•8• Caballo de Troya
Una vez más no puedo dominar a alguien por placer y eso me molesta. Dirijo todo mi enojo al hombre gordo y de aspecto impecable. Richard Silver bebe de su copa mientras todos sus "gatos" llegan para la reunión expréss que organizó en tan solo un par de minutos.
A mandado también a traer bocadillos y bebidas para nosotros. Yo no probé nada aunque Poem insistía en lo deliciosas que estaban las galletas con queso crema.
—Todo va estar bien. —Susurra Poem con una galleta a medio morder, a tres metros alejado de mí. Haciéndome retirar la mirada de mi próxima víctima.
Su rostro pálido no tiene la pinta de que esto irá para bien. Al menos un hombre (para ser precisos un doctor) ha entrado a la estancia y ha bajado la hinchazón en el feo golpe de su ojo. Le colocó dos curitas en la frente, Poem se veía mejor. Pero la situación en general no iba a estar bien.
Conforme llegan los hombres de Richard al salón, cada uno de ellos me clava la mirada y si intentaron acercarse a mí, la barrera de mi poder se los prohibía. Hubo un valiente que se acercó más de la cuenta y salió volando por los aires para estrellarse contra la pintura renacentista de su jefe. Mi escudo de protección había sido preciso ante la amenaza.
Todos los hombres presentes que rodean la habitación se ríen por lo alto. Puedo ver cada par de ojos burlarse de mí y no del pobre hombre que se compadece en el suelo. Las risas cesan cuando Richard se levanta de su trono rojo y aplaude un par de veces.
—Bueno caballeros, veo que se divierten con mi invitada de honor. Sé que muchos de ustedes han escuchado hablar sobre... —me señala con la cabeza y suelta una risita—. Pero hoy no vamos a detenernos a explicar eso, no. Hoy los he citado para organizar el ataque definitivo contra Middleton. Esta noche tiene que concretarse.
Todos comienzan a susurrar y mirarse unos con otros confundidos. Sus miradas terminan enfocandose en Poem, como si él fuera una pieza de suma importancia.
—Pero señor ¿Y las fórmulas? Se suponía que estábamos esperando la certeza de Poem —dice de pronto uno de sus discípulos.
—Smith aún no comienza como debe de ser su encomienda. Tal parece que es un inútil. Pero tranquilo compañero. Tengo otro as bajo la manga.
Su mirada recorre la sala y termina señalando en mi dirección.
—¿Ven a esta mujer? Ella nos llevará con Middleton y nos abrirá la puerta de par en par.
—¿Bajo que excusa esta mujer convencería al alcalde de abrir su puerta?
Ninguno despega la mirada de mí y yo no la retiro de Richard.
«Es tan fácil matarte en este momento Richard, quítate los lentes y morirás.»
Mi pensamiento se solidifica cuando mi cabello comienza a levantarse. Pero Richard es un cobarde y camina hasta la protección extra que ahora le brinda Poem.
—Eso es juego sucio, Richard Silver. —la voz me sale plana, hosca.
—Nadie mencionó las reglas... ah, espera. Déjame decirlas. Nada de ese poder contra mí ¿Entiendes? y puedes tener de regreso a mi hombre estrella —palmea el hombro de Poem—. No me hagas repetirlas de nuevo Romina.
La sala entera exhala aire de la impresión.
¿Romina? ¿Ella es Romina Neón? ¿Pensé que estaba muerta? ¿Cómo sobrevivió? ¿Entonces ella puede matarnos ahora mismo?
Los susurros van llenando la estancia con una tensión que casi se puede palpar. Poem intenta alejarse de Richard pero este lo sujeta de un brazo y saca una pequeña navaja de sus pantalones. El metal salta cuando lo acerca al cuello de Poem.
—¿¡Pero qué carajos, Richard!? —Poem intenta zafarse de su agarre pero Richard se lo impide. Le susurra algo en el oído que no alcanzo a escuchar y eso detiene las protestas de Poem.
—Tu tienes un escudo natural Romina. Así que Poem ahora será mi especie de escudo contra ti.
Un gruñido se escapa de mi boca y hace a mi piel vibrar con electricidad.
—¡Deja a Poem en paz!
—Romina, déjalo. Estoy bien. Solo, solo has lo que te diga.
Aparto mis ojos rojos del vejete ese y capturo el café cobrizo de Poem. Los de él están suplicantes y dulces para mí.
—Dime lo que tengo que hacer Richard —Suelto rendida, sin apartar mis ojos de Poem—. Entre más rápido mejor.
—Me encanta hacer negocios contigo, Romina. Nos vamos entendiendo.
