón y dárselo a su niño. Su primer niño.

Pero era imposible.

Cuando el Rey vio lo sucedido todo rastro de alegría se desvaneció.

Lo intentaron todo, magia, conjuros e incluso fueron al Reino de Corona, en busca de otra flor dorada como la que había salvado a Periwinkle, la hermana de la soberana de Arendelle. Ya no había nada.

Hermana y hermana se acompañaron por su pérdida, la primera por su difunto hijo y la segunda por su pérdida niña.

Por respeto y luto las apuestas sobre ese tema fueron eliminadas para siempre.

El doctor le informo que era una muerte de cuna, una muerte por asfixia. Una muerte silenciosa.

La monarca término estéril. Desconsolada la reina se dijo que moriría igual, asfixiada, ahogada...

El Rey se encerró en su despacho, reusado a volver a salir. Se la pasaba leyendo y memorizando, aprendiendo cada punto y cada coma.

El reino se sumió en tristeza y melancolía.

Un día, ya cuatro años después de lo ocurrido, una misteriosa carta llegó a sus manos, sin sello ni remitente. Solo un destinatario: Stellan.

Una caligrafía agraciada y llena de curvas esperaba dentro, con pocas palabras y extraño polvo plateado, tan frío como la nieve.

La carta no decía mucho, un par de líneas eran todo su contenido.

“Tu mujer debe beber esto, así te prometo que tu próximo hijo nunca morirá. Ella podrá concebir” 

¿Una broma? ¿Una cura? ¿Un milagro? ¿Qué? Muchas preguntas lo bombardearon a tal velocidad, que era incapaz de formular un pensamiento coherente.

Su matrimonio decaía. Se extinguía.

Un hijo les ayudaría.

Tras consultar ( a escondidas ) con muchos expertos en herbolaria, llego a la conclusión de que el polvo de plata no era una planta y los doctores negaron que fuera medicina.

Ya muy cansado se detuvo en un claro, donde muchas rocas exuberantes y musgosas se encontraban.

— Ayuda — susurro el hombre, con un nudo en la garganta— Ayuda —se repitió.

El suelo comenzó a moverse, vibrante.

— Temblor — Pensó el Rey Stellan.

Entonces, una cosa aún más sorprendente sucedió. Las rocas comenzaron a a cobrar vida.

— Te puedo ayudar—Dijo una de ellas, la más anciana— Dime tu cuestión, aquí recibirás la debida atención.

Y sin tiempo para asustarse o sentirse intimidado, la mente del hombre comenzó a preguntar:

— ¿Usted sabe algo de esto?

— Oh, créame, lo sé muy bien.

— ¿Me ayudará? ¿O qué efectos tendrá? ¿Viviremos felices?

— Tendrá un hijo de la luna.

— ¿Hijo? ¿Eso significa que será varón? —El troll sonrió.

— Sea lo que sea prometa cuidar de esa criatura.— Y el castaño se marcho, ilusionado por darle aquel importante regalo a su mujer, un regalo perfecto.

Entre sus libros encontró un texto sobre aquel polvillo, polvillo lunar, con propiedades extrañas y poco usuales. Solo se habían encontrado 10 gramos en todo el mundo (uno por persona y de diferentes épocas) y de pronto alguien llega y le regala un kilo y medio. Más raro no podría ser. Cuidaría de ese polvo, por si acaso.

— Amor, creo que deberías cuidar eso muy bien— Sugirió la reina, acariciando su no muy avanzado vientre.

— Créeme, Freja, nadie encontrará el polvillo al menos que quiten cada piedra y cada ladrillo de esta fortaleza. Nunca lo encontrarán.

— ¿Crees que esto afecte a nuestro bebé?

— Según leí...Según la determinada cantidad de pizcas se obtendrá un talento o algo por el estilo. Solo será cuestión de esperar.

Nueve meses después de aquella charla la Reina dio a luz a una preciosa niña, de cabello rubio, rubio albino. Al abrir por primera vez los ojos, se encontró con su madre y padre, llorando melancólicamente. Ellos se perdieron en esas piscinas turquesas, estaban seguros que se perderían en ellas para siempre. Y recordarán aquel día como una nueva oportunidad, una oportunidad de comenzar de nuevo. Comenzar como ella, que nació al inicio del verano.

La llenaron de amor, cuidado y libertad, dando como resultado a una niñita dulce y elegante de dos cortos años.

A la llegada de la segunda, completamente opuesta a su hermana, su alegría no daba para más. Los médicos no se explicaban ese par de milagros, milagros a los que todos amaban.

Eso eran ellas dos juntas: Milagros, esperanzas y, luces en medio de la oscuridad. Eran Elsa y Anna, complemento la una de la otra, una con poderes increíbles de frío y la otra con un regocijo y calor natural; adorables imanes. Eran el invierno que anunciaba la llegada de la primavera.

Nunca, nunca las dejarían solas."

La ola lo obligó a separarse de su esposa; destrozado la busco entre las turbias aguas, pero no había señales de ella.

El rey Stellan sollozo en silencio, mirando su dije oculto, que cargaba una botellita, de menos de 5 gramos, gramos del polvo milagroso. El peso y la inexperiencia dentro del agua le vencían.

Ese polvo tenía lo suficiente como para salvar a uno, solo a uno. Cuando estaba decidido a beberlo vio a su mujer, pálida y helada, con los ojos cerrados y su corazón sin bombear, suplicando desde donde sea que estuviese que fuera con ella, que ya no luchará. Pero él no se dejaba vencer.

Una ola lo arrastro lejos del cadáver.

¿Lo bebió? Nadie lo sabe.

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¡ Hola, wattperos! ¿Alguien lloró? Yo sinceramente sí, me dolió escribir esto.

Me ayudarían superando el dolor con sus ideas, compartamos dolor mutuamente.

Este capítulo me ha costado mucho, (en especial porque borre por error mi primer borrador :c) Pero quería hacerlo justo (bueno...no lo fue) Quería despedir a los reyes como era debido.

Recordad, estrellitas y comentarios son bien recibidos, me ayudan y alientan a seguir escribiendo. 

Un saludo.

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