𝐒𝐄𝐆𝐔𝐍𝐃𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 〄

•16• Desde la luz

El aire era un cuchillo que rasga mis pulmones. Era un dolor que no creía experimentar después de la muerte.

Respiraba lento con las pequeñas pelusas blancas entrando por mi nariz. No eran tóxicas, eran algún tipo de nieve que flotaba inexplicable a mi alrededor, me parecía mas como el polen de las flores, frágil y diminutas partículas que no se derretían, por eso era difícil no respirar aquello.

Hace tanto frío donde me encuentro que los labios me tiemblan, todo mi cuerpo se sacude sin parar. Trato de hacerme lo más pequeña que puedo, me sujeto las piernas con los brazos para entrar en calor pero el frío logra colarse en mi pecho. Aunque llevo una especie de camisón blanco, éste es demasiado transparente y ligero, que no me sirve de nada, salvo, para proteger mi desnudez.

Quiero saber cuánto tiempo he estado aquí, pero el cielo ya no es cielo. Porque todo lo que me rodea es oscuridad, es el espacio en su máxima expresión. Nítido, envolvente y perfecto con cientos de estrellas brillando cálidas, moviéndose con lentitud a mi alrededor e iluminando en lapsos cortos mi cuerpo. Pero sus débiles luces no logran calentarme.

Me encuentro sentada en el frío suelo de una gran roca gris espacial, que viaja en calma con las demás estrellas. Orbitando en su propio eje y provocándome mareos, cada que me concentro en su rotación. Es fría, como todo a mi alrededor. Anhelo la calidez en estos momentos, me imagino estar tumbada en la arena de una playa tropical con los rayos del sol calentando todo mi cuerpo.

El sol, no sé el día o la hora, puesto que en este lugar no existe. En un principio traté de localizarlo pero parecía demasiado lejano, cuando, al fin pude ver un brillo amarillo y rojizo a cientos de años luz de mí.

Junto mis manos en puños para que entren en calor y así sentirlas, pero el frío es una poderosa barrera que me impide sentir algo más que no sea dolor en los dedos. Toco mi cuello, donde minutos atrás (o quizás horas, no sé) había despertado con la falta de aire en mis pulmones y luego expulsando con un grito desgarrador el aire. El corte no se percibe. Cierro los ojos, recordando el instante donde la mirada asesina de Poem y el dolor de su daga terminaron contra mi garganta. Mi nombre, pronunciado por Matt, había sido el último eco que escuché de la vida y de la tierra; y que aún podía escucharlo en la distancia, como si el universo grabara eternamente sus palabras.

Escuchar todas las palabras de odio que me dirigió Poem antes de matarme, las palabras de consuelo de Matt al encontrar mi cuerpo no se comparaban con las palabras que me habían ordenado en mi mente y así obligarme a hacer lo que hice.

No me podía perdonar haber perdido mi propio dominio sobre mí, a manos de una persona que se suponía que no me conocía. Pero lo había hecho, me había encontrado y domado. La rabia que experimenté, aún me recorría el cuerpo. Ya no servía de nada porque había cerrado mis ojos, rendida a la muerte y había despertado inexplicablemente aquí. En medio de la nada y en el centro del todo.

En un principio pensé que estaba soñando. Que la realidad, era que me encontraba tirada en la habitación del hotel, después de utilizar mi poder contra el par de borrachos. Que el cansancio era tal, que mi cerebro caía en un extraño sueño. Donde todo lo ocurrido nunca pasó. Pero al instante dudé y supe que no podía ser así, porque recordaba todo lo que había vivido días atrás. Todas las sensaciones, todas las emociones, todo era real. Entonces me di cuenta con las manos en mi boca, de que en verdad estaba muerta.

Aún estoy en un transe por mi muerte, cuando una sombra se va acercando sobre mi cabeza. La roca gris donde permanezco quieta, comienza a aminorar su movimiento. Se aproxima lento a otra roca que desprende luz por sus pequeños hoyos irregulares y que viaja con lentitud por encima de mi cabello.

Estiro mi cuello hacía arriba lo suficiente para ver que expulsa sus gases y estos desprenden un tipo de vapor plateado. La luz viene de su interior, parece cálida y late como un corazón. Estoy tan entumecida del cuerpo, que elevo mis manos instintivamente para acercarlas a la roca roja, pero aquel fuego interior que creía cálido, era frío y su vapor es en realidad neblina. Desprende un olor a óxido y cuando coloco mi mano, mi poder despierta de su sueño.

