Algo llamado amor

Elsa se deslizó con sutileza por todo el castillo de Dunbroch.

Llevaba los tacones blancos en una mano para evitar hacer mucho ruido al hacer contacto con el suelo, lo que menos necesitaba era encontrarse con algún Dunbroch, porqué comenzarían a hacer preguntas y no podía ofrecerles las respuestas. Se sentía tan feliz, una sonrisa tonta prevalecía en su cara. Hans se despidió de ella unos metros antes de llegar al castillo, para evitar sospechas. Había tenido una cita con Hans.

Su Hans.

Sintió como un peso invisible se evaporaba de sus hombros cuando abrió la puerta de su habitación y se escabulló en ella, lo peor de todo ya había pasado.

—No sabía que tenías tan buenos libros.

Dio media vuelta, asustada y con un ligero temblor de pies a cabeza, esa voz sonaba igual a la de Elinor. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad para crear una perfecta mentira para encubrir su ausencia en el evento que se llevaba a cabo cada día en el carnaval, en honor a la familia real. Elinor comenzaba a sospechar de algo desde el evento de la obra de teatro y su comportamiento distante y desconfiado era solo un encubrimiento para advertirle que se alejara del prometido de su hija.

Todos esos pensamientos desaparecieron cuando se encontró frente a frente con la dueña de la voz y una gran sonrisa de alivio se dibujó en su rostro.

—¡Merida! ¡Me has dado un buen susto! —susurró alegremente, mientras la pelirroja respondía a la sonrisa con cierto límite. — Realmente creí que eras la reina Elinor.

— He perfeccionado el truco con el paso de los años —comentó con tranquilidad, paseándose por entre los estantes de la habitación que se había dado a la rubia,  repletos de libros. —Si no soy impertinente... me gustaría saber ¿dónde estabas?

— Ya sabes, por ahí — respondió entre risas ahogadas,  Mérida asintió, con expresión neutral.

—¿Te divertiste?

— Sí,  bueno fue muy lindo todo... —Suspiró y cerró los ojos, todavía podía ver a Hans frente a ella, tocando sus manos y diciendo que todo saldría bien. Merida se acercó a ella en silencio, con la mirada perdida.

—¿Estuviste con Hans?

Elsa abrió los ojos antes de responder y se encontró con la pelirroja muy cerca de su rostro, de manera lenta se alejó y sonrió levemente, confundida por el indiferente comportamiento de la pelirroja, usualmente animada.

— ¿Eso te molestaría? — tanteó el terreno, para ver la reacción de su amiga, pero ella  inclinó los hombros con indiferencia.

—¿Por qué habría de hacerlo?  — preguntó con amabilidad, siguiendo con su recorrido en círculos alrededor de ella, que comenzaba a sentir los primeros síntomas del sueño y a bostezar. —Fui yo quien les dio el pie. — Elsa se acostó en la cama de dosel celeste y a su lado, Merida la imitó. — Entonces,  ¿te la has pasado bien?

— Fue maravilloso — habló con sinceridad — estuvimos juntos y reímos, bailamos y... fue tan lindo.

— Me imagino.

—¿No te incomoda o te molesta? — Merida negó secamente con la cabeza, mientras ambas miraban el techo. —Eres una gran amiga, Mer.

—Gracias... —hubo una larga pausa, Merida cerró los ojos y al abrirlos, la veía tan fijamente que sintió un escalofrío, especialmente porque escondía una de sus manos, dentro de una bolsa negra que llevaba colgando — Mamá sospecha.

Elsa titubeó antes de hablar.

—¿Qué te ha dicho?

— ¿A mi? Absolutamente nada —dijo, entre pausas largas, moviendo la mano de manera rápida dentro de su bolsita, los ojos celestes de la pelirroja se rehusaban a mirarla, perdidos en lo que había detrás de la ventana, con las cortinas levantadas—, a los trillizos sí, los ha interrogado por horas respecto a ti y a Hans, o bueno, de eso me enteré. Ella cree que planeas algo respecto a un sabotaje.

— Ellos no han hablado... ¿por qué cree que puedo sabotear tú boda? 

— No lo sé, últimamente no me hablan tanto como antes pero estoy casi segura de que no, cualquier persona inteligente cree que ustedes se odian. Además, ella está un poco paranoica desde que se convirtió en oso. Ve maldad en todos.

