Veintiuno: Arregla tu desastre
TERCER ACTO
Trato de hacer algo con mi mierda (No esperen que tenga éxito).
MARCO
Entré al instituto con papá.
Él se había encargado de llevar un paraguas sobre nosotros durante el camino de casa a la escuela, a pesar de que llevara mi impermeable amarillo, pero no iba a quejarme. Encontraba algo reconfortante en la atención extra que me estaban dando. Me hacía sentir seguro, aunque fuera sólo unos días.
Seguro de que no me iban a dejar.
Cuando me sucedían cosas muy malas, como lo del día anterior, por lo general tardaba un tiempo en reponerme. Y mientras tanto todo se veía de otra forma. Como si no fuera real del todo, porque no le prestaba atención a nada en particular. Era mi manera de suavizar el exterior.
Me sentía en parte como si estuviera en un sueño.
Me despedí de Kit con una sonrisa vaga y fui hacia el salón en el que tendría clases, aunque aún faltaban como veinte minutos para que comenzaran. Pero quería ver si Lola no estaba allí, para abrazarla. Iba a hacerlo. Y también le iba a dejar un beso en la frente, porque tenía ganas.
La puerta estaba cerrada, pero dentro sí estaba ella. Aún no me acostumbraba a verla con el cabello corto y por un segundo la confundí con un niño.
Estaba parada sobre una mesa, con los brazos extendidos para hacer equilibrio mientras saltaba hacia la otra y su enorme chaqueta brillante y ochentosa le cubría gran parte del cuerpo.
Sonreí.
—¿Qué crees que haces?
Ella alzó la cabeza para verme con pánico, se tambaleó y se cayó. Todo sucedió tan rápido que no me di cuenta de lo que había pasado hasta como uno o dos segundos después, cuando Lola comenzó a soltar quejidos desde el suelo.
Sacudí la cabeza con confusión y me acerqué hasta ella para ver si estaba bien.
—¿Te has matado? —le pregunté con preocupación. Mi primer intención fue ayudarla a incorporarse, pero me dio miedo que eso le provocara más dolor, así que sólo le acaricié el hombro mientras ella se cubría el rostro—.¿Dónde te has golpeado?
—En la espalda —lloriqueó.
—Uy, puedes quedarte paralítica.
Ella se descubrió el rostro y me miró asustada. Lola tenía tan poco conocimiento sobre la medicina como yo. Y, por si fuera poco, nos habíamos perdido las últimas temporadas de ER Emergencias cuando las volvieron a pasar por el canal Warner.
Entonces comenzó a quejarse con más ganas, pero hizo el esfuerzo de intentar levantarse. Verla sufrir tanto me dio un poco de pena.
—Deberías ir al hospital. O a la enfermería, al menos. Tal vez a la morgue.
—No.
Chasqueé la lengua con molestia.
—Bueno, ¿Quién carajo te manda a saltar de mesa en mesa como primate?
—Cállate. —La rubia se llevó una mano a la espalda y se la frotó como pudo por sobre su chaqueta—. A ti te gusta agarrarte a mi novio en los rincones, a mí me gusta subirme a los bancos. Cada cual tiene sus pasatiempos.
Le solté el hombro. Eso había sido muy salvaje y no supe qué contestarle en ese momento. Me había desacostumbrado a su descaro en estos días sin ella.
Llegué a la sabia y madura conclusión de que hacerme el ofendido no mejoraría la situación, así que traté de verme lo más apenado que pude. De hecho, me sentía así. Y arrepentido.
No debí haber besado a Jordan en aquel momento. Incluso comencé a preguntarme si tal vez no le tuve que haber dicho a Lola algo sobre todo lo que sentía. Tal vez un simple "¿Sabes? Me gusta tu novio. Tendría sexo con él. No homo".
—Te extraño —solté.
Ella flexionó las piernas y las abrazó. Se veía demasiado pequeña cuando hacía eso. Era un poco extraño mirarla frente a mí cuando había estado evitándola hace semanas. Sentía que lucía demasiado diferente y eso no hizo más que hacerme sentir más culpable.
Me había perdido de algo.
—Ya lo sé —dijo ella, con la vista en mis botas de lluvia—.Y esta es la parte en la que dices que no puedes vivir sin mí, que me amas, que estás dispuesto a hacer lo que sea para recuperarme...
—Te amo.
Lola alzó un poco la cabeza y me miró.
—Yo también.
Deslizó su mano más cerca de mí y la tomé.
Se sentía bien estar junto a ella.
—¿No estás enojada conmigo?
La vi alzarse de hombros.
—Nah —contestó con tranquilidad—. Eres un amigo de mierda, Marco. Me dejaste pensar lo peor.
