Después de la tormenta


Después de la tormenta, ¿qué viene? El rayo.

La reina de Arendelle lo averiguó a la mala.

El rayo no alcanzó a tocar su cuerpo completamente, o eso es lo que decían. La gente tampoco había sufrido daños. Al fin se había descubierto como vencer a la afamada reina del hielo. Un simple, luminoso y sonoro rayo. Algo prácticamente imposible de que sucediese en interiores. Un suceso casi mágico, como todo lo que albergaba ella.

Encontraron su cuerpo en el suelo, minutos después de que el pánico se apoderara de la sala y que la gente corriera en busca de refugio. Serpientes doradas se esparcían por las baldosas, cubrían la mitad de su rostro. Los ojos cerrados, los labios entreabiertos, el pulso casi indetectable. El cuerpo inerte. Todo indicaba que estaba muerta. El hilillo de sangre que manchaba la cascada nívea y parte de su nuca era un ultimátum de confirmación. Palideció más de lo usual y sus pecas, diminutas y adorables, resaltaban sobre el lienzo blanco como chispas escarchadas sobre una capa de nieve. Los curiosos que se acercaron lo suficiente, chocaron contra una ráfaga gélida que emanaba de la reina. Copos brillantes descendieron del techo, brillantes cual luciérnagas se posaron en su piel desnuda y no se apagaron. Toda ella emitía una débil luz plateada, como una estrella agonizante. Una diosa que irradiaba tragedia.

La princesa Merida llegó corriendo, llevaba en sus manos una bolsa de piel y arañazos en el rostro. Al ver a su amiga, sólo salió corriendo de nuevo, horroriza. Nadie la encontró durante lo que restaba del día. Ni tampoco por la mañana, cuando todos estaban ansiosos de saber si la reina Elsa había despertado.

El príncipe Hans se abrió paso a empujones, desesperado. Tal vez creía que su prometida era la chica en el suelo, o al menos eso es lo que pensaron todos. Y esas creencias se eliminaron apenas vieron como caía de rodillas junto al cuerpo, soportando el frío que emanaba la reina de las nieves. Él, lloró. Un llanto auténtico y lastimero que también hizo llorar a los niños. Abrazó el cuerpo de la reina, con fuerza, sus labios hicieron contacto con la frente de la mujer. Nadie intentó apartarlo de su lado. Sin saber, que a partir de ese momento, se convertirían en cómplices de su secreto.

Un marinero, de barbas rojizas y luminosos ocelos aceitunados, lloraba en silencio, desde un rincón desolado.

La reina Elinor y el rey Fergus, se removieron en sus silla, culpables, incómodos, tristes. Especialmente la reina, a la cual la culpa comenzaba a carcomer. Ignoraron el hecho de que el prometido de su hija abrazaba a la rubia. Algo que Coraline, una muchachita que sollozaba internamente, agradeció.

Los doctores llegaron rápido.

Improvisaron la camilla, con una mesa y manteles. Cargaron a la reina con sumo cuidado, como si de un momento a otro pudiera romperse. Las mujeres acomodaron sus ropas y sus cabellos, manchando sus manos de sangre. Los niños se despidieron de ella.

Y la reina del hielo desapareció tras las puertas.

~Día 10~

20 días para la boda.

<<Querido diario:

Mi tío no ha dejado de llorar.

Se ha encerrado en su habitación, y no ha dejado que nadie entre, ni siquiera para dejarle el desayuno. Al contrario de otras veces, no le ha avergonzado llorar frente a las personas. Ni tampoco le ha dado pena demostrar afecto a la reina Elsa. Algo muy imprudente.

Ultimadamente, se ha estado portando muy extraño estos días. Más extraño de lo normal, y no, ya se lo que puede parecer: Actúa extraño por culpa del amor.

Pero no, no es nada de eso. Al contrario, parece asustado, como si algo lo amenazara.

Después de la cita con Elsa, (o sea, antier) no podía haber hombre más feliz en la tierra. Gozaba de un saludable rubor en sus mejillas y un brillo en los ojos que se incrementaba cada que se mencionaba a la reina Elsa. Wybie y yo nos burlamos de ello, ¿quién no? El punto es, que su felicidad llegó a ser irritante. Al menos para nosotros dos, porque no confiaba en las demás personas como para contarles de su espléndida tarde amorosa. Sin embargo, y a pesar de que tuve que aguantar toneladas de miel en sus palabras, me ponía contenta que al fin algo le funcionara bien. Después de todo, papá está mal y tendrá que admitir que soy una buena casamentera. Es aquí donde se inserta un: ¡Tengo la razón y tú no, padre! ¡Helsa es real!

Peroo... Aquí viene lo anormal. El inicio de su comportamiento extraño.

Dijo que tenía que hablar urgentemente con alguien, para intentar solucionar todo antes de la boda, que era cada vez más cerca. Necesitaba libertad, oportunidades. Más que nada, deseaba poder demostrar su felicidad al mundo. Así que, agarró un abrigo del perchero y se despidió de Wybie con un choque de puños, para después despedirse de mí con un beso en la frente. Todavía recuerdo sus palabras antes de cruzar la puerta del salón:

"Voy en busca de mi futuro"

Realmente se encontraba entusiasmado. Realmente creía poder romper el compromiso. Realmente... las cosas no siempre salen bien.

Wybie y yo nos pusimos a esperarlo, ansiosos de saber si su plan había funcionado o no. Durante un rato, planeamos tácticas de estrategia para poder juntar a la pareja, y terminamos agotados. No recuerdo en qué punto me dormí sobre el sillón, ni siquiera recuerdo haber agarrado el libro que, al despertar, tenía sobre mis piernas. Wybie estaba dormido encima de la alfombra.

No había señales de mi tío. Él había prometido ir a despertarnos en cuanto regresara. Y el sol empezaba a asomarse por detrás de la colina.

Me costó un poco de trabajo despertar al dormilón de Wyborne, pero cuando lo logré, no perdimos el tiempo y empezamos a buscarlo. Sólo deseaba que no le hubiera pasado nada malo.

Tardamos aproximadamente una hora hasta encontrarlo. Me dio un poco de rabia verlo tan sereno, con una taza de café en la mano y un elegante traje nuevo que tenía bordado hilos de oro; demasiado excéntrico como para una mañana de mitad de semana. Estaba en el comedor, las cocineras le habían proporcionado un delicioso desayuno. Con panqueques, sándwiches, chocolate y fruta, que tenían un olor exquisito. Él parecía disfrutar mucho de su mañana de miércoles. Rodeado de atenciones y postres.

Wybie y yo nos acercamos, decididos. Nos colocamos a sus costados, esperando una explicación. Pero él sólo nos dedicó una mirada por encima del hombro y siguió comiendo.

¿Desde cuándo nos ignoraba?

— Tío —dije — ¿cómo te fue ayer?

— Bien —contestó a secas. Ni siquiera me llamó sobrina, ni le revolvió el cabello a Wybie. Ni tampoco bromeó con nosotros. Su mirada se encontraba clavada en el suelo, como si fuera lo más interesante del mundo. —Quiero estar solo.

Y solo lo dejamos.

