Acto V. Escena III
[Mausoleo de los Capuleto]
(Entra Paris con su paje y una antorcha).
Paris: ¡Muchacho, vete, y déjame la antorcha! ¡Más bien, apágala, que no me vean! Recuéstate debajo de esos pinos, pon tu oído en el suelo removido para que nadie pise el cementerio sin que lo escuches. Si alguien se aproxima, dame un silbido. ¡Déjame las flores! ¡Ándate ahora... y haz lo que te mando!
Paje (aparte): ¡Pobre de mí! ¡Tiritando de miedo y tener que quedarme entre las tumbas! (Se esconde).
Paris: ¡Oh dulce flor! ¡Voy a cubrir con flores este lecho nupcial en donde yaces! ¡Ay, tu dosel es sólo polvo y piedra! ¡Todas las noches regaré estas flores con agua dulce o con el llanto mío! ¡Llanto nocturno y flores en tu cripta, éstas son las exequias que te ofrezco! (Se oye un silbido del paje). ¡Me avisa el paje que alguien se aproxima! ¿Qué pies malditos llegan esta noche a interrumpir el rito del amor? ¿Y qué? ¿Con una antorcha? ¡Con tu manto oh noche, escóndeme por un momento! (Se esconde).
(Entran Romeo y Baltazar con una antorcha, un azadón y una palanca de fierro).
Romeo: ¡Pásame el azadón y la palanca! ¡Toma esta carta! Mañana temprano la entregarás a mi señor y padre. ¡Dame la luz! ¡Te advierto, por tu vida, que oigas lo que oigas, veas lo que veas, bribón, no se te ocurra interrumpirme! ¡Voy a bajar a este lecho de muerte, no sólo a ver el rostro de mi amada, sino a sacar desde su dedo muerto una sortija para mí preciosa! Ándate ahora. ¡Pero si volvieras a mirar lo que pienso hacer después, voy a descuartizarte, te lo juro! ¡Y a sembrar con tus trozos el camposanto hambriento! La ocasión y mis planes son de un cruel salvajismo, más feroces y lejos mucho más implacables que los tigres famélicos y que el rugiente mar.
Baltazar: ¡Me voy, señor, no te molestaré!
Romeo: ¡Así me probarás tu afecto! ¡Toma! (Le da una bolsa). ¡Vive feliz! ¡Adiós, buen compañero!
Baltazar (aparte): Voy a esconderme por aquí. Sus ojos me dan miedo. ¿Qué se propone hacer? (Se esconde).
Romeo: ¡Entraña de la muerte, boca horrible, te obligaré a comer, aunque te hartaste con la carne más pura de la tierra! ¡Voy a abrir tus mandíbulas podridas! (Abre la tumba).
Paris: Éste es el desterrado de Verona, el soberbio Montesco, el asesino del primo de mi amada —y, según dicen, este dolor fue el que mató a Julieta—. ¡Y aquí ha venido a profanar los muertos! ¡Es oprobioso! ¡Debo detenerlo! (Se adelanta). ¡Alto! ¡Suspende tu trabajo infame, sacrílego Montesco! ¡La venganza más allá de la muerte no es posible! ¡Bandido condenado, te detengo! ¡Debes morir! ¡Ven conmigo! ¡Obedece!
Romeo: ¡Me dices la verdad! ¡Debo morir! ¡Para eso he venido, buen muchacho! ¡No desafíes a un desesperado! ¡Sé bueno, huye de aquí, déjame solo, yo quiero que te asustes de estos muertos! ¡No agregues otra culpa a mis pecados desesperándome y enfureciéndome! ¡Por Dios! ¡Ándate pronto! ¡Yo te juro! ¡Te quiero más de lo que yo me quiero porque contra mí mismo estoy armado! ¡No te quedes, camina! ¡Vive y cuenta que un loco permitió que te escaparas!
Paris: ¡Y bien, yo desafío tu mandato y te detengo como criminal!
Romeo: ¿Me provocas? ¡Defiéndete, muchacho! (Se baten).
Paje: ¡Voy a buscar los guardias! ¡Se pelean! (Sale).
Paris: ¡Me muero! (Cae). ¡Por piedad, abre la tumba y colócame al lado de Julieta! (Muere).
