XV
-¿Jugamos a las cartas?
Momentos desesperados medidas desesperadas.
Llevamos alrededor de diez minutos sentados en el sofá, con la TV y tratando de llenar ese silencio algo incómodo que nos rodeaba.
-Qué propones -dice apagando la TV y prestándome su atención.
-¿Cartas? ¿Parchis? ¿Un uno?
Se ríe.
No le veo la gracia a tratar de sacar este silencio con algo que nos mantenga entretenidos a ambos de manera divertida -sin olvidar lo que sucedió el día de la enfermería-. El recuerdo de sus manos recorrido mi cuerpo, calienta mis mejillas en un segundo.
Desvío la mirada hacia mis manos, las cuales siguen jugando con el doblado del pantalón del pijama. Había podido cambiarme antes de que Ryoma tuviera oportunidad de meter la nariz en mi cuarto.
-¿Se te ocurre algo mejor que hacer?
-Hablemos -dice, como si fuera lo más sencillo-. Tenemos mucho de lo que hablar. Han pasado varios años.
-Si quieres hablar del pasado has elegido el peor de los momentos -sentencio-. Lo que nos pasó ya quedó atrás, te recuerdo que fuiste tú el que quiso acabar con el tema. No entiendo porque quieres volver a sacarlo.
-Tienes razón. Juguemos entonces.
Me levanto para ir a por la baraja de cartas cuando él también se levanta y me sigue.
-La última vez que se le ocurrió a alguien está idea se le cayó la caja de los juegos encima -dice-. Me aseguro de no tener que llevarte al hospital.
-Un buen amigo lo haría.
-Te llevaría encantado pero la idea de pasarme horas esperando no es divertida.
No me queda otra más que asentir y callar. Sé lo que odia Ryoma los hospitales, así que no puedo darle la vuelta a la conversación si no hay algo de lo que no me resulte incómodo hablar.
Con cualquier amigo normal -con el obvio no haya tenido nada antes como lo he tenido dom Ryoma-estaria hablando de cualquier cosa, normal, sin sentir que tenía que cuidar cada cosa que dijera. Me siento mal por ello.
Sé que él lo nota. Nota que no estoy segura de hablar y prefiero tener la mente y la atención puesta en cualquier cosa o actividad -lejos del roze de nuestros cuerpos- para sobrellevar los minutos de silencio.
-¿Has pensado en lo que vas a hacer? -preguntó ordenando la mesa sin dirigirme la mirada.
-Te refieres al torneo o a la universidad.
-Ambas.
-Es obvio que si ganamos, o llegamos lejos, eso me asegurará una beta o habré llamado la atención para las internacionales. Cómo tú. Hiciste lo mismo hace unos años, elegir el tenis por encima de lo demás.
-Tu no eres yo, Sakuno -me miró, reflejando una clara preocupación por mi futuro-. Cómo bien dijiste una vez, no somo iguales. Yo elegí seguir en el tenis por mi padre, para demostrarle que no era un niño que vivía de su sombra, que podía tener mi propio puesto en los nacionales sin tenerlo a él detrás para apoyarme por el apellido -suspiró-. Tienes la oportunidad de lograr algo sin la presión de tus padres. Hazlo. Solo por ti y por nadie más.
Profundidad.
Sinceridad.
Amistad.
Sus palabras, sus ojos, su voz, todo de él me recordaba el porqué me enamoré de él en su momento. No sólo sue su exterior, lo que me hizo caer hasta el fondo sin salida fue su interior. Su inteligencia a la hora de enfrentar este tipo de situaciones.
-¿Alguna vez has pensado en jugar el tenis? -le pregunto.
Mi cambio de tema no tiene nada que ver con pasar de tema, de verdad me interesa saber esa respuesta.
Siempre me lo he preguntado.
-Al yo de hace cinco años tal vez te hubiera respuesta que sí -comienza a barajar las cartas una vez nos sentamos en el suelo uno frente al otro-. Ahora no sabría que decir. Dudaría.
-Y si tuvieras que dar una respuesta.