¿Por qué se portaba tan cortante? ¿Acaso no había podido hacer nada? Pero, él quedó en contarnos ¡éramos su apoyo, su segunda línea de ataque! Wybie me ayudó a ocultar mis lágrimas. Después de que lo dejamos en el salón, escuché como le decía a una de las cocineras:

"Los niños son irritantes."

¿Irritantes? ¿Desde cuándo?

—Tranquila, debe estar triste, puede que haya entendido que Elsa es casi imposible...

— ¡No es verdad! Wybie, tú lo sabes.

Y ya no me contradijo.

Si no hubiera pasado lo del trueno; si no hubiera demostrado tanto amor por Elsa, hubiera jurado que...>>

— ¿Qué escribes? — preguntó mi padre. Rápidamente oculté mi diario debajo de un almohadón, acalorada.

— ¡Nada! Sólo estaba, ya sabes, leyendo un poco.

— ¿Y por eso lees debajo de las almohadas? —tomó asiento junto a mí y me rodeó con sus brazos, igual a cuando era pequeña.

— Papá, no estoy de humor. —Le dije, con la cabeza gacha —. Con todo lo que pasó ayer por la noche, me siento confundida. Extraña.

— Te comprendo, tu tío también está afectado por todo lo de ayer. No lo había visto tan mal en mucho tiempo. Todavía no puedo creer lo del trueno, rayo o lo que fuera; si no podemos confiar en estar seguros bajo techo durante una tormenta, ¿qué haremos?

— No lo sé, papá. —Suspiré. Al fin y al cabo, yo era una niña, nadie les cree a los niños.

No servía de nada compartir mis ideas. ¿Qué tal si estaba equivocada?

— Bueno, te dejo descansar ¿de acuerdo? O tu mamá me regañará por dejar que rompas tu horario. —Se inclinó y besó mi frente, justo como mi tío acostumbraba hacer.

Era muy noche todavía, hace unas cuantas horas había ocurrido el incidente, se podía decir que era de madrugada. Me ardían los ojos y seguro que tenía ojeras bajo ellos. La lluvia seguía afuera, sin truenos. Mamá estaría preocupada.

—Hasta mañana.

—Hasta en unas horas.

◇◆◇

Un escalofrío me obligó a despertar. Abrí los ojos de golpe, mi pulso estaba acelerado. Había tenido pesadillas.

Sin embargo, ¿por qué me había parecido tan real?

Repasé la habitación con la mirada, totalmente vacía, con las cortinas cerradas a cal y canto, con las velas apagadas. Me cubrí con las sábanas, hasta la nariz. Algo me miraba, desde el espejo de cuerpo entero. Tenía ojos rojos y brillantes. Parpadeó. Yo parpadee, y no se desvaneció. Una sonrisa macabra se sumó al tétrico espectáculo. No podía dejar de ver, estaba paralizada. De pronto, como si aquella cosa me conociera, se transformó. En el espejo, mi padre y mi madre sonreían.

Tenían ojos de botón. Negros, intensos, aterradores. Huecos. De un profundo color carbón, tan profundos como el espacio.

— Bo...bot... —balbuceé, como una tonta. No dormir bien, definitivamente, me afectaba.

— Botones, cielo —respondió "mamá". Su voz era excesivamente dulce, tan dulce que sentí aquella sensación recorrer mi garganta y perderse en mis labios; pero, al contrario de otras ocasiones, el simple hecho de sentir el azúcar en mi boca me provocó nauseas.

— Mi verdadera madre no tiene botones —aseguré. —Y tampoco habla como tú.

— Soy tú Otra Madre, tontuela. —Contestó, como si no fuera la cosa. Papá... mi Otro Padre, saludó con la mano. Sus ojos de botón eran más suaves, menos rústicos.

—Yo no tengo otra mamá.

— Claro que la tienes, todo el mundo la tiene.

Ella siguió hablando, distraída en su falsa felicidad. Esto era un truco, un juego, una especie de amenaza. Brujería. Claro estaba que intentaban asustarme, la pregunta era ¿quién?

— Váyanse —grité, tal vez así llamaría la atención de alguien, siquiera la de una mucama para que aquel espejismo, literal, desapareciera. Pero no lo hizo.

— Te esperábamos, Coraline —continuó el falso padre. Mi interior me decía que no confiara, que no hiciera caso a sus palabras. Debía seguir mis instintos.

—Queremos que vengas con nosotros. — Extendieron sus brazos, como si fuera a caer en un truco tan predecible. Sin embargo, me levanté de la cama, agarré un collar que estaba entre las sábanas— seguro que se me había olvidado quitármelo por mi cuenta y papá lo había hecho— sin que ellos se dieran cuenta y fingí una sonrisa. Era pesado y de metal, perfecto como para una ruptura accidental. Caminé hasta ellos, con una mano en la espalda.

— Yo no quiero. —La falsa madre frunció el ceño. No le permitiría replicar.

Y dicho y hecho, rompí el espejo con el collar, justo en el centro.

Hizo un ruido estruendoso y tuve que cubrirme la cabeza con los brazos, recibiendo un par de cortes y arañazos. El suelo se llenó con trocitos de lo fue un lindo espejo con marco de plata. Todavía estaba asustada, así que no estaba muy segura respecto a lo que veía. Pero ahí, en uno de los pedazos, un ojo de color carmín me observaba con odio. Rápidamente, agarré una manta y envolví todo el desastre. ¿Quién deseaba sacarme del camino?

Sólo me dio tiempo de ponerme unas botas y un abrigo, porque salí corriendo con la manta hecha una bola bajo el brazo. Debía tirarlo donde nadie más pudiera encontrarlo.

— ¿Coraline? ¿Qué haces?

— ¡Sh! Guarda silencio, Wyborne. — Susurré, yo estaba en el vestíbulo y el parado sobre las escaleras, se veía adormilado. Tenía mucho miedo de que el espejo hiciera algo, así que salí corriendo sin dar pauta a que me pudiera acompañar. Debía hacerlo yo sola o quien quiera que me quisiera lejos también se metería con Wybie. Sólo vi sus ojos cetrinos brillar con preocupación.

Él se preocupaba por mí. Y yo me preocupaba por mí misma. Creo que comienzo a entender a la reina Elsa.

No conocía bien los alrededores, no tenía idea de dónde podía ir a deshacerme de aquel objeto. Todavía podía ver aquellos ojos de botón brillar con malicia. Ni siquiera tenían iris o pupilas que ayudaran a indicar sus expresiones, pero eran tan... Aterradores.

Seguí corriendo durante un rato, hasta que tuve que tomar aire y me dejé caer en la hierba, temblando. Ni siquiera me había limpiado las heridas de las manos, cuya sangre ya estaba seca. Estaba a punto de rendirme y regresar, al no ver un escondite seguro para guardar aquella cosa del demonio; pero, como si el destino lo hubiera querido, frente a mí, un pozo con tapa de madera me incitaba a acercarme. Estaba rodeado de un corro de brujas, aquel cuyos hongos apestaban si llegabas a pisar uno de ellos. Apresurada, con ayuda de una vara, aparté la tapa con todas mis fuerzas. Era un pozo muy profundo. No desearía que nadie cayera en él.

Excepto, tal vez, todos los fragmentos de mi anterior espejo.

