•19• Los renglones torcidos
La bala atraviesa mi hombro izquierdo pero no siento dolor y la sangre no brota. Me quedo paralizado por la mirada apremiante de Charlie.
-Vaya pedazo de imbécil ¿Sabes que eso me pudo matar? -sonrío con mi poder aún expuesto y me extraigo con dificultad la pequeña bala del hombro.
-Pudo matarte pero no lo hace. Ahora puedo comprobar que eres resistente a eso también.
Le arrojo la bala y él la atrapa en el aire. Le da vueltas entre su mano y sonríe de nuevo, como si todo ésto fuera su juego favorito. Levanta el arma con su otra mano y me apunta sin siquiera verme.
-Tienes tres segundos para correr y esconderte amigo mío.
-¿Y si no lo hago qué? ¿Me vas a matar? Ya está comprobado que una bala no me puede matar.
Retira su mirada de la bala y sus ojos recorren desde la pistola hasta mí. Sus ojos acuosos son un río quieto cuando, con total seguridad, me confirma mi sospecha: -¿Quién dijo que te voy a matar con esto?
La pistola cae al suelo de tierra levantando polvo. De su mano sale una chispa y su cabello se alza. El simple hecho de ver soltar al fin su poder me hace dar dos pasos atrás. No por temerle a él, sino por el recuerdo de otra persona igual a él.
-Te voy a obligar a doblegar ante mí.
-¿Acaso eres una especie de animal que necesita reforzar su jerarquía? ¿Cómo los lobos o los leones?
Me inclino hacia adelante en una pose de combate, con mis manos extendidas y expuestas para defenderme de su inminente ataque.
-Ja, ja, ja, ja. Algo parecido, solo que en esta ocasión no voy a pelear contra ti.
-Entonces ¿Por qué expones tus poderes frente a mí?
-¿Ésto? -gira sus dos muñecas y los chasquidos eléctricos se escuchan-. Es solo una pequeña distracción.
Cuando lo dice es cuando detrás de mí se produce un zumbido. Me giro lo más rápido que puedo pero llego tarde para defenderme. Tengo un arma larga y extraña apuntando a un costado de mi estómago. No hay de nuevo dolor cuando el pequeño dardo sale y se clava en mi estómago. El líquido helado que contenía ese dardo me adormece al instante los músculos. Bufo de frustración y mi cabeza está a punto de irse a dormir pero me niego. La sacudo y desde las profundidades de mi cuerpo, mi desquiciado poder salta de arriba a bajo como simio enjaulado.
-Señor, se está resistiendo.
-Pronto se rendirá, Priscila.
Mis ojos son un rayo cuando escucho ese nombre.
«No puede ser... No, no, no. Sí, lo sabía, es ella. ¡Está viva! ¡Priscila! ¡Hermanita!»
Mi mente está por colapsar por la anestesia pero mis ojos viajan como locos a mi alrededor para saber dónde está mi pequeña hermana.
El hombre que me apunta aún con el arma en el estómago se va disolviendo y en su lugar el rostro y cuerpo de mi hermana aparece frente a mí.
«No te desmayes, no ahora. Ella no puede ser lo último que veas. No puedes rendirte para luego despertar y que sea un terrible sueño su regreso.»
Su ojos marrones me dicen tantas cosas en silencio pero su voz se cuela en mi mente de pronto: -Shh, guarda silencio y presta atención Poem. Te vas a rendir ahora con la anestesia y cuando despiertes tocarás la pared derecha de la habitación donde estés. Cuatro golpes y acudiré a ti ¿Entendido?
«Pero, pero Pri...»
No logro terminar de protestar cuando la anestesia llega a mi cabeza y con ello a mi cerebro. Adormeciendo o en el peor de los casos matando mi poder.
Segundos después despierto atado de pies y manos. Me falta el aire por culpa de la mordaza que me han puesto mis captores. La luz fluorescente es intensa en la habitación blanca y pulcra. Es pequeña, con nada más que la cama donde me encuentro y una mesa alta con un jarrón de flores frescas en la pared derecha.
