Veinticinco: Sigue los consejos de Leo


—Ya sabía yo de ti. —Leonardo le dio otra lamida a su helado de cono y siguió caminando, rumbo a mi instituto para acompañarme—. Quiero decir, papá me habló de ti hace como un año, cuando conocí a Giorgia, pero eras menor de edad. Así que no podía acercarme a ti. —Hizo una mueca de asco algo exagerada—. Por cuestiones legales y esas cosas de adopción, no porque sea un delincuente. Haz de cuenta que no he dicho eso último.

Me ahogué con el sorbo de café caliente que acababa de ingerir y me salió un poco por la nariz. 

Él movió la cabeza para mirarme sin dejar de caminar y soltó una carcajada. Se veía mucho más relajado de lo que yo me encontraba en aquella situación, pero claro, él ya había pasado por eso con mi hermana antes. Tenía experiencia estableciendo primer contacto con bastardos de su padre.

Aún no sabía como describir a Leonardo, pues no acababa de decidir si él me agradaba o no.

Era unos centímetros más alto que yo, y más corpulento. Pero cualquier persona lo era, en realidad, porque yo era un palo. Él parecía la clase de tipo que va al gimnasio para poder ir a lucirse en la playa cuando fuera verano.

Pero no era molesto. Se veía como si pretendiera contagiar a la gente con su buen humor. Como si prefiriera mantener todo en su estado más simple.

—Tampoco es como si me muriera de ganas por ir a conocerte —continuó cuando me recuperé, con la vista al frente—, pero hubo una actualización de estado: papá se lo ha contado todo a mamá, y eso evidentemente no le ha caído de maravilla. Fue todo un puto caos, pero por suerte yo ya había vuelto a mi departamento cuando se desató todo. Lo habían estado fumigando. —Me miró sonriente—. En fin. Echó a papá. Se van a divorciar. Tendré el doble de regalos por navidad.

Bueno, aquí iban las razones por las que me caía mal Leonardo:

Uno: Se veía físicamente mucho mejor que yo. Como si él fuera un disco original con videos de las grabaciones en el estudio, y yo la versión ilegal que encontrarías en ferias clandestinas al diez por ciento del precio, con la lista de canciones en fuente Comic Sans.

Dos: Su futuro se veía mucho más prometedor que el mío: Se encontraba estudiando para ser oficial. Quería ser detective y probablemente no se muriera de hambre como yo.

Sabía que era estúpido tenerle celos, pero estaba hablando del hijo con el que Martino se había quedado. Y era horrible pensarlo así, porque en realidad ni siquiera debió haber elegido. Eso lo convertía en una persona del asco. Pero cuando sabes que tu padre prefirió a otra familia antes que a la tuya, a otro hijo antes que a ti, te comienzas a preguntar un montón de cosas. Como por qué lo escogió a él. ¿Qué es lo que tenía que yo no?

Y la situación era mucho peor cuando la respuesta era tan obvia.

—No lo cuentes tan a la ligera —acabé pidiéndole—. Es horrible.

Lo sentí observarme pero no me atreví a mantenerle la mirada, así que me limité a darle otro sorbo a mi café mientras íbamos caminando por la acera y esquivando a gente con prisa. Habían muchos tipos en trajes a esa hora de la mañana en la ciudad. Y varios niños yendo a la primaria.

—Lo siento —acabó diciendo, pero no sonó apenado, así que lo miré. Se encontraba sonriéndome de forma sincera, con los ojos achinados—. Yo también estoy horrorizado, pero a mal tiempo buena cara.

—¿Eso te funciona?

Se alzó de hombros.

—Con el tiempo te das cuenta de que las cosas no son tan terribles como parecen —reflexionó al respecto—. O quizá sí, pero es la vida de papá, no la mía. Esas cosas no me conciernen.

Otra razón por la que me caía mal: Llamaba a Martino "papá", como si él diera por sentado que yo lo veía de la misma forma que él.

Y aquí una razón por la que yo me odiaba a mí: Ninguna de las anteriores razones eran verdaderos motivos para odiarlo. Sólo se trataba de mí siendo un celoso resentido con una persona que en realidad no tenía nada que ver.

Volví a permanecer en silencio. Por lo general me gustaba decir cosas estúpidas, pero aquella situación me superaba y no sabía cómo portarme.

—¿Cómo llevas esto tú?

Su pregunta me hizo volver a prestarle atención. Seguía mirándome, pero esta vez preocupado, aunque el buen humor no había desaparecido. La manera en la que llevaba acomodado el cabello de esa forma tan desenfadada, como si se hubiera pasado la mano para despeinarse un poco y no le importara, lo hacía lucir completamente despreocupado.

—No lo sé —confesé. No tenía idea de cómo sentirme al respecto, no tenía idea de cómo actuar—. Yo... no quiero tener nada que ver con esto. Tengo a mi familia. —Me alcé de hombros con calma y busqué algún indicio de molestia en su expresión, pero no lo encontré—. Y tu padre no es mi padre. No soy un Bonanno. Apenas sí puedo con el hecho de que tengo un hermano...

—Dos.

—Bueno, sí, pero Giorgia...

—No. Tengo otro hermano.

Debió de haberse traspasado a mí cara el horror que me inundó en ese momento, porque la sonrisa de Leonardo de borró.

—Giorgia no te lo ha dicho —concluyó, posiblemente consciente de que acababa de cagarla—. Pues... me congratula ser quien te informe de la existencia de tu otro medio hermano —ironizó, aunque se notaba que su intención era hacerme reír—. Se llama Valentino. Es un niño encantador. Diecinueve maravillosos años...

—Oh, Dios.

