•22• Hijos del caos

Meses atrás, volver a aquellos lugares me hubieran sido imposible. Ahora, también. Seguía siendo un asesino suelto y las personas me reconocerían al instante.

—Por eso es importante que vayas tú sola Priscila. No me pueden ver las personas de los alrededores.

No estaba aún preparado para volver al lugar donde le había prometido regresar a Romina. Ni siquiera lo estaba para volver a verla, si es que dábamos con ella.

—¿Seguro?

Estamos en el mismo callejón donde la chica luna y yo, discutíamos sobre nuestra relación de Richard y Middleton. Si cierro los ojos, puedo imaginar que ella está aquí. Recuerdo como ese día me di cuenta de lo alta que era.

—Puedes solo entrar un poco encorvado y nadie lo notaría.

Niego y recorro con la mirada las ventanas de nuestros vecinos, en el onceavo piso.

—La policía vino hasta aquí, interrogaron a todos los vecinos y repartieron fotos mías. La televisora local cubrió la noticia y salí hasta en los portales de internet, no puedo ni siquiera salir del país.

—Lo siento, Poem —me da una palmada ligera y cuadra los hombros con la mirada decidida en el piso once—. Voy a ver qué encuentro en su habitación.

Cuando Priscila se marcha a buscar pistas, no puedo dejar de sentir curiosidad por volver a ver aunque sea algo de ella, de Romina.

Desde que su madre me dijo que estaba viva en la tierra. En el fondo de mi mente se comenzaron a formar los recuerdos de ella. Desde la primera vez que la ví parada en aquel balcón, hasta... el nudo en mi garganta se expande y me llevo las manos a los ojos.

Sí pudiera regresar el tiempo, si pudiera regresarlo y controlar el poder que me consumió en el bosque. Me pregunto si todo eso hubiera sido distinto.

Los ojos me arden cuando volteo a la luz del sol. Me hago la promesa de que sí la vuelvo a encontrar, tengo que pedirle perdón. De alguna forma ella tendrá que darme la absolución.

¿Me perdonaría? ¿Y sí para ella no existe el perdón? ¿Y sí la he perdido para siempre? Mi cabeza va explotar con la incertidumbre.

—¡Listo! —el grito de mi hermana hace que los bellos se me pongan en punta.

—¿Era necesario que me asustaras?

—Lo siento —ella ríe y se tapa la boca cuando ve mi semblante enojado.

Me levanto del suelo y salgo de mi escondite a un lado del contenedor de basura.

—¿Has estado llorando? —pregunta con curiosidad al ver que me limpio la cara con el brazo—. Tú nunca llorabas Poem.

—Sí, bueno ¿Qué encontraste allá arriba?  —la tomo del brazo y nos guío más adentro del callejón. A la vez también que nos alejamos del edificio.

—Pues ¡Buenas noticias! —da un saltito y se pone frente a mí—. Ella tenía en el refrigerador un par de folletos de comida pero... —se saca un papel doblado de su pantalón y en automático le cambia el rostro cuando me lo extiende para que lo lea.

"Cuando no tengas a dónde ir, siempre estarán las puertas de mi casa abiertas para ti.
Matt."

—Debí de suponerlo, era lógico.

Observo a mi hermana morderse el labio y bajar la mirada hasta el papel que aún tengo en la mano. Olvidar que el alcalde se la llevó y la engañó para que dijera lo que sabía de la compañía era algo que ella aún no me contaba. No me iba a permitir olvidar eso.

Ahora estaba la decisión en el aire, ir o no ir a buscar a Romina hasta la mansión de Matt, era un cuchillo de doble filo.

—Podemos no ir y lo sabes ¿Verdad?

—¡No! —responde al instante y me arrebata el papel— Tenemos que encontrar a Romina. Es algo que su madre quiere y que tú también quieres —comienzo a negar—. No me digas que no, Poemian.

Me le quedo viendo e intento que las palabras salgan de mí. Negarle que quiero ir hasta esa casa y volver a enfrentar Matt, volver a ver a Romina. Evitarme toda la escena de arrepentimiento y su respectivo rechazo y odio hacia mí.

Pero la parte sensata hace presencia en mi mente. Camino alejándome de Priscila. El camino es corto hasta llegar a la parada de autobús. Ella aún me observa con detenimiento cuando llega a mí lado y nos detenemos a esperar el transporte público.