Un sonido procedente de mi interior me informa que han tomado el pulso de mis latidos y ahora los están registrando. Mis brazos están pesados, intento flexionar los dedos rígidos pero es un esfuerzo abrumador. Noto que me han curado el balazo que me dio Charlie.
Tengo demasiada sed y calor. Puedo sentir el roce de la sábana blanca sobre mi piel desnuda debajo de la tela.
-Aguuua -digo con la voz acartonada.
Nadie me escucha y es que detrás de las paredes, afuera, no hay ningún sonido. Abro la boca una y otra vez, la anestesia va desapareciendo de mis articulaciones poco a poco.
Mientras intento mover los músculos de mi cuerpo para que reaccionen, recuerdo la voz de mi hermana.
Cuando despiertes tocarás la pared derecha de la habitación donde estés. Cuatro golpes y acudiré a ti.
Observo la pared a mi derecha. La mesa con el jarrón de flores es lo único que hay en esa pared. Tengo que comprobar si lo que me dijo Priscila es verdad. Suponiendo que era ella la que realmente me lo dijo.
Mis dedos aprietan con fuerza la orilla de la cama y eso me hace concentrarme en lo que voy hacer. La anestesia ya es solo un vago síntoma olvidado en mi cuerpo. Ahora tengo que pensar el cómo quitarme las ataduras de mis muñecas, pies y boca.
Cierro mis ojos con fuerza e intento traer el fuego a mis manos. Pienso en lo ardiente que puede ser, en lo destructivo y corrosivo que desprenden las palmas de mis manos. Y es entonces que siento el ardor y las esposas de cuero que sujetan mis muñecas comienzan a consumirse.
Abro los ojos cuando mis manos quedan liberadas. Me siento y flexiono con felicidad mis dedos frente a mí. El fuego chispea como cerrillos encendidos en las puntas de mis largos dedos. El fuego sale desde mis venas a la muñeca, recorriendo mis manos con suavidad, quema y me sigue lastimando pero es mejor sentir a no sentir nada.
-Es la última vez que pruebo la anestesia.
Mi voz sigue estando lastimada, como si hubiera gritado a todo pulmón en algún concierto de rock.
Procedo a quitarme las ataduras de los tobillos y por último la mordaza. Me toco la quijada cuando se libera. Me quito de un jalón todos los cables que me monitorean el pecho y la respiración. En automático los inevitables pitidos de alerta se escuchan. Así que sé que no tengo mucho tiempo antes de que vengan por mí y descubran que me he despertado y liberado de su cautiverio.
Me levanto con las piernas temblorosas. Descubro que no estoy desnudo como lo había presentido. Llevo para mí alivio, una bata de paciente que me cubre gran parte la piel. Recorro el espacio corto que me separa de la mesa y fijo mirada en la pared. El olor a rosas es intenso, así que levanto mi mano de fuego en puño y tocó una, dos, tres, cuatro veces la pared.
Nada.
Mis oídos captan los pasos apresurados de alguien que viene a revisar si me encuentro todavía dormido. No puedo quedarme para ver lo que pasaría así que con un vistazo por último a la pared me dispongo a irme de ahí.
Pero alguien toma mi mano de pronto. No me da tiempo de hacer ningún sonido de sorpresa o de mirar siquiera su rostro. La pared me jala y yo la atravieso como un fantasma. Miró hacia atrás y veo como Charlie entra a la habitación.
━━━━━━━ En algún lugar ━━━━━━━
-Llegan a tiempo, pensé que ya no llegarías, querida.
-Tuve un pequeño inconveniente al transportarme. Pero estamos a tiempo justo.
Las voces me son familiares. Pero no veo nada. Todo está obscuro, carente de color. El estremecimiento ante lo desconocido, hace a mi poder incrementar sus flamas. Pero ni eso es visible.
