the night's prince
Roma, Italia. 2000.
¿Por qué estaba Kim Doona en la Stazione di polizia de la ciudad de Roma un lunes a las dos de la madrugada hablando con una mujer borracha entrada en años, cuya resaca le haría olvidar cada palabra que la chica hubiese contado a la mañana siguiente?
¿Había, pues, matado a alguien? ¿Sucumbido ante los pecados mortales y ahora era castigada con una mera porción de pan y un vaso de leche en todo el día?
¿Qué importaba si hubiese sido una cosa o la otra cuando la realidad era totalmente distinta? Tan desfigurada y psicótica para los oficiales de policía que ni bien escucharon su versión de la historia la echaron a la celda sin derecho a réplica.
— ¡Tienes la noche! —gritó un oficial italiano de abundante cabello negro y en un torpe inglés donde se apreciaba el acento de su natividad europea —En la mañana, venir tu compañero. Él vendrá por ti y pagará multa. ¡Dinero! —alzó la voz nuevamente con esa voz chillona que generó molestias en la mujer borracha —¡Inaceptable comportamiento! —y dejó a ambas "delincuentes" en medio de la noche atrapadas en aquella celda, con una lámpara de luz blanca en la esquina y las polillas revoloteando alrededor.
— ¡Vaffanculo!* —gritó la mujer a modo de respuesta cuando se hartó de las recriminaciones contra Doona; la cuál entendió más o menos sólo la mitad de lo que el oficial había dicho.
— ¡Stronza!* —se escuchó decir al hombre a lo lejos.
El calor de la celda con barrotes de hierro oxidado y paredes de ladrillos rojos hizo que el sudor se hiciera presente en la frente y el cuello de Doona, pero lejos de preocuparse por su temperatura corporal y el hecho de que estaba detenida en la ciudad donde había ido a dar su tan esperado concierto que le había abierto las puertas del gran mundo de la música apenas unos días antes, Doona estaba pensando en Jungkook.
Se recostó sobre la pared de ladrillos y subió la acuosa mirada hacia el cielo nocturno que apenas se podía apreciar a través de la minúscula ventanilla que estaba en la pared; tan estrecha como una caja de zapatos.
Los hermosos ojos de color azul aguamarina de la chica se inundaron de lágrimas que se camuflajearon por la oscuridad del recinto.
Doona no sólo había tenido el privilegio de nacer con el don para la música sino que, para ser de origen asiático, algo se había cruzado en su genética que le había otorgado esos hermosos ojos de color aguamarina que reflejaban la luz del sol en los atardeceres y que ahora lloraban por un desconocido que en cuestión de pocas noches se ató a su corazón.
Y al que nunca volvería a ver, gracias al cielo.
Para tranquilidad de ella, las lágrimas no eran de tristeza pura. Estaban más bien, cargadas de una extraña mezcla entre felicidad y nostalgia.
Si bien no volvería a ver a Jungkook y éste era el causante no sólo de su detención, sino de sus lágrimas; sabía que, el que no lo volviera a ver significaba que las cosas habían salido muy bien para él.
Eso esperaba.
Cuando saliera de la celda al día siguiente, esperaría que cayera la noche nuevamente sólo para comprobar que había hecho lo correcto. Que la estatua todavía estaría hecha pedazos y que la silueta del castaño estaría difuminada en el paisaje.
Cuando Doona vino a Italia nunca pensó que se vería envuelta en una alucinante historia que a oídos de cualquier incrédulo sonaría a patrañas; pero lo cierto era que ella no mentía cuando hablaba de Jungkook.
Jungkook, el hermoso príncipe de la Luna cuyo manto negro de la noche lo acariciaba haciendo que cada hebra de cabello brillara e hipnotizara hasta a la más retrechera de las enredaderas colgadas de las agrietadas paredes en las casas de Roma. Hablar de él provocaba en Doona la evocación de una hermosa imagen del castaño siempre sumido en la noche pero cuyo brillo plateado revoloteaba en el aire y la hechizaba.
