•12• Un frasco de mentiras

—¡Priscila! ¡Auxilio, Priscila! —Poem golpea la puerta y se acerca a la tableta para intentar abrir la puerta de hierro. Pero al parecer no funciona, está completamente en negro.

—Tranquilízate Poem —trato de acercarme pero solo consigo hacer que se pegue a la puerta de miedo.

—¿¡Quieres dejar de hacer eso!? No me puedo tranquilizar mientras mi hermana está del otro lado de la puerta intentando escapar de ese maldito o en el peor de los casos ¡Estar lastimada por el derrumbe!

—Si, bueno. Ya ves que no podemos abrir la puerta, se ha atascado con la explosión —toco mi barbilla y los ojos de Poem se abren con incredulidad.

—¡No puedes hablar enserio! ¡Tiene que haber una salida por algún lado! —su respiración es agitada—. Puedes usar tus poderes para abrir la puerta, vamos haz un poco de tu magia.

—No es magia ¿Quieres calmarte? ¿Eres claustrofóbico?

—Está bien, está bien. Me calmo y sí, soy claustrofóbico.

—Bien pues, ya somos dos. Así que no tenemos otra opción más que buscar una salida.

Observo toda la habitación. Es de paredes grises con gigantescas pantallas, ahora apagadas. Al frente de nosotros hay un librero de piso a tacho con dos pasillos a los lados. En lugar de haber libros en ellos, hay una gran cantidad de frascos con sustancias viscosas y de colores llamativos. Todos están detrás de un cristal de vidrio templado, el aspecto de todo es antiguo y en algunos frascos se ven partículas de polvo encapsuladas y aún impregnadas en ellos.

Le hago una señal a Poem de ir por el pasillo de la izquierda y yo tomo el de la derecha. Paso dos hileras más de frascos. Mirando como Poem me sigue los pasos a la par. Bajamos unos escalones y lo que veo me hace soltar una exclamación.

Richard había colocado camas quirúrgicas (cuatro en total), como si jugara al doctor en sus ratos libres. Cada una estaba equipada con los utensilios necesarios para operaciones de gran procedimiento. Hay tres en esas condiciones pero en la segunda se encuentra un bulto tapado con una sábana blanca. Un brazo cuelga lleno de sangre oxidada por un lateral. Miro a Poem y veo que tiene el rostro verde, apunto de vomitar.

—Por qué no vas al fondo, parece que hay un cuarto de control o algo así —le digo señalando la puerta de cristal situada atrás de las camas.

Él asiente y con un último vistazo al cuerpo, camina deprisa dejándome ahí.

—Richard, Richard, Richard ¿Estabas jugando a ser el científico loco? ¿Cuál es tu juego en todo ésto?

Rodeo la cama y me detengo bruscamente. Algo me sujeta de la muñeca con demasiada fuerza, miro hacia abajo y veo la mano llena de sangre de la persona bajo la sábana blanca. Su agarre es el que me sorprende más que el hecho de que en un principio pensaba que estaba muerto. Sus dedos se clavan tan feroces, aferrándose a mi piel. Hay pequeñas cortadas en sus dedos largos y las venas de su brazo están exaltadas en un tono púrpura casi al borde del negro. Su toco me escuece la piel, me quema. 

Mi poder defensivo se activa con dificultad y sale a flote unos segundos tarde. El individuo de la camilla se levanta y retira la sábana de su cuerpo. Lo primero que veo es su torso y la cicatriz reciente de una operación a mitad de su pecho. Inicia desde la clavícula de su cuello y no se detiene hasta adentrarse más allá de su ombligo. Reconozco la cicatriz pero no logro recordar en donde la ví.