-¡Hey! No veo nada ¿Qué han hecho con mis ojos? -toco mis párpados pero caigo en la cuenta que tengo los ojos abiertos,- No veo, no veo. Estoy ciego ¿He muerto, verdad? Estoy muerto.
Siento que me falta el aire y el corazón me late frenético. Quiero llorar y gritar al mismo tiempo. No puedo estar muerto. No quiero morir. Unas manos frescas y suaves tocan mis mejillas.
- Tranquilízate Poem, todo está bien. Es normal.
«¡Priscila!»
-¡Priscila! ¿¡Priscila eres realmente tú!?- hablo desesperado, enloqueciendo de felicidad.
Busco sus manos que están en mi rostro y recorro sus brazos delgados hasta encontrar su rostro. No la puedo ver pero sé que es ella.
-Sí -ríe sin preocupación, como si nunca hubiese muerto. -Soy yo, pero calma. Quieres tomar asiento, por favor.
-No, ahora lo que quiero es abrazarte.
La atraigo a mis brazos. Es sólida, no es la neblina que habitaba en mis sueños cuando soñaba con ella. No lo puedo evitar, me rompo. Lloro entre su cabello.
-Debemos de continuar, el tiempo es indispensable en estos momentos.
La voz de la mujer me estremece. Abro más mis ojos hacia la voz aquella pero sigo sin ver nada. Priscila había estado callada entre mis brazos, me aleja poco a poco de ella y suspira. Me toma de las manos y me sienta en una silla. Ella no despega su mano de la mía y de igual forma acerca una silla y se sienta a mi lado.
-Bien, ya estamos aquí. Así que puedes comenzar.
-¿Te gusta el té de limón, Poemian?
El corazón se detiene por lo que parecen dos segundos. Las costillas se me contraen y me flexiono al frente para vomitar. Priscila me golpea la espalda y me ofrece un pañuelo para limpiarme los labios. Escucho que sirve algo en vaso y me lo da a beber en pequeños sorbos.
-Disculpe, es que tenía tiempo que no me ofrecían ese tipo de té y mi nombre...
Me agarro las costillas, anticipando el dolor de la pequeña herida que me hizo el sujeto de la anestesia.
-Poemian Smith Fitzgerald ¿No te gusta tú nombre?
-Nadie me llama Poemian, solo, solo...
-Madre -dijo Priscila. En su voz hay un matiz de dulzura y protección.
-Sí, ella -guardo silencio y me pregunto cómo mi madre había escogido mi extraño nombre.
-¿Entonces, te sirvo... Poemian?
Me encojo de hombros. Escucho como la mujer se levanta de su asiento y camina en mi dirección. Se detiene y se inclina para depositar en mis manos la taza de té caliente. Al rozar sus manos con las mías me doy cuenta que no son normales. Tiene un tipo de prótesis robóticas en donde debería de ser carne y hueso. El tintineo del metal con la taza me confirma que ha tenido alguna especie de accidente con sus manos.
-Me puede decir -trago saliva- ¿Como se hizo eso? -señalo hacia la obscuridad, donde creo que está sentada.
-Eso lo dejamos para al final Poemian. Lo que ahora importa es decir el porqué estás aquí.
Doy un sorbo al té. Sabe cómo lo imaginaba, dulce y ácido al mismo tiempo. El aroma me hace recordar a mi antigua vida normal. La infancia donde todo era prácticamente normal. Donde estas situaciones serían sacadas solamente de la imaginación de un par de niños.
-Créame es algo que últimamente me pregunto, ya sabe -levanto una mano, sé que puede ver las flamas surgir de ella- Cómo pude adquirir está cosa horripilante.
-¿Cómo te hiciste eso? ¿Duele? -la voz de mi hermana es interesada y a la vez preocupada.
-Ni yo lo sé, fue justo después de salvarte de aquel fuego y duele mucho. Pero eso no es comparado con el dolor que sentí al perderte, Priscila.
-Lo sé, lo siento por no buscarte antes.
Su mano toma la mía y me abraza por un costado.
