the cursed


Doona no pudo dormir la siguiente noche; parecía que había quedado flechada por el apuesto joven que sólo le sonreía por las noches. 

Pero eso dicen de los romances, ¿no? Que muchos de ellos comienzan con una sonrisa incluso si no hay palabras de por medio. 

Pues no sabía a ciencia cierta qué era lo que cruzaba por la mente del castaño adorado por la noche pero lo cierto es que, o era el aire de Roma, o era que ella nunca había visto a alguien tan hermoso como el desconocido. Por eso, y porque por primera vez sintió en el fondo de su alma que debía saltarse las normas y seguir sus instintos, es que a la cuarta noche, se vistió a eso de las diez y media y espero que todos sus compañeros se hubiesen dormido.

A pesar de que no había ninguna normativa que les impusiera no salir de noche, el irse sola a recorrer la plaza sola, no era algo que probablemente dejara tranquila a su profesora o a Seokjin, así que prefirió guardar el secreto.

Se colocó un vestido negro sencillo cuello tortuga y unos zapatos deportivos blancos, más un tapabocas negro, iría a la plaza, se acercaría a la fuente; esperaría un rato a ver si el famoso "príncipe" aparecía y si no lo hacía, entonces regresaría rápidamente al hotel antes de que alguien se enterase.

Recorrió con cuidado el pasillo hasta la salida del hotel y saludó al recepcionista de guardia que le dijo algo en italiano que ella no alcanzó a escuchar bien. Se llevó su teléfono móvil por si acaso y emprendió el rumbo.

Las calles eran más estrechas de lo que pensó o así lucían por la noche, ya que durante los paseos de los días anteriores, daban la impresión de que eran más grandes, o quizás era el miedo que Doona sentía por estar sola en las desoladas calles.

Siguió caminando a paso rápido hacia donde ella creía que quedaba la plaza, puesto que desde su ventana se veía bastante cerca, pero definitivamente no estaba tan cerca como pensaba o las piernas se le estaban cansando por la adrenalina. 

Lo cierto es que, luego de unos minutos "interminables", Kim Doona había llegado a la plaza y ahora estaba frente a una hermosa escultura de mármol no muy grande que en la placa donde yacía su nombre dictaba "Los amantes malditos".

— Acontece que... —Doona observó bien la escultura. La porción de agua que la separaba del borde no era demasiada pero sí suficiente para que si alguien entraba allí se bañara medio cuerpo al menos —Es mármol —Y de uno exquisito.

Doona no sabía qué era lo que la había hipnotizado nuevamente, pero la luz de la noche cayendo sobre los rostros de los "Los amantes malditos" según el traductor en inglés, le transmitieron la misma sensación en el pecho que el joven príncipe nocturno que había venido a buscar.

Si pudiera expresarlo con palabras el pecho se le llenaba de pequeñas partículas de luz que crispaban y temblaban por dentro, con una mezcla de ensoñación, admiración y tristeza.

Mucha tristeza.

Hasta ahora la escultura siempre se veía a lo lejos desde el hotel pero ahora que estaba frente a ella, las expresiones de aquellos amantes le generaron un dolor tan punzante en el pecho que cuando se dió cuenta ya era tarde y tenía el rostro con rastros de lágrimas. 

No quería seguir viendo la escultura. Entonces, se volteó.

Y ahí estaba.

El príncipe de la noche, parado a unos pocos metros de ella con ese encantador brillo. Definitivamente él brillaba como ningún otro humano que hubiese visto pasar de casualidad en su vida. 

Sus hermosas facciones la dejaron embelesada por unos buenos segundos, sus ojos negros clavados en ella, su cabello castaño echado hacia un lado, su vestidura tan elegante y a la vez bien ajustada a su esbelto cuerpo.

Por fin, encontraba a su príncipe.

— Tú eres el chico, el mismo de las tres noches anteriores —dijo casi en un susurro pero a esa distancia el otro logró escucharla, sólo asintió aún con sus perlas clavadas en el rostro de Doona.

Ella notó algo. La tristeza no había desaparecido. 

Y cuando el chico se fue acercando cada vez más a ella, ese sentimiento se fue haciendo cada vez más profundo hasta el punto que se llevó la mano al pecho.

¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué un momento que se supone tenía que ser hermoso de un segundo a otro la estaba lastimando?

El joven príncipe se acercó hasta la placa y señaló a la misma.

— Los amantes malditos —Dijo Doona suavemente pero la tristeza estaba ardiendo en su pecho.

Ella se acercó con dudas hasta él, porque permanecía con el semblante serio y no le sonreía como en otras oportunidades. 

— ¿Cómo... te llamas?

Él seguía señalando la placa. Insistía una y otra vez pero Doona sólo podía alternar la mirada entre la placa y la hermosura cautivadora del joven.