Mi cabello está electrizante y chasquea como cables sueltos en agua. Jalo mi muñeca para retirar su agarre pero no lo consigo. Finalmente veo su rostro. Es un hombre de la edad de Poem, con barba poblada y huesos marcados en sus pómulos. De su nariz escurre un líquido negro, como la tinta de una pluma. Sus dientes son puntiagudos y amarillentos. Gruñe al verme y sus ojos... sus ojos son enormes, inyectados con algún líquido negro que se mueve en sus cuencas oculares, como si habitaran dos arañas en cada uno de ellos.
Forcejeo contra él y los dos nos enfrascamos en una pelea sobre la cama de hospital.

Me empuja contra la mesa alta con artefactos de cirugía. Con mi otra mano tomo un bisturí y lo encajo en su hombro. Él no produce ningún sonido de dolor y mi ataque solo hace que incremente su furia contra mí. Con una mano aún aferrada a mi muñeca y con la otra empujando mi pecho, me logra estrellar una y otra vez contra la mesa. Hasta que me logra tirar se trepa encima de mí. Le doy un par de puñetazos en el rostro. La sangre negra se esparce por sus mejillas frágiles y alcanzo a ver un hueso salido.

Reacciona ante mis golpes, abriendo su boca como las fauces de un monstruo marino e intenta morder mi cuello como un vampiro hambriento. Yo lo intento esquivar y alzando mis piernas contra su estómago, lo aviento con todas mis fuerzas. Sale proyectado hacia atrás. Por increíble que parezca no me suelta y me veo de igual manera arrastrada junto a él. Ahora los dos volvemos a estar de pie, cara a cara.

—¡Basta, maldito muerto! ¿Quién eres? —Le exijo, mirándolo con toda la potencia de mis ojos. Intentando arrojar el dominio en su contra.
Él da una risa entre mitad gruñido y mitad tos.

—Soy —Tose y se limpia la comisura de sus labios sangrientos—, soy tu muerte.

Estoy a punto de volver a pelear contra él, cuando un disparo le impacta directo en el cuello. La sangre negra salpica mi cara, observo de dónde vino el disparo, Poem sostiene un arma.

—Pues amigo, ya no lo eres —escupe el suelo y contempla el arma en su mano.

—¡¿Pero que hiciste Poem?! —le grito mientras la mano del sujeto se afloja del todo en mi muñeca y cae con un sonido seco al suelo.

—¿Qué hago? Te salvé, Romina. Las gracias me deberías de dar.

Su voz es fría, tiene la mirada perdida por unos momentos en su mano que sostiene el arma.

—Estaba a punto de saber qué era esa cosa —digo señalando el cuerpo (ahora sí muerto) del extraño hombre. No espero respuesta de Poem y me dispongo a tocar y analizar el cuerpo. Lo arrastro de los brazos colocándolo contra la cama y logro con facilidad subirlo a ella, al parecer solo era un montón de huesos.

—Esa cosa quería matarte...

—Y ese era el porqué tenía que saber cómo logró mantenerse cerca de mí —Lo interrumpo.

Comienzo a examinarlo y por el rabillo del ojo veo a Poem exhalar y volver a la habitación del fondo. Regreso mi atención al sujeto de dientes horribles y contemplo con atención las marcas que hay en sus manos.

Pareciera como si él mismo se las hubiera hecho con los dedos... o con sus dientes. Mi mirada viaja hasta sus brazos y las venas negras se comienzan a acentuar más en ellos. Son muy finas, como cuerdas de violín, no son nada comparadas con un humano normal y mucho menos se parecen a las mías. Toco el borde de su cicatriz y con curiosidad bajo el cierre de su pantalón y veo que la cicatriz termina en el comienzo de su miembro. Mi dedo sube hasta la clavícula de su cuello.

«¿Qué tipo de cirugía requiere este tipo de corte tan extenso por su piel?»

Mis pensamientos se detienen en sus ojos que aún permanecen abiertos. En ellos las arañas han muerto y ahora todo el líquido se desparrama por todo su ojo. Veo detenidamente que toda su piel comienza a tener ese aspecto negro a causa de lo que sea que habita en su cuerpo. Un libro cae de pronto en la mesa, a un lado del rostro del  sujeto. Eso me hace dar un brinco. Mis nervios están tensos.