El frío desaparece de mi cuerpo o quizás se armoniza con el ambiente invernal que expulsa la roca roja y brillante. Vuelvo acercar mi mano y el impacto que recibo es tal que me arroja hasta el borde de mi roca espacial. Desata un brillo cegador que me hace llevarme las manos al rostro, siento al instante a mi piel quemarse. El ardor es como miles de alfileres pinchando mi cuerpo, grito pero de mi boca no sale ningún sonido. El aire, junto con la pelusa que respiraba se han consumido por el brillo que quema la roca por encima de mí.

Escucho un chasquido con los pulmones a punto de reventar en mi interior, el sonido de una grieta abriéndose me hace quitarme las manos de los ojos. Parpadeó infinidad de veces pero aún así no logro ver nada. Arde, duele, lastima ver hacia la luz.

De pronto un viento levanta mi cabello y su tacto me estremece, es demasiado cálido y susurra algo. Hay palabras viajando a mi alrededor, la voz de una mujer vieja me llama, me envuelve:

—Neón, ¿aquí? —su voz es como una exhalación.

Trato de responderle pero mi boca no sé puede mover. El ardor de la luz me está quemando los huesos y músculos.

—No eres aquí —hay un sonido de chasquido de nuevo —ver.

Entiendo la última palabra y vuelvo abrir los ojos. La intensidad de la luz no ha cambiado, pero puedo ver una sombra frente a mí. La silueta es de una persona pero demasiado delgada y pequeña, no distingo sus brazos o piernas. Parpadeo más y las lágrimas caen de mis ojos, es la luz detrás de la sombra la que no me permite ver. Entonces la sombra camina... No, la sombra flota hasta acercarse a mí y se inclina sobre mi rostro.

—¿Aquí? —insiste. De cercas su voz no sale como lo haría cualquier otro sonido. Su voz viene desde afuera de su silueta y entra en su cuerpo.

Abro un párpado y el terror me recorre como un látigo de electricidad. Mi poder se alza y la silueta me aprisiona con su mano, que no es más que el esqueleto de una extraña raza de vertebrado. Me sujeta del brazo con delicada fuerza pero al instante suelto un aullido de dolor en mi mente, su tacto quema como mil infiernos. Como mil soles dentro de su esquelético cuerpo.

—No poder aquí ¿Muerte, Neón?— suelta su agarre, pero yo aún me retuerso de dolor con los ojos cerrados. Estoy tan débil que el oxígeno dentro de mis pulmones no resiste más. Me caigo de rodillas.

Percibo que se mueve a mi alrededor y el frío disminuye varios grados, pasa algo cálido por mi frente. Me arrastro fuera de su alcance pero esa calidez me llena los pulmones de oxígeno.

—Sonido —no entiendo lo que me dice, su forma de hablar es demasiado corta, limitándose a decir palabras básicas, es ciertamente primitiva. Escucho como gruñe y silva esperando mi respuesta.

—¿Qué eres? ¿Dónde estoy? —mi cerebro fórmula las preguntas y con gran alivio mi boca se mueve por fin y las digo en una voz demasiado alta, tragando oxígeno como si me fuera la vida en eso.

La sombra esquelética se acerca un poco más. No tiene olor, ni siquiera puedo ver su rostro claramente, tengo que entrecerrar mis ojos por la luz que quema. Hay un sonido de fondo, como el zumbar de las avispas. Mis párpados están débiles por la luz y lagrimean.

—Ser. Estar origen, estar vivo. —nuevamente su voz viaja de algún lugar lejano y termina exhalando por la que supongo es su boca.

—Si, pero ¿qué eres? ¿El orígen, esto es el orígen? ¿Como puedo estar viva? Es imposible, yo morí hace... hace. —me cubro los ojos ante el resplandor que emite la roca de nuevo. La sombra me cubre gran parte pero no es suficiente para alejarme del ardor que produce la luz en mi piel.

Gruñe y vuelve a silbar, pero el silbido se prolonga por lo que parecen eternos minutos. Mis preguntas quedan ignoradas y olvidadas por ahora, ya que varios silbidos más se nos unen desde alguna parte a mi izquierda. Bajo mis párpados la luz se cuela, lo que antes era ardor del infierno, ahora se transforma en el mayor incendio que mi cuerpo pueda soportar. No me queda más que gritar y retorcerme contra el suelo que antes me pareció frío. Siento como el fuego hace llagas en mi piel hasta los huesos. Si me pudiera ver, segura que sería ya solo cenizas.

Rasguño mi roca con el polvo atascado entre mis uñas, me salen lágrimas de sufrimiento pero el fuego las seca al instante. En un inútil intento, me concentro en sacar mi poder para elevar mi escudo protector, pero no lo encuentro. El poder del dominio, por segunda vez no me responde. Ha desaparecido.

No sé cuánto tiempo el fuego me incendia el cuerpo. Estoy tan débil que los silbidos dejaron de escucharse en algún momento de mis gritos.