— Yo también lo creí por mucho tiempo — aseguró la ojiazul, paseando la vista por todo el cuarto,  iluminado levemente por la luna de plata —. Pero ahora me parece tan imposible.

— Del amor al odio hay un paso — Elsa levantó las cejas, turbada.

— Creo que es "del odio al amor hay un paso", no como los has dicho antes.

—Ajá.

Y sin decir una palabra más,  Merida abandonó el cuarto en silencio, con la espalda recta como una tabla y cara firme como la cera.
Todavía con la mano en la bolsa.

                    ◇◆◇

— Insisto, debo ir con ustedes.

Anna volteó a ver de reojo a Kristoff, dudosa, pero no podían rechazarlo, llevaba las maletas en las manos, listo para partir con ellos en busca de Elsa su novia, como él llamaba. Y si eso era verdad, no podían negarle el pasaje.

—¿Estás seguro, Hunter?— preguntó Anna por segunda vez, mientras Kristoff se disculpaba y se marchaba a paso acelerado para abordar el barco. Era una mañana nublada de cielo gris y viento en popa, con los pescadores cargando kilos del pescado obtenido en dirección al mercado y la mercancía extranjera aterrizaba con delicadeza en el muelle.

— Totalmente, Anna, ella es mi novia y estoy seguro de que ella va a querer verme cuando la encontremos ¡me necesitará! — aseguró, inflando el pecho con orgullo. Anna se mordió el labio hasta ponerlo morado, no era buena idea que su novio y Hunter estuvieran en el mismo barco, ya era difícil que se encontraran en el mismo reino. Kristoff la miraba de lejos, con el cuerpo tenso y los brazos cruzados sobre el pecho.

— Yo, de verdad lo lamento pero no podemos alejarte de tus padres una vez más — se excusó, felicitándose mentalmente por la perfecta excusa dicha. Hunter frunció el ceño.

— Ya hablé con mis padres y están de acuerdo en que vaya en busca de mi chica.— Hunter se ruborizó al sentir la mirada curiosa de la chica pecosa.

— Elsa no ha dicho nada sobre una relación y tampoco  ha formalizado nada contigo frente a nadie, así que te pido que no le digas así, ni tampoco "novia" mientras se encuentre ausente —dijo Anna, con seriedad. — Si quieres venir, hazlo pero te advierto, Hunter, que tú no mandas esta vez. — Enderezó la postura y su semblante se puso tan firme como nunca antes lo había visto —Quienes mandamos somos Kristoff y yo y tú no tendrás autoridad, no quiero conflictos, no quiero que intentes hacer sentir inferior a la tripulación ni mucho menos juegos sucios o trampas ¿te ha quedado claro?

— Tan claro como el agua, princesa.

—Bien, anda entonces.

— Una duda más — su típica sonrisa torcida apareció y los obres verdosos centellearon. —¿Quién cuidará el reino en su ausencia?

— Mi prima, Rapunzel y su esposo Eugene.

—¿La chica castaña de ojos verdes?

— No puede haber otra.

Siguieron avanzando, Anna estaba nerviosa, el muelle estaba unos metros elevados sobre el agua, pero el olor salado era inconfundible y el sonido de las olas al chocar contra las rocas le parecía algo similar al cristal roto.

O mejor dicho, recuerdos rotos.

Debía ponerse los pantalones —de manera no literal — y subir a ese barco con la cabeza en alto, pero le parecía tan terrible y tan mala idea, que consideró salir corriendo y posponer el viaje. Tenía demasiado miedo. Una cobarde arrebatada.

"Elsa lo habría hecho por ti"  recordó una voz en su cabeza y tenía tanta razón, que en lugar de salir corriendo de regreso al castillo, corrió por la rampa a toda velocidad, atravesó media embarcación y se encerró en las habitaciones del barco sin mirar atrás ni una sola vez, mientras los gritos de Kristoff y Hunter quedaban amortiguados por la madera. Por suerte, era una habitación sin ventanas.

                    ◇◆◇
                   Día 9
   ~ 21 días para la boda~

Tambores, en ese momento la banda estaba golpeando unos tambores, justo en el centro.

Por la izquierda,  unas trompetas, por la derecha las tradicionales gaitas originarias del país, arriba, guitarras y en las sillas, los cantantes.