—¿Lo peor?
—Sí —continuó—. Que ustedes llevaban rato viéndose a escondidas y ninguno tuvo los huevos para decirme "Mira, Lola, la verdad es que le tengo ganas a X y tu estorbas. No homo. Paz". —levantó su mano libre e hizo el símbolo de la paz con sus dedos—. Pero Farrah sí tuvo huevos para venir a casa a robarme el wi-fi y decirme"Mira, Lola, has atrapado a los dos homosexuales en su primer beso. Seguro te lo habrían dicho". Entre otras cosas.
—¿Farrah te ha dicho qué? —La miré con confusión. No tenía idea de que Farrah hubiera ido a su casa. Ni siquiera estaba enterado de que se hablaran, de hecho— ¿Por qué ninguna me dijo nada, entonces? ¿Estabas tratando de darme una lección por besar a tu novio o algo así?
Ella jaló un poco de mi brazo para poder abrazarlo.
—No todo gira alrededor de ti.
Le puse mi mano en la cara y la aparte, ofendido.
—¿Por qué me has hecho sufrir si no estabas enojada conmigo? —Zafé mi brazo de su agarre. No estaba tan alterado, en realidad. Era más el tipo de ofensa que me da cuando veo a Farrah bostezar sin taparse la boca, o mordisqueándose las uñas— ¿Y por qué has vuelto con Jordan pero no conmigo, si ya lo sabías?
Ella se quejó de vuelta y recordé que le dolía la espalda. Se alejó gateando tal vez medio metro y se sentó a una distancia prudente desde donde me pudo mirar todo lo enfadada que quiso.
—¿Y tú por qué no me has vuelto a hablar desde entonces, eh? Feo de mierda.
—¡Lola! —exclamé con frustración— ¡Si ya sabes cómo soy!
Ella se incorporó para que yo no pudiera tocarla.
—¿¡Cómo eres!?
—¡Un inseguro de mierda! —Me agarré de uno de los bancos para levantarme—.¡Tampoco tengo huevos! Tienes razón, ¿ya me puedes abrazar?
La puerta del salón se abrió y en el vano de la entrada apareció el profesor de teatro, quien examinó el sitio antes de fijar sus ojos en nosotros.
—Marco ¿Puedes guardar tus declaraciones para la clase de teatro? —me preguntó, aparentemente enfadado—. No pueden estar con la puerta cerrada, de todas formas ¿Dónde se creen que están? —se quejó, y se marchó.
FARRAH
Estaba lloviendo.
Jordan había buscado un sitio cerca del río para estacionarse, así ambos podrían acabar el desayuno a gusto antes de entrar a clases. No hacía demasiado frío, así que se permitió bajar un poco la ventana; lo suficiente como para que entrara el olor a tierra mojada acompañado de un poco de viento, pero no tanto como para que el interior del auto se mojara.
Aún así, ella era capaz de sentir minúsculas gotas golpeando su rostro, inofensivas.
—No, Katelyn es más pequeña que yo —Le volvió a explicar a Jordan mientras él intentaba sintonizar algo en la radio—.Mirra es la mayor.
—¿Mayor que tú, o mayor que todos tus hermanos?
Ella apartó la vista del parabrisas para mirar a su acompañante. Él parecía estar haciendo un gran esfuerzo por comprenderla, pero seguía perdiéndose. Notó que la bufanda verde que se había colocado antes de salir de su casa ahora estaba colgando sobre sus hombros, mal acomodada, pues se la había aflojado para poder comer la dona azucarada que acababa de comprar.
Le gustaba decirse a sí misma que pasaba tanto tiempo con Jordan sólo para asegurarse de que no faltara al instituto o a los entrenamientos; pero los dos sabían que sí estaban ahí, era porque ambos querían.
—Que todos —repitió y suspiró, algo exasperada.
No era tan difícil de memorizar. Eran siete hermanos, no veinte. Jordan era hijo único. Ese era el problema, según ella.
—Da igual —volvió a hablar. Aseguró un poco más el agarre sobre su vaso de café y bebió un sorbo. Estaba hirviendo, le calentaba las manos, y ella parecía encontrar algo placentero en el deje amargo que quedaba en su lengua—. No comiences a extrañarme tan pronto —le pidió con molestia—. Es estúpido.
Comenzó a sonar una canción de Sufjan Stevens en la radio, pero no estaba segura de cuál. Todas le gustaban.
—¿Qué tiene de malo extrañarte?
Ella lo miró como si fuera estúpido. Jordan a veces le hacía perder la paciencia, porque parecía incapaz de pensar de la manera en la que ella lo hacía. No comprendía sus puntos. Le gustaba preocuparse.