-¿Cómo dices? -me retiro un poco con su inesperada respuesta.
-Tu hermana no estuvo nunca muerta, tú no estás muerto. Lo que viste en aquel bosque fue una ilusión.
-Yo te ví, yo escuché tu corazón. Yo, yo ¡Demonios! ¡Yo maté! ¡Yo la maté! -me pongo de pie, gritando a la oscuridad.
-¿A quién mataste Poemian? -pregunta con curiosidad la mujer. Su autoridad innata es notoria en su voz.
-A Romina - aunque no veo me llevo las manos al rostro. No puedo negar que me siento de la mierda. No quiero que mi hermana me vea así. El animal endemoniado que llevo dentro de mí se tuerce con gusto.
Por vez primera y después de lo que fueron largos meses de evitar pronunciar su nombre. Aquí estaba yo invocandola.
Romina, Romina, Romina, Romina.
Era como volver a aquel día. Era como ver una y otra vez mis manos matando a la chica luna. Volví a sentir náuseas.
¿Qué había hecho?
-¿¡Cómo pudiste matarla?! ¿A caso te volviste loco, Poem? ¿Ella y tú...?
-Ella y yo nos enfrentamos. Yo porque quería vengarme, ella no sé porqué.
-¿Vengarte? ¿De qué?
-¡Ella te había asesinado! La ví con mis propios ojos. Te mató y yo no podía controlar la furia que había en mí. Yo simplemente puse mis manos... -hago puños las manos y escucho el fuego serpentear- en su rostro. No dejo de soñar con su rostro día tras día, noche tras noche. Desde que nos enfrentamos poder contra poder en el bosque, no he sido el mismo.
Los tres volvemos a quedar en silencio. Priscila me toma de las manos temblorosas y me hace sentarme de nuevo a su lado.
-Tienes que saber la realidad Poem ¿Verdad?- Se dirige a la mujer que se ha quedado en completo silencio -¿Verdad qué el merece saberlo?
-Ella tampoco era dueña de su poder, Poemian. -el eco de la voz de la mujer choca contra la taza de su té.
-¿De verdad? ¿Cómo lo sabe? A todo esto ¿Quién es usted?
-Ella no era dueña de su cuerpo y poder. Estaba bajo el control de alguien. Lo sé porque he estado persiguiendo a la contraparte. Soy una... ¿Cómo dices Priscila que nos llaman?
-¿Dominante?
-Bueno, en tu mundo me llaman Dominante, en mi mundo soy otra cosa.
-Lo que persigo es algo llamado por Richard como Dicta.
En su momento lo había escuchado hablar de ello en una junta de la Compañía pero hasta ahora no se me había ocurrido que tendría alguna relación con lo que estaba pasando.
Hace meses la había visto escrita en un libro viejo, ayudando a Romina a encontrar sus respuestas. En el laboratorio de Richard Silver, esa palabra se encontraba a la vista. Como si el propietario quisiera advertirme de lo que se avecinaba.
Después se lo había mostrado a Romina, pero ella no entendía y yo mucho menos. En ese mismo día, el sujeto con ojos de araña me había dicho que Dicta lo controlaba. Lo había matado después de eso.
Cuando había jurado haberla escuchado por primera vez hace meses, en aquel laboratorio, nunca creí estar más equivocado que en este momento.
Porque ahora una parte de mi sabía que la palabra la había escuchado por primera vez hace años, cuando todavía era un niño. Lo malo es que encajaba a la perfección con lo que Richard había escrito sobre mí.
Habían experimentado y me habían colocado aquella sustancia en mi cuerpo. Como si fuera un conejillo de indias. Un simio de laboratorio, una rata.
Esa cosa había habitado una gran parte de mi vida en mi cuerpo. Lo que no entendía es como en tanto tiempo no se había manifestado cómo en estos últimos meses. Ahora, la mujer que me hablaba se hacía llamar una Dominante, cómo Romina.
