•23• Desatar y atar
La veintena de manos que me sostienen me impiden moverme de mi lugar. En cuanto la primera persona me toca, puedo controlar mi defensa y no proyectarla a varios metros por su toque aguerrido. Charlie parpadea un par de veces, recuperándose al instante.
—No me puedes ganar, Poem.
—Pero yo sí.
Responde por mí, la voz de un hombre a las espadas de Charlie. Lo primero que noto es que tiene el cabello blanco, las misma facciones que Romina y los ojos celestes.
—¿Y tú quien carajos eres? —ruge Charlie con el cuerpo inclinado hacia adelante y las manos en garras frente al hombre.
—Alguien superior a ti, me imagino.
Su sonrisa arrogante aparece y las manos le comienzan a chispear. Pero Charlie no se queda quieto y en menos de un santiamén corre al frente. El hombre alza una mano y lo atrapa por el cuello en el aire, la avienta al suelo. Pero Charlie no se queda para mirar el paisaje desde abajo, se levanta deprisa.
Escucho que alguien me chista, quito mi atención del par y veo a Priscila escondida a dos autos de mí. Niego lentamente con mi cabeza y ella apunta a algún lugar dentro del edificio. No logro entenderle hasta que articula la palabra Romina. Mis ojos se abren con sorpresa y van rápidamente buscando su objetivo. Todo es sombras adentro del pasillo y desde aquí no alcanzo a ver nada.
—¡Abre los ojos, cobarde! —grita Charlie y después escucho el chasquido que hacen los huesos de alguien al romperse.
Vuelvo mi atención a mi hermana que también los ha escuchado. Exclama un "¡Sí!" Quedito y sé que el lastimado fue Silver.
—Debes. irte. ahora —articulo exigente, ella niega y levanta el dedo meñique.
Quiere cumplir la promesa de llevar a Romina a salvo. Estoy por decirle que ella no está aquí, cuando la misma Romina se manifiesta.
—¡No! —su grito viene acompañado con la imagen del hombre. Charlie lo ha herido de su ojo derecho.
Las manos que me sujetan siguen reteniendo su agarre sobre mis brazos. Por el rabillo del ojo veo a mi hermana salir de la avenida y adentrarse por un pasillo lateral del edificio.
Las patrullas se escuchan a lo lejos, para después irse acercando al lugar. De ellas bajan los policías, soldados y demás cuerpos de seguridad. Se detienen a un lado mío, pero no me miran a mí. Toda su atención está puesta en la cara de Charlie.
Por un instante me aparto de la escena y miro a las sombras. Hay dos puntos casi brillantes que se mueven dentro de ellas. Mientras más miro las sombras, la claridad se va adaptando a mis ojos.
Al fin la veo, baja la mirada y se da la vuelta con mi hermana guiando a un lugar seguro para las dos.
El corazón estaba acelerado por la situación y por la expectativa de verla de nuevo. Que ahora que al fin vió un atisbo de ella, late tranquilamente dentro de mi pecho.
Pero la situación no cambia, al contrario empeora.
—¡Dime quién eres! ¡Vamos, da el nombre! —Charlie camina alejándose del hombre.
—Para que lo quieres saber... Ah, ya sé. Quieres saber quién te va aniquilar de una vez.
Diciendo eso, él levanta sus dos manos al cielo y de sus dedos salen gruesos hilos de electricidad. Se le enroscan por los brazos y van bajando hasta arrastrarse por el suelo. Desde aquí no veo la expresión de Charlie pero debe de ser de terror porque da más pasos hacia atrás y con un feroz grito manda a los soldados al ataque.
Éstos, descargan sus balas en automático contra el hombre. El humo que se acumula rápido me impide ver si el sujeto ya ha caído ante el asalto. Charlie vuelve a dar órdenes a grito abierto y está vez escucho un especie de camión todo terreno apresurarse al lugar.
Y en efecto, un tanque de guerra viene a una velocidad inusual. No se detiene y ante mi mirada incrédula, pasa a un lado donde estoy. Recurro a toda la fuerza que me queda y aviento a las personas a un lado pero se quedan plantadas y solo soy capaz de cubrirme el rostro. El camión las arrolla y lanza un misil al lugar donde el hombre y Charlie se enfrentan.