Durante cinco minutos escucho a la perfección el plan y mientras más escucho, más ganas me dan de Domar a todos en la habitación y matarlos de uno en uno. Lo que estos hombres desean es una masacre masiva en la mansión de Matt y el control sobre la ciudad. Dado que yo puedo controlar las mentes de las personas, Richard piensa que puedo dominar a todos (cosa que le intenté decir que no podía hacer, pero él me cayó al instante) y con ello darles la ventaja de que esa masacre fuera olvidada, que pareciera un sueño para todo el mundo. O en el mejor de los casos, que haga de Matt alguien que nunca existió.
Cuando Richard termina definitivamente de hablar y luego de hacerme jurar que llevaría el plan al pie de la letra o Poem muere. Nos llevan sus sirvientes a una habitación para prepararnos con indumentaria adecuada. Cosa que encuentro sumamente ridícula.
En cuanto estamos Poem y yo solos, me entran unas inmensas ganas de abrazarlo.
Mi situación es una trampa, me tienen ahora en sus manos y yo como la marioneta que soy, voy acatar las órdenes. Me frustro y resoplo con resignación.
—Yo también quisiera hacerlo —Su voz me hace levantar mi rostro del par de botines negros que inspecciono con curiosidad.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo también lo deseo y puedo jurar que se me ve claramente en el rostro, al igual que tú ¿O necesito ser más expresivo?
Su sonrisa se tuerce y comienza a mover su cejas de una forma rara, yo no le puedo negar una sonrisa en respuesta. Me es cada vez más fácil darle una sonrisa. Pero recuerdo lo que voy hacer y la quito de mi rostro.
—Esta noche haré cosas delante de ti que probablemente al amanecer quieras en definitiva alejarte más de tres metros.
—Lo sé. Pero créeme que no lo haré.
Cierro los ojos, quiero pensar que no lo dice enserio y que el golpe en su ojo es algún tipo de factor para darme el beneficio de la duda.
—¿Y si lo haces? ¿Sí de verdad te causo tanto miedo y asco al verme convertida en lo que realmente soy?
El cierra por un momento sus ojos. Desde donde estoy puedo ver la curva formada por sus grandes pestañas. Al abrirlos no hay ni una línea de duda.
—No lo haré.
Tocan la puerta justo en ese momento.
—Hey, ustedes dos. Rápido que el jefe ya los espera.
—En seguida —grita Poem al hombre.
Arriba de la gran cama, hay dos trajes negros y sin alguna arma a la vista. La ropa es algo parecida a la que usan los ninjas en las películas de acción. Pantalones holgados de tela firme pero fresca y camisas grandes sin cinturones de tela para abrochar. Sé lo que pretende Richard al vestirme de esa manera pero no voy a reparar en sus insinuaciones. Estoy por ir a cambiarme cuando Poem me detiene con su voz.
—Espera. Yo —traga saliva—, necesito verte de nuevo.
De primero no entiendo a lo que se refiere. Mis ojos se expanden cuando comprenden su petición. Todo su rostro está rojizo de la vergüenza, luego con coqueteo le respondo:
—Yo también quisiera verte de esa forma.
Ahora le toca a él abrir en grande sus ojos. Asiente y comienza a quitarse la ropa. Camisa y pantalón, dejando solo sus calcetines y boxer. Hago el mismo procedimiento que él, al mismo tiempo.
Cuando los dos nos quedamos semi desnudos uno frente al otro, solo somos capaces de respirar con dificultad y grabar en la mente los relieves de nuestra piel. Observo con detenimiento que tiene una cicatriz en el abdomen pero no estoy completamente segura por la distancia que hay entre nosotros y nos separa.
«Que no daría por poder tocarlo con mis dedos.» Ese deseo se esfuma dando vueltas en mi mente cuando recuerdo lo que tengo que hacer hoy.
—Siempre es un placer mirarte Romina —su voz es una caricia que me estremece y su confesión me toma desprevenida. Agarro la ropa con un nervio repentino y quiero cubrirme lo antes posible de sus ojos.
«Él aún no puede ver mi verdadera yo. Él no puede querer ver al monstruo que soy.»
Nos cambiamos rápido, cada uno evitando el contacto visual con el otro. Cuando estamos listos dejo que él salga primero y luego después de unos pasos, lo sigo.
Afuera, las camionetas están listas. Me guían un par de hombres hasta la color arena y a Poem lo llevan a una color azul. Lo veo despedirse con un movimiento de mano pero yo he perdido mi capacidad para contestarle. Adentro me espera Richard Silver y me arroja a las piernas (para mi sorpresa) mi cuchillo de doble filo que había dejado en el departamento de Poem.