Todo esto lo iba procesando a un nivel rápido, mientras la mujer me lo contaba de forma resumida. Y es que era necesario que me encontrara aquí, a mitad de la oscuridad, en alguna dimensión alternativa para poder ver con claridad. Vaya ironía.
-¿Eres una Dominante? -pregunto con cautela a la mujer.
-Desde que tengo memoria, siempre he sido una Dominante, cómo ustedes nos llaman.
-Debes de entender Poem que ella tiene cientos de años y que con el paso del tiempo su poder va en disminución ¿Verdad? -interrumpe mi hermana. La mujer hace un sonido con la lengua en desacuerdo.
-Lo cierto es que tengo un billón de años -lo dice con total tranquilidad, parece que es un número pequeño para la mujer. Para mí es todo el árbol genealógico de la humanidad.- Pero el poder, como tú le dices Priscila. No disminuye, al contrario incrementa. Todo esto no se queda quieto, no tan fácilmente.
-Hace algunos meses, descubrí que habían experimentado conmigo -me detengo, ordenando los recuerdos. -Me habían colocado cuando era pequeño un extracto de... ¿Como podría llamarlo?
-¿Extracto? ¿Te dio a beber el elixir?
-Creo que al elixir le llamamos sangre -susurró Priscila.
-No lo sé. Solo sé que Richard Silver experimentó conmigo cuando era niño y hace meses lo seguía haciendo con otras personas.
-¿Richard Silver? Eso es imposible. Tendría que haber sacado la sangre de un Dominante. Aunque no es tan peligroso para un humano, la transferencia de sangre de un Dominante a un humano no provoca nada de lo que tú haces. No podemos transferir nuestros poderes tan fácilmente.
-El hombre que encontré en su laboratorio secreto tenía los ojos inyectados de negro, como si habitara una araña dentro de ellos.
El recuerdo me estremece la piel.
- Estaba adormecido de seguro o su cuerpo era demasiado viejo para soportar atacar como es debido.
-¿Como sabe del procedimiento?
-Hasta donde sé, yo soy la única Dominante que estuvo algún tiempo varada en la tierra, hace varias décadas que no he vuelto.
En aquel tiempo, no sabía ni el nombre del planeta en el que accidentalmente había aterrizado. Todo me era desconocido. La lengua, el aire, los colores. Todo era demasiado pequeño o demasiado oloroso. Yo medía trece metros de altura y como podrás imaginar los humanos pensaron que estaban ante una deidad. No estaban tan alejados de la realidad. Yo vengo de una galaxia muy lejana...
-Ja -me es inevitable no reír, ante la referencia-, como en la guerra de las galaxias.
-No he oído hablar de esa guerra...
-Disculpalo, no sabe lo que dice. Son cosas humanas, continúa.
Me encantaría verle la cara a mi hermana, porque sé que también se ríe del pésimo chiste al igual que yo.
-Nuestro hogar está dentro de una galaxia, entre nuestros poderes como ustedes los llaman están el controlar mentes cuya principal función es comunicarnos en aquel lugar ya que carecemos de un dialecto y boca para hablar. Algunos desarrollan la telepatía a tal grado que se puede comunicar de una estrella a otra. También hay poderes más manifestantes cómo la electricidad y el fuego expulsado de nuestros cuerpos. Este último es más común en los llamados Dictas... Larga historia de las guerras contra ellos.
Bueno, tenemos todo eso. Cuando me vieron los humanos, los pocos que habían a mi alrededor comenzaron a llamarme Diosa. Venían y me ofrecían sacrificios, ofrendas, oro y bebés. Creían que con mi toque los curaría o les daría algún poder extraordinario- hace una pausa de tres segundos, suspira-. Pero duró solo pocos días todo eso, ya que el ejército se desplegó a mi alrededor y me quisieron encadenar y llevar presa.
-¿Eso fue posible? -pregunto con incredulidad. No podía imaginarme eso, era demasiado inmenso y difícil para pasar desapercibido.
