IXX
Los entrenamientos se han vuelto una rutina imposible de saltarse.
Por más que quiera escaparme para respirar de ellos, la abuela o alguno de los chicos me encuentran antes de que pueda pensar en la forma de salir de clase sin que me vean. Ryoma es uno de ellos. La vez que quise quedarme en la biblioteca para acabar unos apuntes el muy listo me encontró sentada en una de las mesas del fondo.
Acabe siendo arrastrada por él. O más bien me llevó sobre sus hombros como un saco de patatas. Que vergüenza pase ese día.
El caso es que en dos días el el gran día.
Dos días antes de irnos finalmente.
Los chicos también están nerviosas, más incluso que nosotras.
Momo no deja de saltar cuando acabamos los entrenamientos.
—¡Ayyyy que emoción! —exclamó el chico, rodeando los hombros de Ann, quien había decidido ir a vernos.
—Venga Momo, deja de llamar la atención —se quejó ella, riendo.
Con un suspiro relajo los hombros, guardando las manos en los bolsillos de la chaqueta del uniforme. A mi lado, un Ryoma cansado bosteza sacudiendo la cabeza. Cada día se parece más a un gato.
Sonrío ante el pensamiento.
—¿De qué te rías? —me pregunta él, bajito, dejando esta conversación para los dos.
—Pareces un gato.
—Ah, bueno, eso no es nuevo.
—¿Enserio? Jamás te he dicho que te pareces a uno.
—En realidad, sí lo has hecho. Varias veces, lo que pasa es que no te acuerdas.
Pienso. Pero no recuerdo haber hecho tal cosa.
—Creo que te equivocas.
Niega él, seguro de lo que dice.
—Ponme un ejemplo de cuándo te he llamado yo, gato.
No puedo evitar ampliar la sonrisa al ver como enoje la nariz.
—A ver —aprieta los labios, pensativo—. El día que fuimos al parque de atracciones y me estiré al final de una de las atracciones.
—Eso no vale.
—O el día que salimos a tomar algo y yo me pedí una taza de leche caliente.
—Al final la compartimos.
Chasquea los dedos recordando el momento.
—El día que jugamos en el campo de mi casa y perseguí la pelota.
—Eso lo haces siempre.
Espero a que siga diciendo cosas, pero se queda callado, sin dejar de sonreír en ningún momento.
—¿Qué? ¿No vas a seguir?
—No has negado ninguna de ellas. Así que gano.
—Que no lo haya negado no significa que te dé la razón —me quejo—. Sencillamente recuerdo esos días y no dije exactamente que eras un gato.
—Pensarlo y decirle es lo mismo.
—¿Cuándo he pensado yo en voz alta?
—Todas esas veces —me guiñó el ojo, coqueto. Me agarra la mano del bolsillo, entrelazando nuestros dedos—. Tu pareces una ardilla. A los gatos les gustan las ardillas.
Ruedo los ojos. Sigo el camino adelantando a Ryoma y juntando me con los demás. Entre risas me uno a la conversación. El azabache se une también, rodeando mía hombros como si nada. El gesto se ha vuelto una constumbre, incluso antes de salir teníamos esa libertad.
Un pequeño gesto que puede pasar desapercibido para muchos.
Con la conversación fluyendo desvío la mirada hacia los puestos de revistas y ropa de las calles. Entre las muchas revistas destaca la imagen de dos personas aparentemente iguales pero de diferente altura. Me deshago del agarre de Ryoma, me separo del grupo y corro hacia el puesto.
Agarro la revista en cuestión.
El apellido Echizen escrito en mayúsculas. La cara de Ryoga sonriendo detrás del micrófono y una mesa de entrevistas. Delante seguro hay reporteros de deporte y cotilleos, como siempre. Pero no es eso lo que me ha hecho acercarme. El titular en primer plano, recalado por exclamaciones y mayúsculas. Solo espero sea falso:
El famoso Ryoga Echizen expresa su decison sobre un próximo retiro. ¿Le cederá el puesto a su hermano? Será este el fin de una generación.
