Capítulo 9: Desconocidos

Un lugar limpio. Es lo primero en lo que pienso al ser consciente del olor que envuelve el lugar en donde sea que me encuentro. El olor a productos de limpieza mezclado con lo que me parece el característico olor que queda en una habitación con aire acondicionado siempre cerrada.

No he abierto los ojos, mi cabeza está inclinada hacia abajo mientras estoy sentada en una silla de material frío. El cuello me duele, pero no me muevo. La presión alrededor de mis muñecas sobre los reposabrazos de la silla me hace saber que me tienen sujeta a mi asiento, así que, aunque intentara levantarme... no voy a poder hacerlo con libertad.

Miedo... se supone que debería estarlo sintiendo. Sin embargo, mis sentidos siempre alertas ahora están más refinados que nunca. No estoy aterrada, estoy a la defensiva. Y en el fondo, sé que debo mantener la tenacidad a flote para lograr salir de esta situación.

La palabra "secuestro" flota en mi mente por un rato. Hasta que una pequeña parte de la conversación de aquellos chicos se cuela.

<<¿Quién es ese "Él" que les ordenó traerme?>>. Trato de cavilar, aunque no consigo mucho.

Siento como si mi cerebro estuviera a punto de explotar. Y no quiero ni hablar de la incómoda sensación de hinchazón que siento sobre mi ojo derecho.

Mantener mis sentimientos y en especial mis nervios bajo control en situaciones extremas parece ser una habilidad con la que nací. No capto ningún otro sonido, a parte del de una persona comiendo frituras, lo cual, ya me sobresaltó al principio, pero que ahora me está hartando.

Creo que es un buen momento para enfrentar la situación.

Suelto un ligero quejido y me remuevo como si me sintiera entumecida. La verdad es que siento que podría correr un maratón, pero no hay razón para que las personas que me retienen sepan eso.

—¿Nira? —Me llama aquella chica, la reconozco por el tono agudo de su voz—. Nira, no sabes cuánto lo siento.

Suelto otro quejido. Es más, como una burla en respuesta a lo que me ha dicho, pero lo disfrazo bastante como un quejido de dolor.

—Ve por Drei. Nira está despertando —ordena al aire.

—Tengo ordenes de no dejar a nadie a solas con ella —contesta alguien con un acento extraño.

—¡No lo puedo creer! —se queja la chica—. Olvídalo, yo misma lo buscaré.

Escucho pasos resonando. Alejándose en alguna dirección, seguida del pitido de un cerrojo automático y después una puerta cerrándose.

<<¿Puerta de cerradura especial?, ¿quién demonios creen que soy? ¿Houdini?>>. Me alarmo internamente.

La paranoica idea de que quizás una organización del gobierno me ha capturado aparece un segundo, aunque... ¿quién usaría a adolescentes para capturar a otros adolescentes? Suena demasiado retorcido. Y no recuerdo haber visto a los del otro día usar alguna habilidad, aunque no descarto la idea de que podría tratarse de ellos.

No puedo más con la incertidumbre. Quiero saber dónde y bajo qué condiciones me tienen y salir pronto de aquí. Quiero irme a como dé lugar.

Abro los ojos. La luz me ciega unos instantes, me obliga a parpadear hasta que logro acostumbrarme a ella. No es la intensa iluminación lo que me destella, si no las características del lugar que me encuentro al abrir los ojos. Estoy en una habitación blanca, de un blanco impecable.

Están monitoreando la actividad dentro a través del espejo falso frente a mí. En dicho espejo, está recargado un joven de facciones asiáticas al cual no parece importarle lo que pueda o no hacer. Su postura es la de alguien con autoridad para mantener el orden siempre, está vestido de negro, pero sus shorts hasta la rodilla, pies descalzos y una playera sin mangas me dificulta tomarlo en serio.

Se queda ahí, con la espalda hacia el espejo y una bolsa de papas fritas en las manos. De vez en cuando saca una fritura para comerla, sin apartar sus oscuros ojos de mí. La mayoría de su cabello es corto, a excepción de la parte trasera, donde una cortina de cabello le cae por el hombro hasta la mitad del pecho y está teñido de un blanco imposible. Debajo del ojo derecho tiene una gruesa cicatriz en forma de medialuna que parece reciente, lo cual acentúa su expresión analítica. Y las múltiples señales de heridas viejas ya sanadas en sus brazos y piernas le dan un aire de guerrero.

Parece que han pasado siglos, en los que lo único que hago es sostenerle la mirada al chico, cuando un pitido proveniente del cerrojo de la puerta de metal a un costado del espejo nos interrumpe.

Espero a la expectativa para ver quién entra, pero en vez de eso, el chico se acerca a la puerta con aires tranquilos. La puerta se abre a penas unos centímetros y alguien le dice algo que no logro escuchar con claridad.