Lo había hecho pocas veces, con su compañero Seokjin por ejemplo, pero éste a duras penas le dio crédito a lo que escuchaba y no porque fuese un mal amigo, sino porque las palabras de Doona sonaban a chorradas, montones de mentiras.
Un ser tan hermoso con Jungkook no podía existir y menos bajo las circunstancias de su historia.
La siguiente vez fue con los policías y estos menos creyeron una sola frase de su testimonio y el por qué había hecho lo que hizo ese día cerca de la medianoche.
Ahora bien, si nadie en el mundo parecía dispuesto a creerle, ella se llevaría a la tumba aquella mágica y triste historia de amor en la que fue partícipe como la fugacidad de una estrella. Se tejería en las arrugas las palabras del castaño y crecerían junto a sus canas los recuerdos que logró crear junto a él.
Sólo fueron unas noches pero Jungkook se llevó su corazón sin derecho a réplica.
— ¿Por qué lloran esos ojos de color agua? —los pensamientos de Doona se vieron abruptamente silenciados por la voz de su acompañante de celda. Doona giró su cuerpo hacia aquella señora que la había defendido minutos antes y le regaló una minúscula sonrisa apenas perceptible.
— ¿Cómo has visto a través de la oscuridad? —respondió en su inglés aprendido de secundaria. Evidentemente ella era coreana y Laura, su acompañante, italiana. Por lo que la comunicación sería un tanto torpe pero la verdad es que, en situaciones como estas las palabras no lo eran todo.
Laura se acercó hasta donde estaba Doona y ella replegó los pies para darle espacio en su sitio. Ahí pudo ver que se trataba de una señora de no menos de cuarenta años con evidentes canas a cada lado de su cabello castaño claro; llevaba una pañoleta en la cabeza y el rostro tenía algunas manchas rojas en la nariz y los pómulos.
— Niña, he llorado tantas noches de mi vida que reconozco esos silencios que anteceden a la tormenta del corazón —Laura le colocó una mano sobre la suya y entonces hasta ese momento Doona no había sido consciente de que no volvería a ver a Jungkook.
Entonces esa tormenta se desató y Doona ciertamente lloró.
***
Teatro dell'Opera di Roma, 8 días antes.
Les larmes du Jacqueline se despidió con una ráfaga de aplausos y ovaciones cuando Doona terminó la presentación para la que tanto se había preparado.
La luz amarillenta de las docenas de bombillos la encandiló cuando se inclinó para agradecer los sonoros aplausos y las ligeras gotas de sudor caían a través de su cuello hasta absorberse en la tela de su vestido negro.
Seokjin fue uno de los que más gritó y celebró con ella detrás del gran telón que la recibió junto a varios de sus compañeros. Su alto amigo de cabello negro y camisa roja lloró con ella y le entregó un ramo de flores que olía a paraíso.
La noche había sido tan brillante como pudo ser, el violín de Doona el centro de luz y sus notas como estrellas en el cielo.
Desde hacía un año que Kim Doona se estaba preparando junto a varios de sus compañeros de la escuela de música para presentarse en Roma; el sueño de la chica de 23 años desde que podía recordarse así misma hurgando en las fotografías de su abuelo; un gran músico, quien se había presentado en muchos lugares de Europa.
Como su nieta, seguiría sus pasos, e Italia era apenas el comienzo.
— ¿Cómo lo hice, Seokjin? —preguntó entre lágrimas mientras el delineador se le chorreaba por los párpados inferiores dejando un rastro fantasmal. Seokjin cogió la manga de su camisa roja y le secó las manchas negras .
— Esa pieza ha sido perfecta para ti y tú le has dado vida. Juro que pude ver a Jacqueline paseándose por los pasillos de este salón.
Doona sonrió emocionada y le dio un abrazo agradeciendo tenerlo en su vida para compartir estos pequeños momentos que requirieron muchas noches de esfuerzos y arduos días sin descansar.