Romeo: ¡Lo haré! ¡Te juro! ¡Voy a ver de cerca tu cara! ¡Es el pariente de Mercucio! ¡El noble conde Paris! ¡Decía algo mi sirviente en el viaje, cabalgando, que mi alma confundida no escuchaba! Creo que me decía que Julieta debía desposar al conde Paris. ¿No es esto lo que dijo? ¿Lo he soñado? ¿O estoy loco y oyendo hablar de ella pensé tal cosa? ¡Oh, dame tu mano, se escribieron unidos nuestros nombres en el libro fatal de la desdicha! ¡Yo te daré un sepulcro victorioso! ¿Un sepulcro? ¡No, un faro, joven muerto! ¡Porque donde Julieta está enterrada convertirá el sepulcro su belleza en un salón de fiesta luminoso! (Lo coloca en la tumba). ¡Descansa, muerte! ¡Un muerto te ha enterrado! ¡Dicen que a punto de morir el hombre siente un último instante de alegría; es esto lo que el enfermero llama el relámpago antes de la muerte! ¿Puedo llamar a esto mi relámpago? ¡Amor mío, mi esposa, ya la muerte secó la miel de tu respiración, pero aún no domina tu belleza! ¡Aún no te conquista! ¡El estandarte de la belleza muestra su escarlata aún en tus mejillas y en tus labios! No ha llegado a tu rostro todavía la pálida bandera de la muerte. ¿Oh, Tybaldo, respóndeme, eres tú, dormido en tu sudario ensangrentado? ¡Qué otro favor pudiera hacerte a ti sino que con la mano que cortó tu juventud en flor, cortar la vida del que hasta entonces fuera tu enemigo! ¡Primo mío, perdóname! Ah, Julieta, ¿por qué sigues tan bella? ¡Estoy pensando que tal vez te ama la inasible muerte! Y que este monstruo te ha escondido aquí y en esta oscuridad seas su amante. Me quedaré contigo todavía por miedo de esto, y ya no saldré más de este palacio de la noche oscura. ¡Aquí me quedaré con los gusanos que son tus servidores! ¡Fijaré aquí la eternidad de mi descanso y libraré a mi pobre cuerpo hastiado del maligno poder de las estrellas! ¡Ojos, dadle la última mirada! ¡Brazos míos, llegó el último abrazo! ¡Labios, sellad con este beso puro un pacto eterno con la muerte ansiosa! ¡Amargo conductor, piloto ciego, áspero guía, lanza de una vez contra las duras rocas tu navío, que ya estaba cansado de los mares! ¡Amor mío, salud! (Bebe). ¡Buen boticario, es rápido el veneno y mi agonía termina con la muerte y con un beso! (Muere, Entra fray Lorenzo con un farol, una palanca y un azadón).
F. Lorenzo: ¡San Francisco me valga! ¡Cuántas veces mis viejos pies erraron tropezando por las tumbas! ¿Quién anda por ahí?
Baltazar: Soy yo. ¡Un amigo que os conoce bien!
F. Lorenzo: ¡Bendito seas! Dime, buen amigo, ¿qué antorcha es ésa que pretende en vano iluminar las calaveras ciegas y los gusanos? Me parece ver que arde en la cripta de los Capuleto.
Baltazar: Padre, es así. Y allí está mi señor. ¡Uno que amáis!
F. Lorenzo: ¿Y quién es él?
Baltazar: ¡Romeo!
F. Lorenzo: ¿Desde cuándo está allí?
Baltazar: ¡Una media hora!
F. Lorenzo: ¡Ven conmigo al sepulcro!
Baltazar: ¡No me atrevo! ¡No sabe mi señor que estoy aquí! Me amenazó de muerte si seguía por aquí vigilando sus afanes.
F. Lorenzo: ¡Quédate aquí! Iré solo. ¡Tengo miedo de que algo muy grave haya pasado!
Baltazar: ¡Yo me dormí debajo de aquel pino y soñé que peleaba mi señor con otro caballero y lo mataba!
F. Lorenzo (avanzando): ¡Romeo! ¿Y estas manchas de sangre que han teñido los umbrales de piedra de la cripta? ¿Y estas armas caídas y sangrientas, qué hacen en este reino de la paz? (Entra a la tumba). ¿Es Romeo, y qué pálido, y el otro? ¡Paris también! ¡Y están ensangrentados! ¿Qué hora espantosa trajo esta desgracia? ¡Julieta se ha movido! (Julieta se despierta).
Julieta: Padre de los consuelos, dime: ¿dónde está mi esposo? Yo recuerdo bien la cita. ¡Y aquí estoy! ¿Y mi Romeo? (Ruido adentro).