Abriendo la manta sobre el pozo, todos los pedacitos cayeron al vacío. Brillando e iluminando las paredes del pequeño abismo de piedras. Guardé silencio, a una distancia prudente del borde. No escuché nada, excepto el chapoteo del cristal con el agua. Fueron siete segundos, una profundidad gigantesca. Y, lo que fuese aquello que entró al espejo, ya estaba muy en el fondo, a la deriva. Probablemente, yendo por un tubo de cañería hacia lo desconocido.

Estaba segura. O al menos eso parecía.

Todavía me mantuve cerca del pozo unos cuantos minutos; el sol discutía con la niebla para poder salir y los animalejos corrían escurridizos por la hierba seca y grisácea. Una araña caminó por mis dedos, pero la sacudí sin prisas. Todo había sucedido de manera inesperada. Es increíble como las cosas macabras, tenebrosas y misteriosas abundan por estos lares. Vaho plomizo salía de mis fosas nasales, y el frío caló hasta mis huesos. Me levanté y sacudí, un montón de ramitas y suciedad se precipitaron hasta el suelo, al igual que una docena de insectos. Fue como liberarme.

Satisfecha, algo sucia y arañada, ya me dirigía de regreso al castillo. Mis manos temblaban, al igual que todo mi cuerpo. Tan rápido como el momento de debilidades se hubiera marchado, la ira se apoderó de mí, mis mejillas se encendieron y mis puños se cerraron; ¡argh! Tenía demasiadas ganas de gritar y patear cualquier cosa que se plantara enfrente de mí. ¿Quién se creía? Mejor dicho, ¿quién se creía capaz de intentar sacarme del camino? ¡A mí! ¡Que no he hecho nada! ¿De qué soy culpable?

— ¡Coraline!— El grito de una mujer me sobresalta y, por un instinto, envaino una rama a manera de espada. Si aquella bruja asquerosa y vil intenta apoderarse de mí o algo, tendrá que luchar por ello. Detesto la brujería y a cualquiera que esté implicado en ello. Por detrás de un arbusto, lo único que veo es a la princesa Merida, montada en su caballo de larga melena blanca. ¿Desde cuándo nos tuteamos? Ruedo los ojos, es algo irritante... Más que nada, su actitud me parece falsa. — ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Me gusta ejercitarme— respondo, encogiéndome de hombros. Después, sacudí ambos brazos de manera natural como si estuvieran acalambrados. No tenía nada en contra de ella, no de manera personal al menos. Es sólo que, por lo de mi tío, el odio era instantáneo; se notaba a leguas que ella no le odiaba a él y que la boda no le parecía mala idea. Bueno, puede que si fuera personal. — ¿Y usted?

—Fui al establo, para darle de desayunar a Angus— explicó, acariciando la crin del caballo e inflando el pecho. Sonreí; pobre muchacha, no tiene la culpa de ser plana.

—Bueno, me parece que debo irme; seguro que Wybie debe estar buscándome...

— ¿Quieres que nos acompañemos?— preguntó. Me limito a mirarla, de manera neutral y veo con detenimiento cada uno de sus gestos. Está tensa, lo puedo notar por la manera en la que sus dedos se ciñen a las riendas, con excesiva fuerza, incluso Angus voltea a verle con inconformismo; sus labios tiemblan a la hora de querer realizar una sonrisa, que más bien parece una débil mueca de dolor. Asiento levemente, y camino hasta donde está ella. Luce demacrada, círculos granate rodean el calipso cristalino de sus obres. — Te ves bien.

—Gracias. — No contesto a su cumplido, porque sería mentirle. Y, sinceramente, detesto la hipocresía. — ¿Podríamos ir rápido? Claro, si no es mucha molestia.

— ¡Para nada! Todo sea por mi cuñada—. Me guiña un ojo y le da órdenes al corcel. Por favor.

Sin embargo, no estoy de ánimos para replicar. Apenas son las diez de la mañana—el tiempo ha pasado muy rápido—y ya he presenciado una tormenta eléctrica, un maleficio de ilusión y también corrí un maratón. Ya mis fuerzas se agotaron. Soy una niña al fin y al cabo.

— ¿Te gusta montar a caballo? – gritó, contra el vigor del viento. Escupo un mechón de cabello cobalto que se infiltró en mi boca y lo empujo.

—No, siendo honesta no— explico. Pasamos un montón de arbustos retorcidos y de frutos verdes, me hubiera gustado ver todo el paisaje con mayor detenimiento, pero al parecer, la valiente y heroica princesa escosa tiene tanta, pero TANTA prisa, que ni siquiera sé cómo no he salido volando del caballo. – Lo detesto.

Ella murmura algo que queda opacado por los susurros del aire contra mis oídos. No pretendo ser amable. Si ella tiene algo que ver con el repentino cambio de humor de mi tío, debo averiguarlo. Su vista está clavada en el camino, ni siquiera parpadea. Parece furiosa. Aceleramos, el caballo comienza a quejarse y ella lo calma con una palmada en las orejas, poco cariñosa. Me da vértigo, miedo, ¿qué pasaría si me caigo? Me sujeto con más fuerza de su cintura y de las riendas libres; el camino se transforma en grandes manchones difuminados de colores terracota y se funde con el cielo, salpicado de manchas borrosas de leche agria.

Es una completa chiflada.

— ¡Detente!— grito en su oído, pero mis palabras son arrastradas con facilidad y se funden en el bosque. — ¡Detente ahora!— ordeno, con un chillido. Toda su amabilidad previa se desaparece.

— ¿No querías que llegáramos rápido?— respondió, sin siquiera inmutarse. Vamos a tal velocidad, que me parece ver las patas del caballo elevarse en el aire. Oh, por todos los...

— ¡Ya basta!—. Oficialmente, estoy furiosa; mi cuerpo tiembla, mi cabeza da vueltas. Tengo suerte de no haber desayunado o ya todo estaría en el suelo. Ella baja la velocidad apenas un poco. El camino se hace largo, infinito, el castillo parece desaparecer poco a poco.

—Lo siento— susurró la pelirroja. El caballo resoplaba, agotado. — Pero ya no puedo detenerme.

— ¡Le estás haciendo daño a Angus!— ella me ignoró.

Bien, a situaciones desesperadas, medidas estúpidas. O algo así.

Enterré con toda mi fuerza mis uñas en su cuello.

— ¡AAAH!— chilló, retorciéndose como un gusano. Por lógica, perdió el control sobre el caballo, que continuó a trote como un desquiciado. — ¿Qué rayos te pasa?

— ¡Te dije que te detuvieras! – es mi respuesta. No sé como es que no he salido volando del caballo, es como si una fuerza magnética me mantuviera pegada al lomo. — ¡Ahora hazlo si no quieres que se repita!

—Eres una niña malcriada, ¿lo sabías?— contestó ella, como si no hubiera sucedido nada.

—Es una de mis virtudes. Aunque, claro, no tendría por qué serlo si y la gente que me rodea no estuviera...mmm... ¿cómo explicarlo?— respiro profundo; inhalo cielo azul, exhalo humo gris—. ¡CHIFLADA!

— ¡Bien, como tú quieras, mocosa!— nos detenemos con brusquedad, yo me golpeo contra un tronco, en el centro de la espalda. El grito de dolor que salió de mi garganta parecía provenir de otra persona, era agudo, doloroso. Miles de astillas atravesaron la tela y marcaron mi espalda con pequeños arañazos. Caí al suelo como un costal de patatas. Volteé a ver a Merida, aún en la cima del corcel. –Deberías ver a un doctor. Buen viaje.

