Capítulo 4: ¿Coincidencia?
Tengo que esquivar a una nueva persona cada dos por tres. Estoy segura de que ayer no había esta cantidad de gente en esta parte de la ciudad. Mi mente quiere regresar al tema del video de ayer, pero la obligo a mantenerse centrada en no hacerme chocar contra alguien.
Una mujer mayor pasa a mi lado golpeándome con el enorme bolso de cuero que carga a cuestas. El impulso me manda hacia la derecha trastabillando. Y como si haber sido atropellada por una anciana no fuera suficiente vergüenza, mi pie derecho termina sobre el pie de alguien.
—¡Ey, cuidado! —Me impresiona que el chico al que he pisado grite aquello en dirección a la anciana y no hacia mí.
—Lo siento. —Me apresuro recuperar un poco de espacio.
—¿Estás bien? Deberías caminar por los bordes de la acera, así te libras de cosas como la que acaba de pasar —aconseja.
—Estoy bien, gracias. —Me acomodo la chaqueta—. Tendré en cuenta tu consejo.
Su rostro lleno de pecas y una sonrisa amistosa es lo único que veo antes de que él se funda entre la multitud.
Por un rato lo único que veo son las espaldas de gente desconocida, hasta que algo me hace ser consciente de que a unos metros al frente de mí, se encuentra el chico de antes. Por una razón desconocida, de pronto él se vuelve el foco central de mi hiperfijación.
Tras uno minutos de notar que no importa si reduzco o acelero el paso, siempre parece que lo estoy siguiendo. Decido que lo mejor es cambiar de acera y tratar de llegar a la parada de autobús lo antes posible. Por fortuna, el autobús que necesito tomar ya está en la parada cuando logro deslumbrarla a lo lejos, me toca correr un tramo, pero en cuento llego me subo.
Suelto un suspiro cuando veo que no va muy lleno, lo que es un alivio. Recorro el pequeño pasillo hasta los asientos de atrás. Justo cuando me siento lo más cerca que puedo a la puerta trasera, algo llama mi atención en las sillas al frente a mi izquierda.
Un joven con pecas y audífonos puestos me regresa la mirada un segundo, antes de continuar mirando otra vez de la ventana con expresión pensativa.
<<No es raro encontrarse dos veces con la misma persona, no cuando íbamos hacia el mismo lado>>. Razono para calmar el sentimiento de extrañeza.
Ya que llegaré tarde a casa decido que lo mejor es pasar por el supermercado a unas cuadras para comprar algo ligero para cenar y poder irme a la cama temprano. Así que me bajo en la parada frente a este.
En todo el trayecto, mi mirada y la del chico de las pecas se cruzó un par de veces, pero al parecer ninguno de los dos nos hemos animado a dar señales de reconocimiento. Lo que me deja con un raro cosquilleo en el estómago.
En el momento en que pongo un pie sobre la acera, una figura aparece en mi campo de visión. Y no sé cómo sentirme cuando reconozco el suéter azul de aquel chico con pecas.
—Comienzo a creer que me estás siguiendo —comenta una voz refrescante a mi derecha.
Es él. Su tono es el de una persona a la que le gusta el siempre ser juguetón. Es clara y fuerte, como debe ser la voz de un chico lleno de confianza, pero no llega a ser presuntuosa.
—¿Y cómo sé que no eres tú quien me está siguiendo? —Me cruzo de brazos al pecho.
No siento ninguna señal de amenaza, lo que me causa curiosidad. Por un momento creo que mis instintos me han abandonado también, pero al verlo encogerse de hombros con un aire relajo lo entiendo... él, de verdad, no es una amenaza.
Él vuelve a sonreírme, niega con la cabeza y comienza a avanzar hacia el supermercado. Cuando me veo obligada a moverme hacia el mismo lugar algo se remueve en mi interior.
—Para que conste, vine por mi cena —digo al adelantarle el paso y pasar por las puertas automáticas.
—Bien. Estaré por el pasillo de frutas y verduras, si te veo ahí te reportaré con seguridad —amenaza, aunque la sonrisa en sus labios me hace imposible tomarlo en serio.