-No, pero estaba asustada, lastimada y los dejé hacerlo. Trajeron gruesas cadenas y me llevaron al desierto, lo más alejada de las personas.
-¿Como es posible que nada de esto se viera en la televisión? Hasta donde sé, siempre la información se cuela por donde sea. Ahí tienes la catástrofe de Chernóbil y la bomba de Hiroshima. Sin olvidar los chismes de la gente famosa.
Priscila aprieta mi mano en signo de que me callara.
-Tu mundo guarda muchos secretos, Poemian.
-Sigo sin entender cómo sabes mi nombre, -a mi lado mi hermana se sacudió, sentía como alzaba una mano- Ah, ya sé. Fuiste tú Priscila, tu le dijiste eso.
-No fuí yo, ella ya lo sabía.
-¿Cómo que lo sabía? ¿Acaso fue nuestra madre?
-Fue tu madre. En aquél tiempo ella estaba al mando del laboratorio de Richard Silver. Dió la causalidad de que el gobierno mandó a traer a cientos de científicos del mundo a escondidas. Los mejores de esa época me estuvieron investigando y analizando. Fue ahí que conocí a la doctora Rosmery Fitzgerald.
-Ella falleció hace tiempo -suelto con tristeza.
-Lo siento mucho Poemian. Ella era un ser extraordinario.
-¿Por qué aún no puedo ver? -me toco los ojos, intentando cambiar de tema- Me gustaría ver el rostro de la mujer que conoció a mi madre en vida.
-No puedes ver porque estamos en una dimensión alternativa. Vernos haría complicadas las cosas.
-Nada sería complicado. Al contrario, sería más fácil entender el motivo real del porqué estoy aquí.
-Poem, aún no sales de la habitación de Charlie.
-¿Qué dices? Claro que salí. Tú me dijiste que me iba a levantar y tocar la pared, y lo hice Priscila.
-¿No le explicaste que aún iba a estar atrapado en su cuerpo? -escucho como se levanta de su silla y camina en nuestra dirección.
-No, no quería que se arrepintiera y no lo hiciera. Tenía que hacerlo.
-¿Qué está pasando Priscila?
-Poemian, eres uno de nuestros enemigos, los llamados...
-No siga, se lo pido por favor -ruega mi hermana. Arrepentida de pronto de continuar revelando verdades.
-¿Qué sucede? -me safo del agarre de mi hermana y me levanto- ¿Cuál verdad es esa?
Los ojos me escuecen por el esfuerzo de mirar. Aleteo el aire al frente de mí, tiro mi silla y busco en la oscuridad a la mujer con la que he hablado en estos minutos.
-Soy la madre de Romina -me atrapa la mano y el metal choca contra mis huesos de fuego,- y también sé quién fue la causante de que tengas este poder.
-¿Qué? -la voz se me atora en la garganta y no puedo articular alguna otra palabra.
-Tendrás que hacerlo que vea. Es la única forma que tenemos para convencerlo de todo esto. Seguirá haciendo preguntas, lo conozco perfectamente.
Con un suspiro de rendición, la mujer levanta su mano robótica y la coloca en mis párpados abiertos y ciegos.
Siento una pequeña corriente cálida y luego un atisbo de lo que fue alguna vez su poder. Poco a poco el calor se mete en mis ojos y la luz llega como el rayo de un sol. Muevo las pestañas rápidamente y me descubro viendo un rostro igual al de Romina. Blanco y suave; donde Romina era tranquilidad y a la vez fiereza, su mamá es etérea. Como un rostro de las pinturas clásicas sobre dioses. Su semblante es de algo eterno, algo que no cambia con el tiempo.
Me mira como si supiera todos mis pecados y al fin se diera cuenta de que no le queda nada más que darme mi castigo divino. Doy un paso atrás, pero ella refuerza su agarre en mi mano.
-A qué es parecida a Romina ¿Verdad? -Priscila suelta una pequeña risa- Claro, que lo parece. Tu rostro es todo un poema, parece que haz visto un fantasma.