— ¡Eres una...!

— ¿Una qué? ¡Ah, sí!— una sonrisa torcida que permitió ver buena parte de su dentadura amarillenta, se dibujó en su rostro. — Una princesa que se casará con tu tío.

—No creas...no creas que lo permitiré...—musité, entre movimientos y jadeos pausados. Creo que me rompí algo.

— ¿Tú que puedes hacer? Eres una n-i-ñ-a— deletreó la palabra. Nunca me había sentido tan inútil. ¡Argh! ¡Deseaba arrancarle esa melena de espinas y esa lengua malhablada!—. Nadie te creerá.

—Claro que sí, mucha gente confía en mí— ella levantó una ceja, burlona. Intenté sonar convincente para ella, pero también intenté convencerme a mí misma. — Y pagarás por todo, bruja.

— ¿Quién dice que yo soy la bruja mala del cuento?— Me quedo sin palabras. Merida se despide con un movimiento de mano y golpea el lomo del caballo con las cuerdas. Su capa se levanta con cada paso que da Angus y yo ya no intento detenerla.

No dejaré que gané este juego. No solo por mi tío, ni por papá o la reina Elsa. Esto ya es personal. Nadie se puede meter conmigo sin sufrir de las consecuencias. Si quiere guerra, guerra tendrá.

Estoy a quien sabe cuántos metros del castillo y al intentar levantarme, mi pierna izquierda no responde, en su lugar, una punzada aguda y chirriante pica en mi rodilla. ¿Acaso es el día de intentar matar a Coraline?

Me recargo en el cespéd, húmedo y la sensación de alivio invade mi piel, al descubierto pues mi abrigo se ha roto junto con la parte trasera de mi piyama. Alguien tendrá que venir a buscarme.

Cierro los ojos e intento analizar la situación.

Primero, han sucedido una serie de casos paranormales que no tienen explicación fundamentada. Los rayos, el espejo, cambios de personalidad inexplicables después de ciertas horas.

Segundo: Según la persona, esos casos cambian para jugar con su estabilidad mental.

Tercero: Procuran hacer daño.

Y las víctimas son minuciosamente seleccionadas.

Crunch. Crunch. Crunch.

Me levantó de golpe, alguien pisa las ramas con descuido.

— ¡Estoy armada!— advierto, no importa si es real o no, sólo quiero unos momentos de tranquilidad. Los matorrales que se encuentran junto a mí se mueven de manera extraña.

Miau, miau, miau.

Las patas negras de un gato son visibles. Qué alivio, es solo un gato...

Brinca y aparece delante de mis ojos, con los suyos, de un alarmante tono turquesa. Su pelaje es bruno, se nota suave. Sus bigotes bailan, y sus ojos me observan, elocuentes: Todo está bien ahora.

Acarició su cabeza, y ronronea.

Sin embargo, la paz es interrumpida.

— ¡Jonesy!— grita Wybie. — ¡Que alivio que estés aquí!

—No me digas Jonesy— replico, indignada. Pese a todo, me tranquiliza que aquel entrometido esté aquí, conmigo. — No me gusta ser vigilada ni por tontos locos, ni por sus gatos. Espía.

—Hey, ¿cuántas veces te he dicho que no soy un espía?— toma asiento junto a mi sin siquiera preguntar. Es sorprendente que Wybie haya sobrevivido en la nobleza sin tener siquiera un gramo de modales. Y, con todo eso de por medio, aun así, lo quiero. Sonrío de medio lado, mientras él toma al gato en brazos. — Para tu información, fue el gato quien te encontró.

— ¿Cómo?

—Bueno, ya que me abandonaste y huiste sin decirme nada, me quedé muy preocupado...— unas manchas rosas aparecen en sus mejillas, no le tomo importancia—, así que salí en tu búsqueda. Estuve buscándote por al menos una media hora, hasta que encontré a este amigo— el gato levanta la cola, orgulloso— y me indicó que lo siguiera. Eso hice. Al parecer, tiene mejor olfato que los sabuesos del castillo.

—Gracias, gato— vuelvo a acariciarlo y Wybie sonríe. –Gracias por preocuparte, Wybie.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras— aseguró. — Y, la próxima vez, asegúrate de ir en compañía. No sabría que hacer si te llegara a pasar algo; probablemente, nunca me lo perdonaría. — Su voz se rompe en la última frase, así que paso mi brazo por sus hombros.

—Eres un buen amigo, Wybie— digo, él guarda silencio. – Yo tampoco dejaría que te pasara nada.

—Bien, bien. Basta de cursilerías— una amplia sonrisa ilumina su rostro. – Tenía que decirte algo importante.

—Escupe— bromeo, pero su semblante es muy serio. — Yo también tengo que decirte algo muy importante.

—Si quieres, habla primero— me ofrece.

—Es sobre la princesa Merida, hay un grave problema con ella. No es lo que parece. Cualquier persona corre peligro a su lado. — Frunce el ceño.

—Qué casualidad— murmura— porque yo tengo que contarte sobre la reina Elsa.

— ¿Qué es lo que pasa?

—Ha despertado.

◇◆◇

Medio palacio está formado, fuera del ala del hospital. Todos esperan entrar y ver qué tal se encuentra la reina Elsa. Mi tío encabeza la fila, su exasperación se nota a kilómetros. Yo, en cambio, estoy en una de las camillas. Mi pierna tiene un torniquete en la parte de la rodilla; se me rompió un ligamento cuando caí de golpe; no fue grave, o al menos es lo que me dijeron. Papá me regañó mucho, dice que no estuvo bien salir sin compañía. Tuve que mentir. Debo esperar unos cuantos días, ya que no fue total y me duele por el producto de una inflamación. Merida consiguió lo que quería: Sacarme de la jugada.

Wybie está junto a mí, con el gato en las rodillas. Quiero ir a ver a la reina Elsa y advertirle que se cuide de Merida, que no conviene estar a solas con ella. Que NO debe confiar en ella. Pero Wybie y papá me amenazaron y no me dejarán levantarme para verla, dicen que debo descansar.

— ¿Puedes ir tú, Wyborne?

—Yo no...

— ¡Necesito hablar con ella!—. Lo interrumpo.

— ¡Bien!— se suelta de mi agarre, ya que lo había sacudido del cuello. –Diré que necesitas hablar con ella.

—Gracias.

—Por cierto, debemos hablar de otro asunto. — De nuevo, esas manchas rosas sobresalen entre el color moreno de su piel. — Es sobre nosotros.

Enmudezco. No lo entiendo. Parece que mi cara refleja mis emociones, porque Wybie también se muerde la boca, igual que siempre que se pone nervioso.

—Primero lo primero, ¿no crees?

—Si, pero yo...

— ¡Tío Hans! ¿Ya lograste ver a la reina Elsa?— Mi tío aparece arrastrando los pies y me salva de un incómodo momento. Él se acerca y Wybie esconde el rostro entre las manos.