—Debería de trabajar en algo productivo y comprar un automóvil.

—Y luego dices que soy la que responde con otras cosas en momentos importantes —levanta la mano y chasquea los dedos cuando se aproxima el próximo autobús.

—Bien genio, dime cómo pagaremos el pasaje —digo al poner un pie detrás de ella en los escalones del autobús.

—No lo sé, tu eres el que comenzó a caminar hasta acá. Pero ya que estamos aquí, digamos que robé un poco de la alcancía de Romina —me regala una sonrisa y sacude el bolsillo de su pantalón, donde las monedas tintinean.

Decir que algo maravilloso pasa en el trayecto del hotel a la mansión de Matt, es quedarme corto. Nunca me imaginé que en algo tan simple, como transportarse de un lugar a otro fuera a convertirse en el principio del apocalipsis. Porque literalmente eso es lo que está pasando frente a mis ojos.

Un embotellamiento, normal. Una manifestación, normal. Un puñado de personas saliendo de sus autos para ver lo que sucedía... algo normal. Que el chófer se baje y vuelva diciendo que algunas personas parecen estar poseídas por el mismo demonio... eso no es nada normal.

—Ahí afuera parece que la gente está bajo los influjos del alcohol o vayan a saber que sustancia se han mentido esos locos —el chófer bufa y comienza a dar reversa al autobús.

—¡Espere! ¿No va a llevarnos por ahí? —Priscila alza la voz y el chófer la mira por el espejo retrovisor.

—Chica, no hay pasada. Tengo que volver.

—Pues entonces nos bajamos —me estira del brazo y me hace bajar por la puerta delantera.

El sol pega de plomo y con una mano en la frente veo a un montón de gente reunida casi al final de la avenida. Mi espalda comienza a doler y creo que es una advertencia.

—Priscila, no creo que sea buena idea ir por ahí.

—¿Por qué?

Su pregunta queda en el olvido cuando una mujer viene corriendo a toda prisa por entre los autos varados. Al acercarse, su rostro es la viva imagen del miedo. Priscila la detiene cuando pasa a nuestro lado.

—Señora ¿Se encuentra bien? ¿Que sucede? —la mujer está demasiado agitada como para responder rápido—. Cálmense, dígame lo que pasa.

—Estábamos... afuera de la... presidencia municipal... y yo estaba apoyando a... Middleton —toma aire—. Pero llegó Silver y no sé... de pronto la gente se comportaba extraña.

—¿Silver?

—Sí, Charles Silver —sus ojos se abren más al pronunciar el nombre del hijo de Richard.

—¿Cómo que se comportan extraños? —la toco del brazo, ella parpadea y comienzan a salirse sus lágrimas.

—Mi hijo empezó a atacarme sin razón aparente y luego más personas se comenzaron a golpear unas con otras. Ahora voy a mí auto para llamar a mi esposo. Mi hijo quedó inconsciente en el pavimento.

—Sí quiere podemos ayudarle —me ofrezco.

Priscila se queda callada y la señora con un "No, disculpen" vuelve a correr lejos de nosostros.

—Lo está haciendo —mi hermana clava su mirada a la multitud lejana.

—¿Quién? ¿Qué cosa está haciendo?

—Es obvio que me refiero a Charlie y lo del dominio.

—Debería de ir —no vacilo en lo que digo—. Tú deberías de quedarte aquí. Sí Charlie está haciendo lo del dominio con mucha cantidad de gente.

—No, iré contigo.

—Nada de eso. Te puede ver y lastimarte.

—¿Y qué me dices de ti? Tienes que tener a alguien para que te cubra la espalda.

—No tengo esto —levanto mis manos que comienzan arrojar flamas azules—, para que me consideres una especie de Batman y tú seas Robin.

Ella abre sus ojos con sorpresa, como si recordara algo pero pasa tan deprisa que la idea se le escapa.

—Tienes razón, pero ¿Y sí Romina está ahí junto con Matt?

Dudo por un instante pero tiene algo de razón. La evaluó con la mirada y exhaló en rendición.

—Bien, pero tienes que prometerme que si la ves. La tienes que alejar de ahí lo más lejos posible de Charlie y de mí. Las dos pueden ir a esconderse de bajo del puente que está a un lado y esperarme.