—¿De dónde sacaste esto? —miro la sonrisa cruel de Richard en el reflejo del cuchillo.
—Lo mandé traer. No necesitas una arma para matar a Matt. Pero ambos sabemos que todo puede pasar ¿Verdad?
Trato de entender lo que me intenta decir, pero hay algo que me impide descubrir sus intenciones al darme mi cuchillo. Al ver que no lo tomo de mi regazo, extiende su mano, se lo lanzo con delicadeza en el asiento de copiloto, lo envuelve en un pañuelo blanco.
—Tranquila Domadora. Es cuestión de suerte si utilizas o no esa arma.
Se lo guarda.
La camioneta arranca y yo solo soy capaz de ver al frente. Al futuro de muerte que voy a trazar con mis propias manos.
—Así que... ¿Te acuestas con la famosa Romina Neón? —La voz de mi acompañante me hace torcer las manos en mi asiento—. ¿Es buena? Porque déjame decirte Poem, que está para comerse...
No resisto más y le propino un puñetazo en la mejilla. Al cree que no que no le di con la suficiente fuerza, se lo advierto:
—No vuelvas hablar así de ella ¿Me oyes?
El sujeto asiente con una mano en la mejilla. Los demás ocupantes de la camioneta se nos quedan viendo pero solo niegan y fijan la mirada en la ciudad que se abre paso.
Lo más extraño de todo, es que Matt Middleton vive al otro extremo de la ciudad. En la parte contraria de dónde venimos. Es como si los enemigos jamás, por nada del mundo deberían estar en el mismo sitio.
Al enemigo hay que tenerlo cerca.
Las palabras de mi madre resuenan en este instante en mi memoria. Ella solía siempre decir eso.
«¿Sirvió de algo madre?»
Sé que comenzar a pensar en el pasado me traerá problemas así que fijo la vista en la camioneta color arena donde va Romina y Richard.
No me agrada para nada la idea de que ella vaya sola con él. Muy en el fondo tengo miedo de que Romina se salga de control y lo mate, sin antes saber la verdad sobre mí. Pero también tengo miedo de que Richard la tome y la reclame como de su propiedad. Ese viejo es un desgraciado que obtiene siempre lo que desea. Aún puedo recordar como la veía con necesidad hace unos minutos.
Estamos entrando a las calles de la ciudad, la camioneta da un giro a la izquierda y se detiene al lado de unos grandes almacenes. Nuestra camioneta se detiene en el borde de la calle de enfrente, vigilando que nadie nos vea.
Desde mi asiento en la parte de atrás, puedo ver como sale Richard primero y dos de sus escoltas con armas en mano. Romina se baja con las manos en el estómago. Afuera hace un frío otoñal y su cabello blanco vuela con el viento, tapando su rostro.
Richard se acerca lo suficiente para decirle algo, se agacha y deposita un par de llaves en el suelo, a los pies de ella. Una última mirada en ella y Richard junto con su escolta, se alejan y caminan en nuestra dirección.
Veo a Romina recoger las llaves y subirse a la camioneta. Richard llega hasta mi puerta y me hace abrirla.
—Todo listo Smith. Tu amiga nos dará la señal para comenzar a seguirla.
Y así es, Romina maneja por unos metros y luego se detiene bruscamente. Por un momento pienso que arrancará y escapará pero no. Enciende y apaga las luces direccionales. Nuestra camioneta comienza a seguirla. Pasamos las calles, casas, el hospital, el centro (donde el tráfico nocturno saca de quicio a Richard). Subimos una colina de los hoteles, que es donde vivimos Romina y yo. Pasamos a pocos metros de la alcaldía, pero nadie sospecha que hoy se desata la carnicería.
Romina pisa el acelerador cuando llegamos a la zona de residencias.
—Gira a la derecha, Fred. Iremos por la parte de atrás de la casa.
—A la orden señor.
Pierdo de vista la camioneta arena y nos adentramos en una calle con árboles gigantes. Está todo en silencio cuando nos estacionamos dentro de la cochera de una casa que aparentemente está abandonada.
—¿Por qué llevar el plan en ejecución está noche, Richard?
Mi repentina pregunta lo hace tomar aire. Sus hombres ya han bajado, están inspeccionando los alrededores y estamos los dos esperando dentro de la camioneta.
—¿Sabes por qué te renté esa habitación en el hotel?
Sus ojos son duros al mirarme. Sus dedos tocan con impaciencia el compás de una canción desconocida.
—¿Fue por Romina? ¿Sabías que ella vivía ahí?
Él hace una mueca pero no niega. Retiró mi mirada de él. Afuera la noche comienza a caer por las bajas montañas.
—Sí. La he estado siguiendo desde que ella y Matt se hicieron aliados y amantes.