Era el día musical del carnaval y la gente bailaba por las calles, faldas se elevaban por aquí y por allá, los hombres lanzaban sus sombreros y los niños correteaban entre las piernas de los grandes, como pequeños insectos.

Elsa Arendelle se encontraba sentada frente a la gente, con un vestido de flores y un sombrero a juego con un lindo moño rosado, contemplando a la pareja que ocupaba el centro de la pista.

Los cabellos flameantes de ambos se podían notar a kilómetros.  Hans y Merida bailaban entre risas, brincando de un lado a otro sólo para causar revuelo entre las personas y confundirlas.
Merida sonreía animada y hablaba con soltura, Hans respondía  de la misma manera. No sintió celos, o al menos no hasta que se vieron obligados a bailar tan de cerca, que sintió el calor inundar sus mejillas. Tuvo que repetirse varias veces que Hans no le interesaba a Merida y que Hans se encontraba enamorado de ella, ELLA, con mayúsculas.
Apretó los puños y sus dientes rechinaron, irritada.

—¿Gusta bailar, majestad? — apartó la vista de los dos,  de mala gana y volteó a ver al muchacho que le había invitado, dispuesta a rechazarlo de forma inmediata. Pero no tuvo oportunidad.

— ¡Douglas!  Que gusto verte.

— El gusto es mio, majestad,  me atrevo a decir que luce encantadora hoy —sus hermosos ojos azules, tan similares a los de Anna, se abrieron en señal de admiración.

—Muchas gracias, bueno... Me he visto obligada a asistir, aquí entre nosotros —se inclinó un poco para susurrarle al oído: — preferiría estar leyendo, muy lejos de todo este alboroto.

Douglas asintió, rebosante de energía, como siempre.

— Podría ayudarle con eso, ya sabe, apoyar su excusa sobre un dolor de cabeza o dolor de tripa y escoltarla al castillo ¿le parece?

—¡Que magnífica idea! — aceptó la rubia, alegre de ya no ver más ni a Hans, ni a Merida,  dándose falsos arrumacos frente a todo el reino. Los tres habían hablado de la situación, desde el primer día que el término "enamorarse" floreció entre la reina del hielo y el príncipe de fuego, y a Merida la idea le había encantado,  así ya no había necesidad de fingir odio y Elinor los dejó medianamente en paz,  mientras seguía investigando por su cuenta. —Ven, vamos.

Sujetó la mano del muchacho y avanzaron entre la multitud, en busca de el rey y la reina de Dunbroch.

Hans los siguió con la mirada, frunció el ceño y una sombra oscureció el esmeralda de sus ojos. Merida levantó las cejas.

—¿Estás bien, flama?

— Claro que sí ¿por qué la pregunta?

— Tal vez por tu nueva cara de matón, esa que tienes ahora mismo y que parece que quieres comerte a alguien. — Aseguró la pelirroja, mientras el sujetaba su cintura y daba una vuelta en el aire. — Decidme ¿tenés diarrea o algo?

—¡No! —su rostro enrojeció,  hasta las orejas — Debo irme.

— Claro,  vete, déjame aquí en medio del baile frente a todo el reino mientras mi madre nos vigila desde el frente como una lechuza — comentó irónicamente, con una sonrisa sarcástica. — En unos momentos vas con novia.

— No voy a ir con ella — mintió, dubitativo,  Merida soltó una carcajada.

— ¿Realmente crees que no he visto como la mirabas mientras ella  hablaba con uno de los mozos de cuadra? Hans, si no te controlas mamá va a sospechar.

—¿Y qué planeas que haga? ¿Vivir casado contigo, pero viéndome con ella? ¿Convertirla en mi amante?  ¿Intentar que lo nuestro funcione?  ¡Nada de esto va a servir, Merida! Mientras más mantengamos el teatro, mayor será el daño — se soltó del agarre de la pelirroja, sacudiendola levemente.  —Iré a decirle todo a tu madre ahora mismo.

—¡No puedes hacer eso!— Chilló, en un susurro, con una expresión deformada por la rabia —Nos irá mal a todos si haces eso, no conoces a mi madre.

Hans se alejó del baile a toda velocidad, Merida lo siguió de inmediato.