—Ahí están tus respuestas.

Me giro para ver el semblante de Poem. Quién está a tres metros de mí y con los brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada fija en el libro de pasta gruesa y aspecto antiguo.

Con manos en completa calma, abro el libro en la primera página:

«Dr. Richard Silver.
Proyectos científicos, cálculos y procedimiento de la fórmula de Dicta.»

Paso las páginas llenas de cálculos y palabras que no entiendo. Al llegar casi al centro el libro tiene un boquete vacío dónde supongo debería de estar algo escondido.

Cierro el libro con un escalofrío por mi columna.

—Esto es ¿es?

—Lo que Matt tanto desea —dice mirándome al fin. En sus ojos hay un dolor palpable. Algo que jamás había visto en él—. Llévate el libro. Vamos a salir de este lugar lo más pronto posible.

Comienza a caminar hacia la salida. Por unos momentos no me muevo. Sé que algo no anda bien. Lo sé desde que lo deje ir a esa habitación. Mirando por última vez el cuerpo del hombre. Tomo el libro entre mis brazos y salgo detrás de Poem.

Cuando llego hasta la única puerta. Él ya ha podido encender la pantalla touch, se pone a teclear unos números en ella.

Acceso denegado. Vuelva a intentar con escáner de rostro.

La voz robótica vuelve a sonar por toda la habitación. Poem acerca su rostro a la pantalla y un rayo láser lo escanea varias veces. Luego le pide poner sus dos manos en la pantalla y procede a reconocer sus huellas dactilares.

Acceso autorizado. Puede salir.

Se escucha un clic y luego los dos pasadores que cierran la puerta, se alzan. La puerta logra abrirse con dificultad y lo primero que vemos, son las toneladas de escombros que hay afuera.

Poem señala que pase primero por el camino en ruinas y yo accedo. Pero logro detenerme a cierta distancia de él y volver a mirarlo.

—¿Te sucede algo Poem?

Él no responde, simplemente señala con una mano exigente que salga de ese lugar.

Tenía la frente pegada al cristal del autobús, afuera una tormenta se desataba por toda la ciudad. Ya era tarde, no sabía ni el día que me encontraba. Estaba demasiado aturdido como para nombrar los días. Miré el cabello blanco de Romina, que se encontraba a cuatro asientos adelante de mí. Desde donde estaba no podía ver el libro que seguramente sujetaba con todas sus fuerzas contra su pecho.

Ir al sótano de Richard había sido un error. Había llevado a mi "enemiga natural" al lugar prohibido donde jamás debería de entrar. Le abrí la puerta y la dejé ver cosas que ni el mismo Richard quería que supiera. Pero ese mismo hombre había configurado la entrada para que yo pudiera entrar.

«Si lo hubiera sabido desde hace mucho... O quizás apenas hace poco lo configuró.»

Mis dudas surgen como bolas de nieve, impactando mi cuerpo y congelando mis huesos.

━━━━━━━━ En el sótano ━━━━━━━━

Romina me había mandado a revisar la habitación del fondo. El recuerdo del cuerpo tendido en la cama me había vuelto a revivir la muerte de mi madre. Solo bastó con ver sus manos colgando para ver que había muerto con un dolor similar al de ella.

Entonces me había alejado de los recuerdos del cáncer. Entrando a la habitación, me pareció de lo más normal. Tenía el aspecto de una oficina ordinaria. Papeles, una computadora, tres libreros (uno en cada pared), cuadros de pinturas de hombres y mujeres en campos de verano tomando el sol. No me pareció la gran cosa y justo cuando iba a dar media vuelta para irme. Lo vi.

Tirado en un rincón, como si Richard lo hubiera aventado contra la pared. Se hallaba un libro de pasta marrón rojizo, abierto de par en par. Me dio curiosidad, ya que el despacho se veía de lo más limpio y ordenado. Aquel libro era lo único fuera de lugar. Recuerdo recogerlo del suelo y llevarlo hasta el escritorio. La página que leí decía algo así:

Exp. 2Smith.