Un domo gigante se materializa en torno al tipo, lo cubre con un campo de resistencia. Dándole al misil el efecto de rebote y destrucción al instante. Las balas que anteriormente fueron disparadas por los soldados, yacen en el suelo hechas polvo.
El silencio es prolongado. Ninguno de los tres se mueve o dice algo. Es mi oportunidad de atacar a Charlie. Me arrastro como puedo, acercándome poco a poco al primer escalón donde Charlie se encuentra parado.
—Yo que tú ni lo intentaba, Smith —su rostro baja hasta el suelo, donde me encuentro—. Aún esto no termina aquí.
Le da la espalda al sujeto y a mí. Se monta con total tranquilidad a una camioneta negra y junto con él, todo su armamento se van del lugar. Parpadeo un par de veces, intentando entender porque no fui más rápido y lo detuve.
Las personas del lugar caminan, cual zombies detrás de la caravana de cobardes. Los que están heridos vuelven abrir los ojos por voluntad propia, quejándose, tomando su cabeza como si hubieran sufrido una perdida de memoria.
—¿Estás bien? —unos botines están a la altura de mis ojos. Me incorporo con dificultad.
El hombre me ve con detenimiento, le detengo la mirada. Charlie le hirió un ojo, se le comienza a poner hinchado y morado pero eso no le impide sonreír.
—Mi nombre es Robin —extiende una mano. Me le quedo viendo a su palma, no sabiendo que hacer.
—La última vez que alguien como tú me ofreció su mano. Una barrera me lo impidió.
—Supongo que ese —se lleva los dedos a la altura de los ojos, haciendo un doble guiño con ellos— "alguien", era mi hermana.
—¿¡Tú qué!? —mi voz está entre el grito y la incredulidad. Lo examino con más detenimiento, entre cerrando los ojos.
Mirando lo bien, tiene un buen parecido con Romina. Sus ojos son idénticos, salvo donde Romina es pestañas largas y tiene el cabello un poco más alborotado y largo. No tiene los mismos labios que ella, ni las orejas semi punteadas de duendecillo. Pero no puedo negar que son hermanos.
—Sé que a mi hermana la puedo llegar a decepcionar un poco, pero no creo que no te haya contado sobre mí —hace una mueca, como de las que haría Priscila—. Yo en cambio sé que eres Poem Smith, vives en el mismo edificio que ella. Para ser exactos en la habitación 670 y que...
—Wow, wow. Basta de tanta información —me toco la frente—. Sé que soy difícil de olvidar, pero no es para tanto.
—Creo que tú y yo nos podemos llevar bien, Poem —sonríe y comienza a caminar. Como no me queda de otra lo sigo como si yo fuera un borrego.
—Si andas buscando a Romina, yo sé dónde está. Mi hermana la llevó a un lugar seguro un poco lejos de aquí.
—No la buscaba a ella, pero gracias Poem —gira para mirarme—. Aunque tú y ella deberían de hablar pronto.
Puedo ver en sus ojos, que está al tanto de lo ocurrido entre su hermana y yo. Y eso me hace enrojecer de vergüenza.
—Yo...
—No digas nada. Ahora solo necesitaré de tu ayuda con las personas heridas —ante mi silencio continúa:— ¿No pretendes dejarlas aquí así como así, verdad?
—No por supuesto que no.
Me adelanto y reviso a un chico que está boca abajo. Lo muevo con cuidado, acerco mi oído a su pecho para saber si aún late.
—Las personas deberían de ser más serviciales y ayudar a los demás. No entiendo a este mundo, no fui criado con sus costumbres.
Nos movemos más rápido y revisamos a cuanta persona encontrábamos herida. Solo los que habían sido arrollados por el tanque, murieron. Los demás están o inconscientes o con heridas leves.
Aquel pequeño discurso que dijo el hermano de Romina, me movió más que los dados por altos políticos. Hablando de políticos...
—¿Conoces a Matt Middleton? —pregunto, el asiente y sigue caminando por entre los autos varados—. Se suponía que Romina estaba con él...
—Sí preguntas, qué si lo he visto, pues sí —su voz es amortiguada entre dos puertas—. Estábamos en su mansión, cuando él tuvo que venir hasta acá ¿Por qué preguntas qué si lo conozco? ¿Cómo sabes que Romina iría con él?
Se me queda viendo, su poder se alza y comienza a intentar dominarme. Al percatarme de sus intenciones, bajo la mirada.
—Lo siento, solo intentaba saber que es todo este embrollo.