"Puedes matarlo a él también"  susurró una voz en su cabeza, mientras empujaba a la gente, para alcanzarlo "Quieres hacerlo, lo sabes. Si lo haces, ninguno de los dos será feliz"

Intentó alejar el pensamiento, pero eso era cada vez más fuerte, como un hechizo.

"No volveré a hacer tratos con brujas" Pensó ella esta vez, con miedo de lo que parecía crecer cada día.

                    ◇◆◇

—¿Te sientes mal, entonces? —preguntó la reina Elinor con desconfianza, arrugando la nariz e ignorando a Douglas olímpicamente.

— Si, lo lamento, pero creo que debo ausentarme en el evento de hoy —se lamentó la rubia, con un puchero en los labios rosados. Elinor sonrió con malicia, esta vez, prestando atención al muchacho, como si hubiera realizado un gran descubrimiento merecedor de su atención.

—Ya lo entiendo, igual que en el evento de ayer ¿verdad? Se ve cansada, debería irse —fue casi un ronroneo, saboreó las palabras con un dejo de acidez y les dio la espalda. Elsa se quedó desconcertada, confundida por la repentina nueva actitud de la mujer de cabellos marrones, sin embargo, todo era bueno si dejaba el evento.

— Vayámonos, Douglas, no tiene caso seguir aquí. — Se marchó, a paso acelerado. Si su madre hubiera seguido con vida, podría haberle advertido sobre lo que hacer y que no hacer frente a las mujeres mayores o las madres de sus amigas,  tal vez así la reina Elinor no la menospreciaría tanto, como si tuviera diamantes y perlas en lugar de cerebro. Enfureció, no señor, ella no era mala ni planeaba nada malvado, y lo demostraría.

—¿En qué piensa, majestad? — sacudió la cabeza, y recordó que Douglas estaba con ella. Intentó sonreír, pero más bien parecía una mueca de desesperación. Como consecuencia de lo distraída que avanzaba, tropezó con una carreta que vendía comida típica de la nación y su cara se topó con el empedrado,  mientras a su alrededor, postres y sándwiches volaban en un verdadero espectáculo. Su vestido, su rostro, todo, se encontraba cubierto de tierra y pedazos de pan y aderezos,  incluso en el cabello. Douglas se apresuró a ayudarle, mientras los aldeanos que pasaban y la señalaban entre risas, que sólo conseguían avergonzarla más.  La torpeza de su hermana era contagiosa.

—¿Qué pasó aquí? —  exclamó un señor robusto y de mejillas coloradas, con un curioso bigote blanco sobre los labios fruncidos, una pequeña calva con algunos cabellos rubios y gran barriga,  recordaba a Papá Noel. Era el dueño de la carreta, se deducía fácilmente por su vestimenta y expresión furiosa. —¿Quién pagará por esto?

—¡Cobre a nombre de la "Reina Elsa"! —dijo la rubia, sacudiendo las gotitas purpureas del jugo de las uvas machacadas. —No era mi intención.

El señor los escrutó con una mirada desconfiada, se detuvo en Douglas unos segundos y regresó a Elsa, que seguía sacudiendo restos de fruta de su vestimenta, finalmente suspiró y aceptó la oferta.

— No quiero volver a verlos por aquí — amenazó, mientras Elsa le entregaba todo lo que tenía en su monedero a manera de pago. —Que tengan un buen día.

Se fueron del local y siguieron el camino al castillo, donde al menos había aire fresco y sombra. Elsa se detuvo a pensar en su hermana ¿habría recibido ya la carta? ¿cómo se tomaría todo? Sólo quedaba esperar. Esperar a que el caos llegara de nuevo.

— Douglas ¿has hablado con Merida? — el muchacho negó rápidamente con al cabeza, como si ese asunto fuera una mosca molesta que alejar. —¿Por qué?

— Creo que es algo imposible, me refiero, ella es... Una princesa, yo un simple mozo. Y lo nuestro duró menos que un suspiro, no creo que deba aferrarme tanto a un recuerdo que, claramente, ella ya olvidó. — Habló con tanta firmeza y fuerza, que Elsa no se sintió capaz de defender a su amiga. — La princesa tendrá una nueva vida y no seré yo quien se interponga en su camino. Un mozo que ensucia con tierra del establo el resplandeciente camino que ella deja al andar.