El sujeto no presenta cambios aparentes.

Piel: Normal, sin alteraciones o moretones.

Ojos: Normales, sin dificultad para ver.

Manos: Presenta solo un dolor en la palma pero nada alarmante.

Fuerza: Básica, sin cambios.

Velocidad: Normal, sin cambios.

Estado de salud: Normal.

Alimentación: Normal.

Notas: Presenta un cuadro de amnesia repentina. Hace un año, que no volvía a presentar eso. Su madre dice que comienza a tener pesadillas por las noches. Su madre administra la fórmula conforme le dije. Dos gotas por día. Si esto sigue así, tendremos que hacerle una cirugía para corroborar si todo está en orden dentro de él.

Con un temblor en las manos paso a la siguiente hoja:

Exp. 2Smith

Después de unos meses en observación y sin resultados aparentes. Llegué a la conclusión de que debería de realizarse una cirugía lo más pronto posible. Ayer por la mañana se realizó.

La espina dorsal estaba intacta y el cerebro por igual. Pero los imanes estaban girados en un estado anormal, necesité moverlos y eso le provocó dos ataques cardíacos.

La sustancia se movió de su sitio y tuve que drenar por debajo de sus pulmones y partir un poco su caja torácica para adentrarme justo detrás de su corazón. La sustancia se resistía pero logré extraerla e inyectar una dosis fuerte.

Por el momento no presenta complicaciones y la sustancia está tardando en funcionar, pero todo normal. Por el momento.

Cierro el libro con un movimiento brusco y respiro con dificultad. La habitación da vueltas a mi alrededor. Entonces reviso de nuevo el libro buscando más respuestas. Y es cuando encuentro que a mitad hay un agujero y dentro de él un pequeño frasco casi vacío de una sustancia viscosa de apariencia púrpura oscura.

Ya no hay nada más de mí en las últimas páginas. Lo demás son anotaciones con cálculos algebraicos y fórmulas químicas. Arranco las dos hojas y las aguardo en mis pantalones junto con el pequeño frasco.

Escucho como Romina pelea con alguien ahí afuera, busco entre los cajones y encuentro el arma de Richard. Reviso si tiene balas y salgo.

━━━━━━━━ En el autobús ━━━━━━━━

—Poem, ya llegamos —La voz de Romina me despierta de mi transe y miro como ella está de pie en el pasillo del autobús. El libro lo cubre bajo su brazo, como si fuera a brincar de su protección y escapar.

Me levanto y salgo por la puerta de atrás. El cielo se está cayendo a mares y corro lo más rápido que puedo hasta el estacionamiento. Romina me sigue unos pasos atrás (como siempre). Entro al elevador primero y ella se detiene en la puerta. Sabe que no puede entrar conmigo y eso apaga su rostro. Encojo los hombros y presiono el botón once.

Como soy el primero en llegar a la habitación, tengo la ventaja de ordenar un poco y poner a salvo el frasco y las dos hojas que arranqué del libro. Las hojas las escondo detrás de mi mesita de noche y el frasco lo meto dentro de una alcancía vieja en el armario.

Me dispongo de un momento para permitirme pensar en mi hermana e intentar descifrar las palabras de Richard en su diario secreto.

—Deberíamos de buscar a tu hermana.

Romina entra y se queda de pie en medio de la sala. Yo estoy en el sofá, mirando a la noche nublada.

—No cuentes conmigo... —lo digo tan fácil, que hasta yo me sorprendo.

«¿Te has vuelto loco, Smith? ¡Es tu hermana de quién hablamos! ¡Tenemos que buscarla!»

Escucho como jadea de la impresión de mis palabras y se acerca lo más que puede hasta mí. Se arrodilla con aún el libro entre sus brazos. Comienzo a mirar a ese libro como si se tratara de la peste.