El chico me lanza una mirada rápida, y sale de la estancia sin más. Mis músculos se relajan al instante, y puedo respirar con facilidad.

Mi reflejo se ve horrible. El olor a sangre seca proviene desde mi ceja derecha, donde se abrió una herida al estamparme contra una fuerza invisible.

La puerta emite otra vez el pitido y se abre para dejar pasar a tres personas. La chica de antes ha sido reemplazada por el chico de capucha que la acompañaba, un hombre adulto con bata de doctor y el chico de las papas fritas entra con una bolsa nueva.

—Hola, Nira —dice el de bata blanca—. Lamento lo que ocurrió. Nueve no tiene paciencia. —Apunta sobre su hombro al chico de la capucha—. Me llaman Drei, y soy el Médico de este refugio.

Estira una mano hacia mi rostro, lo que causa que me tense en mi lugar.

—Tranquila. Te diste un golpe muy fuerte contra el campo de Nueve, necesito verificar que no te has roto nada —explica intentando acercarse de nuevo, alejo el rostro lo más que puedo—. Por favor. No voy a hacerte daño, lo prometo.

Su aura tranquila, su mirada que parece genuinamente preocupada, el cansancio y el insoportable dolor en la herida que él quiere tratar me hacen ceder. Le permito que se acerque a inspeccionarme.

—¿Te sientes mareada? —Saca de la bolsa de su bata una pequeña linterna y la enciende.

—Solo... duele.

Una sonrisa se dibuja en su rostro, pero no soy capaz de verla por completo porque apunta a mis ojos con la luz.

—¿Cómo no ibas a sentir dolor? —Apaga la linterna y me deja apreciar su sonrisa—. Por lo que escuché, chocaste contra ella mientras corría. Cinco cayó sobre una en un ejercicio controlado y mírale el rostro.

El chico de cabello blanco me hace la seña de paz con una sonrisa forzada que desaparece al mismo tiempo que su mano regresa al interior de la bolsa de frituras. Es inevitable que mis ojos recaigan en el chico de capucha, quien sonríe de lado mirando en dirección a la puerta.

—Eres el de aquel vídeo —menciono en su dirección—, el de la persecución en el callejón.

El gris de sus ojos me observa con molestia. El chico de cabello blanco a su lado suelta una risa que no le dura, ya que es cortada por un codazo del primer chico.

Me gustaría seguir con ese tema de conversación, pero...

—¿Dónde estoy? —Me muevo tratando de librarme de las ataduras—. ¿Quiénes son?

El Doctor le hace una seña a uno de los jóvenes a su espalda, es el chico de capucha quien se mueve para ir por una silla. Hay un montón de ellas apiladas a mi derecha, las cuales no había notado. El chico le pasa la silla al Doctor y este se sienta frente a mí, es en ese momento que comienza a deshacer los amarres que me retienen.

—Más bien, es lo que somos, Nira. Y es lo mismo que tú eres... porque eres una de los nuestros. Eres un Ascendido en plena forma. —Sus ojos permanecen clavados en el trabajo que hacen sus manos—. Tuviste un sueño, ¿no? Debió de ser hace poco. En el que viste a una mujer de piel blanca y ojos rojos.

Hasta que él lo menciona, me doy cuenta de que había olvidado ese sueño, siempre lo hago, hasta que regresa. Lo que vivido en él regresa a la superficie tan rápido que la piel se me eriza y me quedo sin saliva.

—Ella te dijo algo —continúa—. Apuesto a que estuviste sintiéndote mal, tuviste algo de fiebre, pero después del sueño el malestar desapareció.

—¿Cómo lo sabe? —Mi muñeca derecha ya se encuentra libre y masajea la zona del golpe en mi ceja—. No hable de esto con nadie.

—No hay necesidad. Todos aquí la hemos visto. —Tras liberar mi muñeca izquierda, me observa con cautela—. Ya has caído, es tiempo de que asciendas. Eso fue lo que te dijo.

Soy incapaz de usar mi voz para contestarle. Siento un asfixiante peso en la bace de mi estómago. Así que asiento con la cabeza, confirmando lo que me ha dicho. Siento las manos temblar y no sé si es por los nervios de no saber que pasa o porque las ataduras estaban muy ajustadas.

—No hay manera de que usted lo sepa —niego.

—También tuve ese sueño, Nira. Cuando tenía tu edad. Después de eso... —Apunta a sus ojos, los cuales se tornan rojo brillante—, puedo saber cómo ocurrió una herida con solo verla, también puedo saber cuán grave es. He sido así desde los diecisiete años de edad, desde que ella me dijo que era mi tiempo de ascender.

No sé qué contestar. Ni si quiera sé que debo pensar.

Creo que él se da cuenta de mi congelada reacción, porque suspira y se inclina hacia su derecha, dándome una vista hacia los chicos que comparten una bolsa de papas fritas con sabor a queso chédar.