— Santo cielo, ¿de verdad crees ser todo eso? No creo que seas un obstáculo ni una basura humana, como estás dando a insinuar. Merida no es como las demás chicas, deberías saberlo. Después de todo, ella convirtió a su propia madre en un oso, no creo que te rechace por ser...

— Un plebeyo, esa es la palabra que le hace falta, majestad. — Respondió, crudamente. — Soy la clase inferior.

—Nadie es inferior o superior a nadie, Douglas.

—¿Sí? Bueno, me gustaría mucho que dijera eso con esa corona de diamantes y joyas bien puestas, enfrente de mi casa, que apenas y tiene un humilde lecho donde poder dormir. Nosotros no inventamos las reglas, pero está claro que el pobre sufre y el rico... No me mire así, es la verdad. Tenemos que contentarnos con lo que tenemos y dejar de soñar con desposar doncellas y vencer dragones, no siempre se tiene lo que se quiere.

Elsa lo observó fijamente, sus palabras eran duras, potentes y algo hirientes, sin embargo, el muchacho sonreía con cierto aire que le provocó escalofríos. Ella nunca sentía escalofríos. El animado Douglas que propuso ayudarle se desvaneció.
Estaban ya en la entrada del castillo, no quería seguir hablando con Douglas, no quería seguir sintiéndose mal por ser reina ni por tener a alguien a quien amar. No quería saber más verdades.

— ¿Y tú qué quieres?

—Lo que todo el mundo. Lo que, absolutamente todos, desean. — Dijo, encogiendo los hombros. Era como hablar con Hunter, con el Hunter extraño y resentido que le llevaba té de menta y alhelí durante su solitaria adolescencia. — Majestad, ¿desea que la acompañe a sus aposentos?

—No, gracias, ya has hecho mucho por mi. No quiero que tengas problemas con tú jefe —  bromeó. Minutos antes ansiaba compañía, pero ahora sentía tanto cansancio e incomodidad que quería llegar y tomar un buen baño. Y de paso, alejarse de Douglas.

— Un placer haberla acompañado, reina Elsa—. Dijo el mozo, realizando una reverencia y besando su mano. Elsa se alejó lo más rápido posible.

— Muchas gracias. Hasta luego.

Llevaba tanta prisa, que ni siquiera lo corrigió con el acostumbrado: Llámame Elsa, no reina.

Algo andaba mal, o con la gente que la rodeaba o con ella, porque últimamente todo andaba raro. La reina Elinor, Douglas, Merida y... Sólo faltaba Hans. Ojalá que en casa todo estuviera bien y que ni Hunter ni su hermana y Kristoff hubieran armado una guerra civil.

Subió a toda velocidad la escalinata de piedra y se encerró en su habitación. Se sentía extraña, débil, sola.

O eso o ya se acercaba la fecha de los días sensibles.

En la habitación,  no había mucho entretenimiento, y el evento de música no se podía oír con claridad desde el cuarto.

Suspiró, cuanto deseaba estar con Hans allá afuera bailando y riendo como una pareja normal.

A falta de compañía y presa de un repentino cansancio, el sueño se apoderó de ella.

                     ◇◆◇
Sólo despertó cuando una luz cegadora retumbó en el cuarto. Un trueno, terrible y amenazante, pasó cerca del castillo.  La lluvia caía con fuerza sobre todo lo que estuviera al exterior. Gotas gruesas se estrellaban contra los ventanales y las ramas de los árboles arañaban el vidrio, pidiendo entrar.

Con suavidad, todavía aturdida y sin conocimiento del tiempo que pasó en estado de sueño, se acercó a ver por la ventana. La gente corría de un lado a otro, con cajones de madera sobre las cabezas o bolsas que apenas y cubrían la coronilla. El banquete al aire libre seguramente se cambió al interior del castillo. El cielo estaba enojado. La tormenta no distaba mucho de volverse eléctrica, con cada rayo y trueno que bajaba, la tierra se estremecía, el vaso sobre su mesa de noche cayó al suelo. ¿Estaba temblando o era una alucinación? La tormenta que se desataba afuera le traía recuerdos turbios y dolorosos.

Tambaleante, con el cuerpo agarrotado, abrió la puerta del cuarto y avanzó. Debía haber alguien merodeando por el pasillo, con tantos nobles buscando refugio.

