•3• Cómo la luna
Mirarlo desde los ojos de otra persona no es suficiente. Es como verlo en esos aparatos de realidad virtual, es no poder sentirlo con mis propias manos.
Los estoy siguiendo saltando de tejado en tejado y ahora estoy en la azotea de la casa de su amigo y el frío me distrae de lo que hace Sam bajo mi control.
Ella grita dentro de su cerebro pero yo la callo y la hago ver otras cosas. La estoy engañando y la convenzo de que está profundamente dormida. Ella no es consciente de su cuerpo y por más que quiere liberarse de mi dominio, yo la tengo completamente domada. Desde la punta de sus pies hasta de lo que dice con su voz.
Ignoro la voz chillona de la chica y me concentro en él. Sus ojos ven asustados a Sam y aunque me molesta de una manera muy grave; entiendo a la perfección su comportamiento, es algo natural. Todos los que me conocen deberían de hacerlo.
Y esta es una de las consecuencias de mi gran poder. Puedo dominar y obligarlos a hacer lo que a mi poder le plazca, pero no puedo atraerlos a mi de forma natural y voluntaria y mucho menos a tenerme confianza. Todo en mí reflejaba dominio, peligro y poder. Es como tener un gran cartel de "Advertencia, no se acerque más. Es peligrosa."
Hago a Sam levantar su mano y acercarse a él. Con sus dedos a escasos centímetros del rostro del hombre, tomo una gran respiración y lo toco. Pero como las otras tantas veces, que hacía aquello no pude sentir nada. Solo miro como los bellos de la piel del hombre se alzan ante el tacto de Sam.
Sam toca su rostro una y otra vez. En un principio el hombre está tenso pero poco a poco se va calmando y como yo no puedo sentir a través de Sam, no me doy cuenta cuando él recorre su hombro y va bajando por su cintura. Hasta que de pronto mi visión se acerca demasiado a esos ojos de ave. Ahora estaba entre sus brazos. El chico suspira antes de acercarse y cerrar sus ojos. Veo como sus labios se aproximan a los de Sam y me quedo ahí, no me muevo de la impresión.
Tiene pestañas largas y sus párpados tienen pequeñas venas violetas. Tiene ojeras y sus cejas son rectas pero con el beso las junta tanto que se le hacen arrugas en esa zona. Estoy tan absorta en la peculiar belleza de aquel hombre que olvido ordenar a Sam que le corresponda el beso.
—¿Sucede algo? —Pregunta alejándose de nosotras. Sus ojos son tiernos después de aquel beso no correspondido.
Hago a Sam negar.
—Nada.
Y entonces le hago besarlo.
«Lento, despacio y cuando lo toques no cierres los ojos. Quiero verlo» Le ordeno y ella obedece.
Fue lento, despacio y a mi parecer tierno. El beso se extiende por unos segundos más y mientras veo a través de los ojos de Sam a aquel hombre, siento una rabia y unos celos poderosos por no ser yo la que lo bese.
«Cierra los ojos, Sam.» Le ordeno porque ya no quiero seguir viendo como se besan.
Conforme los minutos pasan y como estoy ciega (literalmente, no puedo ver lo que hacen) no siento la ausencia de su ropa hasta que el cuerpo de Sam se comienza a desequilibrar por mi propio cuerpo. Le ordeno abrir los ojos y mis mejillas se tornan de un rojo intenso.
Ni Sam, ni el hombre tienen ropa y ahora él la guía hacia una habitación.
No sé qué ordenar a Sam, estoy en blanco y en rojo a la vez. Es un rojo de enojo. Muy a fuerzas le ordeno acariciarlo, pero eso me está trayendo tormentas en mi propio interior. Quiero bajar en ese mismo instante y abrir aquella puerta. Quitar a Sam de encima de él y... y... ¿Y qué diría? ¿Por qué de pronto me interesa ese hombre? Van a tener solo sexo casual, no debería de importarme.
Él la toca como si fuera delicada y hermosa. Mis ojos lloran de rabia y mis lágrimas me impiden tener una buena visión. Por un momento desconecto mi pensamiento al poder del dominio y eso le da libertad a Sam de dar un grito.
Eso me despierta de mi zona de amargura y hace que el hombre deje de besar su hombro.