—Descuida. Romina daría un millón de billetes por lograr hacer eso que tú estabas por lograr.
—¿Ah sí? ¿Crees que no eres inmune a mi poder?
—Creo que sí te dejara, lo harías con éxito.
—Ja, no te preocupes —me guiña el ojo sano, cómo si supiera algo que yo no sé— No lo voy hacer, a menos de que sea algo realmente productivo y conveniente para los dos.
¿Por qué es tan servicial y educado este tipo?
Llegamos al final de los autos varados, a lo lejos la gente ajena a los hechos comienza acercarse. Unas sirenas de patrullas son suficientes para pedirle a Robin que nos marchemos de ahí, cuento antes.
Mostrarle el camino a Robin, fue sencillo. Querer llegar hasta ahí, era para mí cada vez más un manojo de nervios. Presentía que mi recibimiento iba a ser un desagrado.
En mi mente estaba ensayando las palabras exactas que le diría a Romina. Inclusive estaba contemplando arrodillarme a sus pies, con tal de obtener su perdón. Tan concentrado y disperso estaba, que Robin tuvo que gritarme casi en el oído para que le pusiera atención.
—Lo siento ¿Que decías?
—Que ya hace hambre —me mira con un toque de preocupación— ¿No se te antoja un rico plato de terrones de tierra?
Alzo una ceja.
—Eso no es comida...
Suelta una carcajada llevándose las manos a las costillas. Se ríe con fuerza, al igual que Priscila.
—Lo sé, solo quería ver si estabas prestando atención.
Después de aquella pregunta, volvemos a caer en silencio.
—Bien, hemos llegado —me detengo y señalo al próximo puente.
A lo lejos puedo ver a Priscila saludando en nuestra dirección. Su mano se detiene al ver a Robin, para después regalarle su mejor sonrisa. Robin le corresponde y comienza a caminar hacia ella.
Yo me quedo parado, busco a Romina con la mirada pero no se ve por ningún lado. Observo alrededor sin conseguir encontrarla.
—¿Buscabas algo en particular? —su voz me hace brincar y darme la vuelta.
Ella trae la sudadera de Priscila, se abraza el torso. Bajo la mirada hasta sus pies descalzos y luego subo por el vestido dorado y ligero que trae puesto bajo el abrigo.
No puedo responderle, no puedo verle la cara, no puedo ni siquiera soportar tenerla de frente. Mi pecado es más grande que el rechazo de su poder hacia mí.
Pero aquí estoy, no tengo escapatoria.
Subo la mirada, por lo que pareció una eternidad sin verla. Nuestros ojos se conectan como la primera vez.
Es extraño como tantas cosas pasaron y aún así, aquí estoy mentalmente de rodillas por ella. Mi culpa pesa de la misma manera que pesa mi devoción por ella.
—Creo que debemos hablar —digo algo ronco.
Ella asiente aún sin despegar sus ojos de los míos. Me invita a caminar con su mano blanca señalando al pequeño camino de la colina tras nosotros.
Sigo sus pasos, dejando atrás el puente donde su hermano y mi hermana nos miran partir.
Sus pasos me acompañan por la pendiente. Es raro caminar a la par de él. Dos metros de distancia como al principio, como siempre.
Me siento expuesta, con el corazón salido de mi pecho y mirándome a los ojos. Si me giro y lo vuelvo a ver, es probable que palpe mis sentimientos.
En algún momento del pasado, cuando recién llegué a aquella estrella en el espacio, sentía un tremendo odio y rencor hacia él. Después de eso...
—El clima comienza a cambiar.
—¿En serio vas hablar sobre el clima? —le contesto, abrazando mi cuerpo.
—Fue un buen comienzo ¿No?
Siento su mirada por mi rostro. Damos una pequeña vuelta y comenzamos a subir un poco más. Alrededor no hay muchos árboles y los que hay son pequeños y escasos de hojas como para cubrir la vista de dos personas que pasean. Los matorrales están de nuevo por brotar, un síntoma de que el cambio de estación se aproxima.
—Fue bueno —me detengo, él también lo hace—, parece que les fue bien con lo de Charlie ¿Lograron hacerle algo?
—Si te refieres a qué si lo matamos —suspira—. Pues no. Tú hermano no es esa clase de persona... —hace una pausa. Sus pies giran en mi dirección, yo tengo la mirada en el suelo—. Y no creo que me hubiese dejado matar a Charlie. Independientemente de si lo dejó escapar.