— Te he dicho que no me busques. No me detendrás.

Elsa volteó a donde el sonido de la voz provenía. Parecía un muchacho molesto. La puerta de una de las habitaciones estaba medio abierta y la luz lúgubre de una diminuta vela sólo permitía ver sombras.

— No te estaba buscando— se excusó una mujer. Ah, una pareja discutiendo, sería mejor que se fuera de una vez por todas... —. Además,  sabes que ella no te va a querer.

—Ella lo aceptará. 

—¿Estás estúpido? ¡Ella no arriesgaría nada por ti! — se exasperó la mujer,  que parecía tener una voz jovial. Los truenos deformaban los sonidos. —Yo le importo, su novio le importa,  por si no lo recuerdas.

— Ella no tiene novio. — Susurró entre dientes del joven, con fiereza.

— Pero claaaro que lo tiene — respondió, con voz dulzona, la chica. — ¿No te acuerdas? Antes de que tú llegaras y te creyeras importante, ella ya tenía una vida hecha. ¿Crees que algo que tú llamas amor sea tan fuerte?

Elsa esperó por la respuesta del joven, la situación estaba muy interesante, como esas novelas de adolescentes que tenía Anna en un apartado de la biblioteca del castillo.

—¿Y cómo se llama su novio?

— Hunter.

Casi se cae del susto.

¿Hunter?  ¿Sería el Hunter que ella conocía? ¿Hablaban de ella?

De pronto, el temor de que alguien estuviera hablando asuntos de su vida privada como si tuvieran el control invadió todo su cuerpo. Todavía un poco desorientada por el juego de luz y oscuridad de la lluvia, se inclinó sobre las rodillas. No debía dejar que la paranoia se apoderara de ella.

—¿Hay alguien ahí? —  preguntó la chica misteriosa. ¿De verdad creía que iba a contestar?
La puerta se abrió bruscamente, Elsa cayó de bruces en el suelo, muerta de miedo.

—¿Elsa? — levantó la vista, esperando ver a una chica con un cuchillo y una capa ensangrentada, pero sólo estaba la mlena rizada y esponjada de Merida. No se veía contenta. Todavía desde el suelo, miró en dirección al cuarto, pero no había nadie. —¿Desde cuándo estás aquí?

— Yo...yo acabo de despertar, había tomado una siesta — respondió rápidamente. No podía confiar en Merida, no hasta saber su propósito—. Quería un poco de comida. Me despertaron los truenos.

La expresión calculadora y preocupada de la princesa se aligeró un poco. Extendió una mano, envuelta en un guante de franela, en dirección a la rubia. Elsa todavía no caía en cuenta de su torpeza, puesto la habían descubierto casi enseguida. Si hubiera sido alguien peligroso¿qué habría hecho?

— Ven, levántate.

Elsa aceptó su ayuda, ocultando la desconfianza naciente y su vergüenza.

— Pensé que estabas en el comedor, después de todo, ahí es donde se encuentra el banquete por culpa de la lluvia.

— En realidad, yo también creí que estabas abajo, con todos los demás. —El reflejo de sus ojos celestes se oscureció. —¿Qué haces aquí arriba? —se aventuró a preguntar. Merida sonrió de medio lado.

— Tenía que arreglar unos asuntos. —Elsa intentó sonreír —. Pero hay que irnos, ¿no crees? Ya me empieza a dar hambre.

— Claro.

Siguieron con la charla trivial unos cuantos minutos,  Merida se comportaba lo que se puede llamar normal, más reservada que de costumbre, pero gentil.  Sin embargo, Elsa no podía evitar sentirse insegura. Y además, Hans no la había buscado en todo el día.
Doblaron la esquina y el murmullo de las voces y las copas de vino se hicieron escuchar, la gente se paseaba alegremente por el salón. Todo se veía completamente normal.

Entonces,  ¿por qué sentía que algo andaba mal?

                  ◇◆◇

Los ojos azulados de Anna contemplaban la madera.

Estaba muy quieta sobre la cama, el capitán había gritado que una tormenta se aproximaba en unas cuantas horas. Sus padres probablemente habían escuchado el mismo mensaje. No, debía alejar los pensamientos tristes. Mostrar la cara sonriente que siempre enseñaba a los demás.
Mantener la farsa de una vida optimista y alocada. Porque alguien debía perder la cordura...Y no sería ella, no realmente. Si lograba encontrar a Elsa, de nuevo, juraría frente a la tumba de sus padres no volver a tomar decisiones tan drásticas.