—No, los médicos dicen que debemos de esperar un poco a que tenga mayor estabilidad— su peso hunde mi colchón y nos obliga a Wyborne y a mi, a voltear a verlo. Luce cansado, seguramente no durmió anoche. Todo el rencor que había tenido hacía él se evaporó. Tal vez Wybie tenía razón y sólo lo habíamos visto en un mal momento. A veces, mis padres hacían locuras el uno por el otro. Y si ellos lo hacían, ¿por qué no mi tío?

Su espalda está caída, como la rama de un árbol moribundo. Y sus ojos, tan opacos...

—Hay que ver el lado bueno—mi tío levanta penas un poco la cabeza—: Ya despertó y es lo importante.

—Pero, ¿y si le pasó algo? – Intercambio una mirada con mi mejor amigo. — Fue todo tan extraño...

—Wybie y yo tenemos una teoría respecto a eso. — Hago una pausa larga; no estoy del todo segura, tal vez estoy acelerando todo. Tal vez no debería decirle y planear mejor las cosas. Su rostro se desfigura. — No respecto a lo del trueno, calma, es más bien..., sobre tu prometida.

— ¿Qué pasa con ella?— No suena interesado, ni un poco. Wybie niega levemente con la cabeza.

—Es que no nos agrada— se apresura a decir Wyborne.— No deberías casarte con ella.

Una sonrisa ladeada aparece en la cara de mi tío, que se ve un poco demacrado.

— ¿Saben? Perdonen por lo del otro día. Estaba molesto y actué sin pensar—. Claro todos tenemos malos días, ¿por qué fui tan tonta en creer que algo andaba mal?— No fue mi intención hacerlos sentir irritantes o algo así. El mundo adulto suele ser un poco difícil en ocasiones.

—Por supuesto. — Respondemos a coro. El silencio prevalece durante unos minutos, cada uno perdido en su propio mundo.

Antes de tomar una decisión, debía hablar con la reina Elsa.

—Majestades— saluda uno de los médicos. Mi tío Hans se reincorpora muy rápido y tanto mi amigo como yo, centramos nuestra atención en él. — La reina Elsa solicita veros.

Hans se levanta con una gran sonrisa en el rostro, confiado. Pero el médico indica que no con una cabezada seca. Mi tío congela su andar en el acto.

—A usted no, príncipe Hans— se disculpa— es a la princesa Coraline.

Mi tío voltea a verme con una mirada indescifrable, parece dolido. En cambio, yo me encuentro confundida.

—Debe haber un error— me muerdo el labio inferior, la voz de mi tío suena ronca, rota.—La reina Elsa y mi sobrina no tienen ningún vínculo.

—No es por ofender, majestad— balbucea el hombre— pero usted y la reina Elsa no mantienen una relación estable y puede alterarla. Ella dijo que, por el momento, no desea verlo.

—Usted miente, yo nunca le haría daño ¿Cómo se atreve...?— Un tenue y casi imperceptible humo comienza a salir de sus orejas. Wybie abre los ojos alarmado. El médico guarda silencio y baja la cabeza.

—Sólo sigo con las ordenes, príncipe.

— ¿Y quién le ha dado esas órdenes tan burdas? – pregunta con despecho. Sus orejas han dejado de sacar humo, pero una llama se enciende en sus ojos.

—La misma reina Elsa.

El mundo se detiene, es como un golpe en el corazón. El pelirrojo se deja caer de rodillas. Media sala voltea a verlo.

—Wybie, cierra las cortinas— susurro. Él obedece. Una vez fuera de los ojos curiosos, vuelvo a hablar –: Ahora, ayúdame a ir con la reina Elsa.

—Cor, debes descansar.

—Lo haré luego, ahora, pásame las muletas de allá...

A regañadientes, camina hasta el par de muletas. Mi tío parece externarse a lo que sucede alrededor suyo, así que es el perfecto momento para irme.

—Dile que la quiero— me dice, cuando ya me encuentro de pie, ayudada por Wybie. — Y que necesito verla.

—Se lo diré— aseguro. Wybie rodea mis hombros con su brazo para que me apoye en él, mientras que del otro lado tengo la muleta. No me duele tanto como esperaría.

Avanzamos un par de pasos y nos escabullimos detrás de la cortina de la reina del hielo.

Ella está acostada, mirando al techo. Una buena cantidad de vendajes adornan su cabeza y una que otra puntada es visible, especialmente la de uno de sus labios y pómulos; pese a todo, se las arregla para verse igual de bonita que siempre.

Tiene una jarra de agua a un lado y un gran espejo con marco de plata y del otro, miles de flores adornando su camilla y el buró, además, hay manchas oscuras en las sábanas. La reina Elsa está arrancando los pétalos de una. Habla muy bajo, pero lo suficiente para escucharla:

—No me quiere— arranca un pétalo, con desgano— me quiere...

—Estoy segura de que la quiere, majestad— ella gira la cabeza hasta encontrarse conmigo.

—Coraline, que sorpresa verte— sonríe. –Adelante.

Estoy a punto de entrar, cuando me doy cuenta de que Wybie se ha ido. Pff, cobarde.

—Majestad— inclino un poco la cabeza, ya que no puedo realizar una reverencia como se debe. Ella me imita y me invita a tomar asiento junto a ella. Con un poco de esfuerzo, cojeo hasta la orilla de su cama.

— ¿Qué te ha pasado, pequeña?— pregunta, desconcertada.

—Me caí montando a caballo. — O mejor dicho, me tiraron. Claro que, lo último no lo digo en voz alta.

—Nunca se está seguro del todo con esas criaturas. — Habla con sabiduría, su voz suena un poco cansada. Es como si hubiera envejecido un par de años en lo que respecta al conocimiento. — Una vez, mi hermana fue tirada por su propio corcel. Iba en búsqueda mía y, como había tanta nieve, el caballo se asustó y ella terminó atrapada en la nieve. Sólo con errores como esos se aprende, ¿verdad?

—Sí, majestad—. Lo último que pensé que terminaría hablando con ella, sería sobre los potros. –Cada caballo es un mundo.

Ella asiente. Me muerdo el interior de la mejilla, para evitar reírme.

—En fin, seguro que, te estarás preguntando, ¿para qué rayos— ríe, seguramente por lo irónico de la palabra— me ha citado la reina del hielo? Bien, pues es nada más y nada menos, que para hablar sobre ciertos asuntos que ya deberías de saber.

—¿Majestad?

—Hay un gran peligro en el castillo, Coraline— murmuró, con temor— una criatura que quiere acabar con cualquiera que se interponga en su camino.

Mis ojos se abren como platos. ¡Tenía razón!

—Por tu expresión, puedo deducir que ya has tenido un encuentro con ella, ¿verdad? – indico que si una cabeceada seca. La reina de las nieves suspira y un pequeño vaho plateado escapa de sus labios. — Es peligrosa.

— ¿Cómo lo sabe?— pregunto, mientras la albina se encoge de hombros.

—He tenido una visión, si así quieres creerlo. — Respondió. Los vellos de mi piel se erizan, siento un escalofrío. — Perdona, últimamente no me va muy bien controlar mis poderes. — Se disculpó. Sin embargo, al pronunciar "poderes" su voz tiembla.

—No tenga cuidado—guarda silencio—pero, majestad, ¿podría decirme...?

— ¿Quién es?— completó la frase. Sus cejas se juntan y una leve arruga aparece en su frente.— No creo que sea conveniente. Ya vemos lo que te ha hecho hoy.