—¿Estás bien Sam? —El hombre la mira con preocupación.
—Solo pensaba que no sé tu nombre —Le ordeno decirle, tomando el control de nuevo.
—Ah, pues me llamo Poem, Poem Smith.
—¿Eso significa poema?
—Ja, ja, ja, ja, algo así. Pero uno muy feo.
Poem Smith, Poem Smith, Poem Smith. Repito una y otra vez en mi propia mente.
Como yo vuelvo a caer en el silencio junto con Sam, Poem aprovecha y besa cada parte de su cuerpo. Yo, ya no puedo resistir eso, así que la hago decir las palabras más estúpidas que la harán alejarse de él definitivamente.
—Amm, oye Poem... La verdad es que tengo esposo y bueno, ya no quiero tener sexo contigo. Discúlpame.
Poem se aleja de ella como si fuera un espécimen raro. Sonrío ante su actitud. La hago dar media vuelta y salir de la habitación. Se coloca su ropa y camina presurosa hasta dar con la puerta. La quiero lejos de él.
Pero Poem no ayuda a mi propósito. Desde la azotea y viendo como Sam camina de nuevo hacia la parada de autobús, de regreso a aquella cafetería. Poem sale disparado a su encuentro. Solo se ha colocado su pantalón y tiene el pecho desnudo a plena luz del sol. Corre y lo veo/siento tomar la muñeca de Sam.
—¿Me puedes decir que hice mal? —Tiene la cara de desilusión.
«Dile que no te gusta, que fue un error venir hasta aquí.»
—No me gustas, fue un error venir hasta aquí... yo... no sé... no sé...
Abro los ojos sorprendida por sus siguientes palabras. El poder está debilitándose. Lo siento. Me paro y mi cabello ondea eléctricamente, más poderoso o al menos lo estiro lo más fuerte que puede mi cuerpo. Pero me doy cuenta que estoy agotada. Me siento débil. Mis ojos se enfocan con Poem, que aún no suelta la mano de Sam.
—¿Dónde estoy? —Pregunta Sam, confundida.
Su control cerebral regresa rápidamente a su cuerpo, como si un cuchillo partiera mi conexión con ellos y se libera de mi dominio y yo me desmayo en la azotea de Poem.
Caigo.
Un estruendo ocasiona que gire la mirada hacia la casa de Charlie. Algo ha caído del tejado. Dejando a Sam en la parada de autobús, corro hacia la casa. Al acercarme puedo ver un bulto negro en el césped. Con cuidado y lo admito, con algo de miedo, me voy acercando.
Doy un salto en señal de sorpresa. ¡Es el cuerpo de una persona! Me asusto tanto que saco de mis pantalones mi teléfono y marco el 611.
—Emergencias 611, en que le puedo ayudar.
—Necesito una ambulancia urgente, una persona cayó del techo de mi casa —digo lo más rápido posible y con la vista clavada en la persona de negro.
—En seguida mandamos una unidad ¿Me puede proporcionar su dirección?
—Calle Titanio, número 490...
No logro terminar de decir la dirección cuando la persona empieza a moverse.
—Número 490 señor ¿Que más? Necesito que me diga también si la persona está consciente ¿Ve alguna herida? —La voz de la operadora se escucha distante para mí.
En aquel momento el cuerpo se gira boca arriba y la veo.
Tiene los ojos cerrados, sobre su frente corre un hilo de sangre que baja por la mitad de su rostro. Sus labios están rojos y hay sangre en ellos también. Pero eso no es lo que me impacta. Es su piel. Toda ella es blanca como la luna. De aquel blanco perla, hasta su cabello corto es blanco.
—Eres la mujer del balcón —digo en un susurro, como si decirlo fuera un delito. En respuesta ella saca su lengua y saborea la sangre de sus labios.
—¿Disculpé dijo algo? ¿Hola? ¿Hola?
La operadora sigue en la línea. Haciendo una estupidez cuelgo y me acerco a la mujer luna.
—Duele —manifiesta una voz fina y baja. Es la voz de la mujer y algo en ella hace que mi piel se erize al escucharla.
—Estas herida, necesito que no te muevas. Pronto llegará la ambulancia —Es la única respuesta que se me ocurre decirle.