Ella asiente, exhala e inhala y después me observa cómo me envuelve el poder en mis manos por completo. Eso es aún nuevo para ella pero a diferencia de los demás, no teme de mi poder.

¿Debería? 

El camino desde donde nos dejó el autobús, hasta el comienzo de las personas dominadas es tranquilo. Los autos que vamos pasando están vacíos y algunos o casi la mayoría con los motores encendidos. En uno puedo jurar que se escuchaba el ladrido de un perro pero no me detengo a comprobar ya que nos topamos con la primera persona en trance.

En cuanto me ve, sonríe con todos los dientes manchados de sangre.

—Bienvenido, Poem y ¿Priscila? —su voz está acompañada de burla y asombro.

Mi hermana retrocede un paso y tiene los ojos saliéndose de sus cuencas por el recibimiento que nos da Charlie a través de aquel hombre.

La estiro y empujo al frente de mí, moviéndonos e ignorando al hombre que está bajo el control de Charlie.

—Sabe que estamos aquí —comienza a llorar, voltea hacia atrás.

—No mires, solo continúa.

El siguiente grupo de personas que nos encontramos no hablan, simplemente se nos echan encima. Empujo a Priscila a un lado. Los hombres y mujeres me comienzan a golpear. No puedo alzar mis manos contra ellos, solo esquivarlos lo más rápido que pueda e intentar no quemarlos con mis flamas.

Pero es cuando, en cámara lenta veo a un sujeto sacar un arma y apuntar en mi dirección cuando mi barrera de protección se alza. Algunas personas, las que estaban más cercas; salen proyectadas hacia atrás y caen en el asfalto, lejos de mí. Doy largos pasos e intento quitarle el arma al tipo pero el dispara. Escucho el grito de mi hermana. La bala me roza el hombro y doy una patada al muy estilo Chan, logrando quitársela de la mano al sujeto.

Priscila corre a mi lado y las personas (aún bajo el dominio) nos sonríen al mismo tiempo y extienden una mano para dejarnos pasar.

—Solo se está divirtiendo con nosotros el muy cabrón.

—No quiero llegar ahí y verlo a los ojos Poem.

—Descuida, tu colócate detrás de mi espalda y cierra los ojos.

Llegamos al lugar donde más personas se concentran y vuelven abrirnos el paso. Más allá de los jardínes extensos y las escaleras de concreto de la escuela. Están un grupo de reporteros aún con sus cámaras olvidadas en el suelo. Algunas ya están hechas trizas y los micrófonos han sido reducidos masas irregulares de colores.

Detrás del atril y con brazos extendidos, Charlie se encuentra en su elemento. Desde aquí puedo sentir el peso de su poder sobre mis ojos. Los que se supone que eran hasta hace poco reporteros se giran para verme. Todos ellos están bajo su control, ahora son esclavos de sus órdenes en sus mentes.

—Al fin vuelves a mí, amigo mío —su sonrisa es como una horrible cicatriz en su rostro—. Oh, pero veo que haz traído a mi amada Priscilanne.

—Lávate el hocico cuando digas su nombre, mal nacido.

Suelta una carcajada y baja sus brazos.

—Deberías dejar que tú hermana venga acá y hablemos como personas civilizadas sobre nuestros asuntos pendientes.

—Tu no tienes nada de qué hablar con ella. Tú único asunto pendiente soy yo.

Vuelve a soltar otra carcajada y al segundo me mira con total seriedad.

—¿Pendiente? Pero si la última vez corriste como una rata de drenaje.

Mis manos se tornan en puños de fuego.

—Basta de charla. Es hora que recibas tu merecido.

—Será un placer para mí —luego susurra:— lo estaba esperando.

Los dos corremos al mismo tiempo y cuando chocamos, el zumbido que se escucha es digno para dejar sordos a los presentes.

Lo tomo del cuello y lo ahorco con todas mis fuerzas pero sonríe con descaro. Sus palmas electrizantes van a mis cien y me paralizan el rostro hasta la barbilla por unos instantes.

Me alejo pero es inútil. Me estira de la camisa y comienza a golpear mi rostro, una y otra vez. Mi poder no se puede comparar contra el suyo. Así que reuniendo todo lo que puedo de fuego por mi cuerpo, lo voy concentrado en las manos que me caen a los costados flácidas. Con rapidez y fuerza lo jalo del cabello blanco e introduzco mis pulgares ardientes en uno de sus ojos rojos.