No sé si es lo que ocurrió con Merida o con el espejo, o si son ambas cosas, pero de todas formas, no menciono el asunto.

—Entonces, ¿qué quiere hacer?

—Un plan— contestó. Sus ojos se iluminaron como los de un niño con nuevo juguete. Y la vida parece regresar a ella—: Un plan lo suficientemente inteligente como para cortar todos los cabos sueltos.— La pasión se hace presente en su tono de voz, y, por un breve momento, esa pasión y entusiasmo se contagia.—Terminar con todas aquellas personas que quieren acabar con nosotros.

—Un momento— se detiene— ¿nosotros?

—Sí, nosotros. — Por su sonrisa, puedo adivinar que todavía no concluye—. ¿No lo entiendes, Coraline? Estamos siendo vigilados, nuestras vidas ya no son nuestras, son de otras personas. Nos controlan, nos vigilan, quieren adueñarse de esto...

—Majestad, por favor, deténgase— su expresión de sorpresa es suficiente para mi— ¿no cree que está exagerando? Entiendo que acabe de despertar de una especie de coma o algo así— estoy hablando muy rápido— y que la historia que están escribiendo mi tío y usted juntos es algo turbulenta e intrincada, pero debe haber una solución más simple que buscar misterios donde tal vez no los haya... Mire, no quiero sonar petulante ni nada, pero es más sencillo que declaren su amor a todos que intentar acabar con quienes lo impiden.— El recuerdo de lo sucedido esta mañana me acecha. Merida es así, es egoísta y ególatra. Y se casará con mi tío sólo para demostrarle a la reina Elsa que es mejor que ella en algo. No permitiré que su espíritu sea violentado. — Estoy segura de que saldrán bien las cosas.

—Coraline— murmuró— estoy muy decepcionada de ti.

— ¿Por qué?

—Yo, creí que podría confiar en ti. Que me apoyarías— sus palabras salen disparadas como flechas. — Creí que me ayudarías a terminar con esto. Veo que eres tan cerrada como todos los burócratas que me rodean.

— ¡Claro que no!— replico— Usted sufrió un golpe anoche y no se encuentra pensando con claridad, ¡pero le apoyo!

— ¡No, no es cierto!— Por primera vez, la conozco enojada. Grita, frustrada. — ¡Lo que pasa es que tú no quieres ayudarme!

—Claro que quiero, majestad—. La reina Elsa aprieta los dientes. — Pero, no entiendo bien del todo su plan.

—Lo del rayo no fue una casualidad, Coraline— explicó con tristeza. — Mírame, obsérvame bien. Dime que ha cambiado en mí.

—Yo...yo no veo nada diferente...

—Claro que sí, observa. — Señala sus ojos.

Conocidos principalmente por ser de un color azul cristalino, gélido como el hielo mismo que ella posee, son ahora de un color ópalo oscuro.

—Seguro es por el estado de ánimo.

—No es lo único diferente.— Añade, con sus relativamente nuevos y brillantes ojos oscuros.

Inició apartando los mechones plateados de la parte frontal, uno por uno. Su cabello, una melena de contrastes rubios y plateados, fluye cual río hasta que...

—¿Castaño?— pregunto atónita. Una buena cantidad de rizos oscuros serpentean desde la raíz proveniente de su nuca, hasta las puntas.— ¿Cómo es posible...?

—No lo sé, cuando desperté, el espejo de plata estaba junto a mi cama. Quería saber si mis heridas habían sido muy graves, así que me vi reflejada en él. Lo primero que noté, fue el color de los ojos y que algunas partes de mis raíces se veían oscuras. Me asusté, no lo niego, pero estaba ya realmente aterrorizada cuando aquello que en su tiempo me atormentó había desaparecido casi por completo.— No comprendo, así que añade—: Mis poderes, Coraline, casi todos ellos se han ido. Intenté hacer nevar aunque fuera un poco encima de mi cama, pero no lo conseguí. Apenas y puedo crear leves brisas. Estoy muy asustada.— Sus ojos se cristalizan. No tengo idea de que hacer ni que decir para apoyarla. Ella parece estar igual de confundida o peor, mucho peor. –Nunca creí que extrañaría todo eso; jamás creí que podría extrañar algo que me hizo perder la mayor parte de mi vida.— La bella albina llora con pesar, como si de pronto una carga invisible le hiciera doblar la espalda y la voz.— Ellos eran parte de lo que soy, yo era todo eso: Nieve, hielo, frío. Blanco, azul, plata... ¿Ahora que soy?

—Mire, majestad— La reina Elsa levanta la mirada—, usted era magia, maravillas, luz y belleza.— Una sombra cruza su rostro.— Con poderes o sin ellos— me apresuro a añadir— usted sigue siendo todo esto. No es solo colores, ni temperaturas— bromeo— es una gran persona y no creo que deba depender de ello.

—¡Es que...!— levantó los brazos al cielo— ¡Argh! Esto es muy complicado...

—Deberíamos de pensar las cosas cuando ambas estemos más tranquilas, después de todo, nos sucedieron muchas cosas, ambas recién despertamos de un respectivo accidente.... Y, aunque me cueste mucho admitir esto— ella aguarda, impaciente— soy una niña. Nadie cree en los niños...

—Yo te creo, y puedes contarme lo que quieras.— Una sonrisa triste es lo único que intenta transmitir alguna emoción, porque su voz suena hueca, vacía.— Tú tío también cree en ti. Tú padre, tú madre...

—Mi tío quiere verla a usted, majestad.— Añado.

—¿Para qué? No veo motivo...

—Bueno, usted sabe— susurro— son algo parecido a una pareja.

Su nariz respingona se arruga en señal de desacuerdo.

—Y sin embargo, seguimos sin ser nada a la vez. –Aclaró, con voz firme—. Claro que, no tienes la culpa de nada de eso, y yo no te hablé para ese asunto. Necesito que me ayudes a recuperar mi poder.

—No tengo ni la menor idea de cómo lograré eso.

—Aprecio tu honestidad— ambas reímos juntas— y yo tampoco sé cómo lo lograremos, pero te aseguro que lo haremos antes de que sea el día de la boda.

—¿Por qué tiene que ser antes?

—Porque algo me indica que después de eso, las cosas ya no serán las mismas.

◇◆◇

La princesa de Arendelle se encuentra recostada en su camarote. No ha dejado entrar a nadie. Las mantas cubren su cuerpo hasta la nariz y sus dedos se mueven dentro de sus cómodos calcetines de lana. Está usando un camisón que era de su madre. Todavía tiene su olor. Lo recordaba bien, porque había encontrado su botella de perfume a la mitad en un cuarto del castillo. Recordaba ese día.

Pero ya no recordaba del todo a su madre, ni a su padre.

O al menos, no recordaba como había sido su infancia junto a ellos. Un proceso más o un efecto, de lo que era crecer. Sabía que sus padres habían sido muy queridos, gentiles y bondadosos con toda la gente del pueblo. Sabía que sus padres habían sido egoístas y que no habían pensado con claridad en lo que se refería a la habilidad especial que poseía su hermana, y que prefirieron ocultarlo que a intentar controlarlo. Sabía que sus padres, habían fallecido en alta mar. Pero, no sabía como habían sido con ella. Tal vez, porque siempre fue la chica del fondo, a la que no podían cuidar del todo o la que no era necesario tener encerrada. Simplemente fue Anna, la niñita sola que buscaba tener siquiera un poco de atención, que necesitaba no estar sola.