— La he visto, ¿puedes decirme tu nombre?

Negó con la cabeza. De sus labios no salía ni una sola palabra, no había nada que el chico pudiera decirle para calmar la sensación en su pecho o alimentar la fantasía del príncipe, que pronto desapareció cuando ella se entretuvo con una llamada de Seokjin que preocupado le preguntaba dónde estaba.

Cuando levantó la mirada ya el joven no estaba y ella quedó aún con una sensación de extrañeza dentro de sí. Se pasó varias veces la mano por el pecho en pro de auto consolarse y una vez más se acercó hasta la escultura.

No entendía que intentaba él, pero ciertamente la placa no decía nada más que los amantes malditos. ¿Entonces...?

Entonces a Doona se le ocurrió una idea.

A la mañana siguiente luego de un regaño por parte de Seokjin, se pasó la tarde en su habitación buscando acerca de la escultura. Y dio con algo que quizás para cualquiera podría parecer loco (incluso para ella la primera vez que lo leyó) pero si le ponías un poco de magia a la vida, todo era posible.

Resulta que Los amantes malditos eran la historia de dos que quisieron amarse y nunca pudieron hacerlo debido a ciertas circunstancias y por ello, les echaron una maldición.

¿El cómo pasó todo?

Doona misma se encargó de averiguar cada detalle.

Hace 150 años cierto mercader de Corea del Sur había logrado hacer un trato con un mercader italiano para intercambiar especias del este de Asia con el fulano país europeo. 

Jeon, como conocían todos al mercader nunca se había atrevido a semejante viaje tan largo y siempre se había limitado a hacia pero esta vez, a su escasa edad de 25 años, tenía que sentar sus metas en que éstas fueran más grandes: Europa. 

Ocurrió que, durante su llegada el mercader italiano fue muy amable con el joven y pese a que no se entendían demasiado bien el uno con el otro lograron saldar un trato. Sin embargo, a pesar de que todo parecía bien, durante la estancia de Jeon hubo un error en la lógica de todos los planes.

La hija del mercader. 

Una hermosa chica de 21 que a primera vista se enamoró de Jeon y viceversa. Sin embargo, en aquella época no era muy bien visto la mezcla con otras razas y al ser la única hija del mercader, cuando los descubrieron en medio de un beso, fueron llevados hasta los pies del mercader italiano y su esposa.

La madre de la chica era bien conocida por ser la bruja del pueblo y pese a que muchos no creían en supersticiones, lanzó una maldición aquella noche donde los truenos y la lluvia destrozaron casi medio pueblo. Su ira era inmensa, al ver a su hija involucrarse con semejante extranjero que para ella y su esposo no valían lo que su hija sí.

Jeon quedó atrapado en una bodega, luego de ser golpeado por los amigos del mercader. La joven fue separada de él y también la castigaron. Sin embargo, el que se llevó la peor parte fue Jeon puesto que luego de la supuesta maldición y como nadie más lo conocía en el pueblo, su cuerpo amaneció en el mar a los tres días de haber sido metido en la bodega.

Lo habían asesinado.

Cuando la joven amante se enteró de ello, acabó cometiendo suicidio y así como sus padres habían mandado a Jeon al infierno, su propia hija los había enviado a ellos con su muerte.

En cuanto a la maldición, cantaba la historia del pueblo que aquella mujer gritó a los cuatro vientos.

"No verás luz después de tu muerte, no conocerás amor gracias a mi ira, sellarás tus labios porque esta historia nunca será contada y para siempre vivirás en la desdicha."

Por años la historia estuvo oculta hasta que finalmente, un historiador descubrió el diario de la joven amante y muchos años después, un romántico alcalde decidió darle vida a aquella dolorosa historia colocando la fuente en la plaza dedicada a los amores imposibles.

Sin embargo, muchas veces se decía que cerca de allí se veía merodeando al amante en busca del amor que había perdido hacía tantos años; y que, el día que la encontrara o rompiera la maldición, ese día sería cuando al fin iba a poder descansar en el más allá. 

— ¡Doona, llevas todo el día allí dentro! ¿estás enferma?

Doona se había obsesionado con la historia de la escultura pero algo no le cuadraba, ¿por qué el joven príncipe quería que ella leyera esto? ¿era alguna especie de confesión o le estaba advirtiendo que ella se estaba enamorando sola de...?

Ya estaba el cielo ennegrecido por la noche cuando Doona terminó de bañarse y corrió a eso de las ocho a la plaza. Quería verificar algo y sólo yendo a ese lugar era que podría.

Si sus sospechas eran ciertas, entonces Jeon era... Jeon era...

Miró bien el rostro del joven en la fuente y entonces lo supo.

— No puede ser.

Jeon era el mismo príncipe de la noche que ella llevaba cinco días conociendo bajo la hermosa luz de la Luna en la ciudad de Roma. 





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