—Espera ¿Robin dejó escapar a Charlie? —al fin lo veo a los ojos y continuó caminando.
—Digamos que sí y que no. Charlie trajo su armamento pesado e intentó aniquilar a tu hermano con todo lo que tenía. Al final, salió huyendo como la rata que es.
—¿Y Matt? ¿Lo vieron?
—La misma pregunta le hice a tu hermano. Me dijo que no.
—Estábamos con él, vimos su discurso. Pero después... Solo desapareció. Ni siquiera estaba ahí cuando llegamos.
—Tampoco cuando llegamos nosotros.
—Es extraño —reafirmo, Poem suelta un par de risas.
Me percato que se ha metido las manos a los bolsillos de sus vaqueros. Observo mis pies desnudos con horror. Debe de ser lo peor que ha visto en una chica. Hundo más mis ojos en el asfalto donde piso. Carraspea un poco para continuar la conversación.
—Por cierto, me agrada tu hermano. Nunca lo mencionaste ¿Por qué?
—Porque en aquel tiempo no sabía que tenía uno. Eso fue después de...
Me detengo en el borde de esta plática. Estamos a punto de cruzar hacia el lugar de espinas. Tengo un miedo terrible sobre el futuro. Sobre lo que podemos decir.
Esta vez él se detiene, camina tres pasos al frente y se gira por completo para quedar frente a mí. Yo me aprieto más las costillas, el suelo es un lugar hermoso para mirar.
—No sé cómo comenzar.
Mi silencio es un peso muerto a mi alrededor.
—No lo hagas. Las cosas serán más fáciles así.
—¿Qué? No. Tengo que hacerlo.
—¿Por qué? —pateo una piedra.
Tres latidos de corazón y su confesión aparece.
—Esto me persigue —la voz se le corta—. No sabes lo que he sufrido, no sabes el infierno que estoy viviendo con esto —golpea algo—. Mírame, Romina.
Niego y cierro los ojos. No puedo, un nudo en mi garganta se comienza a enrollar.
—Mírame, por favor —su voz es tan baja y suplicante, como un cachorro herido.
Abro mis ojos y poco a poco voy levantado la mirada.
¿Cuánto pueden cambiar unos ojos en tan solo pocos minutos?
—Aquí, Romina —apunta su pecho— y aquí —toca su cien—. No hubo ni un solo día que no sintiera y pensara lo que hice. Lo que te hice.
—Lo siento —digo con las lágrimas a punto de salirse.
—¡Yo soy el que lo debe de sentir! ¡Solo yo! —vuelve a tocar su pecho con un dedo— Yo, lo siento Romina. Perdóname. Perdóname, por favor.
Cae de rodillas ante mí, lo miro sin creer lo que ven mis ojos. Levanta la cara y en sus ojos puedo ver todo el dolor acumulado, saliendo y derramándose por sus mejillas.
—No sé cómo pedirte que me perdones por todo. Yo, soy el peor hombre sobre la faz de la tierra. Yo te maté, yo debería de haber muerto y no tú. No pude vencer a este maldito poder que no pedí. Yo te, yo te.
—¡Basta! !Basta Poem! —chillo y doy vueltas por la frustración de no poder ponerlo de pie y tomarlo de los hombros—. No puedes culparte por algo que no podías controlar. Yo sé de eso, yo te entiendo.
—No puedes minimizar lo que te hice.
Mis puños comienzan a pesar en mis costados. Lo miro furiosa. No puedo creer que él quiera culparse de todo.
—Tú no puedes llevar toda la culpa. Yo también la tuve.
El comienza a negar y a decir de nuevo que sí la tiene.
—¡No! —caigo de rodillas también— Yo estaba bajo los efectos del dominio de Charlie.
—¿Y qué es eso, comparado con tu muerte?
—¡Pero no estoy muerta! —le grito furiosa, doy una palmada al suelo—, yo también pude haberte matado y ahora las cosas serían al revés.
—Eso no quita los hechos que ocurrieron. No puedes cambiar el pasado.
Sus palabras son duras astillas que van directo a mi corazón expuesto.
—No me mataste Poem.
—No me digas que caíste en un coma y que despertaste con el dulce beso de Middleton —su enojo va acompañado de burla—. No estoy bromeando, Romina. Yo lo hice, yo debo de pagar las consecuencias.