Me pasé una mano por el rostro y traté de asimilarlo mientras Leo comenzaba a reír. No quería saber más nada del asunto. Que se fuera a la mierda. Era demasiado para mí. Por lo menos durante todo un año ya no quería más sorpresas.

Afortunadamente llegamos a la entrada del instituto. Estaba lleno de estudiantes afuera, pero nadie nos prestaba atención. Le alcé la mano a Lola, quien se encontraba en la calle de enfrente, y ella se dispuso a cruzar para acercarse.

El día era precioso y el sol era cálido y agradable cuando pegaba en el rostro, pero yo ya había llegado a mí límite.

Me dispuse a despedirme del rubio cuando mi amiga hizo acto de presencia.

—¿Entonces era cierto? —Me tomó por el brazo y me miró, luego a él.

—¿El qué?

Me volví un poco para mirarla, sin comprender. Ella extendió un brazo para señalar a Leonardo y estuve tentado a decirle que eso era de mala educación, pero a él no pareció molestarlo. Se veía entretenido mordiendo el cono de su helado, hasta que alzó la cabeza para mirarla y le sonrió con los ojos cerrados, como si estuviera contento de verla.

—Leo me ha dicho que viene del registro civil de Nevada —contestó la rubia mientras saludaba al muchacho con la mano—. Me ha preguntado por ti hace unos días. Me ha contado sobre Farrah y Las Vegas, así que le he creído. Mira esa cara. —Volvió a señalarlo, pero esta vez directo al rostro—. Se ve precioso y confiable.

—Puedo oírte —contestó el aludido luego de darle una última mordida a su cono mientras trataba de no reír. Luego me miró a mí—. Y sí es cierto eso. Me temo que no puedes divorciarte de Farrah.

Ni siquiera fui capaz de procesarlo.

—¿Qué?

—Es broma, no te desmayes. Tenía que sacar tu dirección de algún lado —agregó con urgencia al notar que podría llegar a perder la consciencia—. Me lo ha contado Giorgia. Yo digo que no te estreses por eso. Sólo haz de cuenta que nada ha sucedido.

Le di un largo trago a mi café. Seguía caliente, pero necesitaba la cafeína.

—¿Esa es tu solución?

Leonardo inspiró hondo y miró al horizonte, como si estuviera recibiendo energía e inspiración del mismísimo Apolo a través de los rayos del sol. Luego, se colocó sus lentes de sol.

—Le funciona a todo el mundo ¿Verdad? —fue su gran respuesta.

—No, claro que...

Farrah pasó a mi lado y me ignoró. Llevaba el cabello mojado y suelto, y era lo suficientemente largo como para cubrirle parte del rostro, pero aún así se veía su ojo morado y el labio partido. Me volví para verla alejarse hacia la puerta de entrada a paso rápido con el casco de su bicicleta debajo del brazo, y todos imitaron mi gesto.

Comenzaron los murmullos.

Se veía enfadada.

Dejé a Lola hablando con mi hermano y apresuré el paso para alcanzarla. Ella no desaceleró el paso al notar que venía detrás suyo. De hecho, creo que comenzó a andar más rápido.

Entramos al instituto y comenzó a esquivar estudiantes, pero no hizo tanta falta, porque la mayoría se apartaban al verla.

—Farrah.

No se detuvo. La gente comenzó a verme a mí y los murmullos fueron aumentando. La seguí escaleras arriba, hasta el siguiente piso, donde había menos gente, y aún así no se detuvo. La había dejado hace poco más de una hora y ella parecía estar completamente bien, salvo por su estado físico, claro.

—Farrah ¿Estás bien?

Se metió al baño unisex que estaba junto a la secretaría.

Nadie entraba nunca a ese baño salvo para usar los grifos o cambiarse. Estaba vacío, como de costumbre.

La vi caminar frente a los cubículos para asegurarse de no ver pies dentro y luego se volvió para verme.

—¿Qué le has dicho a tu padre? —preguntó con calma.

Su tono de voz me hizo preguntarme si estaba enfadada o no. Quizá lo había mal interpretado, aunque para mí ella siempre estaba enojada. Incluso cuando andaba de buen humor.

—¿Ayer?—le pregunté con confusión, pues era lo único a lo que podría estar refiriéndose. Ella asintió en respuesta—.Que te habían robado ¿Qué sucede?

—¿Nada más? —Negué y me alcé de hombros. No recordaba haberle dicho nada más que eso. Necesitaba una excusa para poder quedarme con ella y de todas formas verían su rostro cuando fuera a clase. Bajó los hombros—. Han llamado a mi hermano hace un rato.

La miré con confusión.

—Lo siento ¿Qué tiene que ver tu hermano en todo esto? —pregunté con recelo. Ni siquiera sabía que tenía hermanos.

—Figura en mi planilla de inscripción como tutor. He falsificado su firma y...

—¡Farrah!

Alzó los brazos para mostrar su inocencia.

—¡Era la única manera de inscribirse al instituto sin la autorización de mis padres! ¿Va?

Tiré lo que me quedaba de café en el cesto de basura, junto con el vaso de cartón. Se me habían quitado las ganas de seguir bebiendo y no sabía si era por estar en el baño o porque todo se oía a que Farrah acababa de meter la pata.

—¿Y qué ha sucedido? —la apremié con resignación.

—Le han dicho que están preocupados por mí, que les gustaría hablar con él...

—¿Y dónde está él?

—Escondido en mi armario. —Rodó los ojos y me lanzó su casco para que lo atrapara y así ella pudiera agarrarse la cabeza con las manos— ¡En otro Estado! ¿Dónde crees?

Bueno, esto podía ser grave. Faltaba tan poco para que las clases acabaran y si se ponían a investigar a Farrah...

—¿Temes que se enteren que no vives con él?

—No. —Negó con la cabeza—. Temo que él venga aquí.

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