Acto V. Escena I
[Una calle en Mantua.]
(Entra Romeo).
Romeo: Si hay verdad en los sueños que he tenido, un presagio feliz me adelantaron. ¡Mi corazón tranquilo está en su trono y todo el día un entusiasmo insólito me levanta del suelo y me estremece! Tuve un extraño sueño: ¡Estaba muerto y soñé que mi esposa me encontraba, tanta vida me daba con sus besos que reviví sintiéndome monarca! ¡Si es capaz de crear tanta alegría sólo la sombra del amor, qué dulce será la posesión del ser amado! (Entra Baltazar, sirviente de Romeo). ¿Qué hay, Baltazar? ¿Noticias de Verona? ¿Fray Lorenzo me manda alguna carta? ¿Mi esposa, cómo está? ¿Qué tal mi padre? ¿Cómo está mi Julieta? ¡Lo repito porque nada está mal si ella está bien!
Baltazar: Entonces está bien, nada puede estar mal. Yace en la cripta de los Capuleto y vuela entre los ángeles su alma. Yo mismo vi cuando la sepultaban en el panteón de sus antepasados. De inmediato partí para decírtelo. Perdona si te doy malas noticias, cumplo con la misión que me confiaste.
Romeo: Si es así, desafío a las estrellas. Tú sabes dónde vivo. Necesito papel y tinta. Alquila los caballos. ¡Parto esta misma noche hacia Verona!
Baltazar: ¡Ten paciencia, señor, te lo suplico! ¡Estás tan pálido y desencajado que se lee en tu rostro la desgracia!
Romeo: ¡No te equivocas! ¡Haz lo que te digo! ¿No traes para mí cartas del monje?
Baltazar: No, mi señor.
Romeo: ¡No importa! ¡Vete ahora, alquila esos caballos! ¡Yo te sigo! (Sale Baltazar). ¡Contigo dormiré esta misma noche, Julieta! ¡Buscaremos la manera! ¡Con qué velocidad, astucia, llegas a la cabeza de un desesperado! Hace poco, recuerdo, un boticario vivía por aquí. Tan flaco estaba que parecía que sus mismos huesos los había roído la miseria. En su indigente tienda colgaba una tortuga, y también un lagarto disecado, otras pieles de pescados deformes; y sobre los estantes un mísero conjunto de cajitas vacías, potes de arcilla verdes y semillas con moho, restos de hilo de atar, viejos panes de rosas, ralamente esparcido para dar impresión. Mirando esta pobreza yo me dije: «Si alguien quiere comprar algún veneno, cuya venta es penada con la muerte, este pobre hombre se lo vendería». ¡Anticipé lo que necesitaba: y este mismo infeliz debe vendérmelo! Si no recuerdo mal, ésta ha de ser la casa. El mendigo ha cerrado su tienda porque es fiesta. ¡Hola, hola! ¡Boticario! (Entra el boticario).
Boticario: ¿Quién llama así a los gritos?
Romeo: Ven, hombre, ven aquí. Veo que eres muy pobre. Ten, cuarenta ducados. Permíteme obtener un poco de veneno, cosa de efecto rápido que se esparza por todas las venas de tal modo que un harto de la vida lo tome y caiga muerto, y que todo el aliento del tronco se descargue con la misma violencia que la encendida pólvora empuja desde el vientre del funesto cañón.
Boticario: De esas drogas mortales yo tengo, pero en Mantua tenemos ley de muerte para quien las expenda.
Romeo: ¿Tan harapiento y lleno de miseria estás tú, y temes aún morir? Hay hambre en tus mejillas, carencia y opresión en tus ojos famélicos, mendicidad, desdén colgando de tu espalda. El mundo no es tu amigo, ni lo es la ley del mundo; no hay en el mundo ley que pueda hacerte rico. No seas pobre, entonces; infríngela y toma esto.
Boticario: Mi pobreza mas no mi voluntad consiente.
Romeo: Le pago a tu pobreza, pues, no a tu voluntad.
Boticario: Ponga esto en cualquier líquido que elija a voluntad y bébaselo todo, que aun de tener la fuerza de veinte hombres, con esto moriría al instante.
Romeo: Ten tu oro, peor veneno para el alma del hombre, motivo de más muertes en este mundo odioso que estos pobres compuestos que no puedes vender. Soy yo el que a ti te vende veneno, no tú a mí. Adiós. Compra comida, que en carnes te haga entrar. Ven, cordial, no veneno, ven conmigo al baluarte de la tumba en que está Julieta; allí he de usarte.
(Salenpor separado).
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