Irónico.

Buscaban cuidar de ella, sin realmente cuidarla.

Llevaban ya un par de días de viaje, según el capitán, avanzaban a una favorable velocidad. Mientras más avanzaban, menor sería el tiempo que pasaría en ese monstruoso lugar de azules paraderos.

Sin embargo, no planeaba tampoco permanecer encerrada toda su estadía. Sólo esperaba el momento en el que la gran tormenta que parecía perseguirlos, parase y así poder salir y vencer su miedo con la cálida bienvenida del sol. Un poco cursi e infantil, pero era algo.

Sólo esperaba que Hunter y Kristoff no se hubieran arrojado el uno al otro por la borda. Sin siquiera saber, que en otra parte del barco, algo similar a sus alucinaciones estuviera por cumplirse.

—¿Quién te crees? ¿Una princesa?— Se burló Hunter, cruzando los brazos por encima del pecho. Ambos se encontraban trabajando en la parte de los remos y el rubio se había quejado ya de que la humedad le estaba calando en los huesos.

— ¿Quién te crees tú? ¿Un rey?— contestó Kristoff, remando con más fuerza. Hunter sonrió con superioridad.

—Todavía no, pero te aseguro que pronto lo seré— aseguró el castaño. Kristoff sintió ganas de patearlo.

—Eres tan petulante.

— ¡Vaya! ¿Quién diría que el vendedor de hielitos era capaz de saber el significado de una palabra como "petulante"?— Su típica sonrisa de niño malcriado iluminó su rostro. Kristoff se mordió la boca, debía contener sus impulsos, de nada servía ir e intentar matarlo; si lo hacía, él quedaría como el villano. —¿Qué? ¿El principito se ha quedado mu...dugofsussf?— El rubio soltó una sonora carcajada al ver que una gran bocanada de agua había entrado en la boca de Hunter, quien escupió asqueado. Claro, era agua salada.

—Karma— se limitó a decir. Hunter rodó los ojos, provocando que su ex mejor amigo volviera a burlarse de él.

—Claro, búrlate. En algún momento, te tragarás tus risas y tus palabras.

Kristoff guardó silencio, y después, fue su turno de sonreír.

— ¿Así como tú te tragas el agua del mar?

Y esa fue la gota que derramó el vaso...Literalmente.

Después de su última oración, una pequeña ola del agua que había logrado filtrarse, los empapó de la cabeza a los pies y claro que uno de ellos aprovechó la situación para golpear al otro "accidentalmente".

— ¡Hey! ¡Mugroso! ¿Cómo te atreves...?

— ¿Mugroso yo? ¡Yo al menos no soy una sucia rata de alcantarilla!

— ¿Rata de alcantarilla? ¡Al menos mi mejor amigo no es un reno!

— ¡Pues "el reno", como lo has llamado, es mucho mejor persona que tú! ¡Y mucho mejor como amigo! ¡Sven nunca me ha abandonado como otras personas que estoy viendo!

— ¡Fuiste lento, no fue mi culpa!

— ¡Claro que lo fue!

Y, conforme los reclamos salían a mayor velocidad de sus bocas, el nivel de impotencia de la conversación también se incrementaba.

— ¡Te enamoraste de mi! ¿Sabes qué extraño fue eso? ¡Yo confié en ti y descubrí que eras...que eras...!

— ¡Yo no soy nada!— gritó el rubio, furioso, y con gotas de agua de mar escurriendo por sus mejillas (¿o eran lágrimas?) sujetando con fuerza al castaño por el cuello de la camisa. Hunter era más delgado, más bajito, más... indefenso. —¡Yo estoy enamorado de Anna! ¡Yo jamás, JAMÁS, podría amar a un monstruo como tú! ¡Y me das asco!

Hunter pataleaba en el aire, intentando liberarse de su agarre. Kristoff estaba tan molesto, tan indignado. Se había convertido en una antorcha humana en cuestión de segundos, pues su rostro estaba de un rojo alarmante. Parecía ser capaz de todo.

Incluso de hacer aquello que nunca logró hacer cuando era un muchachito confundido y solitario.

—¡Suéltame!— exigió el otro, realmente atemorizado. Homofóbico no era, pero tampoco era parte de esa comunidad. Se supone que Kristoff debía saber eso.

Sus rostros estaban demasiado cerca. Hunter tenía ganas de gritar y pedir ayuda. En los ojos del vendedor de hielo, una propia tormenta desataba su ira.

—¿Sabes qué? Sí, doy asco. – Soltó al ojiverde y cayó como un costal de papas en el agua helada. –Podía haberte herido, tal y como tu hiciste cuando yo te necesité. Podía haberte... — se contuvo, necesitaba tranquilizarse, pensar bien las cosas—, pero yo no soy como tú. Y doy asco a mi manera. Porque eso que tu llamas mugre, se puede lavar con un buen baño. Una consciencia tan sucia y podrida como la tuya no tiene reparación.

Hunter se encontraba en el suelo, observando al rubio con los puños apretados.

—Ni siquiera estarías aquí, de no haber sido por mí.— Habló, ya en el umbral de la puerta. Era impresionante que nadie hubiera ido a ver que era ese escándalo.— No sabes cuanto me arrepiento de haber aceptado tu trato aquella vez, en las montañas, cuando me pediste distraer a Anna. Es más, me arrepiento de haberte conocido,

El rubio desapareció tras la puerta.

El castaño se levantó, adolorido. No sabía porque se sentía tan mal, tan culpable, de pronto. Siempre había causado daño, a quien se cruzara en su camino, sin embargo, realmente le dolía. Bajó la mirada, mordió su mejilla interna hasta hacerla sangrar y se sentó en uno de los bancos altos.

Por primera vez, sentía que de verdad había perdido al único que lo comprendía y apoyaba incondicionalmente. Aunque, por lo visto, no lo comprendía del todo, porque de conocerlo como decía hacerlo, se habría dado cuenta que Hunter era esa clase de personas que mientras más estima a la otra, más daño le hace.

Había perdido a su único amigo.

No ese día, hace mucho, mucho tiempo.

Y, por desgracia, el tiempo ya no se puede retroceder.

◇◆◇

En realidad, lo primero que hizo la reina Elsa no fue verse al espejo.

Fue escribir en un pedazo de tela rota que en tiempos anteriores fue un lindo vestido de verano. Alguien había dejado una pluma y un tintero, como si predijera que necesitaría anotar los detalles de su nuevo descubrimiento.

Los recuerdos que la bombardearon apenas abrir los ojos, fueron tantos, que su cabeza le dio vueltas. Todo parecía cobrar sentido. La niebla se apartó y por fin un prado de claridad abrió sus puertas. El rompecabezas se concluyó. La pieza faltante, se unificó a las otras.

Aborreció la maldad humana. Detestó el miedo a lo desconocido. Apreció sus poderes. Detestó por un momento a sus padres. Sintió miedo de ella misma.

Amó a Hans.