Su grito es más de sorpresa. Pero cuando pienso que estoy a punto de ganarle, las personas se mueven como si fueran robots y entre todas me separan de su amo.

Charlie parpadea un par de veces, recuperándose al instante. Yo forcejeo con las veintena de manos que me sujetan.

—No me puedes ganar, Poem.

—Pero yo sí.

La voz de un hombre aparece como un ángel justiciero.

Antes de Poem solo existió otro hombre en mi vida. El mismo que ahora estaba dando un discurso contra Charlie Silver. Un hombre que un día me quería y al siguiente me mentía y utilizaba. No podía negar que siempre era la constante en mi vida. Tenía un derecho de antigüedad sobre mi corazón y era algo que no me agradaba en lo absoluto.

Considerar que alguna vez me enamoré de Matthew Middleton, era como comparar un charco de agua estancada contra el inmenso mar salvaje. Y yo aún no sentía un amor tan profundo como el mar, si acaso Poem había entrado a mi vida como una ligera llovizna y se había alejado de la peor manera posible de mí.

¿Intentaba engañarme a mi misma? Probablemente.

—Por supuesto que no —le doy un manotazo a Robin—, comienzas a alucinar.

La temperatura de mi cuerpo ha subido varios grados y agito mi mano contra mi rostro para secarme el sudor de la frente.

—En lugar de espiar mis pensamientos tan descaradamente deberíamos de ver que sucede con el mensaje de Matt.

—Te encantan sus ojos de ave —me mira con detenimiento y yo no sé qué hacer con las manos. Así que tomo de nuevo el control remoto y enciendo el televisor.

“—El voto debe de ser libre y secreto. No entiendo de dónde sacan esos números tan anticipados. Sí, entiendo que hay encuestas pero son fuertes declaraciones asegurar que es el legítimo ganador."

La pantalla se llena con el rostro de Matthew. Robin aún me observa, debe de pensar que le miento con mis sentimientos hacia Poem. Quizás sí lo hago, pero nunca lo voy admitir. No por el momento.

"Eso fue hace unos instantes antes de que nuestra transmisión se viera afectada por lo que parece ser una pequeña falla en las antenas portátiles.

Esperen... parece que ya se está restableciendo.”

La imagen deja de estar con las barras de colores para pasar a enfocar el atril donde Matt daba el discurso. Frente a las cámaras la sonrisa de Charlie parece. Tiene el cabello blanco en punta y las manos extendidas hacia la cámara.

—No lo veas —Robin me cubre los ojos y me voltea de espaldas a la televisión.

—¿Qué está sucediendo Robin? —le pregunto preocupada mirando a sus ojos celestes.

Que van de un lado al otro, buscando. Cuando encuentra la respuesta, abre mucho sus ojos y me mira con urgencia.

—Está intentando controlar a todos. Los que están ahí ya lo están —vuelve a ver la pantalla— ¿Es la primera vez que lo intenta?

—Creo que sí —me llevo la mano a la nuca—. Nunca lo había visto mostrando sus poderes abiertamente ¡Yo jamás hubiera hecho eso! Ahora todas las personas saben de nuestra existencia.

Robin asiente, cierra los ojos por un momento. Parece estar teniendo una lucha interna. Chasquea una maldición y me sujeta con fuerza de los hombros.

—Debemos detenerlo, ahora mismo. No podemos permitir que utilice a las personas a su antojo.

Las sirenas de las patrullas que están estacionadas afuera de la mansión, nos hacen despegarnos de la transmisión para mirar por el gran ventanal.

En el jardín, los soldados comienzan a marchar hacia los vehículos y uno de sus sargentos grita: —¡De prisa! ¡Es un atentado! ¡Es una emergencia, todos a la escuela!

Robin y yo salimos disparados al escuchar aquello, abrimos puertas corredizas. Cuando llegamos a la puerta principal, Robin me toma de la mano y me guía hasta una camioneta todo terreno. Busca las llaves por todos lados, vuelve a maldecir cuando no las encuentra.

—¿Buscabas ésto? —un policía está parado a un lado de mi puerta, de sus manos cuelgan el par de llaves.