Me acerco un poco, y levanto mis manos a la altura de su pecho sin saber, si tocarla o no. Creo que este día estoy más estúpido de lo normal, un tanto horrorizado y sí, lo admito, algo emocionado. ¡Tengo de frente a la chica misteriosa del balcón!
Una risa proveniente de ella, me hace quitar las manos elevadas sobre su cuerpo.
—Pero si acabas de colgar tu teléfono, no creo que vengan las ambulancias. No les diste bien la dirección.
—¿Disculpa? ¿Estabas escuchando? —digo con fingida indignación.
—Soy consciente de lo que estabas haciendo. Así que sí, estaba escuchando.
—Pero si acabas de caer del techo a unos cinco metros de altura. No deberías de estar consciente y hablando tan tranquila. ¿No te duele nada?
Ella sonríe desde el suelo y se lleva una mano blanca y de aspecto suave a su mejilla.
—Te digo que me duele. Pero creo que solo es la conmoción de caer. Ahora creo que ya no me duele nada. Al menos externamente.
—¿Externamente? ¡Por Dios! Eso es grave. No te muevas más, quizás tengas una fractura interna —El aire de mis pulmones se agita por la repentina preocupación. Me acerco un poco y toco su mano que descansa en su mejilla.
Ella ríe por mis palabras pero al sentir el roce de nuestras manos, ella abre al fin sus ojos, no sin antes retirar mi mano bruscamente de la suya. Es tan rápido que cuando me entero, ya tengo frente a mí un par de ojos azul cielo. Son tan limpios y claros que el día brilla más si los miras con atención.
—Dis... dis... disculpa, no era mi intención tocarte. Bueno sí, pero no de esa forma. Ósea solo quería comprobar si estás bien. Tú me entiendes ¿Verdad?
De pronto me siento un torpe, «¿No siempre lo eres Smith?».
Ella solo inclina su rostro a un lado y con mirada seria inspecciona mi cara. Veo moverse sus ojos desde mi cabello hasta mi cuello y luego de un extremo al otro. Yo sólo soy capaz de ponerme rojo y seguir viendo sus ojos cielo.
—¿Terminaste con la inspección? —digo cohibido. Aquí, es ella la que necesita ser revisada, no yo.
—Si, ya terminé. Al menos no hay nada de raro en ti.
Se encoge de hombros y se sienta derecha sobre el pasto donde estamos.
En otras circunstancias la escena sería de una pareja normal, tomando un picnic a plena luz del sol.
Solo que... somos dos extraños y por lo tanto no somos pareja. Ella tiene un feo corte en su frente. Yo estoy sin camisa y lo más importante: Ella ha caído del techo.
—¿Por qué estabas en el techo de mi casa, si puedo saber? —Alzo una ceja en señal de interrogatorio.
Ella solo vuelve a encogerse de hombros y comienza a levantarse. Veo que de bajo de su gabardina negra, lleva una sudadera negra con un triángulo al estilo hipster, unos pantalones marrones con agujeros en las rodillas y... ¡Está descalza!
Cuando intenta caminar lejos de mí, se tambalea a un lado y yo salto desde el suelo para sujetarla por el codo, para que no caiga.
«Segunda vez que la tocas, listillo.»
Ella me mira con cierto pánico.
—Lo siento. —me disculpo y luego la suelto.
—¿Quieres saber por qué caí de... tu casa? —Ella me mira con alguna clase de arrepentimiento y sus labios se fruncen en un suave puchero.
—Claro que quiero saber ¿A caso intentaste robar? —El sarcasmo me sale a flor de piel.
—Es algo más vil y bajo que eso —Ahora baja la voz y con ella la mirada a sus manos entrelazadas.
Bajo el árbol donde estamos, las sombras son más densas y su piel toma un tono gris con un toque de muerte en ella. Mi cuerpo se estremece cuando la veo alzar la mirada hasta mi altura.
—Intentaba domar y quería que ella...
Unos pasos se escuchan y con ellos el sonido de una ambulancia. De pronto las luces rojas y amarillas están parpadeando en la calle. Y la que está corriendo en nuestra dirección es la mismísima Sam.
—Mira, al final sí vino la ambulancia —digo volteando a ver a la chica luna.
Pero ella ya no está. Ha desaparecido como una sombra en pleno día.
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