—Ellos son igual que tú y que yo. Y las personas que están viéndonos a través de ese espejo también lo son —explica—. Todos los que viven en este refugio son iguales. Todos han tenido el mismo sueño.

—¿Por qué me trajeron? —sueno angustiada.

—Porque necesitamos ayudarte. Allá afuera no puedes usar tu talento como lo has estado haciendo. Los Ascendidos somos fuertes, pero no invencibles. Y no estamos a salvo —confiesa—. Debes ser responsable. Cada una de las veces que has usado tu talento te has arriesgado. Tarde o temprano te hubieran encontrado y hubieras vivido peores consecuencias por tu irresponsabilidad.

—El imperio... —recuerdo en ese momento.

—Sí, sabemos que tuviste un encuentro con ellos y uno de los nuestros hace poco.

Algo en la mirada del hombre se oscurece al terminar de recitar aquellas palabras.

—¿Cómo está él? —Un reconfortante calor abraza mi pecho, pero es rápidamente remplazado por una sensación de helades que me deja sin aliento cuando veo las miradas abatidas de los presentes.

—Logro escapar de ellos, pero... —El de la bata suelta un suspiro.

Un agujero negro se traga toda ilusión en mi interior.

—Él me salvo —murmuro.

—Lo sabemos, Nira —El hombre mayor pone una mano sobre mi hombro—. Eres muy afortunada por haber escapado sana y salva de tu primer encuentro con Imperio. No todos tienen esa suerte. Incluso los ascendidos más experimentados salen con heridas de esos enfrentamientos.

—¿Qué es lo que ellos querían? —No puedo evitar preguntar.

—¿Una vez que te hayan capturado?, El Imperio te desmembrará en una mesa de disección —interviene el chico de la capucha—. Según sabemos, incluso te torturan para ver si de tu sufrimiento pueden sacar algún beneficio.

—¿Estás tratando de asustarme? —Reprendo con la mirada al de capucha.

—Sí, es posible que sea eso lo que estoy intentando —contesta con tono frío.

—No lo estás logrando.

—Es cuestión de esforzarme un poco más. —Laza una mirada similar a la que le dirijo.

—Suficiente, Nueve —interrumpe el de bata blanca—. Vas a confundirla, no la trajimos para asustarla.

—Ya lo estoy, gracias —confieso—. No... —Me masajeo las cienes—. Sólo denme un minuto.

Me pongo de pie. Causando que todos en la habitación se pongan tensos. Rodeo la silla hacia el fondo del cuarto, con las manos sobre mi cabeza.

Siento como si estuvieran moliendo mi cerebro, como si un martillo invisible lo golpeara una y otra vez, causando un terrible dolor punzante. El temblor en mi cuerpo me hace imposible quedarme quieta. Siento como si en la habitación no hubiera oxígeno suficiente.

<<¿Qué es esta sensación de opresión en mi pecho?>>. Medito con las manos cerradas en esa área sobre el material de mi ropa.

Miedo... al fin ha llegado el miedo. ¿Cuándo fue la última vez que sentí este grado de miedo? Hace tanto... pero en este momento se ha apoderado de mi cuerpo con tal claridad que me desequilibra.

—Quiero irme —declaro—. Ahora. Necesito salir de aquí. Siento que me asfixio.

—Por supuesto, Nira. Puedes irte cuando lo desees —El doctor da un paso hacia mí, mismo que retrocedo con recelo—. No estás aquí contra tu voluntad.

—Sí, lo note cuando me trajeron estando inconsciente y me ataron a una silla —pronunció con amargura.

—En realidad fue porque mostraste una conducta agresiva —de nuevo el de la capucha.

—En ese caso tú estarías atado eternamente —se burla el de las papas fritas.

—Suficiente, muchachos. Nira ya está lo bastante alterada como para tener que soportar sus burlas ante un acontecimiento de este tipo —reprende el mayor.

Ambos chicos se miran entre ellos, cómplices de algo que no entiendo. Aunque agradezco que sea lo que sea que ocultan con esas miradas, los hace quedarse callados.

Doy otra media vuelta al fondo de la habitación sintiendo pares de ojos siguiendo mis movimientos.

—¿Por cuánto tiempo me van a tener aquí? —preguntarlo me aterra. Esperar la respuesta es aún peor.

—Puedes irte en cuanto lo desees... —repite el de bata—, pero hay una condición. —Se ve apenado—. No puedes volver a usar tu habilidad en público o irán tras de ti. Quiero que entiendas que nosotros solo tratamos de ayudarte, de protegerte. Pero solo lo haremos si tú lo quieres así.

De nuevo, un desconocido me tiende la mano. Pero tras ver cómo termino el último que hizo eso... no sé si es correcto aceptar la oferta. Aunque no tampoco sé qué tan malo sea rechazarlos. 

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