Más débil de lo que estaba, pruebo el sabor a metal en mi boca. Con gran esfuerzo logro ponerme de rodillas pero al hacerlo el suelo se mueve y termino vomitando sangre amarga.

Cuando el lapso de malestar disminuye, por las rendijas de mis ojos veo a mis manos quemadas con la piel levantándose y desprendiendo un humo azúl. Tiemblo ante el aspecto que debe tener todo mi cuerpo. Aún hay demasiada luz ardiente a mi alrededor. Alzo mi mirada y la silueta para mí asombro, permanece en el mismo lugar. Está silenciosa. La roca que brilla atrás de ella, tiene una resplandor cientos grados más bajo y ya no me encandila como antes.

Me permito ver realmente la silueta con voz de anciana y descubro que efectivamente su cuerpo está compuesto solo de esqueleto. Sus huesos son finos y carbonizados casi hasta volverse negros. De pie, tiene el tamaño de un niño de diez años. Sus dos piernas terminan en pezuñas de caballo. Su tronco lo componen costillas parecidas a las de un pescado grande y su columna es tan delgada como un alfiler. Los huesos que componen sus brazos son cortos, terminando en sus muñones con garras de felino en lugar de manos. Recorro sus hombros que sobresalen como las alas de un murciélago y su cuello estirado como el de un ave. Por último su cráneo tiene la forma de un canino y su rostro es parecido a un lagarto. Lo único que posee de humana son sus hoyos por ojos, donde inexplicablemente unos remolinos de estrellas giran en ellos. No tiene piel, órganos o cabello a la vista y el lugar donde debería de estar su boca está cubierta con una placa de hueso plano. Toda la luz de la roca detrás de ella se filtra por todos los huecos que permiten sus huesos. Dándole el efecto de un tragaluz terrorífico.

Quedo con la boca abierta sin decidir sí correr o gritar, cuando capto un tumulto a mi alrededor. De la nada cientos de esqueletos negros se acercan y me acorralan en mi roca.

Flotando sobre todos ellos, hay un sin fin de más rocas de luz, donde se pueden ver que brincan desde ellas. Las estrellas siguen girando en su propio lugar pero su calor ya no lastima sobre mi cuerpo. No hay ese fuego quemando mis ojos y piel, puedo respirar y tengo la impresión que también puedo articular palabras.

—¿Quiénes son... ustedes?

Los silbidos y chasquidos se expanden ante mi voz y cierro los ojos en automático, preparándome para la avalancha de fuego. Cuando no sucede nada y sus protestas acaban bruscamente, me permito volver a mirar.

—Somos como tú, somos Neón. —la voz de la anciana es condescendiente.

—No son como yo, eso me queda clarísimo.

Me trato de levantar pero estoy a punto de caer de nuevo de rodillas por mi debilidad, cuando dos par de esqueletos se mueven a una inexistente velocidad y me sujetan de los brazos con sus manos de garras. Su tacto es gentil, no me clavan sus astillas en mi carne y eso me sorprende más que su rapidez.

—¡Nadie dio el permiso de tocarla!

El retumbar de una voz viaja como eco por todos lados. Mi rostro gira en todas las direcciones para ver de dónde viene pero mis ojos solo se topan con los esqueletos negros que comienzan a sisear de nuevo y agitarse como moscas.

Las manos de los dos que antes me intentaron levantar me sueltan rápidamente, no sin antes encajar sus garras en mi carne y unirse al sonoro canto de sus demás hermanos.

Vuelvo a caer de rodillas al suelo espacial. La anciana que está enfrente de mi, se gira para enfrentar la voz, moviéndose hasta quedar tan pegada a mi cuerpo que siento la calidez de sus huesos colarse en mi interior. Su columna queda pegada a mi pecho, sus garras me toman los brazos, cómo si me protegiera de algo que aún no logro ver.

—¿Dónde está? No veo nada— le susurro a la anciana, con los ojos tan abiertos para ver el peligro que desprendió aquella voz.

—Shh, frente— su voz es suave y su agarre es fuerte aferrándose a mis brazos.

—¿Quién es?

Las moscas siguen agitándose hasta que de pronto se congelan y guardan silencio.

—Ser Neón, ser tú —la voz de la anciana se detiene en la última palabra. Me suelta, se hace a un lado presa de un dolor que no logro identificar, solo escuchar.

Su chillido es tan ensordecedor que me llevo las manos a los oídos. Sus huesos que me sirvieron de escudo se hacen a un lado, dejándome al descubierto y sin protección.

Parpadeo y busco el origen de la voz pero no hay nadie, solo estoy yo y los esqueletos negros.

—Levantate — la voz ordena y como aún no logro ver de dónde viene, me levanto con vacilación.