-Que el tiempo decida si merezco seguir jugando o no.
Me quedo viendo sus manos mientras reparte las cartas. Un juego sencillo se a convertido en una forma de hablar después de tanto silencio y sin tema de conversación. Genial.
Nos reparte tres a cada uno dejando cuatro en el centro. Podíamos pasarnos horas jugando, solos con con más gente. La primera vez que me piqué con Ryoma mucho antes de comenzar algo, fue en casa de sus padres en una reunión que organizó mi abuela para hablar con el señor Echizen. Éramos tan solo unos niños entonces, y Ryoma aún no había empezado en los nacionales.
En esa época era más divertido todo.
Éramos tan solo unos niños inocentes que no sabíamos que nos depararía el futuro.
-Tu turno -me dice, tirando una carta de cuatro de corazones al centro-. Siempre se te ha dado mal jugar estos juegos, no sé para qué lo propones.
-¡Disculpa! No es que sea mala, es que tu piensas más rápido que yo.
-No busques excusas -saca varias cartas hasta tirar una-. Tu abuela te ayudaba cada que veía que ibas perdiendo.
-No es cierto. Las veces que te gané -que eran pocas- lo hacia yo misma por mi propia mano. No necesitaba la ayuda de nadie.
Se ríe. Trato de buscarle la gracia, pero lo único que veo en mis palabras es un claro recordatorio de que todos los juegos en los que participa el azabache gana sin siquiera esfuerzo. Seguimos jugando unas partidas más, hablando y recordando momentos en los que me ponen a mi como la peor jugadora de todos los tiempos.
Su risa no se detiene dejando un extraño calor en mi pecho.
No puedo dejar de observar cómo esa expresión llena de tensión que se marca en su frente durante gran parte del día desaparece dejando una frente lisa y una sonrisa relajada.
Después de claras derrotas y varias partidas en las que solo quería tirarle las cartas a la cara, acabamos el dichoso juego. Recogimos el suelo de los cojines, pusimos la mesa en su lugar y tiramos la comida que habíamos sacado de la despensa.
Cierro la puerta pequeña de los dulces secretos de la abuela cuando Ryoma llega con los vasos.
-Tu abuela debe de haberse entretenido -me dice.
-Tranquilo, cuando tarda mucho es que se ha quedado hablando y se ha quedado en casa de alguien, o dormida en el despacho.
-¿No deberías preocuparte por ambas opciones?
-No, la abuela sabe defenderse mejor que nadie. Que no te engañe la edad.
Sonríe reprimiendo una risa.
Tal vez siente que lleva demasiado tiempo relajado y no quiere volver a reírse.
Aprieto los labios arrastrando la mesa hasta su sitio. Ryoma aparece para ayudarme a levantarla y no dañar el suelo.
-Gracias -suspiro-. Será mejor que nos vayamos a dormir. Ya es tarde -comienzo a subir las escaleras cuando recuerdo que él se queda a dormir-. Puedes quedarte en el cuarto de invitados. Está al fondo.
-Pensaba que íbamos a dormir juntos -Por el tono de voz meloso sé que me está mirando y pensando cosas fuera de lugar. Al no responder vuelve hablar-. Es broma. Solo somos amigos.
-Se te da mal hacer bromas.
Al detenerme en la puerta de mi cuarto él también lo hace, apoyándose en el marco.
-¿Segura que no quieres que duerma contigo? Has debido de asustarte esta tarde.
-Estaré bien, además, sabes que tengo armas debajo de la cama -bromeo.
Consigo que estire los labios, un poco.
-Tienes razón. Al menos en el tenis te ha enseñado a dar buenos golpes.
-Sí, es una ventaja tener buena muñeca.
Me da pena despedirme, no verlo hasta mañana. Es extraño que necesite su presencia de nuevo, que hablar con él se haya vuelto algo que me da seguridad.
Pero tenemos que dormir.
-Buenas noches...
Segundos es lo que pasan antes de que sus labios aterricen sobre mi frente, mi mejilla y rocen suavemente mis labios.
-Buenas noches.
Continuará...
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