—¡¿Y qué quieres que haga?! —mis ojos lo perforan— ¿Qué te mate aquí y ahora?
El abre su camisa de un jalón. Los botones se desprenden y salen disparados por todos lados. Por un momento veo su piel salpicada de pecas.
—Quiero que lo hagas. Sí así obtengo tu perdón, estoy dispuesto a morir en tus manos.
Sus labios tienen la furia y determinación de alguien valiente. También tienen la sensación de ser suaves, a mi mente acude el recuerdo de su extensa sonrisa.
—No te puedo perdonar —sus ojos cambian una vez más, el dolor se instala en ellos como algo que podría llegar a ser permanente—. Porque no hay nada que perdonar.
Sus cejas se juntan con confusión.
—No sé ni cómo explicarlo. Lo que sí sé es que, si yo no hubiera perecido en aquel bosque. Ahora mismo seguiría ignorando la existencia de mi hermano, Robin.
—No puedes hablar enserio.
—Levántate y deja de pedirme perdón por algo que en realidad estoy agradecida.
Lo hace despacio, primero con duda y luego con algo de ligereza en sus tensos hombros.
—¿Así sin más? —se limpia las lágrimas de sus ojos— ¿Sin un rencor guardado de tu parte? ¿Sin maldecir mi vida? ¿Sin odiarme por el resto de ella?
¿Nunca me cansaré de mirarlo? Me estoy dando cuenta, que lo extrañaba más de lo que me podía admitir a mi misma. Por más que quiero odiarlo, no puedo.
—Yo no te odio en absoluto, Poem. Jamás lo he hecho, ni en el pasado ni ahora ¿Tú me odias?
Sus ojos se abren y extiende los brazos, abre y cierra sus palmas. Como un bebé que quiere tener algo, pero que está lejos de alcanzar.
—Jamás, yo te qui...
—No lo digas —me apresuro a decir.
—¿Por qué? —el comienzo de una sonrisa se asoma por su boca.
—No quiero que sea algo que digas a la ligera. No ahora, que nos hemos perdonado. Es todo reciente.
Los dedos de mis pies se mueven con nerviosismo.
—Yo jamás te diría algo a la ligera, chica luna.
Desde mis ojos, boca, piel y manos. Desde todos los rincones de mi cuerpo, aquello que me dice me hace sonrojar. Algo en la forma que lo dijo, fue como una nueva promesa entre nosotros.
—¿Lo prometes? —levanto el dedo meñique.
—Lo prometería una y un millón de veces más, solo si consigo que te pongas roja como lo estás ahora.
—Eso ha sido demasiado cursi, es horrible —lo miro consternada.
—Lo sé y tú sigues siendo demasiado mentirosa, demasiado hermosa.
—Deberías de callarte, Smith —me río y doy una vuelta de regreso hacia el puente.
No me dice nada. Tal parece que sabe obedecerme o quizás si se lo toma al pie de la letra. Sus ojos los siento recorrer el perfil de mi rostro y eso me hace estremecer.
—Te ví —dice de pronto, lo miro y continúa:—. En realidad nos vi. Miré como estabas detrás de aquel cristal. Sonreías a nosotros de pequeños. Tú llevabas el cabello rubio y ondulado. Te ví y corrí para decirte que estaba ahí. Pero Robin te alejó y ya no te pude decir nada.
—¿Qué hacías ahí?
Su silencio es prolongado hasta que me detengo para ver qué le ha ocurrido.
—Estaba con tu mamá.
El corazón se me detiene y por poco caigo de nuevo de rodillas. Me toco el estómago repentinamente revuelto.
—No puedes jugar con eso, Poem. Yo también estaba con tu madre cuando me viste a través del cristal. Robin y yo descubrimos qué ustedes, Priscila y tú, son nuestros hermanos.
—Eso no es cierto. Nuestras dos madres fueron amigas.
Ahora me toca a mí abrir los ojos más de la cuenta.
—Creo que debemos ponerlos al día sobre todo lo que nos pasó en estos meses.
¿Meses? Pero si sentí que solo fueron horas...
—Lo haremos pero tienen que estar presentes Priscila y mi hermano —ordeno con seriedad.
—De acuerdo.
—¿Nunca probaste el estofado a la Neptuno?
—Iww, no. Decían que eso sabía a rayos.