Mis piernas tiemblan, el frío hace minutos que ha regresado a mi cuerpo y los dientes me castañean sin control. La anciana está tirada a un lado mío, las estrellas en sus ojos ya no giran con caos y sus gritos han sido reemplazados por débiles quejidos. Cuando intento inclinarme para ayudarla a ponerse de pie, dos esqueletos se me adelantan y lo hacen. La arrastran lejos de mí y el círculo a mi alrededor se acerca más, como si yo fuera alguna clase de néctar que les dará alimento.

Doy varios pasos hacia atrás, el borde de la roca está a solo un pie de distancia. No sé si mi cuerpo responde a una amenaza mayor o estoy perdiendo mi capacidad de razonar pero decido la vía fácil y con un paso más, toco el borde y caigo al vacío a mis espaldas.

Mi cuerpo se inclina hacia atrás y mis brazos se mueven a mi costado como el batir de un ave intentando salvarse de la caída.

«¿Es posible morir por segunda vez?» pienso con pesar.

—No, claro que no —responde alguien y es cuando lo siento.

Un rayo de electricidad recorre el espacio y se divide en dos. Se enrosca en cada una de mis muñecas y siento a mi poder despertar de un sueño. Me eleva y atrae hacia él.

De primero no veo nada. Estoy en el mismo lugar antes de haber caído hacia atrás. Los esqueletos se han apartado como si el néctar fuera veneno ahora, algunos se cubren sus ojos de estrellas con sus garras.

Entonces me percato de que el rayo de electricidad aún me detiene las muñecas. Su energía fluye y logro apreciar el recorrido de la sangre viajar por su cuerpo junto con el poder del dominio...

Mi poder y el poder de la cosa que me tiene sujeta es el mismo, lo sé. Solo que es extraño, lo percibo pesado y... (Si se puede asegurar) más controlado que el mío.

Con suma delicadeza intento apartar mis manos del poder, pero la cosa me jala hacia el frente y en un destello de energía azúl, su rostro aparece repentinamente frente de mí.

Alguna vez creí en la existencia de seres divinos. Creaturas aladas que comúnmente se les confundían con algo llamado en la tierra como ángeles. Alguna vez creí en algo superior a mí y me ilusionaba con los cuentos que mi madre me contaba. Alguna vez ella hizo algo desastroso y...

Sí, todo eso creía. Y lo creía porque antes era humana. Antes tuve personas que me querían, una madre, un padre. Inclusive tuve un hermano.

Las lágrimas se me escapan pero puedo verlo perfecto enfrente de mí. Ahí está. Ahí está él. Mi hermano. La pieza pérdida de mi pasado. Mi humanidad arrebatada. Pero se ve tan distinto de lo que ahora comienzo a recordar. Es él, pero no es él. Es como yo, como Romina Neón, no como Romina humana.

—Quedarte callada nunca fue tu juego favorito —su voz es totalmente diferente a la del niño que recordaba.

Trato de sonreír y de hablar pero me siento entumecida por todo.

«Estoy muerta, esto es un sueño profundo. Es algo imposible. No tengo un hermano, ni una familia, no tengo estos recuerdos frescos de que alguna vez fui normal. Humana. No, siempre he sido Neón. La chica extraña con poderes destructivos. La que murió hace poco tiempo en el bosque a manos de un amor que comenzaba a brotar. La que en el pasado fue asesina y amante. No, no, no. La egoísta que toma lo que quiere y se va. La que no encuentra su lugar en el mundo normal. La que se esconde bajo la ropa por su aspecto exótico. La que se refugió en los brazos de un hombre que la podía tocar. El único hombre que su poder nunca rechazó. No, no, no. Esto es un sueño o el final rotundo de mi alma. No...»

Me falta el aire, al fin caigo en cuenta de que en el espacio no hay oxígeno y de que es imposible para alguien como yo respirar aquí. Mi mente me contradice diciendo que no necesito respirar porque ya estoy muerta. Pero los pulmones se aprietan fuerte contra mi pecho y veo el rostro de mi hermano mirarme sin comprender muy bien mi estado. Mi cuerpo se desespera por respirar y tiro de las manos de mi hermano que me presionan las muñecas, en un intento de alejarme de él. En un intento de morir de una vez por todas.

Pero como dijo mi hermano: No, claro que no.

Morir por segunda vez no es posible.

Así que antes de caer sobre el suelo de aquella roca espacial, miro el destello azul de los ojos de mi hermano y las siluetas de los esqueletos negros acercarse a mí.

La mano de Robin me atrapa justo antes de caer y colapso en sus brazos.

Hace tiempo me quitó algo el poder del dominio. Hace años que me convirtió en otra cosa. Pero justo en ese momento, entre muerte y asfixia, entre resurrección y oxígeno. Volví por algo, morí por un motivo.

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