—Sí, gracias —se las arrebato y las lanzo a mi hermano. El policía se ve confundido y en una fracción de segundo saca su arma corta, apuntando a mi nariz.

Robin enciende rápido la camioneta pero confunde el acelerador con el freno y no avanza.

—¿Cómo funciona está cosa?

—Creo que necesito un poco de ayuda, Rob —el policía me ve directamente, intento alzar mi poder y domarlo pero he estado muy nerviosa desde hace horas y no logro conseguir concentrarme.

—¡Bah! —exclama, con un giro de muñeca y al segundo que el hombre posa sus ojos en mi hermano, es suficiente para caer en el dominio.

Al instante cae, literalmente se fue de bruces para atrás.

—Quítate, yo manejo —me muevo de mi asiento al del conductor y Robin sale para treparse al de copiloto.

Conduzco a toda velocidad ignorando la valla de seguridad y me desvío de la avenida principal para tomar un atajo. La calle es angosta e inclinada pero nos dará la ventaja de llegar por la parte de atrás y caerle de sorpresa a Charlie.

—¿Viste a Matt salir en la transmisión? —pregunto dando una vuelta y saltando un semáforo en rojo.

—No, solo la cámara enfocaba a Charlie.

—Es probable que lo haya matado ya —la furia me hace apretar con fuerza el volante y acelerar un poco más.

Voy a más de ciento ochenta kilómetros por hora y con el corazón apunto de salirse de mi pecho. El poder hace zigzag por mi piel, de un momento a otro mi cabello se eleva por el techo de la camioneta.

Freno en seco y derrapo bruscamente, tanto que la camioneta se tambalea. Nos bajamos ilesos.

Detrás de la escuela pública, hay un campo de béisbol infantil. Guío a Robin por un camino lateral. Saltamos una malla de alambre y recorremos un pasillo que conecta con el último edificio de la escuela. Mientras nos vamos acercando se pueden escuchar a personas hablar al unisono. Es la voz de Charlie proyectada en una veintena de personas que ahora mismo domina con su poder. Me asomo por una ventana y ésta a su vez me da la panorámica de otra ventana, otra ventana y otra ventana hasta llegar a ver el patio principal del edificio.

Alcanzo a ver a los reporteros y a un puñado de gente que se ha congregado para ver algo interesante. Me fijo en sus ojos, todos tienen la mirada ida. Busco en el suelo algún lesionado. Hay un chico tirado a unos metros y un par de mujeres también. Robin se hace a un lado y estira el cuello para ver mejor. Me llama con su mano para que me acerque.

Lo primero que veo, es el cabello blanco de Charlie y sus brazos extendidos a los lados. Lleva su poder expuesto y libre. Lo segundo que veo, es a una mujer de cabello castaño que se cubre el rostro, está de rodillas en el suelo. Parece que a ella no la domina Charlie. Veo que alguien la está cubriendo. Las botas dan un paso al frente y luego todo colisiona.

Lo veo.

Corre contra Charlie, que se a movido detrás del atril y ahora corre con la misma velocidad hacia él. Fuego y electricidad se enganchan, rugiendo, formando un eco que llega hasta mis entrañas.

No puedo esperar calmada y ver cómo se deshacen entre ellos. Me alejo de la ventana, corro con Robin detrás de mí. Serpenteo pasillos, cruzo el patio interior y cuando estoy a punto de salir para separar el fuego de la electricidad. Robin me detiene.

—¡Suéltame! Debo de ir a salvarlo —lloriqueo furiosa.

—No puedes. Eso es lo que el quiere —mira a un punto fijo de mi oreja—. Sabe que estás aquí.

—¡Pero él lo va a matar! —incremento mi propia electricidad para safar su agarre de mí.

—Déjame ir —comienzo a sacudir la cabeza en total desacuerdo—. A ti te podría dominar... Romina, podrías lastimarlo.

Eso me hace mirarlo con frustración y me rindo. Tiene toda la razón, yo podría no resistir al poder dominante de Charlie. En el pasado pudo dominarme fácilmente, ahora no creo que tenga ningún inconveniente en volverlo hacer. Asiento y me va soltando poco a poco. Me da un beso en la frente con mis brazos rendidos. Lo veo alejarse con sigilo por el corto pasillo, las sombras lo cubren lo suficiente para que nadie lo vea. Me recargo contra la pared y agudizo el oído.