—Dirás a pulpos estelares.
—¿Existen pulpos en el espacio?
Poem y yo llegamos a la madriguera de bajo del puente. Un lugar improvisado que según Priscila, Poem había hecho para esconderse y así evitar que lo encontrara la justicia.
Cuando me lo contó, pensé que estaba hablando de alguien más. Había afirmando que aquí era donde vivía ahora su hermano. Al que le urgía además un corte de cabello y una rasuradora para su barba.
Tapada con cuatro paredes grandes de madera, dos láminas de aluminio para el techo y un par de cobijas gruesas para cubrir y servir de entrada. La madriguera podría pasar desapercibida por la patrulla o por las personas que paseaban arriba sobre el puente.
Cuando llegamos descubrimos a Priscila y Robin adentro de la pequeña casa. Adentro solo hay un viejo colchón que sobresale de la madriguera. Afuera se está cocinando algo en leña de dudosa procedencia pero que huele un tanto agradable.
—Toc, toc —anuncia Poem y sin pensarlo abre de un solo movimiento la cobija.
—Te agradecería que avisaras de tu llegada antes de interrumpir —Priscila vuelve a cerrar.
Los pies de mi hermano salen por entre la cobija y escucho su risa contenida.
—¿Qué se supone que estoy interrumpiendo? —Poem vuelve abrir.
—Ashh Poem, contigo no se puede —se arrastra a gatas, sale de la madriguera y luego se levanta para enfrentar a su hermano.
Hay un duelo de miradas hasta que Robin se incorpora de un salto.
—Supongo que estabas a punto de interrumpir nuestro primer beso.
Me llevo la mano a la boca. Poem gira su rostro como la niña poseída de alguna película de terror.
—¿No me digas? —el sarcasmo está a todo lo que da.
—Creo que estamos a mano ¿No? Ya sabes, no deseas otra cosa que besar a mi hermana y vaya a saber desde cuándo.
—Oye... —comienzo a defenderme.
—¡Ya está la comida! —grita Priscila, y se lo agradezco con la mirada. Ella me guiña un ojo.
Lo que había conseguido mi hermano para la comida era un delicioso conejo, que él mismo cazo y descuartizó.
—Es mentira —dijo cuando Priscila dejó caer la cuchara de su mano apunto de probar el bocado—. Fuí a una tienda aquí cercas y utilicé un poco de mi poder para obtener la carne. Que por cierto, me dijo el carnicero que era de pollo.
—Eres muy simpático —Poem se sirve una gran ración e intenta acomodarse lo más cerca que puede de mí. En este caso, al frente sobre una piedra.
—Te ha quedado de maravilla, Priscila. Gracias. Tenía varios días sin comer.
—Yo diría que desde que llegaste a la estrella —mi hermano me observa con detenimiento y luego a Poem.
Me intentaba preguntar sobre lo que había pasado en nuestro pequeño recorrido a la colina. Le sonreí y eso lo calmó.
—Hablando de la estrella —bebo y mastico una zanahoria que nada en mi caldo de pollo—. Tenemos que contarles lo que vimos en la caja de Pandora, Robin.
—Y nosotros sobre su verdadera mamá, Romina —recoge Priscila mi plato junto con el de Poem— ¿Verdad Poem?
—Así es.
Por unos cuántos minutos, estuvimos frente al fuego contando todo lo que nos había ocurrido desde la batalla del bosque.
La escena parecía la de un par de viejos amigos que disfrutaban de una velada bajo las estrellas y frente a la fogata. Solo que nos estábamos poniendo al día para desenredar de una vez por todas los misterios que nos rodeaban. Aunque al final quedamos más confundidos.
Al terminar, Priscila se fue al colchón a dormir. Seguida por Robin a quien le tuvo que pedir permiso a un Poem que se negaba pero que tenía que rendirse. Nosotros tuvimos que quitar las cobijas de la entrada y ponerlas en el suelo.
Poem se puso en la entrada, para vigilar de que Robin no se aprovechara de Priscila o viceversa. Yo me coloqué al otro lado. Así que lo único que nos separaba el uno del otro, era la fogata. Y aunque su fuego ya se estaba consumiendo del todo, sus brasas era lo suficientemente calientes para abrigarme de la fría noche.
—Buenas noches, Romina —susurra con sus grandes ojos puestos en mí.
—Buenas noches, Poem.
Te extrañé. Pienso.
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