—¿Qué te sucede Poem? Es Priscila de la que hablamos, quizás Matt la tenga de nuevo secuestrada ¿No te importa tu hermana?

—Para empezar la última vez que viste a mi hermana ella estaba bajo los influjos de Matt  y no creo que ahora sea diferente. Estoy cansado de ir siempre tras ella y sus problemas...

Trato de mentir. Cruelmente le miento, me miento. Por supuesto que estoy preocupado pero lo del libro me tiene mal. No le puedo decir eso a Romina, tengo un mal presentimiento.

—¿Ahora son sus problemas? También son nuestros problemas Poem.

—¿Si quieres decirme que por mi culpa Richard está muerto? Pues sí, Romina ¡Richard murió por mi culpa!

Me levanto y salgo al balcón. No sé lo que me pasa. Pero comienzo a sentir de nuevo los malestares en mi columna y las manos me pican. Tengo la nueva y urgente necesidad de beber sin razón del frasco que está en mi habitación. Escucho los pasos de Romina y trato de calmar mi respiración agitada.

—Deberías de ir con Matt.

—No es tu culpa que Richard esté muerto y es lo que voy hacer. Voy a...

—A entregarle el libro con las fórmulas de la droga a Matt —Concluyo por ella y la enfrento.

Sus ojos viajan de un extremo a otro de mi rostro, buscando e intentando descubrir lo que me sucede. Veo como le frustra no poder ejercer su poder en mí. Por primera vez deseo que me controle y tome el mando de mi cuerpo. Sé cómo se sienten los dolores de lo que sea que habita en mi interior. Si Romina me pudiera Domar, me haría el favor de calmar mi dolor. De olvidar la muerte que me persigue últimamente.

—Iré por tu hermana y la traeré a salvo. Matt tendrá lo que quiere y los dejará en paz. Lo haré mientras tú te calmas y dejas de ser un idiota conmigo.

Cierro los ojos y hago puños mis manos. Los abro y me acerco lo más que puedo a su cuerpo. Estamos a dos pasos, dos pasos que ahora sé que siempre nos separarán.

—Ve con él, trae a mi hermana a casa. Sí no quieres regresar después de traerla de vuelta, no te lo voy a reprochar. Si quieres irte con él, lo voy a respetar.

—¿Pero qué dices? Obviamente voy a regresar. Poem, mírame.

Una lágrima, producto del esfuerzo que me está costando mantenerme de pie y el dolor que me va causar ya no verla, se escapa de mis ojos. Ella lo interpreta como una debilidad, pero solo yo sé la fuerza que están ejerciendo mis palabras en ella. En nuestro inevitable destino.

—Voy a regresar Poem. Tú eres... —Veo un sonrojo rápido subir a sus mejillas—. Eres un hombre que me ha cautivado.

Mis lágrimas se aflojan aún más y las quito con fuerza de mi rostro. A pesar de mi estado extraño con ella, me logra agitar su confesión.

—Tú también me cautivas de una forma impresionante, Romina Neón.

Ella me sonríe con sus ojos celestes y sus labios delicados. Por un instante tengo el impulso de acercarme y besarla. De estrechar su cuerpo entre mis brazos. Bajo la mirada, rendido y cansado de todo esto.

—Ve, yo te voy a esperar —digo con voz entusiasta, cambiando e interpretando el papel de un Poem relajado y positivo—. Cenaremos pizza y malteada de chocolate.

Ella ríe y veo que intenta acercarse pero se detiene y solo termina por  suspirar. Veo a Romina salir (con el maldito libro en sus manos) y su cabello blanco alejándose de mí. Me recargo en la barandilla del balcón y observo como su silueta sale del edificio.

Dejo pasar unos segundos, entro de nuevo a la habitación y comienzo a buscar dinero en tanto como una barra energética. Saco las hojas y el frasco de su escondite y las llevo conmigo.

El viaje a mi antigua casa será agotador mentalmente y tengo que darme prisa antes de que mi cuerpo pierda el control.

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