El barco saltó sobre una ola.

Kristoff tocó la puerta.

Anna no respondió.
No quería que la vieran tan vulnerable.

Él tenía una imagen muy diferente de ella, a lo que en realidad era. Sonrisas y perfumes, volantes y carcajadas. Anna era más que eso. Anna no era tonta, solo un poco distraída...Y sabía, muy en el fondo, que si Elsa se encontraba con Hans, algo cambiaría para siempre. Todos terminaban cayendo en sus redes engañosas. Hasta la persona más inteligente del mundo, hasta alguien tan inteligente como Elsa.

El barco brincó una ola, y Anna perdió el equilibrio por un instante, a punto de caer de la cama. La embarcación seguía inestable.

Anna tenía mucho miedo. Por primera vez comprendía a su hermana. Y se sintió más sola que nunca.

                 ◇◆◇

— Reina Elsa, ¡que alegría verla! —la saludó Coraline, con una agraciada reverencia. La niña sostenía una acaramelada sonrisa aperlada, el centro de su rostro color durazno.

— Hola, Coraline,  ¿cómo estás?

— Bien, es lo de menos, ¿cómo se encuentra usted?

No fue hasta que se encontró adentro, que notó el ambiente tétrico del lugar. Los candelabros oscilaban en círculos, con las velas aromáticas casi completamente consumidas, por lo que su luz era muy tenue y desprendía un brillo azulado que opacaba el brillo de vida que tenía cada persona en sus ojos. Incluso los rincones se volvieron tenebrosos, oscuros y desérticos.

—¿Majestad? —la suave voz de Coraline logró sacarla de su ensimismamiento y regresó a la tierra.

—Estoy muy bien — susurró en respuesta, sintiéndose incómoda. Toda la gente parecía un fantasma melancólico que deambulaba en un intento de fiesta.

—¿Qué tal le va con mi tío?

Coraline enarcó ambas cejas en una expresión pícara que la hizo sonrojarse.

— Me va perfecto — aseguró la albina, con una sonrisa tan amplia como su rostro. Sin haberse dado cuenta, se habían acercado a la mesa de aperitivos, realmente estaba hambrienta. Cogió un pastelillo de frutos rojos y dio un gran mordisco.  — Supongo que él te lo contó, ¿no?

—¡Obvio! —Exclamó en un chillido agudo que llamó la atención de más de una persona. —Él no para de hablar de ti.

—¿De verdad? — preguntó Elsa, emocionada. —No es porque me importe....

— Descuide, el está peor que usted. En otras palabras, su nube se encuentra más arriba de la suya.

Elsa estaba a punto de replicar, pero aquel niño con mala postura y cabello indomable se acercó a la peliazul, impidiéndoselo. Wybie, según recordaba la rubia, agarró la mano de Coraline y le susurró algo al oído con prisas. Coraline asintió, comprensiva.

— Tendrá que disculparme, majestad, pero ahora mismo tenemos una emergencia personal. —Se disculpó, con una sonrisita culpable, Wybie se cruzó de brazos, impaciente.  Pero, en su espera, se dedicó a admirar el rostro de la peliazul.

—Lo entiendo, vayan con cuidado. Por cierto, dile a tu tío que lo estoy buscando...

— Sí, sí, se lo dirá—la interrumpió el moreno, sin llegar a ser descortés y desviando la vista de su amiga—hasta luego, majestad.

Y sin decir más, se perdieron entre la multitud, con las manos entrelazadas y murmullos confidentes. Era evidente que la relación entre los dos chiquillos era intensa,  en especial por parte de Wybie, tal vez Coraline todavía no se daba cuenta de ello.
Siguió disfrutando de la variedad de postres, no eran los manjares más selectos ni los de mejor presentación, pero para el apetito del momento, eran una delicia. Estaba tan concentrada en saciar su hambre, en disfrutar de cada bocado, que no fue hasta que su piel se erizó, que volteó a donde su intuición señalaba.

