1-Trabajo
Tras el desafortunado incidente con la reina Elsa, Kristoff junto a Sven se acomodaban en aquella enorme habitación cubiertos del frío y el aire que inundaba la ciudad. El reno acostado al lado de su amigo dormía ya de manera calmada.
—He estado a punto de perderte—pensaba mientras le observaba dormir.
Aunque lo que de verdad capto la atención del joven fueron aquellos preciosos ojos de la reina, nunca había visto algo así. No obstante, lo que tenía de hermosa, lo tenía de aterradora. Había escuchado que dominaba el poder del hielo, lo manejaba a su antojo y que se consideraba como el arma para repeler cualquier ataque enemigo. Viendo la hora que era, decidió irse a dormir, al día siguiente le esperaba un trabajo duro.
Mientras tanto, Anna se encontraba en uno de los pasillos del castillo cuando vio la habitación donde se reunían los asesores, consejeros y la misma reina para tratar conflictos importantes. Asomo ligeramente para observar a escondidas, vio a su hermana hablar con uno de los principales hombres de confianza.
—Mi reina, me temo que debe hacerlo, nos beneficia tanto a unos como a otros—dijo en un tono triste. La joven se preguntaba de que hablaban.
—Lo sé, creo que es hora...de que me case con un príncipe—su mirada se apagó, junto las manos como siempre hacia cuando algo le tenía preocupada.
Tuvo que tapar su boca al escuchar aquella frase, ¿su hermana casarse?. Recordó entonces que Elsa le dijo que una reina tenía que hacer sacrificios, pero nunca se imagino que uno de tal magnitud. Pensando en el bienestar y la alegría, abrió la puerta de golpe.
—¡No puedes casarte!—grito ella asombrando a los presentes.
—Anna, ¿qué estás haciendo aquí?, no puedes entrar sin permiso—su actitud volvió a ser la de una reina.
—¿Acaso no te importa tu felicidad?—ella levantó su mano.
—Basta Anna, es mi deber.
—¡No, no lo es!.
—Regresa a tu habitación—ordeno seria.
—¡No!—reprocho enfadada.
Elsa dio un largo suspiro, sino tenía ya bastantes cosas, ahora tenía que lidiar con la familia.
—Guardias...acompañad a la princesa Anna a su habitación—dos enormes guardias la agarraron de cada brazo y la sacaron mientras ella daba patadas tratando inútilmente de zafarse.
—¡Soltadme panda de idiotas!—era lo único que se escuchaba por los pasillos ante la mirada de las doncellas que ya estaban acostumbradas a ese tipo de escenas.
—Mi reina...lo siento...ojala hubiera otra solución—dijo Belmet, el anciano consejero.
—No debes disculparte, siempre has obrado con sabiduría. Tarde o temprano tenía que llegar este momento—le esbozó una falsa sonrisa.
Esa misma noche y tras finalizar la reunión, fue a ver a Anna quien aún estaba despierta y molesta. Se sentó en el borde de la cama, aquello le resultaría difícil.
—Anna, lo siento, pero es lo que debo hacer—dijo casi en un susurro.
—¿Acaso no crees en el amor?—pregunto sin mirarla.
—Por supuesto que si, pero ya sabes que la realeza es así. Mira...ya me resulta muy complicado, por favor, necesito tu apoyo...necesito que estés a mi lado ahora más que nunca.
Ella se giró a verla, a pesar de haber mostrado una gran fortaleza, en ese momento, Elsa estaba llorando, solo la vio llorar una vez, aquel fatídico día que murieron sus padres. No le quedo otra que tomar su mano y mirarla a los ojos esbozando una sonrisa.
—Esta bien...aunque tendré que darle el visto bueno a ese hombre—dijo decidida.
Elsa no pudo contener la risa.
—Esta bien—ambas se tomaron de las manos y luego se abrazaron, la familia siempre era lo primero para ellas.
Al amanecer, Kristoff se unió a la banda de trabajadores que ya partían rumbo a la montaña para extraer el hielo. Le dieron todo lo necesario, las herramientas eran de alta calidad, una de las medidas de la reina fue que los trabajadores pudieran disponer de los medios necesarios para agilizar el trabajo. Él no daba crédito de lo que veía.
—Increíble...son del mejor acero...—mientras caminaban rumbo a la montaña, observaba que incluso la cuerda era tan dura que se podría arrastrar una montaña entera con ella.
—¡Eh chico nuevo, no te distraigas!—bramo el capataz viendo que estaba despistado.
—Oh, lo siento.
Sven y Kristoff continuaron caminando con el resto hasta llegar al campamento base. Era el mejor punto para acampar y reponer fuerzas, quedaba justo entre el reino y la zona de extracción.
—Muy bien muchachos, nos dividiremos en varios grupos—fue señalando quien iría con quien, a Kristoff le toco con un hombre más mayor que él pero que sin duda, tenía buena maña.
Ambos tomaron la ruta que les indicaron, les toco una de las mejores zonas.
—Mi nombre es Kristoff—se presento con una sonrisa.
—Yo soy Ruut, un placer muchacho.
El joven agradeció estar con él, sin duda, del grupo era el más amable. Llegada a la zona, se pusieron a picar mientras Sven tiraba del trineo donde cargar la mercancía. Los primeros movimientos fueron lentos debido a la baja temperatura, aunque poco a poco fue entrando en calor. De hecho, se sorprendió de lo bien que se le daba aquello.
—Eres bueno chico—señalo el hombre.
—Gracias.
Entonces en a la media hora del trabajo se escuchó una fuerte explosión. Ambos y el reno alzaron su mirada para ver de donde procedía.
—¿Qué ha ocurrido?—pregunto este.
—Creo que hemos enfadado al dios de la montaña.
Una gran capa de nieve comenzó a caer, los ojos se abrieron como platos.
—¡Avalancha!—los dos trabajadores montaron en Sven lo más rápido que pudieron y el animal viendo lo que se aproximaba echo a correr.
Incluso a la velocidad a la que iban, la nieve se les echaba encima de ellos. Sven en un giro hizo que una de las rocas rozase con una de las ruedas, Kristoff que se sujetaba como podía perdió el equilibrio y cayo al suelo. Con el viento de cara, ni Sven ni Ruut pudieron ver que habían perdido al hombre.
Pararon al llegar abajo sanos y salvos, el reno se giro en busca de ser felicitado cuando vio a lo lejos a su amigo correr como podía.
—¡Kristoff!—Ruut vio como la avalancha se lo trago. Sven comenzó a llorar.
Sin perder ni un minuto, el hombre guió a Ruut hasta la entrada donde dio el aviso a los guardias. Enseguida, un equipo de exploración y salvamento salió en su búsqueda, pero acompañados por alguien especial, la mismísima reina.
—Majestad no debéis ir, es peligroso—trataba de convencerla uno de sus hombres.
—Elsa, tienen razón—Anna se mostraba preocupada.
—No temo el frío, yo soy el frío—dijo mientras usaba su magia para crear un camino de hielo hasta el lugar. El resto de hombres la siguieron con sus carros, llevaban todo lo necesario para iniciar la búsqueda.
Por su parte, Kristoff aguantaba como podía bajo aquella capa de gruesa nieve, pero no aguantaría mucho tiempo. Necesitaba que la ayuda llegase enseguida.
—Veamos que puedes hacer Elsa reina de Allender—una figura encapuchada y cubierta con una túnica observaba desde uno de los árboles como la joven iba a toda velocidad.
Continuara.
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