La mujer sonríe y cierra sus ojos, parece satisfecha. -Creo que necesitas ver a tu hermana y acto seguido Priscila acude a mi lado.
Solo soy consiente de que abro los ojos inmensamente y la atraigo a mis brazos. La sujeto como si mi vida dependiera de ello. No hay lágrimas, pero hay una inmensa felicidad en mi corazón que me hace llorar entre sus brazos.
-Estás aquí, hermanita -me alejo para verla mejor- Perdóname, no debí de dejarte sola con ese tipo y no debí...
-Shh, ya pasó eso. Lo importante es que estamos juntos y que ahora tenemos algo muy importante que hacer. -me hace girar aún entre su brazos y observo en donde nos encontramos.
El campo de pastos verdes se extendía por todos lados, el relieve de la pequeña montaña donde estábamos era baja y redondeada. El sol pegaba directo y no había ninguna nube arruinando el azul del cielo. Había un grupo de niños jugando a revolcarse en el pasto, todos reían y se llamaban los unos a los otros.
Pero eso no era lo que llamó mi atención. De frente a nosotros y detrás de un cristal enorme, dos personas miran la misma escena que nosotros. No sé quién es el sujeto que la acompaña pero a ella la reconozco al instante.
Volverla a ver me provoca sentimientos encontrados: Culpa, vergüenza, tristeza, arrepentimiento y una pizca de felicidad. Felicidad de verla de nuevo.
-Ella...
-¿Está viva? -dice su madre a mis espaldas- Sí, lo está.
-Romina está viva en el mundo real, Poem.
Siento un nudo en la garganta. Veo como sus ojos se abren con asombro a algo que pasa frente a ellos. Por un instante pienso que me ha visto, pero no. Me concentro en los niños, en especial uno que se me hace conocido.
-¡Ese soy yo! -el asombro es inmediato.
Mi yo niño corre al encuentro de una niña de cabellos rubios y el corazón se detiene. Es ella. Solo que...
-Ahí está, Romina en su versión humana y niña-. la voz de su madre me es lejana. Porque no dejo de ver a aquella mini Romina.
«Sus ojos. Son los ojos más hermosos que he visto en la vida. ¿¡Pero qué haces mini Poem!? Nooo ¡La estás tomando de la mano!»
Alejo mi mirada de aquel acto que parece sacado de un sueño imposible y miro a la Romina adulta. Su sonrisa es enorme y puedo jurar que una lágrima se le escapa. No sé lo que hago pero cuando menos me doy cuenta, ya estoy corriendo en su dirección.
-¡No Poem! No lo hagas, es peligroso.
Escucho los trotes de mi hermana, en un intento de detenerme pero nada me va impedir que vea de cercas a Romina. Tengo que decirle, tengo que.
Estoy a pocos pasos de ella pero cuando casi la alcanzo, el sujeto con el que está la toma de la mano y se la lleva. Detrás de ellos una neblina densa se los traga y yo tropiezo con la pared de cristal. Segundos después se hace polvo bajo mis manos.
-¿Qué demonios fue eso?
-Era un visor de la caja de Pandora. -su madre está detrás de nosotros- Pero eso no es lo importante. Lo que ahora tenemos que hacer es volver a la tierra y sacarte lo antes posible de la casa de Charlie Silver.
-Entonces irás con nosotros.
Priscila me envuelve el codo para alejarme del lugar donde ví a Romina de nuevo. Los niños que jugaban detrás de nosotros también han desaparecido con el cristal y los colores del lugar es empiezan a oscurecer. El cielo ya no es azul, ahora es blanco. Como un dibujo que de pronto ha sido borrado por su creador.
-Sí, tengo que volver a ver a mis hijos -la añoranza de la mujer es contagiosa- solo tengo que esperar a que encuentren la llave para liberarme de la caja de Pandora.
-¿Hijos? ¿Liberarte? -pregunto con extrañeza ante sus palabras serias.
-Es hora de volver -me responde con una sonrisa extraña.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top