Se escuchan a las personas forcejear contra algo salvaje. El corazón me va a mil por hora. Son tan solo unos metros. Él está después de aquellas sombras. Mi olfato se agudiza, casi puedo jurar que huelo su aroma de nuevo.

—No me puedes ganar, Poem.

Su nombre es suficiente para moverme de mi lugar y observar como mi hermano sale de entre las sombras para enfrentarse a Charlie.

—Pero yo sí.

Está demasiado tranquilo. Camina con pasos firmes hasta estar a escasos cinco metros de Charlie. Quién ha dejado de mirar a Poem para girar su cuerpo y ver quien lo reta de aquella manera sorpresiva.

—¿Y tú quien carajos eres? —examina con detenimiento a mi hermano de la cabeza a los pies.

—Alguien superior a ti, me imagino.

Eso hace que solo el humillado, lo mire con desprecio. Levanta su puño envuelto en electricidad y sin decir una palabra se le va encima a Robin. Quién lo intercepta con una palma en su cuello y lo sacude, arrojándolo a un lado. Charlie cae al suelo, pero se incorpora con un salto casi invisible.

Vuelve arremeter contra él. Robin comienza hacer una especie de danza entorno a Charlie. Uno es torbellino de furia y el otro es brisa tranquila. Es increíble ver cómo mi hermano ha aprendido ciertas tácticas de combate desconocidas para mí. No muestra todo el odio como lo proyectan sus ojos. No saca todo su poder, porque presiento que tiene mas de lo que le propina a Charlie.

Patadas, golpes y choques de electricidad se reparten entre los dos. Los ojos de uno quieren dominar al otro y es cuando me percato de que Robin no está luchando con los ojos abiertos.

—¡Abre los ojos, cobarde!

Mi hermano sonríe, atrapa la mano de Charlie en el aire, justo cuando iba a propinarle un golpe en la mejilla. Se escucha el chasquido que hacen los huesos al romperse y ciertos hilos de sangre de la gente bajo su dominio se esparcen por el suelo. El afectado ve con el rostro desencantado y luego utiliza toda su energía en su otra mano para encajar un dedo en el ojo de Robin.

—¡No! —grito pero Robin me hace una señal de alto con su mano.

Charlie retirar su dedo y con una asquerosidad, lame la sangre púrpura que mancha su mano. La otra está contra su pecho, fracturada. Truena los dedos. No sucede nada.

Las patrullas se escuchan a lo lejos, para después irse acercando al lugar. De ellas bajan los policías, soldados y demás cuerpos de seguridad. Se detienen, esperan una orden de su más reciente amo. Todos ellos ya están dominados.

Mis ojos van por primera vez al grupo de personas que retienen a Poem. Si pudiera llegar hasta él y tomarlo de los brazos...

—Pss —alguien me llama. Siento que arrojan algo contra mi cabeza.

«¿¡Priscila!?» chillo internamente.

Ella se lleva un dedo a los labios, me pide que me acerque a ella y lo hago sin pensar.

—¡Pensaba qué...! —susurro entusiasmada, sorprendida y a punto de llorar por lo que ven mis ojos.

«¡Ella está aquí!»

—Shh, después me gritas tus emociones. Ahora debemos de irnos.

—Pero Poem y mi hermano... —comienzo a decir y los miro por un micro segundo.

La escena no ha cambiado. Poem sigue aprisionado con las personas, Robin está de pie mirando a Charlie y este último sonríe como si hubiera ganado algo al fin.

—¿Hermano? —Priscila ve hasta donde está Robin pero sacude la cabeza e insiste:— No podemos quedarnos aquí, le hice una promesa a Poem. Debo de sacarte de aquí y eso es lo que haré.

Me muerdo un labio, indecisa. Ella extiende una mano para que la tome. Sabe que no puedo hacerlo, sin lastimarla. Por una vez en mi vida, hago algo en conta de mis instintos.

Doy una última mirada hacia atrás, a la batalla que no ha terminado aún.

Sus ojos ya están ahí, mirándome, esperándome. Hay tantos sentimientos reflejados en ese par de ojos de ave que mi interior se retuerce de su letargo de agonía.

Retiro la mirada y sigo a Priscila Smith con algo que no creí volver a tener, ni siquiera sabía que se lo había llevado con él.

Poem y yo tenemos algo pendiente que hablar.

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