F. Lorenzo: ¡Oigo un ruido! Salgamos de este sitio de muerte, podredumbre y falso sueño. ¡Una fuerza más alta que nosotros malogró nuestras buenas intenciones! Vayámonos. ¡Tu esposo ha muerto! ¡Míralo a tu lado! Y también Paris. Vamos, te voy a colocar dentro de una hermandad de santas monjas. No hagas ahora cuestiones, porque viene la guardia. ¡Vamos, dulce Julieta. (Se oyen otros ruidos). ¡No me atrevo a quedarme! ¡Salgamos! ¡Ven conmigo! (Sale).
Julieta: ¡Vete de aquí! ¡Yo no me moveré! ¿Qué es esto? ¡Es una copa aún apretada en la mano ya fría de mi amor! ¡Ah, fue veneno el que causó su muerte! ¿Por qué te lo bebiste todo, ingrato, sin dejar una gota para mí? ¡Voy a besarte para que tus labios si han guardado una gota de veneno me maten con el beso que te doy! (Lo besa). ¡Están tibios tus labios todavía!
Guardia 1.º (desde adentro): Guíame tú, muchacho. ¿Por qué lado?
Julieta: ¡Oigo un ruido! ¡Me queda poco tiempo! ¡Oh, querido puñal! (Toma la daga de Romeo). ¡Ésta es tu vaina! ¡Aquí te quedarás! ¡Dame la muerte! (Se hiere. Cae sobre el cuerpo de Romeo y muere. Entran la ronda y el paje de Paris).
Paje: ¡Allí es! ¡Donde la antorcha está encendida!
Guardia 1.º: ¡Aquí hay sangre en el suelo! ¡Hay que apresar a todo el que ande por el cementerio! (Salen algunos guardias). ¡Triste vista! Aquí yace, y asesinado, el conde, y Julieta sangrando, caliente, recién muerta, que había aquí yacido dos días sepultada. ¡Busquen al príncipe, a los Capuleto, despierten en seguida a los Montesco! (Salen otros guardias). Vemos la base donde yacen ahora estos males, pero cuál fue la base de estos males penosos no podemos sin más detalles discernirlo. (Vuelven a entrar algunos guardias, con Baltazar).
Guardia 2.º: El criado de Romeo. Lo hallé en el camposanto.
Guardia 1.º: Hasta que llegue el príncipe mantenedlo en custodia.
(Entran fray Lorenzo y otro guardia).
Guardia 3.º: Aquí hay fraile que suspira llora y tiembla. A él le quitamos esta pala y este azadón cuando venía de este lugar del camposanto.
Guardia 1.º: Sospechoso. También al fraile detenedlo.
(Entra el príncipe con acompañantes).
Príncipe: ¿Cuál es la desventura que tan de madrugada quita a nuestra persona descanso matinal?
(Entran Capuleto y su esposa).
Capuleto: ¿Qué será eso que gritan así por todas partes?
Sra. Capuleto: Ah, la gente en la calle va clamando «Romeo», otros «Julieta» y otros «Paris», y corren todos con abiertos clamores hacia nuestro panteón.
Príncipe: ¿Qué miedo es este que nos alarma el oído?
Guardia 1.º: Soberano, aquí yace matado el conde Paris, también Romeo muerto, Julieta, antes difunta, caliente y recién muerta.
Príncipe: Buscad y descubrid cómo fue esta matanza.
Guardia 1.º: Aquí hay un fraile y un sirviente de Romeo, que iban con herramientas útiles para abrir las tumbas de estos muertos.
Capuleto: ¡Cielos! ¡Esposa, mira cómo sangra nuestra hija! ¡Ah, fíjate, esta daga cometió algún error: vacío está en la espalda de Montesco su hogar y se ha envainado mal en el pecho de mi hija!
Sra. Capuleto: ¡Ay de mí! Es esta vista de muerte una campana que advierte a mi vejez acerca del sepulcro.
(Entra Montesco).
Príncipe: Ven, Montesco, que te has levantado temprano a ver a tu heredero caído más temprano.
Montesco: Ay, señor, mi mujer esta noche murió; el exilio de mi hijo la dejó sin aliento. ¿Qué otra aflicción conspira contra mi ancianidad
Príncipe: Mira y verás tú mismo.
Montesco: ¡Oh, tú, maleducado! ¿Qué modales son ésos de precipitarte antes que tu padre a una tumba?
Príncipe: Sella por un momento la boca del reclamo, hasta tanto aclaremos estas ambigüedades y sepamos su origen, su verdadera herencia; y entonces yo seré jefe de la aflicción y os guiaré a la muerte. Por ahora conteneos, y sea la desgracia sierva de la paciencia. Que vengan ante mí las partes sospechosas.