Dejó la tartaleta de nata que estaba comiendo en una servilleta bordada, y fijó la mirada en uno de las varias esquinas solitarias del salón. Uno de los marineros que había visto los primeros días desde el naufragio de su barco, estaba sentado sobre un barril, las sombras jugaban con su cara. Los cabellos rojizos y la barba descuidada pero mínima, le daban un aspecto noble, su porte no era de marinero, por mucho que intentara parecerlo y esconder la característica postura que se le enseña a la nobleza. El desconocido dejó de mover los pies al ritmo de la música y se concentró en ella. Elsa no sintió temor, ni escalofríos, sólo calidez. El extraño sonrió, con familiaridad. Un dolor en el pecho le obligó a apartar la vista.
Podía jurar que... que era...era tan similar...

No, no. Su padre estaba muerto. En las profundidades del océano, muy en el fondo, convertido en un saco de huesos. Su padre no estaba y no estaría.

El hombre seguía mirándola, no con morbo ni desdén, era una mirada curiosa y triste, lastimera. Sus labios delgados se curvearon hacia abajo, y, sus ojos, de un potente verde aceitunado, se cristalizaron. La albina, de un momento para otro, también sintió deseos de llorar. Aquel hombre se parecía demasiado a su padre.

Fue entonces que recordó donde lo había visto por primera vez.  Él fue quien estuvo ahí para despertarla cuando llegó a la embarcación sureña, fue quien le informó que había sucedido con su barco y su tripulación. El hombre de ojos aceituna.

Elsa no podía evitar sentir cierta atracción, no amorosa, más bien enigmática. Debía averiguar quien era y porqué su rostro era tan similar al del rey. Decidida, caminó en dirección al desconocido, que permaneció en la misma postura e intensidad en la mirada. Estaba a tan poco...

Las velas se apagaron y todo el cuarto quedó a oscuras. La oscuridad se extendió desde los rincones como niebla en un pantano y la gente gritó inconforme. La lluvia opacaba la poca luz que podía llegarles de la luna y los ventanales se mancharon de lodo.

— Que alguien encienda las velas —gritó un señor, golpeando algo (o a alguien) en su vano intento de avanzar a tientas.

—¡Enciendan la luz! —coreó otra persona. De un momento para otro, todos comenzaron a gritar lo mismo, en un frenesí desastroso.
La rubia intentó crear luz con sus poderes, sin embargo y por azares del destino, algo se lo impidió.

Un relámpago, feroz y majestuoso, entró en el cuarto, algo prácticamente improbable. O mejor dicho, algo imposible.

Antes de poder descubrir si alguien estaba herido o no, un objeto la golpeó en la cabeza. La sangre caliente se deslizó por su espalda. ¿Su sangre era caliente? ¿Cómo era eso posible? 

Su cabeza comenzó a punzar y la vista, poco a poco, se nubló.

Sólo podía escuchar, el débil susurro del pánico que floreció en la sala. Y lo último que vio, fueron los obres aceitunados que corrían para ayudarla.

Entonces, lo supo.

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Ay pero que triste </3 

¡Buenas, buenas! No sé que decirles, hace mucho que no escribo una N/A  Muchísimas gracias por su apoyo, ¿pueden creer que ya sean 23.2K vistas? Nunca creí que alguien fuera a leer esta historia, y mucho menos tantas personas. Se los agradezco mucho <3  

Y, por si recuerdan, en el capítulo anterior había dicho que a los principales sospechosos sobre "el hombre (o mujer, todo se puede) encapuchado" se le haría referencia a los ojos. Y como verán, hubo mucha mención de ojos aquí xDD   Así que, como tarea, les dejo hacer su teoría sobre cada personaje al que se le hizo mención de sus ojos y el porqué de sus motivos, además de ¿a quién creen que quieran aplicarle el somnífero?  Espero sus respuestas en los comentarios.

 Ni siquiera Hans se salva. Todo puede pasar. No confíen en nadie. 

Y cuando digo nadie, es nadie. *Insertar risa malvada* 

Ah, por cierto, lo del relámpago/rayo sé que es algo tipo: Whaaat? Pero se explicará más adelante. Sin más que decir...

Como siempre, estrellitas y comentarios son bienvenidos. No dejen que el firmamento se quede sin estrellas #LOL  

Un enorme saludo, gracias por su paciencia y por leerme.

Os quiero <3 


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