—¿Cómo vas a extrañarme si sigo aquí? —Subió un pie sobre el asiento y apoyó el codo en la puerta del auto—¿Ves lo tonto que suena?
Se apartó un poco el cabello del rostro, arrepentida de haberle dicho que se marcharía. Por eso no pensaba quedarse demasiado tiempo en cualquier lugar. La gente comenzaba a extrañar incluso antes de que nadie se marchara. Y eso la hizo pensar en a dónde se iría una vez que ya no estuviera allí ¿A Boston?
No, no. Quería un sitio donde hiciera mucho calor. Podía trabajar en cualquier sitio que le pagara lo suficiente como para rentarse un cuarto y comer lo suficiente.
—¿Esperarás a la graduación al menos?
Miró por la ventana y bebió otro poco, pero las gotas distorsionaban la imagen a través del cristal. Alcanzaba a ver luces algo borrosas que en cualquier momento se apagarían.
Estaba amaneciendo.
—No creo.
Se acomodó un poco más en el asiento, en un vano intento por mantenerse un poco caliente. No quería cerrar la ventana, pero se le estaba poniendo la piel de gallina en las piernas.
Chasqueó la lengua.
Subió el otro pie al asiento y se las ingenió para colocarse de rodillas sin volcar el café, mirando a Jordan. Se inclinó un poco hacia el asiento de él y su cabello se derramó. Se lo pasó por sobre un hombro mientras lo veía apartarse un poco de ella como reflejo.
Tenía que hacer algo porque no iba a aguantar su penas más tiempo.
—Mira, no me voy hasta que acaben las clases, así que no seas quejón ¿Por qué no en vez de llorar me ayudas a acabar con el proyecto de teatro? —le pidió. Debía entregarlo ese día y aún le faltaba una parte.
Se quedó observándolo un rato. Jordan también la miró. Buscó sus ojos, pero acabó desviando la mirada hacia otro punto con disimulo, y ella se percató de que era algo que hacía muy a menudo. Bebió un trago más largo, el café le quemó la garganta, y dejó el vaso detrás de la palanca de cambio. Giró la perilla de la ventana un poco más y sacó la mitad de su cuerpo por la ventana.
Un gota golpeó su cabeza y le humedeció el cabello. Luego otra. Y otra más.
—¿Qué crees que haces? —oyó que le preguntaba Jordan a su lado.
Farrah inspiró hondo. A veces era difícil lidiar con él porque no hablaba mucho, pero tampoco sabía disfrutar del rato, como hacía ella.
—¡Saca la cabeza! —le ordenó al castaño. Dio un golpe en el parabrisas desde afuera y señaló al sol en el horizonte—¡Mira!
El cielo era naranja y rosa. Pero no un rosa suave, sino fuerte, casi fosforescente. Y teñía las nubes como si alguien acabara de encender un reflector detrás de ellas. Había algo tan extraño en la lluvia cuando había sol, y en el hecho de que nadie se fijara en el cielo cuando se trataba de algo tan inmenso, que se cernía sobre todos.
—¡¿Qué diablos quieres que vea?!
Jordan sacó la cabeza por la otra ventana y la miró por sobre el techo. Farrah rio con entusiasmo, pues había creído que no se atrevería, y le señaló el sol justo antes de todas las nubes. Una gota gorda cayó sobre su nariz y cerró los ojos con fuerza.
Cuando los abrió, se encontró con el castaño observando el cielo. Había alzado un poco el mentón y echado la cabeza hacia atrás, con una mano aferrándose al techo del auto y la otra usándola de visera.
Se vio obligada a meterse cuando el agua se comenzó a colar por su camiseta. Jordan hizo lo mismo unos segundos después. Se pasó una mano por el rostro para secárselo, pero ella tironeó de la manga de su camiseta y se acercó a él para hacerlo.
—De nada.
Jordan rio y cerró los ojos mientras la dejaba pasarle la manga por la cara. Debajo de la tela ella sintió el frío de su piel y le acomodó el cabello para apartárselo del rostro, porque con el agua se le había pegado en la frente.
Pensó que en el fondo no era difícil darse cuenta de por qué Marco llevaba tanto tiempo enamorado de Jordan. Era fácil amarlo.
Él abrió los ojos y la miró fijamente. Cuando sintió las manos de él en su rostro no se movió, ni dijo nada. Las dejó deslizarse con paciencia por sus mejillas hasta borrar las gotas de agua. Sintió que las movía con cautela, como si temiera no estar siendo gentil. Y en ese momento, pudo jurar, algo dentro suyo se quebró.
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