—Es un lugar público.
—Y de todo el público que tienes, es a mí a quien has decidido seguir, ¿no?
—Piensa lo que quieras.
En esta ocasión, soy yo quien se aleja primero.
Por alguna razón, soy bastante cuidadosa con no acercarme a la zona donde dijo que estaría. Y una vez que he metido a la canasta lo que cenaré, dudo en si ir hacia las cajas o esperar, y con suerte él se haya ido.
—¿Pero qué estupidez? —Arrojo a mi canasta una bolsa de papas fritas con frustración—. No tiene nada de malo cruzarse con alguien un par de veces. Sólo vivimos por el mismo rumbo, no es que lo esté siguiendo realmente.
<<Pero... ¿él a mi sí?>>. Sacudo la cabeza deshaciéndome de ese pensamiento.
Miro el código de barras pegado en la estantería como si en el pudiera encontrar una respuesta a mi indecisión. Y quizás sea el saber que ya voy tarde a casa, pero hay una pequeña sensación de urgencia que me obliga a moverme hacia las cajas sin haber terminado de buscar excusas por las que me he topado tantas veces con la misma persona.
Ya en la caja descargo el contenido de mi canasta sin prestar mucha atención. No es hasta que un suspiro pesado arrancado de alguien a mis espaldas que la sensación de hormigueo en mi pecho logra calmarse.
Al girarme, veo aquellas pecas.
—Algo me decía que te iba a encontrar aquí —comenta pecas, dejando un par de bolsas de manzanas sobre la cinta trasportadora—. Parece que cruzarnos se volverá algo común.
—A lo mejor fue el hecho de que tengo que pagar. Ah, pero no me hagas mucho caso. —Rebusco en mi mochila mi cartera—. Sólo soy una aparente acosadora que... —Mi mano da con el fondo de tela—. Olvidó su cartera.
Él se ríe sin disimular y, de hecho, me causa la sensación de que es la misma burla que un buen amigo le haría al otro. Sin titubeos, me toma del brazo y me aleja de mi lugar para poder colarse. Su bolsa de manzanas es puesta justo a detrás de la bolsa de papas fritas, que es lo último por pasar por las manos de la cajera.
—¿Las manzanas también? —Cuestiona la mujer.
—Sí, todo junto —contesta el chico.
Me vuelvo de piedra en ese instante. Incluso me quedo helada hasta el momento en el que salimos por la puerta a la par como si siempre hubiéramos sido amigos. Él me pasa las bolsas plásticas donde va mi compra y me cuesta un poco poder cerrar las manos sobre estas.
—Bien, ahora deja de seguirme, ¿quieres? Adoro la atención, no lo niego, pero ahora estoy algo ocupado —Hace el amague de emprender su camino, pero lo detengo sosteniéndolo del brazo—. ¿Qué ocurre?
Su mirada extrañada lo hace verse más joven de lo que creo que es.
—Espera, iré por dinero y te devolveré lo que pagaste. Vivo a unas cuadras, sólo quédate aquí y volveré en un momento —me apresuro a decir.
Su mano aleja con delicadeza la mía. Y esa sonrisa se vuelve más grande.
—Tranquila, puedes regresármelo después. —Comienza su caminata en sentido contrario—. Tengo la sensación de que nos veremos de nuevo.
Aprieto las bolsas como si ellas tuvieran la culpa de que me haya sentido tan cómoda dejando que un completo extraño pagara por su contenido. Como si con castigarlas con un agarre innecesariamente rudo pudiera apaciguar la sensación en mi pecho.
Sí, también tengo la sensación de que nos veremos de nuevo.
。。。。。。。。
—Si no ibas a comértelo, no lo hubieras comprado —el regaño de Vlad me hace despegar los ojos de los fideos instantáneos que reposan entre mis manos.
Él no está mirándome, está concentrado en el programa de cocina en la televisión.
—Estoy esperando a que se enfrié —miento.
El silencio reina por unos minutos, mismos en los que apenas me animo a llevarme un par de bocados a la boca mientras miro la televisión sin prestarle atención. No tengo sueño, me siento inquieta y más despierta que durante el día.