Todo parecía cobrar sentido ahora, cada mínimo detalle, aparentemente carente de importancia, resultaba ser indispensable. Su vida entera era una mentira, un frauda, una calumnia. Ahora, sólo quería salir por la puerta de la enfermería y golpear (o en todo caso: congelar) a quien se pusiera en su camino. La tinta manchó su mano. Sus dientes rechinaron uno contra otro.

¿Cómo fue su familia capaz de hacer todo esto? Robaron la mitad de su infancia y adolescencia, vivía con miedo, la carcomía la culpa, el dolor rondaba siempre alrededor suyo. Oscuridad, incertidumbre, seres viles que se apoderaron de ella y que taladraban en su cabeza cada noche cuando las puertas se cerraban. Miedo de hasta su propia sombra, constantes ataques de ansiedad. Cuanto se odió.

Sé suave, no dejes que el dolor te endurezca. No dejes que el dolor te haga odiar, no permitas que la amargura te domine. Crea tu propia belleza, una que no se pueda definir con palabras y cultívate con los pequeños detalles.

Porque solo se ve bien con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos...

Suspiró, debía concentrarse. Pensar que hacer cuando todo el mundo fuera a verle. Actuar natural, fingir que nada de eso había sucedido; actuar como si no hubiera perdido la cordura.

Como si no hubiera estado enamorada de Hans.

Junto al tintero medio vacío que había ocupado para escribir sus memorias en aquel destrozado pedazo de tela, un espejo de marco de plata con opacas manchas de tierra y huellas en la parte cristalina, reposaba centelleante. Tenía miedo de ver su reflejo, de descubrir que ya no era la misma y que todo era una completa farsa. Sin embargo, necesitaba verse. Con un pulso turbulento y la respiración acelerada, clavó sus ojos en los de su espejismo. Lo que menos le importó en esos momentos, no eral hecho de que tuviera un turbante gigante en la cabeza a manera de sombrero.

Un nudo se formó en su garganta. Esos no eran sus ojos. O bueno, si lo eran, pero no como los recordaba.

Lo peor de todo, es que no era el único cambio.

Para empezar, el tono fantasmal de su piel, se había vuelto de un tono más rosado, menos muerto, menos transparente. Su cabello, de igual manera, se estaba tornando castaño a gran velocidad.

Eso le recordó a su prima: Rapunzel.

La princesa del reino de Corona había tenido poderes hace mucho tiempo, según contaba la leyenda: Tenía el poder de rejuvenecer a cualquiera que tocara su cabello cuando ella entonaba determinada melodía. Y lo perdió a manos de una bruja que intentó matarla a ella y a su actual esposo, Eugene. Su largo cabello dorado, se tornó oscuro y perdió su poder. No volvió a crecer. Ahora la alegre princesa disfrutaba de la comodidad de una melena que llegaba un poco por encima de los hombros y de una vida completamente normal; por normal, se podía entender, que ya nadie quería secuestrarla para cortarle un mechón de su mágica cabellera. Algo que Elsa siempre envidió. Pese a todo ahora ya no se encontraba segura de querer perder sus poderes. Después de tantas caídas, por fin había alcanzado la cumbre. No volvería a bajar.

Decidida, intentó correr un poco las cortinas que le daban intimidad, para así asomarse un poco y enterarse de los acontecimientos del día. Extendió la palma de su mano izquierda, sus finos dedos se sacudieron en el aire, en dirección a las cortinas, y, con un movimiento repentino, movió la mano al lado contrario, con la intención de provocar una ráfaga lo suficientemente fuerte. Pero nada sucedió. Sólo era una chica moviendo los brazos a manera de alas.

Fabuloso. Lo que faltaba.

Torpe en los intentos de escape, torpe para controlar magia. Torpe como su amada hermana.

Volvió a intentarlo. No debía ser tan difícil.

Esta vez, sopló sobre las flores que le daban vida a su pequeño espacio. En otros tiempos, se habrían cubierto de tempanos, e inclusive, roto. Ahora, una delgadísima capa de escarcha adornaba el ramo. Elsa gimió, frustrada.

"Venga, Elsa, tú puedes" se animó a sí misma, respirando pausadamente; ahora, su objetivo era el espejo. Ambas manos rodearon el mango. Si alguien decidía entrar, se reiría tan solo de la cara seria y enojada de la reina, ahora demasiado colorada.

"Vale, has congelado cosas antes y también personas, así que puedes congelar un simple espejo. Ya no eres como antes, ahora tú tienes el control."

Cerró los ojos, chasqueó la lengua y...

Nada sucedió.

De acuerdo, había llegado el momento de pedir ayuda.


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*Aparece en el escenario con una cara de pánico, se acerca al microfono y el público espera a que hable* 

Hola. 

Okey, seguramente me dirán: 

¿Qué onda contigo Hermione? ¡Hace mucho que no actualizas y cuando lo haces nos traes porquerías!  

De acuerdo, no tan literal, pero casi. La verdad, queridos lectores, es que pasé por el horrible bloqueó de escritor y el auto odio. Ya saben, ese momento en el que un escritor (si es que puedo considerarme una xD) aborrece TODO lo que escribe, inclusive un simple: Ola ke ase? 

Y si, damas y caballero (? (porque creo que solo me leía un chico)  Consideré que mi fic era una basura  y que no valía la pena continuarlo xDD Fue muy triste UvU, porque yo quería continuar, pero entonces veía otras historias geniales, con miles de votos y leídos y con posibilidades a libros en físico (aunque si yo publicara uno no sería sobre Helsa, por razones de copyright y toda esa wea) y veía mi fic y leía los capítulos y me parecían horribles D:  Consideré abandonar la escritura. Ya saben, momento depre en el que te comparas con grandes de la literatura y tu pareces una hormiga xDDDD Aunque, claro, en algún momento ellos se sintieron así.  I know, iknow. 

Pero...Fue entonces que vi los resultados de los Premios Wattys y me di cuenta que cualquier wea con cliché tiene posibilidades (OJO: lo digo por algunas historias que en mi opinión no merecían ganar, ya que algunas son muy buenas) Y entonces, amé mi fic porque no es excelente, yo lo sé, pero lo hago con amor y considero que no es un cliché tan cliché (??  En fin, el caso es que me di cuenta que las personitas que me leen lo hacen con gusto y que tienen paciencia, y que son ASOMBROSAS. Y que a ellas les gustaba lo que yo hacía.  Gracias a ustedes, mi cabeza está creando más y más ideas. 

Gracias a ustedes, he podido terminar este capítulo. 

Gracias a ustedes, ya son 1.3 K de votos <3  Gracias a cada uno de sus comentarios, críticas constructivas, etc. Les he tomado mucho cariño y me hacen sentir muy feliz :D  

Por favor, me encantaría que me dijeran su opinión al respecto sobre este capítulo pues, ya sé que no avanza mucho en la trama, pero considero que es fundamental. Me ayuda mucho que comenten, anden, recomienden la historia xD  Whatever, les dejaré preguntas.

1.-¿Por qué les gusta el fic?

2.-¿Qué quieren ver del Helsa en lo que queda del fic? 

Estrellitas son aceptadas, ya que no quiero que mi firmamento esté oscuro por las noches. Please, no hagan que me dé miedo (? 

Comentarios, bienvenidos.

Con cariño: Hermione_preciosa10.

PD: Si, me gusta combinar palabras en inglés porque #YOLO. Que nota de escritora tan larga....


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