El peso de un brazo cayó sobre mis hombros.
—¿Qué miras? —pregunta Ryoma, mirando por encima de mi hombro la revista. La agarrs—. Que mierda...
A nuestra espalda, los chicos se detienen.
Miro a mí derecha, a las chicas que susurran y señalan al azabache, claramente comentando la noticia que también han visto. Le arrebato la revista de las manos, tomo la suya y le arrastro lejos del puesto.
Esto me pasa por cotilla. Me digo.
Consigo alejarnos de la gente evitando que algún periodista o idiota nos haga una foto y la publiquen. Solo faltaba que empezarán a circular rumores de relación a pocos días del torneo. No podía permitir eso, no podía tirar meses, años de entrenamiento por un dichoso cotilleo de secundaria.
—Tienes que hablar con tu hermano.
—Sakuno, es lo que hablamos el otro día. Él no dirá nada si es para...
—Preocuparos. Lo sé. Pero la noticia es pública, no puedes perder nada. Además, tu madre seguro está siendo la más afectada en esto. Otra vez.
—¿ Qué quieres decir? —Frunce el ceño, como hace siempre que no entiende algo.
—Cuando ocurrió todo sobre tus rumores, Rinko vino a verme, a vernos a la abuela y a mí. No sabía qué estaba pasando ni porque la gente estaba poniendo a su hijo como un mujeriego. Puede que tú padre lo ses, pero ella sabía que tú no eras de ese tipo.
—¿Fue a veros? Mi padre me dijo que... Ahora entiendo todo. Mi madre dijo que iría a pasar unos días con unas amigas fuera, nunca pensé que serías vosotras.
—Se quedó unos días, pero ese no es el caso. El tema aquí es que ella es la que más peso lleva. Tú madre no es una jugadora, es una espectadors y sobre todo una madre que ve como sus hijos salen en periódicos por su puestas palabras o acciones que han echo dañar su imagen. En este caso.
El azabache asiente, apretando los puños. Rodeos sus puños.
—Estoy aquí. Recuerda.
—Tienes sue concentrarte en el torneo. Yo me encargo de esto.
—Me sorprendería que supieras llevar este tipo de situaciones —bromeo.
Relaja la expresión, entrelazando nuestros dedos.
Su mano está caliente mientras que la mía está fría.
—He aprendió que si no quiero perder lo que amo debo esforzarme para demostrar que merezco tenerlo.
—Ve y habla con tu hermano. Con tu familia. Sé lo unidos que sois y...
Me toma la mano.
—Uns familia. Solo hace falta que se presenten este tipo de escenarios para que nos fuerces a hablar del tema. No te preocupes, está noche hablaremos de todo. No tienes de qué preocuparte.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
Por primera vez en mucho tiempo, sus labios se estiraron en una sonrisa. De esas que con verlas sabes que todo está bajo control.
—Tu concéntrate en el torneo. Cuando acabe, hablamos detenidamente. Primero eres tú y tus metas.
—¿Y si tú eres una de ellas? —suelto, sin pensar antes de hablar.
La vergüenza cubre mis mejillas.
—Es decir, somos amigos. O eso dijimos. Y los amigos están en los buenos y en los malos.
Asiente, reprimieron la risa.
—Los amigos se abrazan en estas situaciones para dar ánimos —digo.
—Y nosotros somos muy buenos amigos. Todos lo saben.
—Eres el rey del tenis y de la ironía.
Nos reímos.
Volvemos con el grupo dejando por unos segundos la tensión del momento. De todas las veces que hablamos de nuestras familias, de los problemas que están nos dan de vez en cuando, es la la primera vez en meses que siento que estamos volviendo a ser los mismo de antes.
Debería dejar de sonreír. Debería dejar de mirarlo como idiota. Debería mi corazón de latir tan rápido.
¿Este es el Ryoma que conocí? ¿El que me abrazaba cada vez que lloraba o me estresaba con los entrenamientos? Puede que siga siendo él.
Continuará...
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