Su confesión es como un cuchillo que se encaja en mi pecho.
—¿Entonces es verdad que ella es su amante? —Mi voz se aprieta en la última palabra.
—Lo fue hace algún tiempo. Pero algo pasó y ella escapó de su mansión.
Volteo para verlo. No soy muy dado a preguntarle cosas a Richard, ya no. Antes él y yo teníamos una relación tan estrecha que llegué a verlo como un padre y él a mí como un hijo, pero tras la muerte de mi madre las cosas se pusieron complicadas. El lazo que nos unía se rompió de pronto, así sin explicación aparente. Y mi hermana y yo nos convertimos en los desamparados Smith que no hacían más que traerle problemas.
—La tenía secuestrada —lo digo con afirmación.
—No exactamente. Ella estaba por propia voluntad, hasta tenía su propio chófer y una linda casa a las afueras de la ciudad —Sacude una pelusa de su traje y mastica una uña de su dedo.
—¿Cómo sabes todo eso?
«¿Y cómo ha de ser, Poem? Es lógico que la espiaba antes de que tú la conocieras.»
—Matt presumía ante los políticos que tenía una mujer especial esperándolo en casa cada noche, los rumores corrieron. Matt no es de una sola mujer y eso toda la ciudad lo sabía. No tuve remedio más que mandarlo a seguir. Si me preguntas porqué lo hice te diría que no lo sé, quizás estaba tan aburrido. Contraté unos paparazzi y a la semana me llevaron fotos de él y Romina en la piscina. En cuanto la vi, supe lo que estaba haciendo Matt bajo la mesa.
Guardó silencio para que yo pudiera asimilar lo que me había dicho. Pero nada tenía sentido para mí o al menos no estaba pensando con claridad.
—¿Por qué vas a matar a Matthew Middleton? ¿Qué te hizo ese hombre?
Richard mira por la ventana y se pasa una mano por el cabello canoso.
—Matt sabe de la Compañía. Nuestros laboratorios están en peligro. ¿Te das cuenta de la gravedad de eso?
Gira su rostro en mi dirección, está demasiado preocupado y nervioso. Y es entonces cuando comprendo del porqué quiere ver muerto a Matt Middleton. Aunque solo falta relacionar a Romina en todo esto.
—Pero puedes construir más laboratorios y la droga por igual. Sabes las fórmulas, mi madre te las dijo.
—Tu madre... Una gran mujer que no merecía morir de esa forma.
Trago saliva por el recuerdo de mi madre y desvío el tema.
—Romina me estaba siguiendo. Ella me siguió hasta la casa de Charlie, yo no sabía quién era y no lo sospeché hasta que entró a nuestra habitación por una ventana al día siguiente. Ella dice que no me seguía pero ahora... con lo que me dices...
—Duda, Smith. Tienes que dejar de dudar de si es buena o mala. Porque créeme, ella nació para ser mala. La prueba te la dará esta noche.
Nuestra plática se ve interrumpida por la voz de Romina en el parlante de Richard.
—Caballo de Troya en acción. Dame cinco minutos y podrán entrar por el jardín de atrás.
Richard toma el radio y responde:
—Entendido. Ah y Romina, recuerda que Poem te espera.
No hay respuesta de ella. Así que nos bajamos de la camioneta y nos alistamos con las armas que están en la cajuela. Hay todo un arsenal que lo encuentro algo indiscreto para enfrentar lo que sea que tenga que enfrentar.
—Toma, Smith.
Richard me extiende un cuchillo de doble filo y yo lo tomo con duda. Lo guardo entre la bolsa de mi pantalón. Me repito mentalmente que no lo voy a utilizar a menos que me vea obligado hacerlo.
Cinco minutos pasan largos, cuando la primera escolta confirma que el lugar se ve despejado y al fin nos movemos entre las sombras por detrás de la casa donde nos estacionamos. Brincamos un muro bajo y nos escondemos detrás de los grandes árboles del jardín del alcalde.
La casa es de aspecto moderno/futurista con sus distinguidas formas de grandes tubos como torres, de cercas noto el color azul cielo que la tiñen. Todos en la ciudad la conocen como la casa de los tubos. Nos topamos con una gran piscina vacía y fuentes de esculturas geométricas. Todas las ventanas son redondas, las persianas están abiertas con las luces encendidas. Me sorprende que la seguridad del lugar esté dormida...
«Romina. Ella desactivó las alarmas y de seguro mató a los guardias.»
Solo de imaginar a ella siendo de la manera que debe de ser, me da un escalofrío por la espalda.
Justo cuando creo que nada va a pasar. Los disparos comienzan.
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