—¿Has estado durmiendo bien, Nira?
Es como si me hubiera leído el pensamiento.
—Sí, bastante bien. —Otra mentira—. ¿Por qué?
—Es que ha pasado desde que llegamos a esta casa... —Deja salir un suspiro pesado—. Últimamente tengo sueños extraños.
Su confesión hace que pasar mi pequeño bocado se torne tan difícil como si me hubiera metido a la boca un kilo de fideos crudos.
—¿De qué tipo? —Trato de que mi voz no flaquee.
—Del tipo que parece muy vivido, tanto que se queda contigo durante mucho tiempo después de que te despiertas.
Aprieto el pequeño vaso desechable de los fideos. El calor que se extiende en mi palma hace que mi cerebro pueda procesar esto como un evento real y no como un escenario imaginado sacado de la cajita donde guardo mis anhelos.
—¿Qué... has soñado?
Temo que mi tío de proto me confiese que ha visto en sueños a la dama vestida de rojo. Otra parte de mí, aquella que se ha mantenido reprimida por el miedo a ser descubierta, casi está rogando porque así sea.
Si Vladimir comenzara a manifestar la misma anomalía que yo, no me sentiría tan... fuera de lo normal, inhumana.
Una oscura voz me susurra que es igual a desearle un mal a Vladimir. Pero la ignoro, o al menos lo intento.
—He estado soñando con la casa de tus abuelos. Siempre estamos reunidos alrededor de una mesa repleta de comida, pero tú no estás ahí. —Un bostezo interrumpe su relato por un pequeño momento—. Cuanto me doy cuenta de que no estas a mi lado, me pongo de pie y comienzo a buscarte por toda la casa, pero nunca te encuentro.
Casi quiero reírme de lo ilusa que fui. Me siento un poco mal cuando reconozco la decepción creciendo en mi pecho.
—Cuando le pregunto a tus abuelos por ti, o cuando ellos me preguntan quién se me ha perdido... me dicen que no te conocen. Al entrar en casa veo las fotos en las paredes, pero no estás en ninguna. —Su tono se vuelve ronco—. La desesperación y el miedo que me invaden me hacen despertarme de golpe. Más que sueños, se sienten como pesadillas. Eres como mi hija... la única familia que me queda, no sé qué haría si te vas. ¿Y si te pierdo como perdí a Joseline?
La mención de mi madre causa un nudo en mi garganta.
—No me iré a ningún lado —afirmo—. No voy a irme como ella lo hizo. —Ahí está, ese impulso que me cuesta pasar por alto—. También he tenido este tipo de sueños, ¿sabes? He soñado con... —Un ronquido me interrumpe.
Él se ha quedado dormido. No sé si agradecerlo o renegar el hecho de que no pude liberar ese peso de mi espalda. Pero lo tomo como una señal de que quizás no cambiará nada que se lo diga.
Apago la televisión y dejo mis fideos a medio comer en la mesa cuando me levanto para ir por una manta, cubro a Vlad con ella. Sé que no ganaría más que un dolor intenso de espalda que duraría semanas si trato de arrastrarlo hasta su habitación, o una oleada de murmullos incomprensibles si trato de hacerlo irse por su cuenta. Así que, lo menos problemático es dejarlo dormir en el sofá, al menos hasta que él mismo decida irse a la cama.
—Y, Nira —murmura medio dormido.
—¿Sí?
—Esa ropa te queda demasiado grande. Tienes que comer más si planeas llenarla.
Eso logra sacarme un resoplido de gracia.
No es la primera vez que lo escucho temiendo porque desaparezca como lo hizo mi madre. El "perder" mi compañía ha sido un fantasma con el que carga desde que los abuelos me dejaron en sus manos.
De vez en cuando, me encuentro pensando que, con la condición tan inusual que tengo, es cuestión de tiempo para que algo o alguien me aparte de su lado.
_ _ _ _
¿Quién lo diría? Santa sí dejó algo bajo nuestros árboles.
¡Feliz navidad! 🌲
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top