Un sueño cumplido para la lista de "cosas que hacer antes de morir" de Doona.
Terminada la presentación del resto de los chicos, la orden era que volvieran al hotel para realizar una cena de celebración, y como muestra de orgullo por parte de su escuela de música, les iban a regalar una semana de vacaciones en Roma, gracias a que durante los últimos meses los estudiantes habían recibido clases, ensayos y más ensayos sin parar.
— ¿Es decir que tendremos tanto tiempo para conocer la ciudad? —preguntó Doona con los ojos muy abiertos mientras se llevaba a la boca un bocado de la parrilla que estaban compartiendo.
Su profesora asintió.
— Estoy orgullosa de todos ustedes. Sé que a veces puedo ser dura pero realmente valoro todo su trabajo —todos aplaudieron emocionados y siguieron comiendo entre charlas y tragos.
La noche transcurrió más rápido que lo que Doona hubiese querido, pero a pesar de que una noche se acababa todavía tenía varias por delante donde podría ir descubriendo la hermosa ciudad iluminada que tenía frente a sus ojos.
Estaba en el balcón de su habitación, su mirada se perdía más allá de lo que las luces le permitían en escenarios imaginarios y rincones por descubrir.
La luna llena sobre su cabeza, de pronto sus pulmones absorbiendo al aire frío de la noche como si le purificara el alma. Cerró los ojos con suavidad y se dejó envolver por la atmósfera y la felicidad que le entibiaba el pecho desde que había dejado el teatro con llanto de felicidad junto a sus amigos.
Estar en ese preciso instante junto a personas que quería luego de haber cumplido uno de sus sueños en la ciudad que deseaba conocer desde hacía mucho parecía insuperable. Quizás ningún momento en su futuro se compararía a ese.
O eso creía Doona.
— ¿Disfrutando la vista? —le preguntó Seokjin quien había entrado a la habitación sin que Doona se percatara por estar sumida en sus pensamientos.
— Más que la vista —se giró hacia su amigo quién le ofreció una taza de café y se sentó en el borde de la cama.
Seokjin podía ser la definición del hombre perfecto para Doona: Inteligente, talentoso, amable, gracioso y para los estándares de belleza de muchas personas, absolutamente guapo. Sin embargo, nunca habían tenido ninguna atracción el uno por el otro y su amistad era sólida. Ningún sórdido sentimiento romántico que se cruzara entre ellos y había sido así desde hacía mucho tiempo.
— Estoy feliz de poder compartir este momento de tu vida contigo, Na. —comentó su amigo con una sonrisa cálida en los labios —Sé que te lo repito mucho pero...
— No importa las veces que lo repitas. Saber que estás a mi lado apoyándome me ha dado fuerzas para pararme en ese escenario hoy.
Acontecía que, Doona desde joven a pesar de ser extrovertida y amar la música le tenía cierto miedo a los escenarios pero con el paso de los años y los cálidos consejos de su amigo había podido ir superando dicha aversión.
Seokjin le volvió a conceder una de sus sonrisas mágicas y se levantó de la cama, le dio un tenue abrazo y luego le despeinó ligeramente el cabello removiéndoselo como a un niño pequeño.
— Descansa, ha sido agotador. Esta ciudad nos espera mañana y no va a poder conmigo y mi cámara —Rió graciosamente con su particular sonido y Doona explotó en carcajadas.
— Lo que tú digas.
Pronto el silencio aconteció de una forma abrumadora y sólo quedaron el aire gélido, las luces de la ciudad y un ligero murmullo lejano. Doona quiso terminar de grabar en sus retinas la vista nocturna que Roma le estaba otorgando antes de sumirse en sueños, sin embargo, algo captó su atención cerca de la plaza que estaba ubicada muy cerca del hotel y que de pronto, la hipnotizó.