F. Lorenzo: Yo soy la principal, menos capaz de hacerlo pero el más sospechado, porque la hora y el sitio declaran en mi contra sobre esta cruel matanza; y aquí estoy, con el fin de acusarme y librarme de lo que me condena mas con lo que me excusa.
Príncipe: Di entonces de una vez lo que de esto conoces.
F. Lorenzo: Seré breve; lo poco que me queda de aliento no es tan largo como es un tedioso relato. Romeo, aquí difunto, fue esposo de Julieta, y ella, a quien veis difunta, fiel mujer de Romeo. Yo los casé, y el día de su boda furtiva fue el final de Tybaldo, cuya temprana muerte desterró al recién hecho novio de esta ciudad, por quien, no por Tybaldo, Julieta suspiraba. Usted, para sacarla de ese ataque de pena, la prometió y la quiso por la fuerza casar con este conde Paris. Vino ella a verme entonces, y me pidió turbada que encontrara algún medio para librarla de ese segundo matrimonio, o dentro de mi celda, si no, ella iba a matarse. Le di entonces —según mi arte me aleccionaba— un brebaje somnífero, que tal efecto tuvo como yo pretendía, porque en ella labró la forma de la muerte. Le escribí allí a Romeo que debía venir aquí esta noche aciaga a ayudar a sacarla de su prestada tumba, porque a esa hora cesaba la fuerza del brebaje. Pero aquel que llevaba mi carta, el fraile Juan, tardó por accidente, y en la noche de ayer me devolvió la carta. Yo, a la hora establecida de que ella despertase, me vine solo para sacarla de la cripta de sus antepasados, pensando en ocultarla con sigilo en mi celda hasta el momento propio para enviar por Romeo. Pero al llegar, algún minuto antes de la hora en que ella despertase, vi prematuramente al noble conde Paris y al fiel Romeo muertos. Despierta ella, y rogué que saliera de allí y soportase esta obra del cielo con paciencia. Pero entonces un ruido me hizo irme de la tumba, y ella, desesperada, no quiso acompañarme, sino, según parece, cometerse violencia. Es todo lo que sé, y en cuanto al matrimonio, está al corriente su ama. Si en esto alguna cosa salió mal por mi culpa, pues que mi anciana vida sea sacrificada poco antes de su tiempo bajo todo el rigor de la ley más severa.
Príncipe: Siempre te hemos tenido por un santo varón. ¿Y el criado de Romeo? ¿Qué puede él decir de esto?
Baltazar: Yo anuncié a mi señor la muerte de Julieta, y entonces él se vino de Mantua por la posta a este mismo lugar, a este mismo panteón. Esta carta pidió que le diera a su padre, e, ingresando en la cripta, me amenazó de muerte si yo no me marchaba dejándolo allí solo.
Príncipe: Entrégame esa carta; quiero verla yo mismo. Bien, ¿y el paje del conde, que convocó a la ronda? Di, señorito, ¿qué hizo tu amo en este lugar?
Paje: Vino a cubrir de flores la tumba de su dama, y pidió que guardase distancia, y es lo que hice. Enseguida viene alguien con luz a abrir la tumba, y al punto mi señor desenvainó contra él, y allí salí a llamar a la ronda corriendo.
Príncipe: Esta carta hace buenas las palabras del fraile, el curso del amor, las nuevas de ella muerta; incluso aquí él escribe que le compró un veneno a un boticario pobre, y así con eso vino a esta cripta a morir y yacer con Julieta. ¿Y ahora dónde están los enemigos? ¡Qué maldición, Montesco, Capuleto, ha caído en el odio qué sembrasteis! ¡Porque el cielo dispuso que el amor fuera el que aniquiló vuestra alegría! ¡Y yo por tolerar vuestras discordias he debido perder a dos parientes! ¡El castigo ha caído sobre todos!
Capuleto: ¡Montesco, ésta es la dote de mi hija: hermano mío, estréchame la mano, ya no tengo otra cosa que pedirte!
Montesco: Pero yo puedo darte mucho más. Levantaré en recuerdo de Julieta su estatua construida de oro puro. ¡No habrá imagen más bella y venerada como la de la pura y fiel Julieta mientras dure la vida de Verona!
Capuleto: ¡Con igual esplendor haré a Romeo otra, junto a la estatua de su esposa! ¡Ay, pobres víctimas del odio nuestro
Príncipe: En la paz enlutada de este día el doloroso sol no se levanta. Salgamos de este sitio para hablar de estos amargos acontecimientos. De los que del rencor participaron unos tendrán perdón y otros, castigo. Jamás se oyó una historia tan doliente como ésta de Julieta y su Romeo.
(Salen).
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