Allí, en el medio de la plaza una hermosa fuente con una escultura en el centro. Desde esa distancia Doona no alcanzó a ver con detalle la escultura que parecía de mármol, sin embargo, lo que sí logró divisar con mayor claridad fue al chico que estaba delante de ella.
¿Por qué a esta hora?
El joven estaba de espaldas con las manos metidas en los bolsillos. Un pantalón negro de vestir, una camisa blanca con algún estampado negro y un perfecto cabello castaño. Parecía divina magia que desde aquella distancia Doona pudiese percatarse de la figura del chico que parecía brillar bajo la luz de la Luna.
Doona se frotó los ojos y se inclinó más en el balcón.
El murmullo de una tonada le llegó hasta los oídos sin saber de dónde exactamente pero podría ser de algún otro hotel cercano, lo cierto es que, en ese momento ella no se abstrajo por la música que tanto adoraba sino por los finos movimientos del brazo derecho del chico quien parecía ir con el ritmo de la tonada.
Una suave brisa hizo que el cabello de Doona se le estampara en la cara y para cuando retiró los mechones rebeldes, notó que la figura del joven se giraba lentamente hacia su dirección.
Entonces la divina magia pareció cobrar aún más vida cuando las perlas del extraño de clavaron en su rostro.
En aquella esbelta figura había un rostro tallado por Haniel. Un perfil exquisito que Doona consideró que algo así sólo podía ser real en una ciudad tan majestuosa como Roma.
El chico permaneció inmóvil observándola desde la distancia mientras que la brisa le removía el flequillo. Sus labios convertidos en una línea permanecían quietos casi como el corazón de Doona que se había detenido cuando él la tomó con la mirada.
Parece el príncipe de la noche.
La alusión le hizo un poco de gracia en su cabeza al verse actuando infantilmente colocándole un apodo semejante al extraño que permanecía todavía bajo la luz de la Luna, rodeado de la hermosa fuente de mármol y acompañado de una tonada mordazmente romántica.
Parecía la imagen congelada del príncipe encantador de un cuento. Sin embargo, Doona admitió que verse inclinada sobre el balcón para observarlo mejor podía parecer extraño y que el rubor de sus mejillas la estaba delatando aún si dudaba que él la pudiese ver desde ahí.
Entonces, sin saludos ni regalías pensó en que era hora de meterse a su habitación, cerrar el balcón y quizás tener un sueño bonito con aquel muchacho encantador que le robó el aliento por escasos pero eternos minutos. Lo catalogaría como la primera belleza encontrada en Roma y luego lo olvidaría.
Sin embargo, cuando sus pies estaban de dar el giro hacia la acolchada cama, pasó.
El príncipe de la noche le sonrió.
Y las siguientes dos noches le volvió a sonreír.
Porque como si no hubiese sido suficiente la visita de una noche, pronto Doona se descubrió así misma buscando al encantador muchacho cada vez que se iba a dormir luego de su primer encuentro y la escena se repetía de la misma forma, con la misma lentitud y gracia de la primera vez.
Una escena tan buena como la de una película que quieres mirar una y otra vez para revivir los sentimientos que te produce.
Sólo que, a la cuarta noche cuando Doona se asomó en el balcón de su habitación para revivir la escena y encontrarse con su príncipe secreto no había tal cosa.
Ni príncipe, ni escena, ni sonrisa de diamantes.
Sólo la fuente. Sólo la noche y el viento; el silencio y el creciente sentimiento de profunda tristeza en el pecho de Doona, como si le hubiesen quitado algo que nunca tuvo en realidad.
Le dijo adiós en silencio al misterioso chico del que no se pudo despedir y finalmente comprendió que luego de tres noches hechizada por su sonrisa, no había ninguna otra obra de arte de Roma que le fuera a cautivar como él.
Era su pura y solemne verdad.
❀
hola linduras, decidí convertir este shot en una mini historia de tres capítulos:
the night's prince
the cursed
the fountain
la pieza musical que tocaba doona se las dejé arriba en el video. me dejan saber qué tal las pareció~ un abrazo.
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